6.40 P. M.

Peters le dio un par de golpecitos en el hombro a Shearing y le hizo un gesto para que lo siguiera a su oficina. Se quitó el sombrero y las gafas de sol y las dejó sobre la mesa. Luego la rodeó y se sentó. Agradeció poder descansar.

—Cierra la puerta —le pidió a su ayudante.

Shearing lo hizo y se quedó de pie, a la espera. Peters resopló. Aquel tipo grande parecía agotado e irritado. Shearing conocía aquella expresión y normalmente significaba que les esperaba un día muy largo por delante. Sobre la mesa tenía un informe pendiente, una colisión de tres coches en la autopista 1. Miró a Peters y calculó que se tendría que quedar hasta tarde resolviendo el papeleo.

—Bueno, ya lo hemos resuelto —le dijo Peters—. Acabo de hablar con nuestra desconocida. Es la señora Maureen Weinstein, de Newport, Rhode Island. Tiene cuarenta y dos años, si no recuerdo mal, y ha venido a visitar a su hijo y a su nuera, que viven en Saint Andrews. El coche debería estar en algún punto entre Lubec y Whiting. No sabe dónde con exactitud.

—¿Es un Chevy Nova del 78, de color negro?

—Sí, ese es.

—Willis acaba de llamar hace una media hora para informar de que lo ha encontrado a unos cinco kilómetros al norte de Dead River.

—Tiene que ser su coche. ¿Encontró alguna identificación?

—Un momento.

Shearing salió y volvió a su mesa, donde rebuscó entre unos cuantos papeles. Volvió al despacho de Peter a paso ligero.

—Coincide. El permiso del automóvil está a nombre de Albert Weinstein, de Newport, Rhode Island. Willis no ha encontrado pruebas de robo, aunque habían forzado el coche. Todas sus cosas estaban esparcidas por encima del asiento delantero, y el bolso, vacío, pero había ochenta y cinco dólares en la cartera y un puñado de tarjetas de crédito. Es raro, ¿no? Me pareció que podía ser lo que buscábamos.

—Vale. El problema es que seguimos sin saber exactamente a qué nos enfrentamos.

—¿Qué quieres decir?

—Que ella dice que eran niños.

—¿Adolescentes?

—No. Niños. Niños pequeños, de siete, ocho, nueve y diez años como mucho. Había un par de muchachos, pero la mayoría eran más jóvenes. Niños salvajes, dice ella. Vestidos con pieles, Sam. ¿Te suena?

Shearing abrió la boca en gesto de asombro.

—George, por favor. Déjate de bromas.

—Lo digo en serio, Sam. Es lo mismo que nos contó aquel buscador de almejas hace seis meses. Ese anciano caballero con un litro de whisky Rock and Rye en el cuerpo. Ya sabes, críos vestidos con pieles y pellejos que corrían por la orilla. Solo que él dijo que había un par que eran mayores, si no recuerdo mal. Incluso era posible que fueran adultos. Tomamos declaración, ¿verdad?

—George, ¡la tiramos a la basura!

—Eso me parecía. Bueno, el caso es que la señora Weinstein dice que había una docena más o menos. Se bajó del coche porque se encontró con una niña medio desnuda que deambulaba por la carretera y se abalanzaron sobre ella. Le azotaron la espalda con palos. Al parecer, la hicieron ir desde la carretera hasta la orilla como a una vaquilla. Dice que querían matarla, y por lo que parece tiene razón. Llegó a la conclusión de que tenía más posibilidades de sobrevivir si se tiraba al mar.

—¿Y va a sobrevivir?

Peters frunció el entrecejo.

—Quizá pierda una pierna, o las dos. Los doctores no saben si van a tener que cortarle la derecha. —Se puso en pie y se acercó al mapa de la pared. Pasó un dedo por la línea de costa—. He estado pensando… ¿Recuerdas aquella charla que tuvimos en el Caribou?, ¿sobre que la proporción de personas desaparecidas en los últimos años en nuestra costa norte es un poco mayor que, digamos, desde Jonesport hasta Bar Harbor? Aquí solo es un poco más elevada de lo que debería ser, pero hay que tener en cuenta que hay mucha más gente en el sur, con pueblos más grandes.

Shearing asintió y Peters siguió hablando.

—Lo cierto es que la mayoría de los desaparecidos eran pescadores, langosteros y personas jóvenes. Digamos también que las aguas de aquí al norte son mucho más peligrosas, lo que cubre a los dos primeros grupos, y puesto que aquí no hay mucho que hacer y que el desempleo juvenil es tan elevado, eso cubre al tercero. Hay muchos adolescentes que se fugan. Pero ¿y si nos equivocamos, Sam? Supongamos que no se trata de eso.

Shearing se lo quedó mirando con expresión de escepticismo.

—¿Niños, George?

—El borracho vio unos adultos. Mira esto. Aquí está Dead River y, a kilómetro y medio y al otro lado del agua, Catbird Island, donde desapareció ese grupo de pescadores. ¿Dónde vio a los niños ese tipo?

—Justo al sur de Cutler.

—Eso no está ni a cinco kilómetros. Supongamos que hay algo a lo largo de la costa.

—¿Como qué?

—Que me aspen si lo sé, pero llevo devanándome los sesos todo el día intentando recordar algo que tenía relación con Catbird Island y la zona. Me he acordado hace una hora. En julio hizo tres años que ocurrió. Un chico llamado Frazier. ¿Te acuerdas?

—Claro. El chaval que salió en bote con una tormenta.

—Con mal tiempo. Y según el padre, el bote estaba en perfectas condiciones y el chico, que tenía dieciocho o diecinueve años, era un marinero de primera. Debería haber vuelto sin problema alguno.

—Un solo error, George. Solo hace falta un error. Ya lo sabes.

—Eso es lo que dijimos en aquel entonces. Y por supuesto, podría seguir siendo la respuesta correcta, y quizá yo no estoy diciendo más que tonterías. Pero cuando piensas en cuántas de esas desapariciones tienen que ver con la pesca o con la vela, es inevitable extrañarse. También tienen botes en Bar Harbor, pero nuestra tasa de desapariciones es más elevada.

»Y volviendo del hospital se me ocurrió que quizá la razón por la que tenemos muchas más personas desaparecidas de las que deberíamos es que, como la población local es escasa, cualquiera se podría esconder sin problemas a lo largo de la costa, o incluso en la isla. Joder, allí no vive nadie. Y si no llamara mucho la atención, nadie se daría cuenta durante años.

—Es decir, si no hubiera supervivientes.

—Algo así, exacto.

Shearing pensó en ello. Lo que decía Peters tenía cierto sentido, pero para aceptarlo había que asumir un modus operandi bastante flexible. Por supuesto, era posible, sobre todo si había un número elevado de personas implicadas, como parecía ser el caso, y especialmente si había niños y adultos actuando juntos. Niños y adultos. Se preguntó de qué iría todo aquello.

Había tantos botes pequeños que partían desde todos los puntos de la costa durante la temporada turística que algunos podían desaparecer sin que nadie se diera cuenta. Y había muchos viajeros que iban y venían de Canadá y que pasaban por la carretera costera de Maine, como la señora Weinstein, algunos de ellos en viajes desde puntos muy alejados entre sí, por lo que si desaparecían en el camino, resultaría muy difícil saber con exactitud dónde lo habían hecho, sobre todo si los atacantes también se deshacían de los coches. Un puñado de chicos de la zona corriendo a lo largo de la carretera: sería fácil verlos y detenerlos, y nosotros los tomaríamos por chavales fugados. Luego estaba la playa donde el borracho (¿cómo se llamaba?) los había visto. Fiestas en la playa o encuentros amorosos a hora tardía en los que los chavales se besuqueaban (¿los chavales todavía se besuqueaban?). Sí, mucha gente podía desaparecer de ese modo. Era demencial, pero posible.

Además, hacía mucho tiempo que había aprendido a confiar en las intuiciones de Peters. A pesar de todas las bromas de George sobre el deseo de Shearing de quedarse con su puesto, lo que él más deseaba en ese momento no era eso, sino trabajar con aquel hombre mayor y obeso y aprender todo lo que pudiera de él. Si había un policía mejor en todo el estado, Shearing todavía no lo había conocido. No quería su cargo. Bueno, sí lo quería, pero no tenía prisa. Esperaría hasta que Peters estuviera preparado.

—Entonces, el problema es dónde empezamos a buscar. Yo me inclino por una zona de unos ocho kilómetros cuadrados, desde Cutler hasta justo debajo de Dead River, e iría desde el interior hacia la costa.

Peters asintió.

—Harán falta un montón de hombres —añadió Shearing.

—Seguro que sí. Será mejor empezar a llamarlos, Sam.

—Eso haré. ¿Comenzamos esta noche?

—Sí, claro. Va a ser una noche despejada. Incluso sería mejor empezar mientras quede algo de luz. Y antes de que tengamos que sacar a alguien más del agua.

—Vale. Llamaré a mi mujer.

—Ah, y a ver si puedes traer a ese borracho. ¿Cómo se llamaba?

—Danner. O Donner. O algo así. Lo encontraremos.

—Hazlo rápido, Sam.

—Hacerlo todo rápido es lo que me mantiene delgado, George.

—Cuidadito con lo que dices, muchacho.