Capítulo 15
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El Triángulo de las Bermudas
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En este capítulo
• El origen de su mala fama
• Algunas desapariciones que marcaron historia
• Las posibles explicaciones del fenómeno
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Triángulo del Diablo, Triángulo del Agua, Mar de la Perdición, Tumba del Atlántico… e incluso Triángulo de la Muerte. Con estos sugerentes nombres queda claro que el millón de kilómetros cuadrados comprendidos entre Puerto Rico, Miami y las Bermudas no deben de ser las aguas más plácidas del planeta. Al contrario, desde que el hombre navegó por primera vez aquel mar, hace ya más de 500 años, la lista de naves que han desaparecido sin dejar rastro es demasiado extensa como para ser ignorada.
Los investigadores más conservadores hablan
de 20 aviones y 50 barcos desaparecidos por causas desconocidas; lo
que ya de por sí no está nada mal. Otras fuentes, que son mucho más
generosas a la hora de marcar los límites del triángulo, suben la
cifra hasta más de 200 aviones y unos 2000 buques. Y según mis
datos, que ponderan varios registros, la cifra rondaría los 1000
barcos y unos 100 aviones. Se mire por donde se mire, una cantidad
de desapariciones que resulta desproporcionada, sobre todo si
tenemos en cuenta que a día de hoy la mayoría de casos están aún
pendientes de explicación.
Yo mismo he navegado entre las costas de
Florida, Puerto Rico y las Bermudas en numerosas ocasiones. En uno
de esos viajes, acompañado de mi amigo Fernando Múgica, pude
comprobar con mis propios ojos cómo se alteraban los instrumentos
de la pequeña avioneta que nos lleva a las islas Vírgenes.
Afortunadamente, las brújulas recuperaron la cordura en cuestión de
minutos y pudimos llegar a nuestro destino sanos y salvos. Pero
otros, por desgracia, han corrido peor suerte.
En este capítulo te propongo un viaje —sin sobresaltos— al triángulo con peor fama que se conoce sobre la Tierra. No es el único, por supuesto; otros rincones del globo, como el mar del Diablo japonés, compiten con el de las Bermudas por el premio al triángulo más peligroso del mundo. Pero es, sin duda, el que está ubicado en el Atlántico el que se ha llevado la atención preferente de periodistas, escritores y directores de cine, hasta llegar a convertirse en un verdadero clásico de la enigmología. En este capítulo descubriremos el origen del misterio, los casos más espectaculares de los que se tiene noticia y unas cuantas hipótesis que tratarán de dar respuesta a un misterio que aún hace cruzar los dedos a más de uno.
Un triángulo de muchos lados
Lo primero, como es habitual, será situarse bien en el mapa. Denominaré “Triángulo de las Bermudas” a las aguas que quedan delimitadas por tres vértices de tierra situados en el Atlántico: Miami, en la Florida estadounidense; San Juan, en Puerto Rico, y la mayor de las islas Bermudas, hoy de soberanía británica. Estos tres puntos al norte del Caribe determinan su frontera oficial, aunque no todos los autores coinciden en esos límites. Los más generosos llegan a distorsionar su forma triangular y prefieren hablar de un trapecio delimitado por las islas Azores, el cabo Hatteras —en Carolina del Norte—, la isla de Jamaica y la isla de Trinidad, lo que ocupa buena parte del Caribe y de la zona central del Atlántico. Esta segunda versión del triángulo multiplicaría por seis su extensión original, lo que también hace aumentar espectacularmente el número de naufragios registrados. No es extraño que sea así, puesto que se trata de una de las zonas más transitadas del Atlántico, donde se cuentan por miles las naves que cruzan sus aguas a diario.
En este libro, por eso, me parece conveniente que no nos movamos demasiado de las fronteras clásicas del Triángulo. Es ahí donde el porcentaje de accidentes aumenta misteriosamente y, no menos importante, es ésta la zona que alberga un mayor número de casos de origen incierto y que quedan sin resolver. Son las aguas entre las Bahamas y las Bermudas las que llevan atemorizando a pilotos y navegantes desde el siglo XVI, cuando se bautizó una parte de esa zona con el nombre de “mar de los Sargazos”. Es justo ahí cuando nace el mito de lo que más adelante será el Triángulo de las Bermudas.
El mar de los Sargazos
El primer europeo que dejó noticia de su paso por las aguas del Triángulo de las Bermudas no fue otro que Cristóbal Colón, a finales del siglo XV. Según escribió en su diario de navegación, al cruzar el mar de los Sargazos vio una luz desconocida que surcaba el cielo y notó que las brújulas daban vueltas sin motivo alguno. También escribió que el mar, de repente, se encrespaba sin que soplara el viento. Perdido como estaba —recordemos que Colón creía haber llegado a las Indias—, no dio mucha importancia al fenómeno y pasó de largo.
Serían los marineros
portugueses quienes darían fama a la denominación “mar de los
Sargazos” para referirse a una vasta extensión de agua de 3 500 000
km2 en mitad del Atlántico, alrededor de
las islas Bermudas, y que ocupa una parte de lo que hoy es el
célebre Triángulo. Ese mar no tardó en convertirse en sinónimo de
naufragios y desapariciones; se hablaba de barcos que se
encontraban a la deriva, sin rastro alguno de una tripulación que
parecía haberse esfumado. En las islas Bahamas, en el lado sur del
Triángulo, eran frecuentes las noticias de naves embarrancadas en
los arenales, abandonadas a los vientos y al salitre. Las leyendas
sobre “barcos fantasma” empezaron a extenderse por puertos y
tabernas, y así el mar de los Sargazos empezó a labrarse su
merecida fama. ¿Cómo explicar semejante aluvión de
desapariciones?
Lo cierto es que, hasta finales del siglo
XVIII, la zona de las Bermudas
reunía a piratas llegados de todo el mundo, lo que podría explicar
buena parte de las desapariciones. Por otro lado, piensa que en
aquellos tiempos los barcos sólo contaban con la fuerza del viento
y de las corrientes para navegar, lo que los hacía muy vulnerables
al peculiar clima de los Sargazos, un mar donde las ráfagas de aire
escasean y en el que las aguas giran en círculo sin llevar a
ninguna parte.
En el último apartado del capítulo te expondré más a fondo las posibles causas del misterio de los Sargazos y de sus peculiares corrientes, pero ya te adelanto que soy de los que creen que la climatología y la piratería podrían explicar buena parte de los casos registrados antes del siglo XVIII. Pero ¿qué pasa a partir de entonces, cuando los barcos dejan de parecer una cáscara de nuez y el arte de la navegación se perfecciona? ¿Cómo pueden perderse cargueros de 160 m de eslora sin dejar rastro? ¿Y en qué momento el mar de los Sargazos se convierte en el Triángulo de las Bermudas?
Todo me da vueltas
El término “Triángulo de las Bermudas” no comenzó a utilizarse hasta 1964. Lo sugirió el periodista Vincent Gaddis para delimitar el territorio que ahora nos ocupa. Sin embargo, los pilotos y marineros de la zona llevaban ya muchos años hablando de una serie de fenómenos inexplicables que ponían en riesgo la navegación marítima y aérea. Sobre todo desde la desaparición del Cyclops, en 1918, un fabuloso carguero que se esfumó con más de 300 personas a bordo y que sería el primero de una larguísima lista de bajas. Tras él vendrían el Cotopaxi, el Suduffco o el Anglo Australian, todos ellos grandes buques que desaparecieron sin dejar rastro.
Como vemos, la llegada
de la navegación moderna, a pesar de sus sofisticados sistemas de
localización, no fue capaz de acabar con el misterio del Triángulo,
pero sí que pudo, al menos, registrar con precisión las
alteraciones que se producían en los barcos y aviones que lo
cruzaban. Lo que en los años de los barcos a vela se describía como
una mezcla de corrientes inexplicables y monstruos marinos, con la
llegada del siglo XX se empezó a
atribuir a tempestades electromagnéticas y fuerzas desconocidas.
Desde entonces, los testimonios recogidos entre los que han
sobrevivido a la maldición del Triángulo coinciden a la hora de
describir una serie de fenómenos típicos de la zona.
• Una fuerza desconocida. Tanto marineros como pilotos de avión se han referido a una poderosa fuerza de atracción que inutilizaba el timón de la nave y que parecía tomar el control de los mandos; en algunos casos, precipitando su caída al mar.
• Averías en el instrumental. Charles Taylor, el jefe del famoso Vuelo 19, se refirió a este fenómeno antes de desaparecer del mapa. Brújulas que cambian de rumbo por arte de magia, altímetros que corren sin cesar, indicadores de todo tipo que no dejan de dar vueltas… Un fallo general de todos los sistemas eléctricos y magnéticos.
• Niebla coloreada y luces en el cielo. Son frecuentes las descripciones de un cielo que cambia de color del rojo al verde, así como la presencia de una niebla espesa que limita por completo la visibilidad. Taylor informó de cambios en el color de las nubes que rodeaban al escuadrón.
• Alteraciones del tiempo. Bruce Gernon, un piloto que sufrió los efectos del Triángulo en 1970, mientras volaba en su avioneta, afirma haber recorrido en unos 30 minutos una distancia que le solía llevar hora y media. No es el único que habla de una compresión del tiempo, que aceleraría todo lo que sucede alrededor de la nave.
• Un túnel de nubes. El mismo Gernon describió cómo las nubes formaron un túnel que se llevaba a la avioneta; un impactante pasadizo horizontal alrededor del cual las nubes se arremolinaban. Al entrar en él, el tiempo se aceleró. ¿Sería un túnel hacia otra dimensión?
• Malestar de la tripulación. Más allá del habitual mareo propio de un viaje en barco, tripulaciones de todo el mundo hablan de un desconocido síndrome que provoca dolor de cabeza, vómitos y desorientación. Así lo describieron los tripulantes del barco ruso Vitiaz, en el año 1982.
• Visiones inexplicables. Una ocupante del Vitiaz, Jurate Mikolaiunene, informó de que “al dirigirnos a las islas Bermudas, en mitad del océano apareció ‘algo’ increíble: una especie de ciudad, con enormes edificios y en la que la gente desplegaba una febril actividad”. Otros hablan de ciudades submarinas o de estructuras piramidales.
No cabe duda de que una nave que se viera sometida a cualquiera de estos fenómenos perdería la referencia de su posición y seguramente se vería abocada al naufragio o a la colisión, al margen de su envergadura y de su nivel tecnológico. Así ha ocurrido a un millar de barcos y aviones desde principios del siglo XIX hasta el día de hoy. Buques como el USS Insurgent, el USS Pickering, el USS Wasp o el HMS Atalanta fueron los primeros que desaparecieron sin dejar rastro, hace ya más de cien años. De los que vinieron después, destacan sobremanera los que vas a encontrar a continuación.
Perdidos en combate
El Carroll A.
Deering, un magnífico velero de cinco palos, apareció en
1921 embarrancado en las Bahamas, sin rastro de su tripulación.
Poco después, el ya mencionado SS Cotopaxi, a pesar de sus 77 m de eslora,
desapareció del mapa como si nunca hubiera existido. En diciembre
de 1945, seis aviones y 27 personas se esfumaron sin dejar rastro
cuando el célebre Vuelo 19 sobrevolaba las Bermudas. Tres años
después, 32 personas a bordo de un Douglas C-3 corrieron la misma
suerte. En 1963, dos Stratotankers
colisionaron entre sí en pleno vuelo y se hundieron en las aguas
del Triángulo… Y así hasta llegar a los más recientes Genesis, en 1999, o los Tropic Bird, Holo Ki
Ki o Tranquility, todos ellos
desaparecidos ya en pleno siglo XXI.
La lista, como el misterio en sí, parece no tener fin.
Por curioso que pueda parecer, todos estos accidentes se produjeron sin que nada advirtiera del peligro que se avecinaba. Los diarios de los barcos que se han encontrado embarrancados, sin rastro alguno de la tripulación, hablan de travesías plácidas y dentro de la normalidad. Las últimas comunicaciones por radio, recibidas antes de perder contacto, se limitan a informar del buen tiempo y a realizar las comprobaciones de rutina. Sólo en contadas ocasiones, como en el Vuelo 19, los pilotos tuvieron tiempo de referirse a las alteraciones que experimentaban los indicadores de altitud y velocidad. Para la mayoría, en cambio, los poderosos efectos del Triángulo se manifestaron de súbito, sin previo aviso. No obstante, y gracias a las investigaciones posteriores y a los datos recopilados por estaciones de radio, hoy podemos reconstruir sus viajes y las condiciones de tan misteriosas desapariciones.
Los gemelos Proteus
Los Proteus
fueron cuatro cargueros construidos por la marina estadounidense
durante la primera guerra mundial. Se trataba de unos barcos
formidables, de unos 160 m de eslora y unas 20 000 t, que solían
llevar una tripulación de unos 300 hombres a bordo. De los cuatro
Proteus construidos, tres de ellos
desaparecieron misteriosamente en distintos accidentes, pero
siempre en la zona de influencia del Triángulo de las Bermudas. El
único que no acabó en el fondo del mar fue el USS Jupiter, un buque que, unos años después del fin
de las hostilidades, se convirtió en el primer portaaviones de la
marina estadounidense con el nombre USS Langley.
El primero de los Proteus desaparecidos fue el USS Cyclops, que se dio por perdido el 4 de marzo de 1918 con 309 pasajeros a bordo. Se trataba de un transporte cargado de manganeso, que se dirigía al puerto de Norfolk, en Virginia, desde las islas Barbados. Al cruzar el Triángulo de las Bermudas, y a pesar de ser unos de los primeros barcos provistos con aparato de radio, desapareció del mar sin dejar rastro. Aunque se llevó a cabo una exhaustiva búsqueda durante las semanas posteriores, no pudo encontrarse ninguna pista que aclarara el motivo del supuesto hundimiento.
Empiezan las investigaciones
Desde entonces, muchas han sido las explicaciones que se han barajado para explicar el mayor naufragio en la historia de la marina estadounidense. En primer lugar, hay que apuntar que el Cyclops servía en tiempo de guerra, lo que hacía de él un objetivo potencial de ataques submarinos. No obstante, en los registros alemanes no se ha encontrado ninguna referencia a un posible ataque sobre el carguero. Si un submarino alemán hubiera abierto fuego sobre el Cyclops, enseguida habría notificado y registrado el ataque. Nada de eso ocurrió en 1918.
Las investigaciones han sacado a la luz otros detalles, como que el Cyclops llevaba una notable sobrecarga, aunque no todos los expertos coinciden en este punto; los prácticos del puerto de las Bermudas, por ejemplo, afirmaron en su momento que la carga del barco estaba bien distribuida y que la línea de flotación no excedía lo permitido. Las investigaciones coinciden en destacar los problemas mecánicos que el motor sufrió durante toda la travesía, así como el peculiar carácter de su capitán, George Worley. No sólo era tiránico y cruel con sus subordinados, sino que también hacía gala de peculiares hábitos, como pasearse en calzones por la borda. Incluso más tarde se descubrió que había nacido en Alemania, la nación que estaba en guerra con Estados Unidos, lo que dio alas a las teorías que hablaban de un sabotaje alemán. Sin embargo, nada ha podido esclarecerse. Los registros germanos no dicen nada del Cyclops y no hay restos materiales que puedan ayudar a desvelar el entuerto. Así que, por el momento, fue el Triángulo de las Bermudas el que se lo llevó por delante.
Una familia con mala suerte
No fue el Cyclops el único de los Proteus que se perdió en la zona. En 1941, unos
días antes de que Estados Unidos entrara en la segunda guerra
mundial, el USS Proteus y el USS
Nereus desaparecieron en las aguas del
Triángulo. El primero lo hizo el 23 de noviembre, con 58 personas a
bordo y un cargamento de bauxita. En este caso, los informes dejan
claro que el barco no iba sobrecargado. Tampoco hay noticia de un
ataque en los registros alemanes. Sí que sabemos, en todo caso, que
el Proteus entró en una tormenta cerca
de las Bermudas, pero se hace difícil pensar que un barco de 20 000
t, que llevaba 20 años de impecable servicio, se viniera abajo por
culpa de la mala mar.
Y lo mismo ocurrió con el Nereus, que desapareció un 10 de diciembre de 1941 con 61 personas a bordo. Después de salir de las islas Vírgenes sin ninguna novedad, se adentró en las aguas del Triángulo… y nunca más se supo. No hubo llamadas de auxilio de ningún tipo, y tampoco se encontraron restos del naufragio en la zona. Como sus dos hermanos, el Nereus se esfumó en un instante, sin que en esta ocasión se pudiera achacar la pérdida a las malas condiciones meteorológicas o a problemas técnicos de ningún tipo. Entonces ¿quién fue el responsable? ¿La poderosa fuerza del Triángulo? A día de hoy no tenemos otra explicación.
El barco fantasma
En diciembre de 1920, el Carroll A. Dearing, una preciosa fragata de cinco
palos fabricada sólo dos años antes, fue encontrada a la deriva y
sin tripulación en las inmediaciones del cabo Hatteras. Los once
marineros que iban en el barco habían desaparecido, y nunca se
llegó a saber qué había sido de ellos. La fragata había zarpado de
Río de Janeiro, donde había dejado una carga de carbón, el día 2 de
diciembre, y se dirigía a Estados Unidos tras hacer una parada
técnica en las Barbados. Al adentrarse en el Triángulo, se perdió
el contacto por radio con la nave, sin que fuera posible retomarlo
durante los días siguientes; el barco se dio por desaparecido el 30
del mismo mes.
Los guardacostas encontraron el Dearing el 31 de enero de 1921, perdido en una zona conocida como Diamond Shoals, frente a las costas de Carolina del Norte. El diario de navegación, el instrumental y buena parte de los efectos personales de la tripulación habían desaparecido, pero las cocinas aún humeaban rebosantes de platos recién preparados. También se descubrió que faltaban dos barcos salvavidas, lo que hizo pensar en una rápido abandono del barco. ¿Los motivos? Aún hoy se desconocen.
El hallazgo del barco
fantasma no tardó en inspirar decenas de historias y rumores, lo
que promovió la puesta en marcha de una investigación oficial. Por
desgracia, el informe de los expertos no pudo concretar qué o quién
se había llevado por delante a la tripulación del Dearing, aunque se apuntaron varios posible
motivos; entre ellos, los que tienes a continuación:
• Motín. Una de las teorías que más se han repetido es la que habla de una rebelión de la tripulación contra el capitán, comandada por el segundo de a bordo. Por lo visto, las relaciones en el barco eran complejas: marineros de distintas nacionalidades, cambios en el mando, abuso de alcohol, etc. El mal ambiente podría haber provocado que la tripulación hubiera decidido robar y abandonar el barco.
• Piratería. En los siglos XVI y XVII las aguas del Triángulo estaban infestadas de piratas de todas las nacionalidades, a la caza de los preciados galeones españoles. Pero en 1920 la situación había cambiado bastante. Hubo quien insinuó que se trataba de piratas comunistas, financiados desde Estados Unidos… Una hipótesis que se comenta por sí sola.
• Contrabando. Otra interesante hipótesis sugiere que el Dearing se dedicaba en realidad al contrabando de alcohol. Piensa que en 1921 la Ley Seca estaba vigente en Estados Unidos, por lo que es posible que la fragata, tras parar en Barbados, se hubiera aprovisionado de una buena cantidad de ron para acabar de redondear el viaje. Tras descargar en una playa desconocida, los marineros habrían abandonado el barco a su suerte, y de ahí el misterio.
• Mal tiempo. Durante todo el mes de diciembre, la zona de las Bermudas se vio azotada por huracanes de diversa intensidad, que hicieron muy difícil la navegación por la zona. Sin embargo, la ruta marcada por el Dearing no pasó cerca de ninguna tormenta, así que opción descartada.
• El Triángulo. Tan imposible de probar como las anteriores, la teoría más popular insinúa que todo se debió al influjo del Triángulo de las Bermudas. El barco, al cruzar sus aguas, se habría visto sometido a los extraños fenómenos que allí se dan cita. Un fuerza inexplicable se habría podido llevar a los hombres, dejando el barco intacto.
Para complicar aún más el caso, ese
mismo mes de enero de 1921 se perdió otro barco en la zona. Se
trataba del SS Hewitt, un carguero que
había salido de Portland, en el extremo nordeste de Estados Unidos,
y que se dirigía hacia el sur, rumbo a Texas. Al pasar por Florida
y acercarse a los límites del Triángulo, se perdió el contacto de
radio. Días después, se dio el barco por desaparecido sin que
todavía hoy se haya encontrado rastro alguno. En principio, se
consideró que la nave se había hundido en el fondo del mar, pero
los que sostienen la hipótesis de la piratería para explicar la
desaparición del Dearing insinuaron
una posible relación entre ambos. Según esta versión de la
historia, el Hewitt habría asaltado al
Dearing, quién sabe por qué motivo. Lo
cierto es que no hay ninguna pista que avale la teoría, por lo que
el caso del Carroll A. Dearing sigue
abierto, sin una posible solución a la vista.
La reina del azufre
Algo más cercano en el tiempo, en febrero de 1963, nos encontramos con la desaparición de un enorme carguero, el Sulphur Queen. Llevaba una tripulación de 39 personas y una carga de azufre; una tarea para la que había sido reconvertido ex profeso. Los más escépticos con respecto al Triángulo argumentan que esa reforma habría sido la causa de su desaparición, mientras que aquellos que creen en el misterio sostienen que este caso es un verdadero clásico.
El Sulphur Queen salió de Texas el 2 de febrero, con las bodegas llenas y una tripulación experta. Sin embargo el barco no se encontraba en las mejores condiciones para navegar. Días antes se habían registrado varios incendios, y la dejadez y la corrosión campaban a sus anchas. El día 4, al acercarse a Florida, el Sulphur Queen mantuvo comunicación por radio con tierra para indicar que todo marchaba según lo previsto; no se hizo mención alguna de nuevos incendios ni de otros problemas técnicos. Tras dos días de silencio, y ante la imposibilidad de retomar el contacto, el barco se dio por perdido en los cayos de Florida. Enseguida se puso en marcha una exhaustiva búsqueda por la zona, pero, como ya va siendo habitual, los guardacostas sólo hallaron escombros y basura.
La posterior investigación no pudo aclarar las causas del naufragio, pero apuntó que el barco era una montaña de chatarra flotante y que no estaba preparado para navegar. Por lo visto, las reformas realizadas en el Queen habían alterado la estructura interna de los tanques, de forma que el casco había perdido consistencia en varios puntos, haciéndolo mucho más vulnerable a los golpes de mar. Según los expertos, las imprevisibles corrientes que circundan los cayos de Florida habrían podido partir el casco en dos y hundir la nave en pocos minutos. Sin embargo, no hay noticia alguna de que se hubiera producido la habitual llamada de socorro.
Un nuevo barco gemelo
Unos años más tarde, el 15 de octubre del 1976, un barco gemelo al Sulphur Queen se perdería en el Triángulo de las Bermudas. Su nombre era Sylvia L. Ossa y, como su idéntico hermano, podía pavonearse de tener una eslora de 180 m. De nuevo, el barco se esfumó sin dejar rastro del carguero ni de la tripulación. Tampoco se tuvo noticia de llamadas de socorro ni de comunicaciones de ningún tipo, por lo que la investigación asociada no pudo determinar las causas del naufragio. De nuevo, la pérdida tuvo lugar en las aguas del Triángulo.
El Sulphur Queen y el Sylvia L. Ossa no son los únicos cargueros modernos que se han perdido en el área de influencia de las Bermudas. Grandes buques, con miles de toneladas de desplazamiento, como el Samkey, el Southern Districts o el SS Poet —este último en 1980— han acabado engrosando la macabra lista de las naves que han desaparecido en el Triángulo, sin que ninguna causa definida haya explicado su desaparición. Si contamos, además, las pequeñas embarcaciones de recreo que se han volatilizado como por arte de magia en esas aguas malditas, el número final de barcos desaparecidos asciende al millar. Habrá quien quiera achacar tanta pérdida a las peculiares condiciones marítimas de la zona, llenas de corrientes cálidas y de arenales poco profundos, capaces de atrapar a cualquier barco que no tenga la ruta claramente definida. Pero ¿qué tiene que ver la mala mar y los arenales con los más de 200 aviones que se han esfumado en el Triángulo desde que el hombre aprendió a volar?
El legendario Vuelo 19
Si se tuviera que explicar el misterio
de las Bermudas echando mano a un único caso, no me cabe duda de
que el escogido por la práctica totalidad de los investigadores
sería el del célebre Vuelo 19. El 5 de diciembre de 1945, hacia las
dos del mediodía, cinco bombarderos Avenger salían de la base de Fort Lauderdale para
realizar unas rutinarias prácticas de bombardeo sobre las Bahamas.
Cada uno de los Avenger llevaba una
tripulación de tres personas, exceptuando uno de los aviones, en el
que sólo volaban el piloto y el artillero. En total, 14 aviadores,
comandados por un experimentado piloto llamado Charles Taylor, que
contaba con más de 2500 horas de vuelo. Tras realizar con éxito el
ejercicio, y cuando ya se disponían a volver a casa, los pilotos
informaron de problemas de orientación y de fallos del
instrumental. Al caer el sol, los aviones ya se habían dado por
perdidos.
La marina estadounidense mandó inmediatamente una flotilla de barcos y aviones de reconocimiento a la zona, situada en medio del Triángulo de las Bermudas. Hacia las 19.30, y sin encontrar un solo indicio del posible destino de los Avenger, los controladores aéreos no podían dar crédito a lo que les decía el radar. Otro avión, en este caso un Mariner de reconocimiento con 13 hombres a bordo, perdía el contacto y se esfumaba como por arte de magia. Unos quince minutos más tarde, un carguero que pasaba por la zona informaba de una gran bola de fuego que se precipitaba sobre el mar. En una sola tarde, la marina estadounidense perdía a 27 personas y seis aviones; y todos sobre el espacio aéreo del Triángulo.
El expediente oficial
La gravedad del accidente motivó la puesta en marcha de una investigación oficial que, como en muchos otros casos, no pudo determinar con exactitud las causas del accidente. Los expertos apuntaron que probablemente los Avenger se perdieron en mitad del Atlántico y se quedaron sin combustible, precipitándose sobre el mar. En el caso del Mariner no se pudo encontrar otra explicación mejor que la de una fortuita explosión aérea, de causas completamente desconocidas. Y ahí quedó el tema, hasta que, con la llegada de la década de 1960 y la difusión del enigma del Triángulo, se redescubrió la historia del Vuelo 19.
Gracias a la fiebre despertada, varios
investigadores se pusieron a remover los viejos archivos para
tratar de aclarar el caso. Según las transcripciones de radio que
aún se guardaban, el jefe del escuadrón, Taylor, notificó que tenía
serios problemas de orientación en el tramo final del vuelo.
Afirmaba sobrevolar tierra firme, en concreto sobre los cayos de
Florida, mucho más al oeste de la posición prevista. Desde la base,
en cambio, se suponía que Taylor y sus hombres debían de estar
hacia el este, sobre las Bahamas, por lo que la confusión empezó a
reinar en las comunicaciones entre los dos grupos. Varios pilotos,
Taylor incluido, informaron además de averías en las brújulas, que
saltaban de posición sin motivo aparente, y explicaron que, tras el
último cambio de rumbo, tenían la sensación de que se habían
perdido y de que ya no podrían volver.
En medio del caos,
Taylor decidió poner rumbo al nordeste para enfilar el camino de
vuelta a Fort Lauderdale. Si estaba sobre Florida, el rumbo era el
correcto; si estaba sobre las Bahamas, sabía que se quedaría sin
combustible en mitad del mar. El jefe de escuadrón, más lúcido de
lo que algunos investigadores han querido creer, sopesó esta última
posibilidad, y anunció que, de ser así, no tendrían más remedio que
hacer un amerizaje de emergencia. Después de repetir que las
brújulas seguían sin funcionar, se empezaron a oír interferencias
electromagnéticas en las comunicaciones por radio, hasta llegar a
perderse todo contacto con los aviones. El resto ya es
historia.
A pesar de la exhaustiva búsqueda, a día de hoy no se han encontrado restos del fuselaje de ninguno de los aviones. Sí se tiene noticia de la existencia de Avenger sumergidos frente a las costas de Florida, pero, tras comprobar los números de los motores, se descubrió que no se trataba de los integrantes del Vuelo 19. ¿Dónde están, por lo tanto, los cinco aviones que se perdieron aquel 5 de diciembre? Si se quedaron sin combustible, seguramente aterrizaron sobre el mar sin causar demasiados daños al fuselaje de los aviones, lo que habría permitido encontrar los restos sin muchos problemas. Pero, como decía, la búsqueda ha resultado del todo infructuosa. ¿Y qué decir del Mariner que explotó en pleno vuelo? En este caso, las respuestas brillan por su ausencia.
En la actualidad, las líneas de trabajo que intentan explicar la tragedia del Vuelo 19 apuntan en dos direcciones. La primera, la más escéptica, atribuye el accidente a un error humano. El teniente Charles Taylor habría confundido los cayos de Florida con las Bahamas, equivocando el rumbo y llevándose consigo al resto del escuadrón. Según esta teoría, un viento de cola un poco más fuerte de lo normal habría podido desviar a los Avenger, lo que, sumado a los problemas con las brújulas, habría desorientado por completo a Taylor. Pero ¿cómo explicar dichos problemas con los instrumentos? ¿Cómo se desorienta un piloto con 2500 horas de vuelo? ¿Y por qué no se pudieron encontrar restos de los aviones, teniendo en cuenta el amplísimo dispositivo de búsqueda que se puso en marcha?
Una segunda hipótesis se referiría a la poderosa influencia del Triángulo de las Bermudas. Los fenómenos descritos por los pilotos, como la avería de las brújulas y las interferencias, encajan perfectamente con las anomalías electromagnéticas relatadas por otros testigos que tuvieron más suerte. La desorientación y la confusión suelen aparecer también en las historias de los supervivientes del Triángulo; un estado de ánimo que, a juzgar por las transcripciones, enseguida poseyó a los pilotos del Vuelo 19. Y, finalmente, la ausencia de restos materiales también encaja con el patrón marcado por otros casos, en los que se describe cómo los aviones y barcos se esfumaron por arte de magia.
Spielberg y el Triángulo de las Bermudas
En 1977, en plena fiebre del Triángulo, el director Steven Spielberg dirigiría Encuentros en la tercera fase, una película de ciencia ficción que nos describe el encuentro entre la humanidad y una civilización extraterrestre. A diferencia de muchas otras películas del mismo género, dicho encuentro no lleva a un enfrentamiento bélico, sino a una nueva era de entendimiento y concordia.
La primera secuencia de la película estaba situada en el desierto de Sonora, donde un grupo de investigadores de varias nacionalidades se topan con cinco bombarderos Avenger en perfecto estado de conservación. Como ya habrás supuesto, se trata de los aviones integrantes del Vuelo 19, que se perdieron en el Triángulo de las Bermudas en 1945. Más adelante, en una de las secuencias que se agregaron a la edición especial del film, el equipo de investigadores encuentra el Cotopaxi en mitad del Gobi, en Mongolia. El Cotopaxi se perdió en 1925 con 32 personas a bordo, en lo que es uno de los casos más recordados de los ocurridos en el Triángulo.
Por lo que se puede deducir de la película, Spielberg pensaba que el misterio del Triángulo de las Bermudas tenía un origen extraterrestre. Una idea que se acaba de confirmar en la última secuencia del film, cuando de la nave espacial descienden los pilotos del Vuelo 19 con el mismo aspecto que en 1945. Según el rey Midas de Hollywood, los extraterrestres habrían abducido a los integrantes del Vuelo 19 —y del SS Cotopaxi— para conocernos de cerca y saber de nuestra civilización. Un “secuestro” que habría terminado en 1977, cuando los rehenes son canjeados por un grupo de humanos; esta vez, voluntarios.
Como detalle, me gustaría apuntar que entre los científicos que aparecen en la escena final, cuando se produce el encuentro entre ambas civilizaciones, Spielberg contó con la presencia de J. Allen Hynek, uno de los ufólogos más respetados y rigurosos de todos los tiempos. Hynek aparece fumándose una pipa mientras comprueba con sus propios ojos que, tal como suponía, no estamos solos en el universo.
Sólo el hallazgo de los
fuselajes de los cinco Avenger podría
aportar verdadera luz sobre el caso; una posibilidad que, de
momento, parece bastante remota. Así que, ante la falta de pruebas
definitivas, no podemos hacer otra cosa que entrar en el terreno de
la especulación. Está claro que la hipótesis de un error humano
siempre es plausible, pero también lo es la teoría del Triángulo
para aquellos que creemos en las extrañas fuerzas que allí se
congregan. Los hechos son claros e incontestables, pero las
respuestas dependen del oportuno juicio de cada uno de nosotros. El
que tenga oídos, que oiga.
El Star Tiger
Aunque no sean tan famosos como los
Avenger del Vuelo 19, los Tudor de fabricación británica superan a sus
colegas estadounidenses en lo que se refiere a la gravedad de la
tragedia. En el intervalo de doce meses, de enero de 1948 a enero
de 1949, dos de estos aviones de pasajeros se perdieron al cruzar
el espacio aéreo de las Bermudas. En total, 51 víctimas mortales.
De nuevo, los equipos de rescate no encontraron restos de los
aviones o de los pasajeros, y las investigaciones posteriores no
pudieron determinar las causas del accidente.
El primero de los
aviones, llamado Star Tiger y con 31
pasajeros a bordo, salió de las islas Azores con destino a las
Bermudas el 29 de enero de 1948. Las condiciones meteorológicas
eran bastante malas, con lluvias y vientos de una intensidad de
moderada a fuerte; en principio, nada demasiado grave para un
cuatrimotor de gran tamaño, acostumbrado a los vuelos
transoceánicos. Un poco antes de despegar de las Azores, otro
avión, un Lancastrian de la misma
compañía que el Tudor, la BSAA,
iniciaba la misma ruta. Ambos aviones iban intercomunicados, de
forma que, mientras cruzaban la zona de tormentas, uno podía seguir
las evoluciones del otro.
El Star Tiger sorteó sin problemas los escollos meteorológicos y, tras diez horas de duro vuelo a baja altitud, se plantó en la zona de influencia de las Bermudas siguiendo el horario estipulado. Después de pasar el punto de no retorno, el navegante se dio cuenta de que el viento había desplazado ligeramente al Tudor, por lo que tuvo que corregir el rumbo del vuelo. Nada que supusiera un problema grave para el avión, que llevaba combustible de sobras para cubrir un hipotético rodeo. Una vez corregido el rumbo, y ya sin problemas meteorológicos, los pilotos del Tiger calcularon que tardarían unas dos horas en aterrizar en las Bermudas. Mientras tanto, el Lancaster mantenía contacto por radio.
Interferencias electromagnéticas
De repente se perdió el contacto con el Tiger. La radio empezó a captar ruidos extraños y fue imposible recuperar la conexión. Ni el control de Bermudas ni los tripulantes del Lancaster pudieron dar con él, a pesar de la proximidad a la que se encontraba. No hubo demandas de auxilio ni ningún otro tipo de comunicación. Desde tierra, las llamadas de radio fueron persistentes, pero el silencio que se obtuvo por respuesta no dio esperanza alguna. Al poco tiempo, el Lancaster aterrizaba sin problemas en las Bermudas. Según declararían más tarde los pilotos, en el tramo final del vuelo ya no caía la lluvia, el viento era suave, y la visibilidad, excelente. Durante cinco días, barcos y aviones de la armada estadounidense y de compañías privadas buscaron al Tiger con una dedicación excepcional. Otra vez, ni rastro del avión ni de las personas que viajaban en él.
La investigación posterior tampoco ofreció pistas concretas acerca de las causas de la catástrofe, y sólo se apuntó tímidamente la posibilidad de que el Star Tiger, algo desviado de su ruta por culpa del viento, podría haberse quedado sin combustible al tener que dar un rodeo más largo de lo habitual. En sus conclusiones, el informe hablaba de la difícil simbiosis entre hombre y máquina, siempre impredecible, y situaba el error humano como única explicación posible de la catástrofe. Sin embargo, la tripulación había dado muestras de una pericia excepcional al sortear el mal tiempo; además, el último rumbo conocido del vuelo era correcto y los depósitos contenían combustible de sobra para dar unos cuantos rodeos. ¿El influjo del Triángulo de las Bermudas? Si el mal tiempo registrado durante el vuelo te podría hace dudar, espera a oír la historia del hermano gemelo del Tiger.
El Star Ariel
El Star
Ariel, otro Avro Tudor IV al
servicio de la BSAA, tenía previsto cubrir el vuelo entre las
Bermudas y Kingston, Jamaica, el día 17 de enero de 1949. Una hora
después de despegar, hacia las nueve y media de la mañana, la base
de tierra perdía el contacto con el Star
Ariel sin que fuera posible recuperarlo más tarde. El avión,
con 20 personas a bordo, desapareció sin dejar ninguna pista, tal y
como había hecho su hermano gemelo un año antes. ¿Las condiciones
meteorológicas? Inmejorables: cielo azul, viento escaso,
visibilidad perfecta y mar en calma.
Después de unas horas sin tener noticias del Ariel, el vuelo se dio por perdido, lo que puso en marcha la habitual operación de rescate. Barcos y aviones peinaron la posible ruta del Ariel durante varios días, sin encontrar rastro de aceite o restos del fuselaje. La investigación posterior añadió, además, que la tripulación del avión tenía una gran experiencia, conocía bien la ruta y había comprobado de arriba abajo la mecánica del aparato. No se encontró nada, por lo tanto, que pudiera explicar el accidente. De nuevo, se atribuyó a causas desconocidas.
Curiosamente, la única
anomalía registrada por el informe oficial hablaba de las malas
condiciones electromagnéticas imperantes aquel día, que hacían muy
difíciles las comunicaciones por radio entre aviones y aeropuertos.
Tal como comprobaron los operadores de medio mar Caribe, fue
imposible utilizar la radio hasta las cinco de la tarde; y el
epicentro de la interferencia, como era de suponer, se situó en la
zona del Triángulo de las Bermudas. ¿Cómo explicar semejante
fenómeno? ¿Problemas electromagnéticos en un día claro y soleado,
sin nubes de ningún tipo?
Sin tormentas a la vista, lo único que podría explicar el fallo en las comunicaciones es la influencia de las extrañas fuerzas que frecuentan el Triángulo. Pero, en aquel lejano 1949, los investigadores aún no habían relacionado los accidentes con las misteriosas características de la zona. Y, menos aún, nadie hablaba de nieblas electromagnéticas ni de agujeros espacio-temporales. En aquella época, la única consecuencia que tuvieron los dos accidentes fue la retirada de los Avro Tudor IV del servicio de transporte de pasajeros. En poco tiempo los Tudor acabaron reconvertidos en aviones de mercancías, sin que dieran nunca el menor problema.
Al echar la vista atrás, y
con la información que tenemos hoy en día, parece claro que el caso
de los dos Avro Tudor IV bien se
merece un lugar preferente en la historia del inquietante
triángulo. En especial, el Star Ariel
no parece ofrecer dudas acerca de lo inexplicable de su
desaparición; el mismo informe oficial reconocía que no había forma
humana de encontrar las causas del accidente. ¿No hay, por lo
tanto, otra explicación posible que la influencia del Triángulo?
¿Qué fenómenos, de los conocidos por el hombre, podrían explicar el
misterio de las Bermudas?
Teorías, hipótesis y delirios
Después de repasar las desapariciones más célebres ocurridas en el Triángulo, parece claro que algo ocurre en esa esquina del Atlántico. Durante el siglo XX, la lista de naves que se han esfumado como si nada pone los pelos de punta. Ya en el siglo XXI, el recuento de pérdidas no ha dejado de aumentar. Es cierto que se trata de una de las zonas más transitadas del mundo, vía de paso casi obligada entre todos los barcos que transitan entre el Caribe y el Atlántico, pero un elevado tráfico no puede explicar ni las misteriosas desapariciones ni las extrañas condiciones en que se han producido.
A lo largo de los años, muchas han sido las explicaciones que se han barajado para tratar de entender el fenómeno. Las hay de todas clases, desde las que se ciñen estrictamente a causas naturales, como la meteorología, hasta las que hablan de un posible origen extraterrestre o paranormal. No parece que una única causa sea capaz de explicar el misterio, así que me parece conveniente resumir a continuación las distintas hipótesis que se contemplan a día de hoy.
Por causas naturales
El mal tiempo y las
bruscas corrientes explican una buena parte de las desapariciones
ocurridas antes del siglo XIX,
cuando los barcos no contaban con sistemas efectivos de
localización y dependían del viento para navegar. Al precario
desarrollo de la tecnología hay que sumar, además, que el mar de
los Sargazos es una zona con una peculiar climatología. En
concreto, está rodeado de un anillo de corrientes oceánicas que
vienen desde el Golfo, el ecuador y América del Norte, lo que crea
una zona de “calma chicha” en su interior. En esa especie de laguna
oceánica, delimitada por unas fuertes corrientes, las aguas son
cálidas, el viento apenas sopla y el oleaje es prácticamente
ausente. Estas circunstancias favorecen el crecimiento de los
sargazos, un alga común que asciende a la superficie y forma
extensos bosques. Por acción de las algas, el agua parece
espesarse, el plancton se multiplica y los sargazos se adhieren a
los cascos de los barcos, lo que enlentece su marcha. No es nada
serio para los cruceros actuales, pero un verdadero problema para
aquellos pesados galeones que dependían de la fuerza del viento
para llegar a buen puerto.
No es de extrañar, pues, que en aquellos tiempos de navegación a vela los barcos se quedaran detenidos en medio del mar, dando vueltas en círculo, incapaces de encontrar una brizna de aire que los sacara de allí. Después de días de vagar sin rumbo, la tripulación perdía la cabeza y lanzaba los botes de remo al mar, con la ilusión de llegar como pudieran a tierra firme. Unos pocos afortunados lo conseguían, pero la mayoría se perdían en mitad del océano quedando a merced del sol, el hambre y las corrientes. Mientras tanto, el barco fantasma quedaba a la deriva, hasta que meses después una escurridiza racha de viento lo sacaba del mar de los Sargazos y lo depositaba en los arenales de las Bermudas, las Bahamas o el cabo Hatteras.
Hoy en día, las costas de
Florida y de las Bahamas son escenarios habituales de violentas
tormentas tropicales, que se generan de forma espontánea sin previo
aviso. Las cálidas aguas de la corriente del Golfo, que cruzan el
Triángulo, propician la formación de violentas trombas marinas
cuando chocan con las masas de aire frío que vienen del norte. De
este modo, lo que parecía un mar plácido y tranquilo puede
convertirse en un infierno en muy pocos minutos. Los grandes
cargueros y los aviones transoceánicos no tienen muchos problemas
para superar esta clase de adversidades, pero para una embarcación
pequeña una tromba de ese estilo supone una sentencia de muerte.
Piensa que, hoy en día, los marineros disponen de información
suficiente como para poder prever el paso de un huracán, pero antes
de que la meteorología se convirtiera en ciencia no había manera de
anticipar esta clase de fenómenos. Aquellos marineros de los siglos
XVI y XVII se encontraban, casi sin darse cuenta, en
mitad de una tormenta devastadora que hacía saltar los palos de la
nave y provocaba el pánico en la tripulación.
A las tormentas,
corrientes y huracanes hay que sumar otros fenómenos meteorológicos
más extraños, pero igualmente factibles. Algunos se han podido
observar en la zona del Triángulo, pero otros no pasan de ser
simples conjeturas, de existencia probable pero no confirmada.
• Terremotos. Está claro que las sacudidas que provoca un temblor de tierra, con el posterior tsunami, son capaces de llevarse por delante a cualquier embarcación. Sin embargo, no hay noticia de grandes terremotos en la historia reciente del Caribe. Y, en principio, no afectarían al tráfico aéreo.
• Tormentas magnéticas. Una tempestad con un fuerte componente eléctrico puede alterar las comunicaciones por radio y el funcionamiento de los aparatos electrónicos. Pero, para que así fuera, la nave tendría que estar en medio de la tormenta. ¿Qué decir, entonces, de las brújulas que se vuelven locas en un día soleado?
• Arenales. No son fenómenos meteorológicos, sino accidentes geográficos, pero responden a causas naturales y merece la pena que los incluyamos aquí. Toda la zona de las Bahamas está rodeada de aguas de escasísima profundidad, que no guardan un patrón ordenado. Cualquier navegante que no conozca la zona puede clavar el casco en la arena, lo que le obligaría a abandonar la nave a su suerte.
• Olas gigantes. Hasta hace poco, los científicos pensaban que eran una simple leyenda. Pero investigaciones recientes han demostrado que el océano Atlántico, como el coloso que es, va soltando olas de tamaño desproporcionado en medio de otras normales. Pueden llegar a medir 20 y 30 m de altura y poner en serio peligro a cualquier embarcación.
• Burbujas de metano. El fondo del Triángulo guarda importantes bolsas de gas metano. Se cree que estas bolsas podrían tener fugas importantes, que alterarían la densidad del agua y, por consiguiente, la flotabilidad de las naves. En un agua menos densa, los barcos se hundirían sin dejar rastro. A día de hoy, esta teoría es sólo eso: una teoría pendiente de comprobación.
Visto lo visto, la zona de las Bermudas puede presumir de reunir los más variados fenómenos meteorológicos. Las tormentas, tsunamis y huracanes podrían explicar un gran número de desapariciones, sobre todo antes de que se generalizaran los sistemas de predicción por satélite.
Pero resulta más difícil achacar a
problemas climáticos la pérdida de grandes naves, en especial desde
la década de 1950 hasta hoy. Siempre hay quien hace oídos sordos a
las advertencias, como Harvey Conover, un acaudalado hombre de
negocios que en 1958 se perdió con su lujoso yate en mitad del
Triángulo. A pesar de que las previsiones meteorológicas hablaban
de una fuerte tormenta en la zona, Conover y su tripulación se
fueron derechos hacia el avispero, donde les aguardaría un trágico
final. El juicio humano, como la naturaleza, resulta imprevisible,
y también debería tenerse en cuenta a la hora de explicar una buena
parte de las desapariciones.
Atlantes y marcianos
Uno de los mayores divulgadores del misterio del Triángulo fue Charles Berlitz, un lingüista y enigmólogo que publicó en el año 1974 el libro El Triángulo de las Bermudas. Berlitz, que estaba fascinado por la leyenda de la Atlántida, no dudó en relacionar ambas historias para construir un best seller que vendió millones de ejemplares en todo el mundo. En realidad, Berlitz se inspiró en las visiones del parapsicólogo y médium Edgar Cayce, quien decía haber hablado con un poblador de la mítica Atlántida mientras se encontraba en trance. Según Cayce y Berlitz, los restos de la isla descrita por Platón podrían estar junto al camino de Bimini, en el fondo marino de las Bahamas.
Siguiendo las explicaciones de Cayce,
desarrolladas en la década de 1930, el hundimiento de la Atlántida
habría acabado con la vida de sus habitantes, pero no con su
avanzada tecnología, que todavía hoy yacería bajo el fondo del mar
en algún lugar del Triángulo de las Bermudas. Las interferencias
electromagnéticas que producirían unas máquinas tan avanzadas, que
funcionaban a partir de unos misteriosos cristales de energía,
serían las responsables de los hundimientos y de los problemas en
las radios y brújulas. No hay duda de que se trata de una teoría
francamente original, pero con la que resulta difícil comulgar; en
especial si tenemos en cuenta que Cayce predijo que la Atlántida
reflotaría y subiría de nuevo a la superficie en 1968.
En la misma dirección van las
hipótesis que hablan de una mano extraterrestre. Según esta teoría,
los desaparecidos en el Triángulo habrían sido abducidos por
criaturas alienígenas, y con ellos, claro está, sus barcos y
aviones, que estarían acumulando polvo en algún hangar
interestelar. Aunque de todos es sabida mi pasión por la ufología,
me cuesta trabajo creer que una civilización inteligente se pueda
dedicar a secuestrar barcos, aviones y personas sin motivo
aparente. ¿Y por qué en el Triángulo, además, y no en Nazca,
Stonehenge o en el Tassili? No hay ninguna prueba que pueda
sostener la teoría alienígena, aunque, como es lógico, una
intervención extraterrestre podría explicar las desapariciones, las
interferencias electromagnéticas, los cambios de color en el cielo,
las nubes en forma de túnel y cualquier otro fenómeno que podamos
imaginar. Personalmente, creo que la hipótesis extraterrestre es
perfecta para dar vida a una buena historia de ficción, como la
película Encuentros en la tercera
fase, sobre la que puedes encontrar más información en uno
de los recuadros grises del capítulo.
Piratas a la vista
Una tesis que sostienen bastantes investigadores, y que podría explicar muchas de las desapariciones ocurridas hasta finales del siglo XIX. Ya he comentado que la zona de las Bermudas fue, desde 1540 hasta bien entrado el siglo XVIII, el epicentro de la piratería mundial. Corsarios, bucaneros y cazadores de piratas se dieron cita en las aguas del Caribe, con la intención de dar cuenta de galeones españoles y barcos mercantes holandeses.
En un ataque típico, los piratas asaltaban la nave, se llevaban los objetos de valor, enrolaban a una parte de la tripulación y pasaban a cuchillo a los que se resistían. Las naves solían o bien ser abandonadas a su suerte, capturadas y rebautizadas por los mismos piratas, o bien hundidas a cañonazos en medio del mar. No hay cifras concretas sobre la cantidad de barcos que fueron víctimas de ataques piratas durante esos dos siglos, pero debieron ser miles las naves que desaparecieron por culpa de esta clase de asaltos.
Con la llegada del
siglo XIX, la piratería clásica
desapareció de las aguas del Caribe y la sustituyeron otras formas
de dominación. El comercio de esclavos entre África y América
experimentó un auge espectacular, y las aguas del Triángulo se
convirtieron en una especie de autopista para aquellos desalmados
mercaderes. Los relatos que nos han llegado nos hablan de naves
sobrecargadas, repletas de esclavos enfermos y mal alimentados, que
llevaban con ellos enfermedades desconocidas más allá de
África.
Ajustes de cuentas entre mercaderes, motines de los esclavos, epidemias e infecciones que se extendían rápidamente entre la tripulación… Son muchas las causas asociadas al comercio de esclavos que podrían explicar que los barcos no llegaran a puerto. En concreto, se sabe de naves que fueron abandonadas en alta mar al descubrirse una epidemia entre los esclavos, lo que explicaría el fenómeno de los barcos fantasma, tan propio en las historias del Triángulo de las Bermudas.
Pero con la llegada del siglo XX y la desaparición de la piratería y la esclavitud —al menos en el área geográfica que nos ocupa— resulta más difícil adjudicar a esta razonable explicación las pérdidas de barcos y aviones. No se puede asegurar con certeza que no se hayan producido ataques piratas en la zona durante los últimos cien años, pero sí que podemos afirmar que es imposible atribuir la desaparición de centenares de barcos a esta causa. Algunos iluminados llegaron a insinuar que, con el ascenso al poder de Fidel Castro en Cuba, la piratería había resurgido de sus cenizas al adoptar una inspiración comunista; algo así como una puesta al día de la máxima que defiende robar a los ricos para repartirlo entre los pobres. Pero, que sepamos, las preocupaciones de Fidel Castro no pasaban por crear una flota de piratas comunistas que sembraran el terror en la zona de las Bermudas. La hipótesis de la piratería podría ser válida hasta la llegada del siglo XX, pero es de difícil aplicación en años posteriores.
Una puerta a otra dimensión
Una de las explicaciones más atractivas al misterio es la que insinúa que el Triángulo de las Bermudas podría ser una puerta abierta a otra dimensión o, para los que se conforman con menos, a otro punto de nuestro universo. Si bien no se han podido encontrar todavía puertas de este tipo en nuestra galaxia, la teoría de la relatividad general formulada por Einstein sí que recoge su posible existencia. Posteriores desarrollos de la teoría han insistido en la posibilidad real de que nuestro universo tenga unas cuantas de estas puertas, hasta el punto de recibir el nombre oficial de agujeros de gusano o puentes de Einstein-Rosen.
Su nombre, agujeros de
gusano, explica muy bien cómo funcionan. Imagínate una manzana y a
su correspondiente gusano, y calcula la distancia y el tiempo que
emplearía ese gusano para ir desde el rabo hasta la base, reptando
por la superficie. Ahora imagínate que el gusano, en vez de reptar
por la superficie de la manzana, decide hacer un agujero en una
punta y salir por la otra. En ambos casos, los puntos de destino y
llegada son los mismos; pero la distancia y el tiempo que el gusano
ha recorrido es mucho menor pasando por dentro de la manzana. Si
ahora cambias a la manzana por el universo, y al gusano por
cualquier entidad material, ya sabes cómo funciona un puente de
Einstein-Rosen.
Los agujeros, por lo tanto, tienen una entrada y una salida conectadas a través de un único pasillo. Uno de esos extremos, la entrada, atraería a toda la materia, en lo que sería un agujero negro. El otro extremo, la salida, la expulsaría, como si fuera algo parecido a un agujero blanco. Aunque todo esto te suene a ciencia ficción, se trata de teorías que se han podido demostrar matemáticamente, con los números en la mano, pero que todavía no se han observado in situ.
Según los físicos, podría haber dos tipos de agujeros de gusano. El primero conectaría dos puntos lejanos del mismo universo, como si fuera un atajo que permitiría ahorrar millones de kilómetros en un viaje espacial. El segundo tipo sería más bien un puente entre dos universos paralelos; es decir, entre dos realidades que se manifestarían en dimensiones distintas. En este último caso, esa realidad alternativa podría estar formada por los mismos elementos que la nuestra, pero combinados de una forma completamente diferente.
Física aplicada en el Triángulo
¿Y cómo se aplica esta pequeña lección de física al misterio del Triángulo? Bien sencillo. Cojamos a los pilotos y a los aviones del Vuelo 19. En el primer caso, el teniente Taylor y el resto de la flotilla habrían viajado hasta el otro extremo del universo, a una galaxia lejana de la que difícilmente podrían volver (a no ser que encontraran otro agujero). En el segundo, aquellos 14 pilotos podrían estar viviendo en una Tierra parecida a la nuestra, pero que funcionaría bajo unas leyes físicas distintas.
Sin embargo, la
existencia de un agujero de gusano en el Triángulo de las Bermudas
es harto improbable. Aunque los físicos recogen la posibilidad de
que el agujero podría aparecer y desaparecer a su antojo, lo que sí
que sabemos es que su abismal fuerza de atracción no sólo
absorbería a los barcos y a sus ocupantes, sino que también se
llevaría por delante al mar y a una buena parte de nuestro querido
planeta. De momento, y a la vista de lo que nos dice la ciencia, la
opción queda descartada.
Otra posibilidad sería, claro está, algún tipo de fenómeno similar al de los agujeros de gusano, pero que funcionara a una escala más pequeña y selectiva. Así, el agujero podría abrirse unos instantes, llevarse por delante aquello que estuviera dentro de un limitado rango de acción y, por fin, cerrarse sobre sí mismo como si nada hubiera pasado. Esta posibilidad, de momento, sí que entra en el terreno exclusivo de la ciencia ficción.
Como ves, no hay una única explicación que nos desvele el misterio del Triángulo de las Bermudas. Puedo hablarte de errores humanos, inclemencias meteorológicas, acciones de piratería y puertas a otra dimensión, pero parece que todas las hipótesis resultan insuficientes a la hora de hallar una respuesta global al problema. Muchas de las desapariciones podrían atribuirse a problemas meteorológicos o a errores humanos, pero en otros casos, en los que el sol brillaba en el cielo y los pilotos lo tenían bien claro, sólo se puede hablar de hipótesis que son factibles sobre el papel, pero que nos sabemos si lo son también en la realidad. El enigma, como ya es habitual, sigue abierto.