Capítulo 12

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El Hiroshima siberiano

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En este capítulo

• Alerta nuclear en 1908

• Las expediciones de un pionero

• ¿Un ovni se estrella en la taiga?

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Para empezar mi repaso a esta colección de enigmas contemporáneos, me voy a perder por la taiga, por la extensión boscosa más grande del mundo. En mitad de Siberia, en una zona con una densidad de población de menos de medio habitante por kilómetro cuadrado, se produjo una formidable explosión que arrasó una extensión de más de 100 000 campos de fútbol y que superó en 1000 veces la potencia de la bomba de Hiroshima. El fenómeno, conocido como el incidente de Tunguska, aún no tiene explicación. ¿Cómo se pudo producir algo así en el año 1908? Tendrán que pasar 50 años para que el hombre, cegado en una carrera armamentística delirante, sea capaz de provocar un grado de destrucción similar.

¿Un fenómeno de origen natural, entonces? En el caso de que así fuera, no puedo compararlo con nada, porque no conozco ningún otro suceso de características similares. Hay noticias de meteoritos que provocaron grandes explosiones al impactar con la Tierra, pero nada es comparable a lo vivido en Tunguska. La fuerza de la que es capaz la naturaleza puede rayar lo apocalíptico, en eso estamos de acuerdo, pero las explosiones nucleares sobre la superficie terrestre aún no están a la orden del día. De momento, y que yo sepa, los hombres del tiempo no las incluyen todavía en los mapas. ¿Nos queda, por lo tanto, alguna idea más? Vamos a ver qué descubrimos en las próximas páginas.

Estalla el silencio

Es hora de viajar hasta la Siberia central, a Tunguska, y de situarse en medio de un vastísimo bosque de coníferas donde sólo hay silencio. Allí, el 30 de junio de ese 1908, a las 7.17 de la mañana, una formidable explosión arrasó 3100 km2 de bosque. Por el camino, quedaron carbonizados un millar de ciervos y se originó un terremoto que rompió las ventanas de edificios situados a centenares de kilómetros. Se contaron por millones de árboles partidos por la base y aplastados contra el suelo, sin que hubiera cráter alguno. La explosión ocurrió en medio de la nada, en una de las regiones más frías y aisladas del mundo, pero desde las pequeñas poblaciones desperdigadas por la zona se dio noticia de lo ocurrido.

El cielo se rompe

De sur a norte, y a lo largo de una franja de 800 km, miles de tunguses contemplaron la caída de un objeto luminoso. Lo describieron como un objeto cilíndrico y brillante como un sol, de color blanco azulado, que realizó un vuelo horizontal en un perfecto silencio. Se calcula que cruzó los cielos a una altura de entre 5000 y 7000 m, y que debía de llevar una velocidad cercana a los 0,7 km/s.

Historias%20reales.jpgSegún los testimonios, ese gran tubo, al sobrevolar la zona de Keshma, cambió súbitamente de dirección y enfiló hacia el este. Acto seguido, los colonos de la región de Preobrazhenka lo vieron girar hacia el noroeste, como si no supiera muy bien adónde ir. Segundos después, en un apartado paraje entre los ríos Chunya y Tunguska, lo perdieron de vista y se registró la tremenda explosión. Según los científicos, el misterioso objeto volador no identificado explotó en el aire, a unos 3000 m de altura, con una potencia que podía rondar los 30 megatones. Para que te hagas una idea, la Bomba del Zar, el arma nuclear más potente jamás detonada, tenía una fuerza de 50 megatones.

No es de extrañar, por lo tanto, que los tunguses describan que “el cielo se partió en dos” y que un fulgor similar al del sol bañó la inmensidad de la taiga siberiana. Inmediatamente después, dicen que una ardiente columna en forma de lanza se alzó desde el horizonte, alcanzado una altura de más de 20 km. Y, junto a ella, un fabuloso huracán de fuego al que siguió una serie de “truenos y cañonazos” que barrieron un radio de centenares de kilómetros, derribando todo lo que encuentra a su paso. Cayeron hombres, animales, chozas, bosques y hasta los raíles del transiberiano, que se plegaron como horquillas. Los testigos añaden que durante un tiempo interminable, la tierra tembló en sucesivas oleadas, mientras una lluvia negra caía del cielo.

Donde no se pone el sol

INFORMACION%20TECNICA%20ok_OK.jpgEl estallido fue de tal magnitud que los sismógrafos de medio mundo acusaron el impacto. En un primer momento, se asoció a un poderoso terremoto. Las vibraciones, por ejemplo, fueron captadas en el Centro Sismográfico de Irkutsk, a unos 800 km al sur de Tunguska. Y también en Moscú, San Petersburgo y Jena (Alemania), ciudades situadas a unos 5000 km. Incluso en estaciones tan remotas como las de Washington (Estados Unidos) y Java (en Indonesia) se registrarían los temblores originados por la explosión. Según los registros de la época, en las noches de ese 30 de junio y del 1 de julio, unas inmensas y luminosas nubes plateadas cubrieron el norte de Rusia, así como buena parte de Europa.

La extraña luminiscencia mereció toda suerte de comentarios periodísticos y científicos. Y no era para menos. La luz nocturna fue tan intensa que, durante dos días, Europa vivió lo que se ha descrito como “un crepúsculo interminable”. En ciudades como Londres, Viena, Berlín o Copenhague fue posible hacer fotografías durante la noche o leer en el interior de las viviendas sin ayuda de ninguna clase de iluminación artificial.

También la meteorología se vio alterada. En las cinco horas siguientes a la explosión, violentas corrientes de aire azotaron el norte de Europa. Durante veinte minutos, los barómetros de seis estaciones inglesas registraron súbitas y anormales variaciones. Y las masas de aire, según los cálculos de los expertos, dieron dos veces la vuelta al mundo.

Los comentarios de entonces

En aquel 1908, la abundante comunidad científica europea se preguntó cuál era la razón de tan aparatosa luminiscencia, de tan inusuales turbulencias y de tan anónimos temblores. Como no podía ser de otra forma, surgieron decenas de teorías y posibles explicaciones. Pero, curiosamente, nadie asoció dichos fenómenos con la terrible detonación registrada en la meseta de la Siberia central.

En cierto modo era comprensible. Rusia atravesaba una situación sociopolítica crítica que parecía no interesar mucho fuera de sus fronteras, aunque unos años después llevaría a una revolución de alcance mundial. La región de Tunguska, por su parte, era poco menos que un lugar que no existía en los mapas. Otro verdadero trasero del mundo. Así que es normal que nadie encontrara la causa de aquellas dos noches llenas de luz que sorprendieron al Viejo Continente.

Falso%20Mito.jpgEn Rusia, donde no estaban todavía para explosiones nucleares, los científicos estimaron que la historia del objeto cilíndrico y de la columna de fuego era una fantasía más de los tunguses, un pueblo aficionado a la fabulación y a las leyendas. Así que tuvieron que pasar 13 años para que el inexorable destino desenterrara el enigma de la explosión de Tunguska. De nuevo, un solo hombre marcó la diferencia.

El sueño de un solo hombre

Historias%20reales.jpgComo en tantas otras ocasiones, la casualidad volvió a ser determinante a la hora de dar un vuelco definitivo a una investigación; capaz incluso de cambiar el sentido de una vida. En 1921, Leónidas A. Kulik, un notable científico que trabajaba en el Museo Mineralógico de San Petersburgo, recibió un modesto obsequio: un antiguo calendario. En el reverso se reproducía un reportaje de un periódico siberiano, que hablaba de la caída de un gigantesco meteorito en las proximidades de la ciudad de Tomsk. Kulik, especialmente obsesionado por el rastreo de estas piedras de origen cósmico, se sintió fascinado por el descubrimiento. Aquel breve en un periódico, puesto allí por la casualidad, cambió el rumbo de su vida y, de paso, rescató del olvido uno de los más atractivos misterios del siglo XX.

La primera expedición

Kulik no era precisamente un investigador novato cuando tuvo noticias del incidente de Tunguska. A sus 38 años de edad, sabía que lo primero que debía hacer era poner en marcha una exhaustiva investigación. Durante dos meses se preocupó de consultar los periódicos locales, y ahí surgió su primera sorpresa. Las noticias y reportajes señalaban que en 1908, en un punto no determinado de la provincia del río Yeniséi, un “objeto ardiente” se había precipitado sobre la taiga, provocando fuertes temblores de tierra y horribles explosiones. Aquello entusiasmó a Kulik.

Historias%20reales.jpgEn un diario de Krasnoyarsk, se aseguraba que “en varias aldeas, a lo largo del cauce del río Angara, en plena taiga, los colonos habían sido testigos del paso de un objeto celeste, de aspecto brillante, que cruzó el cielo de sur a norte […] Y cuando el objeto volador alcanzó el horizonte, una intensa llamarada partió en dos el cielo […] Y el resplandor fue tan intenso que se reflejó en las habitaciones cuyas ventanas estaban orientadas hacia el norte […] Y en la isla que se levanta frente a la aldea, los caballos comenzaron a relinchar y las vacas corrían desorientadas y mugían. Uno tenía la impresión de que la tierra se iba a abrir y que todo iba a ser tragado por el abismo”.

Leónidas Kulik, en vista de la documentación recogida, consiguió lo que parecía un milagro en la Rusia de 1921: la Academia de las Ciencias patrocinó una expedición con el único y exclusivo objeto de encontrar el inmenso y misterioso meteorito caído 13 años antes en Siberia. Era la primera expedición medianamente seria que se ponía en marcha.

En septiembre, Kulik y sus colaboradores partieron de San Petersburgo, cruzando los Urales en el mítico ferrocarril transiberiano. Durante el largo trayecto se detuvieron en las ciudades de Omsk, Tomsk, Krasnoyarsk y Kansk. En todas ellas, y muy en especial en la última, aparecieron nuevos testigos y valiosos testimonios que confirmaron lo ya sabido. Pero, como era de esperar, el supuesto meteorito no apareció. Y Kulik, con buen criterio, llegó a la conclusión de que el cuerpo sideral tenía que haberse estrellado más al norte, hacia el caudaloso río Tunguska.

Sin embargo, la llegada del invierno siberiano truncó la posibilidad de seguir el viaje y explorar la zona donde presumiblemente había caído el meteorito. La falta de medios, materiales y económicos, tampoco ayudó a que Kulik pudiera llevar la investigación hasta donde le hubiera gustado. Así, no le quedó más remedio que dar media vuelta y volver a Petrogrado, la actual San Petersburgo.

A la segunda va la vencida

El intrépido cazador de meteoritos no se rindió, y enseguida empezó a gestionar y preparar una segunda expedición. Pero tuvo que esperar unos cuantos años, en concreto hasta 1927, para materializar el que se había convertido en su gran sueño. En esos seis años trabajó intensamente en la reunión de toda suerte de datos que pudieran clarificar el cada vez más enigmático incidente de Tunguska.

Gracias a la ayuda y colaboración de otros científicos que viajaron por la región de Vanavara, Kulik supo que, desde el estallido, los tunguses se hallaban sometidos a una especie de temor supersticioso. Miles de renos habían muerto en la explosión. Chozas, almacenes y granjas de las riberas de los ríos Chambé, Tunguska y Angara fueron demolidos o desplazados como consecuencia de las detonaciones y del “fuego invisible” que se abatió sobre la taiga. Para muchos de los nativos aquella explosión era obra del dios Ogdy (se podría traducir por “fuego”), que les había maldecido por su presencia. Kulik, que buscaba guías para adentrarse en la región, no lo tuvo fácil para convencer a los nativos. Lo que habían visto sólo podía explicarse por la intervención de un poder sobrenatural.

En sus entrevistas con la población local, Kulik había encontrado algunos indicios que apuntaban a que aquel objeto no podía ser lo que él creía. Su comportamiento no encajaba con el movimiento típico de meteorito cuando entra en la atmósfera. Sin embargo, el audaz pionero del enigma de Tunguska siguió convencido de que se hallaba ante la caída de un importante cuerpo sideral. ¿Qué otra cosa podía pensar?

Al desembarcar en Kansk, a unos 600 km de la zona del impacto, los nuevos testimonios que recogió le dejaron boquiabierto. Aquella mañana del 30 de junio de 1908, algo que pareció una explosión subterránea estremeció toda la ciudad. La gente hablaba de que los objetos caían de estanterías y armarios, y que las lámparas se balancearon de forma inexplicable, como en un terremoto. En marzo, y después de reunir un modesto equipo y las provisiones necesarias, se adentró en la taiga rumbo a lo desconocido.

Con sus propios ojos

Historias%20reales.jpgKulik y sus colegas, guiados por lo que decían los testigos, empezaron a dirigirse hacia el norte sobre un trineo tirado por caballos. En el poblado de Vanavara, la aldea más cercana al lugar de la explosión, los expedicionarios se hicieron con pruebas más fiables. Aquellos humildes campesinos y pastores, además de haber presenciado un “gran resplandor luminoso sobre el horizonte”, habían padecido un calor abrasador y los efectos de una onda expansiva que los tiró a tierra y que hizo volar tejados, puertas y vallas. Algunos perdieron el conocimiento y otros quedaron sin habla, como consecuencia, sin duda, del horrible “trueno” que siguió a la “columna de fuego y humo” que se levantó hasta el cielo. Las ropas y la piel de los que se hallaban fuera de las casas se quemaron por un “fuego invisible” y, al poco, todo se cubrió de polvo y cenizas.

Kulik sentía que ya estaba muy cerca. Sin miedo, se adentró en la taiga en compañía de Ilya Potapovich, su guía y traductor. El 8 de abril tomaron el sendero que corría paralelo al río Tunguska Medio, en dirección a otro río, el Chambé. Durante cinco días, los dos hombres tuvieron que sortear los intrincados y pestilentes pantanos de la taiga, tan espesos que no dejaban avanzar los caballos. Cuando llegaron a orillas del río estaban exhaustos y presentaban síntomas de escorbuto, por la falta de víveres. El 13 de abril de 1927, Kulik vio por fin con sus propios ojos el escenario de la gran explosión de 1908. El geólogo ruso escribiría más tarde al recordar aquel momento: “El resultado de un rápido examen excedió cuanto habían contado los testigos y superó mis más desmedidas esperanzas”.

La desolación se abre ante Kulik

Historias%20reales.jpgDesde su puesto de observación, el primer científico que llegaba a la región de Tunguska asistió a un espectáculo devastador: miles de troncos de pinos y abedules yacían en tierra, derribados por la onda expansiva, y orientados hacia una misma dirección, el sur. El propio Kulik describiría que “la mayoría de árboles presentaban extrañas quemaduras, como si los troncos hubieran sido quemados desde arriba; aquello, por supuesto, no se correspondía con un incendio convencional”. Fascinados por lo que encontraron, los expedicionarios prosiguieron su avance hacia el norte abriéndose paso entre murallas de árboles partidos.

Muy a su pesar, las penalidades por las que tuvo que pasar el esforzado investigador ruso no habían terminado. Se encontraba en medio de la desolación y el silencio, a punto de alcanzar el epicentro de la explosión. En ese momento mágico, el guía, que era de Tunguska y creía que el dios del fuego andaba por ahí, se quedó paralizado por el miedo. Se negó a continuar, y Kulik, impotente, tuvo que regresar a Vanavara. Pero, insistente como era, el geólogo ruso se procuró nuevos guías y partió por segunda vez. Y en junio, al fin, abriéndose paso a hachazos en medio del cementerio de troncos calcinados, llegó a una cuenca pantanosa que los nativos llamaban el pantano del Sur. Tras largas y meticulosas indagaciones, Kulik estimó que aquel podría haber sido el centro de la explosión. Y, desde allí, comprobó cómo los bosques se hallaban derribados en forma radial. Si marchaba hacia el este, las copas de los árboles apuntaban justamente en esa dirección. Si lo hacía en sentido opuesto, miles de troncos señalaban hacia el oeste. Y lo mismo sucedía al norte y al sur. No había duda posible en la cabeza de Kulik. La desintegración del gigantesco meteorito tenía que haberse registrado sobre el pantano y, a partir de ahí, en todas direcciones. Pero enseguida notó que había algo que no le cuadraba. No había ningún cráter, que habría sido lo típico del impacto de cualquier bólido. Ni Kulik ni las sucesivas expediciones que se aventuraron más tarde en Tunguska lo encontrarían jamás.

Los palos del telégrafo

El misterio, lejos de disiparse, se oscureció… y, para mayor desconcierto, muy cerca del epicentro, Kulik descubrió un extraño fenómeno. Entre los 3100 km2 de taiga arrasada, un reducido grupo de árboles continuaba en pie, sin ramas y tan muerto como el resto de los troncos que yacían alrededor. Unos árboles que se negaron a caer y que bautizó como “el bosque de los postes de telégrafo”.

Kulik tomó fotografías de todo lo que vio, dejando constancia visual de que aquella devastación era auténtica como la vida misma. Sus imágenes, que muestran a la perfección los miles de troncos apilados contra el suelo, muertos en una carnicería, son todavía hoy pruebas de referencia para cualquier investigador. Unas impactantes fotografías que darían la vuelta al mundo. Cuando Kulik regresó a la rebautizada Leningrado, el enigma de Tunguska ya estaba lanzado.

Explosiones que han hecho historia

Para entender la magnitud real de la explosión de Tunguska hay que compararla con los resultados de los test nucleares llevados a cabo durante la guerra fría. Los expertos han calculado que en el incidente de 1908 se liberó energía por valor de unos 30 megatones de TNT, capaz de convertir en cenizas cualquier objeto situado en un radio de unos 20 km. A ver de qué fueron capaces rusos y estadounidenses durante los años del delirio atómico.

Los estadounidenses abrieron tan macabra carrera en 1945 lanzando la bomba de Hiroshima sobre población civil. El artefacto, llamado con sorna Little Boy, tenía una potencia de 13 kilotones y causó daños irreversibles en un radio de 1,5 km. Días después, Fat Man estallaría en Nagasaki con una potencia de 21 kilotones. Tuvieron que pasar diez años para que la carrera armamentística estadounidense consiguiera fabricar bombas de más de un megatón —el equivalente a 1000 kilotones—. Castle Bravo, en 1954, alcanzó los 15 megatones, mientras que la B41 y la Mark-17 llegarón a los 25 entre 1954 y 1960. Se convertían así en los artefactos nucleares más potentes jamás construidos en Estados Unidos, y los únicos capaces de producir una destrucción similar a la ocurrida en Tunguska.

Por su parte, la Unión Soviética probó su primera bomba atómica en 1949; se llamaba RDS-1 y tenía una potencia de 22 kilotones, similar a la de Nagasaki. Después vendrían la RDS-6 con 400 kilotones, en 1953, y la primera bomba de hidrógeno soviética, la RDS-37 de 1,6 megatones. El récord absoluto se lo lleva la Bomba del Zar, la RDS-200, con una explosión de 50 megatones en 1961. Hasta la fecha es la explosión más potente jamás provocada por el hombre, pero no la más fuerte registrada sobre la Tierra. En 1883, la explosión del volcán Krakatoa se llevó por delante la isla donde se erigía y a toda su población, unas 50 000 personas. La potencia de la explosión alcanzó los 200 megatones, cuatro veces más que la Bomba del Zar y casi diez veces superior a la de Tunguska.

Comprender lo inexplicable

En 1927, año del sensacional descubrimiento, el hombre jamás había visto una devastación de ese estilo. Por su magnitud, un gran terremoto era perfectamente capaz de causar una destrucción similar; pero, por sus características, no se había visto nada igual en la historia documentada. Lo descrito por Kulik encajaba con una explosión de naturaleza atómica; un concepto que todavía no podía describirse, ni siquiera imaginarse. Para la mentalidad de la época, aquello representaba el mayor de los enigmas. Inmediatamente, científicos de todo el mundo convirtieron Tunguska en un lugar obligado de peregrinación.

Investigar a tientas

INFORMACION%20TECNICA%20ok_OK.jpg¿Y qué pensaba Kulik, el descubridor, de todo aquello? A pesar de la falta de evidencias, él siempre pensó que la explosión se debió a la caída de un meteorito. Algo razonable si tenemos en cuenta que el buen Leónidas sentía una especial predilección por el tema; la misma que le había empujado a investigar a fondo el incidente. Su teoría consistía en que un formidable cuerpo espacial habría estallado en el aire, liberando una energía equivalente a treinta millones de toneladas de TNT. Una explosión así explicaría satisfactoriamente la tremenda destrucción, los registros en los sismógrafos y las turbulencias en medio mundo. Sin embargo, como ya he comentado, una pega considerable invalidaba esta hipótesis: la ausencia de un cráter típico. Estudios posteriores y más completos terminaron por desacreditar la teoría del meteorito.

Falso%20Mito.jpgSurgieron entonces nuevas teorías. Una de ellas afirmaba que una gota de antimateria había irrumpido en la atmósfera, y otras incluso que un agujero negro había impactado con la corteza terrestre. Para mí, son respuestas mucho más fantásticas e insostenibles que la que sostuvo en 1946 el novelista Alexander Kazantsev, y que apuntaba a una explosión de origen nuclear, algo que resultaba insólito en 1908.

Pero antes de inaugurarse esa vía se barajó también la posibilidad de que los restos de un cometa hubieran caído sobre Siberia a una velocidad de 40 000 km/h. Una idea que algunos investigadores aún sostienen hoy día. Según esta versión, la explosión se habría producido a 50 km de altura, lo que habría originado una formidable onda de choque. La ciencia, sin embargo, no se vio satisfecha con esta explicación, porque un cometa que se hubiera aproximado a la Tierra habría sido detectado por los astrónomos mucho antes de su entrada en la atmósfera. Recordemos, por ejemplo, el caso del cometa Halley en 1910 y 1986, que con un poco de tino podía verse a simple vista. Nada de esto había sucedido en el incidente de Tunguska.

Además, según los testigos, el posible cometa desarrolló un vuelo horizontal, a una velocidad que, de acuerdo con los cálculos del geofísico soviético Zolotov, nunca pudo superar los dos o tres kilómetros por segundo. Un vuelo horizontal que, en el colmo de los colmos, cambió de trayectoria en dos ocasiones; algo imposible para un cometa. Y tampoco debemos olvidar las repetidas descripciones de los testigos presenciales, que hablaban de un objeto cilíndrico, parecido a un tubo. A pesar de las bienintencionadas explicaciones, no había una explicación clara. Pero a raíz de la explosión de la primera bomba atómica en 1945, las líneas de investigación adoptaron un nuevo enfoque.

Nuclear, por supuesto

EL%20AUTOR%20OPINA%20benitez.jpgEl novelista Alexander Kazantsev, en 1946, se atrevió a formular una hipótesis que, a primera vista, encajaba a las mil maravillas con lo descrito, observado y analizado en Tunguska. Después de ver los efectos del infame Little Boy, que había estallado unos meses antes a unos 600 m en la vertical de Hiroshima, Kazantsev comprobó que guardaban una gran similitud con las detonaciones registradas en 1908 en Siberia. En concreto, encontró las siguientes similitudes:

• El “fuego invisible”

• La onda de choque

• Las tormentas electromagnéticas

• Las luminiscencias nocturnas

• Las turbulencias

• El bosque de postes de telégrafo

INFORMACION%20TECNICA%20ok_OK.jpgA partir de 1958, las nuevas expediciones descubrirían algo más gracias a los análisis dendrocronológicos (véase capítulo 3). A raíz del incidente de Tunguska, los anillos de los árboles que habían quedado vivos experimentaban un crecimiento muy superior al de épocas anteriores. Si los que precedieron al estallido oscilaban entre 0,4 y 2 mm, los aparecidos más tarde alcanzaban hasta 1 cm de grosor. En Hiroshima se había producido un fenómeno muy similar, por lo que todo indicaba que lo ocurrido en Siberia tenía mucho que ver con una explosión nuclear.

Científicos como Zolotov y Plenajov, en 1959, y Florensky y Nekrasov, en 1961, demostraron que el índice de radiactividad en el epicentro de la explosión era entre una y media y dos veces superior a lo admitido como normal. Y buscando en los anillos interiores de plantas y árboles, las pruebas espectrográficas denunciaron la existencia de cesio 137 en proporciones sólo explicables ante una deflagración atómica. Y la hipótesis de Kazantsev fue tomando cuerpo, muy a pesar de los críticos recalcitrantes. El novelista afirmó sin reparos que “una nave espacial —obviamente no humana— había estallado en Tunguska”.

Un ovni sobre la taiga

La teoría de la colisión de una nave especial, que explicaba el extraño vuelo del objeto luminoso y la radiactividad, cobró además nuevas fuerzas con la llegada de otros descubrimientos. Al profundizar en los análisis, se descubrió que la totalidad de la zona devastada aparecía acribillada por milimétricos glóbulos esféricos, que funcionaban como perdigones, compuestos de silicatos y magnetita. Lo más curioso es que la distribución de estos racimos de “pequeñas esferas brillantes”, incrustadas en el suelo y en los troncos, se correspondía con la forma elíptica de la explosión. Una forma poco usual y que, en opinión de los investigadores rusos, sólo podía deberse a una detonación directiva: es decir, con un efecto que no es el mismo en todas direcciones. Como si un avión se hubiera estrellado.

Zolotov y Zigel redondearon la tesis de Kazantsev al aventurar que el explosivo en cuestión tenía que hallarse en el interior de un envase cilíndrico; una forma que coincidía con lo tantas veces repetido por los testigos de la explosión. Poco después, merced a análisis más detallados, en las muestras se encontraron restos de cobalto, níquel, cobre y germanio. Así, la teoría de la aeronave cobró nuevas fuerzas…. Pero, claro, ¿quién volaba en 1908? A decir verdad, muy pocos y mal. Los hermanos Wright consiguieron su primer salto con avión a motor en 1903, volando la friolera de 250 m. No creo que si los Wright se hubiesen estrellado en Tunguska hubieran provocado aquel desastre. Tenía que haber sido una artefacto mucho mayor y más veloz…

EL%20AUTOR%20OPINA%20benitez.jpgHoy, cómo en la fábula de Iriarte, los científicos siguen preguntándose si la culpa la tuvo un cometa o un asteroide, como si discutieran sobre galgos y podencos. La ausencia de cráter invalida la idea del meteorito; la presencia de perdigones —y de tan variados minerales y elementos—, la del cometa. Hoy siguen apareciendo más y más teorías, tan descabelladas como las del agujero negro y la antimateria. Hay quien sostiene que fue Nikola Tesla lanzando rayos desde una de sus bobinas; otros, que se trata de una bolsa de gas que subió desde las entrañas de la Tierra. Mientras no haya pruebas concluyentes, nada podemos asegurar. ¿Fue entonces una nave extraterrestre que impactó contra la Tierra? Tampoco hay nada que invalide esta hipótesis… Hasta dar con la solución, novelas, reportajes, series de televisión y videojuegos —¡hasta seis!— seguirán explotando el enigma de Tunguska y alimentando la leyenda. Y parece que así será durante muchos años.