Capítulo 6
. . . . . . . . . . . .
Pascua, el ombligo del mundo
. . . . . . . . . . . .
En este capítulo
• La leyenda rapa nui
• Los moais y otros prodigios
• El poder la fe
. . . . . . . . . . . .
Quien se sigue
aferrando a una visión occidental, ésa que coloca a Europa en el
centro de todos los mapas, seguro que piensa que la isla de Pascua
podría ser muy bien el fin del mundo. Para empezar, está en el
oceáno Pacífico; un océano que a los europeos nos queda muy lejos;
de hecho, el primer occidental que llegó a la isla lo hizo en 1722.
Y aunque pertenece administrativamente a Chile, se encuentra a
miles de kilómetros de cualquier costa continental. Hacia el este,
hacia Chile, no se ve tierra en 3680 km. Australia, hacia el oeste,
queda a 9250 km, y la distancia con España es difícil de asumir:
unos 13 500 km. Si no se trata del lugar más perdido de la Tierra,
poco le falta para serlo.
Pero a pesar de las enormes distancias, todos hemos oído hablar de ella y de sus moais, esas enormes estatuas de piedra que pueblan la isla. Seguro que nos suena incluso un nombre en lengua indígena, rapa nui, con el que genéricamente se denomina a su cultura autóctona, compuesta de un universo simbólico riquísimo, que aún hoy nos plantea un buen puñado de misterios sin respuesta.
¿Quiénes son esos nativos rapa nui? ¿De dónde llegaron? ¿Cómo construyeron y movieron los moais? ¿Quién les enseñó a labrar la tierra con técnicas avanzadas? Después de visitar la isla en cinco ocasiones y de escuchar atentamente lo que me contaron sus pobladores, creo que he podido sacar mis propias conclusiones. Te invito a que me acompañes en un fascinante viaje a través de su cultura, durante el cual quizá descubras que la isla de Pascua, lejos de ser un lugar perdido del mundo, bien podría ser el centro de éste.
Las raíces de un pueblo
Mucho se ha escrito y difundido sobre la isla de Pascua y sus colosales estatuas, los moais. Pero creo que esa amplísima bibliografía no ha resuelto las grandes incógnitas que envuelven todavía a la isla, llamada por sus primeros habitantes Te Pito O Te Henúa; una expresión que podríamos traducir por un elocuente “el ombligo del mundo”.
En mis primeras visitas, todas mis investigaciones habían tomado como referencias los criterios científicos oficiales. Unas hipótesis que me parecían contradictorias y superficiales. En mi último viaje, obedeciendo a mi intuición, decidí escuchar la voz del pueblo. ¿Qué cuenta la tradición? ¿Qué dicen los ancianos pascuenses? ¿Cuál es su versión?
Un rey sin reino
Para los pascuenses, para los rapa nui, la historia de su pueblo, que se ha transmitido de padres a hijos, no ofrece la menor duda. Todo empezó con un rey sabio y prudente. Se llamaba Hotu Matu’a y su primitivo reino, que no era aún la isla de Pascua, recibía el nombre de Hiva Marae Renga. Allí vivía feliz, arropado por su pueblo y su esposa, hasta que un día ocurrió algo para lo que no estaban preparados: las mareas dejaron de retroceder y la línea del mar subió inundando las tierras. A razón de 40 cm por año, aquel pacífico reino empezó a desaparecer bajo las aguas.
El desesperado rey envió diferentes expediciones en busca de nuevas tierras donde poner a salvo a su pueblo. Pero todas las islas cercanas se encontraban habitadas. Fue entonces cuando el mago y sacerdote Hau Mala tuvo la visión de una isla, situada hacia el este, que todavía estaba deshabitada. En sueños, el gran dios Make Make cogió al mago y se lo llevó a tres islotes que se alzaban muy cerca de esa nueva tierra prometida, desde donde pudo adivinar el futuro de su pueblo. Se cuenta que el mago, en su viaje místico, llegó a pisar la isla con sus propios pies. Al despertar, el sacerdote acudió a su rey y le anunció la buena nueva.
La tierra prometida
Hotu Matu’a ordenó que siete exploradores partieran hacia el nacimiento del sol. Tal y como dijo el mago, tras días de navegación encontraron la isla. Incluso encontraron sus pisadas en las rocas de uno de los volcanes. Pero lo que vieron no les gustó en absoluto: se trataba de un lugar pedregoso, casi sin vegetación, y azotado por vientos huracanados. Al regresar a Hiva, a su isla amenazada, intentaron convencer al rey para que olvidara el sueño del hechicero. Pero Hotu Matu’a, confiando en su dios, zarpó de Hiva en dos grandes canoas.
En una viajaba el rey
con trescientos hombres escogidos y en la otra, con la reina, iban
las mujeres. Como equipaje: semillas, animales, un moai y la
historia de Hiva, recogida en 69 tablillas de madera. Unas leyes
escritas en un código que sólo podían entender los sacerdotes e
iniciados. Tras 66 días de navegación y no pocas calamidades, aquel
pueblo avistó por fin el que iba a ser su nuevo hogar.
Tras rodearla y decidir cuál era el mejor lugar para desembarcar, aquel rey puso el pie sobre una de las playas y bautizó la isla como “el ombligo del mundo”. Y con él desembarcaron también la caña de azúcar, el plátano, las aves de corral y la memoria colectiva del viejo reino, aquellas 69 tablillas. En las canoas, además, viajaba el símbolo que ha perdurado hasta nuestros días: el moai.
Según los ancianos de Pascua, así empezó la verdadera historia de la isla. Una migración obligada que se remontaría, quizás, al siglo V d. C. Los rapa nui establecen esta fecha basándose en la lista de reyes que sucedieron al mítico Hotu Matu’a, y que ellos conservan con nitidez en la memoria colectiva. En total, dicen que la isla ha sido gobernada por 64 reyes; si calculamos una duración de 25 años por regente, nos acabamos remontando al año 400.
Hay arqueólogos que piensan que el desembarco es más reciente, pero todos coinciden en afirmar que la isla se encontraba deshabitada cuando llegaron los primeros pobladores. No es de extrañar, porque la única tierra que puede observarse desde la isla de Pascua es… la Luna.
Figura 6-1: Copia de una de las tablas rongo-rongo
El continente perdido
Al escuchar la historia
de aquel rey sabio, la primera duda que nos asalta es si realmente
existió aquel país llamado Hiva. No hay manera de saberlo, pero han
aparecido ciertas hipótesis al respecto. A finales del siglo
XIX un investigador inglés, James
Churchward, dijo haber encontrado unas tablillas en India que
podrían confirmar dicha idea. Sin embargo, no se refirió a aquella
tierra como Hiva, el topónimo rapa nui, sino como Mu, el continente
perdido: una fabulosa extensión de tierra que habría ocupado un
triángulo situado entre Hawái, Fiyi y la isla de Pascua. Años más
tarde, en 1921, el estadounidense William Niven se topó en México
con un hallazgo similar. Más tablillas que hablaban de una tierra
en medio del océano Pacífico.
Para la mayor parte de los científicos esta posibilidad es pura fantasía. Pero para los pascuenses, en cambio, la existencia de Hiva fue real. Así lo dice su tradición oral y aquellas 69 tablas con toda su historia, que sitúan al continente perdido hacia el sudoeste, a dos meses de navegación. De hecho, en la isla hay un impresionante grupo de moais que, según los rapa nui, apunta directamente en la dirección del continente perdido. Están hacia el oeste y, para mi sorpresa, son los únicos que están mirando hacia el mar. Los llaman “los siete exploradores” y recuerdan a aquellos siete audaces súbditos de Hotu Matu’a que se echaron al mar para confirmar el sueño del hechicero. Los moais apuntan hacia las proximidades de Nueva Zelanda; exactamente, rumbo 254.
Las tablillas rongo-rongo
La tradición nos cuenta que Hotu Matu’a y su pueblo llegaron a Pascua con 69 tablillas de madera, en las que se narraba la historia de Hiva, la isla madre. Unas tablillas, o “maderas parlantes”, grabadas con 150 signos básicos y con las que podían componerse más de dos mil lecturas. Un formidable tesoro que se perdió en el siglo XIX, con la llegada de la civilización occidental a la isla.
Hoy sólo quedan 24 de esas tablillas, repartidas por los más importantes museos del mundo. Su valor es incalculable. En ellas, sin duda, se explican muchos de los enigmas que todavía envuelven la isla de Pascua. Pero de momento no somos capaces de descifrar su significado.
Los grabados rongo-rongo son el único sistema de escritura conocido en toda Oceanía. Aún no se sabe si se trata de un alfabeto, de jeroglíficos o de otro tipo de símbolos. Algunos investigadores han asociado algunos símbolos rongo-rongo con el miembro sexual masculino, pero ha sido imposible confirmar ninguna hipótesis. Sólo se ha podido apreciar que hay algunos grupos de símbolos que se repiten… y poco más. Somos incapaces de dotarlos de un significado. Por desgracia, el secreto contenido en esas tablillas se nos sigue escapando.
Los antropólogos, sin embargo, no están de
acuerdo con la versión de los rapa nui. Para ellos la migración
debió proceder de algún punto más cercano, como las islas
Marquesas, situadas hacia el noroeste. Otros sugieren que no, que
llegaron desde las costas del Perú o de India. Pero los isleños
niegan estas hipótesis, y repiten su versión de que Hiva era parte
de un continente más grande, que ocupaba buena parte del Pacífico.
Un continente perdido. ¿El legendario Mu?
Los moais, símbolo de Pascua
Repartidas por toda la isla, estas estatuas son el símbolo de Pascua y uno de los tesoros arqueológicos más famosos del mundo. La UNESCO ha declarado a los moais Patrimonio de la Humanidad, por lo que cada año atraen a miles de turistas, que llegan hasta esta isla perdida en mitad del Pacífico con la única intención de verlos con sus propios ojos. Los moais les devuelven una mirada impasible desde hace siglos, que provoca en el visitante un sinfín de interrogantes. Intentaré darte la respuesta a algunos de ellos. ¿Quién los hizo? ¿Con qué técnicas? ¿Y para qué?
Figura 6-2: Con los siete exploradores
La primera piedra
Para dar con la primera de estas impresionantes estatuas, tenemos que volver al relato del éxodo del rey Hotu Matu’a y del resto de su pueblo. Según la tradición, el rey sabio gobernó durante 20 años, los más prósperos y brillantes de la historia de la isla. En ese periodo se inició, probablemente, la construcción de los moais más antiguos, pero el primero —e inspiración del resto— provenía de aquel continente perdido, como si fuera otro exiliado más. Hoy nadie sabe cuál de los moais es el primero, y se cree que fue destruido.
La arqueología ha catalogado alrededor de mil moais. Cuatrocientos se hallan enterrados o sumergidos en las aguas que rodean la isla. El resto, unos seiscientos, se alzan sobre un total de 101 altares, llamados ahus, estratégicamente repartidos por el interior y, sobre todo, por el perímetro costero. Tienen una altura que ronda los 4 m, y un peso que oscila entre las 20 y las 30 t.
Mucho se ha especulado sobre el origen de
los moais. He llegado a oír que los construyeron los
extraterrestres, e incluso que Hotu Matu’a y su prole llegaron con
las estatuas desde la Atlántida. Yo creo que la verdad no pasa por
ahí… Los moais pueden encerrar muchos misterios, pero nada tienen
que ver con seres llegados del espacio.
Las pruebas de su origen las encontramos al este de la isla, en las faldas de un viejo volcán, el Rano Raraku. Aquí se han contado hasta 396 estatuas, algunas de ellas en fase de construcción, lo que me lleva a pensar que aquí se encontraba la cantera de los moais. La confirmación definitiva llegó cuando, junto a sus restos, se encontraron también los toki, unas rústicas herramientas de basalto con las que se labraban las estatuas. Está claro, por lo tanto, que los moais no vinieron de Marte, sino que fueron obra de los rapa nui.
Problemas de identidad
La arqueología oficial no lo tiene muy
claro, pero los pascuenses no albergan duda acerca de cuál es el
significado real de los moais. Se trataría, sencillamente, de la
representación de reyes o personajes notables de la comunidad.
Estos escogidos encargaban en vida la construcción de su figura,
que los artesanos empezaban a trabajar directamente en la cantera.
Al terminarla la dejaban caer por una pendiente y la encajaban en
una fosa, donde se remataba la espalda. Una vez colocada allí sólo
había que esperar a que el propietario falleciera.
Cuando esto ocurría, el moai era
trasladado al lugar elegido y alzado sobre el altar. Era entonces
cuando los artesanos procedían a la fase culminante: abrían las
cuencas oculares y engastaban en ellas unos ojos de coral blanco
con pupilas de escoria roja. Esa mirada terrorífica era la señal:
el difunto tomaba posesión del moai y su poder se difundía a través
de dicha mirada. Ese poder, que los nativos llaman mana, alcanzaba así a todos sus súbditos y
familiares; por esta razón todos los moais —menos “los siete
exploradores”— miran hacia el interior de la isla.
Si tienes en mente la imagen de un moai, quizá recuerdes que algunos llevan una especie de tocado en la cabeza. Y es que, según la categoría del difunto, las estatuas se adornaban con un pukao; una suerte de moño o sombrero elaborado con escoria roja y que constituía el emblema de la estatua. No todos los moais lo llevan, lo que nos hace pensar que la arcaica sociedad rapa nui tenía una estructura de clases bastante rígida; ni después de la muerte los hombres llegaban a ser iguales.
Unas líneas antes he
escrito, como quien no quiere la cosa, que “el moai era trasladado
al lugar elegido y alzado sobre el altar”. Supongo que, mientras
leías, te habrá pasado una sencilla pregunta por la cabeza: “¿Cómo
eran capaces de desplazar aquellas piedras hasta el lugar elegido y
levantarlas hasta darles el aspecto escogido?”. Pesaban entre 20 y
30 t… e incluso hay noticias de algunos de mayor tamaño: en la
costa norte nos encontramos con un ejemplar que mide casi 10 m y
pesa 85 t; y en la cantera, a medio terminar, un moai habría
llegado a pesar 250 t y medido 22 m. Los sombreros, los
pukaos, pesan entre 7 y 8 t, y no se
colocaban hasta que la estatua estaba terminada. ¿Cómo podían mover
semejantes masas de piedra si no conocían ni la rueda ni las
aleaciones de metales?
Figura 6-3: La silueta de un moai con su pukao
La fe mueve pedruscos
Durante décadas el problema del desplazamiento de los moais ha mantenido ocupados a investigadores de todo tipo. Algunos científicos, como Mulloy, Schwarz, Love o Thor Heyerdahl, se han esforzado en demostrar que el citado transporte no es, en realidad, un problema tan misterioso. Sus hipótesis hablan de trineos de madera sobre el que descansarían las estatuas; cuerdas, rodillos y caminos de paja por los que los rapa nui empujaron los colosos de piedra hasta su lugar definitivo.
A mí, personalmente, estas
hipótesis no me convencen. Como ocurre con las pirámides de Egipto,
este supuesto arrastre habría exigido cientos, quizá miles de
hombres. Demasiados para una cultura como la rapa nui. Además, el
uso de cuerdas amarradas al cuerpo de piedra habría dañado
irremisiblemente al moai; las estatuas están hechas de palagonita,
un mineral de origen volcánico bastante dúctil y frágil. De hecho,
en 1982 se pudo comprobar la fragilidad de este material. Con
motivo de una exposición sobre Pascua celebrada en Osaka (Japón) se
decidió trasladar a uno de los moais. A pesar de la extrema cautela
y de la precisión del instrumental usado, las sogas utilizadas en
la mudanza marcaron la piedra para siempre.
Pero, a pesar de la evidencia, la teoría oficial sigue hablando de cuerdas y rodillos de madera como medio de transporte de las estatuas. ¿Por qué, entonces, ninguna de las estatuas presenta muescas o rozaduras? La respuesta, para mí, está clara… Porque no se usaron instrumentos de madera para el desplazamiento. ¿Y cómo lo sé? Bien sencillo: simplemente miré a mi alrededor y pregunté a los ancianos de la isla.
Al observar el paisaje que me rodeaba, pude apreciar que en la isla no hay bosques. No existe ni una sola fuente de donde obtener la madera. Los ancianos se lo han repetido a los científicos de todas las maneras posibles, pero no hay forma de que les hagan caso. Cuando les pregunté, me lo volvieron a repetir: “En la isla nunca hubo bosques”.
De hecho, los
vulcanólogos y palinólogos —los expertos en polen, que volverán a
aparecer en el capítulo 9— les dan la razón. Hace unos diez mil
años, la isla padeció la última gran erupción volcánica. El Maunga
Terevaka, al norte, entró en actividad, y los ríos de lava
arrasaron Pascua, sofocando cualquier resto de vegetación. Cuando
Hotu Matu’a llegó a la isla, el único arbusto presente era el
toromiro, de apenas 1,30 m de altura y unos 30 cm de diámetro. Del
todo insuficiente para construir estructuras de madera con las que
mover los moais. Entonces ¿qué responden los ancianos cuando se les
pregunta sobre el problema? Una sencilla palabra que ya he citado
antes se convierte de nuevo en la respuesta: el mana.
Figura 6-4: Las hipótesis no me convencen
El poder de los dioses
La ciencia no acaba de dar una respuesta satisfactoria al misterio del movimiento y elevación de los moais. En cambio, los habitantes de la isla de Pascua repiten una y otra vez que todo se debe al mana. El mana era un poder sobrenatural que emanaba del dios Make Make, una criatura que descendió de los cielos y se instaló en la mítica Hiva. Allí, aquel ser venido de los cielos se mezcló con las hijas de los hombres, y de ahí nacieron los viejos héroes y los reyes más nobles; entre ellos, Hotu Matu’a. Todos aquellos elegidos, hijos de los dioses, gozaban de un poder sobrenatural que les permitía hacer milagros. Ese poder era el mana.
A pesar de los peligros que podía implicar la posesión de semejante fuerza sobrehumana, los reyes y sacerdotes siempre emplearon el mana en beneficio de su pueblo. Al intentar concretar en qué consistía exactamente, los rapa nui a quienes pregunté no supieron darme detalles. Todos, sin embargo, coincidieron en que era como una energía que modificaba personas y cosas.
Cuando el rey extendía
sus manos hacia el mar, peces y tortugas se multiplicaban,
abasteciendo a sus súbditos. Al hacerlo con semillas o plantas, las
cosechas prosperaban. Cuando Hotu Matu’a o sus sacerdotes extendían
sus manos hacia los moais, las estatuas que aún estaban en la
cantera se levantaban y se desplazaban por el aire. Es decir, el
mana producía un movimiento por telequinesia, un fenómeno muy
estudiado por la parapsicología que consiste en el desplazamiento
de objetos con el pensamiento, sin utilizar herramienta física
alguna. Algo así como una versión pascuense del cristiano “la fe
mueve montañas”.
Gracias al mana, según los nativos de Pascua, pudieron moverse los moais que hoy pueblan la isla. Y también las enormes piedras que componen el altar de Vinapú, un ahu bastante diferente a los que se conservan a lo largo de la isla. Su estructura es grandiosa, y el peso y pulido de los bloques que lo integran no tiene mucho que ver con los del resto de altares. Está hecho a partir de bloques de basalto perfectamente escuadrados, soldados entre sí. Unos bloques de piedra que pesan más de 10 t…
El ahu Tongariki
Se trata del mayor altar, o ahu, de los levantados en Pascua, y se calcula que data de los siglos IX o X de nuestra era. Situado al sur de la isla, tuvo que ser restaurado en su totalidad a finales del siglo XX; en 1960 un tsunami que arrasó la isla se llevó las estatuas hacia el interior, algunas a más de 100 m de su emplazamiento original. Después de un laborioso trabajo de restauración llevado a cabo por las autoridades chilenas, en la actualidad el ahu se eleva a una altura de unos tres metros, cuando se cree que antes sólo tenía uno o dos. Sobre él, 15 moais de variadas formas y tamaños con una altura media de 10 m y un peso que ronda las 60 t. Uno de ellos, que lleva el tocado característico —el pukao—, alcanza una altura mucho mayor, de 14 m desde la base. El ahu Tongariki bien podría ser un auténtico templo de los moais.
¿El mana otra vez? Ésa es la
explicación del pueblo rapa nui. Una fuerza mental capaz de mover
la piedra y acelerar las cosechas. La ciencia, evidentemente,
rechaza la hipótesis por una falta total de pruebas. Pero lo cierto
es que tampoco se atreve a ofrecer una teoría sólida que explique
cómo se levantaron moais y se coronaron con los pukao. Como tampoco sabe muy bien qué decir ante
los conocimientos tecnológicos y científicos de los que hacían gala
los rapa nui, inauditos para el siglo V d. C. Mientras la ciencia no desarrolle una
explicación sólida y completa para explicar estos enigmas, somos
libres para escoger la hipótesis que más nos convenza.
Los otros secretos
La verdad es que Hotu Matu’a y los primeros pobladores del “ombligo del mundo” —llegaran desde donde llegaran— trajeron consigo una cultura tan esmerada como desconcertante. Ya sabemos que podían mover y levantar esculturas de piedra, hechas de una sola pieza y de más de veinte toneladas. Pero más allá de los célebres moais, aquel rey y sus súbditos eran portadores de otros secretos y extraordinarios conocimientos.
El parto submarino
Según la tradición rapa nui, la esposa de Hotu Matu’a, que se llamaba Vakai, dio a luz a su primer hijo nada más llegar a la isla de Pascua. Pero aquel parto, siguiendo la costumbre de Hiva, no se produjo siguiendo el método que consideramos normal. Vakai dio a luz en el agua de la playa, en una primera versión del parto submarino que hoy se practica en maternidades de todo el mundo. Siguiendo el ejemplo de la reina, las mujeres rapa nui empezaron a hacer lo propio: se sentaban en una piedra rectangular, de forma que el agua las cubriera hasta el pecho, y así daban a luz a sus hijos.
¿Cómo sabían de las
ventajas de esta forma de alumbrar? Bien entrada la primera mitad
del siglo XX, y a título
experimental, en algunos países nórdicos se decidieron a practicar
este tipo de parto. Comprobaron que, dentro del agua, tanto la
madre como el niño experimentan un menor sufrimiento. Los cambios
de presión del feto son casi inapreciables, así como los índices de
salinidad y las diferencias de temperatura.
Esta costumbre se perdió con la llegada a Pascua de la civilización occidental. También desapareció otro ritual insólito, originario de la madre patria, de Hiva. Según los rapa nui, llegado el momento del parto, se trasladaba a las embarazadas a la ciudad sagrada de Orongo. Una vez allí, los sacerdotes recogían el líquido amniótico, que los reyes y reinas utilizaban después para el cuidado de la piel y la fertilización de las tierras. Hoy las propiedades regenerativas del líquido amniótico están ampliamente reconocidas, pero en aquellos tiempos no se sabía nada sobre ellas. De nuevo, los rapa nui se adelantaban al mundo, y no sería la última vez.
Milagrosos invernaderos
Como hemos visto ya al hablar de la composición de los moais, sabemos que la isla de Pascua es de origen volcánico. Un terreno hostil, pedregoso, azotado de forma casi permanente por los vientos alisios y con un manto vegetal de apenas medio metro. Y, sin embargo, los rapa nui consiguieron hacer crecer en la isla la caña de azúcar, el ñame, el plátano, el taro y el camote. ¿Cómo lo lograron? La respuesta no podía dejar de sorprendernos: usaron técnicas agrícolas avanzadas.
Al llegar a la isla,
los primeros pobladores construyeron decenas de invernaderos, a los
que llamaron mana-vai. De esta forma,
las inclemencias y la agresividad de la isla no fueron obstáculo
para los recién llegados. Los mana-vai estaban excavados en el
terreno, y podían llegar a tener hasta 2 m de profundidad y 20 o 30
m de longitud. Un lugar que mantiene un especial microclima y que
permite el crecimiento de todo tipo de frutos y hortalizas. Un
concepto demasiado avanzado para el siglo V d. C.
Aquella pequeña civilización, compuesta sólo por unos miles de miembros, gozaba de una cultura y conocimientos que no tenían nada que envidiar a los de otras culturas del mundo. Pero, poco a poco, aquel esplendor instaurado durante el reinado de Hotu Matu’a se fue apagando hasta convertirse en un recuerdo. ¿Qué ocurrió con la mítica cultura rapa nui? ¿Por qué ha quedado aparcado su legado?
El principio del fin
El esplendor de los pascuenses se extendió hasta el siglo XIII. Hasta esa fecha se habían construido más de mil moais. Pero, de repente, todo aquel periodo dorado en el “ombligo del mundo” terminó. Según la leyenda, la culpa fue de otro grupo étnico ajeno a los rapa nui, que llegó a la isla unos cien años después del rey Hotu Matu’a. Aquella segunda oleada humana recibió el nombre de Hanau-eepe, y estaba compuesta por unos individuos corpulentos que se mezclaron poco a poco con los rapa nui.
Los recién llegados se instalaron en la
zona del Poike, y allí vivieron durante siglos a cierta distancia
de los pobladores originales. Pero en el año 1680 estalló un
conflicto entre ambas etnias, y se libró una cruenta guerra civil.
Según los relatos de los ancianos, todos los Hanau-eepe fueron exterminados. La isla no se
recuperó jamás de aquella guerra, que dejó mucho dolor y
sufrimiento entre las tribus que se consideraban herederas de Hotu
Matu’a.
Heridos por el sacrificio que había implicado la guerra, una parte del pueblo se levantó contra su rey, y atacó sin piedad los símbolos del poder, los moais. Muchas estatuas fueron derribadas y mutiladas, y así se han quedado hasta el día de hoy. Nadie ha tomado todavía la decisión de levantar las estatuas y devolverlas a su lugar original, como si fuera imposible olvidar la decadencia en la que cayó aquella fascinante cultura.
Por desgracia, el declive de aquella
cultura llegó más lejos aún. En 1722, el navegante holandés Jakob
Roggeveen descubrió la isla, un día en que se celebraba la Pascua
de Resurrección —de ahí su nombre—. Así, oficialmente, la cultura
occidental llegó a aquel remoto rincón del Pacífico. Años después,
los mercaderes de esclavos llegaron a la isla y se llevaron a una
gran parte de su población para que trabajara en el Perú. En 1877,
la población de Pascua sumaba sólo 111 personas. Actualmente según
la wikipedia casi llegan a los 4000
habitantes.
Los mercaderes de esclavos no distinguieron entre sabios, sacerdotes, nobles o campesinos. Buena parte de la aristocracia de la isla desapareció en aquellos barcos, para encontrar la muerte años después en las guaneras peruanas. No sólo desaparecieron las personas, sino también el secreto del lenguaje de las tablillas rongo-rongo.
Hasta hoy, el secreto de aquel código permanece sin resolver. Quizás algún día podamos darle una explicación. Mientras tanto, y a pesar del daño que ha sufrido la isla, Pascua sigue conservando la huella y la magia de aquel pasado remoto, en el que un rey bueno y justo colmó a su pueblo de bienes. Pascua, hoy, es una puerta abierta a la imaginación. Una de las puertas “a otra realidad” más sagrada y benéfica con la que todavía puede contar el ser humano.
Figura 6-5: Moai caído en la guerra contra los Hanau-eepe