Capítulo 5
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Una tribu de astrónomos
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En este capítulo
• Astronomía avanzada en el corazón de África
• La estrella Sirio B y las enanas blancas
• La llegada de los hombres pez
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Me tengo que remontar otra vez a la década de 1970, al momento en que empecé mi carrera como investigador de enigmas. La curiosidad me llevaba a seguir múltiples pistas a la vez; algunas de ellas antagónicas, y otras demasiado enigmáticas para ser descifradas en el momento. Las páginas de mi agenda se llenaban de temas sin respuesta, de posibles líneas de investigación, de tareas que pedían un estudio más exhaustivo… Y en medio de toda aquella vorágine, oí hablar por primera vez de un increíble incidente ocurrido en Mali, en pleno corazón de África.
Aquella historia parecía desafiar toda
lógica. Al este de Mali, una etnia —los dogon— atesoraba unos conocimientos astronómicos
inauditos desde hacía muchos siglos. Conocían la existencia de
estrellas que no habían sido “descubiertas” en Occidente hasta bien
entrado el siglo XX. Sabían de su
composición y características. ¿Cómo podía ser? Según los propios
dogon, hace muchos siglos, los primeros miembros de la etnia
tuvieron un encuentro múltiple con seres llegados del espacio. Esos
seres, parecidos a un pez, les ofrecieron sus conocimientos. Y
desde entonces los guardan como el más preciado tesoro.
En aquel momento no pude dedicar mi tiempo y esfuerzo al estudio de los dogon y su mundo cosmológico. Tendría que esperar unos cuantos años para poder hacer las maletas y emprender el viaje, y así comprobar con mis propios ojos qué había de cierto en aquella historia fascinante. Aquí tienes la crónica de aquel viaje que colmó todas mis expectativas.
Preparar el equipaje
Antes de coger el avión, quise reunir toda la información disponible sobre los dogon y su preciado tesoro. Tal y como ya comenté en el capítulo 3, no hay nada peor que meter la nariz en un asunto y no saber reconocer los olores. Así que busqué dónde se encontraban los orígenes de la historia que había llegado a mis oídos y enseguida me topé con un nombre, Marcel Griaule; el investigador que divulgó al mundo la existencia de esta prodigiosa etnia.
Vida de un pionero
Todo empezó en 1931, cuando este
antropólogo francés, Marcel Griaule, miembro de la Sociedad
Africanista del Museo del Hombre de París, recibió el encargo de
estudiar el conjunto de los pueblos sudaneses. Aprovechando el
viaje al África subsahariana, llegó a penetrar en la región
oriental de Mali, la tierra de los dogon. Allí, al interesarse por
las costumbres y tradiciones de aquella gente, los ancianos de la
tribu decidieron revelarle los secretos más preciados de su pueblo.
Griaule, al oír aquello, no supo qué pensar; no pudo hacer más que
sacar el bloc y tomar nota.
Los dogon le hablaron de unos seres llegados del cielo y que decían proceder del sistema de Sirio. El francés no entendía nada. Aquella gente era analfabeta y vivía prácticamente aislada. No podían saber qué era Sirio. Pero no sólo conocían la existencia de aquella estrella. También le hablaron de otros dos soles, compañeros de lo que hoy conocemos como Sirio A. Le hablaron de órbitas, tiempos de traslación, densidades y otras características. Griaule, intrigado, sólo podía hacerse una pregunta: ¿Cómo habían aprendido todo aquello?
A su regreso a París,
el antropólogo indagó sobre la existencia del sistema Sirio y sobre
la veracidad de los conocimientos de los dogon. En los archivos
encontró aquello que buscaba. En 1834, el astrónomo Johann Bessel,
tras largos periodos de observación de la brillante Sirio, llegó a
una conclusión: Sirio tenía una compañera, tal como decían los
dogon. Una estrella mucho más pequeña y pesada que alteraba la
órbita de la reina del firmamento.
Figura 5-1: Marcel Griaule, descubridor del enigma dogon
Casi 30 años después, en 1862, y ya muerto Bessel, el óptico estadounidense Alvan Clark consiguió verificar el hallazgo. Gracias a un telescopio con lentes de 47 cm de diámetro, Clark acertó a ver un pequeño punto luminoso junto a Sirio A. Fue el nacimiento oficial de la estrella Sirio B, tan pequeña que el brillo de su hermana mayor había impedido hasta entonces su contemplación. Los dogon no disponían de esta tecnología… ¿Cómo lo sabían, entonces?
Lecciones de astronomía
Con la llegada del
siglo XX, la astronomía iría
conociendo más y más cosas sobre Sirio B, y todos los
descubrimientos coincidían con lo avanzado por los dogon. En 1915
los científicos descubrieron que Sirio B era una estrella muy
caliente, con una irradiación térmica tres veces superior a la de
nuestro sol. Se calculó su diámetro, de unos 42 000 kilómetros, y
también su órbita: unos 60 años para dar la vuelta completa a la
gigantesca Sirio A. Todos los cálculos de los astrónomos no hacían
más que confirmar lo que los dogon afirmaban saber desde hacia
siglos.
Pero, de entre todos los hallazgos de los científicos, uno destacaba sobre los demás: la densidad de Sirio B. La hermana pequeña de Sirio A tiene una fuerza de gravedad tal que un metro cúbico de su material pesa 71 000 t. Una barbaridad. Si un ser humano pudiera vivir en la estrella, su estatura no alcanzaría el centímetro. Un perfecto ejemplar de lo que los astrónomos denominan una enana blanca. De nuevo, los dogon ya lo sabían.
Por fin, en 1970,
Iriving Lindenblad, del Observatorio Naval de Washington,
conseguiría la primera fotografía de Sirio B. En ella, la enana
blanca aparece como un tímido e insignificante punto blanco, casi
eclipsado por Sirio A, diez mil veces más brillante. El pueblo
dogon volvía a tener razón. Cuando Griaule supo por primera vez de
los dogon, la enana blanca aún no había sido estudiada… Era
imposible que nadie de Occidente les hubiera hecho llegar la
información. Y, aun así, ellos ya lo sabían.
Tras su descubrimiento, Griaule volvió varias veces a Mali. En una de ellas, en 1946, lo acompañó Germaine Dieterlen, etnóloga y secretaria de la Sociedad Africanista. Durante cuatro años, los investigadores franceses peinaron el país dogon, extendiendo sus investigaciones a las etnias vecinas de los bambara y los bozo de Segú, y a los minianka de la región de Kutiala.
Al regresar a Francia, en 1951, Griaule publicó un artículo en el que sintetizaba todo lo que había aprendido de los dogon y concluía que “en ningún momento se exploró el problema de cómo unos seres que no poseen ninguna clase de instrumentos han podido averiguar la marcha y otras características importantes de unos astros que son prácticamente invisibles”. Ni Dieterlen ni Griaule eran ufólogos ni creían en los ovnis. Ellos era antropólogos, investigadores de las formas de vida humana, y se limitaron a recoger unos testimonios, sin indagar en el cómo ni en el porqué.
Había llegado el momento de que tomara el relevo y me adentrara en el país dogon, a la búsqueda de unas respuestas que parecían esquivas.
El viaje al país dogon
Mali está en el corazón del occidente africano. Con una extensión de 1,24 millones de km2, es una región vastísima que abarca áreas de desierto y de sabana. El clima es tropical árido, con una temperatura media de 31 °C en abril. Como en el resto de África occidental, la época de lluvias marca el latir económico y social del país. La capital, Bamako, con unos 200 000 habitantes, se encuentra a 700 km de la costa más cercana. Su aeropuerto es la principal puerta de entrada al país, y ahí, precisamente, me encontraba yo, dispuesto a viajar hasta el corazón de Mali en búsqueda de respuestas.
De espaldas al secreto
Al pisar las calles de
la bulliciosa Bamako e iniciar las primeras pesquisas, una cierta
decepción me empezó a invadir. En la capital nadie parecía saber
nada de los conocimientos de los dogon. Tras pasear por sus calles,
no tardé en comprender el porqué. Este pueblo multirracial, alegre
y hospitalario tiene una preocupación más importante:
sobrevivir.
• De sus casi 10 millones de habitantes, dos terceras partes viven en la más extrema pobreza.
• En las zonas rurales el salario medio mensual no llega a los 30 euros. En las ciudades, un funcionario puede ganar algo más, unos 60 euros.
• El índice de analfabetismo ronda el 73 %.
• La mortalidad infantil, sobre todo en las aldeas, alcanza el 60 %.
• Y los adultos tienen una expectativa de vida de 35 a 40 años.
La malaria, la tuberculosis, la meningitis y las infecciones afectan a una amplia mayoría de la población. El tracoma, una infección de los ojos, ha dejado miles de ciegos… y podría curarse sólo con antibióticos. A pesar de la miseria que azota el país, sus habitantes no renuncian a la esperanza. El 60 % de la población tiene menos de 20 años; se confía en ellos para que hagan que el país salga adelante.
Aunque lo que vi en Bamako no me dejó indiferente, los motivos de mi viaje al corazón de África eran otros; no había tiempo que perder. El país dogon se encuentra en el centro de Mali, decantado al este, cercano a la frontera con Burkina Faso. En total, tres días de viaje desde la capital.
A través de Mali
La temporada de lluvias ya tocaba a su fin, pero no podía confiarme. Los caminos todavía podían convertirse en torrenteras o cenagales de la noche a la mañana. Tampoco ayudaban las temperaturas, de unos 40 °C al amanecer, ni la humedad del 90 %. Pese a las dificultades, ardía en deseos de llegar a la gran falla de Bandiagara e interrogar a los dogon.
Atravesamos tierras donde imponentes hormigueros de cuatro metros de altura flanqueaban los caminos. Termiteros en los que se abandona a los niños que nacen albinos; moles que las etnias de Mali asocian a la ablación del clítoris. Para ellos, desde la antigüedad, la presencia del órgano del placer femenino sólo conduce al nacimiento de niños deformes. Más adelante, al hablar con los dogon, aclararé el porqué de esta superstición.
Cruzamos el territorio bobó. Una etnia de 150 000 individuos conocida por la elaboración de máscaras rituales y la cría de perros. De ellos se dice también que tienen tendencias caníbales. Y es que cada año, en esta zona, desaparecen dos o tres personas… y todos coinciden en apuntar cuál es su destino.
Al fin, al atardecer, llegamos a Ségou, ciudad en la que asistiría a un fenómeno inconcebible en pleno siglo XXI, la existencia de un pueblo de esclavos, los bellah. En Ségou viven los que han sido liberados por sus dueños y señores, los tuareg. El resto, unos 300 000, permanecen en situación de esclavitud en el desierto de Mali, Níger, Libia y Argelia. Son los parias de los parias. Como salario, sólo reciben la comida y el “honor” de servir a los señores del desierto.
Tras dejar Ségou,
pasamos Mopti y llegamos a Djenné, ciudad con 2200 años de historia
y punto de reunión de la mayor parte de las etnias del país. En los
días de mercado, todos comercian y se relacionan: se pactan
matrimonios, se exhiben riquezas, se oyen más de cincuenta
dialectos… y se admira la mezquita más famosa de la nación. Una
edificación construida íntegramente con barro de la sabana,
enriquecido con estiércol, paja, espinas de pescado y agua del
Bani, afluente del Níger. Un monumento que debe ser remodelado cada
año, al concluir la estación de lluvias. Un templo al que no
podemos acceder los no musulmanes y que recibe al fiel con dos
puertas: una para ricos y otra para pobres. Otra vez la religión
confunde los términos.
Finalmente, llegué a mi gran objetivo: el país dogon. Un territorio marcado por un acantilado de 200 km, paralelo al Níger, que tiene una altura de 300 a 600 m. Un país rocoso, aplastado contra una falla, en el que viven casi medio millón de personas que gozan de un microclima único en la zona. Las lluvias son abundantes y la vegetación es generosa: baobabs, acacias, mangos, ceibas y tamarindos.
En cuanto llegué al territorio y vi a los primeros dogon, me percaté de su aspecto inconfundible, con un aire muy seguro de sí mismo. La etnia tiene dos tipos básicos: los altos y musculosos, de cabeza y ojos redondos y nariz grande; y los más pequeños y numerosos, el dogon rechoncho, de hombros anchos y poderosos, cabello ensortijado, pómulos altos y ojos rasgados y maliciosos.
Figura 5-2: La mezquita de Djenné
Muchos suelen llevar perilla, caminan tranquilos y con un ritmo regular, y son tremendamente ágiles cuando tienen que encaramarse por el acantilado. Las mujeres, no muy altas en su mayoría, lucen un talle arqueado, como consecuencia de las cargas que transportan cada día sobre la cabeza. Al verme, se me acercaron parlanchinas y alegres, pero pronto se apartaron y dejaron paso al varón, en señal de sumisión. Los dogon querían saber qué estaba haciendo yo, un blanco, en medio de su país. Había llegado el momento.
Investigación en marcha
¿Por dónde empezar? Hay cientos de pequeñas aldeas junto a la falla que marca el país dogon. Cientos de posibles principios, también cientos de errores que era fácil cometer. Ante la duda, decidí seguir los pasos que Griaule tuvo el valor de señalar. Me iba a dedicar sobre todo a las aldeas más pequeñas.
El pueblo dogon
Lo primero que necesitaba aclarar era el origen real de este pueblo. ¿Llevaban allí miles de años? ¿Llegaron quizá de otras latitudes? Historiadores y antropólogos no terminan de coincidir. Ni siquiera ellos, los dogon, lo saben con certeza.
La hipótesis más razonable apunta hacia
el antiguo reino de Ghana. Allí, hacia el año 1040, la invasión de
los almorávides debió de propiciar el éxodo de numerosas etnias que
no deseaban convertirse al Islam. Los dogon serían una de esas
tribus. En sus leyendas antiguas se menciona siempre un enemigo a
caballo y muy numeroso —los árabes, quizá— que los expulsó de su
emplazamiento original.
Cuando los expulsados llegaron a la gran falla, se encontraron con que otro pueblo ya habitaba aquellas tierras: los telem. Se trataba de unos pigmeos que se adornaban con pinturas rojas y que vivían en unas casas singulares, construidas en las paredes de la gran falla. Para acceder a ellas, los telem se servían de largas cuerdas que colgaban desde lo alto del acantilado y que llegaban hasta la sabana. Sea como sea, con el paso del tiempo, los dogon acabaron dominando la región, y reconvirtieron las casas de los telem en graneros y tumbas.
Hoy ocupan unas 700
aldeas, de las cuales 570 tienen menos de 500 habitantes. En total
son unos 450 000, que se agrupan sobre todo en la ciudad de
Bandiagara. Las aldeas carecen de agua, luz y servicios básicos, y
sólo se puede acceder a ellas en todoterreno o a pie. El 90 % de
los hombres son polígamos, y el 80 % del total de la población es
analfabeta. La historia que tenían que contarme, sin embargo, no
estaba escrita en ningún libro. Se había transmitido oralmente de
padres a hijos, y de hijos a nietos. Había llegado el momento de
encontrar a uno de esos testigos de la tradición.
El encuentro
Reconozco que iba cargado temores con respecto a los dogon. Tanto en los escritos de Marcel Griaule y Dieterlen, así como en los relatos de otros especialistas, se pone un especial énfasis en las grandes dificultades que encontraron para desvelar el secreto de los dogon. Todos hablan de un enconado secretismo y de una desconfianza general. Ante mi sorpresa, nunca me topé con esa hostilidad en mi viaje por el país.
Figura 5-3: Con Pangalé Dolo
Mi primer contacto con uno de los ancianos y depositarios del secreto, Pangalé Dolo, fue de lo más cordial y enriquecedor. Pangalé vivía en Sangha, junto al acantilado, y era nieto de uno de los principales informadores de Griaule, el pionero antropólogo francés. De su abuelo recibió buena parte de la información que iba a compartir conmigo.
Al preguntarle por el origen de los conocimientos de su pueblo, Pangalé no tuvo ningún problema en empezar el relato. No supo fechar con exactitud el primer encuentro con aquellos seres del espacio, los nommos. Pero por sus palabras, pude deducir que situaba el contacto en los años iniciales de su asentamiento en la falla; es decir, hará unos mil años. En cuanto al lugar, Pangalé y el resto de ancianos se mostraron unánimes: en el lago Debo, al noroeste de Bandiagara. Allí, a plena luz del día, unos dogon recién llegados a sus nuevas tierras presenciaron un suceso que los cambiaría para siempre.
El legado de un pueblo
El día del primer contacto apareció una
estrella en el cielo azul. Un bola de luz que los dogon llamaron
ie-pelu-tolo, la estrella de la décima
luna. Los ancianos la describieron como una luz cambiante, inmóvil
y silenciosa. De repente, aquella estrella empezó a lanzar unos
rayos rojos, que formaron un círculo parecido a una mancha de
sangre. De ellos, brotó una segunda luz que giraba sobre sí misma;
un objeto que se acercó a tierra muy lentamente y en mitad de un
gran estrépito. Al llegar al suelo, la esfera cambió de forma y se
transformó en una especie de cesta, con una base cuadrada y una
abertura circular en la parte superior. Algún anciano habló de una
pirámide de cuatro caras, con un largo cuerno en lo alto y
escaleras de seis peldaños en cada costado.
Figura 5-4: Representación gráfica de los nommos
En medio de un ruido
ensordecedor, la nave empezó a descender para posarse en la tierra.
De su base salían unas enormes llamaradas, que quemaron plantas,
animales y hasta seres humanos. Los presentes se echaron atrás,
aterrorizados. El arca se quedó suspendida, sin llegar a tocar el
suelo, y nuevamente cambió de color: se volvió blanca y silenciosa.
En ese preciso instante, junto a la todavía humeante arca, vieron
aparecer a un extraño animal. Sujetó el arca con cuerdas y la fue
arrastrando hasta una hondonada cercana. Poco después una extraña
lluvia llenó el agujero de tierra, convirtiéndolo en un lago, de
manera que el arca flotó como una enorme piragua. El animal, que
describieron como un caballo metálico, desapareció.
A estas alturas del relato, no pude hacer otra cosa que hacer un alto y pedir un descanso. Lo que aquellos ancianos me contaban me resultaba demasiado familiar. Después de más de 35 años dedicado a la investigación del fenómeno ovni, no pude evitar encontrar muchas semejanzas entre aquella historia y los testimonios que he recogido a lo largo de mi carrera.
Aquella estrella de la décima luna podría ser lo que llamamos una nave nodriza o porteadora. De ella partió un vehículo más pequeño, una nave de exploración que al acercarse al suelo cambió de forma y color. Este fenómeno es común en los avistamientos ovni. Y el animal metálico al que hacen referencia muy bien podría ser un robot o un vehículo autopropulsado. Una especie de sistema de enganche a la nave que les permitió establecerse en una zanja, que a continuación llenarían de agua. Tal y como Pangalé me explicaría más adelante, aquellos seres dependían del medio acuoso para sobrevivir.
La coherencia del relato era
asombrosa; encajaba a la perfección con lo que había oído cientos
de veces en avistamientos ovni. Sin embargo, los dogon no podían
conocer los detalles de la carrera espacial, las historias de
platillos volantes y las abducciones por seres pequeños y grises.
No mantenían contacto con Occidente en la época en que Griaule los
visitó. Aquel relato les tenía que haber llegado desde un pasado
remoto, lo que me dejó completamente asombrado. Sólo pude pedir que
siguieran hablando.
Los visitantes
Pangalé, que llevaba el peso de la narración, prosiguió con su relato. El arca se encontraba posada sobre las aguas, tranquila, y los dogon allí presentes no podían entender qué estaba ocurriendo. En ese momento, el arca se abrió, y de ella salieron los dioses. Ocho, según me contó Pangalé, aunque otros testigos hablan de ocho parejas. Su aspecto era casi aterrador. Eran mitad hombres y mitad peces. La parte superior, cabeza y tronco, se asemejaría un poco a la de un ser humano. Pero el resto, de cintura para abajo, era propio de un pez. Eran verdes.
En la boca tenían 40
dientes bien afilados. Carecían de orejas y, para escuchar,
colocaban las manos, palmeadas y con sólo tres dedos, sobre unos
minúsculos orificios laterales. Las sienes les brillaban y los
ojos, rojos, se encendían en la noche, iluminando el terreno con
dos haces de luz. En el cuello lucían unas arrugas pronunciadas,
parecidas a un collar. No eran precisamente los reyes de la belleza
intergaláctica.
Yo insistí. Quería más datos sobre aquellos hombres-pez. Pangalé simplemente repetía que eran mitad hombre y mitad pez, sin poder decirme más. Se señalaba las clavículas, indicando que los dioses, precisamente, respiraban por ahí. Otros ancianos precisaron un poco más: aseguraban que los nommos inspiraban por el vientre y espiraban por los hombros. En lo que todos coincidieron fue en afirmar que aquellos seres vivían en un medio acuoso. Así, los dogon decidieron llamarlos di tigi, dueños y señores del agua, y les mostraron un respeto no carente de temor.
La descripción física de aquellos seres era precisa y tenía sentido. Seres anfibios, que respiraban con un sistema similar a unas branquias, y que gozaban de un tronco y cabeza desarrollados. Ocho “dioses” que abandonaron su arca y se dirigieron a un asustado pueblo recién llegado con una intención no del todo clara. Su irrupción en las vidas de los dogon podría considerarse asombrosa de por sí, pero lo que aquellos seres, los nommos, iban a compartir con ellos iba a ser aún más fascinante; lo suficiente como para seguirnos provocando admiración y sorpresa muchos siglos después.
Otros seres anfibios
Los nommos no son los únicos hombres-pez de los que se tiene noticia en la antigüedad. Quizás el más famoso sea el dios Oanes, descrito por Beroso en su Historia de Babilonia (290 a. C.). Beroso, sacerdote del dios Baal, asegura que Oanes era uno de los personajes destacados de un grupo de criaturas anfibias que enseñó los rudimentos de la civilización a los babilonios. Esos seres se llamarían annedoti, mitad hombres mitad peces, y habrían vivido en el fondo del golfo Pérsico, en un palacio que tenía la capacidad de volar.
También los filisteos adoraron a un dios anfibio: Dagón, representado con cabeza y tronco humanos, pero con una larga cola de pescado. Una entidad que terminaría derivando en el dios Neptuno. En el norte de África apareció igualmente otra criatura anfibia, Proteo, que se asemejaba a un viejo del mar. Tenía la facultad de cambiar de forma, presentándose en ocasiones como un ser humano normal. La tradición asegura que, durante el día, este hombre-pez se refugiaba en el mar, evitando así los rigores del sol. Y en Japón, los arqueólogos se quedaron asombrados al descubrir en Tokomai unas pequeñas estatuillas que parecen representar a seres anfibios. Estas figurillas, denominadas dogu, han sido datadas en el año 600 a. C.
El mensaje del arca
A lo largo de aquellos días, poco a poco, fui ganándome la confianza de Pangalé y del resto de los ancianos e iniciados. Según nuestra amistad de consolidaba, los dogon fueron revelándome otros secretos, los más delicados; los que componían el conjunto de las enseñanzas de los nommos; un material reservado sólo a aquellos que daban muestras de ser capaces de comprender su significado.
Informe confidencial
Los nommos, según el relato de los ancianos, bajaron a la Tierra para enseñar y, de alguna manera, evangelizar a los hombres. Aquellos ocho dioses se quedaron en nuestro planeta y convivieron con los dogon. Les mostraron cómo cultivar la tierra, cómo moler el grano, cómo fabricar arados y herramientas, cómo fundir metales y cómo adornarse los cuerpos con pinturas. Pero sus intenciones no resultaron ser siempre tan benéficas.
Los nommos, de vez en cuando, capturaban a
los dogon y los sometían a un cruel suplicio que acababa con su
vida. Les introducían su lengua bífida por la nariz y entonces,
poco a poco, les chupaban la sangre de sus cuerpos hasta dejarlos
completamente secos. Los dogon, acabado el proceso, caían muertos.
El pánico por los ataques llegó a ser tal que, cuando veían que los
nommos de acercaban, los dogon se escondían en bosques y cuevas,
huyendo de ríos y lagos, el hábitat natural de aquellos crueles
visitantes.
Los ataques nommos me
recordaron a otros sucesos similares, acaecidos en nuestros días, y
sobradamente conocidos por los investigadores ovni. La única
diferencia entre lo narrado por los dogon y lo sucedido hoy es que
las víctimas actuales son siempre animales. Al insistir en el
asunto de los asesinatos, los ancianos afirmaron que fueron
cientos, quizá miles, los hombres, mujeres y niños exterminados por
los nommos siguiendo el procedimiento de la lengua bífida.
Pero, como decía un poco más arriba, no todos los contactos entre los nommos y los dogon fueron siempre tan salvajes. Aré Guindo, una especie de sacerdote del grupo, me contó que los nommos, al descender a tierra, seleccionaron primero a los dogon más sabios y prudentes y se los llevaron al arca. Pero no les metieron la lengua por la nariz para chupar su sangre. Durante tres meses los nommos los adiestraron y les revelaron muchos secretos, en lo que sería una abducción en toda regla. Idéntica a la de tantos testimonios recogidos por mí mismo acerca del fenómeno ovni.
Al retornar a las aldeas, aquellos hombres volvieron como superhombres, como hombres santos. Y sus vecinos decidieron llamarlos hogon. Hoy, de hecho, los sacerdotes de la tribu, como Aré Guindo, llevan el título honorífico de hogon.
Sirio B, la pequeña estrella
Pero, sin lugar a dudas, lo que ha atraído hasta el país dogon a decenas de investigadores, como yo mismo, son los avanzados conocimientos astronómicos de los que hace gala este pueblo. Así que dediqué toda mi atención a los descubrimientos de los dogon sobre la estrella Sirio B. Y me hice la misma pregunta que Griaule: ¿Cómo podían saber que esta enana blanca es una de las estrellas más pequeñas del firmamento?
La respuesta fue siempre la misma: los nommos fueron los informantes. Los hombres pez dijeron proceder del sistema de Sirio. Ese era su hogar. Y los dogon, fieles a las explicaciones de sus señores, bautizaron a Sirio B como po tolo, es decir, “pequeña estrella”.
La segunda gran cuestión resultaba igualmente apasionante. ¿Cómo podían saber los dogon que Sirio B es una de las estrellas más pesadas del firmamento? Y los dioses, al parecer, les explicaron que po tolo o Sirio B está formada por sagala, un material tan pesado que todos los seres terrenales juntos no pueden levantarlo. Según los actuales cálculos astronómicos, una caja de cerillas repleta con materia de esta estrella pesaría 1250 kg.
Estamos, en efecto,
ante una enana blanca. Una estrella cuya densidad es 65 000 veces
superior a la del agua. Un astro formado por un material difícil de
concebir en el que los átomos aparecen prensados. En medio de esta
cascada de datos increíbles, los dogon volvieron a
sorprenderme.
Al preguntarles acerca de la órbita de Sirio B, los dogon trazaron unos certeros dibujos que siempre contenían una elipse. Algo similar a un huevo. Colocaron a la estrella grande, Sirio A, decantada hacia uno de los extremos —hacia un foco— de la elipse. En otras palabras, los dogon me decían que el movimiento orbital de Sirio B con respecto a Sirio A seguía las leyes de Kepler sobre el movimiento de los planetas. Como recordarás, Kepler determinó que los planetas no giran alrededor del sol en órbitas circulares perfectas, sino en trayectorias elípticas. ¿Cómo podían saber los dogon acerca de focos, elipses y demás leyes astronómicas?
Los dogon dijeron saber también que Sirio B gira sobre mí misma y que lo hace en un periodo de un año. Cuando consulté a los astrónomos occidentales, ninguno supo darme detalles al respecto. Nadie conoce todavía el periodo de rotación de Sirio B. Los científicos tampoco saben de las afirmaciones que los nommos hicieron a los dogon.
Según esos seres venidos de Sirio, en el espacio hay otros mundos, también habitados. Nosotros nos hallamos, según dicen, en la cuarta tierra. En la tercera viven los hombres con cuernos. En la quinta, los hombres con cola; y en la sexta, los hombres alados.
Los dogon conocen también la estructura
es espiral de la Vía Láctea, nuestra galaxia. Y hablan de mil
millones de sistemas solares, semejantes al nuestro. Conocen los
ciclos y movimientos de Júpiter, y también sus cuatro satélites
interiores, que no fueron descubiertos por Galileo hasta 1609. Me
hablaron de Saturno y sus anillos; fueron capaces de dibujármelos.
Del zodíaco, y del calendario lunar. E incluso aseguran también que
Venus, al principio, era rojo. Un torrente de conocimientos que no
sabía cómo asimilar… Y aún fueron más allá en sus
explicaciones.
Figura 5-5: Júpiter, Saturno y emme ya o Sirio C, según los dogon
El sol de las mujeres
En las secretas tradiciones dogon se habla también de una tercera estrella, perteneciente al sistema de Sirio. La llaman emme ya o “el sol de las mujeres”. Es muy probable que esta tercera estrella a la que se refieren sea Sirio C. Otra vez, un dato que va más allá de toda lógica.
Y es que no fue hasta 1995 cuando los astrónomos franceses J. L. Duvent y Daniel Benest la localizaron definitivamente. Sirio C es, además, una enana roja. Tal como decían los dogon, el sistema de Sirio está efectivamente integrado por tres soles o estrellas. Este hallazgo de la astronomía moderna bendecía definitivamente, y sin querer, el gran secreto de este pueblo.
Al preguntar a los dogon sobre el origen de
su hallazgo, la respuesta fue siempre la misma: se lo dijeron los
dioses, los nommos. Unos visitantes venidos de un lugar remoto que,
hace mil años, compartieron con un pequeño pueblo africano un
conjunto de conocimientos que les debieron resultar
incomprensibles. Muchos años después la ciencia ha ido
corroborando, una a una, cada pieza del tesoro de los dogon. Pero,
para los miembros de la tribu, el contacto con esos seres fue mucho
más allá. Acabó configurando su forma de vivir y pensar, sus
rituales y su mundo imaginario.
Cosmogonía dogon
La huella que los nommos dejaron en esta tierra puede apreciarse incluso hoy, más de mil años después del crucial encuentro. Todos los aspectos de la vida de esta etnia de Mali hacen referencia, de una u otra forma, al legado que dejaron aquellos visitantes venidos desde Sirio. Desde la orfebrería hasta el sistema de discusión y reunión, todas las facetas de la cotidianidad se vieron afectadas por la visita de los hombres-pez.
Una coqueta tradición
Los dogon recuerdan con sus adornos y
joyas algunas de las características físicas de aquellos seres
anfibios. Las mujeres, por ejemplo, lucen dos piedras rojas en las
aletas de la nariz, rememorando así el color de los ojos de los
nommos. Otras se abren las sienes con pequeñas heridas y portan
diademas de piedras verdes y collares de perlas, tratando de imitar
los orificios y las arrugas de los supuestos dioses; aquellas
extrañas branquias que les permitían respirar en el agua.
Asimismo, los anillos de cobre que lucen en los dedos índice, corazón y anular son otro recuerdo del aspecto físico de los nommos. Las manos de los visitantes presentaban un abultamiento en las articulaciones, y sólo tenían tres dedos. En cuanto a los pies, jamás portan adornos porque, sencillamente, los dioses carecían de ellos.
La fiesta del sigi
La fiesta más solemne del pueblo dogon conmemora el día del remoto encuentro con los seres anfibios y el descenso del arca. Se celebra sólo cada 60 años, de forma que hay muchos dogon que no podrán participar jamás en ella. La explicación de tan dilatado intervalo de tiempo entre fiesta y fiesta hay que buscarlo en el cielo: la estrella Sirio B necesita ese periodo para dar una vuelta completa a Sirio A.
La fiesta se conoce como el sigi. Durante ella, se baila frenéticamente y sin
descanso. Se bebe cerveza de mijo y se exhiben hasta 28 tipos
distintos de máscaras, todas alusivas a los dioses. Algunas, de
hasta 3 m de altura, sirven para reflejar los movimientos del arca
en su descenso. Otra de las máscaras —la kanaga— me llamó poderosamente la atención. Según
algunos de los dogon, su forma tiene que ver con el símbolo que el
arca lucía en su panza: una especie de letra “H”. Para otros, esa H
es el vínculo que une a los vivos con los muertos.
Para mí estaba claro. Tanto las máscaras sirigi, las que recuerdan el descenso del arca, como las kanaga, con su singular H, no son otra cosa que la viva manifestación de algo que impactó al pueblo dogon y que ha permanecido en su memoria colectiva. Por un lado, el extraño movimiento de la nave al descender y, por otro, el emblema o símbolo que lucía en su fuselaje.
La última fiesta del
sigi se celebró en 1967. Esto quiere
decir que la próxima tendrá lugar en 2027. Gracias a este enorme
intervalo entre celebraciones, pude comprobar que la fecha que los
ancianos me habían dado como la del posible encuentro con los
nommos era cierta. En cada una de estas fiestas, los dogon
confeccionan cestas y tinajas especiales, destinadas a la comida.
Decidí ir al lugar donde guardan las tinajas y hacer las cuentas yo
mismo. Pues bien, la suma de todas ellas —elaboradas, como digo,
cada 60 años— nos sitúa en el siglo XII. Los ancianos hablaban de los siglos
X u XI. Poco nos importa un baile de unos cien años…
Lo que quedaba claro es que el universo simbólico de los dogon es
casi milenario; nacido en una época en que Sirio B no existía para
la raza humana.
Figura 5-6: La máscara kanaga recuerda al arca de los nommos
La casa de la palabra
Como he apuntado durante mi relato, hablar de los nommos con los dogon es una cuestión solemne para aquellos iniciados que guardan la información. Por eso, muchas de nuestras conversaciones tuvieron lugar en la toguna, o “casa de la palabra”. Una especie de templo en el que se reúnen a diario sólo los varones para dialogar y tomar decisiones. Una especie de sala de conferencias; cómo no, inspirada también en aquel remoto encuentro con los hombres pez.
Ocho son sus pilares, en recuerdo de los ocho nommos que los visitaron por primera vez. Y ocho deben ser también las capas de mijo que forman el techo. Un recubrimiento situado a sólo un metro del suelo. ¿Por qué? Así se lo recomendaron aquellos visitantes de Sirio: de esta forma, al no poder ponerse de pie, nadie podía irse sin que las discusiones hubieran terminado en paz.
De ufólogo a hogon
Incluso el poder que un
hombre tiene sobre la etnia parece que viene infundido por los
dioses. Ya he comentado, al hablar de las abducciones, que el
hombre santo de la tribu se conoce como hogon, en recuerdo de aquellos escogidos que
entraron en el arca y aprendieron de primera mano el saber de los
nommos. El hogon es una mezcla de
hechicero, médico y guía espiritual; el dogon más respetado y
temido. Suele haber uno en cada tribu. Testigo de tradición, lleva
un vida muy distinta a la del resto de sus compañeros de etnia.
• Siempre vive solo.
• Nunca se lava.
• Una gran serpiente sagrada acude a lamerlo, transmitiéndole la fuerza vital y la sabiduría.
• Nunca abandona su casa, excepto para ir a la casa de la palabra.
• Le debe servir la comida una joven que no haya tenido la menstruación.
• Es el responsable de las lluvias y de las buenas cosechas.
El origen de la ablación
La cantidad de información que los nommos revelaron a los dogon es ingente; no hay aspecto de la vida que quede al margen… para bien o para mal. Los hombres pez hablaron también de Amma, el señor de todas las cosas, el gran Dios. Por lo visto, los extraterrestres también necesitan de la existencia de una presencia superior; y esa necesidad nada tendría que ver con el conocimiento tecnológico alcanzado. Esta existencia de un ser único y sustentador de todo lo creado choca de frente con las religiones animistas de esta parte África, donde los dioses se cuentan a cientos.
La modernidad de Amma es bastante relativa, vista desde una perspectiva occidental. Es un dios único, como ocurre en las grandes religiones del mundo, pero según la tradición es el responsable de que se practique la ablación del clítoris a las mujeres; la mutilación de su órgano sexual. Según la leyenda, el Dios, Amma, quiso tener hijos con la Tierra, pero la presencia de los termiteros —para los dogon, un símbolo del clítoris— dificultó el acoplamiento. Podría decirse que los termiteros le pinchaban los riñones y que el dios no pudo ponerse cómodo. Así, por culpa de un mal revolcón, la Tierra parió un zorro. Vista la experiencia del dios Amma, los dogon afirman que, para garantizar que los hijos de una mujer estén sanos y bien formados, resulta necesario extirpar el clítoris. La historia puede tener su gracia; la realidad, no.
Debido a mi interés por su cultura y a
mis conocimientos sobre el fenómeno ovni, que ellos asociaban con
el arca de los nommos, más de un dogon me apuntó con el dedo
diciéndome que yo era un hogon. Para
ellos, aquellos hombres que conocen los secretos del arca —un ovni—
tienen que ser necesariamente hombres santos. Nada más lejos de la
realidad…
Pero su confusión me confirmaba definitivamente lo que para mí ya estaba claro. Hace mil años, unos seres del espacio que dijeron proceder de Sirio aterrizaron en África. Y revelaron a los hombres una información imposible para su tiempo. De otra forma, me resulta difícil entender cómo los integrantes de esta etnia, analfabetos en su mayoría, pueden saber de estrellas hasta hace poco desconocidas para la ciencia.
Para mí, todo encaja. Al
enseñarles fotos de ovnis, los dogon las reconocieron. Afirmaron
que se trataba de objetos muy similares al arca. Y repitieron de
nuevo que yo era un hogon, que por ese
motivo las tenía. Estoy seguro de que no soy un hombre santo… del
mismo modo en que creo en la veracidad de la historia de los dogon.
Los detalles coinciden a la perfección con centenares de relatos
modernos recogidos por investigadores ovni. Estos son los hechos y
las pruebas; tú eres quien decide cuál es la respuesta que hace que
todo encaje.