Capítulo 9

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El arca de los horrores

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En este capítulo

• La historia del arca perdida

• Cuando Yavé se mosquea

• ¿El arca en Etiopía?

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Al hablar del Arca de la Alianza, la caja de madera donde Moisés guardó las tablas de la ley, a todos se nos pasa por la cabeza la imagen de un pequeño ataúd dorado, flanqueado por dos ángeles, que guarda en su interior una incontrolable fuerza destructora. Un poder capaz de exterminar a todos aquellos que se atrevan a escrutar en su interior. ¿Se corresponde esta imagen con la realidad? ¿Qué es lo que contenía realmente el arca? ¿Sólo las tablas de piedra de la ley, como asegura la Biblia?

RECUERDA.jpgPara poder responder a esas preguntas, tenemos que emprender un nuevo viaje en el tiempo y en el espacio. Nos vamos hasta el macizo del Sinaí, entre Egipto e Israel, hacia el año 1300 a. C. Por aquel árido paisaje vagan Moisés y toda su tribu, los hebreos, después de haber escapado de un Egipto faraónico. En un momento en que las fuerzas de los hebreos flaquean y el liderazgo de Moisés empieza a ser cuestionado, Dios (Yahvé) se presenta a Moisés y le dice: “Sube hasta mí, al monte […] Quédate allí y te daré las tablas de piedra, la ley y los mandamientos que tengo escritos para su instrucción”. Y así empieza esta historia, que abarca toda la historia antigua del pueblo hebreo y nos habla de un Yahvé cruel y vengativo… Un dios muy distinto del que Jesús anunció en los evangelios.

Moisés, el jefe de todo esto

Moisés fue la persona que ordenó la construcción del arca, el auténtico director de las operaciones. Aunque, en su defensa, hay que decir que seguía las órdenes que el mismísimo Yahvé le había encomendado. La vida y obra del libertador de los hebreos, de aquel pequeño niño a quien encontraron en un río dentro de una cesta, se merecería al menos un capítulo en otro libro parecido a éste.

INFORMACION%20TECNICA%20ok_OK.jpgAquí basta con saber que Moisés, junto a su hermano Aarón, encabezaron el éxodo de los judíos desde Egipto. Después de mandarle al faraón diez plagas bastante convincentes, los hebreos salieron del país de camino hacia la tierra prometida. En el viaje ya habían dejado atrás el mar Rojo, que atravesaron abriendo las aguas, y establecieron algunos órganos de gobierno, lo que empezó a acarrear ciertos problemas de convivencia. El pueblo hebreo, compuesto por unas 600 000 personas, atravesaba el Sinaí bajo temperaturas asfixiantes y la moral decaía.

Así que Yahvé se presentó a Moisés, y le ordenó que subiera al monte pronunciando las palabras de las que hablaba un poco más arriba. El libertador de los hebreos obedeció y ascendió a uno de los picos del Sinaí, que quedó cubierto por una extraña nube durante seis días. Moisés esperó. Los seis días. Y, por fin, al séptimo, Yahvé llamó a Moisés de en medio de la nube y se lo llevó a su lado. Durante 40 días, con sus 40 noches, Yahvé habló con Moisés y le transmitió las bases que regirían la vida del futuro pueblo de Israel. Entre las órdenes figuraba la de construir un arca.

¿Nos hacemos un arca?

INFORMACION%20TECNICA%20ok_OK.jpgAsí, Yahvé habló a Moisés y le dijo: “Harás un arca de madera de acacia de dos codos y medio de largo; codo y medio de ancho, y codo y medio de alto. La revestirás de oro puro. Por dentro y por fuera. Y además pondrás alrededor una moldura de oro. Fundirás para ella cuatro anillas de oro, que pondrás en sus cuatro pies. Dos anillas a un costado y dos anillas al otro […] Harás también varales de madera de acacia que revestirás de oro. Y los pasarás por las anillas de los costados del arca, para transportarla. Los varales deben quedar en las anillas del arca, y no se sacarán de allí… Y en el arca pondrás el Testimonio que yo te voy a dar”.

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Figura 9-1: Ante una réplica del Arca

Es decir, Yahvé le ordenó a Moisés que construyera un recipiente para guardar la ley de Dios, los Diez Mandamientos. Un arca que reluciera oro por los cuatro costados y que cobijaría el alma de un pueblo. Moisés, claro está, le hizo caso. Así que, después de bajar del monte y de resolver unos asuntos pendientes, ordenó a Besalel que construyera el arca allí mismo, a los pies del Sinaí. El trabajo se realizó en poco tiempo siguiendo las indicaciones que Yahvé en persona había dado.

Los judíos errantes

Cuando el arca estuvo terminada, Moisés tomó las tablas de la ley y las guardó en su interior. Y justo al cerrar la tapa empezó la prodigiosa historia de este cofre legendario. Durante otros cuarenta años los hebreos deambularon por las cañadas y los macizos de granito rojo de la gran península del Sinaí. El arca siempre los acompañó. Se custodiaba noche y día en la Tienda de la Reunión, centro vital del grupo, y siempre estaba cubierta por una extraña y singular nubes de polvo y gases.

Con el metro en la mano

Como has podido comprobar, Yahvé utilizó el codo como medida a la hora de describir el arca. El codo es una unidad de longitud antigua que varía en función de cada pueblo y sus costumbres, de forma que hay una infinidad de equivalencias posibles. Por la situación y época histórica, Yahvé debió de referirse al codo egipcio, vulgar o sagrado. Veamos, en cada una de las posibles equivalencias, cuáles eran las medidas reales del arca.

Según el codo egipcio el arca debía de tener un largo de 1,31 m, un ancho de 0,786 m; y 0,786 m de altura. El volumen interior sería de 666,7 l, lo que nos daría un peso de entre 1031 y 1050 kg.

Según el codo vulgar, un largo de 1,10 m, un ancho de 0,66 m y 0,66 m de alto. El volumen interior sería de 385,1 l, con un peso de entre 730 y 747 kg.

Y, para terminar, el codo sagrado debía de medir 1,34 m de largo, 0,80 m de ancho y 0,80 m de alto. El volumen interior sería 733,2 l, con un peso de entre 1095 y 1115 kg.

No parece un arca demasiado grande, aunque hay que reconocer que pesa lo suyo por la presencia del oro y de la madera noble. A este peso habría que añadir además todo el contenido, unas poco prácticas tablas de la ley grabadas en piedra maciza.

Durante el día esa nube brillaba al sol, mientras que de noche era roja como el fuego. Cuando la nube se ponía en movimiento, el pueblo judío levantaba el campamento y la seguía. A veces, la nube decidía juguetear un poco con ellos y se paseaba por encima de sus cabezas, mostrando las dos letras con las que Dios creó el mundo. Cuando Moisés lo pedía, el arca era capaz incluso de levantarse y volar.

Hasta aquí, la historia parece clara. Pero pasaban los años y el éxodo del pueblo de Israel se empezaba a complicar; parecía que no terminaba nunca. Algunas lecturas del Deuteronomio sostienen que se construyó una segunda arca, para guardar las tablas de la ley que Yahvé se vio obligado a volver a escribir. Moisés estampó las primeras en la cabeza a sus compañeros de tribu, por adorar ídolos paganos. Así que siempre ha existido la posibilidad de que los hebreos peregrinaran con dos arcas. Aunque nosotros con una ya tenemos suficiente.

Por fin, tras cuarenta años de éxodo, Moisés alcanza el monte Nebo, cerca de la costa del mar Muerto. Desde allí pudo contemplar la Tierra Prometida; un país que no pisaría jamás por culpa de una duda en su fe. A las puertas de Palestina, Moisés murió a los 120 años de edad. Parece que una dieta a base de maná, acompañada de una vida de privaciones, tuvo un efecto beneficioso.

El arca de los prodigios

Tras la muerte de Moisés tomó el mando Josué, a quien Yahvé también había designado. Hasta ese momento, Josué había ejercido el papel de lugarteniente de Moisés, siempre fiel y paciente a su lado. Josué llevó a su pueblo hasta la Tierra Prometida y, entre otros grandes logros, fue el responsable de que la circuncisión se generalizase entre los varones judíos. Durante su guía, el arca desplegó todo su poder y obró todo un abanico de milagros y proezas. De aquí nació su fama.

El paso del Jordán

Yahvé siguió con Josué la costumbre que había establecido con Moisés: hablarle en privado para marcarle el camino que debía seguir su pueblo. Así, siguiendo las órdenes divinas, el nuevo caudillo llevó a su pueblo hasta las orillas del río Jordán, siempre con el arca a la cabeza. Cuenta la Biblia que fueron los sacerdotes los que alzaron el arca y la cargaron sobre sus hombros, marcando el paso de los hebreos.

INFORMACION%20TECNICA%20ok_OK.jpgAl llegar al río, Josué tocó las aguas y la corriente se detuvo enseguida. Lo dice así el libro de Josué: “Las aguas que bajaban de arriba se detuvieron y formaron un solo bloque a gran distancia, mientras que las que bajaban hacia el mar de la Sal se separaron por completo. Y el pueblo pasó frente a Jericó. Los sacerdotes que llevaban el Arca de la Alianza de Yahvé se estuvieron a pie firme, en seco, en medio del Jordán, mientras que todo Israel pasaba en seco, hasta que toda la gente acabó de pasar el Jordán”.

Por lo tanto colocaron un arca que medía poco más de un metro en medio del caudal del Jordán, que tiene una anchura media de 30 m, y las aguas se separaron. La Biblia añade que por el río seco pasaron unos 40 000 guerreros armados, a los que hay que sumar medio millón de israelitas, sin contar los rebaños, carros y animales en general. En fin, una caravana enorme que debió de tardar horas y horas en cruzar el río, mientras el milagro seguía ocurriendo impasible.

¿Cómo pudo inmovilizar el arca un cauce con un volumen aproximado de 500 m3/min? Algunos pretenden explicar el prodigio afirmando que el corte de las aguas lo provocó un terremoto que taponó el río con los bloques de marga, una mezcla de piedra caliza y arcilla. Para mí, el razonamiento no es muy convincente, porque, según el libro de Josué, las aguas volvieron a correr cuando el arca salió del cauce.

Como es fácil de imaginar, los reyes y súbditos de la vecina Palestina se estremecieron cuando oyeron hablar del poder del arca. El pánico invadió a los cananeos, los habitantes legítimos de una tierra que los hebreos iban a ocupar. Josué consiguió así dos objetivos: impresionar a su pueblo y preparar el terreno ante la invasión que se avecinaba.

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Figura 9-2: Las aguas del Jordán

A golpe de trompeta

INFORMACION%20TECNICA%20ok_OK.jpgUnos días después del episodio vivido en el Jordán, el arca atacaría de nuevo. Como de costumbre, Yahvé volvió a dirigirse a Josué y le dijo lo siguiente: “Mira, yo pongo en tus manos a Jericó y a su rey. Vosotros, valientes guerreros, todos los hombres de guerra, rodeareis la ciudad, dando una vuelta alrededor. Así harás durante seis días. Siete sacerdotes llevarán entonces las siete trompetas de cuerno de carnero delante del arca. El séptimo día daréis la vuelta a la ciudad siete veces y los sacerdotes tocarán las trompetas. Cuando el cuerno de carnero suene, cuando oigáis la voz de la trompeta, todo el pueblo prorrumpirá en un gran clamoreo y el muro de la ciudad se vendrá abajo. Y el pueblo se lanzará al asalto”.

Tal como dijo Yahvé, así se hizo. Los hijos de Israel tocaron las trompetas y las murallas de Jericó cayeron. Y, con ellas, el conjunto de sus habitantes; hombres, mujeres y niños que fueron pasados a cuchillo. En total, miles de víctimas inocentes. Por primera vez el arca mostraba su poder destructor en auxilio de los israelitas. No sería la única.

No la saques de paseo

Tras el episodio de las trompetas de Jericó, no sabemos nada del arca por un periodo de más de cien años. Durante ese tiempo, Josué murió y a los israelitas los gobernó un consejo de jueces. En esta época las andanzas de la tribu hebrea no fueron tan legendarias como en tiempos pasados, y se dice que sufrieron ataques constantes. Para remediarlo decidieron adoptar una estructura monárquica, y coronaron rey a Saúl, que a Yahvé no le caía muy bien.

El favorito de Dios era David, quien pronto sucedió a Saúl como rey de Israel. En este siglo de silencio, los hebreos continuaron haciendo la guerra allí por donde pasaban, pero el poder destructor del arca no fue utilizado. Hacia el año 1000 a. C., y por orden del obediente David, la enigmática caja de madera y oro entró de nuevo en escena. Y de qué manera.

Los filisteos, un pueblo llegado del mar y que en aquellos tiempos ocupaba las costas de Israel, se atrevieron a desafiar al joven rey David. Las batallas fueron constantes y en una de ellas, ante la gravedad de la situación, los hebreos optaron por sacar el arca del santuario de Siloé, donde había permanecido guardada. Quizá recordaban gloriosos tiempos pasados, o quizá simplemente estaban desesperados. Lo cierto es que el arca no sirvió de nada, y el ejército israelita fue derrotado. Para asombro de todos, los filisteos consiguieron capturar el arca, y así empezó un periodo negro para los hebreos.

Los filisteos, muy seguros de sí mismos tras arrebatar la poderosa arca a los judíos, llevaron el cofre hasta la ciudad de Asdod, y lo pusieron en el templo de uno de sus reyes, Dagón. Es fácil imaginar que a Yahvé no le hizo ninguna gracia que pusieran su arca en la casa de otro dios. Así que al día siguiente, la estatua del dios Dagón, que era mitad hombre y mitad pez, apareció tirada en el suelo. Los sacerdotes filisteos, muy pacientes, la volvieron a poner en su sitio.

Pero la estatua volvió a amanecer tirada en el suelo. Y esta vez con la cabeza y los brazos separados del cuerpo. Los filisteos interpretaron el incidente como una señal, y llevaron el arca hasta Gat. A Yahvé tampoco debió de gustarle su nueva ubicación, y envió la peste bubónica sobre la ciudad. Enloquecidos, los filisteos la enviaron a Ekrón… y otra vez una epidemia de ratas y bubones asoló la ciudad.

La tragedia duró siete meses, hasta que por fin los reyes filisteos entendieron que el arca no les pertenecía. La colocaron sobre un carro y los bueyes tiraron de ella, sin que nadie condujera, hasta que el arca llegó al pueblo de Bet-Semés, un pueblo de las tribus israelitas. Así, el pueblo judío volvió a recuperar la esperanza… hasta que se les ocurrió mirar dentro del arca.

A Dios se le acaba la paciencia

Como decía, la alegría de los judíos duraría bien poco. Ya en Bet-Semés, el arca fue depositada sobre una gran piedra. Una noches, movidos por la curiosidad, algunos de los jóvenes del pueblo burlaron la vigilancia y abrieron el arca para mirar en su interior. A Yahvé no debían de gustarle mucho los cotillas, porque desató su cólera de la peor forma posible.

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Figura 9-3: Los jóvenes de Bet-Semés profanan el Arca

Historias%20reales.jpgUn fuego implacable acabó con la vida de todos los habitantes de Bet-Semés. ¿Cuántas personas murieron? La Biblia cristiana ha tratado de disimular la cifra, y apunta que murieron 70 personas. Pero la Torá judía y la Vulgata de San Jerónimo —una traducción de la Biblia al latín— no esconden la cifra y la sitúan en 50 070 personas. Ni más ni menos que 50 070 muertos. La arqueología moderna confirmó la gran masacre que produjo el arca. En 1930, una expedición dirigida por Robertson y Plo-Guy descubrió miles de esqueletos carbonizados en Bet-Semés. ¿Se trataba de las víctimas del arca?

¿Qué fue lo que hizo reaccionar así a Yahvé? Primero, la falta de respeto hacia la figura de Yahvé que mostraron aquellos jóvenes. Al Dios anterior a Jesús, por encima de todo, se le teme y respeta. En segundo lugar, que aquellos jóvenes vieron lo que había dentro del arca, y Yahvé decidió cortar por lo sano. Había que guardar el secreto.

Al ver la destrucción que había causado el arca, los escasos supervivientes de Bet-Semés se deshicieron de ésta. Se la llevaron a las colinas de Quiryat-Yearim, donde permaneció unos veinte años, odiada por algunos y temida por todos.

Se ruega no tocar

INFORMACION%20TECNICA%20ok_OK.jpgEn el 928 a. C., el rey David decidió establecer la capital del reino de Judá en Jerusalén, y quiso que el arca ocupara un lugar de privilegio en la ciudad. Así que se la llevaron del monte y la trasladaron a Jerusalén. Durante el viaje, el pueblo de Israel cantaba y bailaba, feliz por tener una capital donde guardar su preciada arca. Pero, otra vez, Yahvé montó en cólera… aunque quizás esta vez se pasó un poco de la raya.

La carreta que llevaba el arca estaba custodiada por Uzzá, que la había guardado durante esos veinte años en el monte Quiryat-Yearim con diligencia y voluntad. Por lo visto el camino era bastante tortuoso y empedrado, y la carreta empezó a tambalearse. Uzzá, justo cuando creyó que el arca se iba a caer al suelo, puso su mano encima del cofre para evitar la tragedia… Y el pato lo acabó pagando él. El libro de Samuel es claro: “Entonces, la ira de Yahvé se encendió contra Uzzá: allí mismo le hirió Dios por este atrevimiento, y murió allí junto al Arca”. Al rey David no le gustó nada que Yahvé hubiera sido tan cruel con el buen Uzzá, y decidió suspender el traslado a Jerusalén. Pero quizá Yahvé sabía que se había pasado un poco.

INFORMACION%20TECNICA%20ok_OK.jpgA los tres meses, los rabinos informaron al rey de que la familia que había sido designada para guardar la mortífera arca había prosperado de forma espectacular. Las mujeres e hijas de aquella familia habían multiplicado su descendencia milagrosamente, un fenómeno que atribuyeron a la influencia del arca. Fue ahí cuando los judíos decidieron volver a intentarlo y llevar por fin el cofre a Jerusalén. Eso sí, esta vez el rey David le dejó bien claro a Yahvé lo mucho que lo temía y respetaba: cada seis pasos que daban los porteadores del arca, sacrificaba un buey y un carnero bien cebado.

Así comienza la última y decisiva etapa del arca, marcada por su larga estancia en Jerusalén, la posterior destrucción del templo y la consiguiente desaparición del cofre… hasta nuestros días.

En busca del arca

RECUERDA.jpgEl Arca de Alianza, a su llegada a Jerusalén, se había convertido en la conciencia de todo un pueblo. Como juez implacable de las acciones de los israelitas, aplicaba la ley divina haciendo gala de un poder mortífero. No conocía el perdón y la piedad, como demostró con Uzzá, el guardián del arca, que a pesar de veinte años de fiel servicio perdió la vida por un simple gesto desafortunado. El arca era la voz de Yahvé.

Tras la muerte del rey David, le sucedió su segundo hijo, el no menos mítico Salomón. Corría el año 961 a. C. Por aquellos tiempos, y por seguir la costumbre de los tiempos del éxodo, el arca se guardaba bajo las lonas de una tienda. Sólo el sumo sacerdote podía llegar hasta ella, y siempre envuelto en una nube de incienso. Hasta que un día Yahvé habló a Salomón y le dio nuevas órdenes al respecto.

El rey Salomón

Cuentan las crónicas que Salomón fue colmado por el arca y que, gracias a su beneficioso influjo, compuso mil cánticos y fue el autor de 3000 proverbios. Hablaba con los árboles, con los peces, con las aves y las bestias… El arca por fin mostraba su lado más sensible y comprensivo. De hecho, sus bendiciones no se limitaron sólo a acrecentar la sabiduría y talento de Salomón.

INFORMACION%20TECNICA%20ok_OK.jpgEl nuevo rey ingresaba cada año 666 talentos de oro, algo más de ocho millones de euros. No estaba nada mal para la época. La flota y el comercio de los hebreos se extendieron en todas direcciones, llegando incluso a las remotas tierras de China e India. Visto lo visto, Salomón, agradecido por la generosidad de Yahvé, decidió mover al arca de su humilde tienda y construir para ella un lujoso y deslumbrante templo. El llamado templo de Salomón, el primero de la historia de Israel en el que se veneró a Yahvé.

Una vez terminado el templo, Yahvé se apareció a Salomón y le hizo una advertencia clara y trascendental: si seguía sus mandamientos y preceptos, todo iría bien; pero si él o sus hijos volvían el rostro hacia los dioses, aquel templo sería destruido e Israel quedaría como escarnio de todos los pueblos.

Para seguir la historia del arca tenemos que rebobinar un poco y retroceder unos meses, antes de la finalización del templo. En plenas obras, Salomón se dio cuenta de que tenía algunos problemas de financiación y decidió contactar con algunos ricos mercaderes, cuya ayuda solicitó para terminar el templo. Uno de los escogidos fue Tamrin, originario del reino de Saba, que acudió a la llamada de Salomón cargado de zafiros, ébano e incienso. Por lo visto, cuando Tamrin vio el templo se quedó maravillado y, a su vuelta a Saba, le contó a su reina las singulares dotes y el poder que adornaban a Salomón.

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Figura 9-4: La cúpula de la mezquita de Omar, construida sobre el templo de Salomón, en Jerusalén

Y la reina de Saba

RECUERDA.jpgMakeda. Ése era el nombre de la joven y bella reina de Saba, que se quedó atrapada por la descripción que Tamrin hizo del reino de Israel. El reino de Saba, que ocupaba el cuerno de África y buena parte del Yemen, era rico en especias y resinas aromáticas. Con la excusa de fortalecer las relaciones con los pujantes vecinos del norte, los hebreos, la joven y virgen reina hizo las maletas y se fue a Jerusalén. Un viaje de 2500 km en carro, lo que dice mucho del coraje y personalidad de Makeda.

La pista etíope

En Etiopía se encuentra un pequeño grupo de judíos de raza negra, los falashas, que serían herederos directos de aquellos mil dignatarios judíos. Son la única comunidad judía original situada por debajo del Sahara, y que mantiene vivo el culto a Yahvé. Pero lo más sorprendente es que en la ciudad de Aksum se encuentra la capilla de Santa María de Sión, el templo más sagrado del país, en el que, según la tradición y los treinta millones de etíopes que profesan el cristianismo, hoy se guarda el Arca de la Alianza.

La única persona que puede ver el arca es su guardián, denominado atang. Cuando viajé a Aksum en búsqueda del arca y pregunté si podía verla, recibí una rotunda negativa. El guardián del arca me dijo que ni siquiera el emperador, Haile Selassie, pudo verla en su día. Por más que lo intenté, la respuesta fue siempre la misma. Insistir no tenía sentido. Así que abandoné la ciudad y me pregunté si la conexión etíope del arca tenía razón de ser.

Mi conclusión fue negativa. Dos razones de peso me empujaban a creerlo. Por un lado pienso que si unos ladronzuelos hubieran robado el Arca de la Alianza, la Biblia nos hablaría de ello. Los filisteos, protagonistas de un hecho similar, sí aparecen en los textos sagrados. Y, además, estoy seguro de que Salomón, después de construirle todo un templo al arca, habría salido con todo su ejército en su búsqueda. ¿Por qué no debería mencionar un robo que habría sumido al pueblo de Israel en una profunda pena?

Por otra parte, descubrí que el libro en el que se basa la versión de los etíopes, La gloria de los reyes, no contiene información fidedigna. Todos los historiadores coinciden en afirmar que el libro fue elaborado en el siglo XIV por un monje llamado Yesac, de forma que es imposible que conociera de primera mano la historia de Makeda y Salomón. Seguramente se basó en leyendas populares y elaboró la historia del arca para promocionar y fortalecer la expansión del cristianismo. No me cabe duda de que la idea de una Etiopía hija del pueblo de Israel, y guardiana además del Arca de la Alianza, consiguió convencer a muchos de que lo más sensato era abrazar el cristianismo.

Según narra La gloria de los reyes —el libro que cuenta la épica nacional etíope—, al llegar a Jerusalén, la joven reina se quedó maravillada y alargó su estancia más de lo previsto. Durante ese tiempo aprendió de la sabiduría de Salómón, hasta el punto de convertirse a la religión de Yahvé. Y, yendo aún más allá, mantuvo contacto carnal con el rey Salomón, que tenía fama de ser bastante mujeriego. Las malas lenguas dicen que tenía unas 700 esposas y 300 concubinas.

Cuando Makeda volvió a Saba no sabía que estaba embarazada. Antes de partir, Salomón le dio un anillo y le dijo: “Si tuvieras un hijo mío, envíamelo, y si porta este anillo yo sabré que soy su padre”. Y dicho y hecho: Makeda dio a luz un varón que, al cumplir los 18 años, fue enviado a Jerusalén a la búsqueda de su padre. Salomón lo acogió y lo instruyó. Le regaló una de las orlas del arca y le dió un nuevo nombre, David, en memoria de su abuelo.

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Figura 9-5: Santa María de Sión, iglesia donde los etíopes dicen guardar el arca

Salomón decidió que el hijo de Makeda fuera escoltado hasta Saba por un millar de jóvenes judíos, hijos de los principales mandatarios de Israel. Una vez en Saba, este millar de israelitas fueron los responsables de mantener un culto a Yahvé en aquellas lejanas tierras.

Por los ríos de Babilonia

Cuatrocientos años después de la muerte de Salomón, la Biblia vuelve a situar el arca en Palestina. Según describe el segundo libro de los Macabeos, el arca vuelve a entrar en acción tras un largo periodo de descanso. Pero no lo hace para fulminar a nadie, sino porque tiene que salir a toda prisa del país: los persas se acercan a Jerusalén y el profeta Jeremías decide poner a salvo la reliquia más importante del judaísmo. Pero 400 años de silencio es demasiado tiempo. ¿Qué pasó en todo este periodo?

INFORMACION%20TECNICA%20ok_OK.jpgSon varias las hipótesis, aunque yo creo que la clave hay que buscarla en la ya referida advertencia de Yahvé a Salomón: “Si vosotros, y vuestros hijos, os volvéis de detrás de mí y no guardáis los mandamientos, yo arrancaré Israel de la superficie de la Tierra”. Y, según este investigador, eso es lo que pasó. Ya hemos vistó que Salomón tenía cierta tendencia a los placeres de la carne; según nos dice la Biblia, tenía a unas mil mujeres listas y dispuestas para complacerle en todo momento, entre ellas a la hija del faraón.

Así, cuenta el Libro Primero de los Reyes que, llegado a la vejez, el sabio y poderoso rey se dejó tentar por sus mujeres. Olvidó al Dios hebreo y empezó a adorar ídolos extranjeros; incluso les construyó altares para el culto. Conociendo a Yahvé, ya nos imaginamos cuál fue su reacción al ver el comportamiento de Salomón. Exacto: entró en cólera de nuevo, y esta vez los resultados fueron catastróficos.

Salomón murió, y el caos se apoderó del reino de Israel. El rey más famoso de la historia de Babilonia, Nabudonosor II, llevó a sus tropas hasta las puertas de Jerusalén y acabó conquistando la ciudad. Tras el asalto se sucedieron las desgracias: 830 familias judías fueron deportadas a Babilonia; los babilonios destruyeron el templo de Salomón, que cobijaba el arca y el capitán de la tropa, Nebuzardán, saqueó todas las riquezas del templo.

Una sencilla pregunta se me pasa por la cabeza. ¿Por qué los judíos no usaron el arca contra sus invasores babilonios, habida cuenta de su imparable poder destructor? Sólo me cabe una respuesta: el cofre sagrado ya no estaba en poder de los israelitas. De hecho, no aparece en el inventario de tesoros que Nabucodonosor se llevó de Jerusalén después de saquear el templo y la ciudad, lo que ratifica la teoría de que el arca ya no estaba en Jerusalén.

¿Dónde está el arca?

Historiadores y rabinos no se ponen de acuerdo. Para unos, Salomón escondió el arca en las grutas que hay bajo la actual mezquita de Omar. Es muy posible que el rey sabio se temiera lo peor tras su muerte, y decidiera esconder el santo y sagrado emblema de Israel para protegerlo de un futuro incierto. Otros expertos, basándose en el ya citado segundo libro de los Macabeos, dicen que fue Jeremías, tras recibir una revelación de Yahvé, quien cogió el arca y se la llevó al monte Nebo. Allí la escondió para que no cayera en manos persas. Pero claro, esto ocurrió muchos años después de la muerte de Salomón…

Sea como sea, ésa es la última pista que hay del destino del arca. ¿Sigue aún bajo el monte Nebo? ¿La devolvieron el profeta Jeremías o uno de sus sucesores a la ciudad de Jerusalén? ¿La ocultaron entonces bajo la gran roca de la actual mezquita de Omar? Esta última es la opinión que defienden los sabios y rabinos judíos, lo que explicaría por qué los israelitas se niegan en redondo a ceder una parte de la ciudad a los palestinos.

¿Sigue entonces el arca en Israel después de 2500 años? Según dice el Libro de Ezequiel, capítulo 10, versículos 18 y 19: “La gloria de Yahvé salió de sobre el umbral del templo y se posó sobre los querubines. Los querubines desplegaron sus alas y se elevaron del suelo ante mis ojos, y las ruedas con ellos”.

EL%20AUTOR%20OPINA%20benitez.jpgSegún la tradición, dos eran los querubines que adornaban el arca. Así que de estas palabras podríamos extraer que fue el mismísimo Yahvé quien se la llevó, cansado de las ofensas y el desprecio que le mostraba su pueblo. Después del desplante que le hizo Salomón, que lo llevó incluso a adorar a ídolos extranjeros, es posible que el severo Yahvé cumpliera su amenaza e hiciera de Israel un escarnio para todos los pueblos. Así, Yahvé habría abandonado a los judíos a su suerte… hasta que por fin les envió a su hijo, Jesús de Nazaret, con la intención de redimirlos. Un hijo a quien los hebreos no reconocieron y acabaron mandando a la cruz.

Las posibilidades son múltiples. ¿Jerusalén? ¿El monte Nebo? ¿Etiopía? ¿O no será que el arca, como el Yahvé de la Biblia antigua, es sólo un recuerdo al que se aferran los fanáticos religiosos? ¿No será que el tiempo del sanguinario Yahvé ya ha pasado a la historia? Ojalá fuera así.