CAPÍTULO 19
FIN DE JUEGO

«Desde hace 400 años, la política de Inglaterra ha consistido en oponerse a la más fuerte de las potencias continentales. Nunca le importó cuál fuera esa potencia: le bastaba con que pareciese querer dominar. Por tanto, no tengamos miedo ahora a que nos acusen de ser profranceses o antialemanes. Si las circunstancias cambiaran, seríamos proalemanes y antifranceses. La cuestión que hoy se nos plantea consiste en saber cuál es la potencia europea más fuerte, la que intenta dominar.»

Winston Churchill

En el mes de abril, el nuevo Fokker D.VII finalmente llegó al frente alemán. Considerado el mejor avión de combate de la guerra, poseía un increíble régimen de ascenso que le permitía subir sin la necesidad de largas pistas de despegue. Equipado con un potente motor Mercedes D.III de 160 caballos, su rendimiento podría igualar al de cualquier combatiente enemigo, de hecho, el D.VII propinó verdaderas palizas a todos los contrincantes inferiores que se encontró por delante. Solo durante el mes de junio, los alemanes habían derribado casi 500 aviones, registrando solo 150 bajas, una cifra atribuida no solo a la calidad de sus pilotos, sino también a la superioridad de sus aviones. En tierra, la Fuerza Expedicionaria Americana llegó a Europa justo a tiempo de salvar a los aliados. Su presencia sirvió no solo para renovar los ánimos de las tropas británicas y franceses, sino también para alimentar la esperanza del pueblo francés, cansado de tener a las tropas alemanas ocupando sus ciudades durante los anteriores cuatro años. Llenos de entusiasmo, pero carentes de experiencia, las tropas estadounidenses se lanzaron al ataque, ayudando a debilitar la ofensiva alemana en Chateau-Thierry en el mes de junio.

El 10 de mayo de 1918, la JGl, ahora bajo el mando del oberleutnat Wilhelm Reinhard, logró alcanzar su 300.ª victoria. El 20 de mayo pasó a llamarse Jagdgeschwader Freiherr von Richthofen n.° 1, en homenaje a su kommandeur caído en combate, a través de un real decreto firmado por el káiser. Reinhard murió dos meses después de asumir el puesto de mando, cuando participaba en un vuelo de prueba del nuevo Zepelín-Lindau D.I en Adlershof. El avión había sido pilotado minutos antes por el oberleutnant Hermann Goering, líder de la Jasta 27. Al aterrizar, Goering entregó el avión a Reinhard, que despegó enseguida para probar su rendimiento. Al intentar realizar una maniobra de descenso, el ala superior se desprendió y el avión acabó estrellándose contra el suelo. El mando de la JGl se quedó a cargo del propio Goering, quien se convertiría décadas más tarde en el comandante supremo de la Luftwaffe y uno de los hombres más poderosos del Tercer Reich. Los nazis, para exaltar la figura de Goering, ocultaron el breve periodo de mando de Reinhard y precisaron que su jerarca fue el segundo del Barón Rojo.

Debido a su arrogancia, la noticia de su nombramiento para asumir el mando de la JGl no fue recibido con mucho entusiasmo por los pilotos, quienes esperaban el nombramiento de un piloto de renombre y comprobada experiencia de mando. El ala contaba con candidatos de peso, como Ernst Udet, Hans Kirschstein o el «revienta globos» Erich Löwenhardt, que ya había asumido el mando de la JGl provisionalmente. La primera medida tomada por Goering, tras asumir el mando de la JGl, fue romper con la tradición de los aviones rojos, estableciendo como patrón del ala el color de su Fokker 5125/18, que tenía el fuselaje completamente pintado de blanco.

La mañana del 19 julio de 1918 Lothar se reincorporó al mando de la Jasta 11, a pesar de que en su informe médico ponía claramente: «no apto para el servicio activo». Pese a las molestias que todavía padecía, fue capaz de incrementar su palmarés con 10 nuevas victorias en menos de un mes, siguiendo la filosofía de combate establecida por Boelcke y actualizada por su hermano mayor. Irónicamente, al llegar el día 13 de agosto, cayó en combate una vez más.

Se encontraba sobre las líneas enemigas cuando divisó un biplaza y decidió atacarle, disparándole desde una corta distancia. Cuando estaba a punto de rematarlo, se encontró cercado por seis aviones británicos, que le obligaron a interrumpir su ataque y retroceder hacia sus propias líneas. Durante su retirada, consiguió deshacerse de todos sus perseguidores, con excepción de uno que se encontraba a tan solo 100 metros de su retaguardia. Lothar pisó a fondo el pedal, para aumentar la distancia entre su avión y el de su oponente y con ello intentar conseguir algún margen de maniobra para contraatacar. De repente sintió un fuerte golpe en la pierna derecha. Había sido alcanzado. El intenso dolor y fuerte sangrado minaron su capacidad de maniobrar su avión, que empezaba a perder altura. Incapaz de salir de su Fokker y saltar con un paracaídas, Lothar apagó el motor e intentó planear hasta encontrar una zona de campo abierto en el frente del Somme. Consiguió tomar tierra sin mayores complicaciones, pero aquel fue su último combate aéreo.

El piloto responsable de retirarle de manera definitiva de la guerra fue el capitán Eugene Kindley del 148.° escuadrón aéreo americano. Kindley era conocido entre sus compañeros por ser un piloto con mala suerte: había protagonizado numerosos accidentes, había tenido problemas mecánicos en pleno vuelo y había aterrizado de manera desastrosa en varias ocasiones. Por una irónica casualidad, Lothar y Manfred von Richthofen tuvieron que interrumpir sus brillantes carreras por una única y fortuita bala disparada al azar. Por suerte, el disparo recibido en la pierna le provocó una herida sin gravedad, permitiéndole sobrevivir a la guerra. Cerró su participación con un excelente palmarés de 40 victorias, igualando el récord del maestro de todos los pilotos, Oswald Boelcke. Lothar demostró ser un piloto de combate extraordinario y podría incluso haber superado su hermano si no hubiera sido por los largos periodos que estuvo ingresado en el hospital, recuperándose de las heridas provocadas por los sucesivos derribos que sufrió en combate.

El 8 de agosto, los Aliados lanzaron un contraataque masivo en Amiens logrando romper las líneas alemanas en el sector británico del frente, una jornada conocida como el «Schwarzer Tag des deutschen Heeres» (El día negro del ejército alemán). En solo un día, el ejército teutónico perdió cerca de 30.000 hombres, la mitad de ellos cayeron en cautiverio. La derrota de las fuerzas alemanas en Amiens fue el punto de inflexión en la guerra, que finalmente vaticinó que la derrota de Alemania era solo una cuestión de tiempo.

En el cielo, los Aliados superaban a su oponente en número por todo el frente y aunque los pilotos alemanes demostraron una extraordinaria valentía en combate, su inferioridad numérica fue determinante para el dominio definitivo del espacio aéreo por las fuerzas aliadas. Al gozar de libertad plena de vuelo, los escuadrones sobrevolaron impunemente los territorios ocupados por los alemanes, donde lanzaron bombas sobre las tropas, piezas de artillería y trenes. Se trató de una fase del combate aéreo que proporciono el surgimiento de prominentes pilotos y la consagración de muchos veteranos, como el canadiense Raymond Collishaw y la estrella británica Mick Mannock, quien había empezado el año de 1918 con un palmarés de 15 victorias y al terminar la guerra había añadido otros 46 triunfos.

El 26 de septiembre los estadounidenses condujeron el asalto final de la guerra en Meuse-Argonnne. La resistencia aérea alemana hizo frente a cientos de aviones aliados, saliendo victoriosa de muchos combates, pero una vez más, su potencial se vio mermado por la inagotable superioridad aliada y por la escasez de materia prima, que les obligaba a levantar vuelo con aviones reparados con piezas de aviones viejos o incluso a partir de partes recicladas de piezas de artillería desechada. Los pilotos sabían que la guerra estaba perdida, pero no vacilaron en seguir luchando hasta el final.

La precaria situación del servicio aéreo alemán, que se estaba quedando sin pilotos, combustible y piezas de repuesto, indicaba que en muy poco tiempo Alemania quedaría indefensa por el aire. Como consecuencia, los generales aliados empezaron a planificar un bombardeo masivo sobre Berlín a principios de 1919. No fue necesario. Con su ejército colapsado en tierra y con una revolución fomentada en casa, el káiser abdicó y huyó a Holanda. El nuevo gobierno alemán no tenía otra elección que sentarse con el enemigo y establecer un armisticio.

El 6 de noviembre de 1918, los leutnants Justus Grassman, Alois Heldmann y Ulrich Neckel derribaron un SPAD cada uno. Fueron las últimas contribuciones de la JGl a la causa alemana. Para Neckel, se trataba de una victoria personalmente especial, la número 30, que le daba derecho a recibir la Pour le Mérite, la última otorgada a un piloto de la JGl. El día siguiente, los pilotos y aviones fueron trasladados en medio de una fuerte lluvia al aeródromo de Tellancourt, cuyo terreno se encontraba en tan malas condiciones que casi todos los aviones que aterrizaron aquel día sufrieron algún tipo de daño. Pero ya no importaba. Los pilotos habían recibido la orden de entregar sus aviones a las autoridades francesas en Estrasburgo, así que muy pocos se preocuparon por mantener sus aviones en buen estado. El 19 de noviembre, Hermann Goering condujo lo que quedaba del antiguo Circo Richthofen hacia Aschaffenburg, donde entregaron sus aviones a las fuerzas aliadas. Aquel día fue un golpe duro, no solo para Goering, sino también para cada uno de los pilotos de la JGl, quienes querían honrar el espíritu de Richthofen, luchando por una victoria que creían posible. A pesar de su bucólico fin, la JGl había proporcionado a sus hombres el orgullo de formar parte de un grupo de élite, un privilegio reservado a un número muy limitado de pilotos, que volvieron a sus casas derrotados, pero convencidos de haber cumplido con su deber hasta el final. En sus 17 meses de operación, la JGl sumó 644 victorias. 56 de sus pilotos murieron y 52 resultaron heridos.