I
Mi hermano me mandó hoy que hiciera dos cosas: escribir un poema para nuestro Führer y matar a un español. Lo primero, aunque a mí no se me da bien escribir, me pareció cosa fácil. Hasta un tonto como yo puede enlazar dos o tres frases con un mínimo de sentido y conseguir que se parezcan un poco a los eslóganes nacionalsocialistas que nos gritan a todas horas por la radio. Además, he observado que la gente siempre pone buena cara cuando recibe un regalo de cumpleaños, le guste o no, así que supongo que Adolf Hitler, que según dicen todos, es tan bueno, justo y amable, no le dará mucha importancia a cualquier error que yo cometa, tanto si se trata de un desliz en la construcción poética o de mi ignorancia sobre alguna norma y precepto del partido, de nuestro amado pueblo o de nuestra raza. Son muchos esos preceptos y es comprensible que no pueda recordarlos todos. Además, seguro que el Führer está muy ocupado y no tiene tiempo más que de echarle un vistazo a mi carta. Incluso puede ser que no la lea él mismo. Tal vez tenga una legión de administrativos y secretarias que leen las cosas por él y luego las contestan. Eso es lo que yo haría si Rolf Weilern fuese un hombre muy ocupado y muy importante.
La segunda cosa que mi hermano me ordenó ya no me pareció algo tan sencillo. Hace ya tiempo que insiste en que debo demostrarles a todos en el Lager que soy un hombre como el que más, que puedo ser un miembro útil de las SS, duro y frío como el acero. Yo sé que por eso quería que matase a un español, pero cuando intenté pensar en ello la idea me hizo cosquillas y retortijones en la barriga. Luego tuve ganas de vomitar y me costaba tragarme la sensación de asco que intentaba ascender hasta mi lengua. Soy consciente que probablemente eso signifique que no soy un buen nacionalsocialista; por tanto, no le dije nada a mi hermano sobre mis náuseas y traté de sonreír cuando me habló de qué tipo de prisionero es más lícito asesinar. Parece ser que a un hombre viejo, a un niño flacucho o a un enfermo, hace más feliz a nuestro Führer que lo asesinemos antes que a un hombre fuerte que todavía puede trabajar muchos meses en la cantera. Con el paso del tiempo, ese hombre fuerte comenzará a deteriorarse poco a poco por la pena, el hambre y los trabajos forzados. Entonces es cuando sería lícito matarle. Tardé más de una hora en entender este concepto del nacionalsocialismo y por eso he pensado explicarlo en mi diario, a través del cual me dirigiré a vosotros, el Volk o pueblo alemán, y que ahora estoy comenzando en este día catorce de noviembre de mil novecientos cuarenta. Como soy un poco tonto, ya lo sabéis, tal vez todo eso de qué preso se debe o no matar se me haya olvidado mañana, y es mejor dejarlo por escrito, sobre todo porque mi barriga no piensa como mi cabeza y me viene esa sensación a la boca del estómago como de vómito tanto si pienso en matar a un español fuerte y sano como a uno viejo y débil. Me temo que eso sea otra prueba más de que soy un mal alemán y por eso mejor me lo callaré también delante de mi hermano. No debo olvidar que ya se siente sobradamente defraudado por mi causa.
Así que mejor volvemos al tema de la carta. El próximo abril (aún quedan más de cinco meses) nuestro amado Führer cumplirá cincuenta y dos años. Para entonces tengo que terminar un poema que ensalce su figura. Mi hermano me ha dicho que es muy importante que haga esto. A lo que parece, escribir sobre lo que uno piensa es una cosa buena y sirve para hacer examen de conciencia. Si se hace en primera persona como este diario, te permite reflexionar sobre el credo del partido, la comunidad de nuestro pueblo y todas esas cosas importantes en las que Alemania se ha embarcado camino de su regeneración como estado y como colectividad. Un diario es una especie de autobiografía, y en ella debes explicar aquello que eres y, más aún, aquello en lo que te estás convirtiendo, pues uno debe, por el bien de la Nación, transformarse en un nuevo hombre con mentalidad racial. Eso, más o menos, he creído entender que significa ser un verdadero nazi. La gente sabia del partido organiza por toda Alemania campos comunitarios para los jóvenes en los que, aparte de otros muchos trabajos físicos, se ensalza este tipo de literatura personal de la que os hablo. Pero no solo se ha de escribir sobre uno mismo y su proceso de metamorfosis; es también importante ser capaz de reconocer la grandeza de aquellas personas que están trabajando en primera línea por el futuro del Reich. El primero de ellos, qué duda cabe, es nuestro Führer: Adolf Hitler. Es por ello que mi hermano ha insistido en que le escriba una carta de cumpleaños en forma de poema. Incluso me ha apuntado en mi libreta el número de palabras que quiere que tenga mi composición, pues se temía que mi pereza me impidiera hacer una cosa digna de nuestro líder. He intentado hacer lo que me pedía, pero cuando terminé de escribir he descubierto que la longitud del poema no alcanzaba ni a la tercera parte de lo estipulado por él. Así que finalmente pensé que mejor sería escribir dos o tres poemas y ponerlos juntos en la carta. Creo que tenía razón, sin embargo, en que soy un poco perezoso. Terminado el primero de mis poemas no he tenido ganas de seguir y ya lo haré más adelante. Pero de momento quiero enseñaros lo que llevo escrito, a ver si os gusta:
Poema para celebrar el cumpleaños de Adolf Hitler[1]
Si todos los países tuvieran un Führer
como el que nos ha enviado la Providencia,
qué hermoso sería el mundo,
¡¡¡y cuán dichosa sería Europa entera!!!
Ya no se desencadenarían más guerras,
y todos cuidarían de su país para que esto sucediera.
Continuamente florecerían el turismo y el comercio,
pues todos los líderes se esforzarían con esmero.
Alegres nos sentaríamos a enormes mesas,
y la cabeza nos ardería de puro empeño
en resolver los problemas, aún los más difíciles,
mas no con las armas, no, sino por las buenas;
así no habría de derramarse más sangre inocente,
¡pues esta vida es corta, es única, y es sagrada!
¿acaso debe ser por mano enemiga arrebatada?
Cierto es que ni el hombre más piadoso
puede vivir en paz cuando su vecino es malicioso.
Así ha sido siempre, y sigue siendo hoy
en este mundo, por lo demás, maravilloso.
Pero si todos los países tuvieran un Führer
como el que nos ha enviado la Providencia,
entonces no habría ninguna guerra en este mundo,
¡¡¡y todos disfrutaríamos de la paz más excelsa!!!
Pero este deseo, debo admitirlo, parece más bien un sueño,
pues su realización sería demasiado bella,
y temo que nadie podría creerlo.
Aún así, no puedo dejar de pensar
en las palabras del poeta
y ojalá quiera la Providencia…
¡¡¡QUE ALGÚN DÍA LA GERMANIDAD
VUELVA A SANAR A LA HUMANIDAD!!!
¿Es bonito mi poema? No lo sé; por eso os lo pregunto. Yo lo veo muy poco original, como si mi cabezota no pudiese crear nada verdadero y solo pudiese hacer copias de copias de las ideas de otros. De todas formas, no creo que ser original sea muy del agrado del credo nacionalsocialista. Si bien puede ser que me equivoque porque, como ya os he dicho antes, es muy difícil entender todos los conceptos que nos inculcan desde la radio, en la calle o tu propia familia. Convertirse en un nazi es, definitivamente, una cosa muy complicada…
Todavía le daba vueltas a cómo conseguirlo de una vez por todas, cuando he terminado de corregir mi poema, he guardado mi pluma y la tinta en el escritorio, me he puesto mi uniforme y he salido a la calle. Llevaba mi escrito en un bolsillo de la chaqueta del uniforme para luego repasarlo, y me sentía algo incómodo y avergonzado. No sé si por haberme atrevido a escribir un poema a mi Führer, o por haberlo escrito tan mal, o tal vez fuera que me dolía un poco la barriga recordando que tendría que matar a un español antes de acabar la jornada. El pensarlo me puso triste.