Voces
Primero fueron sólo susurros que oía cuando había silencio. Trataba de ensordecerlos con música, con ruido, volviendo a casa tarde, ebrio y cansado, tras recorrer muchos bares. Pero siempre retornaban, voces profundas y turbadoras, como raíces en el barro de una ciénaga. No podía ignorarlas, asfixiarlas en su mente: estaban allí, modulando palabras sin sentido que evocaban lugares húmedos y terribles. Con el tiempo los sones se le hicieron inteligibles, le contaron cosas de la gente: feos secretos y tristes soledades. Esas voces cautivadoras le volvieron más sabio, más fuerte. Y le explicaron cómo debía tratar con vecinos y amigos.