Sin temor
La noche. El calor del fuego. Alrededor de la hoguera, sus hijos, su mujer, y él. Claudia no había querido salir al campo con la tienda, pero él convenció a los críos y ellos a ella. Por la tarde pescaron, jugaron sobre la hierba y cenaron. Ahora, junto al fuego, él se sentía inquieto. Sin motivo, claro, nada tenía porque ir mal. La noche, el silencio, o los simples caprichos del miedo, le hicieron murmurar una oración. Por su mujer. Por sus hijos. Tras ellos, a su alrededor, se oyeron crujidos y surgieron ojos rojos. Habían llegado. Todo iría bien.