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Un día más o 24 horas menos

Pasaron unos minutos hasta que pude recuperar la conciencia. Me encontraba tumbado en el sofá del salón, con un paño húmedo colocado sobre mi frente y a mi lado, sin soltarme la mano, estaba sentada Marina, con una expresión de tristeza en su bonita mirada.

—¿Cómo se encuentra Señor? —Preguntaba con una tímida media sonrisa que no se atrevía a salir del todo.

—Bien ¿qué ha pasado?

—Nada Señor, que tuvo usted un pequeño desmayo.

—¿Podrías darme un poco de agua, por favor? Tengo la boca seca.

—Sí, claro. Incorpórese Señor, no vaya ser que se le derrame todo por encima.

Me senté junto a Marina. Me quedé mirando al televisor que había frente a mí, estaba apagado. Me daba miedo encenderlo, temía escuchar noticias atroces, guerras de la inconsciencia, barricadas contra los derechos humanos y lo que más horror me producía, era saber la fecha en la que estábamos. No pude apartar la mirada a esa oscura pantalla. Recordaba perfectamente todo lo que había pasado justo antes de caer en los brazos de Marina, pero me costaba creer que todo eso fuese cierto.

Quizá todo era un mal sueño del que aún no había despertado, quizá no estuviese vivo y me gustaría estarlo, o quizá, todo esto fuese real y eso me asustaba, aún, más.

—Marina ¿Cuántos años han pasado?

—¿Desde cuándo, Señor?

—Desde que no recuerdo nada.

—Han pasado ya más de veinte años, Señor.

Durante unos segundos, todo fue silencio, un silencio que se fue prologando hasta hacerse incómodo. Marina se mordía los dedos, luego rompió ese vacío con unas palabras que se me clavaron directas en lo más profundo del corazón:

—Lo siento, Señor. Lo siento muchísimo —y me abrazó.

—¡He perdido veinte años de mi vida! ¡Veinte años! —Grité desesperadamente mientras me aferraba con todo mi dolor a Marina.

No pude evitarlo, y aunque dicen que los hombres no lloran, yo lo hice como una mujer, como quien no encuentra consuelo en los abrazos. No sé si lloraba de rabia, de impotencia o de desesperación, pero mis ojos amenazaron tormenta y no se hizo esperar. No pude dejar de gritar una y otra vez: ¡Veinte años perdidos, veinte años, veinte…!

Marina intentaba tranquilizarme, siempre supo como hacerlo, esta vez no. Ella me hablaba en voz baja sin dejar de abrazarme; yo temblaba no quería haber tenido que escuchar eso. Fue imposible consolarme. Marina sujetó suavemente con sus manos mis mejillas, dirigiendo mis ojos a los suyos. Fue imposible aguantarle la mirada, le aparté la vista.

Esta vez no encontré en la belleza de sus ojos, el refugio a mi dolor.

—Llore Señor, llore, necesita desahogarse. Esas lágrimas le ayudarán a limpiar ese dolor que encierra dentro. Vacíese Señor. Tenemos que llenar ese alma de recuerdos bonitos, de cariño y de amor. Si me lo permite Señor, déjeme decirle algo.

Asentí, aún no sé hablar debajo del agua…

—No ha perdido veinte años de su vida, nunca los perdió, solo que esta vez no tuvo la oportunidad de poder vivirlos.

Mientras hablaba fui elevando la mirada hasta llegar a sus ojos. Intenté ver, tras ellos, lo que nunca pude ver en esos veinte años. Le pregunté:

—¿Qué ha pasado? ¿Por qué no recuerdo nada? ¿Quién me ha robado esa parte de mi vida? ¿Quién?

—No, Señor. No intente buscar culpables en esto, porque nadie tiene la culpa de lo que pasó. Así es la vida, solo es eso.

—¿Así es la vida?, pues no quiero una vida así ¡la vida es una puta mierda!, ¡da asco! He perdido veinte años, dejando de hacer muchas cosas importantes ¿por qué?… ¿Por qué la vida es así?

—No hable de esa forma, Señor. La vida puede ser tan bonita como se imagine y las cosas más importantes de ella no son precisamente las cosas.

—¿Qué dices Marina? No te entiendo, ¿qué quieres decir con eso de que no son las cosas?

—Señor, lo más bonito de la vida es compartir emociones y sentimientos.

—Con quién Marina, ¿no ves que estoy solo?

—¿Está solo, Señor?

—Sí, ¿no me ves?

—Yo si le veo, quizá sea usted quien no ve nada. Sus ojos miran pero no ven, su corazón late pero no bombea, sus manos tocan pero no sienten y su voz habla pero no transmite, es muda…

—¿Qué cojones dices Marina? ¿Has fumado algo?

—¿Quiere sentir, Señor?

—¡Por supuesto!, ¡claro que quiero sentir!

—Pues séquese esas lágrimas que nos vamos a dar un paseo.

—¿Un paseo a dónde?

—Deje de hacerme más preguntas. Vamos a ponernos en marcha ¿Le ayudo a incorporarse?

—No, creo que podré hacerlo yo solo.

Al ponerme en pie, Marina me dio un abrazo y me dijo al oído:

—¿Siente algo?

—No —le respondí. Sigo pensando que Marina tiene el don de saber qué hacer y qué decir en cada momento.

—Siento que me aplastas —sonreí, sonrió…

—Bueno eso está bien, por algo se empieza ¿Está usted listo?

—¿Para qué?

—¡Ostras qué hombre más pesado, respondiendo siempre con otra pregunta! ¿Está usted listo o no?

—Sí, lo estoy Marina.

—Pues ¡nos vamos de viaje, Señor!

—¿A dónde vamos?

—¿Otra vez? ¡Qué más da! Nos vamos donde nos lleven los sentidos ¿Le parece un buen destino?

—Me parece bien pero que sean los tuyos los que nos dirijan porque acuérdate donde me llevaron ayer los míos.

—¡Ja! ¡Ja! Sí, tiene usted razón ¡Muy bien! Necesitará una rebeca Señor. Recojo un poco el salón, preparo algunas cosas que nos llevaremos y nos marchamos.

—No te preocupes, ya subo yo a por la rebeca ¿alguna cosa más?

—¡Ah! Sí, hay una cosa muy importante.

—¿Cuál?

—A partir de ahora —más que nunca— debe confiar en mí, en todo lo que le cuente. Debe creer en todo lo que sienta, porque por muy increíble que le parezca todo, vamos a realizar un viaje al pasado donde, poco a poco, iremos encontrando respuestas a sus preguntas.

—Me parece bien. Confío en ti, Marina. Te necesito a mi lado para hacer este viaje.

—¿Tiene miedo Señor?

—¿Miedo? No, no tengo miedo ¿debería tenerlo? Tengo la misma ilusión con la que un niño sale de excursión por primera vez con sus compañeros de clase, solo que en vez que vivir nuevas aventuras e ir con mis compañeros, voy a recordar las cosas que no pude vivir acompañado con la mujer más bonita que mis ojos recuerden.

—¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!, ¿no pensará que me siento halagada por el piropo que me acaba de regalar?

—Ah ¿no? ¿Por qué?

—¡Porque no se acuerda de nada! —Sonrió—. Como para acordarse de otras mujeres. Aun así, gracias por el piropo. Yo tampoco recuerdo a ningún otro hombre tan atractivo como usted.

—¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!, Gracias, gracias… reí, mientras se me subían los colores. Ese era otro de los muchos encantos de Marina, su buen sentido del humor.

—¿Tendremos que hacer las maletas? —Pregunté.

—No, Señor. No nos hará falta equipaje para este viaje, tampoco necesitamos sacar billetes de tren, ni de avión, ni de barco. Es un viaje por los recuerdos y solo nos hace falta una cosa.

—¿Qué?

—No dejar olvidada la ilusión cuando salgamos de casa.

—¿Por qué?

—Porque sin ella no podremos llegar muy lejos y nuestro viaje va a ser muy largo. Sin ella no podremos levantarnos cuando nos caigamos, ni podremos continuar cuando el cuerpo no pueda con nuestra alma y tampoco podremos dormir porque se habrán consumido nuestros sueños. La ilusión es la llave que abre la puerta a otro mundo, el suyo.

—¡Qué bonito Marina! Pues nada echa tres o cuatro paquetes de ilusiones no vaya a ser que cuando estemos llegando nos quedemos sin ella y no podamos regresar —bromeé.

—¿Pero cómo se puede ser tan tonto?

Reímos a carcajadas como aquella vez que caímos al suelo al subir las escaleras.

Marina era un cielo de mujer. Sé que, para mí, este viaje no va a ser nada fácil e imagino que tampoco para ella. Supongo que los recuerdos irán apareciendo a la vez que los sentimientos y, que habrá muchas cosas que me dolerá oír y otras que me llenarán de felicidad, que habrá personas que no volveré a ver y otras que volverán a mi lado y que ya nada volverá a ser como antes, sobre todo, porque han pasado veinte años… veinte malditos años. Pero a pesar de ello, hacer este viaje en compañía de Marina es un regalo para mí. Ella me tranquiliza cuando me tiemblan hasta las ideas, me hace reír cuando asoma por una de las puertas del corazón la tristeza, me abraza cuando mi cuerpo temeroso necesita refugiarse en otro cuerpo. En apenas dos días, se ha convertido en una mujer muy especial para mí.

—Solo hay una cosa que le puedo contar del viaje, lo demás deberá descubrirlo por si mismo —sus palabras me hicieron volver al suelo.

—¿Qué es eso que me puedes contar?

—Una vez que lleguemos a nuestro destino, no habrá vuelta atrás.

—¿Es un viaje solo de ida, Marina?

—Es un viaje, solo es eso. Ya te iré contando más cosas de la vuelta. Disfrute de él.