29
Una salpicadura de sangre golpeó el visor de Cam cuando Jennings se retiro del volante de una sacudida. El chasquido de la cabeza de aquel hombre fue brusco y despiadado. Cam se sobresaltó y gritó cuando los disparos se sucedieron en la calle.
Muerto, con el casco partido, Jennings rebotó de nuevo hacia delante y cayó sobre el volante. El todoterreno dio un viraje brusco a la izquierda, a cincuenta kilómetros por hora, y redujo la velocidad cuando se le resbaló la bota del acelerador, pero siguió embistiendo debido al peso y la inercia del remolque.
El cambio de velocidad provocó una creciente sensación de terror en Cam, parecía como si la cabeza le fuera a estallar.
Pasado el bloque treinta y ocho, Olson vio un paracaídas de color caqui, colgado en un grupo de árboles, con el arnés abierto, el paracaidista huido. El capitán Young se encogió de hombros tras ordenar seguir la marcha. Sabían que estaban rodeados, que los superaban en número. Las cuentas variaban, pero coincidían en que habían bajado del C-130 más de cuarenta paracaídas, reunidos sobre todo en un gran grupo delante de ellos y otro más pequeño detrás.
Young esperaba abrirse camino engañándolos, pero el francotirador estaba sincronizado por lo menos con otro.
Con los ojos abiertos de par en par y la mente despejada, Cam vio que Trotter quitaba el techo de la cabina de la excavadora diez metros por delante. Más allá, los destellos de los disparos surgían a lo largo del muro bajo de ladrillo de un edificio de apartamentos y por detrás de las esquinas de otro bloque de viviendas, más de una docena de detonaciones irregulares, como un fuego cruzado de sinapsis.
La excavadora fue la más afectada. Chispas y esquirlas amarillas saltaban del duro metal, y el sargento Olson corrió la misma suerte que Trotter. En el asiento del conductor, Dansfield se resistía y agitaba, destrozado por algunos disparos que se habían colado por las placas del blindaje y que ahora rebotaban en la cabina.
Young, que iba en el todoterreno, apoyó el hombro contra el cuerpo de Jennings para enderezar el volante. Demasiado tarde. Evitó que el todoterreno y el remolque chocaran, y tal vez que volcaran, pero la mala suerte había colocado una furgoneta Toyota de color rojo en su camino. Chocaron contra ella a cincuenta por hora o más, el guardabarros golpeó en una esquina de la parte trasera. Los dos vehículos sufrieron una sacudida, y el todoterreno, más pequeño pero más pesado, embistió a la furgoneta.
Nadie llevaba cinturón de seguridad. Jennings y Young no cabían en el suyo, no podían sentarse bien por las botellas de aire, y en la parte trasera Cam y los tres científicos estaban encajados.
El impacto lanzó a Cam a un lado, hacia la espalda de Young. Todd, enfrente de él, empezó a caer del todoterreno, pero el lateral de la camioneta le dio un golpe, al tiempo que Ruth y D. J. Eran impulsados hacia delante, por encima de Cam, provocando una maraña de cuerpos. Un brazo le golpeó en los auriculares, estampándoselos contra el cráneo.
Debajo de ellos, contra el salpicadero, Young logró escurrirse y salir por el lado abierto del todoterreno.
En la radio un hombre sollozaba, ¿a quién más habían disparado?, y todos jadeaban como perros. Cam se arrastró hacia el espacio que Young había dejado, luego cayó al asfalto. Las piezas desiguales de un rompecabezas de cristal de seguridad rodaron como guijarros bajo sus antebrazos y su vientre.
La furgoneta y el todoterreno se habían parado en forma de «T» torcida, con el remolque doblado de manera que formaba algo parecido a un triángulo, y, para la percepción distorsionada de Cam, la furgoneta era como una enorme mole entre él y los paracaidistas.
Entonces una ráfaga de disparos de rifle se abrió paso a través del panel abollado por encima de su cabeza y chocó contra el todoterreno. «Pam, pam, pam».
—¡Cubrios, cubrios con cualquier cosa! —Era Young. Su visor tenía una fractura. Miró al remolque con un ojo cerrado y la piel de la mandíbula y la sien en carne viva—. ¡Newcombe!
Dos minutos antes Cam había pensado en pedir una pistola. Tenían las que les habían quitado a los marines, pero Young no estaba conectado a la frecuencia general porque comunicaba con los pilotos y tal vez también con Leadville, y las pistoleras estaban en el remolque, con Newcombe y Iantuano…
Jennings. El cadáver de Jennings tenía un arma.
Mientras Cam lo pensaba y retrocedía de rodillas, Young y otro consiguieron responder con una corta descarga de los chasquidos esporádicos y pesados de las Glock de 9 mm. Young ni siquiera se molestaba en apuntar, tenía el brazo debajo de la furgoneta.
Los paracaidistas reaccionaron y Cam se quedó tumbado mientras una lluvia de cristal le caía encima, mezclada con fragmentos de pintura, plástico y tapicería. Sin embargo, los disparos de los rifles no sonaban tan concentrados como antes. Se percató de que algunos paracaidistas estaban avanzando, debían de haberse agachado ante los disparos de pistola.
Young logró que aminoraran la marcha, pero probablemente no por mucho tiempo.
Cam se levantó del asfalto contra todos sus instintos y venció a sus propios músculos, rígidos del pánico. La seguridad que en teoría proporcionaba el suelo era falsa. Si Leadville había estado negociando con Young desde su primera conversación, sólo era un ardid. Aquélla emboscada era responsabilidad de Leadville, y demostraba que querían recoger las piezas que quedaran antes que arriesgarse a no rescatar nada, y si Cam y los demás eran acorralados allí, en la calle, no podían esperar más que una bala en la cabeza.
Los paracaidistas los matarían en defensa propia, para evitar que usaran los bidones de gasolina que Young había amenazado con incendiar.
Cam se agachó a un lado del todoterreno e intentó agarrarse a Jennings. Lanzó un grito cuando una bala chocó contra el todoterreno, a su lado, lo bastante cerca para que la vibración le llegara al pecho. Luego volvió a agacharse contra el suelo y arrastró a Jennings por el cuello.
Vio a Todd encima de él. Aún estaba en la parte trasera del todoterreno y utilizaba su cuerpo para proteger a Ruth y D. J. La voz de Todd era como un mantra, un murmullo, tenía los auriculares estropeados o perdidos dentro del traje: «¡Abajo, abajo, quedaos abajo!».
Era la segunda vez que Cam le veía proteger a los demás.
Más allá del todoterreno, Newcombe estaba de pie en el remolque, viajaba en una estrecha ranura entre los ordenadores. Tenía la pistola en alto, pero el equipo inestimable que lo rodeaba podía ser su mejor protección. Tal vez nadie disparaba a Newcombe. Podía ser que Sawyer también hubiera sobrevivido al accidente, con la silla metida en la parte trasera y hacia atrás, pero Iantuano no estaba en su posición. O los francotiradores lo habían acribillado o había caído a la calle.
—¡Tenemos que movernos! ¡Hacia el sur, vamos detrás de ese edificio blanco! —Young sabía mandar, pero hablaba como si organizara a gente dispersa a mucha distancia en vez de a pocos metros—. ¿Dónde están los científicos? Newcombe, puedes llegar… —Se detuvo.
Cam sujetaba una Glock de 9 mm. En una mano, mientras le quitaba el cinturón de armas a Jennings.
Young se lo quedó mirando. Estaba recargando, era vulnerable.
—¿Capitán? Eh, mierda. —Era obvio que Newcombe pensaba que Young estaba herido o muerto, y que había asumido el mando tras un instante de pánico—. ¡Mierda, eh, vamos a la casa blanca!
—Aún están en el todoterreno —dijo Cam como respuesta a Young, que volvió a hablar incluso antes de que Cam hubiera terminado.
—Asegúrate de que tienen la nanotecnología —le dijo Young—. Newcombe, ¿puedes traer las pistoleras? Cógelas todas. Vamos a tener que salir a pie.
Abandonar el equipo de laboratorio ya era todo un sacrificio, pero eso retendría a muchos de los paracaidistas allí. Pero ¿a qué distancia estaba la autopista? ¿Habían llegado siquiera a la calle treinta y cinco?
—¡Equipo científico, escuchen! —Young era extremadamente metódico—. Les quiero en el lado del conductor del todoterreno, es decir, lejos de mí. ¡Vamos a correr al sur, hacia ese edificio blanco en el lado más próximo de la calle, y necesito que se lleven todo su equipo, el portátil, las muestras, todo!
Cam intentó hacer las cuentas. Dios mío, estaban como mínimo a siete edificios del avión.
—Iantuano, ¿aún está conmigo? —preguntó Young.
—En la parte trasera del remolque, sí. Creo que me he roto el brazo.
—Necesito que lleve a Sawyer. ¿Puede pasarle su M16 a Newcombe? Síganme.
Siete bloques, a menos que les cortaran el paso.
Cam se arrastró boca abajo detrás de Young, entre el remolque y el todoterreno, mientras Todd bajaba como podía al asfalto, luego Ruth. Mirando de un lado a otro en busca de D. J., Cam vio que Iantuano le daba tres puñetazos a Sawyer en la barriga para que dejara de resistirse, y que hacía torpes intentos con la izquierda porque tenía el otro brazo roto.
—¿Dónde está el otro científico? —gritó Young a Ruth al tiempo que D. J. Gritaba:
—¡Rendirnos! ¡Tenemos que rendirnos!
Aún estaba en el todoterreno. Cam podría haberlo abandonado. No había tiempo, pero Ruth y Young discutieron con él aunque no lo veían, en cuclillas, cubiertos por el vehículo.
—¡Maldita sea, no está tan lejos! —exclamó Young.
—¡Podemos hacerlo! —gritó Ruth.
—No importa si no tenemos el láser…
—¡La programación es lo más importante! —chilló Ruth—. ¡La programación y las muestras! ¡Podemos hacerlo!
Iantuano avanzó hacia ellos, en paralelo al remolque, con Sawyer en el hombro como un saco de patatas. Entre tanto, los disparos de los rifles llegaban en descargas breves y controladas que chocaban en la parte superior de la furgoneta. Sólo Newcombe respondía a los disparos. Cam notaba que los soldados de Leadville se acercaban…
Young se dio la vuelta y disparó a boca jarro al todoterreno, cinco disparos seguidos.
—¡No, no, esperad! —gritó D. J.
Pero todos los disparos acertaron en la rueda delantera, destrozaron el neumático y dieron en el motor. Los daños en el todoterreno harían que al enemigo le costara más trasladar los aparatos del laboratorio, y que por lo menos algunos soldados no los persiguieran. Los disparos también sonaron como una descarga de respuesta a D. J., y solucionaban las dudas de éste con la misma eficacia con que Iantuano había controlado a Sawyer.
—No, esperad —suplicó D. J—.. ¡Estoy atascado! ¡No puedo!
—Ayúdeme a agarrarlo. —Young miró a Cam a los ojos antes de levantarse, y Cam no pudo dejarlo solo.
La sensación de estar de pie encima del todoterreno era como tumbarse en la vía de un tren, a la espera de la muerte, a la espera de una bala. Cam se rompió un ligamento del hombro al sacar a D. J. Del asiento trasero y ponerlo en el suelo con una fuerza bruta fruto de la adrenalina.
—¡Verde, verde, estamos llegando a pie! —gritó Young, y quedó claro que sus pilotos habían estado esperando, a la escucha.
—Mantengo mi posición. Mantengo mi posición. —El miembro de las fuerzas aéreas hablaba con fría precisión, luego añadió—: Moved el culo. No vamos a ninguna parte sin vosotros.
Tenían la suerte de su lado, pero la idea era una locura, Cam se dio cuenta de que habían tenido la ventaja de que los canales de radio no se hubieran bloqueado. Los auriculares funcionaban básicamente como transmisores, y Colorado estaba a una distancia infernal para afectar a sus comunicaciones, pero seguro que los paracaidistas tenían el mismo equipo que ellos.
Un transmisor del C-130 enemigo podría haberles inundado los auriculares con música o ruido blanco.
Aun así, tal vez los paracaidistas también estaban escuchando.
—Ahora. —Young los sacó a descubierto, con la Glock escupiendo fuego. Al mismo tiempo, Newcombe rodeó a gachas la furgoneta y barrió la calle con su único M16.
Ruth y Todd eran los siguientes, juntos, como dos niños en una apuesta, pero primero perdieron un instante precioso, vacilantes, mirando atrás y adelante, a Young, y a sus caras pálidas. Aún parecían estar mirándose cuando dieron los primeros pasos.
Iantuano los embistió por detrás, obstaculizado por el peso de Sawyer. Cam corrió con el miembro de las fuerzas especiales, sus disparos de pistola eran demasiado altos porque el retroceso le empujaba el brazo hacia arriba. Newcombe lo seguía con el rifle.
D. J. Fue el último en salir, aunque le habían dicho que fuera con Todd y Ruth, y posiblemente se habría quedado atrás si no lo hubieran dejado a solas con su miedo. Algo lo impulsó a seguir a los demás.
—¡Esperad! ¡Esperad! —gritó.
Había tres metros de la furgoneta a la acera, seis más para llegar detrás del edificio blanco cuadrado. La excavadora y otros obstáculos los cubrían de los soldados de Leadville, y una valla caída también los ocultaría parcialmente cuando estuvieran en el patío, pero unos cinco paracaidistas habían avanzado mucho, más cerca de lo que nadie suponía.
Los disparos de los rifles sonaron por encima de sus cabezas como una marea ensordecedora.
El ruido desapareció con la misma rapidez. Tumbado detrás de la excavadora, Olson aún estaba consciente, su traje roto sangraba en el abdomen y un pie. Olson le había quitado el M16 a Trotter y vació el cargador entero en una salva salvaje y atronadora.
Hirió a tres de los soldados que estaban más cerca. Luego lo mataron a balazos, a quemarropa.
Los paracaidistas llevaban trajes de contención de color caqui con cascos de combate del mismo color, encima de capuchas con unas gafas como ojos de insecto en vez de visores. Eran corpulentos, los chalecos antibalas y una tercera botella de aire los entorpecían un poco.
Cam no habría acertado a disparar a aquellas fugaces oscuras siluetas a diez metros aunque estuviera quieto. Disparando de lado, encogido para hacerse pequeño, siguió disparando de todos modos y estuvo a punto de matar a Newcombe cuando se puso delante de él. Cam apartó la pistola y perdió el equilibrio.
Young, Ruth y Todd ya habían pasado la esquina del edificio, y Newcombe lo hizo mientras Cam tropezaba por culpa de su rodilla. Dos metros, uno… Cam se dejó caer en los hierbajos y la blanda suciedad y se retorció para girar la pistola…
La mayoría de los paracaidistas, se mantuvieran en sus posiciones en la calle o avanzaran, estaban limitados en su campo de tiro por el destacamento al que Olson había disparado. Algunas balas rozaron la fachada del edificio, por encima, pero los rifles casi habían dejado de disparar.
Un francotirador encontró a Iantuano, el objetivo más grande y lento. Sawyer sufría convulsiones en su hombro y tenía el pecho acribillado. Iantuano logró avanzar tres cuartas partes del camino por el patio. Aquél hombre estaba lo bastante cerca para que Cam advirtiera su mirada de consternación. Esperaba que Iantuano cayera muerto, herido en el cuello o el torso. Sin embargo, la descarga debía de haber rebotado en las costillas de Sawyer y salido por un ángulo extraño, porque Iantuano sólo tenía una herida leve en la parte inferior del costado. Se levantó sobre los brazos, con los dos, incluso el roto, luego trató de agarrar a Sawyer.
D. J. Era incapaz de tomar la decisión de ir a la izquierda o la derecha para rodearlos. Se detuvo y saltó por encima de las piernas de Iantuano.
El francotirador lo hirió en el brazo. A D. J. Se le separó el antebrazo del cuerpo y él se giró, tambaleándose. Mantuvo el equilibrio lo justo para desplomarse cuando pasó a Cam.
Iantuano podría haber rodado el último metro y salvarse. Sin embargo, intentó agarrar mejor a Sawyer, avanzó a rastras con las dos piernas, con la cara desencajada por el esfuerzo. Los guantes ensangrentados se le resbalaron y una sombra de un nuevo sentimiento alteró su expresión al mirar a Sawyer. Era el rastro de una duda triste, casi nostálgica.
Un francotirador atravesó el casco de Iantuano.
Las heridas de Sawyer eran mortales. Allí donde la bala había salido por el abdomen, el grueso traje de contención tenía un agujero del tamaño de un puño. El brazo más fuerte tenía el pulso irregular, pero se debilitó hasta convertirse en un temblor mientras Cam lo miraba anonadado.
Sawyer miró en la dirección en que estaban, doblado sobre las botellas de aire. Era imposible saber si los miraba a ellos o a la seguridad que él nunca alcanzaría. El único ojo que observaba se desvió hacia Cam y lo pasó de largo, aún con vida en aquel rostro desfigurado.
Lo dejaron allí como a un animal. Por una parte no era justo y por otra sí. Una muerte cruel era lo mínimo que merecía Albert Sawyer por su egoísmo y brutalidad, y aun así esas cualidades habían sido lo mejor de Sawyer, su fuerza de voluntad, su capacidad de adaptación. No había un juicio definitivo.
Cam lo dejó morir allí, solo, se dio la vuelta y echó a correr.
Todd ayudó a Cam con D. J., que caminaba con torpeza por la conmoción y quería sentarse.
—No puedo, no puedo —dijo D. J., pero el hecho de que hablara era una señal positiva.
El capitán Young seguía avanzando, sin molestarse en echar un vistazo a la parte trasera del edificio antes de cruzar un callejón. Tampoco hizo amago alguno de buscar cobijo mientras corría por un aparcamiento al aire libre casi vacío. Si había paracaidistas delante de ellos, se había terminado. Su única esperanza era la rapidez.
Ruth se movía como si estuviera borracha, se tambaleaba como si las botellas de aire fueran de acero. Sin embargo, aunque se hubiera hecho un esguince en el tobillo o simplemente tuviera las piernas agotadas, no se quejaba.
—No puedo… —Era una herida espantosa. El impacto en el antebrazo de D. J. También le había roto el codo, y las astillas del cúbito destrozado habían actuado como metralla en el interior del músculo. Le caía sangre de la manga hacia la cadera y la pierna, y también manchó a Todd. Cam pensó que podía hacer un torniquete con una de las pistoleras que Newcombe llevaba como bandoleras, pero tendrían que dejar de correr y eso no podía ser.
—Aprieta el brazo con la otra mano —dijo Cam—. ¡Aprieta o seguirás sangrando!
—No puedo, no puedo.
—Ya casi estamos —dijo Todd, con voz ahogada—. Casi hemos llegado. —Llevaba los auriculares sueltos, le pinchaban en el cuello y retransmitían todos los golpes y chirridos.
Newcombe, torpemente, dio media vuelta con el M16 en la cadera.
—Nada —informó—, nada, aún nada, ¿dónde están…? —Se tropezó con la mochila de Cam y se detuvo.
Al otro lado del bloque de apartamentos empezaba el barrio comercial del que se habían desviado a su llegada. Y la calle que tenían ante ellos era interminable y había mu chos vehículos. Muchos coches estaban en la acera, y se veía qué vehículos se habían parado primero, otros conductores habían girado hacia los aparcamientos de una tintorería y una librería de viejo.
—Vamos, vamos, vamos —dijo Newcombe, que empujó a D. J. Young y Ruth ya estaban unos diez metros dentro del tráfico inmóvil, giraron a la izquierda y luego de nuevo a la izquierda, entre aquella masa multicolor de vehículos. Los parabrisas reflejaban el sol de mediodía y oscurecían los fantasmas desplomados que había en el interior.
—¡Suéltame! —D. J. Se zafó de Cam.
—¿Qué? Sólo estamos…
El laberinto de coches, casi siempre era demasiado estrecho para que fueran en fila, y D. J. No iba a colaborar.
—¡No voy a morir por esto! ¡Suéltame!
A medio camino, Young se volvió para mirar y Ruth se apoyó en el capó azul de un coche, se le oía la respiración agitada en la radio.
—Cálmese —dijo Young—. La plaga siempre tarda una o dos horas en actuar, y llegaremos en diez minutos si siguen moviéndose.
—¡Os van a disparar! ¡Derribarán el avión a balazos!
—Tal vez no.
Un esqueleto vestido con harapos enmohecidos se dobló sobre la bota de Todd cuando éste le dio una patada en el hueso pélvico, observaba la cara de D. J. En vez de mirar por dónde iba, y sus manos, colocadas con cuidado en el hombro de D. J., le rozaron el brazo destrozado.
—¡Ahhh! —Retorciéndose, D. J. Golpeó con las botellas de aire en el pecho de Cam y lo lanzó contra un coche plateado. D. J. Se dio la vuelta, dispuesto a correr, pero Newcombe le bloqueó el paso.
Cam sabía muy bien el efecto del dolor en la mente, y en cierto modo la herida superaba a D. J. No podía pensar en otra cosa.
D. J. Lanzó su brazo sano contra Newcombe, que paró el puñetazo y levantó el M16 en una posición defensiva que funcionó como un muro.
D. J. Sollozó, enloquecido, odioso.
—¡Os van a matar!
—Joder, dejadlo que corra. —Era Young.
—¡Ya casi estamos, D. J! —dijo Todd.
Pero Newcombe se apartó y D. J. Salió corriendo.
—¡No lo hagas, no! —gritó Ruth—. ¡Tiene las muestras!
Lo agarraron sólo dos metros más allá mientras los F-15 rugían por encima de sus cabezas. Bajo el trémulo estruendo, Cam se aferró a la mochila de D. J. Y Newcombe le dio un manotazo en el brazo herido. D. J. Se desplomó, su gemido penetrante perduró mientras los motores de los aviones desaparecían.
—¡Cógelo, cógelo! —gritó Newcombe, que había bajado el rifle y de nuevo miraba al edificio de apartamentos.
D. J. Se resistió cuando Cam llevó sus manos a sus bolsillos del pecho, no para quedarse con las muestras sino para volver a ponerse en pie. Se levantó de nuevo en cuanto Cam lo soltó, desgarbado, agarrándose el brazo con la otra mano.
Aún estaba dando tumbos cuando Cam miró atrás.
¿Por qué no los habían rodeado los soldados? El equipo de laboratorio ya era un botín, pero Leadville tenía hombres de sobra, y para entonces los perseguidores deberían haberse acercado…
—Verde, ¿me recibís? —El piloto—. ¡Verde, verde!
—Aquí —dijo Young—. Estamos aquí.
—Malas noticias. Tengo un grupo de tíos tomando posiciones en la autopista.
Young se detuvo, levantó el puño como si no pudieran verlo. Había dejado atrás al grupo y era la única silueta animada en el cañón que dibujaban los edificios.
Mientras lo rodeaban, Ruth se arrodilló, jadeando. Cam se volvió para observar el camino por donde había ido, y Newcombe hizo lo mismo, y pensó que cada vez estaba más convencido de que los soldados no habían ido tras ellos.
—¿Cuántos tenéis? —preguntó Young.
—Nueve o diez. —El piloto parecía disculparse—. Algunos corren hacia el avión.
—¿Podéis…?
—No vamos a resistirnos —respondió el piloto en tono muy serio. Debía de estar trasmitiendo estas palabras a la vez a los hombres que estaban rodeándolos—. No vamos a resistirnos.
Habían calculado que por lo menos cuarenta soldados habían descendido en paracaídas, tal vez cincuenta, y mientras iban en el todoterreno Young había deducido que los últimos diez estaban de reserva a bordo de otro C —130, a menos que Leadville hubiera falseado la magnitud de sus fuerzas, un truco muy común. De esos cincuenta, algunos se habrían herido al tomar tierra. Young consoló a su equipo diciendo que, por lo general, los traumatismos afectaban a un dos por ciento de los paracaidistas con equipamiento completo que aterrizaban en un terreno abierto, y las características de la ciudad debían de haber incrementado esa cantidad de forma radical, por mucho que fueran soldados de elite y contaran con para— caídas planeadores corrientes. Un cielo atravesado por cables de alta tensión, las calles llenas de coches… si tenían suerte una docena de hombres habrían quedado inmovilizados.
«Seamos pesimistas», dijo Young en su momento. «Supongamos que son cuarenta y cinco hombres». Eso dejaba a unos quince soldados a unos cinco kilómetros al este de ellos, reunidos en el laboratorio del Arcos para evitar una retirada, hacerse con todo archivo o aparato que se hubieran dejado, ayudar al comandante Hernández y en la práctica verse reforzados por sus marines… Cam había supuesto que los otros treinta o más participaban en la emboscada.
Sin embargo, Leadville se imaginó correctamente que veinte tiradores podían diezmar a su pequeño ejército, apenas armado. Y mientras ellos se dirigían hacia las armas que los esperaban, los diez soldados restantes ya se dirigían al avión.
Los tres hombres heridos por el sargento Olson probablemente eran la razón de que no les persiguiera ahora y que Leadville hubiera decidido reagrupar a sus hombres. Los heridos necesitaban cuidados. Había que custodiar y mover el remolque. ¿Y por qué arriesgarse a provocar más víctimas en una caza de ratones edificio por edificio? Leadville sabía que se habían quedado sin aire, también sabían exactamente dónde se encontraban. Los satélites espía debían de haberlos seguido desde que se fueron del laboratorio.
Se había terminado todo, y Cam tenía la misma sensación que cuando cargó con Erin mientras se desangraba a mil doscientos metros de la barrera.
Cam vio el mismo pavor y cansancio en el rostro enrojecido y sudoroso de Ruth cuando ésta alzó la vista hacia Young. Todd también se había quedado paralizado, con la expresión petrificada en una mueca y con la mano como si jugueteara con la pequeña cicatriz que tenía en la nariz.
Sin embargo, Young meneó la cabeza.
—Infórmeme sobre el terreno alto.
—¿Por qué no se rinde? —dijo el piloto, esta vez con amabilidad—. No hay forma de…
—¡Infórmeme sobre el terreno alto!
Era un nombre en clave. ¿Acaso tenían otros planes aparte de ir a Canadá? Pronto todo el maldito mundo iba a estar allí encima de ellos, hasta que el combate se convirtiera en una pequeña guerra y costara cien vidas, mil.
Cam estaba dispuesto a llegar tan lejos con tal de ganar.
—La última llamada era afirmativa, pero no puedo confirmarlo —dijo el piloto—. Interfirieron mi conexión en cuanto los F-15 aparecieron en el radar. De todos modos tiene mala pinta, nos han pillado, estamos abriendo las compuertas…
—¡Apaguen las radios! —gritó Young—. Que todo el mundo apague la radio, seguirán el rastro de nuestras emisiones.
Cam estaba ansioso, pero Todd fue más racional.
—Señor —dijo Todd con cautela—, nos han atrapado. —No obedeció la orden, e hizo un gesto de resignación—. Qué importa…
Ruth se volvió hacia su amigo.
—Si hay alguna oportunidad…
—Apaguen las radios —repitió Young, y Newcombe comprobó sus cinturones.
—Apaguen las radios, apaguen las radios.
Todd tenía paciencia, como si hablara con locos. Cam se percató de que aún intentaba protegerlos.
—Aunque traigamos otro avión, no hay modo de que podamos ir a buscarlo. Lo ven todo. Pueden…
—Los satélites están desconectados —dijo Young, y el pinchazo de emoción que sentía Cam se convirtió en fuerza y energía.
El terreno alto.
A novecientos cincuenta kilómetros, en el centro de la fortaleza que era Leadville, un hombre, o quizás dos, tal vez una mujer, habían actuado y casi con certeza se podría seguir su rastro. La cantidad de técnicos que seguían los satélites espía era demasiado reducida.
Tal vez el conspirador que colaboraba con ellos ya había emprendido la huida. Quizá ya lo habían identificado y matado.
En algún momento durante la última hora, se habían enviado secuencias correctivas a los cinco satélites Keyhole KH-11 que aún estaban bajo control de Leadville. Ésas secuencias hicieron que no pudieran disparar a sus aviones y habían empujado a los satélites hacia la atmósfera de la Tierra, donde empezaron a dar vueltas y ardieron.
—En Leadville están ciegos —dijo Young, que los llevó hacia el sur. Un grupo de rascacielos se elevaban desde el horizonte.
Ruth también parecía haber descubierto alguna reserva de energía. Seguía el ritmo, pero había que azuzar a Todd. Newcombe, aún detrás, presionaba con la culata del MI6 en las botellas de aire de Todd con un ruido sordo.
—No es verdad —replicó Todd—. Aún tienen el radar. Aunque vuestro avión llegue, tienen tropas…
—No va a venir ningún avión —dijo Young.
—¿Qué? —Ruth se detuvo de repente—. ¿Entonces qué…?
Young les indicó que se acercaran a una furgoneta antes de detenerse y darse la vuelta. Tenía la mejilla inflada, y la fina grieta en su visor parecía dividir su ojo derecho en mitades desiguales.
—Hay tres hospitales y un centro médico justo en esta zona de la ciudad —anunció—. Podemos encontrar aire suficiente para llegar a la montaña.
—Por Dios. —Cam pronunció aquellas palabras antes de darse cuenta, fue una reacción sincera pero que desearía haber reprimido.
—Sé que es un intento desesperado… —admitió Young.
—¡Un intento desesperado! —Todd miró a Cam en busca de apoyo—. Aunque las botellas duren lo suficiente, por mucho que invente la manera de hacer el cambio sin contaminarnos…
—Podemos improvisar algo.
—Aunque llenara un coche con cien botellas más…
Young no utilizó la intimidación física, pese a que le habría resultado fácil hacer un gesto con la pistola o simplemente acercarse demasiado. Ni siquiera levantó la voz.
—¿Quieren convencernos para que nos rindamos? Cinco de mis hombres están muertos.
—No es factible —dijo Ruth, reticente, y también se volvió hacia Cam—. ¿Cuánto crees que tardaríamos en llegar a las alturas desde aquí, con las autopistas atascadas?
Cam no contestó, se le estaba ocurriendo una idea.
—Está demasiado lejos. Tardaríamos días. No sé ni si podríamos salir de la ciudad —dijo Todd.
—Tenemos una hora —les dijo Young—. Dos o tres horas hasta que de verdad tengamos que rendirnos.
Todd volvió a llevarse la mano a la nariz.
—Tal vez podamos tomar el control del avión —dijo Newcombe.
—Tenemos que intentar algo. —Young estudió a cada uno de ellos por turnos—. Hay que ver lo que podemos hacer.
—Yo, no… —Todd se estremeció—. ¡Sabrán que los hospitales son nuestra única opción! De todos modos irán allí para conseguir oxígeno, medicamentos, todo…
—Tonterías. Tendrán las manos ocupadas recogiendo a su gente y subiendo el equipo del laboratorio a bordo.
—¿Y si nos dejan aquí?
—Es mejor que nos rindamos —dijo Ruth, despacio—. Mejor que dejar que nos atrapen. Y fue listo con el comandante Hernández. No nos harán daño.
—A ustedes no les harán daño —le corrigió Young.
—La vacuna —dijo Cam—. Déjenme por lo menos intentar…
Tras ellos, un fuerte chirrido de metal resonó en la calle.
Los paracaidistas pasaron corriendo en dos parejas, la segunda siguió a la primera en un intervalo de casi sesenta segundos. Cam sólo podía imaginar lo que había sido ese ruido, el chirrido de la maltrecha puerta de un coche al apartarla del camino, algún otro escombro. Eso los salvó.
Young, de nuevo, hizo un gesto para que todos se quedaran callados cuando desaparecieron los primeros hombres. Los dos siguientes estaban bien situados para atrapar a quien saliera de un escondite pensando que estaba a salvo. Young parecía estar esperándolos y tenía razón.
La óptica no era un buen lugar para esconderse, en la planta baja, con un gran ventanal, una amplia zona de espera, el doble como espacio de exposición, flanqueado de espejos y muestrarios giratorios de gafas. Sin embargo, la entrada estaba cerrada y la capa de polvo de la sala principal permanecía intacta. Habían entrado por una puerta lateral abierta tras guarecerse detrás de un Dumpster.
Los paracaidistas apenas miraron en el interior. Vieron meras sombras por la ventana y luego nada más.
—La vacuna —dijo Young. Miró a Cam, pero se volvió hacia Ruth para continuar—: ¿Es posible? Pensaba que necesitaban mucho más tiempo.
Todos se sentaron en la moqueta, repartidos de forma irregular detrás de dos mostradores y un escritorio. En la parte superior de las paredes había carteles de jóvenes blancos y sonrientes, primeros planos que habrían sido más adecuados en una peluquería de no ser por el inhumano azul zafiro de las lentes de contacto.
A Cam le invadió una sensación de extrañeza, comedida pero penetrante. Estaba demasiado sereno, y se habían animado mientras esperaban. Lo sintió en la cara entumecida, y también lo vio en Ruth, en su mirada fija y solemne.
Aquél silencio no era propio de Ruth.
—Sólo tenemos un prototipo de primera generación —dijo Todd—. Será mejor que no salgamos corriendo hacia los malditos hospitales mientras estén ahí fuera intentando cazarnos.
—No, en eso tenía razón —dijo Young—. El hospital más cercano está a cinco manzanas, y ahora tienen que estar por todas partes. Pero es poco probable que los volvamos a ver por aquí de momento. Tienen demasiado terreno que cubrir.
Fuera, los F-15 retumbaban hacia el sur.
—Probablemente estemos a salvo si nos refugiamos aquí —añadió Young, y Ruth por fin se movió.
—Puede funcionar —dijo ella—. Si no es eficaz, es inofensiva.
—¡Si no funciona, el sujeto quedará infectado! —Todd se daba golpes con el guante en la mitad inferior de su visor, nervioso, obsesivo—. ¿Cómo esperas siquiera introducirlo en su sistema… ¿se va a comer la lámina?
—Se puede aspirar.
—El sujeto se llenará los pulmones de nanos al mismo tiempo.
—Sí —dijo Ruth.
—¿Y luego qué? —preguntó Young.
—¿Sí, qué pasa con los demás? —dijo Newcombe.
—Si funciona, lo incubará.
—Pero ¿qué significa todo eso? —dijo Young.
—Nosotros… —Ella bajó la mirada—. Se puede trasmitir de una persona a otra mediante fluidos corporales… Sangre.
—Dejadme intentarlo. —Cam sacó la cajita de muestras del bolsillo del pecho para que ella identificara la vacuna.
—Deberíamos jugárnoslo a las pajitas —propuso ella.
Cam apartó la cajita de Ruth.
—No.
—De ninguna manera, doctora —coincidió Young.
Cam apretó la cajita contra el pecho.
—Tengo que ser yo.
—Eso no es verdad —le dijo Ruth—. Todos estamos en esto, todos deberíamos…
—Soy su mejor opción. Sé mejor que nadie cómo es una infección. —Primero se concentraría en las heridas más antiguas y graves, en la oreja y las manos—. Sabré si la vacuna funciona o no antes de que se queden sin aire.
Ella asintió con la cabeza.
—Sí, de acuerdo, lo siento.
Él se alegró de que Ruth dijera la última palabra. Se encogió de hombros para consolarla y dijo:
—Soy el que menos tiene que perder.
Era el que más podía ganar. En última instancia, su decisión era la misma que había tomado Hollywood cuando se esforzó en subir a su árida cima rocosa.
Así era como quería que lo recordaran. Tuviera éxito o fracasara, así quería ser él.
Los cierres del cuello emitieron un chasquido, y el aire ascendió desde el traje hacia la cara cuando se levantó el casco. Parecía de una calidad increíble en comparación con la atmósfera dentro de la óptica. Con todo, pese al aire húmedo y enrarecido, la tienda resultaba mucho más agradable que su propio hedor asfixiante. Ruth le había ordenado que no respirara, pero Cam notó el cambio incluso con la boca cerrada, el roce del viento en las fosas nasales era una promesa.
—¿Preparado? —preguntó ella, y Todd acercó la placa de la vacuna a los labios de Cam. Ruth no había querido realizar ella la operación con una sola mano, y Cam había necesitado las dos para quitarse el casco—. Una, dos, ya.
Todd empujó un dedo y el pulgar entre la dentadura abierta de Cam, rompió la placa, apretándola, mientras Cam aspiraba con fuerza. Decidieron que también podía ingerir la vacuna.
—De acuerdo, contén la respiración todo lo que puedas. —Ruth le ofreció una tira de gruesa tela blanca, cortada de una bata idéntica a la que llevaban los médicos en la televisión. Newcombe la había encontrado colgada cuando Ruth sugirió que deberían probar cualquier cosa para minimizar la exposición inicial de Cam.
Cam se envolvió con gran habilidad la nariz y la boca con la tela basta, luego se quitó la botella de aire, sintió dolor, los morados en los hombros y la espalda, y por las caderas y el estómago, donde el cinturón le apretaba. Le habría gustado quitarse el traje del todo. Le picaba y le dolía el cuerpo en mil sitios distintos, y el olor era como llevar puesto un retrete. Por desgracia, sólo llevaba una camiseta para reducir el roce de la mochila, junto con el pañal de adulto húmedo, los calcetines y las botas, y no parecía haber más ropa disponible en la tienda.
Ninguno tenía ya ningún pudor, pero no podían dejar al descubierto la multitud de escoriaciones de Cam a los nanos, aunque era probable que algunos ya se hubieran introducido en su traje.
Le colocaron otro trozo de tela alrededor del cuello, a modo de bufanda. Young agarró la mochila de Cam, comprobó tres veces que las espitas estuvieran cerradas y luego estudió su indicador. Inspeccionó a Todd y Ruth antes de revisar a Newcombe.
Luego ya no quedaba nada más que hacer.
—Cuarenta y seis minutos —dijo Young. Después, Todd se quedaría sin aire y Ruth ya estaría en reserva.
Cam se quitó los dientes rotos de las encías empujando con el dedo grueso del guante. El colmillo se desprendió con facilidad, pero hizo una mueca de dolor cuando una de las raíces de la muela se aferró. Su estómago reaccionó con vigor a los nuevos hilillos calientes de sangre que se tragó, y empezó a eructar sin cesar. Era absurdo.
Young encendió su radio y revisó los escasos canales, intentaba interceptar las emisiones del enemigo, pero sólo había un comunicado dirigido a ellos: la rendición. La apagó, pero enseguida volvió a escuchar, con el mapa extendido ante él. Saltaba a la vista que estaba planeando la ruta más rápida de vuelta a los aviones y los soldados de Leadville.
Newcombe merodeaba por la tienda, rebuscaba en cajones y armarios cualquier cosa útil. El escritorio de la recepcionista contenía una lata de Pepsi y dos paquetes de tostadas con sabor a queso. En la parte trasera encontró una bandeja de gafas de buceo graduables con snorkel y le llevó unas a Cam.
Ruth y Todd estaban sentados a ambos lados de Cam con un aire protector, descansaban e intentaban que el aire les durara. Había mucho que decir y al mismo tiempo nada.
Nadie quería comportarse como si fuera necesario decir las últimas palabras.
Dentro de la corriente sanguínea de Cam y por todo el cuerpo, o el Arcos empezaba a reproducirse sin inhibición alguna y le devoraba los tejidos para formar cada vez más parte de él, o el nano vacuna estaba desmontando a los invasores y reconstruyendo ese material para crear más defensores, como en una guerra de mareas.
Al principio el Arcos se reproduciría con toda libertad aunque el prototipo de la vacuna funcionara, por pura cuestión de cantidad, pero sin ese cáncer la vacuna no tendría nada con lo que crecer.
Pensó en Sawyer y el largo año que había transcurrido. Pensaba demasiado.
El fracaso total de la vacuna no era la peor perspectiva, Cam lo sabía. Si era efectiva en cierta medida, ralentizaría la propagación de la plaga, pero al final, como era inevitable que causara daños letales, tal vez entenderían demasiado tarde que se había comprometido con una causa perdida…
—De acuerdo —dijo Ruth.
—¿Qué? —Cam se había olvidado de ellos, absorto en el lando de su propio corazón y el ritmo de su respiración. ¿De verdad podía haber pasado casi una hora?
Ella se levantó.
—De acuerdo, vamos a prepararnos. Vamos a tener que hacerlo en los próximos cinco o diez minutos.
—¿Qué necesitan? —preguntó Young.
—Su cuchillo. Y algún tipo de recipiente.
—No ha pasado tiempo suficiente —dijo Todd, con la mano de nuevo en el visor—. No puedes…
—No me voy a quedar aquí sentada.
—Creo que funciona —intervino Cam.
La voz de Todd se convirtió en un grito.
—¡No ha pasado tiempo suficiente, es imposible saberlo!
—Tiene razón —admitió Ruth, pero sonrió a Cam, con una leve inclinación cansada. Como gesto era idéntico a encogerse de hombros, como él había hecho antes. Una muestra de determinación—. Vamos a hacerlo de todos modos —dijo ella, que aceptó la navaja de Newcombe.
—En Leadville dicen que tienen tiendas de desintoxicación —dijo Young— para cuidar a las víctimas. Y podemos movernos con bastante rapidez si es necesario cuando nos quitemos estos trajes.
Todd estaba muy silencioso.
—¿Sabes lo que hace el Arcos cuando explota en tu interior? Los nanos no se quedan quietecitos.
—Yo seré la primera —dijo Ruth.
—Cuantos más tengas en los tejidos, más tiempo nos quedaremos aquí… —Al parecer Todd no lograba hacerse entender—. Aún no es demasiado tarde. Deberíamos irnos ya. ¡Podemos estar a medio camino antes de que se nos acaben las botellas!
Ruth se arrodilló frente a Cam. Newcombe se le acercó con una vieja taza de Burger King sucia que había recogido de la basura.
Cam tendió el brazo izquierdo. Ella subió la manga y le quitó el guante. Cam sintió el aire frío en la palma de la mano. Se encogió sin querer. Ella lo miró a los ojos y él asintió. Ruth volvía a tener la boca cerrada con esa sonrisa tensa y valiente, y Cam se preguntó por el significado de esa expresión que veía en su cara.
Ruth le hizo un corte profundo en la yema del dedo, luego también le hizo una incisión en el dedo medio y el anular. El dolor no fue muy intenso. Hacía tiempo que sufría daños en los nerviosos.
Ruth se soltó los cierres del cuello y se quitó el casco, tenía el pelo enredado y lacio del sudor. Cerró los ojos un instante y levantó la cara, para deleitarse con el aire fresco, para rezar, o ambas cosas.
La sangre de Cam golpeó en la taza de papel, repleta de la plaga de Arcos y también, tal vez, de una gran cantidad de nanos vacuna.
Bebieron de ella.