12
Bacchetti se quedó con Erin y Cam. De no ser por él, se habrían caído. Erin sólo logró mover torpemente las piernas cuando echaron a correr. Cam colocó el pie junto al tobillo de ella. Entonces Bacchetti tiró de ella hacia delante y Cam recuperó el equilibrio. Aquél primer disparo se quedó en un mero ruido.
Estaban a seis metros del final del bloque, pero parecía una eternidad, un ancho cañón de paredes planas. El revólver de Sawyer volvió a tronar y dejó grabados cientos de detalles en la mente de Cam: los gritos tras él, las sombras cuadradas de los edificios en la calle. El rifle estalló y las pistolas de Nielsen tartamudearon, «pura, pum, pum, pum»…
Los tres se agacharon por instinto, Bacchetti se apartó a un lado y empujó a Erin hacia Cam. El ruido de los disparos casi era tangible, cada restallido iba acompañado de una desquiciada estela de ecos.
El edificio era de ladrillo. Doblaron agachados la esquina y se desplomaron juntos cuando el ruido se desvaneció. Aún se oían sonidos humanos, de histeria, el alarido desgarrado de algún herido. Pero habían cesado los disparos.
Tembloroso incluso estando a cuatro patas, dándose golpes contra el duro ladrillo, Cam buscó primero a Manny. Vio a Sawyer al otro lado del cruce, agazapado contra la pared de una barbería, ocupado con algo en el regazo. Estaba recargando el arma. A Cam se le había bajado la bufanda hasta la barbilla, se la puso bien y asomó la cabeza por la esquina.
Silverstein los había seguido un trecho, todavía con el rifle a un lado. Se tambaleaba con rigidez, intentaba no agravar el dolor que le provocaba la infección de nanos alojada en sus intestinos.
—¡Marchaos! —gritó—. ¡Marchaos, marchaos!
Price no parecía haberse movido, tenía el rifle bajado. Alguien cerca de él corrió a la armería. Todos los demás estaban agachados, heridos o intentando encogerse lo máximo posible. Las chaquetas relucientes parecían confetis esparcidos por el asfalto.
Uno de ellos se agitó, daba patadas de agonía.
Manny era una figura azul entre Silverstein y Cam, con las gafas rotas en su fina cara ensangrentada. El chico había sido lo bastante listo para no correr hacia la esquina de Sawyer, pese a estar más cerca de aquel lado de la calle. La mayoría de los disparos debían de haber sido una respuesta al revólver de Sawyer, pero aun así, por lo menos, una bala perdida había dado a Manny. O tal vez había sido demasiado lento, un objetivo fácil cojeando con el pie malo. Tal vez Nielsen le había apuntado por frustración al escapar Sawyer. Quizá lo había hecho Price por rencor.
El chico estaba vivo. Tenía el cuerpo doblado, como si lo hubieran dejado caer desde una gran altura, con el pecho hacia abajo y las caderas vueltas, pero estaba vivo. Parecía que aún intentara correr, o quizá soñaba que estaba corriendo. Sus dos piernas se agitaban patéticamente, y movió despacio un brazo por encima de la mugrienta carretera.
En el fondo de su corazón, Cam se despidió de él.
—¡Marchaos, marchaos! —Aquél grito era más de susto que amedrentador, y privó a Silverstein del factor sorpresa, pues se iba acercando. Había perdido el juicio.
Sawyer sabía exactamente lo que hacía. Siempre lo había sabido. Miró a Cam desde el otro lado del cruce, levantó el revólver y gesticuló con la mano libre. Hizo el gesto de caminar con los dedos, luego como si se abalanzara sobre ellos con el cañón corto del arma.
«Dale un golpe si se te acerca».
La precisión de la idea, el simple acto de comunicarse, hizo que Cam se concentrara. Se quitó la mochila. La cantimplora del interior no pesaba más de cinco kilos, pero era la única arma de que disponía. Agarró la parte superior de un asa para lograr el máximo alcance posible, luego miró a Erin, sin estar seguro de lo que vería.
Ella y Bacchetti estaban agachados, atentos, y Erin hizo un gesto con la cabeza, como hacía Sawyer, como si con una vez bastara para asentir. Cam le devolvió el gesto. Entonces supo que la quería de verdad.
—¡Marchaos! —El grito de advertencia no sonó más cerca.
Cam se atrevió a inclinarse, miró asomando la cabeza entre los ladrillos. Silverstein aún se tambaleaba por el dolor de estómago, pero cambió de dirección y cruzó la calle en vez de seguir avanzando hacia ellos.
Cam desvió de nuevo la mirada hacia Manny, abandonado como una sangrienta bolsa de basura. Tendría que ser Price, o Sawyer. Aquélla idea resonaba en su interior tranquila, clara y firme. Sin ningún atisbo de paranoia.
Tendrían que ser Price y Sawyer.
La mayoría de la gente estirada en el suelo se estaba levantando y se amontonaba alrededor de las dos figuras que seguían tendidas. Una de ellas estaba viva, una mujer llamada Kelly Chemsak. Sollozó cuando Atkins y McCraney la levantaron. La otra víctima era Nielsen, las grandes manchas de sangre en el pecho se habían vuelto violetas en su chaqueta amarilla. Nadie perdió el tiempo con él. Jocelyn agarró una pistola que había quedado atrapada bajo el hombro de Nielsen cuando George Waxman salió de la tienda de caza con dos escopetas.
Hollywood se estaba apartando. Al principio Cam advirtió que se estaba separando del grupo, a una distancia considerable por detrás del resto. Entonces dio media vuelta y echó a correr. Se fue por el camino por donde había llegado el grupo de Price, lejos de Cam, lejos de todos.
Volvieron las cabezas. Silverstein se dio la vuelta.
Era su oportunidad.
—Vamos —dijo Cam, que se levantó y quedó al descubierto. No le quedaban fuerzas para ayudar a Erin.
Le falló la rodilla en el primer paso, estuvo a punto de caerse. Bacchetti y Erin pasaron por su lado enseguida, apoyados el uno en el otro, y lo mejor que pudo hacer Cam fue dar brincos como Manny.
Oyó que Price gritaba. Estaba a medio camino. Otro disparo llegó de delante.
Sawyer se había asomado en su esquina y había disparado dos balas, luego dos más mientras Erin y Bacchetti intentaban ponerse a salvo. Cam estiró el brazo y golpeó el pecho de Sawyer al llegar a la acera. Ambos cayeron enredados.
—¡Cuidado!
—Para… —Pero no le quedaba aliento.
Sawyer volvió a rastras hacia la barbería. Asomarse para disparar suponía exponerse. Cam jamás lo habría hecho. Las voces y escaramuzas en el bloque podían estar a treinta metros o a sólo uno y medio, acercándose o retirándose. ¿Por qué no huir sin más? ¿Por qué forzar un enfrentamiento en aquel lugar mientras los nanos los devoraban?
Vio la respuesta en el contorno de la figura de Sawyer contra el edificio de ladrillo, al otro lado del cruce.
Sawyer había mostrado un extraño interés por la moda durante la semana anterior, les enseñaba a Cam y Erin distintos anoraks de su alijo de ropa. «Es nuevo, hará que estéis más secos», insistía, pero a Erin le encantaba su anorak rojo, suave y acolchado, y Cam no quería renunciar a su viejo anorak de la patrulla de esquí, naranja, diseñado para ser visible.
El anorak verde de Sawyer y los pantalones de esquí marrones lo habían camuflado bien en el bosque. No destacaba menos que los demás, pero se había preparado lo mejor posible. Había previsto que tendrían que correr y esconderse.
Cam se inclinó hacia su amigo.
Sawyer no reaccionó, concentrado por completo en la dirección opuesta. Señaló con la cabeza más allá del límite de la barbería y levantó el revólver…
—No lo hagas —dijo Cam, que le agarró el otro brazo—. Por Dios, no lo hagas.
—¡Suéltame!
—Deja que se vayan.
—Maldito idiota, ¿adónde? ¿Adónde irán, Cam? —Sawyer se acercó y levantó la mano como para apartar el revólver del 38 de Cam. Aquélla posición también le permitiría utilizar el arma a modo de martillo—. ¡Maldita sea, podría haber dado a un par más! A estas alturas probablemente ya se habrán ido.
Cam se quedó muy quieto, mirando las gafas de espejo de Sawyer. Estaba tan concentrado en el arma que apenas había procesado la información de que los demás habían huido. Lo que eran buenas noticias.
—La próxima vez puede que no los veamos venir —dijo Sawyer.
Cam asintió, pero aquel movimiento era sólo un acto reflejo. La costumbre de darle la razón.
—¡Tienes que ayudarme!
—Vamos a los talleres de la concesionaria de autopistas.
—Tienes que ayudarme —repitió Sawyer, que bajó el revólver. Pasado un instante se apartó de Cam y volvió a mirar hacia la esquina. Luego se puso en pie, poco a poco, apoyándose en la pared de la barbería. Cuando estuvo erguido, le tendió la otra mano.
Cam no lo dudó. Era difícil seguir una secuencia lógica con aquella tensión y aquel dolor metido en el cuerpo, pero no veía otra opción más que salir corriendo como Hollywood, ¿y luego qué? Price le dispararía al verlo, antes o después, allí o en la cima de la montaña. Sawyer tenía razón en eso, y tal vez los había salvado al disparar primero. Era mejor pensar así. Sí, Sawyer los había salvado.
Se aferró a aquella decisión igual que agarró la mano de Sawyer, que tiró de él hacia arriba.
Había cuatro cuerpos tendidos en la calle, Manny, Niel —sen y dos más, y Kelly Chemsak estaba herida. Entonces quedaban ocho, tal vez menos si Sawyer había dado a alguien más, y David Keene había sido infectado pronto, así que estaría débil… Puede que unas cuatro o cinco personas no lograran derrotarlos…
La transformación de Cam fue rápida y decidida. No quería ser ese tipo de persona. Sería una tragedia muy pequeña en comparación con todo lo ocurrido, pero había una manera de salir de aquel atolladero. Existía una tercera opción.
—Necesito un arma —dijo con la reticencia justa.
«Mata a Sawyer. Mata a Sawyer ahora y grítaselo a los demás. Debería bastar para acabar con esta guerra».
El gruñido de Erin le hizo girar la cabeza, aunque con el rabillo del ojo seguía a Sawyer, que hizo un gesto sin hacer caso de Erin.
—Los dos necesitamos rifles —dijo Sawyer—, por si nos atacan a distancia.
Hizo un gesto con el revólver para que Cam empezara a andar, pero a éste le fue imposible darse la vuelta. Sawyer dependía de su propia paranoia igual que mucha gente utilizaba el oído o la vista. Necesitaba un aliado, pero tal vez había decidido que Cam no era de fiar. Podía dejarlo ahí en la calle con el resto de muertos y seguir solo.
Cam exageró su cojera y tocó el hombro de Sawyer, que se acercó a él. Olía mucho a sudor, como si hubiera estado follando.
—Podemos hacerlo —le dijo Sawyer—. Vamos a hacerlo.
Manny respiraba con jadeos entrecortados. Cam vio sangre en la parte superior de la espalda del chico, manchas oscuras debajo del anorak, en los pantalones.
—Es ellos o nosotros —dijo Sawyer—. Así de sencillo.
Manny estaba estirado, de cara al otro lado. Cam se sintió aliviado, luego lo invadió la vergüenza y el horror. ¿El chico tenía los ojos abiertos? ¿Los estaba oyendo? Cam esperaba que se diera la vuelta en cualquier momento, ¿y qué harían entonces?
El siguiente cuerpo era de Silverstein, tenía un disparo en la espalda. De hecho, Nielsen parecía el único que no había intentado escapar. Tenía los brazos abiertos, como las alas de un pájaro, parecía que quisiera abrazar el cielo. Silverstein se había desplomado boca abajo, con el rifle a sus pies.
Cam se separó de Sawyer y dio tres pasos antes de recordar que estaba exagerando su cojera. Estuvo a punto de mirar atrás. Se inclinó y agarró el rifle por la culata de madera…
—Tienes que ayudarme —insistió Sawyer.
«Mátalo».
—Yo formaba parte del equipo de diseño que construyó el nano. ¿Cam? Yo era uno de los que lo construyó.
Se detuvo y se puso tenso para darse la vuelta.
—¿Cam? Escúchame.
Silverstein tampoco estaba muerto. La vida no era como en las películas, pam, un disparo en el vientre y ya está. La capacidad de resistencia del cuerpo humano era increíble. A veces seguía luchando aun cuando todo estaba perdido.
Doug Silverstein se había quedado inconsciente y le borboteaban los pulmones, pero podía durar horas. Podía despertarse allí, solo, mientras la plaga de máquinas lo devoraba.
Cam desvió el rifle hacia la cabeza de aquel hombre. No sabría decir cuándo empezó a llorar.
—¡No! ¡Harás que sepan dónde estamos! —Sawyer lo agarró del hombro—. ¿Me estás escuchando? Íbamos a vencer al cáncer en dos años, estábamos muy cerca. Lo juro. Lo teníamos todo planeado.
—¿Qué…?
—Tú llévame a la radio. Te lo juro. Les puedo enseñar a los de Colorado cómo detenerlo, pero tienes que ayudarme.
—¿De qué hablas?
—Yo construí el nano, Cam. Yo lo construí y probablemente soy la única persona viva que puede detenerlo.