23
Ruth se sentía incómoda con la sensación de que iba a encontrarse con el destino, y esa idea cobró fuerza mientras caminaban hacia la cabaña. Aquél extraño estado de ánimo era una mezcla de anticipación, alivio y preocupación al ver que, por fin, había llegado el momento. Pero había algo más. Se sentía identificada con Cam, tan desgraciado, tan afortunado, hasta un punto que sólo empezaba a intuir.
Tal vez habría sentido la misma serena simpatía hacia cualquiera en su situación, pero una cadena de acontecimientos los había unido. Su padrastro lo habría llamado «divina providencia». Demasiadas circunstancias, muchas decisiones y accidentes ajenos a sus vidas individuales.
—Va a tener que tomárselo con calma —advirtió Cam a D. J.
—Eso no es problema, como usted diga —dijo Ruth enseguida.
—Ustedes sigan mi ejemplo.
Aun así, pensó ella, el principal factor para que ella estuviera allí entonces, aquella noche, en realidad era sólo la fuerza de la naturaleza. Hasta el Año de la Plaga la humanidad había olvidado, en sus ciudades, rodeadas de comodidades, la mano divina de las estaciones.
El fin del invierno había dictado aquel encuentro.
El deshielo primaveral había permitido que Cam y Sawyer cruzaran el valle, y también había permitido que la lanzadera aterrizara. Gracias a la primavera se habían reanudado las guerras entre rusos y musulmanes, y entre chinos e indios.
Cam renqueaba para no forzar la pierna derecha. En los escalones delanteros de la cabaña se detuvo y se volvió, les bloqueó el paso sin ni siquiera mirar a D. J., aunque sacó un brazo para impedirle el paso cuando intentó rodearlo.
—Espere —dijo Cam. Observaba a Hernández y los dos médicos, que acudían presurosos desde el avión de carga, seguidos por el doctor Anderson, los cuatro niños y muchos más soldados.
D. J. Se sintió ofendido.
—No tenemos por qué…
—He dicho que espere. —El rostro quemado de Cam permanecía impasible, y, aunque usaba un tono de voz neutro, tenía el cuerpo echado hacia delante, así que D. J. Se calló y retrocedió.
Se acercaron los dos marines, el más próximo le dio un golpe a Todd con las prisas. Ruth vio que la mirada de Cam se paseaba entre los soldados una vez, dos. Luego apartó el brazo del camino de D. J.
Los saltamontes rompían el silencio, cric, cric, cric, tan ocupados e insistentes como los pensamientos de Ruth.
Cam era todo un misterio con sus incoherencias. Había sido firme con Hernández, sin hacer caso de la petición inicial del comandante de ver a Sawyer, había mostrado la misma dureza con D. J., y estaba claro que era peligroso. Pero con ella era amable. ¿Porque había sido educada o sólo porque era una mujer?
Supuso que Cam actuaba en todo momento de manera muy consciente y deliberada.
D. J. Actuaba como si no viera más allá de las cicatrices, pero Cam era lo bastante listo y lúcido para inquietar a Ruth. Pasados sólo treinta minutos había deducido que algo iba mal entre ellos y Leadville. ¿Cómo podía ser tan intuitivo?
Era joven, de la edad de Todd, pero había sobrevivido cuando muchos otros habían muerto. Ruth suponía que se debía a la educación que había recibido en casa, una educación a la que pocos tenían acceso.
El Año de la Plaga. En aquel lugar ese nombre encajaba, y Ruth se sintió de nuevo ajena y distante. Había tenido suerte. Era una idea extraña después de tantas dificultades y muertes, pero durante todo ese tiempo ella había sido muy afortunada.
—Comandante —dijo Cam cuando Hernández llegó con su pequeño grupo—. No puede entrar toda esa gente.
Hernández era amable.
—Los niños no entran, hermano.
Ya había usado antes esa palabra en español. ¿Qué significaba, «señor», el equivalente a «caballero»? Ruth conocía la palabra «amigo», pero pensó que sería más propio que Hernández tratara a Cam con formalidad aunque intentara manipularlo.
Hernández había hecho lo mismo con ella.
Cam meneó la cabeza una vez para negarse en redondo.
—Dos o tres personas además de mí. Nadie más. Tiene que ser así. Y las cámaras se quedan aquí fuera.
Un soldado había llevado un equipo de grabación, una minicámara, una cámara de video más grande, un trípode, unos pinganillos y cintas y pilas.
Hernández se quedó mirando un instante a Cam. Luego meneó la cabeza.
—Me temo que son órdenes —dijo.
Llegaron a un acuerdo. Hernández se mantuvo inflexible en cuanto a que entraran los tres científicos, pero aceptó entrar con sólo una cámara que llevaría él mismo.
Ruth siguió a Cam hacia las sombras de la habitación delantera, el salón, que se veía despejado y como en orden. Entonces Cam alzó la mano para que se detuvieran y se agachó para entrar él solo en un dormitorio adyacente.
Por debajo del hedor no muy desagradable del humo de la leña, Ruth olió a sudor y mugre antiguos. Hernández levantó su minicámara y apretó el botón de grabar, que emitió un pequeño sonido, al parecer como prueba. La bajó cinco segundos después. D. J. Miraba a su alrededor con una ceja levantada, y Todd se balanceaba sobre los talones.
Muy parecida al cuarto de Ruth en Timberline, aquella cabaña carecía de mobiliario. No había sofá, ni sillas, todo se había utilizado como leña. Había un par de sacos de dormir doblados en el suelo de madera, cerca de la chimenea, sin duda para dos de los niños. Encima de unos estantes estaba el equipo de radio.
Aquélla imagen la hizo apenarse de una manera vaga y difusa. Gus podría haber oído a aquella gente si hubiera seguido las frecuencias de radioaficionados durante la primera semana. Era evidente que la voz de Gus había resonado en aquella habitación más de una vez. Sin embargo, a mediados de abril Gus había estado ocupado con las transmisiones militares y la preparación del aterrizaje, y luego la EEI se había quedado vacía.
¿Y si hubieran hablado? Ella no estaría allí, tal vez ninguno de ellos, ni siquiera la unidad de las fuerzas especiales. El consejo ya tendría a Sawyer y su equipo.
Aún podía pasar. James les iba a cubrir, le diría a Kendricks que estaba ocupada si el senador preguntaba por ella, pero era inevitable que los aparatos de escucha en todos los laboratorios captaran conversaciones sobre quién estaba ausente, y Ruth daba por sentado que las cintas se repasaban a diario.
En cualquier momento podían llegar nuevas órdenes que alertaran a Hernández de que estaba rodeado de traidores.
O podría estar aterrizando otro avión en ese mismo instante.
—Está bien —dijo Cam, y se volvió hacia Ruth. Hizo un gesto con una garra llena de costras—. Se encuentra bien.
Albert Sawyer era un hombre que parecía una vela de cera deforme, encogido y contrahecho. Se había sentado, o había pedido que lo incorporaran, contra la pared de un lado de la cama.
Debía de querer aparentar la mayor entereza posible, pero los daños cerebrales habían arrebatado a Sawyer el control muscular en la mayor parte del lado derecho, tenía un ojo caído, la mejilla fláccida y la cabeza inclinada hacia el hombro. También había perdido demasiado peso, de manera que la carne se le pegaba tensa al cuerpo. Si la cara morena de Cam parecía escoriada o quemada, la piel más blanca de Sawyer se había convertido en un pellejo de color violeta cubierto de bultitos. Su cabeza larga, en forma de bala, sólo tenía mechones de pelo.
Cam y Maureen los habían avisado, pero Ruth contuvo la respiración y Todd se quedó petrificado en la puerta, le daba codazos a Hernández al tiempo que se tapaba la nariz.
Ella vio la reacción de sus compañeros reflejada en la mitad viva del rostro de Sawyer. El ojo izquierdo se abrió de par en par. Le brillaba de la emoción.
—Han venido a verte unos figurines —dijo Cam, en un tono demasiado alto y desenvuelto que ella no había oído antes. Sawyer desvió la mirada con rabia y Cam volvió a hablar y atrajo hacia sí su único y siniestro ojo—. ¿Habías visto alguna vez alguien con la manicura tan bien hecha?
Sawyer abrió la boca.
—Güena gopa.
—Muy buena. Un poco más y vienen vestidos de etiqueta.
Estaban jugando, jugando a que eran sus rivales, pero Cam conocía mejor a Sawyer y sabía lo que se hacía, y ellos no le habían dejado mucha opción al humillarlo nada más verlo.
Si aquel hombre destrozado se reía de ellos, tal vez al final revelaría sus secretos.
Hernández hizo un amago de saludo y bajó la minicámara a la altura de la cadera.
—Soy el comandante Frank Hernández —dijo—, segunda división del Cuerpo de Marines y jefe militar de la expedición.
Había sido amable. Rimbombante, pero amable. Tenían que lograr que Sawyer se sintiera importante, dejarle claro que habían llevado a los mejores.
Incluso D. J. Fue educado.
—Soy el doctor Dhanum…
—¡Arg! —Sawyer dio una sacudida y cerró los ojos. Por un momento Ruth pensó que era una palabra que no había entendido, pero a Sawyer no le interesaban las presentaciones. Ruth suponía que Cam le había explicado quiénes eran, y eso le bastaba.
Ella observó la boca contrahecha de Sawyer y analizó los sonidos.
—Peo sarrollar un nticuepo, Acos señado así.
—Puedo desarrollar un anticuerpo —tradujo Cam—. Arcos fue diseñado así, como una plantilla adaptable…
—¡Eh! —volvió a gruñir Sawyer ante la explicación de Cam—. Pantilla daptable —dijo, con todo el mal genio de un niño de tres años que quiere que se siga el ritual de su historia favorita.
Cam lo repitió con cuidado.
—Una plantilla adaptable.
Ruth apartó la mirada, sintió un fugaz estremecimiento, el horror en su interior iba en aumento. Los demás también guardaban silencio.
El cerebro de Sawyer había sufrido daños tan graves como los de la piel.
Él los miró, desafiante, provocador. Cam le dio unas palmaditas y Ruth se arrodilló en el suelo de madera desgastado, por debajo de Sawyer en vez de seguir de pie, por encima de él. Psicología básica. Podían reducir su inquietud demostrándole que eran un público atento. Hernández y Todd siguieron el ejemplo, pero D. J. Miró a Cam, que se quedó de pie. D. J. Se agachó, reticente.
Sawyer volvió a mascullar algo y Cam dijo:
—Íbamos a curar el cáncer en dos años, tal vez menos.
D. J. Arrugó la frente.
—Estaba todo en nuestro…
Ruth le dio un golpe, le clavó los nudillos en la pierna. Sí, ya sabían los hechos básicos, pero iban a dejar que Sawyer alardeara. El nombre «Arcos» era nuevo, probablemente útil, otra pista que podía seguir el FBI, registros de patentes, archivos de empresas. Tal vez podrían ser más listos que Sawyer si éste les daba pistas suficientes pero se negara a cooperar.
O si era incapaz de colaborar. Nadie sabía lo que ocurría en su cabeza.
Los aleccionó sobre la mecánica del nano. Arrastraba las palabras, miraba las sábanas o dejaba vagar su ojo por sus rostros. Sin embargo, o aún no estaba acostumbrado o se negaba a aceptar sus condiciones físicas, y no cesaba de toser para tomar aire a media sílaba. Una vez le dieron arcadas. Después de cada ataque se pasaba el brazo sano por la boca para limpiarse la baba, y se ponía a darse golpecitos con el dorso de la mano contra los labios.
Cam traducía con seguridad y paciencia, aunque pasado un rato se sentó en el borde de la cama y estiró una pierna. A veces su entonación era vacilante, pero no dudaba en las frases técnicas. Ruth pensó que debía de haber sido él quien había hablado con James, aunque probablemente Sawyer se había puesto alguna vez al micrófono.
Ruth quería sentir la misma simpatía por él que experimentaba por Cam, pero en aquel momento sería una emoción muy distinta en su interior. Sawyer debía de haber sido un gran hombre, capaz de grandes cosas, de participar en el desarrollo del prototipo Arcos, pero que no quisiera darles la ubicación de su laboratorio era imperdonable. Era una amenaza para ella. No importaba que tal vez no fuera una elección del todo consciente.
Sawyer no había dejado que su culpa se convirtiera en la carga que era tan evidente en Cam. Lo que quedaba de él parecía poseído por la rabia amarga de un inválido, y sus heridas eran más profundas al ser consciente de todo lo que había perdido.
Protestaba articulando sonidos roncos una y otra vez. Protestaba porque su cuerpo le fallaba, o porque Cam interpretaba mal las palabras o incluso por anticiparse correctamente a lo que tenía pensado decir a continuación.
Hernández grababa a los dos hombres, manteniendo la cámara pegada a su cuerpo. El ángulo era malo, y el cuarto iba oscureciéndose a medida que caía el atardecer al otro lado de la ventana, pero lo más importante era la grabación de audio.
Sawyer estaba representando un papel.
¿Pensaba que tenía que convencerlos de su identidad, o sólo trataba de defender lo que había hecho ante sí mismo? Ruth suponía que no les había dejado que se presentaran para no tener que usar sus nombres. Era consciente de sus limitaciones. Su memoria a corto plazo no era de fiar, aunque seguía siendo lo bastante astuto para disimular su debilidad.
Se estaba justificando.
Laboriosamente, explicó dos veces más que el Arcos había sido diseñado para salvar vidas. Cuatro veces insistió en que no había tenido nada que ver con que se extendiera la plaga.
A Ruth le recordó de nuevo a un niño pequeño que intenta hacer que algo sea real repitiéndolo una y otra vez.
—¿Cuál era su especialidad? —preguntó ella, pasados unos veinte minutos. No sabía cómo reaccionaría Sawyer ante su interrupción, pero ya se estaba poniendo cansino y temía que los tuviera allí cautivos toda la noche aunque cada vez fuera más incoherente. Tal vez habría sido mejor que D. J. Lo interrogara desde un principio.
—La eficacia de la reproducción es mía —les dijo Sawyer, a través de Cam, y su orgullo era lo bastante fuerte para que su rostro fláccido y erosionado esbozara lo que a Ruth le pareció una sonrisa.
Era así de sencillo. Los restos de su autoestima se apoyaban en quién había sido, y sólo en eso, y le daba pánico que lo excluyeran una vez recuperados sus archivos y su equipo.
No le quedaba nada más.
—La velocidad de reproducción será nuestro mayor obstáculo —dijo Ruth, y no era mentira—. James le dijo que tenemos un método de discriminación que funciona, ¿verdad?
Tendrá que revisarlo, pero el nano vacuna no servirá si no logramos controlar el proceso de reproducción.
Él la miró en silencio. Tal vez sopesaba si era sincera. Ruth se preguntó hasta qué punto veía Sawyer en aquellas sombras.
D. J. Se movió, dio un manotazo en el suelo y atrajo la atención de todos.
—Yo diría que vale la pena rediseñar el motor —dijo—. No necesitamos el fusible, y es otra manera de recortar un poco de masa adicional.
De nuevo la sonrisa de Sawyer. Debía de ser la primera oportunidad de hablar de su trabajo que tenía en quince meses. Farfulló algo y Cam dijo:
—De acuerdo, pero el trabajo de diseño ya está hecho. Freedman añadió el fusible más tarde. Podemos construirlo directamente a partir del esquema original.
—Estupendo —dijo Ruth. Eso les ahorraría días, incluso semanas, y les había dado otra pista. Freedman.
Cam volvió a hablar por Sawyer.
—¿Nos vamos mañana?
Ruth se enderezó, apenas podía contener la emoción.
—Sí, mañana por la mañana —dijo Hernández.
Sawyer asintió, satisfecho.
Sin embargo, el silencio se prolongó. Sawyer se daba golpecitos en la boca y D. J. Cambió de postura una vez más.
—Sería mejor que nos dijeran ahora dónde está su laboratorio —dijo Hernández.
—¿Qué?
—Hay que hacer muchos preparativos.
—¡Colrado! —El ojo de Sawyer mostró confusión y furia, y Ruth cerró el puño.
Quería que lo llevaran al éste. ¿Por qué? ¿Qué esperaba encontrar allí? Seguridad, comida, atención médica de primera… pero ningún médico podría curarlo jamás.
Quizás ése era el problema. Tal vez no le interesaba salvarlos si ellos no podían salvarlo a él.
Hernández mantuvo la calma.
—Imposible —dijo—. Ése nunca fue el trato. No podemos desperdiciar el combustible yendo y viniendo, y necesitamos garantías de que podemos recuperar todo lo importante.
—Que tjodan. Colrado.
—Nos lo dijeron —dijo Cam, pero Sawyer movió la cabeza adelante y atrás, en un gesto brusco. La pierna que tenía levantada por debajo de las mantas se cayó a un lado y Sawyer perdió el equilibrio. Cam lo agarró del brazo—. Nos dijeron que primero tenías que decirles dónde estaba el laboratorio.
—¡Suétame! —Su voz era como un alarido—. ¡Suétame!
Cam obedeció. Apartó su mano de retorcidos dedos de la camisa de Sawyer, pero entonces empujó las costillas de Sawyer con la palma de la mano, haciendo fuerza. Pareció espontáneo, un acto debido al sufrimiento reprimido durante mucho tiempo. El arrepentimiento de Cam fue obvio e inmediato. Volvió a agarrar a Sawyer cuando éste se desplomaba sobre la cama, lloriqueando de dolor.
—¡Aaaah! ¡Aaaah!
Hernández se puso en pie de un salto, dejó la cámara en el suelo, pero se quedó atrás mientras Cam se inclinaba sobre Sawyer. Le dio palmaditas en la espalda mientras le decía en voz baja:
—Lo siento… eh, lo siento…
La respuesta de Sawyer sorprendió a Ruth. Fue sin rencor, ya no había aquel regocijo cruel en el poder que tenía. Contestó a Cam en el mismo tono de disculpa.
—Ora no, ¿ale? Ora no.
—Ahora no, de acuerdo, claro. —Cam se volvió hacia ellos, pero evitó su mirada—. Por el momento ya basta.
La comida les trajo al principio recuerdos dolorosos. Leadville había incluido carne fresca en sus provisiones, un costillar lo bastante grande para reconocer que era de vaca. También habían llevado dos bolsas de carbón vegetal y los soldados hicieron fuego en el hoyo que habían cavado. Aquél aroma era una tortura en sí mismo, traía el fantasma de las reuniones familiares en verano. El olor se volvió insoportable cuando colocaron la carne en una parrilla, sobre las brasas.
Todos se concentraron alrededor del fuego, excepto Sawyer, los dos médicos y el doctor Anderson. Cam también se quedó dentro, por si Sawyer se negaba a cooperar, y Hernández comprobó dos veces que se le guardaba su ración para más tarde.
El cielo oscureció lo suficiente para que salieran las primeras estrellas. Todd dijo que el punto más brillante era Júpiter, y uno de los soldados afirmó que era Venus. Los niños se abrían paso a empujones entre la gente, a gritos. Ruth se sentó delante, aplacada por el cansancio y la decepción, pero con mucha hambre. Tenía la espalda fría y la cara demasiado caliente. Le dolía el brazo dentro de la escayola.
La voz estridente de Maureen le hizo alzar la vista de la carne.
—¡Tiene que llevarnos con usted!
Al otro lado del fuego, Hernández había estado hablando en voz baja con el capitán de las fuerzas especiales y dos de los pilotos. Maureen estaba ahora detrás de ellos, tras acercarse lo suficiente para escucharlos a escondidas.
Hernández se dio la vuelta y meneó la cabeza.
—No tenemos trajes de contención suficientes, y puede que estemos horas allí abajo.
—Pero vuelvan a buscarnos, llévennos de regreso con ustedes.
—No queremos arriesgarnos a hacer un aterrizaje adicional o malgastar el combustible.
—¡Aterrizaron bien!
Los cuatro niños, que desfilaban entre los soldados con armas hechas con palos, se habían quedado quietos y en silencio ante el arrebato de Maureen. Entonces todos huyeron y se refugiaron tras los adultos más altos.
—¡No pueden dejarnos aquí sin más!
—Lo siento. Les daremos todos los suministros…
—¡No pueden! ¡No pueden!
Ruth volvió a posar la mirada en el fuego mientras Maureen suplicaba en un tono más suave y la otra mujer californiana se echaba a llorar. No se daban cuenta de que estaban mucho mejor allí.
Lo interesante era que Maureen parecía tener la misma falsa idea utópica de Colorado que Sawyer. Ruth también se había creado expectativas poco realistas a bordo de la EEI. Tal vez todo el mundo necesitaba la posibilidad de un refugio seguro, en algún lugar, para salir adelante. Ruth no sabía cómo sentirse al respecto. La entristecía y le daba miedo.
Se restregó los ojos para no mirar y deseó que hubiera otra manera de hacerlo.
La carne era fantástica, la grasa crujiente, casi cruda en el hueso. Ruth comió demasiado rápido, intentaba no engullir pero no podía controlarse.
Hernández se aseguró de que Ruth tuviera su propia tienda, una de acampada tipo iglú, para dos personas. Los soldados la plantaron entre el fuselaje del C-130 y sus tiendas, más grandes.
Ella se lavó la cara y las manos en un barreño de plástico. Le hubiera gustado, al menos, quitarse la camiseta y limpiarse el cuello y las axilas. Un baño estaría mejor, pero no tenía intimidad, rodeada de soldados, y allí el agua era un recurso muy preciado. A diferencia de Leadville, rodeado de cordilleras y nieve, en aquel pequeño islote sólo había dos débiles saltos de agua, y uno se secaba todos los veranos. Ruth había oído que Maureen le comentaba a Hernández dos veces que había que racionar el agua.
Ruth se quedó mirando el barreño, goteando, reacia a prepararse para la noche pese a sentir un cansancio absoluto. No estaba segura de poder dormir. Allí los insectos eran repugnantes, omnipresentes y ruidosos. Y el miedo de Ruth era como unas descargas incesantes de adrenalina, semejantes a las picaduras de esos mismos insectos. Hernández había informado de las pistas por radio, los nombres «Arcos» y «Freedman», pero podrían pasar días hasta que el FBI encontrara algo útil.
La conspiración ya se habría descubierto mucho antes.
Si Hernández había incluido el nombre de Ruth en su informe, aunque sólo fuera para elogiar sus esfuerzos, sería pronto. Ésa misma noche. ¿Qué ocurriría? El combustible era un bien muy preciado, ¿la enviarían de vuelta? ¿Se produciría un tiroteo cuando un grupo de soldados se volviera contra el otro?
Se alegró cuando Cam dio un golpe en una caja de suministros y gritó:
—¡Tengo que verla!
Desde la perspectiva de Ruth, el grupo de hombres era una sombra intrincada, con las linternas enfocadas hacia el cuerpo de Cam. Los soldados parecían dispuestos a impedirle el paso. Ruth salió presurosa y dijo:
—Esperen.
—Quiero intentarlo de nuevo con Sawyer —le dijo Cam—, sólo usted y yo para que no se sienta tan acorralado.
—Yo iré —dijo D. J., que llegó a zancadas al lado de Ruth.
Cam negó con la cabeza.
—No se lo he pedido.
Se movía en la oscuridad como si hubiera nacido para ello, en absoluto entorpecido por su cojera. Ruth y los marines de su escolta no se separaban del incesante cono blanco de sus linternas, miraban abajo, observaban la suave carretera de asfalto en busca de peligros inexistentes. Los cincuenta metros entre su campamento y la cabaña eran distancia suficiente para que Cam los dejara atrás.
Se veía la luz de unas linternas en dos ventanas, en la parte delantera de la cabaña y en un lateral. En la habitación de Sawyer. La noche, tan cerrada, podría haber incomodado a Ruth, pero intensificaba su sensación de inclusión. La fría oscuridad parecía mucho más abarcable que la luz del día, ocultaba los kilómetros de tierra inhóspita que descendía a sus pies.
Oyó a los niños dentro, débilmente, luego la voz más profunda de un hombre. Las linternas de los soldados se alzaron y captaron a Cam y al doctor Anderson, juntos, en la puerta principal. Levantaron las manos para protegerse la cara.
—Gracias —dijo Ruth a los dos soldados—. Esperen aquí.
—Ah, no, señora. —El sargento Gilbride meneó la cabeza.
—Se trata de no atosigarlo…
—Nos quedaremos fuera de su habitación. No sabrá que estamos ahí. —Gilbride empezó a avanzar, gesticulaba hacia Cam, y la potente luz de la linterna se posó en ellos cuando se abrió la puerta. Entraron, Ruth estaba atrapada entre Gilbride y el otro soldado.
¿Qué les había dicho Hernández a esos hombres, que tuvieran cuidado de que aquella gente no la tomara como rehén para que los llevasen a Colorado? Sawyer era más valioso que ella, y habían hecho todo lo que estaba en su mano para que pudieran contar con él…
Los tres niños tenían varias filas de naipes en el suelo, junto a la linterna, un juego que ella no conocía. El doctor Anderson se arrodilló entre ellos. Cam llevó a los dos marines y a Ruth hacia la habitación de Sawyer y se detuvo allí.
—Usted parece tener sentido común —le dijo Cam, mirándola a los ojos. Ruth se encogió de hombros ante el cumplido. Luego bajó el tono de voz—: Flirtee con él.
—¿Qué? Sí, de acuerdo. —Llevaba el ordenador portátil en un costado, en la mano sana. Se puso el fino maletín contra el pecho, sonriente, además de irritada, porque el verdadero motivo por el que la había escogido a ella eran sus tetas. Era la mujer equivocada.
Él no le devolvió la sonrisa.
—Lo digo en serio. Sin pasarse, sólo para ver qué pasa.
—Ningún problema.
En la habitación de Sawyer reinaba un hedor rancio. Tenía los intestinos hechos un desastre, y su función digestiva estaba muy alterada. El doctor Anderson había dicho que lo que Sawyer ganaba comiendo le provocaba tal desgaste al digerirlo que casi se consumía aún más. Describió heces grumosas, hinchazones y ataques de gritos. Ruth se preguntaba si aquellas flatulencias eran el resultado de haberle dado a comer las costillas. También se preguntó si Cam lo había hecho a propósito, para hacerle daño y que bajara la guardia.
Ella nunca llegaría a comprender del todo la relación entre aquellos hombres, de hermanos, enemigos, cada uno dependiente y al mismo tiempo dominante respecto del otro.
—Eh, tío —dijo Cam—, ¿te encuentras mejor?
—No. —Sawyer estaba tumbado sobre el costado derecho, su lado más débil, con las rodillas levantadas por debajo de las mantas. La otra mano se movía por el borde del colchón, como un cangrejo. Buscaba a tientas, se paraba y volvía a buscar. Tenía los párpados bajos y la mirada desviada.
Una parte de ella deseaba no estar allí. No tenía ni idea de qué hacer. Su impulso era gritar y suplicar, podían ofrecer muy poco a alguien en el estado de Sawyer. Pensó compungida en Ulinov, el pobre Ulinov, que había intentado durante días y semanas que ella volviera a su trabajo cuando se quedaba absorta mirando por la ventana del módulo de laboratorio.
Sawyer la sorprendió de nuevo.
—Ha vuelto —dijo con bastante claridad, en un tono de arrepentimiento, casi infantil.
Ruth se caía de cansancio, pero Sawyer, mucho más débil, había quedado reducido a un estado muy vulnerable… Era lo que Cam esperaba, lo tenía planeado.
—Quiere saber más de tus ideas —dijo Cam.
—Mucho más. —Ruth levantó el portátil—. Le enseñaré las mías si usted me enseña las suyas.
—Ah. —El gruñido de Sawyer le sonó ambiguo, pero intentó levantar la cabeza, con un temblor en los músculos del cuello que enseguida se convirtió en un estremecimiento. Se desplomó en el colchón con un suspiro.
Cam lo incorporó y le desenredó las piernas. Sawyer soltó un alarido. Ruth se apartó de ellos y se puso a toquetear el portátil mientras los miraba de reojo. Por fin estuvo acomodado. Lástima que Cam se colocara a la izquierda de Sawyer, su lado más fuerte, probablemente por costumbre, porque era más fácil hablar con la parte viva de su cara.
Ruth se sentó cerca, con la voluminosa escayola como un arma o un muro entre ellos. El ojo caído y la mejilla de Sawyer eran una barrera de otro tipo.
—Esto es lo mejor que hemos podido reunir —anunció, y se colocó el portátil abierto sobre las piernas.
El primer gráfico era de Vernon, una progresión simplificada para impresionar a los peces gordos sin conocimientos técnicos. Tenía cuatro cuadrados arriba y cuatro abajo, como una tira de cómic. Mostraba una estrella descomunal en dos dimensiones que representaba a un NAN cazador que atacaba y luego desmontaba una especie de anzuelo que tenía un nano Arcos. La descripción por escrito de cada gráfico era de diez palabras como máximo.
—¿Sáis so hora? —preguntó Sawyer, que soltaba los sonidos a trompicones.
—¿Usáis eso ahora? —dijo Cam.
—No, aún estamos haciendo pruebas. Es una maqueta, pero el trabajo preliminar es sólido, hemos logrado el cincuenta y ocho por ciento de eficacia. No cabe duda de que el método de discriminación funciona.
—Cinquenta cho esmal. —Sus palabras arrastradas seguían siendo incoherentes, pero el tono despectivo era inconfundible.
—Cincuenta y ocho es muy poco —admitió ella—, pero si podemos funcionar más rápido que el Arcos, tal vez no importe que la tasa de error sea alta.
Sawyer se movió inquieto, volvió a gruñir, y Ruth lamentó sus dificultades para hablar. ¿Eso quería decir que sí, que no, o algo completamente distinto? ¿Cuántas cosas se callaba porque le costaba decirlas? Miró, más allá de su rostro deforme, a Cam, en busca de ayuda.
Estaría bien advertirlo, reclutarlo para la conspiración. Cam sería decisivo para seguir controlando a Sawyer, y quizá necesitaran otro par de manos durante la toma del poder, pero había demasiado en juego. Apenas lo conocía, y cabía la posibilidad de que fuera directo a Hernández a contarle la confesión de Ruth.
Siempre alerta, Cam advirtió su mirada y al parecer la interpretó como una provocación.
—A lo mejor tú puedes mejorarlo —le dijo a Sawyer—, hacer que llegue al cien por cien.
—Sí. —Sawyer inclinó la cabeza.
—Tengo pruebas y esquemas —dijo Ruth.
—Déjae ver. —Sawyer trasteó con una mano en el ordenador, Ruth intentó ayudar, aunque, la escayola la estorbaba. Cam intervino y entre los tres consiguieron poner el portátil sobre los muslos de Sawyer.
Avanzó y retrocedió por los datos que Vernon había recopilado, diagramas modulares y análisis de pruebas. Masculló algo entre dientes. Dio un golpe con la mano sana en la cama. Cam observaba la pantalla mientras traducía el gruñido de Sawyer, tal vez con la esperanza de comprender mejor aquellos términos y conceptos:
—Sólo el hecho de introducir esta tecnología NAN en el cuerpo debería mejorar su capacidad para seleccionar el objetivo. Se concentrará en los mismos lugares que el Arcos, en las extremidades y los tejidos de las cicatrices.
Ruth asintió con la precaución de alguien que está en un campo de minas.
—Seguro.
No quería discutir. ¿Y si se callaba durante una semana sólo para castigarlos? Sin embargo, los seres humanos no eran contenedores vacíos. Los organismos de los seres humanos y los animales eran mil veces más complejos que el resto de los integrantes del ecosistema de la Tierra. Ésos organismos estaban repletos de venas y tejidos. El sistema sanguíneo podía hacer que la mayoría de los nanos de la vacuna se acercaran a la mayoría de nanos Arcos, pero cada Arcos extraviado allí podría reproducirse…
Sawyer se le había adelantado.
—El problema es lo que nos dejamos —dijo, a través de Cam—, y este método de discriminación parece bueno. Probablemente se tardaría un año más con todos los que se han dejado la piel en esto para incrementar ese porcentaje. Así que hay que añadir un nuevo componente.
—Más masa nos hará más lentos. —La crítica le salió antes de poder contenerla, aunque Ruth acabara de recordarse que no debía hacerle enfadar.
Sin embargo, Sawyer parecía disfrutar con el reto. Soltó una carcajada ronca y dijo:
—Si ona, ciona.
Cam sacudió la cabeza.
—Perdona, ¿qué?
—Si… —repitió Sawyer, fuerte, con rabia.
—Si funciona, funciona. Por supuesto —dijo Ruth.
El nano Arcos generaba cantidades ínfimas de calor residual, una fracción de caloría cuando despertaba por primera vez dentro de un cuerpo anfitrión y luego setenta y una veces más durante su reproducción. Al modificar el nano vacuna para detectar ese calor como ayuda para la discriminación, Sawyer pensaba que podían garantizar que localizara a todos los Arcos que no hubieran sido destruidos mientras aún estaban inactivos. La persona en cuestión, el campo de batalla, podría experimentar cierto dolor y una acumulación de heridas a largo plazo, pero la mejor manera de mejorar el nano vacuna sería tener un prototipo que funcionara y poder probarlo y perfeccionarlo.
Era una posibilidad. Sería innovador. Y rápido. Sawyer insistió en que no habría que hacer ningún nuevo diseño. Él podía fabricar un sensor térmico programado, y su equipo había utilizado aparatos de fabricación LUVE, láser ultravioleta extremo, con una capacidad mecánica superior al MMFA o la sonda de electrones de Leadville.
—Pero la mayor parte de Stockton se quemó —dijo Ruth. Era el inicio perfecto, suponiendo que el informe del FBI que apuntaba a esa ciudad fuera correcto—. ¿Y si su laboratorio quedó arrasado?
Sawyer se dio la vuelta con rigidez y dirigió la parte animada de su rostro hacia ella. Sus labios agrietados se contrajeron para esbozar una fina sonrisa rígida. Luego meneó la cabeza y pronunció con cuidado cuatro sílabas, encantado como siempre de corregirla.
—Sacramento —dijo—. No vamo a Sacramento, al carent catro de alie sesnta cho.
El cuarenta y cuatro de la calle 68.
Ruth contuvo la respiración, incapaz de disimular su euforia. Sin embargo, el ojo sano de Sawyer no se separaba del rostro de Ruth, consciente y muy cansado. Ella no lo había engañado. Sawyer había decidido revelar su secreto, tras impresionarla de nuevo con sus habilidades.
No era una rendición, sino un cambio de estrategia. Farfulló durante unos diez minutos más, aceleró su discurso, desesperado por explicarse mientras su cuerpo le fallaba. La fatiga redujo sus farfullos a una sarta de sonidos y pronto fue incapaz de seguir su propio razonamiento. Se repetía, se daba golpes con la mano en la pierna, cerraba los ojos o la miraba con una intensidad irregular y debilitada.
Sawyer les tenía preparada una sorpresa más.