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Lo había logrado. Había salvado a la chica, detenido al ladrón, demostrado la inocencia de Mab y ganado el apoyo del Consejo Blanco, salvando así mi propio pellejo.

¡Hurra!

Me quedé allí tumbado junto al cuerpo vacío de Aurora, demasiado cansado para moverme. Las reinas me encontraron más o menos un cuarto de hora después. Percibí vagamente su presencia, dos luces, una dorada y otra azul que se encontraban delante de mí. Una luz dorada se posó sobre el cadáver y luego se alejó flotando, llevándose consigo la carne muerta. Yo permanecí tumbado sobre el suelo, frío y agotado.

La marcha de la luz dorada me dejó solo con la azul. Un momento después, sentí como los dedos de Mab me acariciaban la cabeza, y la oí murmurar: —Mago, estoy muy satisfecha contigo.

—Vete Mab —dije con voz cansada.

Ella rió y dijo: —No, mortal. Eres tú quien se debe marchar. Tú y tus compañeros.

—¿Y qué pasa con Tut-tut? —pregunté.

—Es extraño que un mortal pueda invocar el servicio de un hada, aunque esta sea de categoría inferior, pero se ha hecho antes. No temas por tus pequeños guerreros. Fueron tu arma, y el único que responderá de sus acciones serás tú. Llévate su acero contigo, y con eso bastará.

Alcé la vista hacia ella y dije: —¿Vas a cumplir tu parte del trato?

—Por supuesto. Los magos tendrán salvoconducto.

—Ese trato no. El nuestro.

La maravillosa boca de Mab se expandió en una sonrisa.

—Primero deja que te haga una oferta.

Hizo un gesto, las espinas del seto se abrieron y apareció Maeve con su armadura blanca y detrás de ella Madre Invierno vestida completamente de negro. Ante ellas, Slate, arrodillado, destrozado y con evidentes dolores, tenía las manos esposadas a un aro que le rodeaba el cuello y parecía hecho de hielo sucio.

—Tenemos un traidor entre nosotros —ronroneó Mab—. Y recibirá el trato que merece. Después de lo cual, habrá una vacante para el puesto de caballero. —Me miró y dijo—: Esta vez quisiera contar con alguien que sea de fiar. Acepta ese poder y todas las deudas entre nosotros quedarán saldadas.

—De eso nada —murmuré—. Ni hablar.

La sonrisa de Mab se hizo más amplia.

—Muy bien entonces. Seguro que encontraremos la forma de divertirnos con este hasta que pase un tiempo prudencial y repitamos la oferta.

Slate alzó la vista. Tenía los ojos llenos de lágrimas y dijo con voz pastosa y aterrorizada: —No, no. Dresden. Dresden, no lo permitas. No me dejes con ellas.

Acepta, por favor, no me hagas esperar.

Mab tocó mi cabeza de nuevo y dijo: —Sólo dos veces más, y te verás libre de mí.

Y se fueron.

Los gritos de Lloyd Slate permanecieron tras su marcha.

Me quedé allí, demasiado cansado para moverme, hasta que las luces comenzaron a difuminarse. Recuerdo vagamente como Ebenezar me ayudaba a incorporarme y ponía mi brazo sobre sus hombros. El guardián de la puerta murmuró algo y Billy le contestó.

Me desperté en mi casa, en la cama.

Billy, que se había quedado dormido en una silla junto a la cama, se despertó con un resoplido y dijo: —Eh, estás despierto. ¿Tienes sed?

Asentí, tenía la garganta tan seca que era incapaz de hablar. Me acercó un vaso de agua fresca.

—¿Qué pasó? —pregunté cuando por fin pude hablar.

Negó con la cabeza.

—Meryl murió. Me pidió que te dijera que había elegido y que no lo lamentaba. Luego se transformó. La encontramos en el suelo, a tu lado.

Cerré los ojos y asentí.

—Ebenezar me pidió que te dijera que has cabreado a mucha gente, pero que no te preocupes de momento por eso.

—Eh —dije—: ¿Y los Alphas?

—Magullados —dijo Billy con una pizca de orgullo en la voz—. En conjunto, ciento cincuenta y cinco puntos, pero todos salimos más o menos de una pieza. Esta noche tenemos fiesta con pizza y partida en mi apartamento.

El estómago me dio un vuelco al oír la palabra «pizza».

Me duché, me sequé y me puse ropa limpia. Entonces me di cuenta. Eché una ojeada al baño, luego a mi dormitorio y le pregunté a Billy: —¿Has hecho limpieza? ¿Me has lavado la ropa?

Negó con la cabeza.

—Yo no. —Alguien dio un golpe en la puerta y añadió—. Un momento.

Escuché como salía y decía algo a través de la puerta antes de volver a entrar.

—Tienes visita.

Me puse los calcetines y luego las deportivas.

—¿Quién es?

—La nueva señora del Verano y su caballero —respondió Billy.

—¿Vienen buscando lío?

Billy sonrió y dijo: —Tú sal y habla con ellos.

Fruncí el ceño y lo seguí hasta la habitación principal. Estaba impoluta.

Casi todos mis muebles son de segunda mano, trastos viejos y resistentes con mucha madera y telas de diferentes texturas. Todo estaba limpio, no había ni una mancha. Las alfombras, tanto las que podrían haber surcado los cielos de la mítica Arabia, como las malas imitaciones para turistas de los indios navajos, estaban ahora limpias y cepilladas. Miré debajo y alguien había pasado la mopa y pulido el suelo. Tenía leña fresca y la chimenea no solo estaba vacía, sino libre de polvo y ceniza.

Alguien había pulido mi bastón y mi varita mágica, que relucían en una esquina, y mi revolver, guardado en su funda, también había sido convenientemente engrasado.

Me acerqué al hueco bajo el fregadero donde guardaba la heladera y la estufa. Debido a mis problemas con la electricidad, tengo una heladera de esas antiguas que funciona únicamente con hielo. La habían limpiado, le habían metido hielo, y estaba llena de comida: fruta fresca, verduras, zumo, Coca-Cola e incluso había helado en el congelador. En la despensa había comida enlatada, conservas, pasta, embutido. Y Mister tenía un cajón de arena nuevo hecho de madera con los bordes de plástico y una cama a estrenar. También disponía de un cuenco de madera con adornos labrados para la comida, que ya había devorado, y otro para el agua. El propio Mister estaba tumbado en el suelo, y jugaba indolente con un saquito de menta de gato que colgaba de una cuerda en la puerta de la despensa.

—He muerto —dije—. He muerto, alguien cometió un error garrafal y estoy en el paraíso.

Miré a mi alrededor y me topé con la sonrisilla tontorrona de Billy.

Señaló la puerta con el dedo: —Te esperan los dignatarios.

Me encaminé hacia la puerta, la abrí con desgana y eché un vistazo rápido.

Allí estaba Fix con un mono de mecánico. Su pelo rizado y blanco flotaba alrededor de su cabeza y enmarcaba una sonrisa. Tenía las manos y la cara manchadas de grasa, y su vieja caja de herramientas estaba en el suelo, a su lado. Junto a él se encontraba Lily, vestida con unos pantalones oscuros y una sencilla blusa verde que resaltaban su hermosa figura. Llevaba el pelo recogido en una cola de caballo.

Y ahora era de color blanco.

—Harry —dijo Fix—. ¿Qué tal estás?

Los miré sorprendido y dije: —¿Tú? ¿Eres la nueva señora del Verano?

Lily se sonrojó y sonrió.

—Lo sé. No quería, pero cuando Aurora murió, su poder fluyó hasta el recipiente de Verano más próximo. Debería haber ido a una de las otras reinas, pero yo ya tenía el poder del caballero y digamos que eso… precipitó las cosas.

Alcé las cejas y dije: —¿Estás bien?

Frunció el ceño.

—No estoy segura. Tengo mucho en qué pensar. Y es la primera vez que semejante poder recae sobre un mortal.

—¿Quieres decir que no…? ¿Qué todavía no has…?

—¿Elegido? —preguntó Lily. Negó con la cabeza—. Así soy yo. Todavía no sé lo que voy a hacer, pero Titania dice que ella me enseñará.

Señalé a Fix con la cabeza.

—¿Y has nombrado a Fix tu caballero, eh?

Lily le sonrió.

—Confío en él.

—Me parece bien —dije—. Fix ya pudo con el caballero del Invierno en una ocasión.

Lily pareció sorprenderse y miró a Fix. El hombrecillo se sonrojó y juro por Dios que arrastró un pie por el suelo.

Lily sonrió y me ofreció su mano.

—Quería conocerlo y darle las gracias, señor Dresden. Le debo la vida.

Le estreché la mano y dije: —No me debes nada. Según parece salvo damiselas en peligro sin ni siquiera proponérmelo. —Mi sonrisa se esfumó y añadí—: Además, solo me contrataron para echar una mano. Dale las gracias a Meryl.

Lily se entristeció y repuso: —No se culpe por lo que pasó. Hizo lo que hizo porque tiene buen corazón, señor Dresden. Como Meryl. No puedo compensarle por su bondad y tardaré años antes de poder utilizar mi… mi… —No encontraba la palabra exacta.

—¿Poder?

—Bueno sí, poder. Pero si necesita ayuda, o un lugar seguro, puede contar conmigo. Haré todo lo que esté en mi mano.

—Ella fue quién ordenó que limpiaran la casa, Harry —dijo Fix—. Y yo acabo de terminar con tu coche, así que ya lo puedes usar. Espero que no te importe.

Tuve que parpadear un par de veces antes de decir: —No me importa. Venga, pasad. Bebed algo.

Fue una visita muy agradable. Parecían unos chavales majos.

Cuando por fin me quedé solo ya era de noche, y alguien llamó a la puerta. La abrí y allí estaba Elaine, vestida con una camiseta y unos pantalones vaqueros cortos que dejaban ver sus bonitas piernas. Una gorra de béisbol ocultaba su pelo y dijo sin preámbulos: —Quería verte antes de irme.

Me apoyé contra el marco de la puerta.

—Supongo que al final te libraste.

—Y tú también. ¿Cumplió Mab su trato?

Asentí.

—Sí. ¿Y tú qué? ¿Aún estás sujeta a Verano?

Elaine se encogió de hombros.

—Mi deuda era con Aurora. Y ahora ya no tiene sentido discutir sobre si cumplí o no mi promesa.

—¿Adónde vas?

Volvió a encogerse.

—No lo sé. A algún lugar donde haya mucha gente. Quizás a un colegio.

Respiró hondo y luego dijo: —Harry, siento que las cosas salieran así. Tenía miedo de contarte lo de Aurora. Supongo que, conociéndote, debería haber actuado de otra forma. Me alegro de que al final salieras airoso. Me alegro mucho.

Tenía varias réplicas para aquello, pero la que elegí fue: —Ella pensaba que hacía algo bueno. Entiendo que quizá tú… Es igual, todo ha terminado ya.

Asintió. Luego dijo: —He visto las fotos de la chimenea, las de Susan. Las cartas. Y el anillo de compromiso.

Miré la repisa de la chimenea y de repente me sentí mal.

—Sí.

—La quieres —dijo Elaine.

Asentí.

Suspiró e inclinó la cabeza de modo que la visera de la gorra no me dejaba verle los ojos.

—Entonces ¿me dejas que te dé un consejo?

—¿Por qué no?

Alzó la vista y dijo: —Deja de compadecerte de ti mismo, Harry.

La miré sorprendido y pregunté: —¿Qué?

Con un gesto señaló el apartamento.

—Estabas viviendo en un estercolero, Harry. Entiendo que te sientas culpable por algo. Desconozco los detalles, pero es evidente que acabaste por tocar fondo. Supéralo. No le harás ningún favor convirtiéndote en el rey del moho. Deja de pensar en lo mal que te sientes, porque si le importas lo más mínimo, le destrozará verte como yo te vi hace tan solo unos días.

La miré durante un momento y luego dije: —Un consejo romántico. De ti.

Me dedicó una media sonrisa y añadió: —Sí, qué ironía. Hasta la vista.

Asentí y dije: —Adiós, Elaine.

Se acercó y me besó en la mejilla, después dio media vuelta y se marchó.

Observé cómo se alejaba. Y a pesar de la niebla mental ilegal, jamás hablé de ella al Consejo.

Más tarde, aquella misma noche, me acerqué al apartamento de Billy. Las risas se escapaban por debajo de la puerta junto con música y el aroma a pizza recién hecha. Llamé y Billy abrió la puerta. De inmediato se hizo el silencio.

Entré en el apartamento. Una docena de licántropos heridos, magullados, lesionados y felices me observaron desde una mesa redonda cubierta de bebidas, cajas de pizza, dados, lápices, hojas de papel y pequeñas figuras sobre un gran tablero.

—Billy —dije—. Y vosotros, chicos. Solo quería deciros que estuvisteis a la altura. Mucho mejor de lo que esperaba o podía desear. Debí confiar más en vosotros. Gracias.

Billy asintió y dijo: —Valió la pena, ¿verdad?

Hubo un murmullo de afirmación en el cuarto.

Asentí.

—Vale, bien. Que alguien me pase una porción de pizza, una Coca-Cola y los dados, pero que quede claro que voy a necesitar cachas.

Billy me miró confundido.

—¿Qué?

—Cachas —dije—. Músculos grandes y fuertes, y no quiero tener que pensar demasiado.

Su rostro se iluminó con una sonrisa: —Georgia, ¿nos queda algún personaje bárbaro?

—Claro —respondió Georgia y fue hacia un archivador.

Me senté a la mesa, me acercaron la pizza y la Coca-Cola, y se reanudó de nuevo el jolgorio y la conversación. Entonces pensé que aquello era mucho mejor que pasar otra noche fustigándome en el laboratorio.

—¿Sabes lo que más rabia me da? —preguntó Billy después de un rato.

—No, ¿qué?

—Tanta hada, tanto duelo, reina loca y demás, y nadie mencionó al pobre William Shakespeare. Ni siquiera una vez.

Me quedé mirando a Billy durante un momento y rompí a reír. Todas las lesiones, magulladuras, cortes y heridas me dolían, pero era un dolor sincero y tirante, en proceso de curación. Cogí un dado, una hoja de papel y un lápiz, y comuniqué a mis amigos que ahora era Thorg, el Bárbaro al que solo le preocupaba comer, beber y pasarlo bien.

Dios, qué tontos pueden ser los mortales.