18
Me alejé lo más rápido que pude del hotel Rothchild y busqué una cabina telefónica. Murphy descolgó al primer tono.
—¿Dresden?
—Sí.
—Menos mal, ¿estás bien?
—Tengo que hablar contigo.
Hubo una pequeña pausa, luego su voz se suavizó.
—¿Dónde?
Me froté la cabeza con la palma de la mano intentando que mi cerebro se pusiera en marcha. Mis pensamientos estaban embrutecidos y desperdigados sin ningún orden aparente.
—No lo sé. En algún lugar público donde haya gente, pero que no sea demasiado ruidoso para poder hablar.
—En Chicago, a estas horas de la noche…
—Sí.
—Vale —dijo Murph—. Creo que conozco un sitio. —Me indicó cuál era y acordamos vernos allí en veinte minutos, después colgué.
Mientras entraba en el aparcamiento, pensé que posiblemente no se produjeran muchos encuentros clandestinos que tuvieran que ver con un asesinato místico, el robo de un poder arcano y el equilibrio de fuerzas entre los reinos sobrenaturales en los grandes almacenes Wal-Mart. Pero bueno, a lo mejor sí. Quién sabe, los hombres topo utilizaban los probadores para reunirse y debatir sobre sus planes para dominar el mundo con la medusa psíquica del planeta X y los cerebros embotellados sin cuerpo de la nebulosa Klaatuu. Y desde luego yo no los habría buscado allí.
Después de media noche no era un lugar muy concurrido, pero el aparcamiento tampoco estaba todo lo desierto que cabría esperar en un barrio tranquilo como Wrigleyville. La tienda no cerraba en toda la noche, y en una ciudad como Chicago, son muchas las personas que hacen la compra tarde.
Tuve que aparcar en una de las filas intermedias y después caminar en el fresco de la noche, antes de entrar en el frío helador del gran almacén cuyos enormes aparatos de aire acondicionado no aminoraban la marcha ni durante las escasas horas de oscuridad.
Un empleado somnoliento me saludó con una inclinación de cabeza cuando entré, pero rechacé su oferta de coger un carro. Murphy me alcanzó antes de llegar al centro de la tienda y se colocó junto a mí. Llevaba una cazadora de los Cubs, vaqueros y zapatillas deportivas y el pelo rubio recogido bajo una gorra de béisbol negra y lisa. Caminaba con las manos en los bolsillos y su expresión, un tanto chulesca, no iba bien con alguien de tan corta estatura.
Sin decir nada, pasamos por delante de pequeñas franquicias con los cierres echados, y nos acomodamos en una cafetería cerca de la sección de comida preparada del supermercado.
Murphy eligió una mesa desde donde se pudiera vigilar la puerta y yo me senté enfrente, desde donde podía vigilar su espalda. Cogió un par de tazas de café, que Dios la bendiga. Eché azúcar y nata en el mío hasta que aparecieron pequeñas balsas, lo removí y di un sorbo lento que casi me abrasa la lengua.
—No tienes muy buen aspecto —dijo Murphy.
Asentí.
—¿Quieres que hablamos de ello?
Para mi sorpresa, sí quería. Dejé la taza sobre la mesa y dije sin preámbulos: —Estoy furioso, Murph. No puedo pensar con claridad, estoy demasiado cabreado.
—¿Por qué?
—Porque estoy jodido. Por eso. Haga lo que haga, me la van a meter doblada.
Frunció el ceño.
—¿A qué te refieres?
—Es este trabajo —dije—. La investigación del caso Reuel. Me estoy topando con muchas dificultades y no sé si podré superarlas. Y si no las supero antes de mañana por la noche, todo se va a ir a la mierda.
—¿El cliente no colabora?
Dejé escapar una amarga carcajada.
—Todo parece indicar que lo que el cliente quiere es mi cabeza en una bandeja.
—Ya, así que no confías en ella.
—Ni lo más mínimo. Y los que se supone que trabajan conmigo me están volviendo loco. —Negué con la cabeza—. Me siento como un voluntario que se mete en una de esas cajas mágicas justo antes de que el mago comience a clavarle espadas. Solo que esto no es ningún truco, las espadas son de verdad, y me las van a empezar a clavar en cualquier momento. Los malos están haciendo todo lo que pueden para quitarme de en medio o para joderme. Los buenos creen que soy una especie de pirado a punto de perder el control, así que sacarle una respuesta a cualquiera de ellos es como intentar arrancarles un diente.
—Crees que corres peligro.
—Lo sé —dije—. Y este asunto es demasiado importante. —Guardé silencio durante unos segundos y di un sorbo al café.
—Bueno —dijo Murph—. ¿Y por qué querías verme?
—Porque los que deberían apoyarme están a punto de echarme a los lobos. Y porque la única persona que me está ayudando está tan verde que necesita una niñera para salir de esta con vida. —Dejé la taza vacía—. Y porque cuando me pregunté en quién podía confiar, me salió una lista muy corta. Tú estás en ella.
Se recostó en la silla con un suspiro largo y lento.
—¿Me vas a decir ya qué pasa?
—Si te empeñas… —dije—. Hay cosas que no te he contado porque pensaba que así te protegía. Porque no quería que sufrieras.
—Sí —dijo—. Lo sé. Y me cabrea bastante.
Intenté sonreír.
—En este caso es mejor no saber. Si te cuento todo esto, la cosa se pondrá fea. El mero hecho de saberlo podría ser peligroso para ti. Y no vas a poder ignorarlo, Murph. Nunca.
Me miró serena.
—Entonces, ¿por qué contármelo ahora?
—Porque mereces saberlo desde hace mucho. Porque has arriesgado tu vida para protegerme a mí y a muchas personas de la morralla sobrenatural que ronda por ahí fuera. Porque te has buscado problemas por mi culpa y saber más de todo esto te será muy útil en el futuro.
Notó las mejillas calientes y admití: —Y porque necesito tu ayuda. Este es un mal asunto. No me gusta.
—No me voy a ningún sitio, Harry.
La miré con una sonrisa cansada.
—Un último aviso. Si entras en esto, debes entender una cosa. Tienes que prometerme que no involucrarás a los de Investigaciones Especiales, ni al resto del departamento de policía. Puedes sacar información, usarlos de forma discreta, pero no reunir a tu gente e ir a cazar demonios.
Entornó los ojos: —Joder, ¿por qué no?
—Porque involucrar a las autoridades mortales en un conflicto como este es como lanzar un ataque nuclear contra el mundo sobrenatural. Nadie quiere algo así, y si piensan que podrías hacerlo, te matarán. O se las arreglarán para que te despidan, o te harán una encerrona. No permitirán que algo así ocurra.
Conseguirán tu ruina, te harán daño o te matarán, y probablemente mucha otra gente caiga contigo. —Me detuve para dejar que mis palabras se asentaran en su cabeza, luego pregunté—: ¿Aún quieres que te lo cuente?
Cerró los ojos por un momento y luego asintió, una vez.
—Adelante.
—¿Seguro?
—Sí.
—Muy bien —dije. Y se lo conté todo. Tardé un rato. Le conté lo de Justin, le hablé de Elaine. Le hablé de las fuerzas sobrenaturales y la política que gobernaban la ciudad, de la guerra que empecé por culpa de lo que la Corte Roja le había hecho a Susan, de las hadas y del asesinato de Reuel.
Y sobre todo, le hablé del Consejo Blanco.
—Panda de sabandijas, arrogantes y egocéntricos hijos de puta —murmuró Murphy—. ¿Quién coño creen que son para vender así a su gente?
Cierta parte de mí gritó un hurra mental ante aquella reacción.
Hizo un ruido con la garganta para indicar la repulsión que sentía y negó con la cabeza.
—A ver si lo he entendido bien —dijo—. Comenzaste una guerra entre el Consejo y la Corte Roja. El Consejo necesita el apoyo de las hadas para tener una posibilidad de victoria. Pero para conseguir ese apoyo, debes encontrar al asesino y devolver la cosa esa con el poder mágico que alguien ha robado…
—El manto —la corregí.
—Bueno, sí, eso —dijo Murphy—. Y si no consigues él rollo mágico ese, el Consejo hará un paquetito contigo y te entregará a los vampiros.
—Sí —dije.
—Y si no encuentras al asesino antes del solsticio de verano, las hadas se enzarzarán en una guerra.
—Algo muy malo, gane quien gane. Podría hacer que el fenómeno de El Niño pareciera un simple chaparrón primaveral.
—Y quieres que te ayude.
—Has trabajado en homicidios. Se te da mejor que a mí.
—Eso está claro —dijo con una media sonrisa en los labios—. Mira, Harry. Si quieres encontrar al asesino, la mejor forma es preguntarse por qué.
—¿Por qué, qué?
—Por qué se produjo el asesinato. Por qué se cargaron a Reuel.
—Oh, ya —dije.
—Y por qué quisieron quitarte de en medio el otro día en el parque.
—Ahí puede ser cualquiera —dije—. Tampoco es que fuera un atentado bien planeado, la verdad.
—Te equivocas —dijo Murphy—. No resultó perfecto, pero tampoco era un disparate. Después de que me llamaras esta noche, hice unas cuantas indagaciones.
La miré extrañado.
—¿Y descubriste algo?
—Sí. Resulta que se han producido dos robos a mano armada en los últimos tres días, el primero a las afueras de Cleveland y el segundo en una gasolinera de Indianápolis, camino de Chicago.
—No parece nada del otro mundo.
—No —dijo Murphy—. De no ser porque en ambos casos se produjo un secuestro y el vídeo de seguridad se averió en cuanto comenzaron los dos atracos. Testigos oculares del caso de Indiana dijeron que el atacante era una mujer.
Silbé.
—Todo apunta a nuestra ghoul, entonces.
Murph asintió con los labios fruncidos.
—¿Existe alguna posibilidad de que las personas que se llevó sigan aún con vida?
Negué con la cabeza.
—No lo creo. Probablemente se las comió. Un ghoul necesita entre dieciocho y veintidós kilos de carne al día. Lo que le sobre lo abandonará en algún lugar donde haya animales para no dejar huella.
Asintió.
—Lo imaginaba. La pauta coincide con varios casos investigados en los últimos veinte años. Tardé un tiempo en unir las piezas, pero tenemos constancia de otros tres incidentes similares, y todos están relacionados con una asesina profesional que se hace llamar Tigresa. Un amigo del FBI me dijo que es sospechosa de varios crímenes en la zona de Nueva Orleans y la Interpol cree que también ha realizado algún trabajo en Europa y África.
—Un sicario —dije—. Entonces, ¿quién la contrató?
—Por lo que me has contado, yo apostaría por los vampiros. Son los que más ganan con tu muerte. Si te quitan de en medio, el Consejo probablemente negociará la paz, ¿no?
—Puede —dije, aunque lo dudaba—. Si eso es lo que tenían en mente, eligieron un mal momento. Hace tan solo dos noches se cargaron a un montón de magos en Rusia y el Consejo está bastante cabreado.
—Vale. Quizás hayan pensado que si al final das con el asesino de Reuel y el Consejo gana puntos con las hadas, la cosa se complicaría para ellos.
Matarte antes de que eso suceda tiene sentido.
—Salvo que el atentado se produjo antes de verme envuelto en la investigación.
Murphy negó con la cabeza.
—Ojalá pudieras hablar con uno de nuestros dibujantes y describieras a la mujer.
—No creo que sirviera para nada. Al principio iba disfrazada y no me fijé en ella. Cuando por fin me llamó la atención, su aspecto era como el de un personaje de una peli de terror de animación japonesa.
Fijó la mirada en su café frío.
—Pues entonces lo único que podemos hacer es esperar. Tengo que consultar con mis fuentes, pero dudo que averigüe algo. Ya te avisaré.
Asentí.
—Y aunque la encontremos, quizá no nos ayude con el asunto de las hadas.
—Ya —dijo—. ¿Te importa si te hago unas cuantas preguntas? Quizá descubra algo que tú has pasado por alto.
—Vale.
—La chica de las rastas, ¿dijiste que se llamaba Maeve?
—Sí.
—¿Qué te dice tu instinto? ¿Hasta qué punto crees que ella no es la asesina?
—Estoy casi seguro.
—Pero no totalmente.
Me quedé pensando.
—No. Las hadas son complicadas. Totalmente seguro, no.
Murphy asintió.
—¿Y qué me dices de Mab?
Me froté la barbilla, la barba ya me estaba creciendo otra vez.
—No llegó a negar su responsabilidad en la muerte de Reuel, pero no creo que sea la asesina.
—¿Por qué dices eso?
—No lo sé.
—Yo sí. Podría haber elegido a quien quisiera para representar sus intereses y te escogió a ti. Si pretendiera borrar sus huellas, habría sido más lógico que contratara a alguien menos capaz o con menos experiencia. No habría optado por un tío tan ridículamente testarudo como tú.
Acusé el golpe.
—De ridículamente nada —dije—. Es que no me gusta dejar las cosas a medias.
Murphy resopló.
—No conoces el significado del verbo «rendirse», panoli. Pero entiendes lo que quiero decir, ¿no?
—Sí, y parece razonable.
—¿Y qué pasa con la chica del Verano?
Suspiré ruidosamente.
—No le pega. Es el hada más amable que jamás he conocido y eso que tenía motivos para ser bastante más desagradable conmigo.
—¿Y el otro mortal? El caballero del Invierno.
—Es violento y adicto a la heroína. Pudo tirar a Reuel por las escaleras, sí. Pero no sé si tiene los conocimientos de magia necesarios para robar el manto. Me pareció más del tipo «saquea y piensa después». —Negué con la cabeza—. Bueno, aún tengo que hablar con tres hadas más.
—La reina del Verano, y las dos madres. —Murphy asintió—. ¿Cuándo las verás?
—En cuanto sepa dónde están. Las señoras son las que viven más cerca del mundo mortal. No son difíciles de encontrar. Las reinas y las madres, sin embargo, se ocultan en el reino de las hadas. Tendré que ir hasta allí y hacerme con un guía.
Murphy alzó las cejas.
—¿Un guía?
Torcí el gesto.
—Sí. No quiero, pero me parece que voy a tener que visitar a mi madrina.
Murphy me miró sorprendida.
—¿De verdad? ¿Tienes un hada madrina?
—Es una historia muy larga —repuse—. Bueno, me tengo que marchar.
Si pudieras…
Las luces de los grandes almacenes se apagaron de repente.
El corazón se me paró. Un segundo después se encendió la iluminación de emergencia para revelar cómo una inquietante nube de niebla gris plateada se extendía por la gran superficie desde las puertas principales. La niebla pasó por delante de una cajera atónita. La mujer se desplomó con la boca medio abierta y la mirada perdida.
—Dios santo —dijo Murphy en voz baja—. Harry, ¿qué es eso?
Yo ya me había levantado y me había hecho con nuestro salero y el de la mesa de al lado.
—Problemas. Ven conmigo.