12

Salí del viejo edificio de apartamentos y entré en mi Escarabajo azul sin que me atacara ningún ser, inhumano o de cualquier otra clase. Mientras ponía en marcha mi Escarabajo, vi como se aproximaba un coche patrulla con las luces azules encendidas. Me alejé de allí con tranquilidad e intenté que el temblor de mis manos no se tradujera en giros bruscos o maniobras sospechosas. No me ordenaron parar, así que debí de hacerlo bien. Un punto para los buenos.

Tuve tiempo de pensar, aunque no estaba seguro de querer hacerlo.

Había ido al apartamento de Reuel para fisgar un poco, con la idea de que probablemente encontraría poca cosa, o nada. Pero había tenido suerte. No solo había aparecido en el lugar idóneo, sino también en el momento adecuado.

Alguien estaba muy interesado en ocultar algo que había allí, quizá fueran más fotos como la que me había llevado yo, u otros papeles. Ahora lo que necesitaba saber era qué estaba buscando Grum o, todavía mejor, por qué intentaba llevarse pruebas. Si no, descubrir para quién trabajaba también me serviría. Los ogros no son famosos por su empuje e iniciativa. Además, teniendo en cuenta lo que estaba sucediendo, sería absurdo asumir que aquel matón, uno de los pesos pesados del mundo de las hadas, simplemente había decidido, motu proprio, pasarse por la casa de un hombre recientemente fallecido.

Los ogros eran criaturas montaraces que podían trabajar tanto para Invierno como para Verano, y mostraban personalidades y temperamentos que cubrían toda la gama que va desde jovial y violento hasta maligno y violento.

Grum no parecía especialmente simpático, pero se había mostrado resolutivo y contenido. La mayoría de estos armarios de tres puertas del mundo de las hadas no habría dejado de atizarme por mucho que protestaran los vecinos. Eso significaba que Grum tenía más sentido común que el gorila medio, y por lo tanto, que era peligroso… Eso sin contar lo fácilmente que había ignorado los conjuros que le lancé.

Todos los ogros tienen la capacidad innata de neutralizar las fuerzas mágicas hasta cierto punto. En este caso, Grum se comportó como si me hubiese limitado a restregar los zapatos por la alfombra para darle un calambrazo. Eso significaba que era un ogro antiguo y muy fuerte. La rápida y completa transformación también indicaba lo mismo. Un monstruito cachas de medio pelo no habría podido adoptar forma humana, con ropa incluida, tan hábilmente.

Listo más fuerte más rápido igual a chungo. Lo más seguro es que fuera el esbirro o guarda personal de algún pez gordo.

¿Pero de quién?

Parado ante un semáforo estudié la fotografía que le había robado a Grum.

—Joder —murmuré—, ¿quién es esta gente?

Añadí aquella pregunta a una lista de cuestiones que no hacía más que crecer como los hongos en el vestuario de un gimnasio.

El funeral de Ronald Reuel ya había comenzado cuando llegué. La Funeraria Flannery, en la zona de River North, había sido un negocio familiar hasta hacía unos años. El local era antiguo, pero estaba bien cuidado. Ahora, en lugar de los arbustos del mimado jardín, había piedras, cuyo mantenimiento sin duda era mucho más sencillo. El aparcamiento estaba lleno de baches, y solo la mitad del alumbrado exterior funcionaba. El luminoso de cristal y plástico donde se leía: «Funeraria Acres Tranquilos», brillaba sobre la puerta con unas llamativas luces verdes y azules.

Aparqué el Escarabajo, guardé la foto en un bolsillo, y salí del coche. No podía entrar en la funeraria con mi bastón y mi varita mágica. Los que no creen en la magia te miran como a un bicho raro por aparecer con un gran palo tallado con adornos en forma de runas y sellos. Y los que saben lo que soy reaccionan como si irrumpiese envuelto en cinturones de munición y sostuviera una ametralladora de gran calibre en cada mano, estilo John Wayne. Dentro podría haber gente de las dos clases, así que me llevé solo lo más discreto: el anillo, casi vacío, el brazalete escudo y el pentáculo de plata de mi madre. Al ver mi imagen reflejada en el cristal de la puerta me di cuenta de que no iba vestido para la ocasión, pero como tampoco iban a sacar mi foto en la sección de cotilleos, entré en el edificio y me dirigí directamente hacia la sala donde tenían a Ronald Reuel.

Lo habían vestido con un conjunto de seda gris con brillo metálico. Era un traje demasiado moderno para él, pero además, le quedaba grande. Le habría ido más un traje de lana. El encargado no había hecho un gran trabajo con Reuel. Sus mejillas estaban demasiado sonrosadas y sus labios demasiado amoratados. Se podían ver las puntadas de hilo con que le habían cosido los labios para que no se le abriera la boca. Nadie habría dicho que aquel anciano se estaba echando una siestecita, estaba claro que era un cadáver. La sala estaba medio llena. Los asistentes desfilaban delante del ataúd o charlaban en pequeños grupos.

No había nadie ocultándose entre las sombras fumando un cigarrillo o mirando de reojo a los demás con aire sospechoso. No vi que ninguno de los asistentes escondiera de repente un cuchillo ensangrentado tras la espalda o se retorciera el bigote. De modo que el enfoque Dudley Do-Right quedaba descartado, no me serviría para encontrar al culpable del asesinato. Puede que él, ella o ellos no estuvieran allí.

Por supuesto, pensé en la posibilidad de que las hadas se ocultaran tras un velo o un encantamiento, pero hasta las más experimentadas tienen problemas para pasar por mortales. Mab estaba estupenda, sí, pero no parecía normal. Con Grum pasó más o menos lo mismo. Es decir, parecía humano, sí, pero también un extra de la peli Los intocables. Las hadas pueden hacer muchas cosas muy bien, pero perderse entre la multitud no es una de ellas.

En cualquier caso, todas aquellas personas parecían, en su mayoría, parientes o compañeros de trabajo. No vi a los que figuraban en la foto ni a ningún hada con un mal disfraz de mortal y, o mi instinto se había tomado la noche libre o no había nadie usando ningún velo o hechizo. Malos uno, Harry cero.

Abandoné la sala y me encontré de nuevo en el pasillo a tiempo de escuchar un susurro procedente de alguna sala cercana. Aquello sí me llamó la atención. Me esforcé por avanzar sigilosamente y me acerqué un poco más mientras Escuchaba.

—No lo sé —musitó una voz de hombre—. Llevo todo el día buscándola.

Nunca había estado fuera tanto tiempo.

—Es lo que yo digo —gruñó una voz femenina—. Nunca está tanto tiempo fuera. Ya sabes cómo se pone.

—Dios —dijo una tercera voz de hombre joven—. Ha sido él, al final lo ha hecho.

—Eso no lo sabemos —respondió el primer hombre—. Quizá lo pensó mejor y se ha marchado de la ciudad.

La voz de la mujer sonó cansada.

—No, Ace. Ella no se marcharía sin más. Y menos sola. Tenemos que hacer algo.

—¿Qué? —dijo el segundo hombre.

—Algo —respondió la mujer—. Lo que sea.

Uau, eso es ser específico —dijo con ironía y frialdad el primer hombre, aparentemente Ace—. Pues hagas lo que hagas, más vale que sea rápido. El mago está aquí.

Sentí como los músculos del cuello se me tensaban. Se produjo un silencio corto, quizá fruto de la sorpresa.

—¿Aquí? —repitió el segundo hombre con pánico en la voz—. ¿Ahora?

¿Por qué no nos has dicho nada?

—Acabo de hacerlo, imbécil —dijo Ace.

—¿Y qué hacemos? —preguntó el segundo hombre—. ¿Qué hacemos, qué hacemos?

—¡Cállate! —le ordenó la voz femenina—. Cállate, Fix.

—Trabaja para Mab —dijo Ace—. Ya lo sabéis. Esta misma tarde vino del Más Allá.

—Imposible —añadió la segunda voz, imagino que Fix—. Se supone que es un tío decente, ¿no?

—Eso depende de con quién hables —repuso Ace—. Los que se cruzan en su camino suelen acabar muertos.

—¡Dios! —dijo Fix sin aliento—. ¡Ay Dios, ay Dios!

—Oíd —dijo la mujer—. Si está aquí, deberíamos irnos. Al menos hasta que sepamos lo que significa. —Me pareció oír como crujía algo, un mueble de madera, una silla—. Vamos.

Retrocedí por el pasillo y doblé la esquina hacia el vestíbulo al escuchar las pisadas que dejaban la salita. No se encaminaron hacia mí. En lugar de eso se alejaron por el pasillo, dando la espalda al vestíbulo. Imaginé que se dirigían a alguna puerta trasera. Me mordí el labio y sopesé mis opciones. Tres personas bastante aprensivas, quizá humanas, quizá no, se dirigían por un pasillo en penumbra hacia una puerta trasera que sin duda daba a algún callejón igualmente oscuro. Aquello reunía todos los ingredientes de un asunto turbio.

Sin embargo tampoco tenía otras opciones. Conté hasta cinco y después los seguí.

Vislumbré una sombra que se desvanecía al final del pasillo. Al pasar por delante, me asomé a la sala donde habían estado los tres y vi una pequeña habitación con varias sillas tapizadas. Dudé por un momento, pero oculto tras la esquina escuché el suave sonido de una puerta metálica abriéndose y luego cerrándose de nuevo. Me asomé y vi una puerta con una pegatina medio gastada donde ponía «salida».

Llegué hasta la puerta y la abrí lo más sigilosamente que pude, luego saqué la cabeza y eché un vistazo al callejón.

A menos de un metro y medio estaban los tres jóvenes que aparecían en la foto de Reuel. El hombre bajo y delgado con el pelo rubio platino y la piel morena estaba frente a mí. Iba vestido con un traje marrón que parecía de segunda mano y una corbata amarilla de poliéster de las que llevan automáticos. Abrió los ojos tanto que resultó casi cómico y se quedó con la boca abierta de la sorpresa. Dio un chillido y eso me permitió identificarle como Fix.

Junto a él estaba el otro joven, Ace. Era el de la perilla y el pelo oscuro y rizado. Vestía una chaqueta deportiva gris con una corbata blanca y unos pantalones oscuros. Aún llevaba las gafas de sol puestas cuando se volvió hacia mí, y en cuanto me vio, metió la mano en el bolsillo de su chaqueta.

La tercera persona era la mujer joven con el pelo verde poza y la cara ancha. Llevaba una blusa caqui y unos pantalones vaqueros ajustados tras los que se adivinaban los músculos de sus muslos. No lo dudó. Ni siquiera me miró. Simplemente se giró con el brazo extendido, y me golpeó en la mejilla con el envés de una mano del tamaño de una pala. Conseguí acompañar el movimiento de su mano durante el último segundo, pero aun así, el impacto me apartó de la puerta y me lanzó al callejón. Vi estrellas y pajaritos revoloteando a mi alrededor e intenté alejarme rodando antes de que me golpeara otra vez.

Ace sacó una semiautomática de pequeño calibre del bolsillo de la chaqueta, pero la mujer le gritó: —¡No seas idiota! Nos matará a todos.

Foffa fios —los saludé en un intento por ser amable. Tenía la boca insensible y la lengua me pesaba como el plomo—. Folo feria defir fola.

Fix comenzó a dar saltitos y gritó señalándome: —¡Nos está echando un conjuro!

La mujer me dio una patada en las costillas con tanta fuerza que me dejó sin respiración. Después me cogió por la parte de atrás de los pantalones y con un potente rugido me lanzó al aire. Aterricé a tres metros de distancia en un contenedor, sobre cartones y basura maloliente.

—Corred —ordenó la mujer—. ¡Vamos, vamos, vamos!

Permanecí tumbado sobre la basura durante un minuto, intentando recuperar el aliento. El sonido de tres pares de pies corriendo se alejó por el callejón.

Acababa de sentarme cuando apareció una cabeza sobre mí, difusa entre las sombras. Me encogí y alcé el brazo izquierdo, mientras concentraba mi poder en el brazalete escudo. Por accidente, hice el escudo demasiado grande y saltaron chispas cuando se golpeó con el metal del contenedor, pero gracias a su luz pude ver de quién era la cabeza.

—¿Harry? —preguntó Billy, el hombre lobo—. ¿Qué haces ahí?

Bajé el escudo y le ofrecí una mano.

—Buscar sospechosos.

Frunció el ceño y me sacó del contenedor. Me tambaleé durante un par de segundos, hasta que mi cabeza dejó de dar vueltas a toda prisa. Billy me estabilizó con una mano.

—¿Has encontrado alguno?

—Yo diría que sí.

Billy asintió y me echó un vistazo.

—¿Y eso lo descubriste antes o después de que te golpearan en la cara y te tiraran a la basura?

Me quité unos granos de café del pantalón.

—¿Te digo yo cómo tienes que hacer tu trabajo?

—Pues la verdad es que sí, todo el tiempo.

—Vale, vale —mascullé—. ¿Has traído la pizza?

—Sí —dijo Billy—. Está en el coche. ¿Por qué?

Me pasé los dedos por el descuidado pelo. Algo que esperaba fueran más granos de café cayó al suelo. Comencé a caminar por el callejón hacia la parte frontal del edificio.

—Porque necesito sobornar a alguien —contesté, mirando por encima del hombro a Billy que avanzaba detrás—. ¿Crees en las hadas?