INTRODUCCIÓN

JOHN BRAINE O EL CINISMO POR DEPORTE

por Enrique Gil Delgado

«La única diferencia entre un tipo inteligente y un idiota integral, prácticamente indistinguibles, estriba en la posesión de riquezas...» La celebérrima cita del paradójicamente casi desconocido P. Cinelli podría servirle de premisa vital ideológica a Joe Lampton, el protagonista de Un lugar en la cumbre.

La novela se publicó en marzo de 1957 y supuso un éxito de ventas inmediato (35.000 copias vendidas en ese año), sobre todo teniendo en cuenta que hasta aquel momento su autor era novel. Después se publicaría por episodios (si bien bastante resumidos) en el Daily Express y un año después de su lanzamiento se estimaba que su autor había ganado unas 15.000 libras. Su mercado potencial se extendió ampliamente cuando en 1959 la editorial Penguin la incluyera en sus publicaciones de bolsillo (reimpresa ocho veces en su primer año y diecinueve más hasta 1970, convirtiéndose en todo un éxito editorial) y además fuera llevada al cine por Jack Clayton, quien la aprovechó para hacer su propio ejercicio de free cinema con espectaculares resultados: la película obtuvo el Oscar de Hollywood al mejor guión adaptado (de Neil Patterson) y el de mejor actriz que le fue otorgado a Simone Signoret (en el papel de Alice Aisgill) quien en la pantalla recibía la réplica del actor Lawrence Harvey (encarnando a Joe Lampton). Durante los años 60 la novela siguió atrayendo la atención del público favorecida por la publicación de su secuela: Life at the Top, (1962), adaptada de nuevo en 1965 por Ted Kotcheff y en una serie televisiva, Man at the Top, a finales de los sesenta y primeros setenta.

Braine contaba en el momento de su publicación treinta y cinco años; su primera sinopsis de la novela fue rechazada en 1951. Entonces el título era otro: Born Favourite (algo así como Nacido con Suerte) y el nombre de su protagonista era Bob Mayne en vez de Joe Lampton. Aquel año, Braine había abandonado su trabajo como bibliotecario en Yorkshire e intentaba ganarse la vida como escritor en Londres, donde colaboraba esporádicamente con algunos diarios (New Statesman, Tribune) y programas radiofónicos. Cayó enfermo de tuberculosis y hubo de ser ingresado durante dieciocho meses en los que trabajó intensamente en la novela, que se vería finalmente publicada en 1957.

La acción se desarrolla en los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial (a la que hay constantes referencias), siendo narrada por su propio protagonista, Joe Lampton, desde una perspectiva más adulta, revisionista de su propia trayectoria, mostrando a un hombre en abierta pugna consigo mismo. En algunos momentos hace incluso balance de lo obtenido y de aquello a lo que ha renunciado para conseguir su posición social (el pacto faústico y sus fatales resultados.) Aquí reside el mayor interés de la obra, más incluso que el melodrama pasional que desarrolla (favorecido por un ambiente frío y neblinoso, como la propia posguerra, en contraste con los capítulos de ambiente diurno en los que la atmósfera es más sincera), porque el ascenso social del protagonista justifica todas sus maniobras y su falta de escrúpulos —en aras de alcanzar aquello que se le estaba negando a toda una generación (que, literariamente, abanderan los denominados Angry Young Men)— en un momento en que los escrúpulos eran un valor en decadencia y el cinismo (casi siempre por deporte) empezaba a calar como parte de la idiosincrasia cultural británica de posguerra. Joe Lampton encarna de manera definitiva este cinismo de trazo grueso que la clase trabajadora, desconfiada hacia los que manejan los hilos, convierte en afilada arma dialéctica con la que contrarrestar sus frustraciones materiales (algunas bastante básicas, por cierto). De todas formas, Un lugar en la cumbre no pretende ser una novela radical, ni anárquica ni tampoco socialista (como hubo quien entendió en su momento) sino que huye de toda conclusión política. Centrada en las reacciones de los personajes, la novela gana en interés y atemporalidad. Transmite de forma incisiva ese ambiente de posguerra, con el racionamiento aún en vigor, en el que todos luchan por medrar a cualquier precio, peleando por mantener los privilegios de su clase unos y por acercarse lo más posible a la «cumbre» (metáfora explícita incluida en el título del libro) los otros.

El desarrollo psicológico y moral del protagonista nos lo muestra como un joven emprendedor cumpliendo el rito de paso masculino de la juventud a la edad adulta: el abandono de las subvenciones de guerra para asumir responsabilidades laborales. En este tránsito tendrá que sopesar y tomar partido por sus propios intereses para acabar pagando el inexcusable precio de su escalada social.

En la línea narrativa se nos presenta una diferencia de edad entre el Joe Lampton narrador y el protagonista. Sin embargo se trata más de una distancia tomada con tintes cínicos que una aceptación inexorable de sí mismo; en ello reside la base de su cinismo, pues de algún modo, se percibe una justificación reiterada a las actitudes desapegadas del joven Lampton. Joe es un joven de origen humilde, ambicioso y arrogante, de algún modo seductor y con un cierto atractivo físico; un arribista que desecha todo escrúpulo a la hora de perseguir sus propios objetivos. En medio de todo esto no queda verdaderamente claro del todo el conflicto de clases sino que lo que más resalta es la acción individual en el ascenso social del personaje. Lampton, más bien, representa el cinismo cruel contrario a las buenas intenciones laboristas.

El contraste entre una fuerte conciencia moral, esgrimida por las clases elevadas, y la inmoralidad calculada de la que todos hacen gala, destierran toda noción de cuento moral o historia con moraleja, por más que se nos hable del ineludible precio que hay que pagar para pertenecer a un estrato social superior. Lampton no tiene más que un objetivo a la vista y se obsesiona por el valor monetario de los objetos lujosos... y de las personas, a las que tasa con la frialdad de un perito forense. Eso sí, aquejado de una aguda necrofobia, no duda en calificar como «zombis» a todos aquellos a los que considera desechos sociales (sin importar su estatus); personas muertas en vida, adocenadas, plenamente asumidas por el Sistema (el temible Establishment), desprovistas de cualquier cualidad emocional positiva, irremediablemente cadáveres.

Según decía Cortázar, ocurre que en ocasiones se puede «acceder a ciclos que comienzan en la puerta de un café y desembocan en una horca sobre la plaza mayor de Bagdad»; pues bien, Joe Lampton cruza el Rubicón que le separa de su particular cumbre al entrar en el Sylvia’s Café de Warley, la ciudad en la que acaba de establecerse. Allí toma la decisión imperativa e inamovible de conquistar lo que denomina «su legado». Se hubiese sentido más feliz de acabar en el cadalso... Pero no hay por qué ponerse patibularios, aunque hay éxitos demoledores a los que es imposible sobreponerse. Con todo, se impone el sentido estratégico del protagonista: despojado de todo vestigio emocional sincero, transformado él mismo en zombi, iniciará la subida hacia su anhelada cumbre pero no se detendrá ahí, sus ascensos y decepciones se verán acentuados en Life at the Top, continuación de sus aventuras y desventuras.

Han pasado cincuenta años desde la publicación de Un lugar en la cumbre; hay que decir que aquel fue un momento en el que la gente creía que un nuevo futuro, una nueva clase de sociedad, eran posibles. Braine intenta plasmar la obsesión británica por una estricta escala jerárquica, rígida e impermeable, y mantiene el interés añadido de documento social sobre una época no tan lejana. Nos recuerda, por ejemplo, que en los años 50 todo el mundo fumaba (un montón); que los hombres se reunían a tomar pintas en los pubs (algunos de los cuales no admitían a mujeres); que la homosexualidad no sólo no se toleraba, sino que era incluso ilegal; que las casas obreras del norte industrial inglés no contaban con cuarto de baño y los orinales eran un artículo en pleno uso... Medio siglo después las diferencias entre clases han aumentado y las posibilidades de movilidad social han disminuido proporcionalmente. Puede que algunas cosas hayan cambiado, si bien sólo superficialmente; tal vez la antigua firma familiar se haya convertido hoy en una multinacional, los orinales hayan caído en desuso y el tabaco ahora esté mal visto, y hasta es posible que ahora se prefiera la cerveza lager a la ale... Pero las recientes evidencias demuestran que muy pocas cosas se han transformado en esencia. Las desigualdades continúan siendo la raíz del problema y se opta por el beneficio inmediato e individual. La regeneración ética no se produce. La, desde antaño, voceada decadencia cultural no sólo no nos abandona, sino que se hace más y más patente. El cinismo es considerado un valor moral equiparable a un fino sentido del humor. No falta quien se pregunta si habrá vida antes de la muerte... Con tamañas perspectivas, a un Joe Lampton de hoy sólo le quedaría una opción posible: destapar otra cerveza al grito de «¡Vivan los zombis!».

BREVÍSIMA NOTA A LA TRADUCCIÓN

Braine no llevó nunca a cabo estudios superiores ni recibió ninguna formación específica para ser escritor. Aprendió el oficio a medida que lo iba desarrollando. Del mismo modo ocurre en esta, su primera novela, en la que alterna los excesos retóricos y las descripciones exhaustivas con pasajes veloces cargados de un humor vitriólico. Siendo el inglés una lengua sintética, capaz de condensar conceptos en muy pocas palabras, el autor se recrea en ocasiones mediante la exaltación de los sentidos: se hacen habituales las referencias a olores, colores, formas y sabores que forman parte de la idiosincrasia cultural inglesa. Tampoco faltan las alusiones constantes a las jergas específicas del ejército, del mundillo teatral (sin perder ocasión de rendir tributo al omnipresente Noel Coward ni de hacer un repaso a las revistas musicales de la época) y del nada apasionante lenguaje financiero (que utiliza con ironía sutil). Algunas expresiones y tiempos verbales se han visto modificados para dotar a la novela de una lectura más ágil, sin traicionar el espíritu de su autor y tratando de ser lo más literal posible. Sin embargo, en ocasiones me he visto forzado a traducir «libremente» giros del lenguaje y juegos de palabras que de otro modo habrían inducido a la confusión cuando no a la incomprensión. Se han incluido notas a pie de página a fin de explicar algunas de estas variaciones y otras, que aclaran datos sobre personas o hechos referidos que pertenecen en exclusiva al ámbito cultural británico, con la idea de ilustrar un poco mejor el ambiente de la obra. Abundan también los galicismos (históricamente integrados en el inglés) y ciertas fórmulas reiterativas en los párrafos más descriptivos. Hay diversos pasajes escritos en el habla típica de Yorkshire (que tan bien conocía Braine), un lenguaje campechano que utilizan hombres y mujeres de distintos estratos sociales, que han sido trasladados con expresiones acertadamente castizas, si bien su pronunciación queda casi diluida en el texto traducido a diferencia del original, en el que este dialecto juega un papel humorístico y entrañable. No quisiera dejar de agradecer a Mr. y Mrs. C. G. Bintcliffe su inestimable ayuda a la hora de traducir este enrevesado dialecto y de ilustrarme sobre algunas expresiones y usos típicos de aquella época.

ENRIQUE GIL DELGADO

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