El Trato

Me desperté como a las tres de la mañana, me senté en la cama asustada, seguía con miedo pero mi sorpresa fue verlo a él en un sillón, estaba dormido, se había quedado cuidándome y era algo que le agradecía profundamente pero no podía abusar, ese cansancio lo iba a resentir y se le notaría durante el día. Me levanté para acercarme a él pero me vi en mi camisón y asustada me cubrí con la sábana, no recordaba nada después de la visita del médico. ¿Quién me vistió? Había dormido demasiado, no recordaba nada de esa tarde ni noche, busqué mi bata y me la puse, esperaba que las sirvientas me hubieran vestido porque estaba segura que él no había sido. Lo vi dormido y me pareció más guapo, me acerqué a él suspiraba en su sueño profundo y sentí deseos de acariciar su cara, me parecía tan lindo que no pude evitar sonreír al notarlo, Ian me hacía sentir muchas emociones al mismo tiempo, tantas que me desconcertaba pero de lo que si estaba segura era de extrañarlo mucho cuando se fuera, fruncí el ceño cuando lo pensé, no quería verlo partir, no quería que se alejara, disfrutaba mucho su compañía, a la que me había acostumbrado. Miré su libreta en el suelo y la levanté, sin querer en mi curiosidad le di una hojeada a sus escritos aprovechando la débil luz de una lámpara que había quedado encendida, creí encontrar alguna impresión como escritor y periodista pero lo primero que leí me sorprendió mucho y fue su sentir hacia mí, le gustaba, se había enamorado de mí y quería protegerme, mi corazón saltó cuando leí y me llevé una mano a la boca porque sin querer gemí la emoción, describía lo que yo le hacía sentir y mi piel se estremecía leyendo cada palabra, me desea y debo reconocer que yo también lo deseo, cuando lo veo y me enfoco en sus labios no puedo evitar saborearme, me los muerdo y las ganas de probarlos me quema también. ¿Qué sucederá cuando lo hagamos? Al menos ya estoy segura de que seré correspondida porque es algo que él también desea, sonreí y cerré la libreta poniéndola en su mano, había leído suficiente y no quería saber más. Acaricié su cara y ante eso despertó.

—Ivonne —abrió los ojos cuando supo que no estaba soñando.

—Hola —susurré.

—¿Qué hora es? —se frotó los ojos y se sentó derecho.

—Pasan de las tres de la mañana.

—Lo siento, me dormí —se sujetaba un hombro.

—Lamento hacerte esto, tienes que descansar.

—Es un placer quedarme a velar tu sueño —exhaló cerrando los ojos.

—Gracias por cuidarme pero no puedo permitir que abuses, debes estar cansado.

—Créeme que no abusas —me sujetó una mano—. Lo hago con mucho gusto.

—Pero no es justo y creo que ahora seré yo la que te lleve a tu habitación y te meta a la cama, tienes que descansar lo que resta, no te preocupes por levantarte temprano, puedes desayunar en la cama su gustas.

—¿De verdad quieres quedarte sola? —me miró abriendo más los ojos.

—No pasará nada más, no te preocupes.

—¿Segura?

—Segura —sonreí.

—Bueno está bien, me iré a la cama porque de verdad siento que la necesito —se puso de pie y estiró la pereza—. Hasta más tarde.

—Hasta más tarde —lo acompañé a la puerta—. Y gracias por la consideración de quedarte conmigo.

—No tienes nada que agradecer, todo lo que haga por ti es un placer —se detuvo en la puerta y me miró.

Quería sujetarlo del cuello y besarlo con fuerza pero sabía que si hacía eso iba a ser más que correspondida y una cosa iba a llevar a la otra y reaccioné.

—Gracias —me ruboricé bajando la cabeza.

Él me acarició el contorno de mi cara con su índice y sonriendo también salió de mi habitación, cuando lo hizo solté el aire, me recliné en la puerta, mi pecho subía y bajaba, levanté la cabeza y cerré con fuerza los ojos, sonreí mordiéndome los labios, debía reconocer que Ian no sólo me gustaba sino que también me había enamorado de él pero no podía ponerlo en peligro por mi situación, no podía perderlo a él también, no lo iba a soportar y debía tomar una decisión a la brevedad porque ya el tiempo se acababa, debía saber qué hacer y ganar un poco más de tiempo.

Como lo imaginé Ian no bajó a desayunar, estaba muy cansado y con seguridad seguía durmiendo, probaba un trozo de papaya a la vez que pensaba en él, sonreí al recordar lo que había leído en su libreta y no sabía cómo dirigirme a él después de saber sus sentimientos, no quería pensar en una despedida, no quería que llegara el momento en que no volviera a verlo y quedarme sola otra vez, me había acostumbrado a él en pocos días y sin duda iba a extrañarlo mucho pero no podía retenerlo más tiempo sin una razón, no sin una buena razón y de peso para que él accediera a quedarse al menos unos días más. Bebiendo mi leche estaba cuando miré a una de las sirvientas llevar una charola y dirigirse a los escalones, supe lo que era.

—¿Es el desayuno del señor Harrington? —le pregunté sin disimular la emoción.

—Sí señorita, ya despertó y lo solicitó en su habitación.

—Yo se lo llevo —me levanté de la mesa y me apresuré a encontrarla.

—¿Usted? —me miró con asombro.

—Si yo, ¿algún problema?

—No, no…

—Él se portó muy bien conmigo ayer y voy a devolverle el favor, es lo menos que puedo hacer, yo le llevaré el desayuno.

No tenía que dar explicaciones pero lo hice, le quité la charola y noté que a un lado del plato tapado con el cloche y debajo de la servilleta iba el periódico así que me sentí como si le llevara el desayuno al señor de la casa, sonreí sola porque sabía que no me esperaba. Al estar frente a su puerta me recliné un poco a la misma para poder sostener bien la charola y le di dos toques con suavidad.

—Adelante —contestó él, mi corazón palpitaba con emoción, sólo a su voz comenzaba a reaccionar.

Abrí la puerta con cuidado y de la misma forma entré, él estaba en el baño y tenía la puerta entre abierta, vestía un albornoz azul marino que noté por el espejo del botiquín.

—Déjela en el escritorio por favor y gracias —dijo estando todavía en el baño, terminaba de afeitarse.

No quise hablarle estando así para no asustarlo y que se fuera a herir, pero al escuchar el chorro del grifo supe que se estaba enjuagando la espuma.

—No tienes nada que agradecer, es un placer —le dije con impaciencia.

Salió y me miró, se secaba la cara con otra toalla más pequeña, estaba recién bañado y recién afeitado, su fragancia masculina era muy incitante, de hecho todo él lo era, disimulé tragar al verlo, preferí sonreír.

—Ivonne buenos días —sonrió cuando me miró.

—Buenos días —saludé también, no fui consciente que aún tenía entre mis manos la charola.

—No era necesario por favor permíteme —se acercó a mí para quitármela.

—Te dije que es un placer, yo misma quise traértela.

—De verdad te lo agradezco.

Sonreímos y llevó su desayuno al escritorio.

—¿Descansaste algo? —le pregunté para disimular, no quería imaginar que no tuviera nada debajo del albornoz, tragué.

—Sí, no te preocupes —bebió un poco de jugo—. La verdad sólo vine a caer a la cama vestido y así me dormí otra vez, caí rendido, no tenía la fuerza para desvestirme.

“De haber podido en otra circunstancia yo te hubiera ayudado con mucho gusto” —pensé sonriendo pero apretando los labios para no decirlo en voz alta.

—Siento haber abusado de ti —sacudí mis pensamientos.

—No me digas eso que sabes bien que no es cierto —se comió una fresa—. Fue una tranquilidad para mí saber que estabas bien y que no volvió a pasar nada.

Sonreía embobada.

—Gracias y por favor siéntate a comer, yo ya lo hice —me senté en el diván que estaba al pie de la cama, él me secundó en su silla.

—Si de verdad que tengo hambre —sonrió mordiendo su tostada—. ¿Y tú pudiste descansar bien?

—Siento que he dormido mucho, las pastillas son buenas.

—Pero no dependas de ellas.

—No, lo hago, al principio lo hice pero ahora no salvo en casos extremos.

—¿Cómo lo sucedido ayer? —bebió jugo sin dejar de mirarme.

—Exactamente, aunque es la primera vez que me pasa.

—Y espero que sea la última —comenzó a extender el periódico.

—¿Lo crees?

—Quiero creerlo aunque sería engañarme.

—¿Crees que él vuelva a aparecerse?

—Puede acecharte a su manera Ivonne, será mejor que no abuses de su paciencia.

Fruncí el ceño y apreté los labios, odiaba que un fantasma me chantajeara de esa manera. Exhalé y evité molestarme, Ian fue ajeno a mi expresión porque se concentró en el periódico pasando hojas y hojas seguramente para conocer las columnas americanas y ver si hallaba algo que captaba su atención y al parecer lo encontró, abrió los ojos, se sentó derecho y leyó con atención, su expresión me dio curiosidad.

—¿Pasa algo? —le pregunté al notarlo.

Parecía no haberme escuchado y eso me asustó más. Lo observé con detenimiento.

—¿Ian? —insistí.

—Ivonne… —murmuró.

—No me asustes ¿Qué pasa? —me levanté y me acerqué a él.

—Una muy mala noticia.

—¿Cuál?

Exhaló y poniéndose de pie a mi altura me mostró la página.

—Tranquilízate —me advirtió.

Lo miré asustada y luego miré la hoja del periódico, leí lo que me señalaba y al ver la foto me llevé las manos a la boca.

—¡Dios! —logré exclamar.

El encabezado decía: “Anciano perece víctima de la violencia” y la foto del cuerpo me hizo temblar. Ian me sujetó y me sentó en la silla, él se hincó frente a mí, leí lo que decía: “Un hecho que sorprende y sacude la tranquila ciudad de Richmond este día, un anciano aparentemente indigente y muy asiduo del antiguo cementerio “Laffitte Confederado” fue encontrado sin vida en la acera del mismo el en ala noreste. El hecho repudiable indigna a las personas que lo conocieron ya que lo describieron como un hombre tranquilo, amistoso y buena persona que gozaba de dar migas a los pájaros y él mismo de pasearse entre las tumbas para limpiarlas de vez en cuando, dejarles flores y hasta de platicar con los difuntos sin imaginar que en poco tiempo él formaría parte de ellos a los que les dedicó sus últimos años. Un testigo protegido asegura que el hombre era muy culto y estudiado y que además tenía el título de médico que ejerció durante casi cuarenta años, carrera con la que se forjó un prestigio sirviendo a las personas y en su mayoría adineradas que tenían serios problemas con asuntos paranormales. El hombre identificado como Gustav Kilberth de origen holandés murió a los 67 años debido a múltiples golpes sufridos en distintas partes de su cuerpo con señales de estrangulamiento que el médico forense se encargará de esclarecer y confirmar. La hipótesis policial apunta que el hombre fue víctima de algún asaltante que lo conocía por su profesión o por algún problema personal, el caso es que la agresión sufrida refleja la saña y el odio del victimario hacia el anciano. Por los momentos el cuerpo se encuentra todavía en la morgue a la espera de alguien que se haga cargo de él en las próximas veinticuatro horas de lo contrario, se procederá a ser llevado a una fosa común.”

No podía creerlo, el mismo hombre que hacía un día estaba en la Balcana aclarándome algunas cosas era el mismo que ahora se había ido de este mundo, no podía hablar, estaba asustada y muy apesarada. Ian me sujetó las manos y me sentó en la silla.

—Ivonne tranquila, somos periodistas y debemos pensar con claridad.

—¿Cómo pudo pasarle esto? —susurré en shock.

—Sabemos que no pudo haber sido ningún asalto —opinó abiertamente, me asusté más.

—¿Crees que…?

Lo miré, me miré en su mirada cristalina, yo sabía en quien él pensaba.

—Recuerda las palabras de Gustav, esto no fue un asalto, esto fue algo muy personal y no me refiero al broche, por algo tenía sus motivos para no venir aquí.

“Había logrado preservar su vida y por su visita la perdió” —pensé. Respiré rápidamente sin poder controlarme y más cuando en la puerta de la habitación lo miré a él otra vez, grité.

—Ivonne ¿Qué pasa? —Ian me sujetó cuando del susto me puse de pie lanzando el periódico al suelo.

—Allí está otra vez ¡Es él! —lo señalé.

—¿Quién? —me miró asustado.

—El marido de Kate.

Ian volteó su vista a la puerta y luego me miró, yo no podía quitar mis ojos del hombre que estaba con la misma apariencia con la que me había aparecido el día anterior.

—Ivonne yo no veo nada.

Sentía que no podía respirar, sus ojos de fuego estaban sobre mí.

—Gustav murió por la visita que te hizo —Harold parecía rugir y me confirmó lo que pensaba—. No permitas que hayan más víctimas.

Su mirada la dirigió a Ian, me asusté más.

—No, por favor, ya no… —le rogué.

—Lo quitaré de en medio a cambio de que me lleves con tu hermana.

—¿Cómo?

—Me haré cargo del hombre que asesinó a Gustav a cambio de que me lleves con ella. Si no haces nada, él y tú serán los siguientes sin que yo pueda evitarlo.

—¿Por qué? —no dejaba de temblar.

—Él por ambición y por el poder, yo simplemente por amor a ella.

—¿Qué?

—Cuando todo acabe vete de aquí por un tiempo, vete con él que te ama y quiere hacerte feliz, no desperdicies tu vida.

Negaba asustada, no sabía qué asimilar y decidir en el momento, todo comenzó a darme vueltas.

—¿Aceptas el trato? —insistió.

—¿Tengo opción?

Negó.

—Devuélveme a tu hermana y serás libre.

Lloré y cerré los ojos, asentí con el corazón que se me desgarraba.

—¿Es un chantaje? —inquirí con valor provocándolo.

—Es un trato justo.

Sabía que él podía ver y sentir el dolor en mi corazón.

—Está bien —susurré.

—¿Me das tu palabra?

—La tienes —le dije sin mirarlo—. Tienes mi promesa.

—¿Qué promesa Ivonne? ¿De qué hablas? —Ian me sujetó la cara para que lo mirara, parecía haber sido ajeno a todo.

Volví a respirar, sentí como si algo que me estuviera apretando me hubiera soltado, miré hacia la puerta y ya no estaba, lloré e Ian y me llevó a su pecho abrazándome.

—Ivonne… —susurró.

—Ian… —me aferré a él con fuerza.