El Secreto
Durante el trayecto él no podía callar sus dudas.
—¿Su hermana era virgen? —preguntó con curiosidad—. Perdón, me refiero a que sí de verdad era virgen en este tiempo no en el pasado.
—No era virgen, la que era mi hermana perdió la virginidad a los diecisiete.
—Es extraño entonces, no entiendo cómo es que la Katherine de este tiempo no era virgen y la del pasado sí, o será que poco sé sobre estos temas de viajes en el tiempo que no sé cómo puede alterar al individuo… la verdad es un tema muy confuso, una cosa es la reencarnación que tendría más sentido pero esto no tiene ninguna lógica.
—Imagínese como me he quebrado yo la cabeza —le dije sin dejar de ver la carretera—. Científicamente y si puede ser posible sé que sólo se puede viajar en el tiempo de tres maneras: a través de una máquina del tiempo y a través de algún portal como lo muestra la ficción o a través de la reencarnación o alguna sesión de hipnosis.
—Pues hasta el momento creo que aún no existe el auto o la caseta telefónica que pueda hacer eso, como digo lo más factible es la reencarnación.
—Pero este no es el caso.
—¿Y qué pasó con ella entonces y con ese problema de la no-consumación?
—Fue obvio que cuando su ciclo menstrual llegó, los planes de los padres de ella se cayeron en pedazos.
—Estoy confundido Ivonne, muy confundido —exhaló sintiéndose tenso.
—Tranquilo, espere que vea lo que voy a mostrarle y luego me dirá todo lo que piensa.
Poco después llegamos al destino, me estacioné, miró el gran mausoleo gris estilo griego también, podía ser una réplica del capitolio o del partenón y estaba en los mismos perímetros de la Balcana sólo a unos cuantos minutos de la mansión en auto, bajamos.
—Un monumento digno de su familia —exhaló sin dejar de ver todo.
—Siempre he dicho que los muertos están muertos y que no necesitan esto, ¿para qué? No lo pueden ver, no saben que están aquí, o tal vez si sabían que iban a venir a dar aquí pero de nada sirve.
—¿No cree en la vida después de la muerte?
—Sólo creo en lo que veo —me acerqué para abrir un enorme candado que junto a una gruesa cadena rodeaba los picaportes antiguos y cerraba todo, luego metí otra llave en la cerradura—. Y créame que aun así puedo seguir siendo escéptica.
—Siendo así no entiendo entonces su creencia en cuanto a lo que me ha dicho.
—Porque no me queda más remedio que creer.
Abrí la tallada y enorme puerta doble y entramos, el olor era peculiar, inexplicable. Un gran salón con columnas dóricas, jónicas y estilo corintio era el interior, reluciente piso de mármol y una que otra gárgola más que ángeles terminaban de decorar, al fondo una cámara sepulcral en donde lo único que había a simple vista era un altar cristiano/ortodoxo aunque la religión no era importante. Me acerqué a una pared para encender un interruptor que alumbraba con luces tenues pequeños focos ovalados en todo el lugar.
—Acompáñeme —le pedí.
Abrí otra puerta detrás del altar y comenzamos a bajar unos escalones, sólo unos cuantos candelabros de cuatro velas eléctricas situados en las paredes y a unos cuantos metros de cada uno nos alumbraba, abajo estaba la cripta de la familia Zhariskopoulus que tenían más de ciento cincuenta años de estar en Norteamérica. Unos estaban en sus nichos en las paredes de mármol y sólo resaltaba sus nombres y fechas de nacimiento y defunción como era costumbre, otros estaban bajo la loza de mármol brillante entre ellos estaba Domenika Zhariskopoulus, mi abuela y la última en llevar como primero ese apellido, era obvio que iba a perderse porque yo no lo portaba. Pero en el fondo del lugar para ella, para mi hermana mandé a elaborar un nicho especial, no estaba en la pared ni bajo tierra como los demás, simplemente en el suelo se talló un nicho con la forma de un féretro griego y sus típicas incrustaciones doradas, el nicho rectangular con una tapa triangular y cuatro columnas talladas parecía una réplica en miniatura del mausoleo mismo, como si se tratara de una maqueta, en la base de las columnas habían unos floreros dorados obviamente con flores de plástico, el lugar hacía eco nuestras voces que al perderse el sonido daba ese ambiente lúgubre por lo que debíamos hablar en voz baja.
—¿Por qué todos están en nichos mortuorios en las paredes y bajo tierra y ella no? —preguntó él con curiosidad.
—Porque es especial —acaricié su tumba—. Ella reposa en un ataúd con formal hexagonal.
—¿Cómo los usados en el siglo XIX?
—Exacto pero el de ella va más allá, todo es de cristal.
Tragó. Comencé a empujar la pesada tapa de mármol.
—¿Qué hace? —preguntó con asombro.
—Voy a presentársela —le contesté haciendo que el sonido lúgubre del mármol sonara e hiciera eco también.
—No, no, por favor, no se moleste, no es necesario —me detuvo—. Está intentando abrir una tumba. ¿Y espera que vea lo que hay adentro? Ahora entiendo porque me dijo que no iba a dormir.
—Le aseguro que lo que va a ver lo asombrará, no ha visto nada igual.
—Por supuesto que no he visto nada igual, no quiero ver los despojos de un cadáver, no me apetece ver un esqueleto, por favor, creo que ya estuvo bueno de todo esto.
—Ya estamos aquí, este es el punto sin retorno, terminemos lo que empezó.
—Ivonne cada vez más usted me asusta —me miró tragando en seco.
—Déjeme continuar y ya usted decidirá.
Volvió a tragar y me soltó, me ayudó con la pesada tapa y la colocamos a un lado.
—Profanador de tumbas, eso es lo que soy y jamás imaginé serlo ni siquiera en mis historias con tramas egipcias.
—Siempre hay una primera vez, yo tampoco me imaginé hacerlo, en mi vida jamás pensé vivir algo así.
El sepulcro quedó expuesto, un retazo de tela de seda púrpura cubría el cristal.
—Esto debe ser una locura. —Ian cerró los ojos e intentó exhalar sin evitar sentir asco—. No sólo debió advertirme con lo de dormir sino también con lo de comer, estoy seguro que no comeré nada al menos hasta mañana.
—¿Listo?
—No, no estoy listo —negó.
—Pues lo siento —deslicé la seda y desvelé el féretro.
Apretó más los ojos y la boca, arrugando la frente con el rabillo de uno tuvo el valor de ver pero se asustó abriéndolos de un solo. Los ojos de Ian se abrieron tanto como pudieron, tenía la expresión que había imaginado, abrió la boca sin poder decir nada, literalmente estaba en shock.
—Le presento a Katherine Helderg, mi hermana —lo miré.
Cerró uno de sus puños y lo llevó a su boca sin dejar de verla, ni siquiera parpadeaba.
—Esto no puede ser posible —logró decir incrédulo.
—Pues lo es.
—Es imposible.
—Usted lo está presenciando, vea la inscripción en la lápida.
Desvió su vista y leyó el epitafio en voz alta.
—“Aquí reposa mi amada hermana y amiga Katherine Domenika Helderg Winston. Múnich, Baviera - 12 de Febrero de 1,981- Richmond, Virginia - 5 de Mayo de 2,013”
Tragó su asombro y volvió a verla.
—¿Cree que es material que valga la pena escribir señor Hyde? —le pregunté ansiosa por su respuesta.
—Quiero una explicación —susurró.
—Yo también —lo secundé—. Es por eso que usted está aquí.
—¿Y yo que puedo hacer?
—No lo sé, usted es el especialista, deme sus conclusiones.
—¿Podríamos salir de aquí por favor?
—¿Le teme al lugar?
—No es temor, es sólo que siento que me falta el aire y me siento mareado.
—Está bien, hay poca ventilación y no quiero que se desmaye aquí o no podré sacarlo y entonces deberé dejarlo inconsciente aquí.
—¡¿Qué?!
—Al menos hasta que yo pueda encontrar a alguien que me ayude a sacarlo de aquí —curvé mis labios.
—Ivonne creo que no es ni el momento ni el lugar para presenciar su sentido del humor.
Cubrí a Kate —como la llamaba desde la adolescencia— de nuevo no sin antes dejarle un beso tocando el cristal, Ian me ayudó a colocar de nuevo la tapa y dejando la cripta buscamos la salida apresurados, a él le urgía salir, llegando al mausoleo pudo respirar un poco más y al salir al exterior se sentó en la escalinata respirando hasta con la boca abierta.
—¿Se siente bien? —le toqué el hombro derecho.
—No, creo que no —se llevó las manos a la cabeza.
—¿Le duele la cabeza?
—Un poco, necesito beber algo helado.
—Cerraré para que nos vayamos.
Asintió agradecido.
Me adentré de nuevo al mausoleo sólo para apagar las luces y luego volví a cerrar como estaba, cuando terminé lo hice ponerse de pie y lo ayudé llevándolo al auto a paso lento, estaba un poco pálido. Entramos y prendí el aire acondicionado, se reclinó en el asiento y cerrando los ojos respiraba más calmado. Arranqué para regresar a la Balcana.
No dijo nada en todo el camino, se sujetaba la sien derecha sin abrir los ojos, respeté su silencio. Llegamos y me estacioné en el pórtico, bajamos y entramos.
—Por favor que le lleven un jugo o té frío al señor Harrington a su habitación —le pedí a la sirvienta que nos encontró—. Y también una jarra con agua y con hielo, le duele la cabeza.
—Enseguida.
Subí junto con él a paso lento y lo llevé a su habitación, hice que se acostara en su cama, puse las llaves en la mesa de noche y me apresuré al baño para lavarme las manos y buscarle una pastilla que pudiera tomar. La encontré, salí con la cajita y me senté a su lado, se había quitado la chaqueta y se había desabotonado los primeros tres botones de la camisa, notar su pecho y los cuantos vellos que tenía me hizo desviar la mirada.
—La pastilla le ayudará —le dije abriendo el paquete.
—Ya me siento un poco mejor —susurró.
Al instante la sirvienta toco la puerta y entró con las bebidas, puso la bandeja en la mesa de noche.
—Gracias, yo lo atenderé —le dije, asintió y salió de la habitación.
Saqué la pastilla y se la di con un vaso con agua, se la bebió muy sediento.
—Le dejo el jugo y lo dejo descansar, duerma un poco.
—No, no es necesario —me detuvo sujetándome la mano cuando intenté levantarme de su lado.
—Es necesario que descanse para que el dolor se le quite, es posible que lo que no durmió bien lo tenga con el malestar también.
—Le aseguro que se me va a pasar.
—Pues le sugiero dormir un poco para eso.
—¿Cree que puedo dormir? Una pesadilla es lo que voy a tener si me duermo.
—Tranquilo —acaricié su cara sin querer, me miró fijamente—. Siga mi consejo, dese un baño rápido y vuelva a acostarse, descanse lo que quiera. ¿Mira ese interruptor cerca de la lámpara? Es un timbre que suena en la cocina, si necesita algo sólo llame, están para atenderlo.
—Su voz es muy tranquilizadora —susurró sujetándome la mano que acariciaba su cara.
Nos miramos así por un momento sin decir nada más, sus ojos me hipnotizaron pero reaccioné antes de que me estremeciera y se diera cuenta.
—Gracias —me levanté y miré mi reloj al mismo tiempo que cogía las llaves—. Le pido que descanse y no se preocupe por la hora de la comida, no repare en eso, comerá cuando se sienta mejor, lo dejo, yo también iré a darme un baño.
Y sin esperar que dijera algo más lo dejé en la cama, salí de su habitación antes de que mi voluntad me traicionara y no pudiera hacerlo.
Eran las tres de la tarde cuando él me encontró en una de las terrazas de la Balcana, una de las sirvientas lo llevó a mí, tenía un mejor semblante y yo hice a un lado el libro que leía para atenderlo.
—¿Ya mejor Ian? —le pregunté invitándolo a sentarse.
—Ya mejor, gracias —se sentó, su fragancia inundó mi espacio.
—¿Ya almorzó? —intenté no distraerme.
—No, aún no.
—¿Quiere comer aquí?
—Si le parece.
—Será mejor —y me dirigí a la sirvienta—: Por favor que traigan el almuerzo del señor.
Asintió y nos dejó.
—¿Usted comió?
—Algo ligero.
—Lamento no haberla acompañado.
—No se preocupe, siempre como sola —bajé la cabeza.
—Es una lástima que así sea, aunque ya somos dos.
—¿Lleva una vida solitaria Ian? —lo miré.
—Puede decirse, no soy tan sociable, me limito a trabajar, mi rutina es de mi apartamento al trabajo y viceversa, paso por alguna tienda comprando algo para la cena, llego a mi recinto y en esa soledad me dedico a escribir cuando se posesiona de mí el señor Hyde, el tiempo se pasa volando y cuando acuerdo debo volver a ser Ian para acostarme e ir a trabajar al siguiente día.
—Veo que su vida es tan emocionante como la mía —sonreí—. Al menos cuando era yo y trabajaba mi rutina era parecida pero luego de heredar… nunca imaginé que el aburrimiento podía ser peor, debo confesarle que cada día es tan pesado como cada piedra de este lugar y tan vacío como el mausoleo mismo, desearía volver a ser la misma de antes, daría lo que fuera por volver el tiempo. Prefiero mi rutina anterior a este sepulcro en vida.
Fruncí el ceño y me llevé una mano a la cabeza, toda la comodidad de la que podía gozar no me llenaba en lo más mínimo.
—Ivonne… —se acercó a mí, lo miré—. Yo necesito una explicación lógica a lo que vi.
—Y yo necesito oírlo de usted.
—¿Qué fue lo que le pasó a su hermana?
—¿Cree que vale la pena la historia?
—Le aseguro que sí —sujetó mi mano.
Lo miré y sentí una esperanza, ahora que ya no había vuelta atrás debía terminar de decirle todo. En ese momento la sirvienta llegó acompañada de otra con las bandejas para él y le sirvió todo, me gustó ver su entusiasmo cuando miró la comida, seguramente estaba hambriento.
—Coma con toda confianza —le dije cuando ellas le servían todo quitando los “cloche” ovalados y de acero plateado de cada plato que cubrían—. Espero sea de su agrado.
—Gracias, todo se ve delicioso, me encanta el pollo horneado con la ensalada de papas —se saboreaba.
—Buen provecho.
—Gracias —sonrió y procedió a comer.
No hay duda que para ganar el corazón de un hombre primero se debe empezar por su estómago, sonreí al pensar eso.
—¿Qué le parece la propiedad? —cambié de tema al verlo comer con gusto, no quería que se le quitara el hambre.
—Me parece hermosa, la casa es impresionante, bastante lujosa, es digna de fotografías, a mí me encanta tomarlas, es uno de mis pasatiempos favoritos. En mis viajes he logrado hacerme de muchísimas, tanto que ya le expuse a mi editor la idea de un libro ilustrado, obviamente siempre de misterio, hay muchos hoteles, mansiones y castillos embrujados por todas partes y me gustaría compartir esas experiencias con mis lectores, sería una interesante guía de turismo, ¿no le parece? —sonrió alzando las cejas con picardía.
—Muy interesante sin duda, cuando lo publique seré la primera en comprarlo para tenerlos en mi lista de “no visitarlos ni dormir en ellos” —enfaticé haciéndole la señal de las comillas con mis dedos, sonrió con ganas.
—Bueno señorita Helderg déjeme decirle que se contradice, usted vive sola en una enorme mansión griega y presiento que las apariciones deben de ser muy asiduas aquí.
—Pues hasta ahora nadie me ha molestado, según dicen esta casa tiene más de cien años, fue terminada a finales de 1,910 y con el tiempo se ha ido “modernizando” dicen que su construcción duró siete años, fue mandada a construir por el abuelo de mi abuela y para 1,915 el hijo de éste o sea el padre de mi abuela contrae matrimonio y siete años después nace ella siendo la segunda hija de la pareja.
—¿También tenía otra hermana?
—No, un hermano.
—¿Y qué pasó con el que debía ser heredero?
—Murió poco después de los cuarenta y para colmo sin hijos.
—Y así su abuela pasa a heredar todo.
—Así es, ella también estaba casada con un rico empresario de navíos inglés pero no podían tener hijos a pesar de la juventud, desde los veinticuatro mi abuela tuvo dos abortos hasta que a sus veintinueve el milagro llegó con mi madre, fue hija única.
—Con todo este lujo fue como una princesa.
—Sí, a estos griegos poco les faltaba ser una familia de la nobleza, el bisabuelo de mi abuela era de Santorini.
—¿A estudiado su árbol genealógico?
—La verdad no, sé poco y ni aun así he podido hallar explicación.
—¿No cree en alguna maldición familiar? Debería considerarse.
—No sé qué pensar y la verdad… me asusta más.
—Tranquila, ahora estoy con usted.
Lo miré mientras bebía su copa de agua, no estaba segura qué tanto podía estar conmigo ni en qué sentido. Preferí hablarle de la ciudad, del estado, de lo que fuera que lo distrajera para que comiera a gusto. Cuando terminó personalmente le di un recorrido por toda la casa, estaba fascinado y sabía que estaba ansioso por comenzar a escribir al menos un borrador de sus impresiones, afortunadamente en su habitación había un pequeño escritorio en donde por la noche, en el silencio y la soledad podía inspirarse y comenzar a escribir las primeras líneas. Estaba segura que iba a hacerlo porque necesitaba plasmar de alguna manera lo que había sido el día y no se iba a quedar con las ganas.