19 El club de los humildes
Agosto/Septiembre.
El verano pasaba mucho más lentamente para Pol de lo que se había imaginado. Julio se hacía eterno. Hacía sólo unas semanas que había dejado Madrid, pero ya parecían años. Al principio se había encontrado cómodo en el, aparentemente tranquilo, clima de descanso que había en la casa de sus padres. Pero tanta tranquilidad ya lo estaba matando. Se sorprendió a si mismo al desear salir por ahí, vivir experiencias nuevas, y romper un poco con la monotonía diaria que suponía el no hacer nada. Su madre estaba entusiasmada con su vuelta y no paraba de prepararle comida durante todo el día, pero su padre, como siempre, era totalmente inexpresivo. Sin embargo eso fue al principio, al cabo de los días, su madre era cada vez más superprotectora, y los choques y roces con su padre empezaban a ser frecuentes. Pol intentó salir varias veces con sus antiguos amigos del pueblo, pero ya nada era lo mismo. Todo resultaba demasiado inocente, demasiado aburrido como para despertar interés en él. Hacía ya mucho que había superado esa etapa, y a esas alturas volver a salir por el mismo bar de siempre para hablar con las mismas personas de si «juanita» está por «paquito» pero no se atreve a decirle nada y tal, le resultaba totalmente infantil y aburrido. Sobre todo comparándolo con la vida que llevaban otras personas que él había conocido, como Marc y Richard. Además, al acabar el curso universitario, Rosa no volvió con él a Galicia, sino que se quedó en Madrid con su novio Leo. Todo ello producía una tremenda sensación de soledad a Pol, llegando a preguntarse sobre si había sido buena idea el volver atrás en su vida. Al menos pensaba que había conseguido su libertad. En aquel año viviendo en la capital de la meseta, acabó harto de no tener ni un momento de paz, de no contar con tiempo para él, de salir todos los fines de semana, y de un agobio y estrés producido por sus amigos y la rapidez de la urbe, de los que había acabado demasiado saturado como para desear volver. Sin embargo, a veces echaba de menos ese ajetreo. Tal vez el estrés fuese como una especie de droga, que se metía en la sangre y una vez dentro era difícil volver a sacar. Todo el mundo echaba pestes de la ciudad, pero a la hora de la verdad, nadie quería irse de allí. El único vínculo que le quedaba a Pol con Madrid y con la gente que allí vivía era Rosa. Su amiga llamaba muchas veces por teléfono para hablar con él. A ella nunca le pareció bien la marcha de Pol, pues siempre le dio la impresión de ser una huída de la realidad. Sin embargo, quería a su amigo, y sólo quedaba esperar a que el tiempo hiciese entrar en razón al chico.
—¿No te aburres en el pueblo, Pol? —Decía la chica por teléfono.
—No, estoy bien. —Mintió él—. Descansando, pensando. Mi madre me está cebando con un montón de comida…
—Te pondrás gordo y luego ya no ligarás con nadie. —Se rió ella.
—¿Quién dice que quiera ligar?
—Hay que estar preparado siempre, Pol. Por si acaso. —Bromeaba Rosa.
—¿En este pueblo? ¡Carallo, mejor no intento nada, no sea que me vayan a lapidar en la plaza pública!
—Bueno, pues cuando vuelvas.
—Mejor no hablemos de eso. —Cortó el tema Pol, no quería hablar sobre la posibilidad de volver—. Dime, como están allí las cosas.
—Pues hay pocas novedades. —Explicó ella paciente—. Como ya te dije, ahora duermo en casa de Leo. Es un encanto de chico.
—Claro, claro… siempre que no te deje por algún tío.
—¡Deja de meterte con él! —Lo defendió la chica—. Es bueno conmigo, tendrías que verlo Pol…
—Ya lo vi muy de cerca antes, gracias.
—La gente se equivoca, no hay que crucificarles por eso. Leo es bisexual, sí, me lo ha confesado. Pero también dice que ahora está conmigo, y eso es lo que importa. Es como si me pides a mi que no mire a los tíos buenos por la calle, no podría, soy humana.
—Creo que no es igual mirar que intentar que se la chupen…
—No es igual el grado, pero el fondo y la causa es la misma. El deseo existe, y no puedo pretender cambiar eso, está en nuestra naturaleza. —Mientras Rosa hablaba, a Pol le parecía que la chica había cambiado, ahora era como mas madura. «La sabiduría y la humildad que ganas cuando has perdido» pensó él—. Ahora Leo y yo tenemos más confianza. La infidelidad tiene una importancia relativa cuando ésta realmente carece de significado y sabes que no va a más.
—¿Quieres decir que dejas que Leo se acueste con otros?
—Quiero decir que nos respetamos mutuamente y nos queremos. Y punto.
—Sigo sin entenderlo.
—Te vuelvo a decir que todos cometemos errores. Y tú no estás a salvo de ellos, de hecho creo que el que te hayas ido es el mas grave de los que has hecho.
—Bueno… eso no es un error… yo quería volver… —Murmuró el chico al auricular sin mucha convicción. Estuvo un rato en silencio jugando con el cable del teléfono hasta que se atrevió a hacer la pregunta. —¿Qué… qué sabes de Richard?
—Richard se ha quedado en Madrid, en el mismo piso en el que vivíais. Ahora vive solo, pero casi nunca le veo. —Rosa parecía deseosa de contar cosas y acercarse más a Pol—. Creo que ahora sale mucho y eso, pero apenas hablamos. Siempre está como ausente.
—Bueno, así fue como cambió en las últimas semanas que estuve allí…
—¿Cambió él, cambiaste tú… o cambió vuestra relación? —Preguntó sagaz la chica.
—No… no se que quieres decir. —Balbuceó Pol, sorprendido de pensar que a lo mejor su amiga había acertado—. Nuestra relación siempre ha sido la misma…
—Mientes…
—¡Que no, carallo! —Se defendió el chico con orgullo—. Que Richard estaba muy raro últimamente… tú no sabes nada de cómo eran las cosas entre él y yo y además…
—Sí que lo sé. —Lo interrumpió la chica a través del teléfono, cortante.
—¡Pero qué dices! Si nunca te conté nada íntimo de él.
—Bueno, no estoy ciega, ¿no? De cualquier forma, es algo que tenéis que aclarar solamente vosotros dos.
—Exacto. Es algo sobre Richard y yo… —Zanjó él. —Y… bueno… cambiando de tema… ¿cómo está Marc?
—¡Pobre hombre! —Exclamó la chica cambiando su tono de voz a uno mas serio—. Me da mucha pena… ya sabes lo mal que lo pasó…
—Si, no parecía él…
—Cuando… cuando Tony murió… —Continuó la chica. —Marc se recluyó en su casa y no veía a nadie. Aún cuesta verle. Creo que se siente muy solo. Y creo que hiciste mal en dejarle…
—¿Por qué me acusas a mí de dejarle? —Se defendió él, sorprendido.
—Porque creo que Marc necesitaba tu apoyo entonces. —Reprendió ella—. Y tú te marchaste en el peor momento. Y creo que Marc también esperaba que le ayudases.
—Él no me dijo nada, ni me pidió que me quedara.
—¿Y eso que tiene que ver? —Preguntó Rosa indignada ante la ignorancia de su amigo—. Cuando eres amigo de alguien es para demostrarlo en los malos momentos, no en los buenos. Aunque no te pidan ayuda debes ofrecérsela. A Marc le hubiese hecho bien tenerte cerca. No como sustituto de Tony, pero sí para ayudarle a no encerrarse y atormentarse en sus recuerdos.
—Bueno… ¡vaya sermón! No se si llamaste para hablar conmigo o para echarme todo en cara.
—Es que sigo sin entender por qué te fuiste… —Se excusó la chica.
—Pues porque quería recuperar mi libertad. Ya estaba agobiado de todo.
—¿Y no crees que ahora eres tan sumamente libre que te has quedado solo?
Pol se quedó sin palabras para dar una réplica a su amiga. En el fondo sabía que ella tenía razón. No pudo hacer otra cosa mas que soltar una chorrada e intentar reírse juntos de cosas frívolas y sin importancia, cambiando de tema y quitando hierro al asunto. Pero las dudas que Rosa introducía en la, antes firme, convicción de Pol de que volver al pueblo había sido buena idea, cada vez eran mas grandes y profundas. Y por mucho que lo intentara, el chico no era capaz de hacerlas desaparecer o disimularlas. Finalmente colgó el teléfono, despidiéndose de su amiga hasta la próxima vez que hablaran. Cuando Pol dejaba de hablar con Rosa volvía a sentirse solo. El teléfono ya no sonaba, no recibía mensajes de texto al móvil. Tan sólo quedaba el ver uno y otro día a sus padres, a falsos amigos por los que en realidad no sentía nada en el pueblo, a los que no se sentía capaz de contar sus secretos y con los que no tenía confianza. Sólo quedaba él. Y así iban pasando los días, uno tras otro, resultando todos iguales, uno mas aburrido que el anterior.
Así llegó Agosto, casi sin darse cuenta. Nada había cambiado en el último mes y pico desde que había estado solo, excepto quizás, que el ambiente en su hogar familiar también empezaba a resultar agobiante. Pol se levantaba casi todos los días pasadas las 12 de la mañana, y bajaba en camiseta a la cocina a por algo de beber, totalmente desaliñado y descuidado. Su madre, absorta, vivía como en un mundo paralelo, y su padre lo miraba con cara de desprecio y decepción. Veía a su hijo como un vago sin futuro, y no sólo por su futuro profesional.
—Ya era hora de que te levantaras. —Dijo seriamente mientras le clavaba la mirada.
—Sí… es que hoy tenía bastante sueño.
—Aún no hablamos de qué es lo que vas a hacer en el próximo curso. —Dijo el padre mientras dejaba el periódico que estaba leyendo en la mesa, para prestarle mas atención a su hijo—. ¿Vas a volver a la universidad?
—No lo se… —Admitió él. —Pensé que podría buscar un trabajo o algo…
—¿Trabajo?, ¿dónde?
—Pues aquí… y quedarme con vosotros.
—¿Estás seguro de que eso es lo que quieres, Pol? —Preguntó suspicaz—. ¿Crees que eso te hará feliz? —Le dijo, y Pol se sorprendió de esa pregunta, ¿desde cuándo a su padre le importaba su felicidad?
—Yo… no se… —Balbuceó, y cogió un vaso de leche y se fue de la cocina de vuelta a su habitación, no sin antes advertir el gesto interrogante de su padre, que parecía saber mucho mas de lo que decía.
Pol subió rápidamente las escaleras, avergonzado. Últimamente todo el mundo parecía dudar de sus decisiones, Rosa, y ahora también su padre, el cual siempre había sido indiferente hacia él. Sin embargo daba la sensación de que él también sabía algo que él desconocía. ¿Sería él el único ciego que no veía claro cuál era su camino? No quería pensar eso, bastante tenía con aguantar. Volvió a intentar autoconvencerse de que tenía lo que quería, su libertad, su tranquilidad, sin agobios ni ataduras. Sin relaciones extrañas de amor y amistad que no definían sus límites. Se echó en la cama e intentó no pensar en ello, pero era imposible. Empezó a recordar el primer día que estuvo con Richard. Cómo le había levantado a gritos de la cama porque iban a llegar tarde a clase. Recordó con melancolía y una sonrisa cómo el inglés solía desayunar con música hortera puesta en el equipo de música. Cómo podían hablar de cualquier cosa. Se levantó y decidió poner el cd de Mecano del que habían hablado entonces. La letra de la primera canción del recopilatorio le trajo mas recuerdos de los que se esperaba.
La llama de la libertad
Se ha convertido en soledad
Y los agobios que me daba el convivir
Se han transformado en un silencio de aburrir
Pol se quedó de pie, quieto en su habitación, mientras oía una y otra vez el estribillo de la canción. Empezó a verlo claro, la letra escondía una gran verdad para él. El agobio se había convertido en aburrimiento, la libertad en soledad. Y como decía la canción, la conclusión era que así no se estaba mejor que antes. Necesitaba algo, algo que le faltaba. Necesitaba volver a su vida, ver a sus amigos, pasear por las calles de la ciudad. Necesita a Richard alrededor, animándole y haciendo mas interesante su vida. Empezó a reflexionar y a pensar, tal vez había sido demasiado duro o radical con el inglés. Él tenía su naturaleza, y tal vez era eso precisamente lo que le había atraído de él. ¿Por qué cambiar algo que precisamente te atrae? Resultaba un poco absurdo. Ya no tenía quince años, no tenía por qué escandalizarse de nada. Y mucho menos huir de sus problemas y dificultades. Suspiró y se dio cuenta de que su decisión era irrevocable. No podía luchar contra su destino. Tenía que volver a Madrid. Ver a todos los que había dejado allí. Y enfrentarse de una vez por todas a los miedos de su relación con Richard. Y cuanto mas lo pensaba, mayor era el cosquilleo que sentía en su interior, excitado por la idea de poder volver. Se sintió mas aliviado y, aunque algo nervioso y temeroso ante la idea, sonrió, guardó el cd en su caja y cogió el teléfono, dispuesto a llamar a Rosa para darle la noticia de su regreso.
Sorprendentemente sus padres se tomaron bien la noticia de la nueva marcha de su hijo. Incluso demasiado bien. La tradicional indiferencia de su padre había dado paso a un tímido atisbo de ánimos que Pol no sabía si lo tranquilizaban o por el contrario lo hacían sospechar más de lo raro de todo aquello. A medida que se iba acercando la fecha de partida, la madre de Pol lo atosigaba metiendo mas ropa en la maleta o haciéndole innumerables tupper de comida.
—Mamá, no me hagas más comida… se va a poner mala antes de que me la pueda comer.
—Que no, que esto está muy rico, ya verás. —Respondía ella sin escucharle—. Te he hecho un potaje de garbanzos y bacalao que está muy bueno, esto simplemente lo calientas un poco y…
—¡Pero que aún quedan dos días para que me vaya!
—Bueno, pero esto te aguanta, lo metes en la nevera y…
—Mamá… en Madrid también hay comida.
—Sí… —Suspiró la madre, parando y dejando lo que estaba haciendo. —Supongo que allí tienes más cosas que aquí.
—Bueno… no se si más o menos… pero son otras cosas. —Contestó él tímidamente.
—¿Quizás hay alguien, Pol?
—¡Carallo, mamá! ¿Por qué me preguntas eso? —Exclamó él, sorprendido y avergonzado.
—Pues porque nunca me cuentas nada de tus relaciones, Pol. Apenas se que hiciste en Madrid estos meses.
—¡Pues nada! —Gritó y se dio la vuelta para ordenar la ropa de su armario, intentando mostrar indiferencia—. ¿Qué quieres que hiciera? Estudiar sin parar y…
—¡Venga ya! —Dijo la madre—. Si no has aprobado casi nada, y tu no eres mal estudiante… pero no has estudiado nada este año…
—Pues… —Pol no sabía que decir, pillado por sorpresa por la reacción de su madre.
—¿Tienes novia Pol?
—Pues… no. —Susurró él.
—¿Y… novio?
—¡Mamá! —Protestó el chico.
—¡Bueno, vale! —Gritó ella con una sonrisa resignada—. No me cuentes nada… después de todo sólo soy tu madre. La que no se entera de nada… —Y se fue de la habitación guiñándole un ojo en un gesto de complicidad.
Pol se quedó solo en su habitación, petrificado. No estaba seguro de si su madre sabía lo suyo, pero si no lo sabía, al menos si que lo sospechaba. «Menos mal que ya me voy de esta casa de locos» pensó mientras volvía a meter ropa en la maleta con prisa, como si cuanto antes terminara antes pudiera irse de allí.
Llegó el día de su marcha. Se despidió de su madre con un efusivo abrazo y un beso que casi le destroza los mofletes. Tuvo que prometer cinco veces que se comería todo lo que había preparado. Después subió al coche de su padre, el cual le iba a acercar a la parada del autobús de la ciudad vecina que lo llevaría a la capital. Pol estaba nervioso, pero también excitado e ilusionado con su vuelta a la ciudad. Casi no podía pensar en otra cosa, y se preguntaba cómo lo recibiría la gente de allí. Cómo estarían Rosa, Marc, y sobre todo Richard. Estaba tan absorto en sus pensamientos que no se dio cuenta de cómo su padre lo miraba de reojo.
—¿Estás contento, Pol? —Preguntó el hombre, rompiendo el silencio y sin apartar la vista de la carretera.
—Estoy nervioso… —Confesó él.
—Bueno, es normal. —Dijo el padre—. Aunque al principio te cueste adaptarte a los cambios, uno se acostumbra. Y el aprender a valerte por ti mismo te hace fuerte, hijo.
—Ahm… sí, gracias. —Pol estaba sorprendido. ¿Ahora su padre le daba consejos?
—Me alegro de que tomaras esa decisión.
—¿Ah sí? —Preguntó el chico extrañado—. ¿Por qué?
—Porque creo que cada uno debe encontrar su propio camino, y espero que tú lo encuentres allá donde vas.
—Vaya… gracias…
—Coje el sobre que hay en la guantera. —Dijo seriamente—. Pero no lo abras hasta que estés en el autobús.
Pol sacó un sobre de papel de donde su padre le había dicho y lo guardó en su mochila. Cuando llegaron a la parada el autobús ya estaba allí, recogiendo pasajeros. El chico se despidió de su padre con un fuerte abrazo. Esa conversación había sido la mas íntima que habían tenido en años, dada la tradicional indiferencia de su padre hacia él. Subió al autobús y cuando dejaron atrás la ciudad abrió el sobre que le había dado. Estaba lleno de dinero y una nota escrita en un trozo de papel. «Aunque cada uno deba encontrar su propio camino, que sepas que no estas solo y siempre nos tendrás para ayudarte. Ven cuando quieras, Pol». Ponía en la nota. El chico sonrió y guardó el dinero, pues seguramente le haría falta. Quizás también había prejuzgado a sus padres. Su madre no era tonta y sabía mas de lo que decía. Y su padre no era tan insensible como quería hacer creer. A golpe de sorpresas Pol se iba dando cuenta de que realmente la gente escondía mucho mas de lo que aparentaba. Dio las gracias a sus padres en silencio y decidió dormir un poco.
Al cabo de un tiempo que pareció eterno, Pol llegó a su destino. Ya eran casi las nueve, pero aún no había anochecido. Los extensos días del agonizante verano se negaban a acortarse con la llegada del invierno. Había quedado para cenar con Rosa esa noche y dormir en casa de sus tíos. Hacía dos meses que no se veían y, aunque habían hablado muchas veces por teléfono, Pol se sentía extraño al volver a quedar con su amiga. Pero él sabía que su amistad era verdadera, lo cual hacía que, pasara el tiempo que pasase, éste pareciese como si hubiera sido un solo día.
Rosa esperaba en un sitio que traía recuerdos a Pol. El Vips de la calle Virgen de los Peligros, justo enfrente del edificio donde trabajaba Marc. El chico se preguntó si su amiga había tenido esa idea con alguna intención o si era pura casualidad. No quiso darle mayor importancia y entró en el restaurante. La chica esperaba, sola, en una mesa circular al fondo del local, junto a una pared. Los dos se sonrieron y a medida que Pol se iba acercando la chica soltó un débil chillido y se levantó para darle un beso y un abrazo.
—¡Pol! —Gritó mientras le abrazaba y besaba en la mejilla—. Ya era hora, tardón como siempre.
—Es que preferí venir andando, ya sabes para ver si me acordaba de las calles. —Contestó él burlonamente.
—¡Tampoco has estado fuera cien años! Anda, siéntate, tenemos muchas cosas que hablar. —Dijo emocionada y sonriendo.
Los dos rieron y hablaron hasta quedarse secos. Pol no tenía mucho que contar, la vida en casa de sus padres era bastante aburrida, pero Rosa parecía una fuente inagotable de anécdotas.
—Parece que por aquí siguen pasando cosas raras entonces ¿no? —Dijo sonriendo con un guiño de complicidad mientras bebía su coca-cola.
—Ya sabes como es esto… —Admitió ella resignada. —A ti también te pasaron algunas cosas extrañas aquí en el último año.
—Si… soy un imán para los raros… ¡todos vienen a mí! —Rió y la chica se unió.
Rosa se quedó mirando a su amigo con una sonrisa boba que no se borraba de su cara. Pol al verla se avergonzó un poco, sonrió y preguntó con un gesto qué era lo que pensaba.
—No, nada… es que me parece que hacía mil años que no te veía reír. —Contestó—. Como cuando salías con Marc… —Susurró, y Pol se quedó un poco serio.
—¿Le… le viste últimamente? —Preguntó casi con miedo.
—No… por lo menos en tres semanas. —Contestó la chica—. Estaba un poco hecho polvo…
—¿Crees que debería quedar con él? —Dudó Pol.
—Creo que si no lo haces, yo misma te estrangularé. —Dijo ella riendo.
—A lo mejor él no quiere verme…
—¿Por qué no iba a querer? —Rosa parecía sorprendida.
—Como me fui casi sin decirle nada… a lo mejor está resentido.
—Marc no parece una persona rencorosa. —Dijo Rosa, intentando quitar importancia al asunto y animar a su amigo—. Es más, me da que es un hombre que sabe mucho más que nosotros sobre cómo funciona la gente… y cómo ésta desaparece y reaparece cuando menos te lo esperas.
—A ti te caía muy bien… —Dijo Pol sonriendo y bajando la cabeza, recordando a Marc.
—Sí, creo que te estaba haciendo bien conocerle, Pol. —Confesó y el chico miró interrogante—. Con él estabas aprendiendo mucho más de lo que crees.
Pol volvió a bajar la cabeza y suspiró. Como casi siempre, su amiga tenía razón. Deseó estar aún a tiempo y no haber metido tanto la pata como para haber perdido para siempre la amistad de Marc. Rosa le miró con ternura, adivinando sus pensamientos. Le cogió de la mano y la apretó, infundiéndole fuerzas, los dos se miraron y se sonrieron. Entonces Rosa miró a la entrada del restaurante, y su cara cambió. Señaló con los ojos hacia donde estaba mirando y Pol también se fijó. Leo acababa de entrar por la puerta y se dirigía hacia ellos. El chico saludó, a Pol con un sobrio apretón de manos y a Rosa con un efusivo beso en los labios. El gallego aún no sabía muy bien que pensar de aquel tipo. Sin embargo, Rosa parecía muy feliz, y eso le parecía bastante, al menos de momento.
Mientras los tres cenaban y hablaban, Pol se dio cuenta de la gran complicidad que había entre su amiga y su novio. Por unos momentos se preguntó si realmente habían superado sus dificultades y su relación se podía considerar sincera por ambas partes. ¿Resultaba en realidad una estupidez tirar una buena relación de pareja por una infidelidad? Quizás el sexo ocasional no era razón suficiente cuando en el otro lado de la balanza se pesaban cosas más importantes como la complicidad y el cariño. Pero Pol no estaba seguro de si aquella infidelidad era ocasional o más bien frecuente. Rosa siempre respondía con un escueto «Nosotros nos respetamos». ¿Y qué quería decir eso? ¿Qué no se eran infieles, o que sí lo eran pero poniendo límites? A Pol le seguía pareciendo un juego peligroso. Aunque más peligroso aún resultaba rechazar de antemano las oportunidades si éstas no tenían todas las características exclusivistas que perseguía él. Una vez mas, había que aprender. Aprender a que no todas las personas son iguales, y por supuesto, a que las relaciones son muy diferentes. Cuando la confianza y el cariño eran sinceros, el sexo carecía de esa importancia sagrada que lo convertía en un tabú prohibido para cualquiera que no fuesen ellos dos. ¿Qué pesaba más en una relación, el sexo… o el cariño? Quizás era demasiado egoísta pensar que si alguien no tenía sexo exclusivamente con su cónyuge era porque en realidad no le quería. ¿Quién podía conocer de verdad los sentimientos del otro si no es él mismo? Y si el otro le decía que le quería ¿por qué dudar de su palabra cuando se supone que la confianza es la base de la relación? ¿Y qué mayor muestra de sinceridad había que reconocer el deseo y admitir ser incapaz de una relación exclusivista y a pesar de ello seguir deseando una relación con el otro? Pol ya no sabía si en realidad estaba pensando en Rosa y Leo… o en Richard y él mismo. Se abstuvo de hacer ninguna pregunta sobre el inglés, pues ya tendría tiempo para eso. En esos momentos sólo quería disfrutar de la compañía de su amiga Rosa, y conocer un poco mas a Leo, del que en realidad no sabía casi nada. Y Rosa en esos momentos desprendía luz, era feliz y se notaba. Ella había encontrado la complicidad en su pareja. Una vez aclarados y aceptados los detalles, éstos carecían de importancia. Pol los envidió y, al despedirse de ellos esa noche, deseó y se prometió que aclararía también las cosas con Richard.
Al día siguiente el Sol resplandecía en el cielo, aportando una temperatura muy agradable al ambiente. Eran los últimos coletazos de un Verano que se resistía a abandonar Septiembre a la intemperie del Otoño. Animado por ese clima tan agradable, Pol cogió fuerzas, y al fin se atrevió a usar su teléfono móvil para hacer una de las llamadas que más temía. Tenía que quedar con Marc.
Al contrario de cómo temía, el hombre se sorprendió y se alegró de saber que el muchacho estaba en Madrid, y aceptó encantado quedar con él. Como no quería hablar mucho por teléfono enseguida acordaron verse en una de las terrazas que aún conservaban sus mesas en el exterior en la Castellana. Pol colgó el teléfono y se quedó quieto un buen rato, absorto en sus pensamientos. Marc parecía no guardarle rencor, lo cual era realmente admirable, pues realmente tenía motivos para ello. En esos momentos Pol se prometió a si mismo no volver a abandonar a sus amigos en situaciones de necesidad y no actuar nunca mas como un cobarde. La amistad era algo demasiado precioso y raro como para correr el riesgo de dejarla escapar.
Marc esperaba en el popular café «El Espejo», una de las terrazas clásicas de la Castellana, que mantenían esa mezcla entre el sabor añejo de lo tradicional y la alegría de lo moderno. Pol estaba un poco nervioso, y cuanto más se acercaba mas temblaban sus piernas. Aún no estaba seguro de cómo Marc reaccionaría ni qué le diría. Lo vio sentado en una silla tomando una cerveza, esperándole. El hombre estaba mas delgado, parecía que había pasado una mala racha. Pol llegó y saludó. Marc sonrió efusivamente y se levantó, le dio dos besos e invitó a sentarse junto a él.
—¡Hacía mucho tiempo que no sabía nada de ti! —Exclamó el hombre sin dejar de sonreír con cariño—. Estas más gordito… ¡cómo se nota la comida de tu madre!
—Ahm… sí, gracias. —Se rió Pol, nervioso—. Yo a ti en cambio te veo mas delgado… pero veo que sigues rapándote la cabeza.
—Bueno, hace ya tiempo que he olvidado hasta qué punto estoy rapado y hasta dónde estoy calvo. —Dijo y los dos se rieron.
El camarero llegó y Pol pidió una coca-cola para acompañar a su amigo. Después se quedaron mirando el uno al otro durante unos momentos sin dejar de sonreír.
—Tenía ganas de verte, Marc. —Dijo el chico al fin.
—Yo también. —El hombre lo miraba con ternura.
—Siento haberme ido así, yo… —Empezó a disculparse Pol bajando la voz, pero Marc le puso la mano en la boca y no le dejó continuar.
—Calla, no me digas nada. —Pidió, y Pol calló, sorprendido—. Lo importante es que has recapacitado y has vuelto.
—Sí… —Admitió Pol y miró con atención al hombre, que no dejaba de sonreír. —Gracias, Marc…
El camarero volvió con la bebida de Pol y una tapa para picar. Pero antes de irse dedicó una mirada más que descarada al chico que hizo que éste se avergonzara. Después se fue, no sin volver a mirar alguna vez hacia atrás.
—Jajaja, vaya, parece que tu toque con los camareros sigue fuerte ¿eh? —Se rió Marc al ver aquello, para mayor vergüenza del gallego.
—Yo… no se… ¡da igual! —Dijo el chico.
—¿Te acuerdas una vez que nos pasó lo mismo? Creo que fue en el «XXX»…
—¿Cuándo? —Preguntó Pol, haciéndose el novato.
—La noche que te llevé a la sauna…
—¡Ah sí! —Recordó al fin el chico—. ¡Carallo, vaya noche me diste!… y luego encima estaba el americano, ese raro que nos encontramos en el «Rick’s», la verdad es que era un poco tonto… ¡pero estaba bueno! —Se rió.
—Tan bueno que te lo tiraste después en la sauna. —Puntualizó Marc.
—Bueno, sí… —Admitió Pol. —No soy un santo, lo admito—. Dijo mientras Marc sonreía, complacido al ver cómo Pol por fin iba dejando atrás los prejuicios.
—Entonces eras más cortado que ahora. En el «Rick’s» casi te da algo cuando el tío se te acercó…
—Bueno, era un poco chocante, después de todo no sabía si ese hombre se estaba fijando en mi o en Tony…
Pol se arrepintió inmediatamente de haber nombrado a Tony. Examinó con cuidado el rostro de Marc, temeroso de que al haber nombrado al amigo desaparecido el hombre se entristeciera. Marc agachó la mirada, pero a los pocos segundos la levantó y miró con gran ternura a Pol.
—Yo… lo siento Marc. No debería… —Empezó a disculparse el chico.
—No te preocupes. —Tranquilizó el hombre—. Tony está muerto, pero no quiero que sea un tabú, sino un recuerdo bonito. Estoy seguro de que él lo hubiese querido así.
—¿Estás seguro Marc? —Preguntó Pol, aún preocupado.
—Conociendo como conocí a Tony… —Empezó a decir el hombre sonriendo con melancolía.—… estoy seguro de que le hubiese encantado saber que seguiríamos hablando de él. No había nada a lo que tuviese mas miedo que al silencio y ostracismo. Él era de los que piensan que lo mejor es que hablen siempre de uno, aunque sea mal.
—Sí… —Admitió Pol recordando al chico con cariño y una sonrisa se dibujó también en sus labios. Entonces agarró su vaso y lo acercó al de Marc. —Por Tony, Marc. Porque nunca le olvidaremos.
—Por Tony. —Dijo Marc sonriendo y agarrando también su vaso para brindar con el de su amigo.
Los dos bebieron, se miraron y rieron. La tensión iba desapareciendo y poco a poco el mediodía empezaba a dejar paso a la tarde. Tras un montón de charlas interminables, Pol se vio incapaz de aguantar más una pregunta que en realidad estaba deseando hacer.
—¿Sabes… sabes algo de Richard? —Preguntó y la expresión de Marc cambió.
—Poca cosa… —Admitió el hombre. —Le he visto varias veces desde que… te fuiste—. Marc hizo una pausa al ver a Pol bajar la mirada, sintiéndose culpable y después continuó. —Pero últimamente está un poco raro, como muy arisco.
—Richard siempre fue una persona muy extrovertida… —Murmuró Pol.
—Sí, es verdad… —Afirmó Marc. —Pero ahora se le ve un poco perdido… y yo creo que es por ti, Pol.
—¿Por mí? —Preguntó tímidamente mientras intentaba levantar la mirada.
—Vamos, no te hagas el inocente conmigo. Yo lo se todo.
—¡Qué vas a saber! —Exclamó el chico intentando disimular.
—Si crees que disimulando de una forma tan infantil y obvia vas a engañarnos a todos, estás muy equivocado. —Advirtió sonriendo—. Nunca has engañado a nadie, todos sabíamos que Richard siempre te ha gustado. Incluso el mismo Richard lo ha sabido siempre.
Ante ese último comentario Pol empezó a sonrojarse de vergüenza. ¿Tendría razón Marc? ¿Richard siempre había conocido los sentimientos que albergaba hacia él? Si eso era cierto entonces a lo mejor las continuas provocaciones del inglés eran señales en realidad. Señales de algo que Pol nunca se había atrevido a afrontar y admitir en público.
—Creo que deberías hablar con él… —Continuó Marc, interrumpiendo sus pensamientos.
—¿Con Richard? Sí, tienes razón… —Admitió el chico. —Pensaba hacerlo… aunque no se muy bien qué decirle.
—Mas que decir, creo que debes actuar. —Dijo con tranquilidad, y Pol lanzó una mirada interrogante que hizo que aclarara su proposición—. Deberías lanzarte de una vez, abandonar este jueguecito infantil de damiselas medievales y liaros ya de una vez.
—No es tan fácil, Marc…
—Sí que lo es. La pregunta es si lo deseas lo suficiente.
—Antes de… marcharme de Madrid. —Al chico aún le costaba decir esas palabras—. Estuvimos a punto de liarnos, pero Richard se echó para atrás.
—¿Cuál fue la excusa esta vez? —Preguntó Marc, al que no parecía sorprenderle el asunto.
—Me dijo que aunque yo le gustaba, él no valía para una relación cerrada y no quería hacerme daño.
—Ah… osea que te dijo que quiere seguir teniendo aventuras.
—Más o menos.
—¿Y cuál es el problema? —Marc seguía sin entender nada y jugueteaba tranquilamente con el sobre de azúcar del café en sus manos.
—¡Pues ése! —Exclamó Pol sorprendido—. ¡Que aunque estuviésemos juntos él seguiría acostándose con otros!
—Sí vale, pero… ¿cuál es el problema? —Insistió Marc, riéndose.
—Te burlas de mi, Marc. —Pol lo dejó por imposible.
—Nooo. —Marc se rio de nuevo mientras se inclinaba un poco en su silla para acercarse y darle una palmadita cariñosa a Pol en el brazo—. Pero vamos, creo que al menos el chico es sincero… te está diciendo que él no puede tener sexo con una sola persona, lo cual no significa que no seáis pareja… desde luego no te está escondiendo nada.
—Sí… me está diciendo a la cara que es una puta, ¡qué bien! —Dijo Pol sarcástico.
—¿Prefieres a todas esas locas que frecuentan el ambiente, que se prometen amor eterno en las puertas de los bares y a los cinco minutos están chupándosela a otro en los baños sin que lo sepa su novio?
—Pues no, prefiero simplemente fidelidad…
—¿Fidelidad es llevar un cinturón de castidad del que solo tu novio tiene la llave?
—Fidelidad es confianza, es poder tener complicidad, y saber que estamos juntos y nos bastamos el uno al otro.
—¿Y acaso Richard no ha sido tu cómplice todos estos meses? ¿No ha puesto en ti su confianza al ser totalmente sincero sobre sus necesidades? —Marc no parecía dispuesto a ceder—. Piénsalo Pol, Richard no ha sido tu novio para ponerte los cuernos después, te ha planteado otra posibilidad con naturalidad. Sinceramente, os he visto y hacéis buena pareja. Difícilmente vas a encontrar mas complicidad en cualquier desconocido.
—Pero a lo mejor ese no es el tipo de relación que me conviene…
—¿Y por qué lo que le conviene a uno debe ser necesariamente lo mejor? —El hombre seguía intentando convencer al chico—. En las parejas las cosas no se pueden controlar siempre, y es bueno saber que se pueden saltar las reglas de vez en cuando y poder continuar. Si intentas hacer una relación estricta e inamovible corres el riesgo de ahogarla y estropearla.
—Que no Marc, que tú no me entiendes…
—¡Escúchame, Pol! Tú es que estás asilvestrado, vienes del pueblo ese y no sabes nada. —Se burló con una sonrisa—. Las parejas cambian, se adaptan, y nunca son perfectas. No puedes pretender vivir como en una película, y menos en una ciudad como ésta, que es prácticamente la nueva Sodoma. Yo con Óscar estuve muchos años, teníamos nuestros rollos, juntos o por separado. Y te puedo asegurar, que a pesar de las críticas de todas las malas y envidiosas que nos odiaban, nos queríamos. Seguramente mucho más de lo que esas falsas locas querrán a alguien, siendo capaces de pasarse toda la noche petardeando y dándose besitos con sus novios en el «Gris» para acabar después a escondidas a cuatro patas en la sauna.
—No todo el mundo es así, Marc.
—Te lo digo por experiencia. De hecho creo que me voy a especializar en echar polvos con gente con novio. —Confesó el hombre sonriendo—. Cuando están deprimidos, porque están en crisis con sus novios, vienen a mi, me los tiro, y se van tan contentos. Luego cuando me ven por los bares ni me miran y hacen como que no me conocen. Así de falsa es la gente. ¿Qué relación crees que es más sincera… la que tuve yo con Óscar o la que tienen todas esas falsas monjas?
Pol tenía que admitir que a Marc no le faltaba razón. Él también había vivido situaciones parecidas, los acosos de hombres casados o con novio o novia estaban a la orden del día… lo comparó con Richard, el inglés admitía ser un pendón, no lo escondía. Y lo único que pedía era que le aceptase como era. Quizás era mas sincero y auténtico admitir las propias debilidades que no intentar aparentar quien no era. Ante la insistencia de Marc, Pol accedió a visitar esa tarde al inglés y hablar con él. Sentía que aún estaba a tiempo de recuperarle.
Se despidió de Marc con un efusivo beso y abrazo, y quedaron en verse pronto y salir por ahí, como hacían antes. Mientras veía al hombre alejarse por el Paseo de Recoletos, Pol no podía dejar de admirarle por su experiencia. «Nunca volveré a marcharme, gracias Marc» pensó, y recordó con melancolía las situaciones que había vivido con él. Un hombre maduro con una vitalidad joven del que se podían aprender muchas cosas y que atesoraba una iniciativa que le faltaba a la mayoría de los veinteañeros. Pol sonrió recordando aquellas situaciones y se dio la vuelta para caminar de vuelta hacia el centro. Aún le quedaba por ver a otra persona en Madrid.
La ruta era demasiado conocida para él. Pronto llegó a la Plaza de España, de donde nacía la calle Princesa, cerca de la cual estaba el piso donde antes vivía con Richard. Cogió el mismo autobús que entonces, que vio que volvía a estar lleno, como siempre, de ancianos cascarrabias. La ciudad siempre sería ruda en algunos aspectos. Pero ahora Pol lo veía casi como una seña de identidad. Finalmente llegó a su parada, bajó como pudo del atestado autobús y se despidió en silencio de aquel transporte de ganado tan estresante como auténtico. Andó unos pasos y se detuvo. Estaba frente a su antiguo portal. Miró hacia arriba, nada había cambiado en esos meses. Entró dentro y empezó a subir las estrechas y sinuosas escaleras. Los peldaños de madera aún seguían crujiendo. A mitad de la subida se encontró con alguien que bajaba. Era la señora Matas, su antigua casera. Como siempre, llevaba cara de pocos amigos.
—Buenas tardes, señora Matas. —Saludó sonriendo.
—Ah, eres tú. —Respondió ella sin mucho entusiasmo—. A ver cuando me pagas tú también el alquiler. —Le recriminó.
—Ahm… señora… —Empezó a decir Pol con paciencia y una irónica sonrisa. —Yo ya no vivo aquí…
—Ah, es verdad. —Admitió ella y volvió a iniciar la bajada de escaleras—. Pues nada entonces, ¡adiós!
»Adiós, vieja arpía maleducada» pensó Pol sin dejar de sonreír mientras veía como la mujer se alejaba. Esa señora seguía tan simpática como siempre. Reinició su subida y llegó frente a la puerta de su antigua casa. La madera desgastada le era familiar. Allí era donde había vivido durante varios meses, y donde su forma de ver las cosas había cambiado totalmente. Esa casa había representado para él libertad y conocimiento, pero también frustración por su relación con Richard. Y en ese momento era cuando se disponía a quitarse esa espina clavada dentro de él. Suspiró intentando infundirse ánimos y cogiendo fuerzas de valor se decidió a llamar a la puerta, golpeando suavemente la madera con la mano, pues el timbre aún seguía sin funcionar. Esperó un rato, pero nada ocurría y el silencio era tremendo. Pol tenía que admitir que estaba muy nervioso, tenía el corazón acelerado y sudaba, aún no sabía cómo reaccionaría Richard al verle. Volvió a llamar, esta vez con mas fuerza y esperó. Después de unos segundos eternos escuchó como sonaba el cerrojo de la puerta y ésta empezó a crujir al inclinarse para al fin abrirse y revelar una luz al otro lado. Richard estaba allí, desaliñado y semidesnudo. El inglés estaba vestido únicamente con un estrecho pantalón corto y el torso desnudo y daba la impresión de haberse acabado de levantar de la cama. Richard miró con cara de sorpresa, no se esperaba una visita así. Pol sonrió nervioso. Al cabo de unos segundos de confusión, el inglés devolvió la sonrisa y le invitó a pasar. Pol entró dentro y la puerta se cerró tras él.
La casa estaba hecha un desastre. Un revoltijo de cojines y ropa, no se sabía si sucia o limpia, llenaba todo el suelo del salón. Los cacharros sin fregar se amontonaban en la cocina. Las pocas plantas de la casa hacía tiempo que murieron al no tener a nadie que las regara. Richard ofreció algo de beber a Pol, pero éste rechazó el ofrecimiento. Se sentaron en el sofá, uno junto al otro, mirándose de frente sin saber qué decir y cómo romper el hielo. Al final, fue el inglés el que dio el primer paso.
—Bueno, pues has vuelto… —Comentó. —¿Te vas a quedar o vienes sólo para unos días?
—Mi intención es quedarme… —Susurró Pol.
—¿Y a qué se debe ese cambio?
—Bueno, lo estuve pensando. Creo que es lo mejor para mi. —Pol aún seguía nervioso, pero cogió suficiente valor para continuar—. Me gustaría volver a vivir contigo, si quieres.
—Por mi ningún problema. —Sonrió Richard—. De hecho la casera aún piensa que vives aquí.
—Sí… ya me la encontré en las escaleras… ¡Carallo, sigue tan maja como siempre! —Ironizó, y los dos se rieron tímidamente.
Esa pequeña risa sirvió para hacer el ambiente mas distendido. Pol aún no se atrevía a tocar ciertos temas espinosos, pero sabía que debía hacerlo. No podía irse a vivir de nuevo con Richard sin aclarar ciertas cosas.
—¿Has visto a Marc? —Preguntó el inglés, sacándolo de sus pensamientos.
—Sí, estuve tomando algo con él. También cené ayer con Rosa y Leo.
—Vaya, así que soy el último que has venido a ver en Madrid…
—Sí… —Admitió el chico. —Pero tiene una explicación.
—¿Cuál?
—No se, quizás seas el que más nervioso me ponía volver a ver…
—¿Por qué, Pol?
—Pues por lo que pasó… tú y yo…
—De eso ya hace casi tres meses… —Murmuró Richard.
—Yo… aún no lo he olvidado. —Susurró Pol, casi con miedo.
—Yo tampoco.
Los dos se miraron fijamente durante unos segundos. Ninguno se atrevía a acercarse más al otro, ambos sabían lo que ocurriría. Y aunque en realidad era algo deseado por los dos, aún no estaban seguros de si era realmente lo que les convenía. Pol se quedó pensando un momento y por su mente pasaron las palabras de sus amigos, de Rosa y de Marc. Al cabo de unos segundos llegó a la conclusión de que si había llegado hasta allí era por algo, y no iba a echarse atrás justo al final. Si su destino era Richard, lo aceptaría como tal.
—De todas formas, sobre lo de la otra vez yo… —Empezó a decir el inglés, pero para sorpresa de éste, Pol le tapó la boca con un dedo y le susurró que no dijera nada.
—Déjame hablar a mi. —Susurró Pol.
Richard se quedó un poco sorprendido. No estaba acostumbrado a que Pol llevase la iniciativa, siempre había sido tan cortado para todo. Asintió con un gesto de la cabeza y esperó a que Pol hablase.
—Quiero que sepas una cosa Richard… —Empezó a decir el chico tragando saliva. —Nunca me atreví a reconocerlo, siempre intenté ocultar mis sentimientos. No se si por vergüenza o por inseguridad. Pero estoy harto de ver las cosas al alcance de mi mano y no cogerlas. Tú me gustas… siempre me gustaste. Te eché de menos estos meses. Se que no puedo cambiarte, y ahora por fin me doy cuenta de que tampoco quiero hacerlo. Me gustas tal y como eres. Desde que te conocí te fui apreciando poco a poco y, creo que es posible que yo… te quiera, Richard.
A medida que iba diciendo esas palabras, Pol sentía que estaba soltando un discurso demasiado cursi como para resultar conmovedor. Pero Richard no pensó eso y lo entendió perfectamente. Se acercó más al gallego y le agarró de las manos. Apretó fuerte sus puños contra los de él mientras le miraba a la cara. Pol levantó la vista y se encontró con la mirada de Richard. Los dos chicos se acercaron más y se abrazaron, chocando sus frentes, cara a cara. Pol cerró los ojos y se atrevió a mover su cara hacia delante, llegando a juntar sus labios con los de Richard. Tímidamente al principio, el inglés se unió al beso. Pero al cabo de unos instantes Pol se acercó aún más y entonces el tierno beso se convirtió en apasionado. Los dos abrieron sus bocas para encontrarse y dejaron que se desatara la pasión. Así estuvieron varios minutos, mezclando sus lenguas, rozando sus labios, intentando llenarse el uno al otro, ya sin poder poner freno a lo que sentían el uno por el otro. Después separaron sus labios y, sin dejar de abrazarse, se miraron. Se sonrieron mutuamente mientras se observaban con atención.
—Supongo que esto es un beso de amistad. —Bromeó Richard, y los dos se rieron.
—Esto es un nuevo comienzo. —Afirmó Pol, con los ojos vidriosos, después de haber descargado toda la tensión.
El corazón latía fuerte en Pol, pero esta vez no era por los nervios, sino por la emoción contenida y ahora liberada. Se sentía feliz, había hecho lo deseado, lejos de prejuicios y vergüenzas. Había afrontado su destino y su propia felicidad y había decidido agarrarlos y no soltarlos. Quién le iba a decir hace un año que, después de tantas vueltas y experiencias, al final de ese laberinto, su destino iba a ser Richard. Un destino anunciado e incluso deseado, pero hasta ese momento sin haber sido aceptado. Ahora había sido asumido, y ya no había mas laberinto ni destino borroso. Podría haber problemas en el futuro o no, pero ahora el futuro era algo que le pertenecía y no una cosa que intentara esquivar. Algunas lágrimas se cayeron, fruto de la emoción, y Richard las recogió con los dedos. Pol sonrió y el inglés devolvió la sonrisa. Volvieron a abrazarse para fundirse en un abrazo si cabe aún mas intenso que el anterior.
—¿Crees que funcionará? —Preguntó Richard, el cual parecía ahora más tímido que Pol.
—Estaremos bien. El mañana no me interesa, prefiero simplemente vivir el presente contigo.
—Ya nada será igual…
—No, será mejor. —Pol no dejaba de sonreír—. Ahora viviré las aventuras sin timidez y prejuicios, sabiendo que estarás conmigo.
Richard comprendió y sonrió. Los dos chicos estarían a partir de entonces juntos, pero con libertad y sin ahogos. Su relación se basaría en la complicidad y el cariño. Se levantaron del sofá y sin dejar de abrazarse y besarse caminaron como pudieron hacia el fondo del pasillo. Cuando llegaron a la puerta del dormitorio de Richard se detuvieron. Se separaron un momento y volvieron a mirarse. Richard lanzó una mirada interrogante a Pol. Entonces el chico sonrió sin vergüenza y, feliz, cogió a su compañero de la mano y lo guió con decisión hacia el interior de la habitación.