5 Quiero ser santa
Noviembre.
La vergüenza es como una cadena que ata e impide ser uno mismo y disfrutar del momento. ¡Cuántas ocasiones perdidas por culpa de la vergüenza! Pero lamentarse de ellas es inútil cuando ya ha pasado el tiempo, el único antídoto es el conocimiento y la seguridad en uno mismo, que llevan a una confianza que hace que se pueda disfrutar de todo hasta las últimas consecuencias sin estar pendiente de qué es lo que pueden pensar los demás.
Pol se encontraba mal esa mañana. La cabeza aún le daba vueltas y había perdido el sentido de la orientación, era incapaz de abrir los ojos, le dolían demasiado los párpados. Dio unas cuantas vueltas mientras seguía tumbado, pero entonces notó algo extraño. Esa no era su cama. Era muy estrecha incluso para ser una cama, y el tacto era más áspero que el de unas sábanas. Sin poder abrir aún los ojos, tanteó con su mano alrededor y tocó y reconoció unos cojines extraños, así como una especie de manta o colcha rugosa que le cubría el cuerpo. Lentamente hizo un esfuerzo para abrir los ojos poco a poco, acostumbrándose a la escasa pero molesta luz. Empezó a mirar a su alrededor, estaba en una habitación extraña, parecía un salón. Las paredes estaban pintadas de amarillo, en frente había una televisión y una puerta que daba a alguna habitación, al lado había una cocina americana con una pequeña barra, y al otro lado grandes ventanas y una puerta de cristal que daban a una terraza de un tamaño considerable.
Pol no sabía donde estaba, ni se imaginaba cómo había llegado hasta allí. Intentó levantarse y se quitó la manta de encima, solo para descubrir asustado que no llevaba pantalones, tan sólo sus pequeños slips blancos. Entonces sintió vergüenza, por lo que no sabía pero no quería imaginar que pudiera haber hecho. Se fijó con atención en el sofá, en uno de los lados estaba su ropa, cuidadosamente doblada y ordenada. Rápidamente cogió sus pantalones y se los puso, no quería que nadie le viese sin ellos, aunque resultaba un poco absurdo teniendo en cuenta que, sin saber dónde y con quién había estado, seguramente le habrían visto muchas más cosas. Prefirió no pensar en ello, pues ya estaba suficientemente avergonzado. Sintió la tentación de huir de aquella casa, pero dentro de él empezó a surgir un sentimiento de curiosidad que le empujó a quedarse un poco más y a averiguar qué había pasado. Decidió salir a la terraza y tomar un poco el aire para despejarse, además parecía que la vista era buena. Abrió la puerta de cristal y salió fuera. La terraza era bastante grande, incluso tenía una mesa con cuatro sillas fuertes y gruesas de madera. Todo el suelo estaba cubierto por pequeños azulejos azules y los extremos estaban rebosantes de plantas, que eran frondosas y estaban bien cuidadas. Al mirar al horizonte consiguió situarse. A escasa distancia, al norte, se veía la gran mole de Chamartín, la estación ferroviaria del norte de la ciudad, que dominaba un amplio barrio residencial de grandes bloques de 9 o 10 pisos habitados por una pujante clase media-alta. Estaba amaneciendo y el sol, de un amarillo pálido le golpeaba la cara, pero aún era lo suficientemente suave como para poder sostener la vista mirándolo fijamente.
La noche anterior había hecho muchas locuras, apenas se acordaba de cómo salió corriendo de la fiesta en casa de Tony cuando llegó la policía, como Richard le había convencido, como siempre, para continuar la noche y cómo después el inglés se había marchado con Carlos, dejándole a él solo con Marc.
Pol se preguntaba si realmente estaba llevando su vida hacia donde él quería, si éste era su objetivo o su anhelo secreto cuando decidió irse a Madrid. Quizás la libertad era algo que cuando se conseguía llegaba a perder parte de su encanto, quizás para los espíritus sufridores como el suyo era más agradable la espera, la esperanza de conseguir algo que aún no se tenía. Pero cuando ese algo ya se había conseguido se perdía el objetivo, y pasaba un tiempo hasta que se volvía a encontrar uno nuevo. Durante ese tiempo se encontraba perdido, sin saber muy bien qué hacer o esperar, tan sólo arrastrado por los imparables acontecimientos. Desde luego Richard había sido un factor que no había tenido en cuenta en sus planes iniciales, y había cambiado muchas cosas…
Un ruido a su espalda rompió sus pensamientos y lo hizo volverse. Vio cómo una puerta se abría al fondo de un pequeño pasillo y un hombre salía de allí con su cintura envuelta en una pequeña toalla. Era Marc, que sonreía. Ahora Pol estaba aún más asustado y avergonzado que antes imaginándose lo que habría pasado esa noche que no se acordaba de nada más, se quedó unos momentos congelado con la cara pálida hasta que pudo vencer su agarrotamiento y moverse. Entró en el salón, decidido a averiguarlo todo. Pero lo primero que hizo fue pedir a Marc que se pusiera algo de ropa encima, pues era incapaz de hablar frente a un hombre desnudo. El hombre sonrió ante la petición del chaval, y a pesar de que no le hacía mucha gracia, se puso un pantalón de chándal y una camiseta blanca para cubrirse un poco. Después le invitó a desayunar y empezó a servir un café a su invitado, Pol lo rechazó, pero él no le escuchó y se lo sirvió igualmente, a lo que el chico aceptó resignado. Marc se sentó junto a él en el sofá y Pol se apartó un poco ante la cercanía del hombre.
—¿Qué te pasa Pol? Estas como nervioso, raro. —Dijo Marc divertido.
—Quiero saber que pasó anoche, Marc. Y quiero que seas sincero.
—¡Pobre pipiolo! —Exclamó él—. ¿Te preocupa haber hecho algo de lo que tengas que avergonzarte? No te preocupes por eso.
—¡Yo me preocupo por lo que me da la gana, carallo!
—Bueno, calma ese genio, que no hay motivo para estar nervioso. Anoche no pasó nada. —Marc paró un momento para beber un poco de café, pero la impaciencia de la mirada de Pol lo hizo continuar—. Ayer, después de la fiesta, Rosa desapareció y nosotros nos fuimos a las discoteca «Cool» y allí terminaste de emborracharte… bueno en realidad te bebiste solo un par de copas más, pero parece que no tienes mucho aguante. Tu amigo Richard se fue con el otro chico en el coche, no me preguntes dónde, sin decir nada, y te quedaste a mi cargo. La verdad es que no estabas para ir muy lejos.
Pol agachó la cabeza, avergonzado. Se estaba haciendo una imagen mental de sí mismo en aquel estado deplorable y no le gustaba verse así. Siempre había creído que sería capaz de controlarse cuando alcanzara esa libertad tan anhelada, pero ahora pensaba que en realidad era más débil de lo que sospechaba. Marc le vio cabizbajo y con una pequeña palmada en el hombro y una sonrisa intentó darle ánimos y quitar importancia al asunto, así como continuar su historia.
—Después de eso, intenté llevarte a tu casa. Pero apenas sabías balbucear la dirección. Así que decidí coger un taxi y traerte aquí. Te quité la ropa y te dejé dormir en el sofá. Vivo en esta casa desde hace 14 años, y aunque es pequeña, tengo sitio de sobra para mi solo. Pero tan solo tengo una habitación y una cama, y después de lo que hablamos en la fiesta… Bueno, pensé que te sentirías más cómodo si dormías en el sofá en vez de en la cama conmigo.
Pol levantó la vista y cruzó sus ojos con los de Marc, y vio en ellos autentica sinceridad e incluso ternura. Esos ojos decían la verdad, y el chico no pudo hacer otra cosa que creerle. Agradeció su sinceridad y hospitalidad y le abrazó. No debería haber dudado de él, pero a veces, lo agresivo del mundo en general y de la noche en particular hacía ser demasiado precavido a veces, y desconfiar de la gente. Eso provocaba que muchas veces se maltratara e ignorara a quien realmente estaba ofreciendo una amistad sincera. El día a día y los fracasos y experiencias anteriores vendaban los ojos y hacían ser demasiado prevenido y arisco con la gente que no se conoce, lo cual a veces era un buen mecanismo de autodefensa, pero otras se convertía en un arma de doble filo capaz de dañar a la persona a la que iba dirigida y a uno mismo. Sólo la experiencia podía dar la capacidad de diferenciar lo más rápidamente posible a la gente legal de los aprovechados. Y Pol tendría que aprender eso muy rápido si no quería meter la pata con la gente.
De momento, el chico decidió no liar aún mas el asunto con preguntas innecesarias y preguntó dónde estaba el baño. Marc se lo indicó y le acompañó a la puerta. Pol entró y se quedó alucinado con el fantástico cuarto de baño de la casa, era mas grande que la cocina, un enorme espejo ocupaba un gran trozo de la pared y había una ducha de hidromasaje como no se había imaginado ni en sus mejores sueños. Al lado del lavabo una pequeña estantería blanca acumulaba toda una colección de colonias de todas las marcas imaginables. Intentó hacer sus necesidades mientras empezaba a envidiar el nivel de vida de Marc. Cuando salió del baño estaba decidido a marcharse ya a su casa, pues no quería prolongar más esa visita no planeada, que en el fondo le incomodaba.
—¿Dónde está mi abrigo Marc? Creo que ya es hora de que me marche. —Dijo mirando hacia el suelo, incapaz de sostener su mirada.
—¿No quieres desayunar algo? El desayuno es la comida más importante del día.
—¡Eso fue una de las primeras cosas que me dijo Richard! —Gritó Pol mientras sonreía, sin saber muy bien por qué, recordando a su amigo—. Pero no, gracias. La verdad es que no tengo hambre, casi nunca desayuno.
Marc prefirió no seguir insistiendo y guió a Pol hacia el dormitorio y abrió un armario donde tenía guardado su abrigo. Pol se quedó alucinado con lo que vio dentro.
—¿Esto que es? Parece un videoclub. —Dijo al ver, literalmente, cientos de cintas amontonadas unas encima de otras.
—Es mi pequeña colección de películas porno. —Explicó Marc riéndose para sus adentros, ante la mirada de perplejidad del chico.
—¡Pero si aquí hay al menos 200 películas!
—837 para ser exactos. —Corrigió él.
—Eres un enfermo Marc. —Recriminó, pero la curiosidad le pudo y cogiendo una con la mano le echó un vistazo, como si pudiera ver su interior.
—¿Quieres que te deje una?
—Nooo, ni loco. —Pol se reía—. Si la casera lo encontrara me echaría del piso…
Dejó la película en su sitio y ya se disponía a irse, cuando vio en la mesita de al lado de la cama una fotografía de un chico moreno con gafas que sonreía. Se acercó y, agarrando la fotografía, se fijó mas atentamente en la cara que le miraba desde el interior del marco. La expresión de la cara de Marc cambió y su sonrisa se esfumó. Pol reconoció que, sin saber quien era el chico de la foto éste parecía guapo. Le volvió a morder esa curiosidad inoportuna tan característica en él que le movía a hacer preguntas inadecuadas sin pensar las consecuencias que acarreaban.
—¿Quién es este chico Marc? Es muy majo. ¿Es familia tuya?
—Era mi novio, Óscar. —Contestó él escuetamente.
—¿Lo dejasteis? —Preguntó Pol con curiosidad mientras le miraba.
—Murió.
Pol se quedó petrificado. Su curiosidad le había vuelto a jugar una mala pasada. No sabía si disculparse o cambiar sutilmente de tema. Al final tomó como casi siempre la decisión equivocada y preguntó más acerca de su antiguo novio.
—Óscar y yo estuvimos 12 años juntos. —Empezó a explicar Marc seriamente mientras cogía la fotografía de manos de Pol—. Vivíamos juntos en este mismo piso, él era médico y, a pesar de nuestra diferencia de caracteres, en realidad éramos muy compatibles. Yo he estado casi siempre emparejado. A Óscar lo conocí poco después de dejar mi anterior relación. Aún le echo de menos, pero… hay que continuar la vida. —Concluyó Marc con resignación.
—¿Qué le pasó? —Pol seguía curioso, y se arrepintió de hacer esa pregunta nada mas hacerla. Pero Marc se lo tomó bien y contestó con sinceridad y paciencia.
—Murió atropellado por un camión de bombonas de butano.
Pol no sabía si reír o llorar ante aquella explicación. Decidió que era mejor permanecer impasible, pero ante la mirada cabizbaja de Marc se acercó a él y lo abrazó. Después de separarse del abrazo, el hombre volvió a dejar la foto en el lugar en el que estaba, la mesita de al lado de la cama, la cual parecía tener hecho el hueco para la fotografía que aguantaba por la fuerza de la costumbre, sin nada que demostrar a esas alturas, hecha a si misma con los años. Igual que su dueño, que ya estaba en el camino de vuelta de la vida, con bastantes recuerdos a sus espaldas. Pero Marc no era una persona seria en el fondo, y siempre decidió usar contra la tristeza el arma mas eficaz que existía, que es la alegría. Cogió a Pol de un brazo y volvieron al salón, allí finalmente le obligó a tomarse el café con él, a lo que el chico tuvo que aceptar, pues se sentía culpable de la conversación que acababan de tener. Marc dijo a Pol que si quería podría enseñarle cómo funcionaba el ambiente, él ya era todo un experto. El gallego se reía, no estaba seguro de si quería saber como funcionaba, realmente el pensaba dedicarse a otras cosas en Madrid, aunque aún no sabía a qué. Marc le animó, dijo que sería divertido y morboso.
—Te puedo enseñar lo mejor y lo peor del mundo gay. Luego tú decidirás libremente qué es lo que te gusta.
—No quiero estar todas las noches moviéndome entre locas. Me conformo con encontrar a un buen chico con el que tener una relación estable.
—Pues no creo que lo vayas a encontrar en el metro de camino a casa, para eso tienes que salir. ¡Anímate!, no hay que tener ese ansia por emparejarse, hay que vivir la vida, y te lo digo yo, que la he sabido disfrutar plenamente.
—No se… Ya te lo diré. —Pol empezaba a dudar, tal vez Marc tuviese razón.
—Bueno, tienes mi teléfono, si quieres salir dame un toque ¿vale?
Pol aceptó y se levantó, decidido ya a volver a su casa. Marc sonrió, le dio un beso de despedida y lo acompañó a la puerta. El chico salió del apartamento sin saber aún muy bien qué pensar sobre la proposición de ese hombre aún semidesconocido pero que de alguna manera le atraía por su forma de ver la vida, por sus experiencias pasadas, por esa mezcla tan extraña de sensatez, lujuria, humor, sabiduría de la calle e iniciativa sexual. Quizás sentía un poco de envidia de su libertad. Marc había vivido con plena satisfacción y sin límites su sexualidad a lo largo de su vida, teniendo relaciones estables, pero también miles de rollos anónimos con gente de la que yo recordaba su nombre. Era curioso cómo a pesar de haber estado metido en el torbellino sexual y frívolo del ambiente había conseguido mantener su identidad y su visión del horizonte, demostrando así la fortaleza de su personalidad. Pol sonrió, se sentía como el primerizo que era, perdido en una ciudad que apenas conocía y en un ambiente que había deseado conocer pero que a la vez le daba miedo o vergüenza, aún quedaba mucho por aprender, pero no sabía quien sería mejor maestro, si Marc o Richard, los dos tan distintos y a la vez tan parecidos. Mientras caminaba por la calle, totalmente vacía como todas las mañanas de domingo en Madrid, se perdía en sus pensamientos. La soledad del momento, acentuada por el frío intenso que anunciaba el fin del otoño y la llegada del invierno, le hizo añorar el estar con alguien. Él no tenía como Marc la foto de nadie especial a quien recordar, no había tenido aún ninguna relación, y no estaba muy seguro de si saliendo de fiesta con Richard iba a encontrarla. No quería ver pasar el tiempo y encontrarse solo, se intentó prometer a si mismo renunciar al sexo anónimo y buscar a alguien especial por otros medios, sin saber en realidad lo frágil que eran ese tipo de promesas.
Llegó a la cercana Plaza de Castilla y entró en el metro. A primera hora los domingos por la mañana se encontraban allí toda clase de personajes extraños, había un vagabundo durmiendo en un banco de la estación mientras en el tren junto a Pol sólo había dos chicas jóvenes con faldas muy cortas y botas altas, apoyadas la una en la otra mientras luchan contra el sueño que quería abrirse paso después de una noche entera sin dormir.
Pol llegó finalmente a casa y nada mas abrir la puerta lo primero que pensó era que les habían robado. Todo estaba desordenado, pero mucho más que de costumbre. Había ropa por todas partes, una de las lámparas de mesa estaba rota, y los cojines del sofá se acumulaban en el suelo. Dejó las llaves y el abrigo rápidamente sobre la mesa y corrió a su habitación para ver si se habían llevado algo. Su habitación estaba como siempre, la ropa tirada sobre la cama y ésta sin hacer, pero ése era el desorden habitual, parecía que estaba intacta. Entonces fue a la habitación de Richard. Abrió la puerta lentamente y vio a su compañero en la cama con Carlos. Los dos estaban desnudos, Carlos apoyaba su cabeza en el pecho del inglés y los dos parecían dormir plácidamente. Unos pequeños rayos de sol se colaban por los agujeros de la persiana de la ventana, iluminando tenuemente la escena de los dos amantes desnudos y abrazados sobre la cama. Pol sintió vergüenza y quiso cerrar la puerta, pero, y no sabía muy bien por qué, se encontraba hipnotizado con aquella visión. Después pensaría en ello y no sabría llegar a la conclusión de si su parálisis procedía del asombro y la sorpresa o incluso de la envidia. Al fin reaccionó y empezó a cerrar la puerta, pero las viejas bisagras le jugaron una mala pasada y sonaron estrepitosamente, despertando a la pareja, que le descubrió espiándoles desde la puerta. Carlos ignoró a Pol, pero Richard lo miraba fijamente mas serio, con una mirada que el gallego no sabía si interpretar como de desafío, orgullo… o invitación.
—Ahm… Hola chicos. —Empezó a decir Pol titubeando—. Ya he vuelto… yo voy… voy a hacer el desayuno y… me preguntaba si vosotros queríais comer algo. —Era lo mejor que se le ocurrió para excusarse.
—¿Desayuno? Si ya son mas de las doce y media de la mañana. —Contestó Richard mirando el reloj.
—¿Sí? Pues… ¡no me había dado cuenta! —La cara de Pol ardía de vergüenza, su mentira no había funcionado—. Bueno, pues nada chicos, os dejo que sigáis con lo vuestro… bueno, quiero decir durmiendo o… bueno, que me voy ya.
Cerró la puerta rápidamente antes de seguir metiendo la pata y cuando lo hizo Richard sonrió pensando en su compañero de piso. Carlos volvió la cara hacia él y su sonrisa se borró, pero le dio un beso en los labios. Decidieron levantarse para ir a ducharse y comer algo, la noche había sido agotadora.
Pol en la cocina estaba un poco perdido, fingiendo que hacía algo, cuando en realidad no sabía que hacer, simplemente pensando. Tenía fija en su mente la imagen de Richard desnudo, nunca le había visto así, y se sintió extraño. No quería pensar en ello pero no podía evitarlo, y tuvo que hacer auténticos esfuerzos para no confundirse y meter las sartenes sucias en la lavadora en vez de en el fregadero. El ruido de la pareja acercándose rompió al fin los pensamientos del chico, y para alivio suyo, llevaban una camiseta tapándoles el torso. Pol quiso prepararlos un café, los chicos decían que iban a ducharse, pero tendrían que hacerlo por turnos, pues la ducha era muy pequeña. Pol recordó la fantástica ducha de Marc y pensó en lo mal que estaba repartido el mundo.
Mientras Richard se duchaba, Carlos apartó unos pantalones (sin saber si eran suyos o de Richard) del sofá y se sentó en él, invitando a Pol a acompañarle. El gallego aceptó, pero procuró no sentarse muy cerca, pues aún estaba muy cortado por la situación.
—¿Qué te pasa Pol? Estas siempre muy nervioso, ayer en la fiesta, aquí también…
—Bueno, es que aun no estoy acostumbrado a ciertas cosas. —El chico miraba hacia abajo, como si en la taza de café pudiera ahogar sus vergüenzas.
—Yo se lo que tú necesitas. —Dijo Carlos, y Pol levantó la mirada para fijarse en él—. Lo que necesitas es un buen polvo que te quite de una vez las tonterías de niñata reprimida.
—Err… no, no me gusta el sexo anónimo. Ya lo probé una vez en el pasado y no me llena.
—He conocido a muchos como tú. —Carlos se reía mientras hablaba, recordando—. Muchos jovencitos que dicen en público ser muy decentes y buscar solo amor y relaciones estables, en plan «quiero ser santa, quiero un novio para toda la vida, bla bla bla», y que luego en cuanto les pica acaban follando con el primero que pasa.
—Yo no soy de esos.
—No estés tan seguro… —Carlos lo desafió con la mirada mientras sorbía el café. —Quiero presentarte a un amigo mío, creo que podrías gustarle.
—Nooo, gracias pero no. —Pol soltó una risita nerviosa.
—Está muy bueno, te lo aseguro.
—Ahm… he dicho que no… aunque esté bueno… —Esta vez la negativa del chico era más débil, apenas un susurro, y Carlos empezó a reírse, sabía que la voluntad de la carne era débil, y este jovencito gallego no iba a ser una excepción.
Richard salió de la ducha, ya limpio y vestido, y Carlos dejó a Pol en el salón despidiéndose con una mirada de desafío y complicidad que avergonzó al chico, que fue incapaz de sostener la mirada. Carlos movió la cabeza y se alejó riendo, divertido ante la aparente inocencia del chico. El inglés empezó a hacerse un café para él y Pol decidió apartar todos sus pensamientos de la última conversación y olvidarla.
Un par de horas después Carlos se había ido y, tras haber recogido un poco (no demasiado) el desorden en la casa que habían organizado los dos amantes la noche anterior, Pol se puso a hacer la comida, es decir, a freír en la sartén alguno de los muchos congelados que atesoraba la nevera, mientras Richard veía tranquilamente la televisión medio adormilado. El gallego abrió la bolsa de la basura para tirar los desperdicios y se quedó sorprendido.
—¡Carallo, Richard! ¿Qué es esto que hay en la basura? —Preguntó—. ¡Si está llena de condones!
—Of course, teníamos que tirarlos ahí. No se pueden tirar por wc. —Contestó tranquilamente el inglés sin inmutarse.
—¡Pero aquí hay al menos una docena de preservativos!
—Si, es que se nos acabaron y tuve que coger alguno de los tuyos. Como tú nunca los usas…
Pol soltó un bufido y decidió no contestar a eso, echó los restos en la bolsa, la cerró y salió a tirarla al cubo de la calle, a pesar de que aún estaba medio vacía. No quería ver esos gusanos fláccidos de plástico, testigos de la noche de lujuria del inglés, en su cocina.
Al día siguiente volvieron a clase, y allí se encontraron con Rosa, la cual confesó que había vuelto a su casa después de que la policía apareciese en la fiesta de Tony, pero afirmaba que se lo había pasado muy bien, y que si por ella fuese, repetiría una vez más. Richard se rio con ella, pero Pol puso los ojos en blanco e ignoró el comentario. Mientras tanto las clases empezaron a resultar tremendamente aburridas a los chicos después de los últimos fines de semana que estaban teniendo. El estar conociendo una ciudad nueva para ellos resultaba mas interesante que el tedioso temario que el viejo profesor intentaba enseñarles.
Unos días después, Richard quedó con Carlos en una cafetería, e insistió mucho en que Pol le acompañara. El gallego se negó, pero con la habitual habilidad del inglés no costó mucho convencerle. Sin embargo el chico empezaba a cansarse del empuje de su amigo, parecía que siempre le iba a meter en líos, y no sabía que esperar esta vez.
La cafetería estaba casi vacía, pero allí estaban Carlos y otro chico que no conocían, un tipo alto y grande, el cual parecía muy fornido y guapo. Les dieron la bienvenida, Richard se sentó junto a Carlos, y Pol ocupó el asiento que quedaba libre, al lado del hombre desconocido. Carlos les presentó, el hombre era extranjero y tenía un nombre prácticamente impronunciable que ninguno de los presentes logró recordar al día siguiente. Tampoco importaba. Pol estaba un poco nervioso, no sabía muy bien como explicar sus emociones, pero el hombre misterioso le resultó muy atractivo, y tenía que reconocer que no podía evitar que la mirada se desviara hacia su fantástico cuerpo, el cual se marcaba a través de la estrecha ropa que llevaba. Intentó sacarse esos pensamientos de la cabeza y concentrarse en la conversación de los otros chicos, pero siempre se descubría volviendo a mirar sin poder impedirlo. La conversación era totalmente trivial, casi sin ningún sentido. Realmente Carlos tampoco estaba interesado en la conversación, sino en ver la reacción de Pol ante su «amigo», le divertía esa situación, y como él nunca había tenido reparos en usar y manipular a la gente a su antojo, quería ver hasta dónde era capaz de llegar el joven gallego. Richard, ignorante de todo eso, intentaba captar la atención de Carlos, y éste fingía hacerle caso. El hombre hablaba ahora directamente a Pol, para mayor nerviosismo de éste. Apenas se entendía lo que decía pues chapurreaba el castellano, y lo que aparentemente quería decir tampoco parecía tener especial interés, Pol solo se fijaba en el movimiento de los gruesos y apetecibles labios del hombre, en ese mentón cuadrado y masculino que tenía frente a él. Carlos sonreía al observar las miradas que se echaban mutuamente los dos, se levantó con la intención de ir al baño y pidió a Richard que lo acompañara. El inglés se extrañó, pero le siguió encantado.
—¿Por qué quieres que te acompañe al baño Carlos? Parecemos mujeres yendo juntas a mear. —Dijo divertido sonriendo, mientras le agarraba de un brazo.
—Quería dejar solos a los otros dos, ahí hay tema y puede pasar algo.
—¿Pol? Impossible!… es mas casto que una monja.
—Yo creo que si pasará algo. —Desafió Carlos—. Te apuesto lo que quieras, conozco bien a mi amigo y se que Pol le interesa. No lo dejará escapar, y tu amigo aceptará encantado… ya me he fijado en las miradas que se echan.
—Yo también conozco a Pol. —Replicó el inglés—. Y creo que mejor que tú. Él no aceptará irse con tu amigo así de primeras.
Carlos tan sólo sonrió con una mueca de desafío y prefirió dejar que el tiempo le diera la razón. Fueron a la puerta del baño, donde Carlos compró tabaco en la máquina automática que había junto a la entrada mientras Richard miraba con una cara de desagrado, pues no soportaba que el chico fumase, mataba el aliento y le daba un poco de asco. También estaba disgustado por la prepotencia de su «novio», pero ése era un asunto más delicado y decidió dejarlo pasar. «Todos tenemos nuestros defectos y la mejor manera de superarlos es reconocerlos, pero para aquellos que no los reconozcan siempre se encuentra la virtud de ignorarlos, lo cual hace ocultarlos a los ojos propios y a los de la gente poco observadora» pensaba el inglés. Para los más avispados existía sin embargo esa percepción que daba la experiencia, la cual sin embargo también daba la facultad de aprender a diferenciar entre defectos profundos o triviales. Richard aún tenía que decidir si los de Carlos eran de un tipo u otro, pero en cualquier caso le llevaría tiempo, y prefería disfrutar el momento mientras durase.
Cuando volvieron a la mesa donde habían dejado a los chicos se encontraron que estaba vacía. Richard se extrañó, pero Carlos sonrió con satisfacción mientras mostraba una servilleta en la que su amigo había escrito toscamente que Pol y él se habían ido a «dar una vuelta». El inglés se quedó muy serio y no dijo nada, Carlos había ganado, pero sobre todo él había perdido. Pol aún era desconocido para él, y no sabía explicar por qué, pero eso le ponía mas intranquilo que la estúpida mueca de superioridad de Carlos.