18 Insoportable
Junio.
Desde el día en que se besaron las actitudes de Pol y Richard habían cambiado. El inglés había conseguido superar su frustración con Carlos y recuperar su orgullo, cortando con el chico de una forma bastante violenta. Ya estaba harto de bisexuales con doble vida, y de Carlos no iba a sacar mas que buen sexo, cosa que por otra parte prefería encontrar en gente nueva que aportara carne fresca. Todo ello lo llevó a una espiral de pendoneo formada por interminables noches saliendo por zonas de copas y bares cutres donde encontrar sexo fácilmente sin ningún remordimiento. Richard se iba perdiendo poco a poco en la oscuridad.
Mientras, Pol aun no había conseguido asimilar cuáles eran exactamente sus sentimientos hacia Richard. Lo único que sabía era que lo apreciaba demasiado como para ver cómo se perdía por la noche para acabar en lugares tan polémicos como «Strong» u «Odarko». Richard salía casi todos los días, y casi siempre volvía tarde. Había descuidado totalmente los estudios justo en el momento en que se acercaban los últimos exámenes. Las discusiones entre ellos empezaron a ser frecuentes y Pol acababa siempre frustrado. Una noche, Richard volvió, medio borracho como de costumbre, de una noche de juerga. Iba vestido con un horrible chándal. No era propio de él descuidarse de esa manera.
—¡Carallo Richard! Ya era hora. —Recriminó Pol al verlo entrar al salón—. ¿Sabes que mañana tenemos un examen a primera hora?
—Me da igual, no voy a ir. —Dijo tranquilamente el inglés mientras iba a por un vaso de agua a la cocina.
Pol se levantó alarmado del sofá como un rayo y le siguió hacia la cocina sin dejar de hablar con él.
—¿Cómo que no vas a ir? —Preguntó sorprendido—. ¡Si es prácticamente la única asignatura que tienes casi aprobada!
—Pues si es así, ya la recuperaré en septiembre. —Replicó Richard con una sonrisa deformada en una mueca mientras bebía directamente de la botella.
—Pero…
—No insistas, Pol. No eres mi padre. —Advirtió seriamente—. He dicho que no iré y punto.
—Bueno, está bien. —Admitió el chico, dándose por vencido—. Supongo que sabrás lo que haces.
—Así me gusta.
—Y… ¿dónde estuviste? —Preguntó Pol, sin estar muy seguro de querer saberlo.
—Esta noche he ido con Marc al «Odarko».
—Pero… ¿eso no es un local de sexo? —Preguntó Pol sorprendido.
—No exactamente… —Empezó a explicar el inglés mientras volvía al salón. —En realidad es simplemente un bar con cuarto oscuro.
—Yo he oído cosas muy malas de ese sitio. —Dijo Pol mientras se sentaban en el sofá.
—No es tan malo. Aunque es cierto que el cuarto oscuro ocupa la mitad del local. —Dijo sonriendo—. Se supone que hoy había una fiesta.
—¿Una fiesta de qué?
—De «bakalas», por eso voy vestido así.
—¿Con un chándal que parece salido de la oferta del Carrefour?
—Es que no tenía otra cosa que ponerme. —Se defendió el inglés—. Además, al final ha resultado que la ropa era lo de menos, porque allí había cada cosa…
—No se… a mi esos sitios no me gustan.
—Pues Marc y yo nos lo pasamos bien. Nos hemos corrido tres veces.
—¡Qué asco! No me cuentes nada, Richard.
—¿Por qué? —El inglés parecía divertido ante la inocencia y puritanismo de su amigo, pero no se daba cuenta de que su relato podía herirle—. Había tres salas en el cuarto oscuro. La primera con bancos donde la gente se sentaba mientras otros se las chupaban…
—¡Que no me cuentes nada!
—Un poco mas adelante, a través de un pasillo estrecho, había mas salas. —Continuó sin hacerle caso—. En una de ellas había una especie de cortinas, las cuales eran una guarrería, porque ya estaban mojadas de todos los que habían pasado por allí. Incluso las zapatillas se me escurrían en el suelo de toda la gente que había eyaculado ahí dentro.
Pol ponía cara de asco mientras Richard le explicaba con sumo detalle su visión de aquel lugar. No le importaba que Marc fuese a esos sitios pero, en cierta medida, le preocupaba que Richard sí empezara a frecuentarlos, sobre todo en el estado de ánimo en el que se encontraba.
—En la otra sala había un sling…
—¿Qué es eso? —Preguntó Pol dubitativo, con miedo a conocer la respuesta.
—Pues es una especie de hamaca de cuero y cadenas que cuelga del techo. Uno se tumba allí, abierto de piernas, mientras va pasando la gente para follárselo.
—Qué asco… —Susurró Pol, sin querer imaginarse como sería aquello.
—Hombre, yo no me subí, pero me pareció morboso verlo.
—Creo que yo no podría ni empalmarme en ese sitio.
—La verdad es que era un poco agobiante, demasiado pequeño. —Admitió el inglés—. Tampoco es que me gustara demasiado, pero era morboso.
—A mi me parece muy sórdido.
—¡Pues claro! —Exclamó Richard—. Esa es la gracia que tiene. Además, los aseos están dentro del cuarto oscuro. Mientras orinas en el urinario de la pared puedes ver a través del cristal de la puerta del retrete como uno se está follando a otro. Y hay una bañera en la que cuando hay otras fiestas organizan lluvias que…
—¡Basta! —Gritó Pol—. No me cuentes más, por favor.
Richard se quedó sorprendido ante el grito y la expresión de la cara de Pol. No sabía si definirla como frustración, dolor o asco, o quizás todo a la vez. Tal vez se había pasado un poco, y no se había dado cuenta de que su amigo lo pasaba mal sabiendo que él iba a esos sitios.
—Vaya una mierda… —Empezó a decir Pol. —No se como los responsables del Ministerio de Sanidad no cierran un local así.
—Muy fácil. —Explicó Richard sonriendo—. Porque seguramente ellos también pasan las noches allí haciendo de todo.
Pol le miró fijamente. El inglés no dejaba de sonreír. Parecía una sonrisa tan tierna y a la vez tan conocida y nueva, que no sabía como recriminarle por sus acciones.
—Yo… no me gusta que vayas a esos sitios, Richard. —Dijo al fin.
—¿Por qué? Son divertidos.
—Porque te están cambiando. —Confesó cabizbajo—. Y no me gusta en lo que te estás convirtiendo.
—¡Eso es una tontería! Yo aún no…
—¡Hazme caso! —Volvió a gritar Pol—. No eres el mismo de antes.
—¡A mi no me grites! —Advirtió Richard, un poco harto de tanto sermón puritano—. Yo hago lo que me da la gana, lo tomas o lo dejas.
El inglés se levantó y se fue hacia su habitación, dando un sonoro portazo al entrar. Pol se quedó solo en el salón, frustrado y triste después de haber pasado otra discusión más. Fue al baño, se lavó la cara con agua fresca y dio un profundo suspiro mientras se miraba al espejo. Finalmente también se fue a su propia habitación, confiando en que el sueño reparara el daño causado en la relación con su amigo. Pero las heridas no cicatrizaban tan rápidamente, y siempre quedaban restos, cada vez mas visibles, del deterioro de su relación. Además, al día siguiente, suspendió el examen, incapaz de concentrarse.
Al salir de clase, Pol decidió perderse un rato sólo entre los pinos que rodean Ciudad Universitaria, buscando algo de tranquilidad. Había dejado en la cafetería a Richard con su amiga Rosa, la cual era ignorante de la situación por la que estaban pasando. La chica de momento había conseguido aprobar todo. Seguro que ella sacaría su carrera mientras Pol se perdía en interminables pensamientos y frustraciones. A lo mejor era culpa suya. Si podía tolerar y respetar que Marc fuese a ciertos sitios y tuviese esa forma de ser, ¿por qué no podía tolerar lo mismo en Richard? Tal vez Pol aún tenía que aprender una lección para madurar un poco mas. La lección de tolerar y respetar todas las opciones. Aunque él sería una persona a la que jamás le gustarían los sitios como el «Odarko», debería comprender y respetar que había gente a la que sí, y que ello no los hacía menos personas o inferiores a él. Descalificar y poner etiquetas era muy fácil para cualquiera, lo difícil era aprender a ver más allá y reconocer que todo el mundo tenía algo susceptible de etiquetarse. No juzgues y no te juzgarán. Pero Pol no podía admitir que su amigo Richard fuese así. Le había cogido mucho cariño en esos meses, tenía que reconocer que, aunque lo había pasado mal en algunas ocasiones, en el fondo se había divertido junto a él.
Pol se quedó pensando en todo aquello, sentado a la sombra de los árboles en una cuesta solitaria con vistas a la Casa de Campo. Asimilar los cambios nunca es fácil para nadie. De repente, su teléfono móvil chilló, reclamando atención. Era Marc. Pol se imaginó que le llamaba para preguntar por el examen, descolgó la llamada sin mucho entusiasmo. Pronto se quedó sin palabras, petrificado. Marc le pedía que fuese al Hospital de La Paz, en el norte de la ciudad, pues habían ingresado a Tony y estaba en muy mal estado. No le dio muchos mas detalles, Marc parecía bastante afectado. Pol prometió ir enseguida. Colgó el teléfono y se levantó de un salto para ir en busca de Richard y Rosa. Mientras corría hacia la cafetería recordó la voz de Marc. Nunca le había oído tan triste y preocupado, no parecía él.
Cuando les contó a Richard y a Rosa que Tony estaba en el hospital, los chicos se quedaron sorprendidos. Decidieron ir cuanto antes a verle. Rosa había quedado esa tarde con su novio y decidió citarse con él en el hospital, pues vivía al lado. Los tres cogieron el metro para ir hacia allí. Mientras bajaban las interminables escaleras mecánicas de la línea 6, Pol estaba abtraído, pensando en sus cosas, y Richard hablaba con la chica.
—¿Dices que has quedado allí con tu novio?
—Sí, es que vive en el barrio de Begoña, está al lado.
—Así que finalmente vamos a conocerle. —Dijo Richard sonriendo.
—Bueno… sí… —Susurró ella dubitativa. —Aunque… a lo mejor os sorprende un poco y no es buena idea…
—¡Tonterías! —Exclamó el inglés—. Yo quiero conocerle y te daré mi valoración personal. —¡Déjalo ya, Richard!—. Intervino Pol al fin, harto de esa conversación. —Nuestro amigo Tony está en el hospital y tú solo piensas en el petardeo. Podrías tener un poco mas de sensibilidad.
—Lo siento, pero la sensibilidad me la dejé olvidada en casa esta mañana. —Se burló él—. Además no se por que te pones tan dramático. Seguro que Tony ha cogido una indigestión por comerse vete a saber qué o algo así.
—No… Marc parecía bastante preocupado por teléfono. —Susurró Pol sin que nadie pudiera oírle.
Finalmente, tras un recorrido de una media hora, llegaron a la estación de la línea 10 de metro, Begoña. A la salida se encontraba el gran hospital y los chicos fueron hacia la entrada del edificio principal, presidida por un gran mural escultórico. Allí, sentado en las escaleras, esperaba un chico que Pol y Richard no se habían imaginado que volviesen a ver. Leo, el antiguo novio de Rosa, estaba allí.
—Hola cariño. —Dijo Leo, levantándose y dando a Rosa un besito en los labios.
—Hola. Bueno… pues ya lo veis chicos… —Dijo ella nerviosa mirando a Pol y a Richard. —Este es mi novio, ya le conocéis.
—Será una broma… —Dijo Richard sonriendo.
—¿Volviste con Leo? —Preguntó Pol sorprendido—. ¿Pero por qué?
—Porque se disculpó sinceramente conmigo, y yo le he creído. —Se defendió la chica—. Y llevamos ya un tiempo juntos y las cosas nos van bien.
—Pero… ¡si intentó montárselo conmigo!
—Ya hemos hablado de eso, y está todo aclarado. —Intervino él—. Rosa y yo nos respetamos mutuamente.
—No se yo cuál es tu visión del respeto, Leo. —Espetó el gallego—. Para mí, mala hierba nunca muere. Espero que no estes jugando con mi amiga.
—Yo la quiero…
—Eso aún tienes que demostrarlo, traidor.
—¡Es a mí a quien se lo tiene que demostrar! —Exclamó Rosa, harta de tantos ataques—. Y soy yo la que toma las decisiones que afectan a mi vida. Así que si he tomado la de estar con Leo, respetadme y aceptad mi decisión. Porque es mía y no la voy a cambiar.
Pol se quedó con la boca abierta, miró a Richard y éste se encogió de hombros, dando la discusión por terminada. Pol soltó un bufido y aceptó a regañadientes la decisión de su amiga, aunque miró a Leo con una clara mirada de advertencia. No se fiaría nunca de él. Decidió dejar el asunto de momento y entró en el hospital, en busca de Marc.
Llegaron a una especie de sala de espera. Al principio no veían a nadie, pero al rato Pol se fijó en los bancos de plástico de color verde de la pared del fondo. Un hombre cabizbajo y abatido estaba sentado en ellos. Era Marc. Pol se acercó a él, intentando sonreír para quitar hierro al asunto, pero cuando le saludó y el hombre levantó su mirada, su sonrisa quedó congelada, incapaz de reaccionar. Marc tenía los ojos rojos y vidriosos, era evidente que había estado llorando. Su cara estaba totalmente descuidada. su alegría y desparpajo habían desaparecido. Por una vez, el hombre parecía tener mas años de los que en realidad tenía. Ante la dureza de las circunstancias, sus defensas habían bajado la guardia, ahora carecía de la seguridad que siempre había llevado como bandera. Pol se sentó a su lado y agarró su mano, mientras Richard se sentó al otro lado y Rosa y su novio se quedaron de pie frente a ellos. Marc apretó la mano de Pol con cariño, tragó un poco de saliva y consiguió, al fin, reunir fuerzas para saludar a los chicos.
—Gracias por venir, chicos. —Dijo balbuceante con voz ronca.
—Vinimos a ver a Tony… —Susurró Pol. —¿Cómo está?
—Muy mal… los médicos le dan pocas esperanzas. —Contestó el hombre entristecido—. Yo no he podido verle.
—¿Qué es lo que ha pasado? —Preguntó Rosa suavemente.
—Tiene una grave neumonía. La infección es muy severa y apenas puede respirar.
—Pero… ¿cómo se ha extendido tanto? —Se preguntó la chica—. A priori no es una enfermedad tan grave con los medicamentos de hoy en día.
—Tony… tenía las defensas bajas. —Empezó a explicar Marc, dubitativo—. Seguramente no lo sabríais pero… Tony tiene el SIDA desde hace unos años…
Un silencio sepulcral invadió al grupo. En ese momento Pol empezó a atar cabos y lo vio todo claro. Sí, todo encajaba. Las numerosas veces que Tony había estado enfermo últimamente, su mala cara y delgadez la última vez que le vio, las advertencias de Marc sobre el sexo seguro…
—Yo… no lo sabía… —Balbuceó Pol al fin.
—Él no quería que ninguno lo supieseis. —Dijo Marc lentamente—. No quería que nadie lo tratase como una víctima o un enfermo. Quería vivir su vida tal y como había sido siempre.
—Es horrible… —Murmuró Rosa.
—Yo… no he podido verle aún. —Se lamentó Marc, cabizbajo—. Sólo han dejado entrar a sus padres a su habitación. Yo no soy familiar y no puedo ir…
—¿Hablaste con sus padres? —Preguntó Pol.
—No, los padres de Tony me odian. —Explicó él resignado—. Tampoco aprobaban la forma de vivir y de ser de su hijo. En el fondo creo que se alegran de que haya pasado todo esto, siempre pensaron que era lo que el chico se merecía.
—No digas eso, Marc. —Intentó consolarle—. Todos los padres quieren a sus hijos, seguro que por dentro están sufriendo por él…
—Yo… conocí a Tony hace años. Cuando llegué a Madrid fue de las primeras personas que encontré aquí. —Recordó con nostalgia—. Me sorprendió su vitalidad e inagotable verborrea y diversión. Siempre se apuntaba a hacer cualquier cosa… creo que, a pesar de la diferencia de edad, siempre hemos sido almas gemelas.
—Y así es como tienes que recordarle siempre, Marc.
—Sí… —Suspiró el hombre. —Pero Tony morirá… y ya será solo eso, un recuerdo. No podremos volver a vernos en el «Rick’s», ni a trasnochar en «Polana», no volveré a desayunar con él en la cafetería cerca de mi trabajo, ni a hablar durante horas por teléfono, no le contaré como fueron mis ligues del fin de semana, no volveré a oírle reír ni a ver su sonrisa… y todo eso se irá para no volver más.
El recuerdo de todos aquellos momentos entristeció a todos. Rosa empezaba a tener los ojos vidriosos y se refugió en los brazos de Leo, el cual la abrazó con ternura. Pol vio la escena y miró al novio de Rosa. Veía auténtico cariño en sus ojos, quizás había prejuzgado demasiado pronto. Miró al otro lado y buscó la mirada de Richard, intentando encontrar el mismo consuelo en él. Pero el inglés, aunque entristecido, no parecía muy dispuesto a consolar a su amigo. Al contrario, Richard se había quedado mirando a un enfermero guapo que pasaba por allí. Pol suspiró, resignado, y decidió dar por imposible el encontrar consuelo en el inglés, mas concentrado últimamente en otras cosas. Animó a Marc a ir con él a la cafetería, mientras Richard decía que tenía que ir al aseo. «Loca salida, vas a ver al enfermero…» pensó Pol mientras veía como su amigo se perdía por un pasillo detrás del empleado vestido de blanco que le hacía señales. Rosa y Leo se marcharon, incapaces de soportar mas el ambiente del hospital. Así, Marc y Pol se quedaron solos en su viaje hacia un café que consiguiera calmar sus ánimos. Al principio intentó animar a su amigo, sacando temas intrascendentes que apartaran su pensamiento de lo que estaba pasando, pero pronto vio que eso era imposible.
—No deberías estar aquí, Marc… —Empezó a decir suavemente.
—Quiero estar cerca de él. Creo que se lo debo, es mi amigo.
—Pero… sus padres no te van a dejar entrar a verle, ¿qué sentido tiene estar en la sala de espera sufriendo?
—Aunque no me dejen entrar… se que a Tony le hubiera gustado saber que yo estaría ahí, esperándole.
—Sí… —Admitió muy serio Pol. —Estoy seguro de ello. Tony y tu erais algo mas que amigos ¿verdad?
—Éramos cómplices… ¿sabes lo que eso significa?
Pol no pudo contestar a esa pregunta, evocando en su mente por un instante a Richard. Le gustaría que el mismo grado de complicidad que hubo entre Marc y Tony lo hubiese también entre ellos. Pero la situación se había hecho cada vez mas insoportable. Ahora Marc lo pasaba mal, y Pol no encontraba palabras de consuelo para él, incapaz de superar siquiera su propia tristeza interior.
—No estarás solo, Marc. —Dijo, al fin, mirándolo fijamente—. Yo también soy tu amigo. Saldremos adelante, juntos.
—Gracias, Pol. —Contestó él sonriendo y apretando su mano.
Pol devolvió la sonrisa y ambos pasaron unos momentos en silencio, compartiendo el recuerdo y la distancia que había pasado desde que se conocieron por casualidad, hasta que poco a poco habían forjado una amistad que se revelaba sincera en situaciones duras como la que estaban viviendo.
Al cabo de una hora Pol y Richard se marcharon del hospital. Marc se quedó en la sala de espera. Incapaz de hacerle cambiar de idea, Pol respetó los deseos del hombre de permanecer allí, sólo. Se despidió de él con un beso y un abrazo que intentaba infundirle ánimos y caminó en dirección al metro. Richard iba con él. Pol se abstuvo de preguntar dónde había estado mientras él había acompañado a Marc a la cafetería. Prefería no saberlo. Aunque esconder las cosas nunca había sido un buen método para arreglarlas. Apenas hablaron en el metro. Últimamente tenían pocas cosas buenas que decirse. Volvieron a casa y cada uno se encerró en su habitación.
A la mañana siguiente, Pol se encontraba bastante mal. Había estado toda la noche pensando en Marc y en Tony y había dormido intranquilo, como con un montón de ruidos golpeándole la cabeza. Cuando se levantó vio que Richard aún no había salido de su habitación. Preparó un pequeño desayuno y miró su reloj. Ya era casi la hora, llegarían tarde a clase. Fue hacia la habitación de su compañero y golpeó la puerta.
—¡Richard, levantate! —Gritó—. Vamos a llegar tarde a clase.
Detrás de la puerta se oyeron quejas y unos pasos que se acercaban. La puerta se abrió y apareció Richard con el pelo revuelto y los ojos caídos de sueño. Bostezaba profundamente y apenas podía articular palabra.
—¿Qué quieres? —Preguntó al fin.
—¿Cómo que qué quiero? —Dijo Pol indignado—. ¿Viste la hora que es?, ¡vamos a llegar tarde a clase!
—Ah, es eso… —Dijo el inglés con un bostezo sin dar importancia. —Da igual, hoy no voy a ir.
—¿Pero que dices?, ¡carallo, si hoy entregamos las prácticas!
—Que no voy a ir…
—Pero…
—Look, Pol. —Dijo Richard muy serio, saliendo de la habitación y cerrando la puerta tras de si—. He dicho que no voy a ir y no voy a ir. Además no estoy solo…
—¿Có… cómo? —Preguntó el chico sorprendido—. ¿Qué te has acostado con alguien esta noche?, ¿y está ahí?
Richard simplemente sonrió y eso bastó para confirmar las sospechas de Pol.
—No me parece normal, Richard.
—What? —Preguntó él un poco exasperado ante tanto sermón.
—No te presentas a los exámenes, ahora dices que no vas a clase, pasas de Marc en el hospital después de lo de Tony, te acuestas con desconocidos, sales a sitios raros…
—Ya te dije una vez que yo hago lo que quiero.
—Y… hay otra cosa… —Pol tragó saliva, preparándose para decir algo que llevaba tiempo deseando soltar. —¿Qué hay de nosotros?
—¿Qué pasa con nosotros?
—Eso es lo que te pregunto… yo… no se como explicarlo. —Dudó Pol, que no sabía encontrar las palabras—. Creo que nos distanciamos en las últimas semanas y… eso no me gusta porque yo… antes… sentía…
—¿Sí? —Apremió Richard—. ¿Qué quieres decir Pol?
—Pues… que me gustaría que volviésemos a estar juntos… como antes.
—Ya estamos juntos ¿no?
—No… me refiero a como aquella vez.
—¿Qué vez? —El inglés parecía impaciente ante tantas vueltas—. Explícate, Pol.
—Como cuando nos besamos…
Pol bajó la cabeza avergonzado. Aún era incapaz de confesar ciertos sentimientos. No sabía cómo explicarlos. Pero en ese momento, para los dos, no hicieron falta las palabras. Richard entendió, aunque la expresión de su cara era de extrema seriedad.
—Listen, Pol. —Empezó a decir—. Se que hemos estado muy unidos estos meses, y tengo que reconocer que te he cogido un aprecio y cariño como a poca gente le he cogido.
—Yo también a ti, Richard. —Contestó el chico levantando la mirada para encontrarse con los ojos del inglés. Aunque para decepción suya no encontró alegría en ellos.
—No quiero que te confundas. Siempre me has gustado, Pol. Desde el primer momento en que te vi.
—Gracias… yo nunca quise creer algo así. Siempre supuse que simplemente eras un bromista. —La cara de Pol se enrojeció de vergüenza.
—Lo soy. —Afirmó él con una sonrisa—. Pero con el tiempo te he ido conociendo, y he llegado a la conclusión de que algo entre nosotros no funcionaría y estropearía nuestra amistad.
Pol levantó de nuevo la mirada, con el corazón acelerado y un pinchazo profundo en el pecho, como si le acabaran de clavar un cuchillo. Miró el rostro serio del inglés y apenas pudo murmurar en un suspiro.
—¿Por qué…?
—Porque somos muy diferentes. Yo tengo una forma de ser y tú otra, y no la vamos a cambiar. Aún tenemos que aprender a respetarnos. —Explicó Richard a la vez que se acercaba más a Pol—. Con el tiempo he aprendido que yo no valgo para una relación clásica cerrada. No creo que tú soportaras ciertas cosas de mí, y te aprecio demasiado para hacerte daño. —Richard agarró al chico del brazo.
—Pero… pero… por qué… si yo te gusto… —Empezó a tartamudear Pol con los ojos vidriosos mientras miraba al inglés sonreírle.
—Sshhh. —Siseó Richard poniendo un dedo en sus labios para que se callara—. Déjalo así. Tu eres bueno, Pol, sólo tienes que creértelo. Encontrarás a alguien que pueda quererte exclusivamente solo a ti. —Le murmuró al oído mientras lo abrazaba con ternura.
Después de unos momentos se separaron y se miraron fijamente. Sin dejar de sonreír, Richard dio un beso en los labios a su amigo. Un beso que a Pol le supo a despedida. El inglés se volvió a meter en la habitación y él se quedó unos momentos petrificado en el pasillo, frente a la puerta cerrada de la habitación de Richard. Aún podía sentir la calidez de sus labios en los suyos, aún podía sentir el aliento del chico en su oreja, aún podía sentir las intensas punzadas en su pecho. Cuando por fin había conseguido expresar abiertamente sus sentimientos hacia él, éste le había rechazado. Pero lo peor era que no había sido un rechazo brusco, de los que hacen odiar al rechazador. Había sido un rechazo con cariño, con ternura, de los que hacían que Pol se colgara aún más de Richard.
Volvió a la cocina, intentando comer algo y distraerse, pero no pudo. Cogió él sólo el autobús para ir a la Universidad, pero fue incapaz de entrar a clase, pasándose toda la mañana sólo en la cafetería o tumbado en la hierba. Pensando, y quizás también esperando. En el fondo sabía que Richard tenía razón. Podrían intentar una pareja, pero eso supondría admitir que el inglés no iba a cambiar su estilo de vida. ¿Podría Pol soportar el que su novio saliera a menudo, e incluso que ligase con otros? Incluso sabiendo que el sexo fortuito no significaría nada para él, y que los lazos afectivos que unían a Pol y a Richard eran mas fuertes que un polvo anónimo en una noche loca. Pol no sabía si sería capaz de renunciar a la fidelidad. Cuando había pensado en una relación de pareja, siempre la había visto como una relación perfecta, como la de las antiguas películas románticas. Dos personas, un amor, sin necesidad de nada mas, ni de nadie mas. Pero ¿era realmente el amor exclusivo una ilusión o quizás había algo mas? Quizás esas películas obviaban algo tan básico para el ser humano como el deseo. El deseo que se expresaba en el momento mas insospechado, los impulsos de atracción entre las personas. Uno podía estar emparejado, pero no estar ciego, y mucho menos ser insensible ante ciertas tentaciones. ¿Hacía menos sincera esa relación el mostrar abiertamente esos deseos en lugar de censurarlos e intentar taparlos? Pol sabía que Richard le quería, y él también sentía lo mismo. Pero ambos sabían que no estaban preparados para una unión. No sin antes aceptar ciertas condiciones. El problema era que, sabiendo que la relación no era posible, el ver a Richard llevando esa clase de vida, sin poder tenerle ni formar parte de él, resultaba casi mas destructivo que no tener nada. Cada vez que le veía con otro, que le besaba y le dejaba con la miel en los labios, que hablaba con él y era incapaz de decir lo que realmente sentía, todo aquello le iba destrozando un poquito más por dentro. Y lo peor es que, por primera vez desde que llegó a Madrid, se sentía solo. Era irónico pensar que su mayor queja desde que empezó a conocer a toda esa panda era que no le dejaban en paz ni un solo momento. Lo habían metido en líos, siempre sacándolo por ahí, no dejándole descansar ni un fin de semana. Ahora Rosa estaba con Leo, Richard se había perdido y alejado de él, Tony estaba agonizante y Marc en un estado de gran depresión. Los estudios habían ido mal, no había aprobado casi nada. En ese clima de adversidad Pol no sabía que decisión podía tomar para retomar el camino. Tomó la decisión más fácil. Y también la más equivocada. Decidió volver a Galicia, a casa de sus padres, dejando atrás la vida que había llevado en el último año. Dejando a Tony, a Marc… y a Richard.