6 Escuela de calor

Noviembre.

Pol no sabía muy bien como explicar lo sucedido. Aún se sorprendía de lo que había hecho, pero aún estaba mas sorprendido de no estar arrepentido de ello, al contrario. Cuando se fue de aquella cafetería con el hombre desconocido y lo siguió a su casa, no estaba realmente pensando en lo que estaba haciendo, tan solo actuando según sus instintos. «Simplemente viviendo la vida» le dijo Rosa cuando se lo contó. Ella pensaba que Pol tenía que soltarse más y no estar todo el día dando vueltas a las cosas en su cabeza. El gallego no estaba tan seguro de si eso era bueno o malo, pero lo que sí sabía era que el momento que había pasado con el desconocido le había gustado, y eso le resultaba extraño y en cierto modo asustaba un poco. Además estaba la evidente cara de, no sabía si llamarla de decepción, de Richard cuando supo qué había pasado. Pol no quería darle explicaciones de lo que hacía, no se sentía en la obligación de ello, no se había ido del opresivo ambiente familiar de su pueblo para tener que rendir cuentas ante otras personas, bastante tenía con sus padres. Pero le entristeció la actitud de Richard.

Sin embargo, el hombre misterioso no volvió. Carlos confesó días después que ni siquiera era amigo suyo, tan sólo le conocía de una vez que estuvo con él hacía tiempo y conservaba su número de teléfono. A Pol le hubiese gustado pedírselo, pero la vergüenza y el sentimiento de culpabilidad que le invadiría si Richard se enteraba lo desistieron de hacerlo.

Pasaron unos días más de clases, de rutina doméstica, de llamadas maternas interminables, de aburrimiento soporífero, y volvió a llegar un nuevo fin de semana. Pol se sorprendió de sentir cómo ahora deseaba salir esos días. Quizás el hecho de salir por la noche a los bares podía resultar molesto e incómodo al principio para las almas perezosas como la de él, pero se acababa convirtiendo en una especie de droga o placebo que creaba necesidad. En un mundo tan estable y tranquilo se necesitaba un poco de acción que rompiera con la rutina y el aburrimiento… como siempre le decía Rosa «necesitas vida», pues «vida» era la definición que ella daba a los acontecimientos que van marcando la existencia. Vida son todas las cosas importantes, planeadas o imprevistas, que van sucediendo desde que se nace hasta que se muere, a lo largo de todo el largo camino que se recorre con mas o menos fortuna. En cada uno se encontraba el poder para decidir si querían llevar un camino apacible y cómodo, pero aburrido, o un camino con mas riesgos pero seguramente más satisfacciones. Rosa siempre decía: «¿Qué es mas bonito, una carretera que atraviesa una llanura árida y desierta, sin curvas ni cuestas… o un camino que sube y baja montañas, y atraviesa bosques y ríos? A lo mejor con un camino mas sinuoso te mareas más… pero la belleza del paisaje se te quedará siempre guardada en tu memoria… igual que las experiencias que vivas en la vida». Pol sonreía recordando a su amiga, muchas veces pensó que debería haberse metido a estudiar psicología si no fuera por lo testaruda que era a veces.

Ese fin de semana no iba a haber montañas rusas para Pol. O al menos las cosas no pintaban muy interesantes para el joven gallego. Richard preparaba su maleta, había planeado una escapada de fin de semana con Carlos. El inglés aún conocía muy poco de España, tan sólo algunas zonas de Madrid, y Carlos accedió a llevarle a las afueras en su coche. Como no podían ir muy lejos por falta de tiempo y dinero, eligieron un destino rural cercano y poco exótico: Cuenca y su ciudad encantada. «Así es como parece que va a volver de allí Richard, “encantada”, aunque yendo con Carlos, no se si verá mucho más allá del techo de la habitación de su hotel» pensaba Pol. A pesar de ver cómo su fin de semana amenaza con ser aburrido y solitario, el gallego sonreía al ver el entusiasmo y la felicidad de su amigo inglés, el cual ya había olvidado todo el asunto del amigo desconocido de Carlos y Pol. Richard llevaba para dos noches suficiente ropa como para una semana, varios pantalones y camisas luchaban por caber en la bolsa de deportes que usaba como maleta. Pol se reía al ver los intentos de su amigo para meter todo.

—¡Carallo, Richard, estas loco!, ¿para que llevas cuatro pantalones para dos días? —Dijo mientras se reía.

—¡Pues para poder elegir cuando llegue allí!

—¿Y por qué no los has elegido aquí? Mira que eres raro…

—Intenté elegirlos. —Resopló el inglés haciendo una pausa en sus esfuerzos por cerrar la bolsa—. Pero no lo conseguí, no se cuales voy a necesitar en cada momento.

—Si tienes suerte lo más seguro es que no necesites llevar pantalones. —Dijo Pol mientras se acercaba y le ayudaba a cerrar la bolsa.

Los dos chicos se rieron, y juntos consiguieron cerrar la cremallera de la improvisada maleta de Richard. Éste gritó por el triunfo y abrazó a su amigo. Habían conseguido su objetivo justo a tiempo, cuando Carlos ya llegó a recogerle. Pol acompañó al inglés a la puerta del portal, donde esperaba su chico en el coche, y lo ayudó a echar la bolsa al maletero. Richard le dio un nuevo abrazo, esta vez de despedida, y lo besó en la mejilla, recordándole que tendría el móvil siempre encendido, y que le llamase para cualquier cosa, sin importar la hora. Pol se lo agradeció y le obligó a subir al coche antes de que siguiera hablando con esa interminable cháchara suya que podía alargarse horas. Cuando el coche se alejó y Pol subió las escaleras cayó en la cuenta de que Carlos había tenido un detalle muy feo al ni siquiera bajarse del coche para saludarle o ayudar a Richard a subir el equipaje, pero prefirió olvidarlo achacándolo al carácter arisco y orgulloso del chico.

Cuando Pol llegó a casa le pareció mas vacía que nunca. Lejos de encontrar esa libertad y tranquilidad que añoraba lo que se encontró fue un aburrimiento sublime. Decidió ignorar ese sentimiento y ver la tele mientras preparaba algo para merendar.

La tarde del viernes se le pasó casi sin darse cuenta, y cuando ya era lo suficientemente de noche como para irse a dormir no pudo evitar pensar que había perdido el tiempo. Mientras se metía en la cama le vino a la mente la proposición que Marc había hecho días atrás. Al principio desechó la idea, pero después, pensando en que sería lo que Rosa recomendaría, decidió que no sería tan mala idea llamar al hombre al día siguiente. Había sido muy amable con él, y tenía aspecto de haber tenido muchas experiencias, tal vez podría aprender algo de él. Además, su experiencia pasada con el «amigo» de Carlos, le había hecho quitarse de encima algunos complejos absurdos sobre lo que se debe y no se debe hacer. «¡Qué diablos!», pensó, y se durmió pensando que al día siguiente saldría con Marc, sería mas divertido petardear por ahí con él que quedarse en casa viendo algún programa nocturno del corazón.

Al día siguiente Pol tuvo que coger bastante fuerza de valor para conseguir llamar a Marc. Finalmente al tercer intento consiguió no colgar la llamada al primer tono y hablar con él. Quedar fue fácil, pues Marc se lo tomó como algo normal y aceptó con entusiasmo la proposición del chico. Pol seguía nervioso, pero por otro lado estaba contento de salir un rato por ahí a la aventura sin la guardia de Richard.

A medida que avanzaba la tarde, a Pol le empezaban a comer los nervios, no paraba de mirar su armario y no se decidía sobre qué ponerse, sonrió acordándose de Richard y de cómo lo había criticado el día anterior, cuando ahora a él le estaba pasando lo mismo. También se sorprendió de estar intentado elegir ropa que pudiera gustarle a Marc o a cualquiera que le viese, «tonterías, ni que fuera a ligar, parezco una puta eligiendo vestuario antes de salir» pensaba… pero seguía sin poder decidirse. Finalmente salió bastante mas discreto de lo que pensaba al principio, aunque hizo la concesión de ponerse un pantalón vaquero lo suficientemente estrecho como para dejar a la vista la forma de su trasero, con la secreta esperanza de que alguien lo admiraba, pues siempre pensó que era una de las mejores partes de su cuerpo.

Llegó la noche y salió de casa, llevaba su americana de cuero negro que casi nunca usaba, pero aún no había conseguido recuperar su antiguo abrigo que perdió en el ropero de Polana. Cerró la puerta de un golpe y bajó corriendo las estrechas y crujientes escaleras de su portal, apenas pudo seguir pues se encontró con una de las vecinas octogenarias del edificio tapando la salida, él saludó educadamente y ya se disponía a seguir con su camino cuando la vieja insistía en hablarle.

—¿Qué, a dar una vuelta no? —Decía la amable pero cotilla anciana.

—Si, ya ve… a tomar un poco el fresco.

—Seguro que vas a ver a alguna chica ¿eh?, ¿tienes novia, cuando te vas a casar? —Decía la mujer, realmente interesada en la vida personal del muchacho.

—Ahm… señora, me tengo que ir, lo siento. Llego tarde a mi cita. —Gritó Pol mientras bajaba a toda velocidad por la escalera. No quería entretenerse contando su vida, y menos a una desconocida.

—¡Vaya usted con Dios! —Contestó la anciana desde lo alto de la escalera—. Qué chico más raro… debe de ser un «geis» de esos. —Murmuró para sí, y se alejó riendo hacia su puerta.

Pol corrió hasta llegar a la parada del autobús, siempre lo pasaba mal con las preguntas personales sobre su vida. De hecho ésa fue una de las razones por las que eligió estudiar lejos de su casa e ir a Madrid, para librarse un poco del yugo asfixiante de su familia. Su madre siempre había esperado con ilusión que Pol llevara una novia a casa alguna vez, pero él nunca lo hizo. Tan sólo su amiga Rosa le hacía compañía y compartía sus secretos. Su padre, ausente como siempre, prefería ignorarlo todo. Pero ahora estaba lejos, en un autobús en Madrid, camino de la Plaza de España y la Gran Vía, con toda una noche de descubrimientos y fiesta por delante.

Marc lo esperaba donde habían acordado, en frente del gran edificio de Telefónica de la Gran Vía. Marc miró el reloj que coronaba su cúspide, saludó a Pol y lo recriminó por llegar tarde. El chico se disculpó y ofreció invitarle a un café para compensarle. Entonces el hombre sonrió y aceptó encantado, y agarrándolo del brazo lo guió hacia las calles que se pierden por detrás del gran edificio del reloj, internándose en uno de los barrios mas cosmopolitas y polémicos de la capital, Chueca. Allí llegaron a una gran plaza, Vázquez de Mella, antiguamente ocupada por un parking en superficie, como herencia de un desarrollismo atroz que había convertido muchas zonas de Madrid en grises y tristes, y ahora recuperada en virtud de ese nuevo Madrid aperturista y cosmopolita que luchaba por hacerse un hueco en la nueva modernidad. Y una de esas revoluciones había sido la proliferación de locales de ambiente «gay» por sus aledaños. Marc llevaba al chico hacia una de las cafeterías clásicas del barrio, el XXX, situado en una esquina, rodeado de grandes ventanales, con una gran lámpara de araña colgando del techo, paredes en tonos dorados y amarillos, y con un ambiente entre acogedor y rococó que aún atraía a una clientela fiel a lo largo de los años. Marc y Pol se sentaron en una de las pequeñas mesas redondas cerca de una escalera que bajaba a los aseos, situados en la planta baja. Un camarero, alto, moreno y guapo, con su pelo peinado de punta en unas formas imposibles, les tomó nota, los dejó solos y fue en busca de su pedido. Marc vio al chico nervioso, y decidió romper el hielo atacando directamente.

—¿Cómo te has decidido al fin a salir, Pol? —Preguntó mientras sonreía.

—No se… supongo que por aburrimiento. Este fin de semana Richard no está.

—¿Dónde ha ido? —Preguntó sin demasiada curiosidad—. ¡Ah!, ¿ya está?, gracias. —Dijo Marc al camarero, que ya había traído sus cafés. «Qué rapidez» pensó Pol.

—Se ha ido a Cuenca con su novio, no se para qué la verdad. —Contestó Pol sin darle mucha importancia.

Marc soltó una pequeña risita ante su ingenuidad y Pol miró avergonzado al camarero que también le miraba sonriendo. El chico se empezó a poner rojo.

—¿Qué pasa Marc, por qué te ríes? Dicen que Cuenca es muy bonita. —Se defendió.

—Claro, tú di que sí. —Intervino el camarero, sin ser invitado a la conversación—. No le hagas caso a éste, que no entiende.

—Ahm… ¿gracias? —Contestó un sorprendido Pol, con la esperanza de que el camarero se largara, pues solo conseguía intimidarle. El camarero se fue, pero desde la barra volvió a mirarle alguna vez, para mayor vergüenza de Pol.

—Vaya… parece que ésta va a ser tu noche. —Comentó Marc viendo las miradas que había en el ambiente, pero Pol hizo una mueca de desagrado y decidió cambiar de tema—. No te enfades Pol, me hacía gracia lo de Cuenca, porque suena a la excusa típica de dos novios que se quieren ir a follar todo el fin de semana.

—Tonterías, no todo el mundo piensa como tú, Marc. Richard quiere ver algo mas de España que no sean los cuatro bares de locas de Madrid.

—Sí, lo que tu digas. —Dijo un condescendiente Marc mientras sonreía—. Estoy seguro de que Carlos enseñara muy bien Cuenca a tu amigo, de hecho creo que lo tendrá mirando hacia ella todo el fin de semana. —Y empezó a reírse ya con mas descaro.

—No se que quieres decir, pero no me interesa. —Espetó Pol haciéndose el digno.

Marc no se lo tomó a mal, sabía que el chico realmente no estaba enfadado con él. Tan sólo necesitaba tiempo para aprender y soltarse, para descubrir más cosas acerca de las personas y del mundo, de cómo funciona el juego sexual en un ambiente lleno de prisas que va a toda velocidad hacia no se sabía bien qué destino. Hablaron un poco de ellos para conocerse mejor, pues después de todo, apenas se habían visto un par de veces en ambientes muy frívolos, y aunque el «XXX» no era precisamente un foro de debate dirigido por Sánchez Dragó, si era un ambiente tranquilo y propicio para que se abrieran el uno al otro. Marc contó algunas cosas a Pol, que era catalán y vivía desde hacía años en Madrid, pero que aun seguía prefiriendo Barcelona para vivir, aunque quizás por pereza y trabajo no quería volver, pero procuraba ir a menudo, que Tony era uno de sus mejores amigos y que realmente era bastante popular, pues lo conocía mucha gente en el ambiente. Pol también contó algo de su vida, cómo quiso estudiar fuera de Galicia para escapar un poco del ambiente de su casa, que sin ser agresivo hacia él, si que notaba que le faltaba algo de libertad, además de que era un urbanita convencido. También quiso venir a Madrid por consejo de su amiga Rosa, ella también había elegido estudiar fuera y lo había animado a ir a la capital, como ella decía «en busca de hombres y libertad». Marc y Pol se rieron ante ese comentario, siempre se había dicho que los gays estaban muy salidos, pero ese es un sentimiento humano que, quien más quien menos, tiene todo el mundo, y cuando una mujer confiesa sus secretos no se queda atrás respecto a un hombre.

Terminaron sus cafés y Marc pidió la cuenta al camarero, el cual al acercarse volvió a poner nervioso a Pol, pues no paraba de sonreírle mientras le miraba fijamente.

—Vámonos ya Marc… —Susurró a su compañero.

—No te cortes Pol, que no pasa nada. Los camareros son así de descarados, si no te gusta no le hagas caso y ya está. —Dijo él mientras le miraba a los ojos intentando tranquilizarlo—. Una vez, cuando vivía con Óscar, conocimos a un camarero que quiso montárselo con los dos, la verdad es que estaba muy bueno…

—¿Con los dos? Qué fuerte… ¿y qué le dijisteis?, porque Óscar se quedaría de piedra. —Preguntó Pol muy curioso, olvidada ya su vergüenza.

—¡Óscar estaba encantado, el camarero era alto y musculoso! —Replicó Marc tranquilamente mientras al gallego se le ponían los ojos como platos, sorprendido—. Además era extranjero, se llamaba Bryan y era negro, creo que venía de Ámsterdam o por ahí.

—Me parece muy fuerte que hicieseis tríos, Marc.

—¡Anda!, ¿y por qué no?, ¡y bien que nos lo pasábamos! —Dijo el hombre riendo, y ya bajando la voz, se acercó a Pol y le empezó a susurrar al oído—. Además tenía un pollon enorme, a mi no me cabía en la boca… Óscar alucinó.

—¡Que asco, Marc! —exclamó el gallego, apartándose de él—. Además tan grande debe ser un rollo, no podría ni follar. —Comentó intentando quitar hierro al asunto.

—¿Cómo que no? ¡Si se la metimos los dos a la vez a Óscar!

Ahora el que estaba alucinando era Pol, no se podía creer que alguien pudiese hacer eso. Pero no quería escuchar mas de las aventuras sexuales de Marc y se levantó, cogiendo su abrigo de la silla e instando al hombre a hacer lo mismo. Éste se rió ante la cara de susto del chico y lo siguió. Mientras salían de la cafetería el camarero les dijo «Adiós», pero aunque Marc contestó, Pol no lo hizo, incapaz de ni siquiera mirarle.

Esa noche no hacía demasiado frío pero Pol siempre había sido friolero y estaba congelado, su americana de cuero no es que abrigara mucho precisamente, y no tenía ganas de dar vueltas por ahí, por lo que pidió a Marc que lo llevara a algún sitio animado y sobre todo cercano. El hombre decidió llevarlo a un bar que estaba en la misma calle, muy cerca de la cafetería. El mítico «Rick’s», que era uno de los bares de ambiente más antiguos de Madrid, todo un clásico con una clientela variopinta con fama de madura que había perdido la batalla por captar a los nuevos jóvenes de 17 o 18 años que empezaban a inundar el barrio. La puerta era oscura y el local no era precisamente luminoso, pero estaba muy animado, había tanta gente que apenas se podía caminar, eso, unido a unas escaleras que bajaban en el centro del bar, provocaba mas de un tropiezo que, si se calculaba bien, podía acabar en una presentación improvisada con algún desconocido. Marc se conocía bien esos trucos, aunque él era más de la escuela de mirar a la presa y atacar directamente. Pol se sentía un poco intimidado por el ambiente del local, tan lleno de gente, tan lleno de miradas fugaces que le caían encima, y él, avergonzado, solo podía bajar la vista, lo que provocaba que tropezara con algo o alguien y se disculpara continuamente. Marc vio a alguien abajo, más allá de las escaleras, y tiró al chico del brazo arrastrándolo hacia dentro y siendo engullido por la multitud. Finalmente llegaron al fondo del bar, junto a la pared estaba Tony junto a dos chicos tomando una copa. Marc y Pol le dieron un beso y se saludaron. Tony parecía sorprendido de ver al chico gallego por allí.

—¿Qué tal Pol? Hacía tiempo que no te veía, espero que salgas más a menudo de tu concha mientras estés en Madrid. —Dijo de broma mientras sonreía.

—Ahm… sí, es que he estado ocupado. —Mintió él, pues no sabía muy bien qué contestar a eso.

—Oye, os voy a presentar, aunque creo que ya os conocéis. —Dijo Tony con entusiasmo mientras le cogía del hombro—. Pol, estos son Pedro y Juan, estaban en mi fiesta…

—Ho… hola, encantado. —Saludó un poco nervioso—. La verdad es que no me acuerdo muy bien de haberos visto antes.

—Si… ya me dijeron que acabaste un poco mal esa noche, Pol. —Comentó Tony divertido, sorbiendo su copa y recordando aquel día.

—¡Déjale ya, perra! —Intervino Marc defendiendo al chico entre las risas de todos—. O cuento cómo acabaste tú la noche con la policía.

Todos se rieron ante la cara de indignación de Tony y siguieron bebiendo. La música y el alcohol poco a poco se convirtieron en un placebo que les iba animando el cuerpo y les hacía entrar en una noche divertida y desenfadada. Marc invitó a Pol a una copa, y éste no pudo resistirse a aceptar, aunque le recordó lo débil que era con el alcohol, el hombre se rió y prometió cuidar de él si se pasaba. Esa promesa recordaba poderosamente a la de Richard, y esperaba que no corriese la misma suerte que la del inglés. Pol estaba un poco intimidado, pues aunque Marc parecía buena gente hacía comentarios tan sinceros como bestias sobre su sexualidad. Tony se dio cuenta de la abstracción del gallego, y como nunca le gustó la gente autista intentó devolverle a la realidad y reírse un poco. Le cogió del brazo, de la cintura, intentaba moverlo al ritmo de la música y animarle mientras se reía con ese desparpajo y alegría tan propio de las locas que no tienen miedo de la vergüenza y el ridículo. Quizás hubiese quien recriminara y despreciara a este tipo de gente, pero Pol pensó en ese momento que Tony era así porque así era como se sentía, y su falta de vergüenza y tapujos para mostrarlo le hacían mucho mas libre y feliz de lo que eran muchos de los que lo recriminaban. Esa gente hablaba y decía que las locas no están integradas en la sociedad, pero ¿quién decía cómo era la sociedad? En una sociedad tan heterogénea como la actual ¿cuál era el estándar a seguir? Y es mas ¿por qué seguirlo? Tony se consideraba diferente ¿y qué? Eso no lo hacía ni mejor ni peor, el prefería ser su propio guía y no tener que fingir ser quien no era solo para cumplir con las supuestas y absurdas normas de una sociedad conservadora. Y a quien no le gustase que no mirara, que en una sociedad en la que aún sobrevivían estereotipos rancios y antiguos como los fachas y la Iglesia Católica el que alguien soltara pluma para divertirse no era precisamente un crimen. Marc le admiraba y le quería por ser y pensar así, la gente auténtica sin máscaras era la que realmente daba una amistad sincera y desinteresada, por eso consideraba a Tony su amigo.

Pol ya estaba un poco mareado de tanto baile y música estridente, le dijo a Tony que parara un poco. Aunque había intentado fingir sentirse bien aún seguía un poco nervioso y asustado, Tony ya no sabía que hacer para animarle.

—¡Vamos Pol! No seas muermo. —Gritó—. Que ya no tienes doce años, parece que vas por ahí asustado, ¡pobre polluelo!

—Déjale, aun es un polluelo como dices, necesita tiempo para ser el gallito del corral. —Intervino Marc—. Pero estoy seguro de que lo será. —Dijo mientras sonreía y miraba fijamente a Pol.

—Gracias Marc, creo que tienes demasiada fe en mi. —Contestó el gallego riendo—. Pero creo que nunca podría hacer las cosas que tu haces.

—¿Qué cosas? ¡Ay, Dios! ¿Qué le has contado Marc? —Preguntó Tony, imaginándose cualquier cosa, pues conociendo a su amigo sabía de lo que éste era capaz.

—Nada, cosas de un camarero…

—¡Oh no!, ¿no le habrás contado lo de Bryan? —Le recriminó Tony, a lo cual Marc sonrió y Pol asintió con la cabeza—. ¡Cómo eres Marc! No me extraña que el chico esté asustado contigo, ¡si es que eres peor que una puta! No cuentes tus zorreos al pobre chaval… al menos tan pronto.

—¿Yo puta? —Se rió Marc, cogiendo del hombro a Tony en un gesto de complicidad—. Te recuerdo que después de estar con nosotros y contártelo, me pediste el número de teléfono de Bryan, y no paraste hasta conseguir tirártelo, hipnotizado por mi descripción de su pollón.

Todos se rieron a carcajadas, recordando aquella anécdota y Tony, en un gesto muy digno, como de gran señora, se zafó del brazo de Marc y se marchó en dirección al aseo, pues decía que ya no aguantaba más sin ir. Su marcha provocó aún mas la carcajada general.

Mientras su amigo estaba en el aseo, Marc pidió otra copa a Pol, el cual empezó a negarse, pero el hombre fue hacia la barra sin escucharle. «Igualito que Richard» pensó el chico, resignado a ser siempre un pelele convencido por esos dos liantes. Benditos liantes que le sacaban de la rutina y el aburrimiento, aún a la fuerza.

Tony volvió, ya recompuesto y relajado, y dispuesto a olvidar su pequeña humillación de antes, justo a tiempo de coger una de las copas que traía Marc de la barra, el cual también le había pedido algo, pues conociendo como conocía a su amigo, sabía que al volver del aseo estaría deseoso de beber algo. Los chicos hablaron un poco más y bailaron al ritmo de la música y Pol, animado con las copas que llevaba encima, empezaba a bailar y a soltarse mas. Tony le acompañó con entusiasmo en esa subida de ánimo. Mientras Marc siempre estaba pendiente de todo, se divertía como el que más, pero ya era perro viejo en eso del ambiente y no perdía ojo de las miradas que se cruzaban en el aire y hacia dónde iban dirigidas. Cuando vio una interesante se acercó a los chicos y susurró en sus oídos.

—Chicos, no miréis ahora, pero creo que ahí al fondo hay uno que os está mirando.

—¿Dónde? —Gritaron los dos al unísono, volviendo rápidamente sus cabezas de forma descarada y ansiosa, olvidando la discreción que les había recomendado Marc.

—Joder, que discretos. Menos mal que os lo he advertido. —Dijo el hombre mirando hacia el techo poniendo los ojos en blanco.

Cerca de ellos, apoyado en la pared había un hombre alto y rubio, que debía rondar los 30 años mirándolos fijamente y sonriendo. Tenía pinta de ser extranjero y, aparentemente, estaba solo. Tony y Pol soltaron unas risitas nerviosas y cómplices y empezaron a apostar a cuál de los dos estaba mirando el desconocido. Finalmente éste, en vista de que los chicos no se atrevían a acercarse, decidió tomar la iniciativa e ir hacia ellos. Tony se colocó en una pose de «chico interesante» para recibirle, pero vio decepcionado cómo era Pol el que le interesaba. Mientras el desconocido se acercaba a hablar al gallego, Marc y sus amigos consolaban al pobre Tony, intentando aguantar la risa. Pol se tiró un buen rato hablando con el desconocido mientras el grupo miraba a una distancia prudente, finalmente el hombre misterioso se fue al baño y dejó solo a Pol. En ese momento todos se acercaron rápidamente al gallego a preguntarle sobre su nuevo admirador. Pol se reía al ver a ese grupo de cotillas deseosos de información.

—Empieza a contar Pol, ¿te ha invitado a su casa? —Dijo Marc.

—¿Es activo o pasivo? —Preguntó Tony aún más interesado.

—Bueno, bueno, tranquilos. —Contestó Pol riendo—. El hombre es americano, se llama John. No me he enterado muy bien de lo que dice, pues apenas habla español y encima es de Texas, con lo cual su inglés es casi desconocido para mi. Dice que ha estado dos veces en Madrid, que es su ciudad europea favorita, que se va el lunes, que…

—¡Déjate de rollos! —Exclamó Tony—. Cuéntanos ya lo interesante ¿vais a follar o no? —Dijo con ansia, y Marc se rió ante la impaciencia de su amigo.

—No… vamos, es que es muy raro, no sé. —Empezó a decir dubitativo Pol con la esperanza de zanjar el asunto, pero viendo las caras de expectación de los otros decidió continuar—. Es que me ha empezado a soltar un discurso sobre la conveniencia del sexo seguro. No se si se piensa que yo no conozco ya todo eso. —Marc dejó de reír y escuchó con más atención—. El caso es que dice que está convencido que en España la gente no hace sexo seguro y me ha dicho que en Estados Unidos le regalan condones en los hospitales o no se dónde, y que si necesito algunos que me los puede enviar por correo…

—¡Ese tío es tonto! —Exclamó Marc—. Pero vamos, a lo que interesa, ¿a ti te gusta o no?

—No… —Contestó Pol dubitativo.

—Pues ya está, ¡hala, que le den!, vámonos de aquí, que ya estoy harto de este antro.

—¿No esperamos a que vuelva del aseo para despedirnos de él?

Marc ni contestó, su mirada de «¿Para qué?», lo decía todo, y Pol pensó que en el fondo el hombre tenía razón, así que se despidió de Tony y sus amigos y salieron de aquel bar. Tardaron un rato en alcanzar la salida, abriéndose paso entre la gente, y cuando lo consiguieron vieron como en el exterior una pequeña cola de gente esperaba para entrar.

Cada vez hacía mas frío y ni siquiera el alcohol que Pol llevaba en el cuerpo conseguía calentarle un poco. Marc también empezaba a sentir frío, y además ya estaba un poco cansado de juegos y petardeos, ya le empezaba a correr por el cuerpo el gusanillo de ligar y hacer algo, y como había prometido a Pol, le enseñaría todo lo que hay en el ambiente. Empezaron a moverse por callejuelas estrechas pero muy animadas, llenas de gente y de bares, de los que se escapaba un poco de música petarda.

No sabía muy bien por qué, pero en esos momentos Pol se acordaba de Richard, realmente le echaba de menos. Marc y Tony eran muy majos, pero con el inglés había conectado de una forma muy especial que no sabía definir, y se preguntaba que estaría haciendo en esos momentos. «Seguramente comiéndose a Carlos de arriba a abajo» pensó sonriendo y moviendo la cabeza.

Finalmente llegaron a su destino y Marc se detuvo.

—¿Qué hacemos Marc, dónde me llevas?

—Aquí, a esta sauna. Es la que teníamos mas cerca.

—¿Qué? ¿A una sauna? —Preguntó sorprendido—. ¡Yo no entro ahí!

—¿Y por qué no? No pasa nada, y además así lo conoces. —Lo intentó convencer Marc—. ¿No dijiste que querías ver todo lo que había en el ambiente y luego decidir?

—No creo que ahí vaya a aprender nada que me interese…

—¡Pues nunca se sabe! La sauna es como una escuela de calor, está llena de alumnos y maestros. —Se rió Marc—. Y si no quieres hacer nada, pues te tomas una copa en el bar y ya está. Además, a mí ya se me están congelando las pelotas, necesito un sitio caliente.

Pol no estaba convencido, pero Marc lo arrastró hacia la puerta. El gallego siempre había sido muy manipulable y pensó que tendría que corregir eso en el futuro, pero era tan vergonzoso que le costaba decir que no a las cosas. Ahora estaba increíblemente nervioso y temblaba como un flan, aunque entre sus nervios afloró cierto sentido de curiosidad y morbo.

Atravesaron la pequeña puerta de la entrada y se toparon con una diminuta taquilla en la que debían pagar la entrada. Marc pagó la suya pero a Pol le dejaron entrar gratis cuando mostró su carnet en el que salía su edad de 19 años. Si en algunos bares heteros dejaban entrar a las mujeres gratis sabiendo que eso atrae a la clientela masculina, en las saunas gays sabían muy bien que si conseguían llenar el local de jovencitos tenían el éxito asegurado.

Pol lo pasaba realmente mal, estaba increíblemente nervioso. Y pasó mucha vergüenza en las taquillas mientras se quitaba la ropa, como queriendo que nadie le viese desnudo. «Pobre iluso» pensaba Marc, no sólo le iban a ver sino que seguramente le iban a hacer algo mas. Los dos se taparon con una minúscula toalla blanca y bajaron unas escaleras. Pronto llegaron a un pasillo en penumbra lleno de duchas. Por todas partes había hombres desnudos, muchos de ellos ya sin toalla ni nada que les tapase mostraban orgullosos sus cuerpos trabajados con esfuerzo en el gimnasio. Los dos se metieron en las duchas para enjabonarse un poco con un gel que olía a desinfectante que había por allí. El ambiente era húmedo y hacía calor, Pol estaba tan nervioso que le temblaba la mano incontroladamente y cuando Marc le hablaba sólo podía soltar una risita nerviosa, incapaz de decir palabra. Al cabo de unos minutos, Marc le hizo una señal y juntos atravesaron una puerta al fondo del pasillo, la cual daba a una sauna húmeda. Allí dentro Pol estaba más nervioso, ya que apenas se veía pues el vapor impedía ver más allá del metro de distancia, solo se conseguía apreciar unas tenues sombras que se movían sigilosas amparadas por el anonimato que daba la oscuridad. Tampoco se oía casi ningún sonido, solo un leve jadeo que no se sabía muy bien de dónde venía, si de los bancos situados en la pared o de las dos sombras que estaban sospechosamente juntas al otro lado. Las paredes estaban forradas de azulejos y los dos chicos se sentaron en uno de los bancos. Pasó un buen rato sin que ocurriera nada, y Pol ya se iba tranquilizando poco a poco y decidió cerrar los ojos, esperando que pasara el momento lo antes posible. Empezó a pensar y a recordar en esos momentos a su amiga Rosa, a Richard, a su familia allá lejos de todo aquello en Galicia. Era todo tan diferente a como se lo había imaginado, nunca pensó que existieran sitios así, ¿el ministerio de Sanidad conocía la existencia de esos locales?, ¿y no los clausuraba?, ¿o es que los altos funcionarios del ministerio también eran gays y los frecuentaban? Chueca empezaba a resultar un contraste curioso, desde las luminosas y estrafalarias cafeterías, a los bares y restaurantes de diseño, a los espectáculos de locas y travestis, hasta llegar a las saunas de vapor llenas de hombres o los cuartos oscuros. «Realmente hay otros mundos, pero están en éste» pensó para sí.

Un leve cosquilleo lo sacó de sus pensamientos y le hizo abrir los ojos. Una mano se deslizaba lentamente por su pierna, acariciándolo. Miró a su derecha y vio la sombra de un hombre, aparentemente alto y bien formado, que parecía mirarle a través del vapor, aunque su cara apenas era reconocible por la oscuridad. Pol estaba tan nervioso que se vio incapaz de reaccionar, y el desconocido se lo tomó como una aprobación, con lo cual su mano se volvió mas impulsiva y descarada y se dirigió hacia zonas mas íntimas de su cuerpo. Pol era un manojo de nervios y estaba petrificado. Buscó a Marc con la mirada, pero con tanto vapor no veía nada. Ahora el hombre tenía las dos manos sobre él, y aún una tercera mano surgió de las sombras tocándole por la izquierda. Otro hombre se había sentado al otro lado y empezó también a sobarle. Pol se sentía raro, por un lado estaba enormemente nervioso y se sentía incapaz de actuar, pero por el otro no pudo evitar sentirse excitado por el magreo al que le estaban sometiendo los desconocidos. Uno de ellos decidió pasar directamente a la acción, apartó su mano y con una habilidad nacida de la experiencia se abrió paso a través de la toalla de Pol con su cabeza, empezando a lamer la entrepierna del muchacho. Pol no podía controlar los impulsos de su cuerpo y se quedó tal cual estaba, sin mover un solo músculo mientras el desconocido empezaba a hacerle una felación. Decidió cerrar los ojos y esperar a que acabara el momento. El otro hombre seguía acariciándole. El chico seguía nervioso, pero no sabía muy bien el por qué esos nervios le provocaban una excitación aún mayor. En un momento abrió los ojos, justo a tiempo para ver cómo se levantaba el vapor por unos segundos y consiguió reconocer a Marc frente a él, al otro lado de la sauna besándose con dos chavales jóvenes, uno de los cuales parecía muy concentrado en los pezones de los grandes pectorales del hombre. Pol miró a su alrededor, por todas partes había hombres follando con otros o tocándose ellos solos mientras miraban. El vapor volvió y la vista se volvió a perder. Pol empezó a jadear, incapaz de controlar sus impulsos, ya perdiendo toda fuerza de voluntad y resistencia, volvió a cerrar los ojos. Pasó su mano por el pelo de la cabeza del hombre que seguía chupándosela y bajó hacia su cuello, pero cuando le tocó los hombros los ojos se le volvieron a abrir como platos y un sentimiento de asco lo invadió a una velocidad asombrosa. El desconocido tenía la espalda llena de pelo. Pol se sintió fatal, no había nada que le diera mas repelús que un hombre en exceso peludo, y la visión que se hizo en su mente de ese hombre de espalda peluda haciéndole una mamada le resultó repulsiva. Apartó la cabeza del peludo y las manos del otro hombre y de un salto se levantó del banco, dispuesto a volver a las duchas y huir de aquel lugar. A los desconocidos no pareció importarles la marcha del chaval, pues automáticamente se liaron entre ellos, parecía que les daba igual con quien, solo buscaban el contacto de la carne.

Pol volvió a las duchas, aunque el gel de allí no le gustaba nada se lavó a conciencia todo lo que pudo, pues se sentía sucio. Volvió a ponerse la toalla en la cintura y decidió esperar en el pasillo a que Marc saliera de la sauna. Parecía que allí corría menos peligro que dentro de aquella olla express llena de vapor y hombres ansiosos. Intentaba no mirar a nadie, hacer como que estaba distraído mirando al techo o al suelo, aunque al paso de algún cachitas cercano no podía evitar desviar la mirada hacia su cuerpo. Finalmente se encontró mirando hacia las duchas, y alguien le sonreía desde allí.

El americano que había conocido en «Rick’s» estaba allí, mirándole fijamente y sonriendo, tal y como hiciera antes en el bar, solo que ahora estaba desnudo y con alguna copa más en el cuerpo. Al principio Pol se sintió cortado, pero el americano era guapo y hacía una evidente exhibición de sus atributos físicos. El gallego tenía que reconocer que tenía un cuerpo bastante bonito, definido sin excesos, sin vello, con pectorales y abdominales marcados, esos que por mas que él lo intentara nunca iba a conseguir. Además era más alto que él y su pelo rubio y ojos azules delataban su extranjería. Su sonrisa era muy llamativa y los dientes blancos como perlas parecían un faro de luz en medio de toda aquella oscuridad. Pol empezó a bajar la guardia otra vez, y el americano aprovechó su oportunidad. Sin decir una palabra, cogió a Pol del brazo y lo obligó a entrar en una especie de cabina individual con puertas blancas. Había bastantes de esas cabinas, algunas estaban cerradas, pero otras estaban abiertas mientras alguien aguardaba en su interior que pasara algún hombre para hacerle compañía. El hombre metió de un empujón a un Pol tieso como un pelele en una de ellas, después se metió él también y cerró la puerta de golpe con rapidez. Pol iba a hablar, pero el americano le tapó la boca con la mano dándole a entender que en esos momentos sobraban las palabras. Sonrió desde lo alto y el chico se quedó como hipnotizado, perdió toda resistencia y decidió, finalmente, dejarse llevar.

Pol no sabía cuánto tiempo exactamente estuvieron metidos en la cabina, pero se imaginaba que bastante. El americano le había hecho de todo, aunque Pol no supo nunca de dónde había sacado el condón, pues las toallas no tienen bolsillos precisamente. El hombre se había ido después sin ni siquiera despedirse, dejándole solo en la cabina. Sin embargo, al contrario de lo que había pensado, no se encontraba tan mal, al contrario, ahora estaba mas relajado y tranquilo que antes. Dicen que después de eyacular un hombre tiene sus momentos de mayor lucidez, tal vez fuera cierto, pues en ese momento Pol se sentía bastante más tranquilo y seguro de si mismo, y no le importó que el americano desapareciese. Recogió su toalla y bajó de nuevo las escaleras para ir en busca de Marc. El pasillo de las duchas seguía lleno de gente, siempre estaba entrando carne fresca al lugar. Pol no conseguía ver a su amigo allí, y haciendo un nuevo esfuerzo de voluntad decidió ir a buscarlo a la sauna de vapor. Esta vez no le importó la vergüenza y decidió ser mas descarado, pues lo principal era salir de allí cuanto antes. Entró en la sauna y no pudo ver nada, así que decidió simplemente llamarlo.

—¡Maaarc!, ¿estás aquí? —Empezó a gritar.

—¡Cállate loca! —Contestó una voz desconocida desde el fondo—. ¿No ves que aquí hay gente intentando follar?

—¡Cállate tu, fea! —Respondió una voz familiar desde el otro lado, Marc aún seguía allí y Pol respiró aliviado al reconocer la figura del hombre acercándose a él.

—Vámonos Marc, llevamos siglos aquí, ya estoy harto.

—Ahora no puedo, estoy con un chaval, sal tú si quieres, en diez minutos estoy fuera.

—¿Otro?, ¿y los dos de antes? —Preguntó Pol sorprendido

—¡Esos ya se fueron hace rato!, tengo que amortizar la entrada. —Dijo él sonriendo—. Anda, ve saliendo, no tardo nada.

Pol finalmente accedió y decidió salir fuera a esperarle en la calle. Aunque tuviera que pasar frío en el exterior seguramente estaría mas seguro que en ese nido de víboras. Salió del vapor y ya se disponía a atravesar el pasillo de las duchas, camino de las taquillas, cuando un hombre alto y moreno le paró poniendo una mano en su pecho.

—Hola guapo, ¿a dónde vas tan deprisa? —Preguntó con voz grave.

—A salir fuera, yo ya he terminado aquí. —Contestó él tranquilamente de forma orgullosa, pues no estaba para perder el tiempo ahora con otro desconocido.

—Si quieres podemos salir fuera juntos, te puedo llevar a un sitio muy especial.

—¿Qué sitio? —Pol decidió seguirle el juego un rato, podría ser divertido.

—¿Qué te parece si vamos a la Casa de Campo? —Propuso el desconocido mientras sobaba los hombros y el pecho a Pol—. Allí podría hacerte algunas cosas morbosas… puedo pisarte mientras me comes los pies, si quieres…

—¿Pisarme? —Preguntó Pol entre sorprendido y asqueado.

—Sí, y después puedo atarte a un árbol y follarte, y mearte encima. —Dijo el hombre, ya lanzándose de lleno y asqueando aún mas al chico—. Y después te dejaré allí atado y abandonado para que te encuentre la policía por la mañana. ¿Quieres?, puedes ser mi perro particular esta noche.

—O sea, ¿que quieres pisarme, atarme, follarme, mearme y abandonarme en el campo? —Preguntó el chico sorprendido, y el desconocido asintió con la cabeza y una sonrisa—. Pues no gracias, si hubiese querido que me hicieran todo eso me hubiese hecho político o cura. ¡Adiós!

Pol se abrió paso apartando al hombre con su brazo mientras éste le dedicaba una mirada de decepción y desprecio, pero tan rápido como se volvió ya se olvidó de él, dispuesto a buscar una nueva víctima. El chico llegó a las taquillas, se vistió, entregó la toalla en la consigna y salió al exterior. Pol se sentía diferente. Primero porque la piel se le había quedado estupenda, muy tersa y lisa, realmente estaba alucinado con el tema de la sauna, casi valía la pena sólo por cómo se le quedaba de bien la cara, pensó. Decidió sentarse en la acera a esperar a que saliera Marc, y mientras mandó un mensaje de texto por el móvil al teléfono de Richard. Estaba seguro de que al ingles le divertiría saber cómo había ido su noche y esperó ansioso su respuesta. «Aunque lo más probable es que esté dormido, o follando con Carlos». A los cinco minutos recibió un aviso en su teléfono móvil, era la contestación del inglés. «M alegro q tu finde haya sido bien, mejor q el mio, Carlos mal, yo peor, ya t contaré» era todo lo que ponía en el mensaje, el cual estaba escrito en ese nuevo lenguaje abreviado que había promovido el teléfono móvil. Pol se quedó sorprendido y se sintió mal por el mensaje. ¿Qué le había pasado a Richard? ¿Había hecho Carlos algo?, Pol siempre fue muy hipocondriaco, y se sentía mal enseguida por cualquier cosa. Había empezado a apreciar al inglés y no le gustaba que le hiciesen daño. Sintió la tentación de llamar para averiguar qué pasaba, pero desistió de hacerlo por miedo a meter la pata, sin embargo no conseguía apartar de su mente al inglés. Un mensaje así no era propio de él, que siempre estaba alegre. Cuando ya estaba a punto de mandarle otro mensaje, incapaz de aguantar más la duda, Marc salió de la sauna sonriendo y satisfecho, ignorante de las últimas noticias del inglés.

—¡Vámonos ya Pol! —Dijo con entusiasmo, pero vio la cara del chico muy serio y preguntó—. ¿Qué te pasa?, ¿alguna mala noticia?

—No lo se, un amigo que creo que se encuentra mal, no me ha dado muchos detalles. —Contestó, y volvió a guardar su teléfono móvil en el bolsillo, evocando una vez más en su memoria el recuerdo de Richard con nostalgia y sincero aprecio.