2 Cuéntame al oído
Octubre.
Como era de esperar, Pol y Richard llegaron tarde a clase. Cuando al fin consiguieron entrar al aula, todo el mundo ya estaba sentado escuchando la presentación del primer profesor, así que después de llamar a la puerta y pasar la vergüenza de ser observado por todo el aula y soportando la mirada de desprecio del catedrático, se dirigieron a los bancos del fondo, aún sin ocupar. En ese momento Pol pensó que hubiese sido mejor faltar a la primera clase que haber pasado por ese mal rato. A Richard todo le daba igual, hacía mucho tiempo que había perdido la vergüenza. La cara aún le ardía a Pol mientras tenía la mirada distraída evitando cruzarla con la del profesor mientras éste seguía con su presentación. Se fijó en el aula, habría en esos momentos unos 80 o 90 alumnos en ella, grandes bancos de madera y una triple pizarra al fondo. Buscó tímidamente con la mirada una cara conocida, la de su amiga Rosa que había venido como él desde Galicia, pero no la encontró. Richard mientras tanto a medias escuchaba al profesor, a medias mandaba un mensaje por el teléfono móvil vete a saber a quien.
Esas primeras horas se le hicieron muy largas a Pol, mas de lo que esperaba, y aún se quedó con la duda de si fueron así de largas por la vergüenza que había pasado a la entrada, por el mal genio y la cara avinagrada del profesor, o por lo tedioso de la explicación del temario del curso. Finalmente la clase acabó, y aquella figura de cera del museo del horror disfrazada de catedrático universitario que les había estado aburriendo salió del aula, lo cual provocó una auténtica tormenta de gritos y barullo que explotó procedente de los aburridos estudiantes, deseosos de estirarse y hablar un poco. En ese momento Richard se puso a hablar con todos los que estaban a su alrededor, autopresentándose. «Lo que le gusta a este chico ser el centro de atención», pensó Pol, que ya se disponía a unirse a la conversación, pues no pensaba quedarse fuera de las presentaciones, pero un golpe en su cabeza lo hizo volverse sorprendido. Se encontró con la cara que había estado buscando antes. Rosa, su amiga de la infancia que había venido a estudiar a Madrid la misma carrera que él, lo miraba sonriendo haciendo un guiño de complicidad.
—Veo que hay cosas que no cambian Pol. También aquí llegas tarde a clase. —Dijo Rosa riendo mientras le daba un beso en la mejilla.
—¡No ha sido culpa mia, carallo! —Se disculpó Pol—. Sino del tráfico infernal de esta ciudad.
—Bueno, ¿qué tal la casa?, la última vez que te vi fue al terminar el curso en el instituto, cuando los dos decidimos venir aquí. —Rosa tenía un acento gallego aún menos pronunciado que el de Pol, debido sobre todo a que su familia en realidad no era gallega.
—Sinceramente, en casa de mis padres vivía mejor. —Contestó Pol sonriendo—. Pero no me puedo quejar, todos los vecinos son mas viejos que el edificio, así que por lo menos es una comunidad silenciosa.
Los dos se rieron ante ese comentario. Siempre fueron buenos cómplices, se habían contado sus secretos desde niños y su amistad era fuerte. En ese momento Richard volvió junto a Pol para averiguar quién era la chica con la que estaba hablando, pues el inglés era un cotilla irremediable y no le gustaba que pasara nada a su alrededor sin que él se enterase. Pol les presentó, y los dos se besaron y se sonrieron, pero antes de que pudieran decir nada, un hombre con traje entró por la puerta del aula y empezó a gritar que el profesor de la siguiente clase no había venido hoy y tenían el resto de la mañana libre, lo cual provocó una nueva ola de júbilo entre los estudiantes.
Pol y Rosa decidieron tomar un aperitivo en la cafetería, y Richard, tras despedirse de unas cuantas personas que acababa de conocer pero a las que ya trataba como si fuesen amigos de toda la vida, los acompañó. Mientras iban por el pasillo, Pol se dio cuenta de que Richard sería muy popular, pues de repente un grupo de tres compañeras le pararon y se pusieron a hablar con él, y el inglés, que era de todo menos antisociable, les pidió a Pol y Rosa que esperaran un momento. Entonces Rosa se acercó a Pol y le susurró al oído mientras no quitaba ojo del inglés.
—Oye, tu amigo Richard parece que va a tener éxito. —Y añadió—. La verdad es que está muy bien, a mi también me gustaría conocerle mejor. —Rosa tenía esa estúpida sonrisa de felicidad que se le pone a uno cuando ve algo bonito.
—Pues mas que mi amigo, es mi compañero de piso, apenas le conozco aún. —Pol también miraba al inglés fijamente, mientras éste se reía con las tres lobas que le habían asaltado.
—¿Es tu compañero de piso? —Rosa se volvió rápidamente para mirar a Pol—. ¡Qué interesante!, creo que tengo que ir a ver vuestra casa cuanto antes…
—No te emociones tan pronto Rosa. —Pol se reía por dentro—. Creo que éste no te va a hacer mucho caso, no es de los tuyos.
—¡Ya estamos! Tu siempre estás pensando que todo el mundo es gay. —Replicó ella indignada—. Pues no, solo porque sea un chico guapo no tiene por qué serlo. Nosotras también tenemos derecho a ligarnos a extranjeros buenorros.
—Tu podrías ligarte a quien quisieras Rosa, siempre te lo he dicho. —Pol sabía como endulzarla y volvió a fijar la vista en el inglés—. Pero tengo mis sospechas, ha llenado el baño con un montón de botes de cremas rarísimas del Body Shop.
—¿Y eso que tiene que ver? —Rosa no quería ceder y creer a su amigo—. Ahora los hombres se cuidan, ¿sabes que el metrosexual está de moda?, y éste es inglés, seguro que lo sabe muy bien, seguro que es culto e inteligente, aseado y cuida mucho su imagen personal.
—Si, y también escucha a las Spice Girls mientras desayuna…
—¿Ah si? —Ahora Rosa estaba sorprendida—. Entonces retiro lo dicho, es gay. —Y se dio la vuelta como si tal cosa.
Pol se rió y fue detrás de ella. La cogió de los hombros y los dos se sonrieron. Richard ya había terminado con las lobas y corrió detrás de la pareja, alcanzándolos al poco rato. La cafetería no estaba lejos y llegaron pronto pero, a pesar de ello, ya estaba llena de gente. «Parece que aquí nadie estudia, solo vienen a fumar porros y beber café» pensó Pol al ver la cafetería en ese estado de saturación en pleno horario lectivo. Rosa fue al aseo y Richard encontró una mesa libre, la cual estaba llena de tazas y vasos de plástico, servilletas y algún que otro cigarro aplastado. En estos casos lo mejor era hacer de tripas corazón e intentar limpiar un poco ese desorden antes de sentarse, recomendando siempre no mirar los restos que había por el suelo, algunos de los cuales, Pol podría jurar que se movían solos y no habían sido aún investigados por la ciencia. Rosa regresó del aseo y Pol pidió café para los tres, así como una bolsa de patatas fritas, que era la única comida que les quedaba a los de la cafetería. Los tres se sentaron junto a la mesa y empezaron a hablar animadamente. Rosa le reía todas las gracias a Richard mientras Pol ponía los ojos en blanco a cada carcajada de ésta, un poco cansado de tanto flirteo que él consideraba inútil. Richard empezó a decir que Pol parecía muy serio, que tenía que abrirse mas y ser mas divertido, a lo cual él empezó a hablar para defenderse hasta que una música estridente lo interrumpió. Sonaba «Mamma Mia» de Abba en su móvil, y ante su mirada de disgusto sólo podía tratarse de una persona, su madre. Se disculpó con sus amigos y les dijo que se iba fuera de la cafetería a contestar la llamada, pues seguramente le iba a llevar un buen rato. Ese fue el momento que Rosa encontró mas adecuado para hablar a solas con Richard y así poder intimar con el inglés.
—Bueno Richard, dime, que tal en España, ¿conoces a mucha gente? —Dijo ella mientras acercaba su silla a la del chico rubio.
—La verdad es que aún no. —Dijo él mientras se movía un poco en su silla, un poco incómodo ante el acercamiento de Rosa—. Apenas conozco a Pol, pero quiero conocer mucha gente aquí en Madrid.
—Vale, de momento ya me has conocido a mi. —Soltó Rosa con una pequeña risita.
—Si, eres buena amiga de Pol. —Richard no sabía muy bien como reaccionar—. Parece que os lleváis muy bien.
—Si, nos conocemos desde que éramos niños, tenemos mucha confianza. —Confesó ella mientras bebía el último sorbo de café sin apartar los ojos de él—. Por cierto, ¿qué te parece Pol?
Richard vio la oportunidad perfecta para desviar el tema de conversación de ella y él, y enfocarlo hacia otro que haría que Rosa no se le pegara más y le permitiera averiguar cosas.
—Pues, la verdad es que Pol me parece chico muy guapo. Even a hot guy. —Dijo sonriendo y sosteniendo la mirada de Rosa. Y ella no sabía que contestar ante ese comentario.
—Aaahhh… pues si… Pol es… muy majo. —Rosa empezaba a darse cuenta que había metido la pata… como tantas veces antes—. ¿Te gusta Pol?
—No para mí. —Richard volvía a encontrarse seguro—. Pero me parece que será buen compañero mientras yo esté aquí. Creo que será divertido, espero que me enseñe ambiente gay de Madrid.
Este último comentario desató la carcajada de Rosa, la cual ahora había olvidado su atracción hacia el inglés con la misma rapidez con la que había surgido. Rosa se comió una patata de la bolsa para hacer una pausa y pensó qué le iba a decir a Richard. Si el inglés esperaba que su amigo le enseñara algo del ambiente estaba muy equivocado, pues ella sabía que Pol aún era una polilla que no había conseguido salir del armario y sólo ella sabía su secreto.
—¿Por qué dices eso?, ¿crees que Pol también es gay?
—Of course! Claro que lo creo. —Dijo él tranquilamente—. Hay un sexto sentido you know?, lo supe desde primer momento que le vi. Pero esperaba que tu me confirmases.
—¿Yo? Creo que deberías preguntárselo mejor a él. —Rosa se vio de repente en un compromiso.
—Ok, yo preguntaré, pero no quiero equivocarme. —Richard se acercó más a Rosa, y esta vez era ella la que se apartaba—. Cuéntame al oído, no le voy a decir que fuiste tú quien me dijo.
Rosa, que siempre había sido una cotilla sin remedio y la encantaba el petardeo, no pudo resistir la tentación y acabó confesándole al inglés la verdad, tras lo cual los dos se miraron, empezaron a sonreír y acabaron riéndose en un alarde de complicidad. Justo en ese momento Pol volvió, y los encontró en esa situación, sin saber por qué se reía la parejita. Pensó que debían de estar flirteando mas directamente que cuando los dejó. Sin embargo decidió que ya era tarde y debían volver a casa, había quedado con la casera y no podían retrasarse más, además quería presentarle a Richard como nuevo inquilino del piso.
—Vamos Richard, tenemos que volver a casa. Hoy viene a vernos la casera, la señora Matas. —«Apropiado apellido para esa arpía» pensó mientras decía esto.
—Espera, tenemos que acabar antes aperitivo. —Contestó él señalando la mesa.
—Si… menuda comida. —Pol puso una cara de desprecio—. Café con patatas fritas, si se lo hubiera dicho a mi madre sería capaz de enviarme comida por correo. ¡Qué pesada que es!, venga, deja las patatas y vámonos.
—Ok, ¿vienes con nosotros Rosa? —Preguntó Richard haciéndole un guiño de complicidad a la chica.
—No, yo tengo que ir a casa de mis tíos. —Se disculpó ella—. Allí es donde vivo mientras estudio aquí. Siento que Pol tenga que vivir en un piso alquilado, pero en casa de mis tíos no había mas sitio y…
—Pues yo no lo siento. —La interrumpió el inglés mientras dirigía la mirada a Pol—. Así Pol y yo compartimos piso y podemos conocernos mejor. The nearer, the funnier.
Pol se sintió un poco incómodo y avergonzado ante esa mirada que parecía atravesarle, y decidió cortar por lo sano y le animó una vez mas a irse de aquel lugar. Rosa se despidió de los chicos y éstos volvieron a la parada del autobús, solo para comprobar que tendrían que volver a esperar un buen rato hasta que pasara otra vez. Y aunque Pol estaba nervioso, no era por el mismo motivo que el de la ida. Se imaginaba que Richard sabía lo suyo, y eso no le gustaba, él siempre había sido muy discreto, y si bien no se avergonzaba de nada, tampoco le gustaba airear su vida privada con desconocidos.
En casa se encontraron con la casera, que ya estaba esperando en la puerta, a pesar de que aún faltaba media hora para la cita. La señora Matas era la típica viuda jubilada con varios pisos de su propiedad, heredados de su difunto marido, y de cuyos alquileres vivía casi en exclusiva. Sin hijos, y sola desde hacía mucho tiempo, la anciana había desarrollado un mal genio que la hacía muy poco sociable. A Pol no le caía bien, pero Richard pensó que era una viejecita adorable, a pesar de que ella le sermoneó mucho sobre la limpieza del piso, convencida de que la fama de guarros de los ingleses era cierta, tras estar segura de haberlo visto en algún documental de la tele, y así se aseguró de contárselo a los chicos. Finalmente la señora se fue y los dos se sentaron en el sofá, como quien se quita un gran peso de encima. En ese momento Richard vio el momento para atacar, Pol estaba desprevenido.
—Pol, quiero pedirte una cosa. —Empezó a decir
—Bueno, pero que no sea importante. —Respondió él, echando la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos—. Que estoy muerto y soy capaz de echarme una siesta ahora mismo.
—Me gustaría conocer Chueca. En England he oído hablar de ese barrio. —Pol abrió de repente los ojos, como si le hubieran dado un martillazo—. No conozco nadie en Madrid, me gustaría ir contigo.
—¡Carallo!, y… ¿por qué yo? —Comenzó a decir dubitativo el gallego.
—Pues porque se que tu eres gay. —Contestó el inglés sin dudar un momento—. Y creo que puede ser divertido para ambos.
—Ahm… no se de donde sacaste esa conclusión, pero no tienes que pensar…
—Rosa me lo dijo. —Interrumpió sin dejarle terminar su frase, y Pol se quedó sin aliento un momento—. Pero no importa, solo quiero que salgamos por ahí y divertirnos, me apetece conocerlo. Para eso he venido a España, para conocer cosas.
Al final Pol tuvo que prometerle a Richard que le llevaría a Chueca, aunque admitió que no conocía el barrio y que nunca había estado en un bar de ambiente. El ambiente siempre le había parecido excluyente al gallego, y desde siempre se había negado a ir a un bar de ese tipo, aunque lo que él no confesaba era que en realidad le daba vergüenza y no se atrevía, pero disfrazaba su inseguridad de un falso progresismo anti-guetto. Esa era una opinión muy extendida entre amplios grupos gays, ¿eran los locales de ambiente máquinas de automarginación?, ¿era Chueca realmente un guetto?, se habían leído varios artículos de opinión al respecto en la prensa, pero las posturas eran bastante opuestas. Como siempre, la marcha natural de los acontecimientos a lo largo de la vida había hecho que la balanza se inclinara hacia uno de los dos lados, y la prueba contundente de la realidad era demoledora. Por mucho que algunos insistiesen, Chueca no era un guetto, pues en ese pequeño barrio bohemio que recogía la post-modernidad mas dinámica de Madrid se mezclaba todo tipo de gente, y los dos chicos iban a descubrirlo muy pronto. A Richard todo eso le divertía aún mas y pensó que sería un descubrimiento bueno para ambos. Pol solo pensaba en que al día siguiente tenía que acordarse de estrangular a su «amiga». Rosa.