15 La funcionaria asesina
Mayo.
La clase de ese día resultaba especialmente tediosa a Pol. Odiaba tener clases por la tarde, y más un viernes. Además ese día hacía un sol estupendo que invitaba a salir a la calle, en lugar de encerrarse en un aula escuchando los aburridos monólogos del profesor. Tuvo que hacer un auténtico esfuerzo para no cerrar los ojos, somnoliento y harto de escuchar sus repetitivas palabras. Rosa lo recriminó. Ella no paraba de tomar apuntes y prestar atención a las explicaciones. Susurró que como siguiera así no iba a aprobar ninguna asignatura en Junio. Pol se encogió de hombros. Estaba tan aburrido que ya le daba igual aprobar o suspender. Miró al otro lado y sonrió al ver que Richard también estaba medio dormido. El inglés le miró e hizo un guiño de complicidad. Los dos suspenderían esa asignatura juntos, eso seguro. Rosa los ignoró y siguió prestando atención al profesor. Cuando al fin terminó la clase ya eran casi las 6 de la tarde. Los tres chicos tomaron unos cafés en un bar cercano mientras tejían sus planes para ese fin de semana.
—Hoy quedamos para cenar con Marc. —Comentó Pol a Rosa—. Me dijo que si quieres podrías venir. Hace tiempo que no te ve.
—No puedo… —Se lamentó ella. —He quedado con mi novio.
—A ver si nos presentas algún día a tu nuevo novio. Como tengamos que esperar tanto como esperamos con Leo nos vamos a hacer viejos.
—Si, deberías hacernos caso. —Intervino Richard sonriendo—. No te vaya a pasar lo mismo de la otra vez, don’t forget.
—No deberíais ser tan duros con Leo… —Murmuró ella tímidamente.
—¿Cómo? —Preguntó sorprendido Pol—. ¡Carallo, pero si fuiste tú la que le tiró el móvil que te regaló a la cara! Ese tío no es de fiar…
—Bueno, da igual. —Zanjó ella sin querer hablar más del tema.
—Jo, es que últimamente solo salimos Richard y yo. —Se quejó Pol—. A veces se apunta Marc, pero ya nunca nos juntamos todos…
—¿Y Tony? —Preguntó la chica.
—Dice Marc que está enfermo otra vez. O ese chico duerme demasiado con el culo al aire o es un imán para las gripes, porque si no, no me lo explico. —Contestó mientras ella sonreía ante el comentario.
—En serio, me gustaría ir a cenar con vosotros. Pero no puedo.
—Bueno, otra vez será. —Pol se encogió de hombros poniendo cara de pena—. Ahora solo nos queda hacer un poco de tiempo antes de la cena.
—Podríamos ir a un cibercafé, Pol. —Propuso Richard.
—¿Para qué?
—Pues porque tengo que mandar unos emails a mi familia.
—¡Venga ya! —Espetó el gallego—. Si tú pasas de tus padres, dime cuál es la verdadera razón.
—Podríamos chatear con alguien y quedar cena con él. Será divertido conocer a alguien nuevo. Nos reímos y ya está. —Confesó el inglés guiñándole un ojo.
—Me imaginaba que sería algo así. —Soltó Pol con un bufido—. Siempre estás igual.
Rosa se rió de los comentarios de los chicos. Pensó que siempre discutían igual que si fueran un matrimonio. La chica se despidió de los dos y los dejó en la puerta del local que anunciaba las tarifas de Internet mas baratas de todo Madrid. Pol era muy reticente a esos sitios, pero su amigo lo empujó entusiasmado hacia uno de los ordenadores de la parte trasera del local, uno que estuviera en un sitio bien discreto desde el que nadie nada más que ellos pudiera ver la pantalla. «Así si vemos la página personal de algún tío con fotos guarras no tendremos mirones» dijo el inglés sacando la lengua. Pol mientras tanto, puso los ojos en blanco, como solía hacer ante esos comentarios. Se sentaron frente al ordenador y Richard, con una maestría nacida de la experiencia, entró rápidamente a todas las páginas de contactos y chats que conocía. Por la pantalla pasaron fugazmente los sitios gays mas populares de la red, gaydar, chueca, bakala, mensual… Pol no terminaba de entender cómo su amigo podía aclararse entre tanta ventana, llegó a verlo chateando hasta con seis personas a la vez, tan pronto era capaz de mandar su foto por email a uno mientras saludaba a un tal «joven21morboso», visitaba la página personal de gaydar de otro, leía el chat general y hacía comentarios a Pol sobre las fotos de sus ligues. «Este si que es multitarea y no el Windows» pensó Pol divertido.
—¡Uhm, here… this is cute! —Exclamó el inglés al fin.
—¿Por qué?, si ni siquiera tiene foto… —Murmuró Pol, un poco harto de aquello.
—Si… pero mira la descripción: 1.85 de alto, fuerte, moreno, buenas piernas… y dice que es militar. Uhm… hunky horny man!!
—Seguro que lo que te pone es el uniforme. —Dijo Pol riendo.
—Of course! —Afirmó él—. Le voy a decir que venga a la cena con nosotros.
—¡Pero si no le conocemos de nada!
—¡Pues por eso, para conocerle!
—¡Pufff! A Marc no le va a gustar que nos presentemos con un desconocido. —Bufó Pol, que ya se veía como siempre, incapaz de convencer a Richard para que cambiara de idea.
—No te pongas celoso… vamos a buscarte otro para ti.
—¡Carallo, a mi no me metas en líos! —Exclamó Pol alarmado.
—Look this… he’s handsome. —Dijo ignorando sus quejas y señalando en el monitor una de las ventanas—. Es tan alto como yo y dice que está cachas y que es súper activo, éste te gustará.
—¡Oye, que yo soy versátil! —Protestó Pol indignado.
—Sí, claro, claro… —Contestó un condescendiente Richard riéndose.
Pol se quejó un poco más, pero ya sabía que era imposible que su amigo cambiara de idea. Al final el inglés apalabró las citas con los dos desconocidos. El militar que Richard quería ligarse iría a cenar con ellos y con Marc, y el otro cachas alto que encasquetó a Pol les encontraría después junto a la estatua del oso y el madroño en la Puerta del Sol. Pol juró que si Richard lo había citado con un loco se vengaría, el inglés se rió diciendo que si al final se lo tiraba tendría que agradecerle el favor. Pol se quedó refunfuñando, llevado una vez más por la inercia del descaro de su amigo.
Más tarde se encontraron con Marc, al cual habían avisado por teléfono de sus planes para esa noche. El hombre se había reído con la descripción de Richard de sus ligues y de los recelos de Pol. Como siempre había escuchado al gallego llamar en broma «idiota» a su amigo. Los tres quedaron en la Plaza de Isabel II, más conocida por todos los madrileños como Ópera, nombre que le venía por su edificio más famoso, el Teatro Real. Como aún tuvieron que esperar un poco más decidieron dar una vuelta por allí los tres.
—La primera vez que vi el Palacio Real yo apenas tenía doce años. —Comentó Pol mientras admiraba la iluminada piedra blanca del edificio al caer la noche—. Vine en una excursión del colegio.
—Es bonito… —Dijo Richard no muy entusiasmado. —Me recuerda a Buckinham Palace de Londres.
—Ya quisiera esa choza parecerse al Palacio de Oriente. —Espetó Marc sonriendo.
—By the way… ¿Por qué se llama de Oriente si está en la zona occidental de la ciudad? —Preguntó el inglés curioso.
—Pues… porque… —El hombre se quedó dudando sin saber que contestar. —Anda, dejemos de hacer turismo, que vamos a llegar tarde a tu cita con el militar ese… —Dijo al fin, para salir del apuro.
Los tres, sin esperar más, se dirigieron al lugar de la cita. Esa noche iban a cenar en una «Vaca argentina», una de las franquicias de restaurantes mas populares. Buenos filetes y precios razonables dentro de un servicio de calidad aceptable. Además todos tenían ganas de carne fresca esa noche, unos mas que otros, pero a nadie le amargaría un dulce. Richard esperaba impaciente a que llegara su gran filete en forma de tío buenorro. Esperaron un rato en la puerta a que llegara el desconocido mientras el inglés relataba una y otra vez la descripción del tipo, pues al no tener foto se quedaban mirando a todos los que pasaban con cara de bobos. Richard dijo que tenía que ser un tipo alto, moreno, fuerte, con cara de bruto y todas esas cosas. Al cabo de un rato un tipo se acercó a ellos y se identificó como el hombre que esperaban. El desconocido resultó ser igual o mas bajo que Pol, «fuerte» debía significar gordo y además olía mal y venía con una barba guarra sin afeitar. Por lo menos era moreno.
—Bueeeno. Pues ya estamos aquí. —Comentó Pol aguantando la risa mientras se sentaban junto a la mesa, ya dentro del restaurante—. Qué bien… ¿verdad Richard? —Dijo sonriéndole y guiñando un ojo irónicamente.
—Ajá. —Contestó él escuetamente sin levantar la mirada de la carta. No quería ver al monstruo con el que había quedado.
—Bueno, pues… —Empezó Marc rompiendo el hielo, visto que el inglés no estaba muy por la labor. —Richard nos ha comentado que eres militar—. Le dijo al desconocido.
—Sí, aunque sólo hago funciones administrativas.
—¡Aaahh, claro! —Afirmó Pol mirando de reojo a Richard, que cada vez estaba mas mosqueado—. No eres un hombre de campo.
—No… oye una cosa. —Dijo el hombre mientras levantaba la nariz, olisqueando el aire en un gesto que Pol observaba divertido y lo recordaba a un perro—. ¿No oléis algo raro?
—Yo no huelo nada. —Contestó el gallego—. Tan sólo nuestras colonias como mucho.
—Ah, es eso. —Afirmó el militar satisfecho—. Es que parece que os habéis echado medio bote.
—Bueno… nos gusta oler bien.
—Yo es que soy alérgico a las colonias.
—Carallo… ¡quien lo diría!, ¿verdaaad Richard?
Richard soltó un bufido y Pol le dio un codazo por debajo de la mesa. Le susurró sin que nadie más lo oyera que ya que les había metido en aquel lío al menos se comportara. El inglés no hizo caso al militar durante toda la cena y se limitó a contestar sus preguntas con monosílabos. El ambiente era un poco tenso y después de salir de allí el desconocido anunció que se marchaba, para alivio de todos. Cuando los tres amigos se volvieron a quedar solos se encaminaron, calle Arenal arriba, hacia la Puerta del Sol. Richard seguía enfadado sin poder creerse su mala suerte.
—What a fake!, «militar buenorro»… liar!! —Repetía refunfuñando una y otra vez.
—No te pases, en el fondo era un hombre muy majo. —Se rió Pol—. Un poco cerdo, pero majo al fin y al cabo.
—Tampoco le llames cerdo sólo por no echarse colonia. —Entró al trapo Marc, también divertido ante la posibilidad de picar a los dos chicos—. No todos van a oler a zorrón como tú.
—No, si yo no lo digo por la colonia, sino por su manera de comer las costillas de cerdo con las manos, ¡menudo pringue!
—¡Callaos ya los dos! —Exclamó Richard mosqueado, y los dos se rieron.
—Deberías elegir mejor tus ligues… —Aconsejó Marc.
—Ese tío me engañó. ¿Por qué la gente miente en sus descripciones por Internet? —Se preguntó indignado.
—Pues porque si te hubiera dicho la verdad entonces no habrías quedado con él.
—¡Pero eso es una tontería!, si luego nos vemos y no es como me dice tampoco vamos a hacer nada.
—No te creas, que si lo hacen es porque la táctica les funciona. Seguro que muchos, con el calentón a cuestas, y ya a esas alturas les da igual con quién montárselo. Y estos feos se aprovechan de esas situaciones.
—Ese tío ni era alto ni estaba fuerte.
—Sigue mi consejo, Richard. —Continuó Marc—. «Fuerte» en Internet significa gordo, suma al menos 4 o 5 años a la edad que te digan, resta unos cuantos centímetros a la altura y suma kilos. ¡Ah! Huye de los que te digan que son «guapetes y majos», «poco pelo» es «calvo total», «velludito» es que es un oso de las cavernas, «madurito» es uno que tiene mas años que Sánchez Dragó y se conserva igual que él, los que dicen que buscan amistad en realidad quieren echar un polvo rápido y olvidarse, y cuando te confiesan que son versátiles en realidad son mas pasivos que Pol…
—¡Oyeee, que soy versátil! —Protestó el aludido con un grito.
—Bueno, sea lo que sea, lo mejor es pedir la foto antes para que no te lleves estas sorpresas.
—Pareces una especie de consejero espiritual. —Sonrió Richard ante esas recomendaciones—. Como un maestro de esos orientales que instruyen a sus alumnos.
—Si, como un Buda feliz. —Añadió Pol divertido—. La calva ya la tienes.
—¡Eh, que yo voy rapado! —Se quejó Marc.
—Pues eso. —Dijo Pol sacando la lengua y devolviendo el pique de antes.
Los tres se alejaron de Ópera sin dejar de charlar y subieron por la calle Arenal hacia la populosa Puerta del Sol, la cual el viernes por la noche estaba a rebosar de gente. Toda clase de grupos heterogéneos cruzaban ese punto neurálgico de la vida madrileña. Siniestros, mendigos, pijos, inmigrantes, fachas, locas, alternativos, petardas, chaperos, ladronzuelos, turistas, jubilados, putas, clientes, barrenderos y hasta periodistas con una cámara de televisión, todos tenían su lugar entre el reloj mas famoso del país y la estatua de Carlos III, el mejor alcalde de Madrid. Ése era uno de los lugares de citas mas populares en toda la ciudad. Cuando llegaron, se fijaron en que, al parecer por la multitud que frecuentaba los alrededores de la estatua del oso y el madroño, no habían sido los únicos en citarse allí. «Encontrar aquí al tipo ese va a ser como buscar una aguja en un pajar» pensó Pol, aliviado ante la posibilidad de no tener que pasar por el bochorno de una cita con un desconocido. Tras ocupar el hueco que habían dejado libre unos ecuatorianos, consiguieron colocarse al pie de la pequeña estatua y esperaron. Los tres charlaban animadamente, pero al cabo del rato ya se empezaron a impacientar y Marc comentó que a lo mejor el ligue de Pol no vendría. Los plantones no eran extraños entre las citas de Internet.
—Este no viene. —Comentó Marc—. Se le pasó el calentón y se ha rajado.
—¿Cómo que se le pasó el calentón? —Preguntó Pol.
—Si, muchos de los quedan por Internet lo hacen motivados por el calentón del momento. Están mas cachondos que una mona y enseguida dicen de quedar. Pero después se hacen una paja en casa, se corren y ya se les pasan las ganas y no van a las citas.
—No hacía falta ser tan explícito, Marc. —Regañó el chico con cara de asco y el hombre se encogió de hombros.
Decidieron esperar 10 minutos más para ver si finalmente aparecía. Pol no estaba especialmente disgustado, ya que casi prefería salir con sus amigos a divertirse que tener que aguantar a un desconocido. Después de todo la idea de la cita había sido de Richard y, viendo cómo había salido la suya, era casi mejor no tentar a la suerte. Los tres se quedaron callados un momento y al rato un hombre bastante mayor se quedó mirando fijamente a Richard. El inglés le ignoró pero el desconocido seguía mirando. Marc dio un codazo al chico al darse cuenta de aquellas miradas, pero Richard cruzó los ojos poniendo una mueca de asco que indicaba que aquel tipo no le gustaba nada de nada. El desconocido se acercó al fin al inglés mientras Marc no perdía ojo de todo aquello. Pol, como siempre en su nube, no se había enterado de nada y se había quedado embobado mirando a la marabunta de gente que atiborraba la calle.
—Hola… —Empezó a decir el desconocido. —Me gustas.
—Vale, qué bien. —Dijo secamente el inglés.
—¿Cuánto? —Preguntó el hombre con una sonrisa maliciosa.
—¿Cuánto qué?
—¿Cuánto cobras? —Insistió el desconocido—. Quiero pasar un rato contigo.
Richard abrió los ojos mientras alucinaba, ese hombre se pensaba que era chapero. Antes de que pudiera abrir la boca para replicar Marc se adelantó, divertido ante aquella situación. Pol también empezó a prestar atención a aquello.
—Si quieres algo con él, antes tienes que hablar conmigo. —Intervino Marc para sorpresa de todos.
—Muy bien. —Aceptó el hombre, acostumbrado a esas cosas—. Supongo que tú proteges al chico… bueno, ¿cuánto pides?
—200 euros. —Dijo seriamente Marc. Pol alucinaba ante esos comentarios, pero Richard empezó a divertirse con la broma de Marc.
—¡Eso es mucho! —Exclamó el hombre indignado—. No pienso pagar mas de 80 euros.
—Venga, por ese dinero te vas a pagar un saldo a la calle Almirante. Pongamos 150 euros y el taxi.
—¿Pero que es esto? —Susurró Pol en voz baja mientras daba un codazo a Richard.
—Déjale que siga, es divertido. —Contestó el inglés también en voz baja.
—¿Divertido? —Pol estaba sorprendido y avergonzado—. ¡Pero si están regateando el precio para que te acuestes con ese viejo!
—Ya ves, estoy tan bueno que la gente hasta pagaría por mi.
Pol le miró sorprendido y el inglés sonrió. El gallego resopló y avergonzado ante todo aquello decidió alejarse un poco de sus amigos. Marc incluso ya estaba negociando con el desconocido quién ponía los condones. Pol sentía vergüenza ajena, se alejó unos pasos de sus amigos, pero no se fijó por donde iba y se tropezó con una gran mole.
—Perdón… —Se disculpó Pol por pisar a aquel hombre. —Es que no te vi y… —No terminó su frase, el hombre al que había pisado estaba buenísimo y enseguida se quedó embobado, como siempre.
—No importa. —Contestó el aludido con una sonrisa que derritió a Pol—. También ha sido culpa mía.
«No, yo soy el único culpable, por favor… castígame… ¡castígame ahora mismo y durante toda la noche!», pensó Pol mientras admiraba a aquel morenazo de 1.90 y cuerpo espectacular. El grandullón se quedó mirando a Pol con cara de extrañado y el chico empezó a enrojecerse de vergüenza ante esa mirada.
—Oye… ¿tú no serás Pol? —Preguntó al fin.
—Sí, soy yo. —Contestó el chico, sorprendido de aquel dios supiese su nombre—. ¿Nos conocemos?
—Bueno, hemos quedado aquí para eso, para conocernos. —Dijo sonriendo.
Pol se dio cuenta. Ese hombre era el desconocido con el que se había citado por Internet. Pero aún no se lo podía creer. ¿Realmente quedaban dioses así en Internet?, ¿no era un mitos o leyendas urbanas? El chico aún no podía creerse su suerte. Aquel hombre debería estar expuesto en una vitrina de cristal para que toda la humanidad pudiera adorarle como el nuevo fetiche del siglo. Si estuviese mas bueno haría que a su lado los bombones supiesen a vinagre. Cuando consiguió superar su sorpresa inicial, llevó al hombre junto a sus amigos, los cuales ya habían mandado a paseo al viejo busca chaperos.
—Chicos, por fin ha llegado…
—¿Es éste? —Preguntaron Marc y Richard a la vez, sorprendidos de lo bueno que estaba el ligue de Pol.
Pol asintió y los dos se presentaron con entusiasmo. Sobre todo Richard, que se apresuró a darle dos besos al hombre. «Zorra salida» pensó Pol, divertido ante la mirada envidiosa de su amigo inglés. El desconocido se quedó un momento hablando con Marc mientras Richard se acercó a su amigo para susurrarle en el oído.
—Anda, que te quejaras. —Dijo en voz baja—. Menudo tío te he buscado. Tenía que habérmelo quedado para mi.
—No digas tonterías… —Susurró Pol avergonzado. —Podemos ir a tomar unas copas y…
—¿¡Pero tu estás tonto!? —Siseó Richard mientras pellizcaba a su amigo—. ¿Tú has visto lo que tienes ahí? ¡Vete a follar ahora mismo con él! Come on, NOW!
—¿Qué dices? Yo no soy así… además ni siquiera se si le gusto y si él busca sexo porque…
—Pol ¿nos vamos? —Interrumpió el hombre, acercándose a él.
—¿A dónde? —Preguntó tímidamente el aludido.
—Donde quieras, tengo mi coche aquí al lado. —La propuesta parecía muy sugerente.
—Yo… bueno, vale. Si quieres podemos tomar algo antes y… ¡ay! —Pol se quejó ante el pellizco en su espalda por parte de Richard, que no iba a consentir que su amigo dejara escapar la oportunidad de estar con un chulazo así.
—Bueno, ¿qué dices? —Volvió a insistir el hombre.
—Está bien, vámonos. —Accedió Pol al fin.
Richard y Marc se quedaron junto a la estatua mirando divertidos cómo Pol se alejaba con aquel grandullón y volvía su cabeza de vez en cuando para echarles una última mirada. Richard se reía.
—¡Pobre Pol! Parece un cordero camino del matadero. —Comentó el inglés riendo al ver la cara que ponía su amigo a lo lejos.
—Pues no entiendo por qué, se lo va a pasar estupendamente con ese tío.
—Si, pero ya conoces a Pol. Siempre va a seguir queriendo ser santa, aunque nunca lo consiga. Y gracias que en este año ha madurado y perdido muchas de sus neuras, yo ya casi lo daba por imposible.
—Ha tenido un buen maestro contigo. —Dijo Marc sonriendo—. Tus clases de puterío son de primera.
—Creo que ha tenido dos maestros. Que tú también has puesto tu parte. —Se burló él.
Los dos se rieron. La complicidad en ese grupo empezaba a ser fuerte. Con el paso de los meses se habían ido conociendo y sabían los gustos y vicios del otro. Perdieron de vista a Pol que se había alejado junto al hombre por la abarrotada calle Preciados cuando un extraño individuo se acercó a ellos. Era realmente una persona muy rara, parecía un tío pero llevaba toda la cara maquillada y una amplia gabardina con la que parecía el inspector Gadget. Todo ello rematado con un nada discreto sombrero que Marc no sabía si comparar con el de Humphrey Bogart o con el de Indiana Jones.
—Perdonad chicos. —Susurró aquel esperpento—. ¿Sabéis dónde ha ido el hombre alto que estaba con vosotros?
—No, pero se ha ido con nuestro amigo. —Contestó Richard sonriendo, mirando divertido las pestañas de aquel tipo, mas largas y maquilladas que en un anuncio de L’Oreal.
—¡Eso es muy grave! —Exclamó—. Rápido, tenéis que venir conmigo y ayudarme a encontrarle a él y a vuestro amigo.
—¿Pero tú quien eres? —Preguntó Marc—. ¿El inspector Clouseau?
—Perdonad, pero es que casi no tenemos tiempo. Tenemos que seguirlos enseguida, de verdad. Venid conmigo y os lo contaré por el camino.
Marc miró a Richard y éste se encogió de hombros, así que decidieron acompañar a aquel extraño. Tampoco tenían nada que hacer, y a lo mejor resultaría divertida esa nueva aventura. Además su insistencia era importante y dijo varias veces que su amigo podía estar en peligro. Corrieron por la calle Preciados y llegaron a Callao, donde vieron cómo Pol se metía en el coche del cachas grandullón. La loca de la gabardina llamó histérica a un taxi y los tres se metieron en el mismo para seguir a aquel coche. El taxista miraba por el retrovisor, sorprendido de las pintas que llevaba aquel tipo. No dijo nada, pero en realidad estaba bien atento de la conversación del asiento trasero. Además, hacía mucho tiempo que nadie le decía aquello de «siga a ese coche».
—Bueno, ¿nos vas a decir ya quién coño eres? —Dijo Marc impaciente.
—Si, me presentaré. —Dijo el desconocido—. Me llamo Chinta Kari, soy detective privado.
—¿China qué? —Preguntó Richard sin entenderle.
—Chinta Kari. —Repitió el tipo—. Llevo varios meses tras la pista de ese hombre que se ha ido con vuestro amigo. Es muy peligroso.
—Es verdad. —Comentó Richard divertido—. Es un peligro público estar tan bueno.
El taxista no perdía hilo de la conversación. Más aún cuando vio por el retrovisor que Chinta Kari se quitó el sombrero y liberó un pelo semilargo de un llamativo color morado.
—¿Qué eres… una especie de detective drag —queen?—. Dijo Marc riendo al verlo.
—Más o menos. —Aclaró el aludido—. Pero mi aspecto es lo de menos, vuestro amigo se ha ido con un asesino.
—¿Un asesino? —Preguntaron todos a la vez, incluido el taxista.
—¡Usted cállese y conduzca! No los vaya a perder de vista. —Gritó el detective al taxista.
—Bueno, pero ¿qué asesino? Cuéntanos todo. —Dijo Marc impaciente, y empezando a preocuparse un poco.
—¿No habéis visto las noticias, habéis oído hablar del asesino de Cuatro Caminos?
—No, yo no veo la tele. —Murmuró Marc—. Y en el periódico tampoco no he visto nada.
—Claro, a la policía no le interesa. Después de todo, sólo es un asesino que mata a maricones. —Se quejó Chinta Kari, resignado—. Pues es un tío que parece que liga con sus víctimas y después las asesina en algún parque solitario de Madrid. Ya ha habido tres muertes.
—¿Y no se sabe nada de él, la policía no hace nada? —Preguntó Richard sorprendido.
—No, la policía investiga, pero sin mucho interés. Yo he conseguido averiguar algunas cosas. A través de Internet y de los chats he conseguido saber que es un hombre que trabaja de funcionario público en Guzmán el Bueno, cerca de Cuatro Caminos.
—Pero allí debe de haber cientos de funcionarios. —Comentó Marc, que aún no podía creerse todo aquello.
—Sí, es difícil dar con él. Por eso sondeo los chats continuamente. Un amigo informático creó un programa espía para poder leer los privados de la gente, y así leí el vuestro esta tarde cuando quedasteis con él.
—¿Cómo supiste que era él el asesino? —Preguntó Richard.
—Por su descripción física, además de ciertas expresiones que suele usar en sus métodos de ligue por la red. Además os reveló la zona donde trabaja.
—Es verdad… —Admitió el inglés recordándolo.
—Bueno, aun no ha pasado nada. —Intentó tranquilizarse Marc—. Cuando paren el coche nos acercamos y sacamos a Pol de allí.
—Sí, y hay que hacerlo cuanto antes. Ya estoy imaginándome a dónde se dirigen, miradlo vosotros mismos.
Todos miraron por las ventanillas y coincidieron con Chinta Kari que la cosa se ponía fea. La funcionaria asesina, el nuevo ligue de Pol, lo llevaba en su coche hacia la Casa de Campo, el parque mas grande y solitario de Madrid, donde la discreción era fácil de encontrar entre la oscuridad de los pinos. Lugar frecuentado en la noche por amantes del cruising, putas y drogadictos. Y tal vez también por asesinos en serie como el que tenía al lado Pol en esos momentos.