8 Un año más

Diciembre.

El frío había llegado definitivamente a la capital de la meseta, y lo había hecho para quedarse, y como muestra de su poder y ante el júbilo de muchos de los habitantes de la ciudad, empezaron a caer pequeños copos blancos de nieve desde el oscuro cielo. Eran los primeros copos de nieve que se veían en Madrid desde hacía unos cuantos años. Pero Pol y sus amigos no tenían mucho tiempo para disfrutar del paisaje, se enfrentaban a los primeros exámenes parciales que podían liberarles de bastante temario para los finales de Febrero, y era importante sacarlos bien. Estuvieron concentrados unos días en los libros, como hacía tiempo que no lo estaban, y se esforzaron por aprobarlos, pero solo Rosa lo consiguió. Cuando vieron las notas expuestas en el tablón de corcho del pasillo de la facultad Pol y Richard quedaron decepcionados, la chica sonreía ante su éxito y les hablaba, bromeando sobre la próxima supremacía intelectual de las mujeres. Pol le dio un capón y Richard propuso ir a la Plaza Mayor a celebrar el fin de las clases, tal y como habían propuesto otros compañeros de clase, ante lo cual los otros aceptaron entusiasmados, pues el tema prometía diversión.

La peregrinación a la Plaza Mayor en el inicio de las vacaciones de navidad era algo tradicional entre los estudiantes de Madrid. Años atrás la fiesta era aún mas popular, pues los estudiantes aprovechaban el fin de las clases para emborracharse y pasárselo bien en la calle recorriendo esa gran plaza peatonal. Pero, tras las protestas de vecinos y comerciantes, se había montado un dispositivo de seguridad muy rígido compuesto por policías situados en las entradas a la plaza que prohibían el paso con cualquier bebida alcohólica. Eso había restado popularidad a la celebración y muchos ya no iban a ese lugar, cambiándolo por otros mas cercanos a la Casa de Campo y la Ciudad Universitaria, mucho menos vigilados.

Los tres chicos consiguieron entrar en la plaza tras pasar un control policial, en el que Richard disfrutó bastante mientras el policía lo registraba para ver si llevaba alguna botella.

—Ti, eres una loba… —Dijo Rosa después. —El policía se nos ha quedado mirando, al ver tu cara de gusto mientras te tocaba.

—Le hubiese comido la porra aún con mas gusto. —Contestó él sonriendo—. ¡Oh, mira, vamos a tomar una copa a ese bar! —Dijo gritando, señalando la entrada de uno de los numerosos locales comerciales de uno de los laterales de la plaza.

—¡Yo no entro ahí Richard! —Exclamó Pol—. Eso está lleno de cabezas de toros y figuritas de sevillanas, parece un bar de mal gusto para turistas.

—¿Y que somos nosotros?, ¡si llevamos poco mas de dos meses aquí! —Y lo empujó hacia el bar.

Rosa se rió y ayudó al inglés a meter a Pol en aquel lugar. Dentro pidieron unas cervezas y gritaron y rieron. Pol y Richard se quedaron alucinados con la decoración del bar. Era extremadamente pequeño y estrecho, pero media docena de cabezas de toros disecadas colgaban de su pared, así como numerosas fotografías de toreros famosos y carteles de corridas, una guitarra española en otra de las paredes y un par de figuras de bailaoras de sevillanas completaban la decoración del local. Todas las paredes estaban forradas con azulejos, y las sillas de hierro viejo de las meses le daban un auténtico aspecto de taberna andaluza.

—Vaya sitios a los que me traéis… —Dijo Pol riendo mientras terminaba su cerveza.

—¿Qué pasa Pol? ¿Nunca has estado en Andalucía? —Preguntó Richard sonriendo, y el gallego contestó negativamente moviendo la cabeza—. ¡Anda, que vaya español estas hecho!, ¡vamos a tomar otra cerveza!

—Nooo, Richard, ya he bebido una y… —Como siempre, no consiguió terminar su frase, el inglés ya había pedido otra ronda.

—¿Por qué no llamamos a Marc y a Tony para despedirnos de ellos? —Preguntó Rosa—. Después de todo, todos volvemos a casa de nuestros padres por navidad y no les volveremos a ver hasta la vuelta de las vacaciones…

—¡Buena idea! —Dijo Pol con entusiasmo—. Estas en todo Rosa, yo ya no me acordaba. No me extraña que fueras la única que aprobara el examen.

Rosa hizo un gesto de complicidad y mostró de broma su superioridad, a lo cual Pol se rio y la dio un beso. Richard propuso con un grito un brindis con las cervezas en honor de la amistad de los tres amigos y ellos se sumaron con entusiasmo, tanto que casi se beben de un trago la cerveza. El gas se le subió del estómago y Richard soltó sin querer un pequeño eructo, ante lo cual Pol y Rosa se rieron. Mientras seguían hablando, el camarero se acercó a ellos y se puso a hablar con Rosa, seguramente intentando ligar con ella. Aunque le gustaba nada el camarero aprovechó sus posibilidades y le siguió el juego para ver si les invitaba a una nueva ronda a ella y a sus amigos. Richard se reía, pero Pol soltó un bufido ante esa situación y decidió salir fuera para llamar a Marc y a Tony en un sitio con menos ruido.

Habló con Marc y se despidió de él de su parte y de la de los otros, y le dijo que volverían a verse cuando volviera a Madrid tras las vacaciones. Después llamó a Tony diciéndole lo mismo, y el chico se despidió efusivamente como era habitual en él.

Cuando Pol volvió dentro del bar para darle la noticia a sus amigos se encontró con una estampa totalmente surrealista para él. Rosa bailaba como podía unas sevillanas, pues no tenía ni idea de cómo se bailaban, con el camarero del pequeño local, el cual parecía disfrutar mucho del baile, pues no perdía detalle de los pasos de la chica, «o mas bien no pierde detalle del movimiento de su culo» pensó el chico, divertido. Richard y el resto de clientes del bar aplaudían alegres el baile. Pol se sentó en la mesa junto al inglés y se unió al aplauso general, esperando a que esa comedia acabase cuanto antes. La canción terminó y Rosa volvió con los chicos jadeando por el esfuerzo. Entonces vio como su baile había surtido su efecto y el camarero les trajo una nueva ronda de cervezas «Para la morena mas guapa de Madrid y sus amigos» les dijo, a lo que Rosa sonrió y le dio las gracias. Richard bebió con entusiasmo y comentó lo importante que parecía ser tener dos buenas tetas esos días para conseguir bebida gratis en Madrid, comentario con el que los demás se rieron. Siguieron bebiendo y Pol empezó a notar cómo el alcohol empezaba a subirle y se encontraba un poco mareado. Se levantó despacio y titubeando, por lo que sus amigos lo sujetaron mientras se reían ante la debilidad del gallego con la bebida. Se despidieron del camarero y salieron a la calle a que les diera el aire fresco de la mañana a ver si les despejaba un poco. Pol estaba un poco mareado y decidió tumbarse, apoyando su cabeza en las rodillas de su amiga Rosa. Allí se tranquilizó y empezó a cerrar los ojos, pero Rosa recordó a Pol que ya era muy tarde y tenían que marcharse. Ella pasaría más tarde por su casa para recogerle con el coche de sus tíos, los cuales iban a llevar a los dos chicos a Galicia, con sus padres. Pol recordó como era su hogar materno y sin mucho entusiasmo dijo a su amiga que estaría preparado cuando llegase. Rosa le dio un beso y se fue por una dirección distinta a la que iban Richard y él. El inglés también volvía a casa por navidad pero en su caso tenía que coger un avión en Barajas al día siguiente, así que aún le quedaba un poco de tiempo.

Los dos chicos volvieron a casa y se tiraron en el sofá. Al rato, Richard se ofreció a ayudar a Pol a hacer la maleta.

—No creo que haga falta que me ayudes, Richard. —Dijo él—. Voy a empaquetar muy poquitas cosas.

—Nada de eso, yo te ayudo con lo que sea. Y llévate cosas, que nunca sabes cuándo las puedes necesitar.

—Te aseguro que no hará falta. —Contestó sonriendo—. Mi madre aún guarda allí mucha de mi ropa, y estoy seguro de que a la vuelta me cargará la maleta con un montón de comida y cosas así.

—Ahora que lo pienso, Pol, nunca me has hablado de tu madre y tu familia, ¿por qué? —Preguntó el inglés, a lo que el chico bajó la mirada y empezó a revolver cosas en los cajones, aparentando estar distraído.

—Pues… porque no salió el tema, Mi madre es de Valladolid y mi padre gallego… ¿qué mas da?… ¿y dónde está mi calzoncillo blanco de Calvin Klein, que no lo encuentro?

—¿Te refieres a éste? —Preguntó Richard sonriendo y mostrando una caja de cartón con la fotografía de un musculoso modelo en la portada.

—Eso no es mío. —Lo miró el gallego sorprendido con la boca abierta.

—Ahora sí, toma. —Y el inglés le dio la caja—. Es mi regalo de navidad. Happy Christmas!

—Vaya… gra… gracias Richard, no se que decir, no me lo esperaba, yo… —Dijo dubitativo y nervioso mientras abría la caja, y entonces se quedó aún mas sorprendido, pues dentro había un tanga minúsculo. —¡Ah! Muy… muy bonito, sí… pero… ¿esto no es un poco pequeño?

—No, esa es tu talla, lo que pasa es que es elástico, mira. —Dijo él mientras mostraba como el calzoncillo se estiraba casi hasta el infinito.

—¡Ah! Pues… que… práctico ¿no? —Pol estaba avergonzado, ni en sueños se imaginaba poniéndose algo así—. Pues nada, ¡muchas gracias! Me lo llevaré a Galicia y…

—Me gustaría vértelo puesto, Pol.

El chico al oír esto se quedó blanco como si hubiera visto a un fantasma y apenas podía abrir la boca para decir nada. La propuesta de Richard era cuando menos sorprendente, y el blanco inicial de su cara pasó poco después a un rojo volcánico mientras se iba imaginando la situación.

—¿Qué?… ¿Cómo?… Pero… —Tartamudeó Pol mientras Richard empezaba a reírse a carcajadas ante la mirada del gallego.

—¡Pobre Pol! —Dijo al fin, sonriendo y dándole un beso en la mejilla—. No tienes que hacerlo si no quieres, es tu regalo. Use it in special moments. —Y guiñó un ojo para después dejarlo solo en su cuarto, confundido.

Pol se quedó con el minúsculo tanga en la mano, incapaz de reaccionar. Richard se la había vuelto a jugar, ya iban unas cuantas situaciones en las que se había quedado totalmente descolocado ante las reacciones del inglés, y ya no sabía que pensar. Finalmente volvió a guardar el tanga en la caja, lo metió en el cajón de su armario y cerró su maleta. No pensaba llevarse el regalo de Richard a Galicia, si su madre veía algo así podía darle un patatús, con lo conservadora que era lo mismo le daba por llevarle a un psicólogo y todo.

Preparó sus cosas y esperó tranquilo en el salón a que llegara Rosa mientras Richard se duchaba. El gallego estaba sentado en el sofá mientras escuchaba como el inglés cantaba horrorosamente mal desde la bañera y se puso a pensar en él, una vez mas. Había estado tantos años ocultando ciertas cosas que aún había sentimientos que era incapaz de mostrar abiertamente, y había cosas que no se atrevía a confesar a nadie, ni siquiera a su amiga Rosa. Desde que Richard llegó a su vida ésta tenía mas luz, pero a veces era tanta que tenía miedo de acabar ciego si lo miraba mucho tiempo de frente. Además parecía que llevaban una relación muy extraña y se preguntaba en qué acabaría todo eso.

Un ruido de bocina y un grito lo sacaron de sus pensamientos. Movió la cabeza como si despertase de un sueño y salió rápidamente al balcón y vio a su amiga Rosa que lo esperaba junto a un coche en marcha. Pol volvió dentro de la casa a toda prisa y empezó a gritar a Richard, pero el inglés no le oía, pues seguía cantando. El gallego empezó a recoger sus cosas, cargándose con una mochila y arrastrando una pequeña maleta con ruedas mientras se dirigía al aseo para avisar al inglés de que ya se iba, y con la intención de despedirse.

—¡Richaaard! —Lo llamó mientras golpeaba la puerta—. Sal ya, que me voy, Rosa está abajo y me está esperando…

La puerta del baño se abrió y apareció el inglés totalmente desnudo con el pelo de la cabeza mojado. Pol se quedó un poco sorprendido y avergonzado al encontrarse frente a frente con el inglés sin nada de ropa.

—¡Joder Richard!, ¡ponte algo encima! —Exclamó mientras se tapaba los ojos con una mano.

—¡Bah!, no seas señorita medieval. —Espetó él—. Me has dicho que saliera a toda prisa… ¿te vas ya? Bueno, dame un beso, ya nos veremos a la vuelta. —Dijo mientras Pol apartaba la mano de sus ojos y le daba tímidamente un beso en la mejilla, aunque aún era incapaz de mirar mas abajo del cuello del inglés, y éste parecía divertido con la situación.

—Bueno… sí… hasta la vuelta, Richard. —Dijo y se dio la vuelta, pero cuando estaba por el pasillo, la curiosidad le pudo y se volvió para mirarle el cuerpo disimuladamente mientras seguía hablando—. ¡Y ponte algo encima!, ¡cogerás frío y te resfriarás, seguro!

—¡Es verdad!, hace frío, incluso se me han puesto los pezones duros y todo, mira… —Contestó él mientras los señalaba.

Pol se quedó con la boca abierta ante el descaro del inglés, después soltó un bufido y sin decir nada se alejó del pasillo y se fue de la casa, cerrando rápidamente la puerta, tras lo cual el inglés volvió a la ducha mientras se reía pensando lo ingenuo que era su amigo.

Pol bajó corriendo las escaleras lo más rápido que pudo, esquivando a las viejecitas que subían con una lentitud desesperante, en claro contraste con la rapidez con la que hacían preguntas sobre su vida privada. Abajo Rosa le esperaba, sonrió y se saludaron dándose un beso en la mejilla, entonces lo acompañó hasta el coche. El vehículo era pequeño y parecía tener bastantes años, pero obviamente sus dueños confiaban en que sería capaz de aguantar un viaje tan largo hasta llegar a Galicia. Pol, ayudado por Rosa, dejó su pequeña maleta en el maletero trasero del coche, y después subió al asiento trasero del mismo junto con su amiga. Dentro saludó a los tíos de Rosa, los cuales iban sentados delante. La familia de Rosa era muy pintoresca, sus tíos siempre le habían resultado muy extraños a Pol, siempre los había considerado muy hippies. Ahora eran mas formales, vestían unos simples vaqueros y jerseys, pero los había visto varias veces llevando unas pintas un poco extrañas. Su tía, Paqui, era muy aficionada a la lectura y a hacer tapices de lana adornados con piñas y otros objetos recogidos del campo, así como a bordar todo tipo de mantas de colores. Su tío, José, era jardinero de profesión y carpintero de vocación, Pol recordaba como en su antigua casa del pueblo tenía una habitación entera llena de herramientas donde fabricaba sus propios muebles, era una persona totalmente autodidacta para sus cosas y bastante crítico con el mundo de hoy y el sistema. A Pol siempre le había gustado hablar con ellos, pues aportaban un punto de vista sobre las cosas bastante diferente al que estaba acostumbrado a tener en su entorno, lo cual era toda una bocanada de aire fresco para sus ideales. Los dos eran personas muy liberales que hablaban de cualquier tema sin tapujos, y mas de una vez habían avergonzado al chico con sus preguntas y comentarios sobre sexualidad y otros temas espinosos.

El coche se puso en marcha y todos gritaron con júbilo su marcha momentánea de Madrid. Pol se dio cuenta enseguida de que el interior olía raro, pero era un olor que le resultaba familiar. La explicación estaba en el porro que Paqui sostenía en su mano y al que de vez en cuando le daba una calada o se lo pasaba a su compañero. Pol recordó como, después de varios intentos, José había logrado cultivar sus propias plantas de marihuana en su casa gracias a unas semillas venidas de Ámsterdam. El chico nunca había fumado, pero respetaba a los tíos de Rosa en sus vicios, pues su máxima era «no juzgues y no te juzgarán». Rosa y sus tíos no paraban de hablar, eran personas con los que se podía conversar de una variedad de temas increíble, y tan pronto hablaban de política como de plantas o animales. Pol se unió entusiasmado a la conversación, que haría mas amenas las largas horas que les quedaban de viaje.

—Bueno, Pol. —Dijo la tía de Rosa, Paqui, mientras volvía la cabeza hacia atrás para mirarle—. Rosa nos ha dicho que estás conociendo Madrid bien a fondo.

—Si, la verdad es que me gusta bastante lo que he visto.

—¿Y la gente que tal? —Siguió preguntando.

—¿La gente?… bien… muy simpáticos. —Contestó Pol extrañado, no sabía muy bien hacia donde se dirigían con tantas preguntas.

—Sí… —Afirmó ella haciendo una pausa. Dio una calada al porro que llevaba en la mano y entonces continuó. —¿Tienes ya novio, Pol?—. Preguntó al fin, atacando directamente.

—¿Cómo? —Dijo él sorprendido, y se volvió hacia Rosa y susurró bajando la voz—. ¿Qué les has contado a tus tíos, Rosa?, ¡se lo has dicho!

—Te juro que no les he contado nada, Pol. Estoy tan sorprendida como tú. —Cuchicheó ella.

—Jajaja, no hace falta que bajéis la voz. —Interrumpió José, que iba al volante—. Que esto no es tan grande como para que no os oigamos, por mucho que lo intentéis.

Pol y Rosa callaron, avergonzados, mientras Paqui y José se reían en el asiento delantero. Después, la tía de Rosa habló con Pol, intentando tranquilizarle diciendo que siempre habían sospechado que era gay. «Vale, así que se me nota… pues no se si eso me tranquiliza o no» pensó él, pero aceptó su explicación.

El viaje continuó, pero ahora Pol se encontraba mas incómodo pues los tíos de Rosa sabían su secreto y le hicieron más de una pregunta al respecto. Finalmente se adentraron en Galicia, llegando a las verdes tierras que se conocían tan bien. Pero el paisaje, lejos de calmar a Pol y hacerle feliz, lo iba deprimiendo mas, pues pensaba en lo que tendría que pasar una vez mas permaneciendo unos días en casa de sus padres. Rosa lo miró y vio su mirada distraída y triste perdida en el horizonte, y sabía por lo que el chico estaba pasando, cogió su mano y él se volvió para mirarla. «No te preocupes, tus padres te recibirán bien, no habrá problemas» le dijo. Él contestó sonriéndola, forzando sus labios tanto como pudo para que no resultara ser una sonrisa demasiado falsa, pero los dos sabían que no era una sonrisa sincera. Pol suspiró, volviendo a mirar por la ventana del coche, y Rosa apretó su mano mas fuerte.

—¿Sabes algo nuevo de tus padres, Pol? —Preguntó distraídamente la tía Paqui desde el asiento delantero.

—No mucho, de vez en cuando hablo con mi madre por el teléfono móvil. Pero no parece haber grandes novedades aquí.

—No, no las hay. —Afirmó ella—. Nosotros estuvimos aquí el mes pasado y comprobamos otra vez cómo parece que el tiempo no pasa por este pueblo. Tu madre sigue siendo muy devota y va todos los domingos a misa con tu abuela. En el pueblo la quieren mucho. También sabemos que hay un nuevo maestro en la escuela, aunque cada vez hay menos niños, mucha gente se ha ido en el último año de aquí. —Dijo con melancolía, y pensó «Será el fin de los pueblos del interior de Galicia».

—Mi madre siempre ha sido así. —Dijo Pol sonriendo, recordándola, y continuó su frase, dubitativo, casi sin atreverse a preguntar—. Y… ¿mi padre?

Paqui volvió la cabeza desde el asiento delantero para mirarle fijamente, mientras José también parecía interesado, pues a través del rabillo del ojo estaba pendiente de las reacciones del muchacho.

—Tu padre… —Empezó a decir la tía de Rosa. —Él… bueno, sigue igual que siempre también. Siempre ha sido una persona muy seria y callada.

—Es una buena forma de decirlo. —Murmuró Pol.

Paqui aún lo miró un poco más, pero Pol suspiró y cerró los ojos, echando su cabeza hacia atrás. No quería pensar en nada, tan solo en que las cortas vacaciones se hiciese aún mas cortas de lo que esperaba. José echó una mirada de reprobación a su compañera por haber sacado el tema de los padres de Pol, y ella se disculpó en silencio con un gesto. Rosa aún tenía la mano de Pol agarrada con la suya, y no la soltó en un buen rato. Al fin, llegaron a la puerta de la casa de Pol, y allí le ayudaron a descargar su maleta del coche y se despidieron de él. Rosa prometió llamarle por teléfono mas tarde y quedar para salir a dar una vuelta y ver el pueblo, él sonrió y aceptó la sugerencia. Despidiéndose de Rosa y sus estrafalarios tíos, Pol cogió sus cosas y entró en la casa.

El recibimiento fue tal y como Pol había esperado: su madre, entusiasta y un poco histérica, lo recibió con una alegría desbordante y en ocasiones un poco agobiante. Lo besó y ayudó a deshacer la maleta, colocando seguidamente todas sus cosas en el armario, a pesar de las protestas de Pol, que afirmaba que solo se iba a quedar unos días, después su madre se fue corriendo a la cocina, pues aún tenía que terminar de preparar millones de comidas con las que iba a cebar a su retoño, pues no paraba de decir que lo veía demasiado flaco. Entonces Pol se quedó solo en su antigua habitación. No había cambiado nada desde que se fue. Tan sólo el hueco que quedaba al quitar las cosas que se había llevado a Madrid. Se fijó en sus antiguos álbumes de fotos, donde guardaba sus escasos recuerdos de la infancia. Vio las fotos de su niñez y de sus amigos de entonces, y sonrió mientras lo hacía recordando lo ingenuo que era y lo mucho que notaba que iba cambiando. Nunca fue un chico especialmente popular en el colegio, pero tampoco estaba aislado. Era el típico chico callado a quien se podía hacer una confesión en algún momento de sinceridad, pero con el que no se contaba para salir por ahí o para elegir el primero cuando se formaba un equipo de fútbol, por ejemplo. En sus primeros años tuvo bastantes más amigas que amigos, pero sólo Rosa permaneció a su lado tras el paso del tiempo. No estaba enfadado ni tenía cuentas pendientes con nadie aunque, al terminar las clases, perdió el contacto con toda la gente de su infancia, y la verdad es que fue un hecho que tampoco le importó demasiado.

Un ruido lo despertó de sus recuerdos, alguien llamaba a su puerta. Sólo podía tratarse de una persona, la única lo suficientemente respetuosa con su intimidad como para llamar a la puerta y no entrar directamente. Pol sonrió feliz y fue corriendo a abrir la puerta.

—¡Hola abuela! —Gritó tras abrir la puerta y verla esperando en la entrada de su habitación. Le dio un beso y se abrazaron mientras ella también lo saludaba.

—Hola «Polito». —Dijo cariñosamente ella—. ¿Me dejas pasar o vas a dejarme aquí en la entrada de tu cuarto? —Preguntó al fin. La abuela de Pol nunca pasaba a la habitación privada de alguien si no había sido invitada previamente.

Por supuesto Pol la dejó entrar, y ella pasó y se sentó enseguida en la cama, deseosa de hablar a solas con su nieto. Pol sonrió y se acercó a ella. Estuvieron un buen rato hablando, de cómo se había adaptado a los estudios y a Madrid, de las cosas que habían pasado en el pueblo en esos meses, de si tenía ya novia o no, cosa que ruborizó a Pol y prefirió callar su respuesta, y de sus padres. Al fin, Pol hizo la pregunta y la preguntó por su padre. Su abuela, sin dejar de sonreír le dijo que estaría al llegar, siempre volvía tarde a casa. Entonces escucharon el ruido de la puerta, justo en ese momento alguien había entrado en casa. Su abuela hizo una señal y Pol supo que seguramente era su padre el que había llegado. Instado por la anciana y haciendo acopio de valor, salió de su habitación, bajó las escaleras y fue a saludar a su padre, al cual vio de espaldas en la entrada del salón, dejando su abrigo sobre una silla.

—Ho… hola, papá… —Dijo tímidamente, casi en un susurro.

—¡Hombre! Ya estás aquí. —Respondió él sin mirarle—. Ya me dijo tu madre que llegabas hoy. Me voy al baño, ¡carallo, me estoy meando como un condenado desde hace un buen rato! —Dijo sin mucho entusiasmo y se fue, dejando a Pol solo en el salón.

El chico ya estaba acostumbrado a esas cosas, su padre siempre había sido totalmente indiferente hacia él, más aún cuando empezó a pensar que su hijo era «algo rarito». Pol nunca le reprochó nada, en el fondo aún le quería, aunque tenía que reconocer que se ponía muy nervioso en su presencia y cuidaba mucho sus palabras. Nunca había tenido peleas importantes con él pero si que sintió un total abandono por su parte, y fueron realmente su madre y su abuela las que lo criaron durante su infancia. Pol se tragó el nudo que tenía en la garganta, como si hubiese comido algo que se le había atragantado, y controlando y aminorando los nervios fruto de saludar a su padre después de estar meses sin verle y comprobar que todo seguía igual, decidió ignorar ese recibimiento y volver a subir las escaleras para seguir charlando con su abuela, que aún lo esperaba en la habitación.

Pol pasó los días muy tranquilo en casa de sus padres. Salió con Rosa y quedaron con sus antiguos amigos, o mejor dicho compañeros, pues amistad era una palabra demasiado fuerte para definir aquellas relaciones. El pueblo había cambiado poco, pero la gente si que mostraba algunas diferencias. A pesar de haber pasado poco tiempo, el hecho de haber empezado la Universidad y haberse tenido que ir fuera del pueblo había hecho cambiar un poco a la mayoría, Pol vio con agrado como muchos de los más conservadores y rancias, que en su momento incluso llegó a llamar fachas, habían moderado sus actitudes, aunque de vez en cuando algún rancio ramalazo de aquellas opiniones volvía a salir a la luz. Recordó las palabras de una de sus antiguas profesoras, la cual sorprendida ante el conservadurismo de sus alumnos profetizó: «Cuando yo tenía vuestra edad era distinta a vosotros, yo era roja, roja, roja… ahora con los años me he hecho más bien rosadita. Vosotros sois azules, azules, azules, pero con los años acabaréis siendo más bien morados, ya lo veréis». Pol no podía estar más de acuerdo, estaba convencido de que la vida va cambiando a la gente pues ya le estaba ocurriendo a él, y no sabía hacia dónde le llevaría el cambio y cual sería su destino. Si la fuerza del destino era lo suficientemente fuerte como para arrastrarle contra su voluntad o si por el contrario era él mismo el que decidía su destino. En cualquier caso era indudable que su vida empezaba a ser distinta, y ahora aquellos lluviosos y oscuros días que pasó en aquel pueblecito de Galicia rodeado de montes boscosos le dieron la sensación de ser una visita turística por su antigua vida, ahora perdida. Rosa parecía mas feliz, aunque también insinuó varias veces que la vida nocturna del pueblo era casi inexistente y echaba de menos la fiesta de salir por ahí y a su novio Leo, al cual mandaba una docena de mensajes de texto por el teléfono móvil cada día.

La cena de nochebuena era tradicionalmente muy seria en casa de Pol. Sin televisión ni nada que distrajese el «ambiente familiar» como decía su padre, aunque al chico siempre le pareció mas bien un velatorio, visión a la cual ayudaban las numerosas velas con las que adornaba su madre la casa esos días. Nochevieja era distinto, era casi la única noche del año en la que su padre le animaba a salir por ahí con sus amigos, convencido de que quizás su hijo conseguiría desvirgarse en alguna de las fiestas locas de fin de año. Aunque lo que él no sabía era que ya era demasiado tarde para eso.

Pol se había vestido muy formal y elegante, por exigencias de su madre, para salir después de cenar a dar una vuelta con Rosa y otros por el pueblo. Esa noche si que encendieron la televisión. Curiosamente su padre estaba de buen humor, y su madre se desvivía por hacer comer a su hijo un poco más, y a pesar de haberlo estado cebando los últimos días, parecía que no tenía bastante. «Esta mujer no cambia, se cree que soy una oca a la que hay que inflar el hígado comiendo sin parar» pensaba él. Su abuela no decía nada, en presencia de su yerno siempre permanecía en silencio y tan sólo sonreía de vez en cuando. Terminaron de cenar tras varios platos, entrantes, postres y toneladas de comidas varias, y su madre recogió la mesa con rapidez e hizo café para todos. Se sentaron en los sofás del salón frente al televisor a esperar las campanadas de fin de año. El chico y su madre hablaban de vez en cuando, pero su padre no intervenía nunca en la conversación, pues estaba muy concentrado en cambiar continuamente de canal, disgustado por no encontrar en la programación nada de su agrado. En uno de los cambios sintonizó un programa de humor protagonizado por uno de los presentadores del momento, un tal Boris Izaguirre, venezolano venido a España que había triunfado en la televisión gracias a su desparpajo y su pluma. Como solía ser habitual en ese presentador, estaba disfrazado imitando a alguien y enseñando el culo.

—¡Qué asco!, ¿cómo pueden poner estas cosas en nochevieja? —Dijo el padre de Pol en voz alta, ante lo cual todos le miraron—. ¿No se dan cuenta de que hay familias viendo la televisión a estas horas?

—Tampoco está haciendo algo tan fuerte… —Dijo Pol, casi en voz baja.

—¡Es un maricón!, y está enseñando el culo, como hacen todos ellos. —Dijo él mirándolo fijamente, ante lo cual Pol soltó una risa nerviosa y falsa y asintió, bajando la cabeza—. Es una indecencia que se vea esto.

—Pues a mi me gusta. —Intervino la abuela, para sorpresa de todos—. A veces lo he visto, y me hace reír.

El padre soltó un bufido, convencido de que la abuela chocheaba de vieja, y cambió de canal, las campanadas estaban a punto de llegar. Pol sonrió ante el comentario de su abuela, pero se dio cuenta por el rabillo del ojo cómo su madre lo estaba mirando y borró su sonrisa. Era mejor no tentar a la suerte y dejar las cosas como estaban en esa casa.

Faltaban 10 minutos para las doce y la televisión conectó en directo con la Puerta del Sol de Madrid para emitir las campanadas de fin de año. Como siempre la plaza, ahora bien conocida por Pol, se encontraba llena de gente, las cámaras enfocaron a los entusiastas que, desafiando el frío, había ido a asistir en directo al comienzo del año nuevo. Muchos llevaban pelucas y pancartas reivindicativas que aprovechaban la oportunidad de ser mostradas a toda España en esos minutos de gloria que concedía la televisión. El griterío que parecía haber en la plaza era atronador a medida que se acercaba la hora, apenas se oía a los presentadores y éstos tenían que gritar. Pol siempre se emocionaba con las esperas, y ya se encontraba preparado, como el resto de su familia, con las uvas en un platito, a la espera de que llegase la hora, cuando recibió una llamada en su teléfono móvil. El chico vio con sorpresa cómo era Marc quien llamaba y sonrió, alargando su mano con la intención de coger la llamada. Su padre lo miró con disgusto y su madre le aconsejó que no tardara, pues las campanadas estaban a punto de llegar. Pol prometió no tardar y salió del salón, se encerró en la cocina y cogió la llamada.

—¡Feliz año Marc! —Saludó con entusiasmo al descolgar la llamada.

—¡Feliz año Pol! Aunque ya queda poco para las campanadas. —Gritó el hombre al otro lado del teléfono, el ruido de fondo era ensordecedor—. Supongo que estarás en casa con tu familia.

—Sí… —Dijo el gallego sin entusiasmo, pues no quería hablar de su familia. —¿Dónde estás que se oye tanto ruido? ¡Apenas te oigo!

—¿Pues dónde voy a estar? ¡En la Puerta del Sol! —Gritó—. Aquí apenas se puede uno mover, hay muchísima gente, ¡y todos están gritando histéricos! Además, hay gente loca por aquí, con el frío que hace y están bañándose en las fuentes.

—¡Estarán borrachos! —Dijo Pol riendo—. Ya lo estoy viendo por la tele.

—Espera… que hay alguien que quiere saludarte.

—¡Poooool! ¡Feliz año! —Dijo un grito entusiasta.

—¡Tony! —Adivinó Pol sin dejar de sonreír—. Debí imaginarme que estabas con Marc… y seguro que te has disfrazado y todo para la ocasión.

—¡Bueno! Deberías verle a él, ¡incluso he conseguido que se ponga una peluca de colores para taparle ese rapado horroroso que lleva! —Dijo, y los dos chicos se rieron, sobre todo cuando Pol escuchó la contestación de Marc a lo lejos.

En ese momento los gritos se hicieron más intensos y el ruido era totalmente escandaloso, la cobertura del móvil empezó a fallar y se oía todo a trozos.

—¿Qué pasa? —Preguntó Pol.

—¡Las campanadas! —Gritó Tony—. ¡Feliz año Pol! Ya nos vemos a tu vuelta. —Dijo el chico, y le pasó el teléfono otra vez a Marc.

Pol escuchó la llamada de su madre desde el salón, pidiendo que volviera, pues se acercaba la hora.

—Bueno Pol. —Empezó a despedirse Marc—. Espero que tengamos un buen año que empieza, que sepas que el que termina ha sido bueno porque nos hemos conocido.

—Gracias Marc. —Contestó el chico con sinceridad—. El nuevo año será bueno para todos, ¡ya lo verás!

Terminaron de despedirse y Pol colgó el teléfono. Se quedó unos segundos más quieto en la cocina, sin poder evitar sonreír pensando en los amigos que ahora tenía en Madrid y agradeciendo el detalle de acordarse de él en esos momentos. Un nuevo grito lo sacó de su ensimismamiento y corrió hacia el salón, donde le esperaba su familia, llegando justo a tiempo para comerse las uvas al son de las campanadas.

Decían que, comiendo las uvas en las campanadas de nochevieja, se puede pedir un deseo, y Pol tenía muy claro cual era el suyo, aunque no se lo confesó a nadie en esos momentos. Vio a través de la televisión cómo la Puerta del Sol era un hervidero en ebullición y por unos momentos deseó estar allí, compartiendo ese bullicio con sus nuevos amigos. Tras comerse las uvas besó a su madre y a su abuela con cariño y entusiasmo, y le dio la mano a su padre, serio como siempre. Después recogió su abrigo y se fue de casa, con la intención de buscar a Rosa. Pero mientras recorría las vacías y frías calles del pueblo esa noche, sonrió una vez mas recordando a las nuevas personas que habían entrado como un torbellino en su vida y le habían cambiado irremediablemente, Marc, Tony… y Richard.