4 Me colé en una fiesta

Noviembre.

La luz de la mañana intentaba despertar a Pol, pero no lo consiguió, aunque quién si lo hizo fue el timbre de la puerta, que sonaba repetidamente sin parar. Pol apenas podía abrir los ojos, miró el reloj de la pared… las 11 de la mañana. Se encontraba fatal, cansado, afónico, con muchísimo sueño y pereza, pero encontró las fuerzas suficientes para levantarse e ir a abrir la puerta. Era Richard, que ya volvía de su noche loca y que también se encontraba cansado, pero aún tenía el subidón en el cuerpo. Pol le saludó y el inglés entró para dirigirse rápidamente a la cocina a beber un poco de agua, pues estaba sediento. «Normal, después de haber perdido tantos líquidos, vete tú a saber dónde…» pensó Pol. El inglés sonreía feliz y empezó a contar lo fantástico que había sido su cierre de noche. A Pol tampoco le interesaba escuchar eso, y se sentía un poco incómodo, así que se hizo el duro y empezó a recriminarle por todo lo que había pasado. Le dijo que nunca volvería a salir con él… pero al gallego nunca se le dio bien mentir, y Richard ya le iba conociendo, y se rió. Finalmente tras la insistencia del inglés, Pol tuvo que reconocer que en el fondo se lo había pasado bien, y los dos se rieron. Pero advirtió que tampoco iba a conseguir que salieran todos los días, él era de un temperamento más tranquilo. Richard accedió, convencido de que más tarde acabaría cambiando de opinión, como todos.

El inglés se fue a dormir y Pol prometió despertarlo a las tres de la tarde para comer. «No se como alguien puede sobrevivir durmiendo solo 4 horas, pero bueno… es inglés» pensaba mientras recogía un poco el desorden que había siempre en la casa. Los domingos había que aprovecharlos para hacer todas esas tareas domésticas que tan poco le gustaban. Cuando terminó con todo aquello, se hizo un café y puso un rato la tele, no muy alta, pues no quería despertar a Richard. Aunque con el sueño tan profundo de éste, ni un tren de mercancías lleno de vacas mugientes camino del matadero podría despertarlo.

A las dos empezó a hacer la comida. Como siempre había sido un inútil cocinando (tampoco fue algo que le interesara demasiado aprender), empezó a hacer un salteado de verduras congeladas que tenía en la nevera. Siempre que intentaba cocinar algo de eso procuraba tener cuidado para que el aceite no saltara, pero esta vez tampoco lo consiguió y toda la cocina volvió a acabar manchada de aceite y grasa. Mientras miraba como los pimientos y berenjenas se iban descongelando y ablandando poco a poco en la sartén, escuchó un ruido acompañado de una pequeña vibración, era su móvil.

«Qué extraño, quién será un domingo a estas horas» pensó mientras iba a recoger el móvil que estaba sobre la mesa. Era un número desconocido, que no tenía en la memoria de la agenda, y picado por la curiosidad decidió contestar la llamada.

—¿Sí? ¿Quién es? —Preguntó tímidamente.

—Hola Pol, soy Marc. ¿Te acuerdas de mi? —Escuchó que contestaban. Pol se quedó blanco, si que se acordaba, aunque con algunas lagunas, de quién era, y se puso muy nervioso al recordar.

—Ahhh… si… hola. —Pol no sabía muy bien que decir—. ¿Qué tal? ¿Qué quieres?

—Ayer no pudimos hablar con calma. Te llamaba para invitarte a una fiesta que celebra un amigo mío el próximo sábado. —Contestó Marc—. Será divertido y así podremos vernos.

Pol no sabía si aceptar. Por un lado le daba mucha vergüenza y no quería ir, pero por otro no quería ser descortés y maleducado, y como no se le ocurrió ninguna mentira ingeniosa, finalmente aceptó. Pero también preguntó a Marc si podía llevar a Richard pues no quería ir sólo, el hombre contestó que llevase a quien quisiera y se despidieron con un alegre «hasta entonces». Pol se quedó parado después de colgar, sintiéndose culpable, pues en realidad no quería ir a la casa de un desconocido.

Un extraño olor lo sacó de su ensimismamiento, la cocina estaba llena de humo. Richard se había despertado con el olor y entró corriendo en la cocina, a tiempo de apagar el fuego que salía de la sartén, en la que el aceite y las verduras se estaban quemando.

—¿Are you crazy Pol? —Gritó—. ¡Podemos salir ardiendo!

—¡Aahh! Perdón, perdón. —Se disculpó, ahora avergonzado por la nueva situación mientras tiraba la sartén ardiendo en el fregadero—. Me había distraído…

—¿Con qué? Se supone que tu hacías comida.

—Me ha llamado Marc al móvil, ¿te acuerdas de él?, de… del «Black & White». —Apenas susurró el gallego las últimas palabras.

—Claro que me acuerdo. —Richard se olvidó de la sartén, que aún echaba humo y prestó más atención a Pol, divertido por lo que pudiera decirle—. No pensé que fuera a llamarte, ese hombre es persistente. —Y se rió.

—Quiere que vayamos a una fiesta en casa de un amigo suyo. Creo que es la inauguración de la casa de su amigo. —Pol no parecía muy entusiasmado.

—¿También me ha invitado a mi? —Richard estaba sorprendido.

—Bueno… no exactamente. —El gallego no terminaba de hacerse a la idea—. Pero me ha dicho que lleve a quien quiera.

—¡Ok, voy contigo! —Exclamó el inglés con júbilo ante la mirada sorprendida de Pol—. Y creo que me llevaré a Carlos a la fiesta.

—¡No vamos a ir! —Gritó Pol al fin recuperando el aliento.

—¿Por qué? ¡Será divertido! —Richard estaba sorprendido ante la negativa de su compañero—. ¡No seas aburrido! Además ya le has dicho que sí… ya no te puedes echar atrás.

Pero Pol no estaba tan seguro de no poder hacerlo. No quería ir y le molestaba mucho ese continuo entusiasmo del inglés para todo. Él solo quería una vida tranquila y sin agobios, pero desde que Richard se había metido en su casa todo daba vueltas y no hacían más que pasarle cosas raras. «Con lo a gusto que estaría yo solo… si pudiera pagar el alquiler de esta casa sin nadie» pensaba para sí. Finalmente olvidó todo eso, tiraron las verduras quemadas y pidieron una pizza para comer, pues ya no les daba tiempo a hacer otra cosa… ni les quedaba nada más en la nevera.

Al día siguiente, el lunes, los dos fueron a clase y allí se encontraron con Rosa, la cual preguntó muy efusivamente a Pol sobre su fin de semana de marcha por Chueca. Mientras tomaban un café a media mañana, Pol contó casi todo, el café en «Mystic», la anécdota del baño de «Polana»… pero omitió dos detalles importantes… el beso que se dio con Richard y a Marc. El inglés estaba delante y no se lo pudo callar.

—No has contado todo Pol. ¿Estas avergonzado? —El rubio inglés sonreía ante la mirada interrogante de Rosa y la cara de susto de Pol, el cual ingenuamente pensaba que iba a contar lo del beso.

—No se… yo creo que ya he dicho todo. —El gallego prefería ignorar la sensación que tuvo cuando Richard le abrazó y le besó.

—¡Pobrecito!, en el fondo es tímido. ¡Háblale a Rosa sobre Marc! ¡Tu nueva conquista!

Pol sintió un alivio, y no sabía muy bien por qué, porque lo de Marc era casi mas comprometedor, pero accedió a contárselo a Rosa, después de todo era su amiga. Cuando terminó de contar lo que pasó en el «Blanco y Negro». Richard le interrumpió y soltó sin dudarlo el tema de la llamada al móvil del día anterior. Rosa se reía, era emocionante ver por fin cómo Pol salía del cascarón. Por supuesto Rosa decidió apuntarse también a la fiesta y el inglés accedió entusiasmado. Mientras los dos gritaban y se reían Pol no paraba de alucinar con lo que estaba viendo, él avergonzado, cortado y nervioso sin querer volver a ver a Marc y sus dos amigos mientras tanto como locos y deseosos de apuntarse a la fiesta de inauguración de la casa de un desconocido. Por mucho que lo intentó no consiguió frenar el entusiasmo de los otros dos, los cuales prácticamente le obligaron a prometerles que iría, pues no se querían perder una fiesta en una casa a la que auguraban un buen movimiento.

Desde aquel día Pol parecía un zombi, en apenas un par de semanas su vida había pasado de ser tranquila y sosa, de ser un gay reprimido y recién llegado a una ciudad extraña, a tener por amigos a un par de almas descontroladas y salir por bares de ambiente, ligar con hombres y apuntarse a fiestas en las que no conocía ni al anfitrión. Si alguna vez quiso vivir como en una de las series de la tele, desde luego ya lo había conseguido. Rosa lo intentaba animar, era increíble… con lo tranquila que parecía esa chica en Galicia, ahora se había soltado la melena de una manera que asustaba a Pol.

Pasaron los días y por fin llegó el sábado. Rosa fue a casa de los chicos, pues Carlos los iba a recoger con el coche. Richard se vistió con una camiseta ajustada con extraños dibujos parecidos a graffitis estampados en la tela, mientras que Rosa iba con un pantalón negro de lycra y una camiseta sin mangas también negra y con un escote que hizo que a Pol se le abrieran los ojos como platos.

—¡Pero Rosa! ¡Si se te ven las tetas! —Exclamó sorprendido.

—Jo, Pol. Pareces mi padre. —Contestó ella y miró a Richard haciéndole un guiño de complicidad—. Pues claro que se me ve el canalillo, en una fiesta de hombres tengo que ir provocativa para destacar un poco.

—¡Pero si son gays!

—Mayor motivo aún. Hay que estar preparada para lo que sea… incluso para un público difícil. —Rosa se reía ante la mirada de asombro de Pol y, poniéndole la mano en la barbilla, le cerró su boca abierta.

—Yo no voy a la fiesta con vosotros. —Dijo el chico, y se dio la vuelta de camino a su habitación con la intención de desvestirse y quedarse en casa.

Rosa y Richard se miraron, se sonrieron y fueron corriendo detrás del gallego. Entre risas le agarraron de los brazos y le arrastraron de vuelta al salón. A este chico tímido y vergonzoso lo iban a espabilar aunque fuese a la fuerza. Cuando los tres luchaban tirados sobre el sofá, el cual corría el peligro de romperse para disgusto de la señora Matas, sonó una bocina en la calle. Carlos había llegado y los esperaba abajo en el coche.

Los tres cogieron sus abrigos y bajaron rápidamente por las escaleras, Rosa delante, Richard detrás, y Pol en medio, para asegurarse de que no intentara huir. Carlos los esperaba en la puerta, aparcado en doble fila. El coche no era muy nuevo, un SEAT de hace bastantes años, de un color que antes fue blanco y que ahora tenía manchas aquí y allá, pero al que el chico parecía tener aún mucha estima. Rosa y Pol subieron a los asientos de atrás, mientras que Richard se puso en el del copiloto, le dio un pequeño beso al conductor en los labios y se abrocharon el cinturón de seguridad.

Mientras arrancaban Pol se ponía mas nervioso, el coche apestaba a las fuertes colonias que llevaban sus cuatro ocupantes, preludio de otra noche más de fiesta que no sabían como iba a acabar. Rosa le miró y cogió su mano mientras sonreía. Él la miró a los ojos y devolvió la sonrisa, intentando tranquilizarse un poco. Rosa repetía en susurros «No pienses, tan sólo vive el momento».

El coche arrancó y bajó por la calle Princesa para llegar a la Plaza de España y encaminarse hacia su destino. En cuanto dejaron atrás la plaza Carlos aceleró, y el miedo volvió a Pol. El indicador de velocidad subía y subía… 60… 80…100… 120… parecía que no iba a parar. Pol veía los grandes bloques de pisos pasar como sombras en la noche, miles de farolas les rodeaban, la sensación de velocidad era intensa. Pero los otros coches que circulaban por la vía no iban mucho mas despacio que ellos. Era milagroso que se pudiera circular por un sitio así sin chocarse con algo.

El trayecto fue corto, pronto llegaron a callejuelas mas estrechas y disminuyó la velocidad al internarse en uno de los barrios mas populosos y multiculturales de Madrid: Lavapiés. Foco de Inmigración, de clases humildes, de gentes bohemias, con ese contraste tan curioso de los antiguos barrios obreros de Madrid que mezclaban actores y artistas, con viejos jubilados que habían pasado toda su vida en esas calles. En un mismo portal podían vivir un famoso y estrafalario escritor junto a una maruja que baja a comprar en bata al supermercado y fumaba en la escalera. Todo rodeado de un ambiente falsamente sucio y degradado, pero que en el fondo escondía una vitalidad como solo los barrios mas cosmopolitas de las grandes capitales pueden albergar.

Dejaron el coche donde pudieron a las afueras del barrio pues aparcar por las estrechas callejuelas de Lavapiés era imposible, además el ayuntamiento había estado llenando desde hacía años las aceras con barras para impedir que los coches mal aparcados entorpeciesen el paso de los peatones e hiciesen las calles aún más estrechas de lo que ya eran. Caminando un poco, divididos en dos parejas abrazadas, Carlos y Richard, Pol y Rosa, para protegerse del intenso frío, subieron una cuesta que parecía interminable para llegar a su destino, el cual era fácilmente reconocible desde lejos. En un antiguo bloque de pisos, con una fachada llena de los clásicos balcones de las casas antiguas de Madrid era donde el amigo de Marc celebraba su fiesta. Una bandera con los colores del arco iris, representando el orgullo gay colgaba de uno de los balcones, y una multitud de gente extraña parecía entrar y salir del portal que guardaba una pesada y oxidada puerta de metal. Para Pol era la entrada a la cueva de los horrores, para Rosa y Richard la entrada a un parque de atracciones, para Carlos simplemente una puerta más. Y con esos diferentes sentimientos los cuatro la cruzaron para averiguar que había tras ella.

La escalera del portal estaba llena de gente, y ya desde allí se podía oír la estridente y hortera música que salía del tercer piso, donde se celebraba la fiesta. Había un montón de chicos, de gente desconocida apelotonándose por todas partes, algunos sentados en la misma escalera charlando animadamente mientras se liaban algo parecido a un porro, otros apoyados en la pared hablando por el móvil, y la mayoría entraban o salían, había un movimiento continuo. Rosa y Richard empezaban a animarse, en las fiestas multitudinarias era donde encontraban mas diversión. Llegaron a la puerta de la casa, la cual estaba abierta y dejaba pasar a todo el mundo. El pasillo de entrada estaba intransitable, un monton de cuerpos luchaban por abrirse camino en una u otra dirección. El grupo vio como la gente iba dejando sus abrigos en una habitación que se encontraba a la izquierda de la entrada y decidieron hacer lo mismo. Cuando se quitaron los gruesos abrigos Carlos se quedó mirando fijamente a Rosa.

—¡Menuda sorpresa! —Dijo él, casi sin darse cuenta.

—¿Qué pasa Carlos? —Preguntó Richard.

—Tu amiga… está muy bien. —Contestó, y el inglés se quedó un poco sorprendido de ese comentario. Y tanto él como Rosa se molestaron cuando vieron las miradas fugaces que hacía Carlos hacia el escote de la chica.

—¡Anda Carlos! No te burles de mí. —Dijo Rosa sonriendo, intentando calmar la situación y quitando hierro al asunto. «No he venido a una fiesta de gays para sentirme acosada» pensaba ella—. Si a ti no te interesan las mujeres…

—Te equivocas Rosa. —Replicó él con una sonrisa—. En el fondo soy bisexual.

Ahora Richard estaba a la vez sorprendido y enfadado, y sobre todo muy mosqueado al enterarse de esa información. Sus experiencias anteriores con bisexuales no habían sido muy buenas. Finalmente, intentando olvidar todo eso y ante la insistencia de Pol, terminaron de dejar los abrigos y fueron hacia el fondo del pasillo, camino del salón de la casa. La vivienda no era muy grande, mas bien al contrario, pequeña. Un salón mediano, una cocina, un baño y dos habitaciones, sin lujos ni demasiado espacio, pero en ese momento no había muebles y eso facilitaba que hubiese al menos 30 o 40 personas allí, sin contar los que se agolpaban en la escalera. Por unos pequeños pero potentes altavoces sonaban canciones clásicas y petardas de los años 70 y 80. Los cuatro estaban un poco perdidos, pues no conocían a nadie. Al fin, Richard pudo ver a alguien y lo señaló dando un grito y un pequeño empujón a Pol. Al fondo, junto a una pared, estaba Marc, hablando con un chico que no debía tener más de 17 años. Se acercaron a él y cuando ya estaban casi al lado, Marc los vio y su sonrisa evidenciaba su sorpresa y satisfacción al ver que Pol finalmente había venido. El chico de 17 años se fue silenciosamente de allí, pero a Marc eso ya le daba igual, pues ya había conseguido su número de teléfono, y prefirió centrarse en el chico gallego que había venido a verle.

—Hola Marc. Ya estamos aquí. —Dijo Pol al fin, tras la insistencia de Richard, que lo empujaba desde atrás.

—Hola Pol. Bienvenidos. —Contestó el hombre riendo y acercándose para darle dos besos—. ¡Preséntame a tus amigos!

—Bueno, a Richard ya le conoces… —Pol estaba un poco nervioso y le temblaba la voz, carraspeó e intentó seguir con las presentaciones. —Esta es mi amiga Rosa, que viene de Galicia como yo y estudia conmigo. Y este es Carlos, el novio de Richard—. Pol los fue presentando, pero Carlos frunció el ceño al oír la etiqueta que el gallego le había puesto. Él no se consideraba novio de nadie. Y Richard se dio cuenta del gesto que había hecho, pero decidió ignorarlo.

—Encantado. Yo también os voy a presentar a gente, para empezar al anfitrión. Venid por aquí. —Les dijo, y cogió de la mano a Pol para guiarlos hacia un chico joven que estaba en el centro del salón, rodeado de gente—. Es mi amigo Tony, la casa es suya. —Anunció mientras intentaba llamar la atención del chico tocándole la espalda.

—¡Marc! ¿Dónde estabas? He visto que como siempre ya estabas golfeando por ahí. —Gritó el chico al volverse mientras le daba un abrazo—. ¿Quiénes son estos?

—Son Pol y sus amigos. Te hablé de ellos… —Contestó mirándolo fijamente en algo que se suponía como una mirada de complicidad.

—Ah sí… —Tony sonreía. —Ya se, tu nueva conquista—. Y se rió mientras a Pol se le ponía la cara roja de vergüenza y a Marc de enfado ante su indiscreción. —No te enfades Marc, que ya te conocemos todos, jejeje—. Y le dio un beso.

Marc preguntó a los chicos si querían beber algo, a lo cual Rosa y Richard contestaron que sí con entusiasmo. Pol no quería beber, pero Marc no le hizo caso y dijo que le traería algo. Carlos preguntó donde estaba el balcón para poder salir a fumar un rato. Al cabo del rato Marc volvió con las copas y todos se pusieron a bailar y reír al ritmo de la música, que cada vez sonaba mas fuerte, haciendo peligrar la integridad de la minúscula cadena de música de la que salía. Tony cayó bien instintivamente a Rosa y Richard, y los tres empezaron muy pronto a hablar y reírse juntos, mientras Marc, mucho mas sutil, iba apartando a Pol poco a poco del resto del grupo, hasta llevárselo a un extremo del salón donde poder quedarse a solas con él, si es que estar rodeado de un montón de gente extraña es poder estar a solas. Pol no sabía que hacer ni como reaccionar ante los ataques cada vez mas frecuentes y descarados de su acosador, así que lo único que se le ocurría era beber, beber cada vez mas, hasta terminar la copa que tenía en su mano. Marc sonrió al ver que se había terminado su copa, le quitó el vaso de las manos y lo dejó en un rincón, pero no le soltó la mano. Finalmente acercó su boca a la suya hasta que sus labios se juntaron. Era la segunda vez que alguien besaba a Pol en los labios esa semana, pero la sensación era muy diferente. Esta vez no estaba tan nervioso y tenía mas claro que no quería continuar. Despacio se apartó de Marc y lo miró seriamente.

—Marc, no quiero jugar contigo. —Dijo—. Seré sincero, no quiero que nos liemos. Me caes bien, pero no funcionará.

—¿Funcionar?, ¿ni siquiera un rollito? —Contestó el hombre sonriendo—. Es sólo sexo

—Yo no soy así… nunca he estado con nadie, prefiero esperar.

—Pues no esperes mucho o se te pasará el arroz.

—No te enfades Marc. Creo que tu me puedes ayudar y será bueno que nos conozcamos mejor. —Pol no sabía muy bien por qué decía esto, pero abrazó al hombre en una muestra espontánea y sincera de cariño.

Aquel gesto sorprendió a Marc, el cual sonreía y olvidaba rápidamente su fracaso con el gallego. Ligues no le faltaban, pero una nueva amistad nunca estaba de más, y el chico parecía sincero, podría intentarse algo mas serio que un rollo, más importante que el sexo, como era una buena amistad. Los dos se separaron, se miraron y se rieron, pensando en las tonterías que habían dicho y hecho. Pol ya no estaba nervioso, Marc ya no estaba ansioso. Ahora estaban liberados de la carga absurda que suponía todo cortejo, el cual muchas veces mas que facilitar las cosas para ayudar a mostrar como son las personas realmente, en realidad oculta bajo una máscara de lo que se intenta aparentar ser y no lo que se es, escondiendo muchas veces algo más valioso que lo simplemente superficial que está a la vista. Ahora podrían mostrarse como eran realmente, y con esa nueva confianza surgida de la casualidad, Pol y Marc fueron a una de las habitaciones, donde estaban las bebidas en busca de una nueva copa.

Mientras, Tony, Rosa y Richard bailaban y bebían. Realmente se estaban divirtiendo. Tony era una loca, pero su sentido del humor inundaba todas sus conversaciones, lo cual provocaba la risa continua de Rosa y la simpatía de Richard. Sus comentarios jocosos sobre el escote de la chica o el acento del inglés no eran de mal gusto e hicieron gracia en los dos chicos. De vez en cuando alguien preguntaba algo a Tony o le saludaba, después de todo era el anfitrión, aunque no todo el mundo parecía saberlo.

—¿Quiénes eran esos? —Preguntó Rosa, después de que el joven hubiese indicado a dos chavales con pinta de siniestros dónde estaba el baño.

—¿Sabes qué? ¡Créeme si te digo que no lo sé! —Y los tres se rieron—. En esta fiesta, que se supone que es mía… ¡no conozco a la mitad de la gente! No se quien los ha invitado.

—Pues serán como nosotros, que venimos acoplados. —Dijo ella riendo—. Está bien eso de poder venir y decir luego que me colé en una fiesta… aunque sea la de un desconocido.

—Bueno, vosotros ya me conocéis, así que podéis daros por invitados, y ademas… —Tony no terminó su frase, por fin veía conocidos entrando al fondo del pasillo—. ¡Pero mira quiénes han venido! —Y dejó a la pareja para ir a saludar a dos chicos que acababan de entrar.

Rosa y Richard se quedaron solos, mirándose y riéndose, por efecto del alcohol, la música, las bromas de Tony y el ambiente en general. Tras estar un buen rato hablando con los recién llegados, Tony volvió junto a la pareja, justo cuando Marc y Pol también regresaban junto al grupo. En ese momento Rosa aprovechó para preguntar al anfitrión donde estaba el aseo y se fue con evidentes prisas.

—¿Sabes quiénes han venido Marc? —Dijo Tony a su amigo—. ¡Pedro y Juan! No creí que fuesen a venir.

—¿Han venido al final? —Marc también estaba sorprendido—. Después de lo que les pasó…

—Si, ellos se creen que aún es un secreto, pero cuando les he preguntado se han quedado blancos del susto al ver que yo lo sabía todo. —Dijo Tony jocosamente—. Y lo peor es que lo sabe medio Madrid. —Tony y Marc se rieron.

—¿Qué es lo que pasa? —Preguntó Pol al fin.

—Pedro y Juan son amigos nuestros… bueno, en realidad Juan se folló a Tony. —Contestó Marc riéndose, y recibió un golpe en el brazo procedente de su amigo, el cual estaba indignado ante ese comentario.

—¡Y tu estuviste con Pedro! —Espetó él.

—Bueno ¿y qué?, en Madrid todos han estado con todos. Bueno, lo que sea, les conocemos… el caso es que esos dos son muy amigos, algunos creen que están liados, pero yo creo que es mentira. Parece ser que este verano pasado tuvieron movidas bastante gordas. Pedro, el más pequeño se lió con el padre de Juan sin que éste lo supiera, te puedes imaginar lo que es eso…

—Pues no, pienso en mi padre, que es totalmente facha, y no me lo imagino. —Respondió Pol asombrado ante esa historia mientras Richard escuchaba con atención, divertido.

—Da igual, Pedro y el padre de Juan estuvieron liados. Y mientras Juan se lió con un chico que estaba buenísimo, Alex. —A Marc se le caía la baba al recordar a aquel chaval—. Luego rompieron, y parece ser que Alex desapareció y nunca se le ha vuelto a ver, con lo cual, sabiendo como funciona el ambiente, da pie a toda clase de rumores.

—Precisamente de eso me han hablado, Marc. —Interrumpió Tony—. Dicen que la última fiesta en la que estuvieron en casa de alguien fue con Alex, y que no lo pasaron muy bien. También estaba el loco aquel de navarra del chat de Internet ¿te acuerdas?

Marc asintió. Y como Pol y Richard no sabían de qué iba el tema, decidieron cambiar de conversación. No habían ido hasta allí para hablar de desconocidos, sino para conocer gente nueva, así que con unas cuantas frases bien dichas, consiguieron reconducir aquello hacia el petardeo y la diversión que había antes de que llegaran aquellos dos. Al cabo de un rato Rosa volvió del aseo con la cara blanca y asustada.

—¿Qué te pasa mujer?, ¿qué cara es esa? —Preguntó Tony, divertido—. ¿Te ha visitado la menstruación o que?

—No he podido entrar al baño… —Dijo ella al fin con los ojos muy abiertos. —Allí hay dos tíos chupándosela el uno al otro.

—¡Ah! Deben ser los dos jovencitos siniestros que hemos visto antes. —Dijo él muy tranquilo, para mayor asombro de la chica, y se puso a bailar sin darle importancia.

Richard y Marc se rieron. Pol abrazó cariñosamente a Rosa, conteniendo también la risa. Tony se dio la vuelta y se fue a saludar a más gente que entraba en la casa y a ver como iban las bebidas. Tras un par de canciones más, Richard se extrañó de que Carlos no hubiese vuelto aún y decidió ir a buscarle.

El inglés salió al balcón y se encontró a su chico allí, fumando al lado de un desconocido, riendo y aparentemente pasándoselo muy bien. Se quedó parado un momento al lado de la puerta del balcón sin que pudieran verle, y vio como los dos chicos se acercaban mucho, demasiado para su gusto, cómo Carlos hacía gestos mas que obvios con el otro el chico y éste le respondía. Antes de que la cosa fuese a mayores decidió intervenir. Se acercó y abrazó efusivamente a Carlos, el cual no parecía muy contento de verle. Ante esa situación el otro chico se fue sigilosamente sin que nadie se diese cuenta. El inglés intentaba besar a Carlos, pero éste no se dejaba. Allí, en medio de la noche, en el balcón de la casa de un desconocido en una noche de noviembre, Richard sentía mas frío por las palabras que no le decía Carlos que por el aire gélido de la calle. Carlos era libre, y nadie podría arrebatarle esa libertad, no se casaba con nadie y solo vivía el momento, sin pensar en nadie más, quizás ni siquiera en sí mismo. La reacción del inglés ante la insensibilidad del chico fue la técnica que él mismo definiría mas tarde como «la técnica de la guarra», es decir, calentarle para que olvidara todo aquello y llevárselo a la cama, dejándole satisfecho y sin que pudiera pensar en nadie más. Pero a Richard nunca se le olvidaría la mirada escéptica y orgullosa de Carlos, el cual parecía totalmente autosuficiente, sin necesitar a nada o a nadie. La gente que no reconocía sus propios límites o necesidades solían acabar sin cumplir ninguno de sus secretos sueños e ilusiones, incluso aquellos que tenían y les avergonzaba reconocer.

Entraron de nuevo a la casa y volvieron junto al grupo. La música estaba mas alta ahora. Tony había sacado de no se sabía donde una boa de plumas moradas que llevaba al cuello y bailaba encima de una silla de plástico que corría el peligro de romperse, mientras todos los que estaban en la casa gritaban y silbaban al ritmo de la música y del baile del anfitrión. Marc animaba a Tony mientras Pol y Rosa se reían, ya medio borrachos los dos, y Carlos y Richard se empezaron a dar tímidos besos al principio, que acabaron en un morreo continuo en el que no paraban de enlazar sus respectivas lenguas, aflorando el calentón de ambos provocado por el alcohol. La gente cada vez gritaba más, y atraídos por el ruido, entró aún mas gente proveniente de la escalera, lo cual provocó aplastamientos masivos en el salón que dieron lugar a mas risas y tocamientos entre la multitud de chicos que se agolpaban en el salón. Richard y Carlos se perdieron al fondo, y se encaminaron silenciosamente hacia una puerta cerrada al fondo del pasillo, el dormitorio. Estaba cerrada, pero Richard le las ingenió para abrirla e invitó a Carlos a pasar, esa noche se desnudarían y lo harían en la cama de un desconocido.

El calor empezaba a ser agobiante, la alta música, la abundancia de alcohol y el roce de cuerpos hacía que la gente empezara a sudar, y algunos, animados ante la perspectiva de hacer mas intenso el roce de cuerpos, se empezaron a quitar la ropa, y así camisetas y pantalones empezaron a volar por el aire arrojados por sus dueños hacia la cara del anfitrión, que seguía bailando sobre la silla, viendo el divertido panorama. Por supuesto Marc fue uno de los primeros que se quitó la camiseta. Siempre había estado orgulloso de sus pectorales y no iba a perder la oportunidad de enseñárselos a todos en general, y en especial a Pol, el cual se encontraba un poco intimidado ante ese mar de torsos desnudos y sudorosos que lo rodeaban. Si Pol estaba intimidado, Rosa como poco se encontraba asustada, aunque también un poco alucinada, y tímidamente rozaba algún que otro pezón con un codo o la muñeca de la mano, hasta que al final decidió perder la vergüenza, y simulando algunos oportunos tropiezos consiguió tocar algo más. Debido al ruido de la música y los gritos, prácticamente todos los vecinos de la calle estaban despiertos, y alguno que otro incluso se asomó a la ventana para ver de donde venía tal escándalo, pero volvió a ocultarse en su casa, asustado de lo que había visto. Un monton de hombres desnudos borrachos gritando y tocándose en una casa con una bandera del orgullo gay en el balcón. Eso no podía durar mucho, ya eran las tres de la madrugada, y la paciencia de los vecinos tenía un límite.

Al cabo de unos minutos el ruido no parecía calmarse, a pesar de que varios chicos tenían ya sus bocas más que ocupadas besándose unos a otros, incluso en grupos de mas de dos, y mas de tres. Marc no perdía oportunidad de tocar unos cuantos culos, y Tony seguía feliz en su papel de gogó borracha de improvisada discoteca.

Un grito hizo que todos se quedaran quietos de repente. Alguien avisó desde el balcón que habían llegado dos coches de la policía municipal y habían aparcado en la puerta del portal, lo cual, tras el primer momento de susto, provocó una auténtica estampida de gente que corría y luchaba a golpes por salir de la casa, apelotonándose en el pasillo de entrada. Todos corrían, los abrigos volaban de un sitio a otro, los vasos rodaban por el suelo. Tony se cayó de su silla sin saber cómo reaccionar, él no podía huir, era su casa. Marc cogió de un brazo a Pol y tiraba de él para sacarlo de allí, pero el chico tenía que buscar a su amigo y a Carlos, los cuales no sabía donde estaban. Por fin los vio salir del dormitorio, aún poniéndose la ropa. Pol hizo un gesto de disgusto, pero no había tiempo para pensar, los llamó y los cuatro chicos y Rosa salieron disparados hacia la puerta de salida, cogieron los abrigos y bajaron las escaleras como pudieron, luchando contra la multitud. En la puerta de la calle había cuatro policías que, desbordados y asombrados ante la marabunta que salía del portal, no pudieron impedir que la gente saliese huyendo y corriendo en todas direcciones. El grupo consiguió al fin salir de allí y correr calle abajo, lejos de los gritos y las carreras, de las luces intermitentes de los coches patrulla y de los policías con cara de pocos amigos.

Cuando ya dejaron todo atrás se miraron, cansados y sofocados, y no pararon de reír. Desde luego había sido una fiesta para recordar. Pero algunos no querían terminarla todavía y Carlos y Marc propusieron continuarla en alguna discoteca. Por supuesto Pol se negó, pero como venía siendo habitual, Richard le tapó la boca, le agarró y le obligó a ir con ellos, a perderse otra vez, consumiendo las horas que les quedaban de sábado noche, sin saber muy bien cómo acabarían esta vez.

Mientras en la casa, no quedaba casi nadie. Un borracho durmiendo en una esquina del salón sin enterarse de nada, un montón de vasos de plástico rotos por el suelo, botellas, manchas, algún que otro abrigo, y Tony en medio del salón, tirado en el suelo junto a la silla rota, con la boa de plumas moradas rodeándole el cuello y sonriendo a los policías que acababan de entrar en la casa. Uno de los policías fue a inspeccionar el resto de la casa, y descubrió a los dos chicos del baño, que aún seguían con su interminable mamada. Ante la visión de aquello prefirió volver a cerrar la puerta discretamente, como si no hubiese visto nada. Entre dos policías levantaron a Tony del suelo y le dijeron que se lo iban a llevar a comisaría para declarar, pues había sido denunciado por varios vecinos por escándalo público. Tony se defendió, pero no consiguió que los policías cambiaran de opinión. Mientras tres de ellos ya iban hacia los coches, el cuarto ayudaba a Tony a cerrar la puerta de la casa y bajar las escaleras. Lo curioso fue cómo le sonreía y comentaba «¡Menuda fiesta habéis montado aquí!», entonces Tony le miró a los ojos y se dio cuenta de lo guapo y morboso que era el policía, devolvió la sonrisa y pensó que, después de todo, a lo mejor no iba a acabar tan mal la noche en la comisaría.