16 Stereosexual

Mayo.

Amanecía el sábado por la mañana en Madrid. Aparentemente era un sábado como otro cualquiera, la ciudad recuperaba el ritmo habitual con la actividad acostumbrada. El centro de la urbe volvía a encontrarse lleno de botellas, papeles y suciedad dejadas por la noche del viernes. Un ejército de empleados municipales luchaba contra toda esa basura para dejar las calles limpias antes de que abrieran los comercios. Algunos borrachos y juerguistas de última hora iban camino del metro para poder regresar a sus casas a descansar, huyendo de la luz del Sol. Todo era muy normal en el centro de Madrid, al menos para la mayoría de la gente. Pero no para Pol, ni tampoco para sus amigos. El chico, acompañado por Richard y Marc salía de la comisaría de policía con la cabeza cabizbaja, aún no sabía si más por vergüenza o por el susto que había pasado. Se detuvieron un momento en la puerta y al poco rato salió Chinta Kari, el detective drag-queen.

—Bueno chicos, de momento parece que ya está todo hecho. —Les dijo con una evidente cara de satisfacción—. La verdad es que estoy muy contento y agradecido de que me ayudaseis a descubrir a «la funcionaria asesina».

—Tampoco era algo que yo hiciese por voluntad propia. —Murmuró Pol—. Y mucho menos algo que deseara…

—¡Venga Pol! —Lo animó el detective—. Piensa que has conseguido colaborar a una buena acción. Ese hombre ya no hará mas daño. Lo encarcelarán y…

—Eso si no lo absuelven en el juicio. —Lo interrumpió el chico sin levantar la vista.

—Sí… aún queda el juicio. —Admitió Chinta tranquilamente mientras sacaba un pequeño espejo de un bolsillo y empezaba a arreglarse el maquillaje—. Por eso tu ayuda aún es importante, Pol. Tienes que declarar en el juicio, hay que conseguir que condenen a ese cabrón homófobo. —Dijo mientras se repintaba los labios con una gran barra roja que había sacado de no se sabía dónde.

—Bueno… ya veremos… —Dudó Pol, que pensaba que si sus padres se enteraban de aquello corría aún más peligro que con el asesino.

—Bueno, os avisaré cuando haya novedades, ahora me tengo que ir. —Se despidió el detective cerrando su espejo y guardándolo de nuevo, aunque sacó otra cosa de su bolsillo—. Tomad, aquí tenéis mi tarjeta, para cualquier cosa, llamadme. —Y se despidió dándoles un beso a los tres, a Marc en los labios.

Miraron como Chinta Kari, ese extraño personaje, se alejaba hacia su coche y sacaba por la ventanilla su mano enfundada en un guante blanco de raso para decir adiós. Después se fijaron en su tarjeta, totalmente pintada de rosa y en la que en letras blancas muy recargadas se podía leer: «Amidula Chinta Kari, detective rosa privado», lo mejor era el epílogo del final: «Cuando la policía no te haga caso, acude al verdadero profesional que te entiende». Richard sonreía, en realidad todo aquello le había hecho gracia, Marc miraba aún sorprendido la tarjeta y Pol no podía hablar.

—What a freak! —Exclamó Richard al fin, rompiendo el silencio—. ¿Y por qué te ha dado a ti un beso en los morros, Marc?

—¿¡Yo qué sé!? —Se defendió el hombre, tan sorprendido como el chico—. Pero en el taxi no paraba de tocarme las tetas disimuladamente.

—¿Disimuladamente? Tienes una marca de carmín en la camiseta, cerca del pezón izquierdo…

—Es verdad… —Admitió Marc mirándose la mancha. —Debió ser cuando hizo como que se tropezaba en la Casa de Campo… ¡qué manía tiene todo el mundo con chuparme las tetas!

—Te quejas de vicio. —Espetó el inglés.

—Que no, que estoy harto. A veces cuando hago un trío, los dos tíos se enganchan a mis pezones y no los sueltan. Me siento como una loba amamantando a sus cachorros. —Dijo indignado y los dos se rieron ante ese comentario.

Marc y Richard se reían, pero Pol permanecía callado y cabizbajo. Cuando los dos se calmaron se fijaron en su amigo y cruzaron miradas cómplices, se acercaron a él e intentaron animarlo. Pol estaba avergonzado y tenía los ojos llorosos. Richard sintió pena por él, la verdad es que no era normal lo de la noche anterior. Marc sabía muy bien cómo animar al chaval y, sin que éste pudiera reaccionar y negarse, le agarró del brazo y lo arrastró por la calle.

—¿Qué haces Marc? —Dijo el chico con voz ronca.

—Vamos a desayunar, yo os invito.

—No, yo mejor me voy a casa, me doy una ducha y…

—¡A callar! —Ordenó el hombre con una voz cortante imposible de replicar—. Tú haces lo que yo te diga, desayunas con nosotros y punto. Estamos cerca de San Ginés… los mejores churros y chocolate de Madrid.

Richard entendió enseguida el plan de Marc y se unió animado al arrastre de Pol hacia el callejón de San Ginés. Marc animó a los dos chicos a adentrarse en la calle y llegaron a la puerta de una cafetería, en esos momentos muy concurrida. La chocolatería San Ginés era uno de los lugares mas típicos de Madrid. Era toda una tradición ir a tomar chocolate con churros a esa cafetería después de haber estado toda la noche de marcha. El lugar se encontraba a reventar de jóvenes trasnochadores que habían logrado aguantar hasta esas horas. Decidieron bajar al piso inferior, donde había más mesas, al que se accedía a través de una estrechísima y sinuosa escalera, no apta de ser bajada por gente borracha sin equilibrio, pues podían acabar con sus piños en el suelo. Pol volvió a quejarse y dijo que se iba, pero sus amigos lo empujaron abajo. «Tú te comes tu chocolate y punto» dijo Marc. Cargados con chocolate y churros para alimentar a un regimiento, fueron al piso inferior, mas vacío. Fue todo un desafío bajar el chocolate sin derramarlo por aquellas escaleras, en las que casi parecían equilibristas de circo. Cuando por fin encontraron un sitio libre y se sentaron, Marc sonrió satisfecho esperando a que Pol probara el chocolate.

—No tengo hambre… —Dijo el chico cabizbajo.

—¡Come ya, coño! —Ordenó el hombre, ya harto de tanta tontería.

El chico obedeció, intimidado aquella orden, y cogió un churro, lo mojó tímidamente en la taza y se lo llevó a la boca. Casi al instante su expresión mustia cambió a una de sorpresa.

—¡Qué bueno! —Murmuró, y Marc sonrió, asintiendo y cogiendo él mismo otro churro.

—Ya era hora que probara estas cosas. —Comentó Richard cogiendo otro churro—. Más de medio año en Madrid y aún no había probado los churros.

—Mentirosa… —Dijo Marc riendo. —Churros a lo mejor no, pero porras te has tragado unas cuantas.

—Menos grasientas que éstas, seguro. —Replicó el inglés.

—Pero igual de largas y a lo mejor menos sabrosas. —Contestó él.

—¿No podéis hablar por un momento de algo que no sea sexo? —Se quejó Pol.

—¡No! —Contestaron al unísono.

—Pues ya podríais, sobre todo después de lo que ha pasado esta noche…

—No hagas un drama. —Se quejó Marc.

—¡Un drama! —Exclamó Pol indignado—. ¡Carallo, He estado a punto de morir asesinado y me dices que no haga un drama!

—A punto no… que nosotros estábamos allí para salvarte. —Corrigió el hombre mientras devoraba un churro.

—Pero el tío era un asesino en serie, a saber lo que iba a hacerme. —Se quejó el chico.

—Sí, es verdad, y ya puestos a hablar del tema… —Dijo Marc bajando la voz y mirándole fijamente. —¿Nos puedes explicar que coño hacías atado a un árbol cuando llegamos nosotros?

—Pues… porque… —Pol dudó un momento avergonzado. —¡Da igual! Ese no es el tema, yo…

—¡Claro que es el tema! —Rió Marc interrumpiéndole—. Eres un vicioso, te pones a hacer prácticas sadomaso con cualquiera y luego te quejas.

—¡Que no! Que lo de atarme lo propuso él. —Se defendió el chico.

—¿Y tú por qué aceptaste?

—Porque…

—Porque te da morbo eso. —Continuó Marc la frase sin esperar a que Pol la terminara.

—¡Idiota! —Exclamó el chico—. No quiero hablar mas de eso.

Marc y Richard se rieron. En realidad el hombre lo que intentaba era frivolizar aquella experiencia para quitar importancia al asunto y evitar que Pol se creara un trauma con ello. Riéndose de las experiencias negativas podía conseguir no sólo minimizarlas, sino incluso aprender de ellas. Las personas que se pasaban el tiempo recordando y lamentándose de las desgracias nunca conseguían superarlas y mirar hacia delante, pues estaban demasiado ocupadas pensando en el pasado. Marc sabía muy bien eso, él no era ningún retoño, había pasado por muchas experiencias en su vida, y por supuesto no todas buenas. Pero Marc sabía que la vida seguía a pesar de todo, y que si renunciaba a ella estaba perdido, y sabía que, a pesar de lo criticada que estaba por su mal uso y abuso, la frivolidad a veces se convertía en un arma fantástica para combatir malas experiencias. ¡Qué habría sido de muchos si de cada mala experiencia hubiesen hecho un mundo y no se rieran del pasado! Marc escondía bajo su frivolidad una sabiduría que daba la vida, no los libros.

Parecía que el objetivo del hombre había sido alcanzado, Pol ya no estaba triste y autista, ahora había recuperado parte de su vida gracias al chocolate y a la conversación. Su continuo refunfuñar indignado por los comentarios de Marc parecía muestra suficiente para ver que el chico había salido de su silencio y recuperaba su verborrea. Marc y Richard sonrieron satisfechos, pero de repente, la mirada de Richard cambió. Se puso un poco pálido y el gesto se le quedó en una mueca congelada. Todos miraron hacia donde el inglés tenía fija la vista. Carlos estaba allí. El antiguo ligue de Richard, el primero que tuvo en Madrid hace meses, había entrado en la chocolatería. Pol cogió a Richard de un brazo, sabía que su amigo lo había pasado muy mal con aquel chico, y esperaba que volver a verlo no le afectase demasiado. Madrid era una ciudad que aparentemente parecía muy grande, pero en la que curiosamente luego era fácil volver a encontrarse con quien menos se esperaba o deseara. Parecía que todos tenían un radar y un imán de atracción para volver a verse en las situaciones mas inesperadas, y esos encuentros muchas veces resultaban en insospechadas consecuencias. Tras el shock inicial, el inglés se recompuso se levantó y dio un paso al frente, decidido a ir a saludarle. Pol le agarró fuerte del brazo mientras le pedía con la mirada que no fuera allí. Richard apartó suavemente la mano de su amigo de su brazo, dándole a entender que estaría bien y que no se preocupara por él, y se dirigió hacia donde estaba Carlos, el cual ya le había visto.

—Hello Carlos. Cuánto tiempo sin verte.

—¡Hombre Richard! —Exclamó él—. No me imaginaba verte aquí…

—¿Sorprendido? —Preguntó y Carlos asintió con la cabeza—. ¿Disgustado tal vez? —Le picó.

—Agradecido más bien. —Contestó sonriendo—. Estás muy bien, parece que estos meses en Madrid te han ido bien.

—Sí… ya sabes, he salido por ahí con Pol, fuimos de viaje a Barcelona. Me han pasado bastantes cosas.

—Ya veo… ¿estás saliendo con alguien? —Disparó sin avisar. Esa pregunta tenía que salir tarde o temprano.

—No, no tengo nada formal. —Contestó el inglés, que empezaba a notar ciertos gestos sospechosos por parte de Carlos—. ¿Y tú?

—En realidad, tengo que confesarte muchas cosas, Richard.

—Sí… tu desaparición fue muy extraña.

—Bueno, creo que los dos nos mandamos mutuamente a la mierda.

—Ok… tienes razón. —Admitió el inglés—. Pero he tenido muchas experiencias últimamente que me han hecho ver las cosas de otra manera.

—Eso es bueno. —Asintió Carlos—. De todo se aprende, aunque no todos lo hacen. Eso me dijo un amigo una vez después de pasar una mala racha.

—No has contestado a la pregunta de si estás saliendo con alguien…

—Es verdad. En realidad, tengo novia.

—¿Una chica? —Richard parecía sorprendido, pues no se esperaba esa respuesta.

—Sí, ya te dije que yo soy bisexual.

—Pero no sabía que eras practicante.

—Nunca me ha gustado estudiar solo la teoría. —Sonrió Carlos—. Espero que no te importe.

—He aprendido a respetar las decisiones de cada uno. Mientras no juegues conmigo acepto todo.

—Muy bien, porque… la verdad es que no me importaría repetir contigo. —Le dijo acercándose y tocándole distraídamente sus hombros y brazos.

—¿Y tu novia, sabe que te acuestas con hombres? —Preguntó el inglés muy serio, pero por dentro despertaban sus fuegos interiores.

—Sí, lo sabe. De hecho ambos tenemos amantes.

—¿Los dos tenéis amantes? —Richard cada vez estaba mas sorprendido—. Vaya relación mas rara, no es que no seáis una pareja cerrada precisamente…

—Nosotros lo llamaos «Stereosexual», después de todo ella también es bisexual…

—¿Stereosexual?

—Sí, nosotros nos acostamos con cualquiera independientemente de su género.

—Creo que yo nunca podría follar con una mujer.

—Hazlo conmigo entonces.

—Muy bonito… estamos meses sin vernos y ahora apareces y así sin mas, me dices que nos liemos.

—Bueno, tú verás… ¿follamos o discutimos la relación?

—Ya veremos lo que hacemos.

Los dos interrumpieron su conversación al ver acercarse a Marc y Pol. Se saludaron aparentemente de forma cordial, pero Pol no pudo reprimirse y mirar de reojo a Richard y Carlos, preocupado ante lo que pudieran haber hablado, y sorprendido al ver cómo hacían manitas por debajo, sin que nadie los viera. Marc dijo que estaba cansado y se iba a casa, a Pol le pareció una idea estupenda y dijo que también se iba, pero para su sorpresa, Richard decidió quedarse un poco más.

—Yo no me voy a ir ya. Me voy a marchar con Carlos, aún tenemos cosas que hablar… —Dijo Richard mientras Pol volvía rápidamente su cabeza para mirarle, alarmado ante ese anuncio.

—¿Estás loco Richard? —Susurró en su oído—. Te la estás jugando, ese tío va a volver a hacerte daño.

—Necesito hacerlo, Pol. —Murmuró suavemente mientras sonreía, agradecido por su preocupación—. Necesito saber si he madurado y se cómo superar estas cosas.

—A mi me parece un suicidio… —Refunfuñó Pol, pero aceptó la decisión de su amigo.

Richard y Carlos se despidieron de los otros dos y se fueron. Pol dio dos besos a su amigo y su mirada era un poema de preocupación y sentimiento. El inglés le miró fijamente y sonrió mientras le abrazaba. «Estaré bien» le dijo al oído. Volvieron a darse otro beso ante la mirada de todos y se despidieron definitivamente. Pol vio como su amigo se alejaba y salía por la puerta del edificio hacia la calle acompañado por Carlos. Marc vio toda la escena como muy tierna, miró en los ojos de Pol y descubrió auténtico aprecio en ellos, pero también preocupación y miedo. Le cogió de la mano para darle ánimos, le miró y después sonrió. Pol devolvió la sonrisa. Siempre tendría amigos para animarle en las peores situaciones, y curiosamente, Marc parecía saber lo que pasaba por el interior del chico en ese momento.

—¡Bueno! Yo mejor me voy a ir a la sauna. —Anunció Marc, rompiendo el silencio.

—¿Por qué? —Se quejó Pol.

—Me voy a dar una vuelta a ver que hay…

—Vamos, que te vas a follar. —Aclaró Pol mientras Marc se encogía de hombros.

—No, también beberé algo en el bar… supongo.

—¡Pufff!, siempre con tus cosas Marc, ya veo cuales son tus prioridades. —Acusó Pol, molesto porque el hombre no le acompañara al metro.

—¡Naturalmente! —Se defendió él—. A ti ya te veo todos los días. Me voy a la sauna y ya hablamos. No te preocupes Pol, ya te contaré todos los detalles morbosos. —Dijo mientras le daba un beso de despedida.

—¡A mi no me cuentes nada de eso, que no quiero saberlo! —Exclamó el chico indignado.

Marc sonrió, divertido ante la eterna y falsa inocencia del chico. Se despidió y se marchó calle arriba en dirección a la sauna.

Al final Pol se quedó solo. Como no tenía nada mejor que hacer se fue a su casa andando. Mientras caminaba por la Plaza de España vio unos carteles en la pared que anunciaban una nueva obra de teatro cómica llena de situaciones surrealistas. Pol pensaba que eso no sería nada nuevo para él. Con las situaciones que había vivido en los últimos meses, su vida daba también para un teatro. Y encima ahora la vuelta de Carlos complicaba de nuevo las cosas. Justo cuando creía que por fin podrían llegar al final.