Lori no sabía qué hacer. Después de una ducha caliente y ponerse una pijama abrigada, encendió el televisor y pasó por los diferentes canales sin poder concentrarse en nada. Su mente volvía a lo ocurrido en el baño, estuvo segura que cuando llegó a la mesa, se le notaba el orgasmo que acababa de experimentar y la mirada de suficiencia de Mike no ayudó mucho, quiso borrársela de una bofetada. No entendía qué quería, ella deseaba su amor y un compromiso, ¿era algo malo?, no lo creía, ella lo amaba y no iba a entrar en su espiral de relaciones sin sentido. Debería dejarla en paz y seguir con su vida, no demoraría en encontrar una mujer que quisiera meterse en su cama. El corazón se le arrugó ante ese pensamiento. No podía quitarse de la cabeza las palabras que tanto la habían herido: “El hecho de que no te ame, no quiere decir que no pueda amar a alguien más, principessa.”

Después de una pésima noche, se alistó para ir clase, no sin antes enviarle un WhatsApp a Jack, que estaba inusualmente callado.

“¡Nunca creí que llegaras a traicionarme, Jack Dónovan! ¿Es que ya no eres mi amigo?”

 

“Nunca he sido más amigo tuyo que en este momento, recuérdalo cuando cambien los vientos y la armonía y la paz lleguen a tu vida.”

 

“No me vengas con bobadas, por lo visto cambiaste de profesión, eres el último Gurú de ayuda a parejas de California, pues déjame decirte que se te da muy mal, mejor sigue de diseñador.”

 

Emoticones furiosos.

 

Jack no le contestó el último mensaje. Lo conocía y ella sabía que tuvo que tener una razón poderosa para haberle revelado su paradero a Mike. Por primera vez en años de amistad, su amigo le ocultaba algo. Arreglaría cuentas con él en cuanto volviera a San Francisco. Mortificada llegó a clase, mientras trabajaba en una pintura al carboncillo, pensaba en lo ocurrido por enésima vez. ¿Dónde estaba su fuerza de voluntad? Se recordó que era muy mala invocándola, dietas, ejercicios, comida saludable, relaciones sanas, ¿por qué se molestaba?

A media mañana recibió un mensaje de Mike. No quiso abrirlo en ese momento. Cuando llegó a la cafetería para comer un sándwich, leyó el mensaje.

“Principessa, tenemos que hablar, te prometo que si me escuchas, te dejaré en paz y volveré a Los Ángeles.”

 

Tendría que hacerlo, pero no le daría el gusto ese día, se dijo. Lo dejaría para dos días después. Tenía que erigir sus defensas.

“Está bien, Mike, pero no puedo hoy ni mañana, no estoy aquí de vacaciones y debo presentar un par de trabajos para el viernes, si deseas, nos vemos el viernes en la tarde.”

 

Llegó la contestación minutos después.

“Me parece fabuloso, ropa informal y abrigada.”

 

“Bien.”

 

Mike llegó al edificio donde Lori estudiaba, abrigado con jean grueso, chaqueta acolchada, botas de invierno y guantes. La temperatura no era tan baja esa tarde, estaba soleada y no había nevado ese día, pero el viento estaba algo fuerte. Los dos días anteriores apenas había salido del hotel. Dio gracias a Dios cuando Lori salió del lugar, estaba con un grupo de compañeros, se despidió de ellos y llegó hasta él. A pesar de que tenía guantes, se frotó las manos y por culpa de la temperatura se le enrojeció la nariz, estaba con una vestimenta muy parecida a la de él a diferencia que llevaba un gorro de lana. Se saludaron algo tímidos, Mike se acercó y le dio un suave beso en la mejilla, ella se sonrojó. No podía evitar mirar sus ojos que como pozos azules, veían a través de él, el viejo Mike utilizaría sus mecanismos de defensa ante ese gesto que lo dejaba vulnerable, pero el nuevo hombre, deseaba desnudar su alma ante ella. Alabó en sus pensamientos la tersura de su piel, como extrañaba tocarla. Estar lejos de ella era peor que el infierno, para el poco tiempo pasados juntos; Lori había dejado una huella profunda.

—Menos mal que me hiciste caso, vas muy bien abrigada —le dijo mientras la llevaba al auto, un Land Rover último modelo. Estaba nervioso, tenía la boca seca y el corazón expandido en el pecho. Ya no peleaba con esas sensaciones, se regodeaba en ellas. Así era el amor.

—Hace un frío de los cojones.

Al subir al auto, Mike encendió la calefacción y le brindó un recipiente con chocolate caliente que acababa de comprar en una cafetería de la esquina. Lori agradeció el gesto con una sonrisa. Estaba nerviosa, había pasado dos días tratando de controlar sus sentimientos, pero no era sino que su presencia invadiera su espacio para mandar los resquemores a pasear. Su aroma la intoxicaba, era una nebulosa que le invadía las fosas nasales, recordó los dibujos animados cuando el zorrillo, Pepe Le Pew, llegaba y con su fragancia trataba de conquistar a la gatita Penélope, pues bien, Mike era Pepe y la diferencia entre ella y Penélope era que Lori si estaba enamorada. Pronto la calefacción caldeó el ambiente, eso y el chocolate la pusieron de buen humor.

—¿Y bien? ¿A dónde vamos?

—Vamos a hacer turismo. ¿Has conocido algo de la ciudad?

—La verdad no mucho, de la casa al estudio y algunas salidas cerca.

Mike le comentó que irían al Museo Contemporáneo de Fotografía ubicado en el centro de la ciudad. Las fotografías expuestas eran de artistas locales poco conocidos, pero con un enorme talento.

Llegaron al lugar, un edificio de varios pisos, hicieron el recorrido en silencio hasta que Mike se paró frente a una de las fotografías, una pareja caminando por un corredor de piedra bordeado de árboles y sin mirarla le dijo:

—No te agradecí el collage de fotografías que me regalaste, es hermoso y como todo lo que haces, demuestras talento. Una de las fotografías me llamó mucho la atención.

Lori volteó la cabeza intrigada. Mike continuó.

—Estoy martillando una viga de madera en el centro de jóvenes.

—La recuerdo.

—Y yo recuerdo lo que pensaba en ese instante —la observó y se apresuró a continuar—. Meditaba sobre la mejor manera de no involucrarme contigo emocionalmente, de dejar todo en un plano físico.

—No es una sorpresa —dijo ella.

—Te veía —se aclaró. Se metió las manos enguantadas en los bolsillos de la chaqueta para evitar tocarla—. Te veo tan en comunión con el mundo que me pregunto: ¿cómo lo haces?

Caminaron hacia otra serie de fotografías. Varias personas pululaban alrededor.

—Tengo mis propios demonios, Mike, no soy perfecta, pero amo la vida y amo todo lo que me rodea y a los problemas que se presentan, siempre les busco una solución. Trato de no esconderme en actitudes mezquinas. En cuanto a lo que pasó, no te involucraste emocionalmente.

—Eso no es cierto, principessa, te me metiste en la piel y en el alma y reaccioné de la peor manera.

Ella no le contestó. Recorrieron los siguientes pisos. Hablaron de las fotografías. Mike quería llevarla por el sendero de una charla más íntima, pero ella lo eludía con maestría.

Lori esquivaba el tema porque con cada comentario, sus defensas se desmoronaban y otros sentimientos la asaltaban. Debería estar atizando el fuego del resentimiento, pero lo que estaba atizando era otra cosa y eso le sentaba mal. En vez de echar vistazos embobados a su boca o sus ojos que la miraban de diferente manera, nunca la había mirado así. ¿Por qué ahora? Debería pensar que estaba ante un hombre que sufría una fuerte dolencia emocional y el hecho de que se estuviera disculpando no era excusa para desearlo. Se recordó que ahora era una nueva mujer, incapaz de contentarse con migajas emocionales. Se merecía poder amar sin dobleces ni barreras y ser correspondida de la misma forma.

Salieron del lugar y se montaron en el auto, el cielo estaba oscuro y parecía que una tormenta se avecinaba, el viento cantaba a través de calles y árboles.

—No creo que sea buena idea ir a Sears Towers.

Ella sonrió y se arrebujó aún más la chaqueta.

—No, no creo —contestó.

El ambiente caldeado del auto y la música de Keane que Mike puso en el reproductor de música, les hizo sentirse cómodos. Mike se negaba a echar el auto a andar.

—¿Qué pasa? —preguntó Lori—, ¿por qué no arrancas?

—¡Oye! Esto es como en las películas, nos quedamos atrapados en medio de una tormenta y una ventisca, hasta que nos rescaten. Lástima que se acabó el chocolate.

Lori no iba a dejar que se hiciera el simpático.

—Habla, Mike, me dijiste que te escuchara. Bien, te escucho.

Empezó a nevar, pequeñas bolas de nieve se estrellaban contra los vidrios del auto. La gente corría o caminaba rápido para resguardarse. No alcanzaban a estuchar el ruido del mundo. Ellos estaban encerrados, protegidos y Mike no quería estar en ningún otro lugar.

—Siempre he creído en el amor —Lori abrió los ojos de asombro y antes de que pudiera replicar, Mike la calmó con un gesto de manos—. Como una amenaza, como un peligro. Necesito el control, Lori, siempre, y el amor me priva de él. La vulnerabilidad hace que el amor me inunde y entonces todo se derrumba.

—No necesariamente.

Mike se quitó los guantes. Lori tenía calor y se quitó los guantes y la chaqueta, el suéter color melocotón que llevaba era abrigado.

—Mi madre se suicidó, se cortó las venas cuando yo tenía doce años —soltó Mike en un murmullo. Lori ahogó un gemido aterrada—. Yo fui el que la encontró en la tina, había ido a verla antes de dormirme porque me negué a ir cuando me llamó —se le aguaron los ojos.

—Oh, Mike.

Lori se puso de lado y le acarició el cabello, deseaba consolarlo.

—Estaba con su camisón mojado y toda la tina llena de sangre, no pude reaccionar, ni gritar, ni llorar, ni nada —el nudo en la garganta lo obligó a tragar varias veces—. Era depresiva y alcohólica.

—Lo siento mucho, Mike.

—En la adolescencia me enamoré como un tonto, entré con mi corazón en bandeja y lo destrozaron. Me prometí no volver a pasar por eso.

—Todos tenemos desengaños y no perdemos la fe en el amor. Siento mucho todo lo que te ocurrió y pienso que esas experiencias han hecho de ti, el hombre que eres hoy día, no todo es malo, eres generoso a tu manera.

—A veces pienso que soy la suma de varios pedazos.

—Todos lo somos, Mike, nadie va por la vida sin recibir siquiera un rasguño, además, sería aburrido —Soltó un suspiro y dejó de acariciarlo—. No puedo arreglarlo ni debo hacerlo.

—No te lo estoy pidiendo. No necesito que me arreglen. Esos pedazos estarán ahí siempre, pero estos días he aprendido que puedo construir una nueva vida sobre los errores que he cometido.

—¿Por qué me cuentas esto?

—Quiero que me entiendas. Deseo estar a tu lado, recuperarte.

Lori se enderezó.

—¿Por cuánto tiempo? —preguntó mirándolo con rabia— ¿Semanas? ¿Meses? ¿Hasta cuándo decidas que me tienes que despachar por tu paz mental?

—Para toda la vida.

—¡No me jodas, Mike Donelly!

Lori soltó el cinturón de seguridad y se bajó del auto, caminó varios pasos antes de que Mike la alcanzara.

—¡Entra al jodido auto! Te va a dar una neumonía.

—¿A ti que carajos te importa? —estaba siendo injusta y lo sabía.

La aferró de los brazos y la zarandeó.

—Te amo, Lori Stuart, te amo —pegó su frente a la frente de ella—. Sé que te lastimé, sé que me ofreciste tu corazón y me porté como un idiota, pero te amo, es la primera vez que siento esto aquí. —Señalaba el corazón—. Es como si se fuera a salir del pecho cada vez que te veo. Te amo, Lori Stuart y no sabes de qué manera me sentí por lo ocurrido entre nosotros años atrás, sé que es una nube entre los dos y quiero arreglarlo de alguna forma, sé que hemos hecho muchas cosas mal, pero te amo.

Lori soltó un gemido y se tapó la cara con las manos. Los cristales de nieve que caía salpicaron la cabeza y la ropa de los dos. No les importó.

—Lori, mi amor, principessa. —Mike la abrazó y trató de calmar el llanto que la amargaba—. Déjame hacerte feliz. Soy consciente de que clase de persona soy. Un adicto, mi amor, soy un adicto y si no deseas nada conmigo lo entenderé.

Lori levantó la mirada y con gesto furioso, lo golpeó en el pecho.

—No te atrevas a decirme eso nunca más. Lo único que hará que desmerezcas a mis ojos, será que no te hagas cargo de tus sentimientos, Mike Donelly. Te amo, no tienes idea de cuánto.

Mike soltó un gemido y la abrazó sin percatarse de la presión que ejercía. La gente los miraba al pasar, pero le importaba un comino. ¡Dios mío! La necesitaba con desesperación, no había comprendido tanto hasta que tuvo la certeza de que la había perdido. No la dejaría ir nunca más. La llevó volando al auto y antes que de verdad se quedarán en medio de la nevada, se dirigieron al aparta hotel.

Él le acariciaba las piernas con la mano libre, se les hizo una eternidad la llegada al lugar. Cruzaron el vestíbulo de manera apresurada cogidos de la mano. En el ascensor de besaron sin importar la pareja de ancianos que se subieron un piso más arriba. Salieron del elevador y llegaron a la puerta, mientras Lori hurgaba en su bolso, Mike deslizó una mano por su vientre.

—Apresúrate o no respondo.

—Quieta las manos.

—No voy a jugar a eso hoy, ni de coñas. Empezaré a contar hasta cinco y como no encuentres la dichosa llave, lo haremos aquí en el pasillo.

Lori levantó el artilugio con gesto triunfante.

—Tenía la esperanza que no la encontraras.

—Pervertido.

Lori abrió la puerta y él miró para todos lados hasta encontrar la habitación. Era un lugar de apenas dos espacios y el baño. Se desvistieron como si estuvieran en un concurso de quien queda más rápido sin ropa. Gimieron cuando juntaron sus cuerpos y cayeron en la cama. Fue un encuentro diferente, fue emocional, intenso e íntimo.

—Eres todo lo que quiero, lo que no me había atrevido a soñar. Quiero hacerte el amor —dijo Mike al tiempo que le acariciaba la cara y el cabello.

Lori le sonrió con una expresión de felicidad que era nueva en ella.

—Vaya, ¿enamorado, señor Donelly?

—Hasta el infinito y más allá.

Lori soltó la carcajada al recordar la película Toy Story y el muñeco que recitaba la frase.

Mike bajó la cabeza, la besó y jugueteó con su lengua un rato. Luego trató con el mismo mimo sus pezones, pero Lori lo quería dentro de ella fuerte y duro, lo necesitaba, la ternura vendría después. Se puso a horcajadas sobre él, ya estaba húmeda, lista para recibirlo. Bajó sobre su miembro y fue la sensación más exquisita.

—Ah, así —jadeó él sin dejar de mirarla extasiado.

Lori movió las caderas, al comienzo con ritmo suave y después con una cadencia como si estuviera bailando la danza del vientre sobre Mike. Él gemía hechizado, le besó los pechos que se movían al mismo ritmo, en una escena tan erótica, que superó sus más tórridas fantasías. El interior de Lori le acogía prieto, ardiente y húmedo y él respondía empujando hacia arriba las caderas.

—Eres jodidamente hermosa —le regaló una mirada enamorada y posesiva.

De pronto, Mike cambió las posiciones y se puso encima de ella. Ella se aferró a su espalda y enroscó las piernas a su cintura. El hombre impuso un ritmo más enérgico.

—Más, quiero más fuerte —le susurró Lori al oído.

—Todo tuyo, principessa… tus tetas me matan, toda tú me matas. Tenía muchas ganas de comerte —farfulló excitado como pocas veces en la vida.

A Lori no le molestaba su falta de gala al hablar, le gustaba que Mike fuera de lenguaje sucio en el sexo y sobre todo si le regalaba su mirada de ojos ardientes. Él aumentó la intensidad de los empellones, le sujetó el cabello en el proceso, le obsequió más palabras sucias mientras se deslizaba con facilidad por su cuerpo. Gimió alto. A ella era a la que estaba matando de amor, de lujuria y de necesidad. Sí, Mike Donelly, era el hombre, el hombre para ella, su compañero de vida. Lo amaba con locura, caviló, mientras se dejó llevar por la espiral del orgasmo, que sintió por todo el cuerpo, quiso decirle muchas cosas pero las palabras se juntaban en su garganta impidiendo la salida. Un gemido fue toda la respuesta a lo que le tenía atenazada el alma.

Un jadeo sentido, emergió de lo profundo de la garganta de Mike, fue la bienvenida a un brutal orgasmo. Abandonado a las sensaciones, no cesaba de abrazarla.

 

Perdido en tu piel
titlepage.xhtml
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_000.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_001.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_002.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_003.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_004.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_005.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_006.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_007.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_008.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_009.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_010.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_011.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_012.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_013.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_014.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_015.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_016.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_017.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_018.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_019.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_020.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_021.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_022.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_023.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_024.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_025.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_026.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_027.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_028.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_029.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_030.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_031.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_032.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_033.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_034.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_035.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_036.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_037.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_038.html
CR!A6PHBR321X21N8SSNJM8HFA3X20Z_split_039.html