San Francisco, finales abril del 2014.
—Tenemos a hoteles Admiral en el bolsillo.
Lori fijó su mirada en el hombre sentado al otro lado de la mesa. Cruzó las piernas y tomó un lápiz con el que empezó a juguetear.
—Explícate —sus terminaciones nerviosas se irguieron ante las noticias y en silencio esperó que Peter continuara.
—¿No te parece fabuloso? No te lo conté antes porque quería darte la sorpresa. La semana pasada pusieron fin al contrato con la empresa que les llevaba la publicidad, no fue nada fácil por cierto, los cabrones pelearon con uñas y dientes. Nos darán un portafolio que nos llevará a las grandes ligas.
Lori permanecía estática.
—Es algo precipitado, no creo que estemos listos todavía.
—Claro que estamos listos y por eso te necesito con las baterías puestas, habrá reunión para presentarle el proyecto a Mike Donelley, viajarás a Los Ángeles…
—Espera, espera —interrumpió Lori—. Deberías ir tú y hacer la presentación. No me llevo bien con Mike.
—No me importa, lo que sea que haya ocurrido, debes enterrar el hacha.
—Escoge una parte de su cuerpo y con mucho gusto lo haré.
—Muy graciosa —se quedó mirándola fijo— ¿Qué ocurre, Lori? Quiero la verdad, no comprendo tu incomodidad ¿Pasó algo que deba saber?
—Nada, nada —Lori se escudó en la pantalla de su ordenador.
—No volviste a verlo desde que nos graduamos, en cuanto sabías que iría cualquier fin de semana a saludar a nuestros padres, te escabullías como una liebre. Mike te estima y siempre pregunta por ti.
—Bien por él.
—Lori…
—Mira, Peter, no tengo problema con Mike, me parece prepotente y engreído, pero son cosas mías, no tienes nada de qué preocuparte.
—Bien, siendo así, te dejo para que te inspires querida, llama a tu equipo, incluido el ratón de presupuesto.
—Ese ratón tiene nombre; Lilian, disculpa si no cumple tus cánones de supermodelo de alta costura.
—Bien, bien —levantó ambas manos en un gesto de paz—. Iremos los dos a Los Ángeles.
El hombre salió de su oficina y dejó a Lori sumida en el desconcierto.
Se dijo que era una mujer madura de veintisiete años, con los pies bien puestos sobre la tierra, lo ocurrido con Mike años atrás, merecía ser un simple recuerdo, como los muchos que había atesorado después de él. Ni más faltaba. Resopló y tiró el lápiz sobre la mesa. Podía seguirse engañando con mil pensamientos más, pero la llana verdad consistía en que Mike Donelly había encarnado la fantasía de su primer año de universidad y el comienzo de sus desilusiones. Solo necesitó una noche y las primeras horas del día siguiente para lograrlo. Desterró los oscuros pensamientos, llamó a Lilian a su equipo y empezaron a trabajar.
Se había graduado en publicidad y mercados con énfasis en medios audiovisuales. Era ejecutiva de cuentas y además ayudaba en el departamento creativo en la empresa de publicidad que había fundado Peter al año y medio de graduarse. En cuanto Lori terminó la carrera; su hermano la reclutó en sus filas. Era muy buena profesional, con un saco lleno de ideas para sacarlas cuando la ocasión lo requiriera, sabía trabajar a presión y en equipo. Tenía varias cuentas a su cargo, pero ninguna de la envergadura de hoteles Admiral.
Viajera incansable, disfrutaba de la vida y el trabajo al máximo, muy pocas cosas la alteraban, generosa con su tiempo, su dinero y sus afectos, tenía multitud de amigos, los más cercanos; Julia Lowell, Jack Donovan y su hermano Peter, daría la vida por esos tres personajes.
La noche antes del viaje a Los Ángeles. Jack Dónovan se había presentado en su apartamento, estaba echado en el sofá de la sala en mangas de camisa, con los pies encima de la mesa de centro; era un hombre muy guapo, parecido a Smith Jerrod el novio joven de Samantha Jones, una de las protagonista de Sex and the City.
—Déjame recapitular, vas a Los Ángeles a reunirte con tu pasado oscuro del que te niegas a hablar y por el que los exponentes del sexo opuesto, merecemos tu pobre opinión.
Lori soltó la carcajada.
—Suena terrible como lo dices. Tú, querido, eres la excepción.
—Porque soy gay y me consideras tu amiga chismosa.
Ella abrió una botella de vino.
Se habían conocido porque un amigo común los presentó. Jack requería una campaña publicitaria para su fabrica de muebles y al conocer a Lori habían congeniado enseguida, salían juntos, iban a fiestas, teatro, habían viajado unos días a Cancún y a La Toscana, se consolaban al término de sus relaciones amorosas.
Sirvió dos copas y le pasó una a Jack. Sentada en una silla frente a él, meditaba sobre lo que ocurriría al día siguiente. Se había cambiado al llegar de la oficina, con un pantalón corto de jeans rotos y una camiseta de tiras, iba descalza y sin maquillaje.
—Tienes que enfrentarlo, Lori, es lo mejor. Así dejas de mirarnos como boñiga de vaca.
—A ti no te miro así y eres injusto. Leí una entrevista que le hicieron la semana pasada en una revista. Hombres de éxito, creo que se llama. Y es el mismo niñato consentido y prepotente que recuerdo.
—¿Estás segura? Ese niñato, sacó a flote un negocio casi en la ruina, en pocos días cerraran el trato aquí en San Francisco y empezará la remodelación de otro hotel. Puede que sea prepotente, pero niñato, no creo.
—¿Y tú como sabes eso, estás enamorado de él?
—Tal vez.
—Jack, siento decirte que Mike no es gay.
—¿Y cómo lo sabes? ¿Probaste la mercancía?
Lori frunció los hombros.
—La probaste, entonces.
Lori no quería seguir con el tema, pero sabía que Jack no la dejaría tranquila y optó por su pose de mujer remilgada que se le daba bien.
—Una mujer tiene sus secretos.
—Nada te hará hablar después de eso. —Se levantó y se dirigió a la cocina—. ¿Con que me vas a alimentar? —preguntó dando por concluido el tema.
Lori era pésima cocinera, las labores de la casa pasaban de ella, cuando cenaban juntos, Jack hacía toda la labor, pedían a un restaurante o calentaban en el horno microondas algo de la comida congelada que ella tenía en la nevera.
Lori fue a la cocina.
—Tengo lasaña, ravioles, pizza.
Jack hizo una mueca de disgusto.
—No, otra vez comida congelada no; no sé como cabes por la puerta con esa dieta, ni lo sueñes, pidamos comida china, hoy no tengo ganas de cocinar —concluyó Jack y se dirigió al teléfono para llamar a su restaurante chino favorito—. Yo invito.
Hicieron el pedido, hablaron del trabajo de Jack, de la nueva línea de muebles que había creado con su diseñador estrella, de las reformas que estaba haciendo en su casa, comieron y se despidieron pasadas la media noche.
****
Los hermanos Stuart, aterrizaron en el aeropuerto de Los Ángeles a primera hora de la mañana. Un chofer de la cadena hotelera los recogió y los llevó a las oficinas de la firma ubicadas en uno de los rascacielos del centro de la ciudad. El tráfico era caótico a esa hora de la mañana.
Lori, enfundada en un traje sastre rojo vino, se puso los lentes oscuros, se dijo que sería un encuentro de negocios como cualquier otro. Era estúpido e infantil censurarlo por algo que…
—¿Estás bien? —preguntó Peter.
—Muy bien —suspiró ella, Peter aferró su mano.
—Todo saldrá bien, ya verás.
—Lo sé.
—Hiciste un magnifico trabajo, estoy muy orgulloso de ti.
—Ay, hermanito ¿qué sería de ti, si tu talentosa hermanita no estuviera aquí para salvarte el trasero?
Peter sonrió.
—No me subestimes, contrataría a alguien que lograra igualar tu talento y supiera mantener la boca cerrada.
—¡Ja!
Se apearon del auto y entraron al edificio, en el ascensor Lori miraba ascender los botones del tablero de pisos. Al llegar al piso treinta y dos salieron a una lujosa zona de recepción con el logo de la firma en letras doradas plasmado en la pared del fondo. Una esbelta mujer los guió hacía una sala donde una secretaria los anunció. Peter le hablaba pero ella apenas le prestaba atención. Se secó las manos sudorosas en la falda. Había tenido una semana para planear la estrategia de trabajo y del trato que le daría. Actuaría con tranquilidad, tacto y profesionalismo.
—Adelante —la secretaria los acompañó hasta la puerta de madera.
Lori, se arregló el cabello, enderezó los hombros, tragó en seco y el corazón se le aceleró cuando entró a la oficina de Michael Donelly. En segundos, estaba frente al hombre causante de la única experiencia bochornosa que había tenido en su vida. Luchó por ahogar las ganas de dar media vuelta e irse y más cuando lo vio levantarse de su silla y acercarse a ellos, la miró con un gesto que no supo interpretar, ¿calidez?, ¿sorpresa?, tal vez. Su penetrante mirada vagó por su figura hasta detenerse en sus ojos.
—Lori, cuántos años sin verte, estás hermosa —le tomó la mano entre las suyas, se acercó y le dio un beso en la mejilla.
El corazón de Lori tambaleó a un ritmo loco cuando el aroma de su piel le bailó en las fosas nasales y percibió la calidez de sus labios en el rostro. El tono grave de su voz le atravesó las memorias.
—Hola, Mike, ha pasado un largo tiempo.
—Muy largo —contestó.
Mike saludó a Peter y les invitó a una sala de juntas contigua a la oficina. Se regaló unos segundos para detallarlo, no lo recordaba tan alto, sus músculos apenas contenidos en un traje gris que seguro era hecho a la medida y sus rasgos habían madurado. La mirada de alma atormentada que fue su compañera en la juventud había sido reemplazada por una expresión sagaz e inflexible.
Mientras el par de amigos charlaban del último partido de Los Lakers, Lori se dedicó a alistar el computador para la presentación.
Mike la miraba de reojo. Estaba sorprendido por la fresca y competente mujer que tenía en frente, tan lejana a la joven de rizos rubios desordenados que lo miraba con devoción. Había florecido muy bien. Curvas precisas, magníficas piernas y delantera muy bien desarrollada. El cabello recogido delataba sus facciones. Labios carnosos pintados de un tono claro, piel blanca perfecta. Nunca había sido delgada y no entendía la obsesión de las mujeres por ser delgadas, le gustaba que disfrutaran de una buena cena sin remordimientos y tener carne mullida y suave de donde agarrar en el momento de la pasión.
—Bien, podemos empezar.
Con un video beam Lori de pie ante los dos hombres, empezó la presentación, hizo una breve reseña de la empresa de publicidad antes de entrar en materia.
—Somos el lenguaje de las marcas y para nosotros es importante hacer de la comunicación un diálogo, con nuestras ideas y la tecnología actual nos convertiremos en un activo de tu empresa. Construiremos espacios de encuentro entre hoteles Admiral y los posibles clientes generando una sinergia que posicionará a tu empresa entre las más recordadas.
Una sonrisa sensual curvó sus labios y por un momento Lori se dispersó.
—Prometes mucho.
—Es mi trabajo —contestó ella y volvió al tema—. He analizado tu empresa y diseccionado la campaña de tu anterior compañía de publicidad y puedo decir sin temor a equivocarme que debes hacer grandes cambios Mike.
—Te escucho.
—Empecemos por el logo, es anticuado y tiene poco tiempo de duración en la mente de las personas. Si alguien habla de hoteles Admiral no lo distinguen de cualquier otro y debemos trabajar en un logo de larga permanencia en la mente de las personas.
—Ese logo lo creo mi abuela. Hace parte de la historia de la empresa.
—Te entiendo, Mike, pero es anticuado.
La mirada directa de ella, le causó algo extraño en la piel, ignoró la sensación.
—Menos mal que no te oye.
—¿Quién?
—Mi abuela.
Lori sonrió. Él estudió su cara durante un momento, parecía acariciarla al tantear cada rasgo. Ella le hizo frente a su escrutinio, tendría que trabajar con él, debía acostumbrarse.
La reunión prosiguió con Lori al mando, por medio de unas diapositivas, le mostró lo que podrían lograr y el segmento de personas al que podrían llegar con la nueva campaña.
Mike se retrajo unos momentos distraído por esta nueva mujer de genio vivo y respuesta rápida. Lo que denotaba una gran inteligencia, tan diferente a la chica complaciente de años atrás. Imaginaba los enfrentamientos entre el par de hermanos, donde estaba seguro, Peter saldría pocas veces victorioso.
Mientras ella hablaba de clientes, porcentajes y estrategias, él volvió a pasear la mirada por su figura. Era tentadora, como el fruto prohibido y estaba fuera de sus límites al ser la hermana de uno de sus mejores amigos. ¿Tendría un amante? “Mierda ¿Qué te pasa?”, miró con disimulo a Peter que escuchaba atento la presentación de Lori. Se imaginó esas pantorrillas tan bien formadas alrededor de sus caderas. “¡Suficiente!”, dispersó la imagen y volvió al tema. Lori concluyó y Peter siguió con la disertación económica.
La reunión terminó con una invitación a almorzar al mejor restaurante de Los Ángeles.
—Si deseas ir de compras a Rodeo Drive o dar un paseo por el hall de la fama —dijo Mike a Lori—, pondré mi chofer a tu disposición.
—Es muy generoso de tu parte, agradezco tu oferta, pero vine en plan de trabajo.
—De acuerdo.
No entendía la actitud de Loris eran amigos, ¡por Dios!, y ella lo miraba como si fuera un insecto y no lograba entender el porqué. Estaba acostumbrado a su mirada de anhelo. Se había percatado que ella tenía un pequeño enamoramiento por él en su último año de universidad. Le pareció halagador. Pero luego todo había cambiado y recordó el momento exacto, fue el último fin de semana antes de la graduación, no supo que hizo, pero el brillo que acostumbraba a ver en los ojos de Lori al dirigirse a él había desaparecido como por encanto.
En cuanto la tuvo cerca en el auto, su olor a fresas, que era su marca registrada, le bailó en la nariz y le ocasionó un extraño sentimiento de añoranza, de pérdida. Se dijo que estaba de psiquiatra cuando tuvo la urgencia de ver algo de aprobación en su mirada ¿Qué diablos le pasaba? Y se dedicó a recordar los buenos tiempos juntos, pero ella actuó como un témpano.
La incertidumbre lo acompañó todo el rato, casi estaba reacio a despedirse de ella, quiso encararla y preguntarle que le pasaba, pero la presencia de Peter se lo impidió. Con una despedida breve los dejó en el aeropuerto. Sin ganas de volver a la oficina, regresó a casa, cambió el traje de tres mil dólares en tiempo record por unos jeans deshilachados, una camiseta blanca y una cazadora de cuero, botas negras. Tomó la billetera y el móvil, caminó hasta el garaje, se puso el casco y se subió a su moto para dirigirse al lugar que le brindaba algo de tranquilidad.