Pleasanton California, Agosto del 2008.

 

Debería estar en la cama, pero le era imposible conciliar el sueño con Michael Donelly dormido a tres puertas de distancia. Lori Stuart se dijo que una novela, de las que su madre tenía en la biblioteca, sería la mejor compañía. Caminó al estudio por el pasillo, al entornar la puerta, escuchó la voz de Mike que hablaba por teléfono, discutía con alguien. Se le aceleró el pulso y un estremecimiento recorrió su espalda al escuchar su voz, se quedó quieta y en silencio.

—No quise ir.

Se percató de que estaba bebiendo, otra vez, lo mejor sería alejarse por donde había venido. Algo superior a ella le impidió moverse del lugar.

—Me has hecho muchas cagadas.

¿Sería alguna novia?, se preguntó, no, no lo creía, era distante y a veces antipático, pero no grosero.

—Hablo como se me da la gana —continuó—. A Isabella no la metas en esto.

Isabella era la hermana mayor de Michael Donelly y el único ser humano capaz de cambiarle la expresión con solo nombrarla. Entonces, la llamada era familiar. Lo observó abrir una petaca que no le conocía.

—¡Eres un desastre como administrador, como hombre y como padre! ¡Dile a tu furcia que no va a ver ni un centavo de mis hoteles!

Márchate, Lori, márchate.”

Mike interrumpió la comunicación y ella decidió entrar. El joven mientras tanto, tomó otro trago.

—¿Estás bien? —En la cena apenas había probado bocado, el comportamiento con sus padres y sus modales habían sido impecables. No se dieron cuenta de su estado. Mike, visitante asiduo de la casa, era compañero de su hermano en la carrera de empresariales en Stanford.

La mirada embriagada del joven se centró en ella por largos segundos y se dedicó a beber otro sorbo que por lo visto era el último. Vestía un jean bajo de cadera y una camiseta pegada al cuerpo de color oscuro. Lori ya se había percatado que tenía el cabello algo largo y barbilla sombreada. Adoraba su sonrisa ladeada, que pocas veces aparecía, en la que surgía un hoyuelo que daba algo de calidez al gesto y la mirada oscura que magnetizaba a la gente. Era un hombre adusto para ser alguien tan joven, con nariz recta y la mandíbula recia. Llevó la vista a sus labios delineados y gruesos. Alto y acuerpado, lo veía algo encogido en el sofá.

—Ven, principessa, siéntate a mi lado —señaló con la mano un lugar en el sillón.

La voz suave le acarició la piel causándole un escalofrío. Sonrió. Era hermoso cuando sonreía y era la primera vez que la llamaba así, lo miró con desconfianza. Mike siempre mantenía una fría distancia con ella y Lori se devanaba los sesos preguntándose el porqué. Su modo de comportarse le era ajeno, por primera vez parecía contento de verla.

—He venido por un libro. —Se alejó unos pasos y ya cerca de la biblioteca, simuló ver los títulos mientras ordenaba sus pensamientos. Sacó del estante el primero que encontró.

Mike se levantó tambaleándose un poco. Había visto a Lori en incontables ocasiones y era la primera mujer aparte de Isabella que le infundía un sentimiento noble. Antes muerto que manifestarlo. No tenía en un buen concepto a las mujeres, eran pérfidas, hipócritas e interesadas. Lori lo alcanzó y lo llevó de nuevo al sillón.

—No deberías beber más ¿Te traigo un café?

—Lo único que quiero es —la observó de arriba a abajo y demoró la mirada en sus pechos—: hablar contigo un rato y poder mirarte.

Lori sabía que era una estupidez quedarse y más después de la discusión con su padre, pero su invitación fue como maná caído del cielo, la próxima semana se graduaría y no volvería a verlo. Había hecho de todo para llamar su atención y perdido la esperanza. Se sentó a su lado.

—¿Qué pasa Mike, por qué bebes tanto?

Él soltó una risa sarcástica que no llegó a sus ojos.

—La lista es larga, principessa y no quiero hablar de eso ahora.

Alargó el brazo y tomó un mechón de su cabello entre los dedos. Se acercó un poco más a ella.

—Hueles a fresas. Pareces recién salida de un frasco repleto de fresas. Delicioso.

Le sonrió con ese gesto que le aceleraba el pulso, le secaba la garganta y le trancaba la respiración. No lo creía, estaba coqueteando con ella.

—Es el que siempre uso.

—Ya lo sabía.

Se separó de ella y se recostó en su puesto del sofá. Estiró las piernas. Lori quedó pasmada por su declaración. Así que había reparado en ella.

—Voy a extrañar este lugar cuando vuelva a Los Ángeles.

Lori resopló.

—Y las cantaletas de mamá por el desorden también.

Mike sonrió de nuevo.

—Sí, también. No sabes lo afortunada que eres.

—Lo sé, pero tienes a Isabella y a tus sobrinas.

—Es lo único que me permite no perder la cordura.

—No digas eso, Mike. Tienes un futuro brillante, amigos que te quieren, yo…

Mike volvió la vista hacía ella, cambió el gesto adusto por su sonrisa.

—Tú, ¿qué…?

Lori enrojeció de pronto, lo que la hizo tan transparente como un cristal. Mike la miró con curiosidad, no dijo nada.

—Puedes volver cuantas veces quieras —aventuró ella.

—Será difícil, hay muchos problemas con los hoteles ahora. No sé si la abuela nos hizo un favor dejando todo a mi nombre ¿Me vas a echar de menos, principessa?

—Claro que sí —decidió cambiar de tema, no quería exponerse a un rechazo hablando de los sentimientos que le profesaba—. Aprenderás cosas nuevas al lado de tu padre. No puede ser tan malo.

Mike soltó otra carcajada.

—Yo no lo apostaría.

Mike le cogió la mano, el cosquilleo que Lori sintió y que ascendió por su brazo y terminó en el corazón, le confirmó que así sería todo con él, tal y como lo había imaginado. Le gustó como encajó su mano con la suya. La manera en que sus pieles se unían, se rozaban.

Lori se levantó.

—¿Quieres algo de comer? En la cena apenas probaste bocado.

—No.

—Habla conmigo, Mike.

El joven puso los codos en las rodillas, ladeó la cara en dirección a ella y la miró de forma inexplicable antes de contestar.

—¿Qué podrás saber tú, si has tenido todo lo que has querido?

—A ti no te ha faltado nada tampoco —contestó ella envarada.

—No me malinterpretes. —Se refregó la cara y miró a lado y lado—. ¿Dónde guarda tu padre el licor?

—No te lo voy a decir, ya has bebido suficiente.

Inclinó la cabeza asintiendo.

Principessa, no querrás saber los detalles sórdidos de mi familia.

—Podré soportarlo.

Él suspiró.

—Quiero olvidar.

El tono en el que pronunció esas palabras hizo renunciar a Lori de seguir indagando ¿Qué era lo que lo atormentaba?, ¿por qué Mike tenía una dureza de carácter tan diferente a la de Nick y Peter? Era como si no estuviera cómodo con su vida y con lo que tenía. Sabía que era huérfano de madre, que su padre no se preocupaba por ellos. Solo volvía a casa por Isabella su hermana que se había casado el primer año de universidad y que de un tiempo a esta parte bebía demasiado.

Mike la jaló de nuevo cerca de él. Ella se dijo ¡Qué diablos! No volverían a estar así de cerca. Mike se incorporó un poco y se inclinó sobre Lori. Lo miró a los ojos intentando descubrir algo más en su expresión tormentosa. Sin vestigio de pena o timidez, le acarició el rostro, notó el tacto rugoso de la barba, tocó el puente de la nariz y la mandíbula. Mike chasqueó y negó con la cabeza varias veces.

—Va a ser un jodido error.

Lori era parecida a Peter, había pasado más tiempo en casa de los Stuart durante el último año, que en su verdadero hogar. La joven era sensacional, sus ojos azules eran casi púrpura en ese momento y el rubor en su piel era único, se sonrojaba débilmente bajo los pómulos y eso hacía su mirada implacable, como si él fuera su próxima víctima, y a lo mejor lo era. Era una mujer alta y con curvas pronunciadas, la escuchaba renegar de su peso, pero para él era perfecta, con un cabello rubio y rizado que le caía en ondas hasta debajo de la espalda. En medio de la nebulosa de alcohol se decía que estaba mal seducir a la hermana de uno de sus mejores amigos e hija de la extraordinaria pareja que eran los padres de Lori, pero al observar su rostro que pedía a leguas sus besos y su bella figura ¡Dios! Era su tipo de mujer en todos los aspectos, mandó al diablo los resquemores.

—Bésame, Mike.

Las manos del joven envolvieron su cara y sellaron sus labios. Lori era incapaz de moverse, la boca de Mike era ardiente, firme y con experiencia. Una experiencia que no se comparaba a ninguna otra. Frotó sus labios una y otra vez, cortejándola, instándola a abrirla, le mordisqueó el labio inferior. En cuanto ella claudicó, la sometió con labios y lengua a un beso recóndito y penetrante. Mike olía a jabón y sabía a licor. No le importó.

La excitación llegó a estremecerla, quitarle la respiración y robarle todo pensamiento. Le respondió como nunca le había respondido a nadie en sus veintiún años de vida. Se escuchó gemir. Sus labios se ajustaron a sus movimientos, abrió más la boca para disfrutar de la suaves embestidas de su lengua, tan diferente y añorada. Temblaba cuando Mike la soltó.

—Mike…

—Lori… —respondió sin aliento.

—Bésame más.

Nadie nunca había tenido la capacidad de hacerla actuar primero y recapacitar después. Ella solo quería volver a sentir su lengua en la boca. Nada más.

Mike le aferró la cabeza, le enterró los dedos en el cabello y se apoderó de nuevo de sus labios, le penetró sin la ceremonia de hacía unos segundos, hasta privarla de la respiración.

La soltó.

Cabizbajo, se agarró las piernas con las manos.

—Vuelve a tu habitación, Lori —se levantó como si el sofá tuviera tachuelas.

Los escalofríos de ella no cesaban. Era increíble, el frío y antipático Mike la hacía sentirse jadeante y excitada como nunca.

—Mike, por favor…

La mirada vehemente de sus ojos azules y los labios húmedos, se le clavaron al joven en el alma.

—Si no te vas, será difícil detenerme.

—No quiero que te detengas.

—¿Sabes lo que estás pidiendo? No te convengo, no le convengo a nadie.

—No hables así.

—Soy una muy mala apuesta.

—No me importa.

Él rio de manera silenciosa. Necesitaba otro trago, no quería que la cordura regresara, quería quedarse en ese mundo de cabello rubio, piel perfecta y ojos insondables.

—Ven aquí, principessa

 

Perdido en tu piel
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