El domingo transcurrió de forma tranquila, Lori y Mike dieron un largo paseo por la playa, almorzaron en el muelle y al caer la tarde, Mike la acompañó al aeropuerto. Se despidió de ella tan pronto hizo el check-ink, ya iba camino al parqueadero cuando en un impulso loco, se devolvió y la alcanzó en la fila para entrar a la sala de espera, la aferró del brazo, ella asustada volvió el rostro y lo vistió de su mágica sonrisa para él. Mike no perdió el tiempo y le dio un fiero beso en la boca, que la mujer algo desconcertada, le devolvió. El simple contacto lo sorprendió como si se hubiera separado de ella hacía días y no minutos.
No pronunció palabra, con un gesto se despidió y con una enorme sonrisa abandonó el aeropuerto.
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Lori llegó el martes siguiente de su fin de semana en Los Ángeles, a la casa de Jack que había llegado hacia dos noches de Nueva York, donde exhibió la nueva colección de muebles en un stand de su empresa en una de las ferias más importantes del sector. Vivía en Nob Hill, un barrio de clase alta y de un sector joven de la población urbana de la ciudad. La casa quedaba a mitad de cuadra, era de estilo victoriano que a Lori le encantaba. El interior moderno y lujoso.
Jack la recibió con un fuerte abrazo y la invitó a la cocina donde preparaba la cena y le ofreció una copa de vino. Jack le contó sobre la feria, los contactos que había hecho y los lugares en los que había estado. Lori lo notaba diferente, distendido y sonriente, su veta de sarcasmo estaba ausente. Le ayudó a poner la mesa donde combinaba el mantel y los individuales con la vajilla. El arreglo de la mesa era una de las debilidades de Jack. Tenía cantidad de mantelería y varias vajillas a juego. Cuando se sentaron al comedor a saborear una deliciosa comida Tai: ensalada de papaya verde y verduras, fideos fritos con mariscos y otras delicias, Lori supo el porqué del comportamiento de su amigo y se alegró por él.
—Conocí a alguien.
Lori se atragantó con el vino. Jack venía de una familia con fuertes convicciones católicas. Sus padres murieron en un accidente de tráfico cuando era un adolescente, antes del fallecimiento, estos manifestaron un abierto rechazo a su homosexualidad que lo hizo sufrir mucho. No tenía una relación cercana con Kate, su hermana mayor que vivía en Manhattan con su esposo. Jack permaneció años sin sentirse cómodo con lo que era. Le costaba entablar relaciones, le tenía pánico a enamorarse. Lori deseaba lo mejor para él, se lo merecía, era bueno con la gente, como empleador era excepcional y como amigo siempre estaba para ella. Le costaba arriesgarse, era un hombre precavido y su polo a tierra cuando Lori se dejaba llevar.
—Cuéntamelo todo.
Jack sonrió, bebió de su copa.
—Lo conocí en el vuelo, es dos años menor que yo y está en último año de residencia de cardiología en el Memorial Hospital. Empezamos a hablar, venía de un congreso, ayer lo invité a cenar a nuestro japonés favorito. Estoy —carraspeó—, estamos contentos.
Lori soltó la carcajada, se levantó de la silla y lo abrazó. Era la primera vez que se relacionaba con un hombre más acorde a su edad, Jack tenía treinta y dos años y las pocas parejas que le conoció, no pasaban de los veintidós o veintitrés años. Era un avance el hecho de que saliera con un hombre más acorde a su edad y por ende más maduro.
—Me alegro mucho, Jack, te mereces un loco amor.
—Amor, solo amor, de loco nada.
—Loco amor, que te haga ver estrellas que te suba al cielo y te baje al infierno, que te saque de tu zona de confort. Quiero conocerlo.
—Calma, calma, lo harás, pero más adelante, no quiero precipitarme.
—Está bien.
Jack se sirvió otra porción de ensalada.
—¿Y qué me cuentas de tu querido príncipe oscuro?
Lori puso expresión soñadora, soltó el tenedor y entrelazó ambas manos debajo de la barbilla, le dijo que todo iba perfecto. Le contó de su reunión en el centro de jóvenes, de las advertencias de Lucas y también que había estado en su casa y conocido a Isabella y a sus sobrinas. Ilusionada, le dijo que Mike poco a poco derribaba sus defensas y permitía que lo conociera un poco más a lo que Jack manifestó.
—Me alegra que estés tan feliz ¡ojo! Sé cautelosa con las barreras, pues al derribarse te pueden dar un buen golpe lastimándote. No eches en saco roto las recomendaciones de Lucas, me intriga y me gustaría conocerlo.
Lori se sirvió otra porción de ensalada.
—Lo harás, hay algo de lo que hace días quería hablarte.
Así se enteró Jack de que sería benefactor del centro de jóvenes en Los Ángeles, a lo que accedió con gusto. Después de la cena, le entregó un regalo que le había traído de Nueva York y que Lori entusiasmada abrió. Era una hermosa pañoleta de Hermes en colores vivos.
—Es preciosa.
—Me alegra que te guste.
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Esa noche Patrick llegó de su trabajo algo tarde, como le ocurría hacía varias semanas. La luz tenue de la sala y la figura de su esposa sentada en una de las sillas, le dieron la bienvenida.
—Hola Bella —saludó, soltó el maletín de trabajo, se quitó la chaqueta del traje y se sentó frente a ella.
—Si ibas a demorar, pudiste llamar —soltó ella en un tono que tensó la espalda de Patrick enseguida.
Isabella no quería sonar hiriente, se enfureció por no ser capaz de contenerse y como en una película, recordó los reclamos de su madre a su padre cuando éste se ausentaba de casa. Isabella siempre criticó eso, que injusta había sido, la entendía a la perfección.
—No pensaba llegar tan tarde. Las chicas ¿ya se durmieron? —la miró con culpa.
—Sí, hace media hora.
—Y tú ¿qué hiciste? —la miraba intrigado, estaba igual y diferente a la vez.
—Estuve en el club de lectura, hice algunas compras.
—Ahh.
—¿Quieres cenar? —descruzó una pierna y se levantó, Patrick sintió un ramalazo de deseo.
—No, gracias, ya comí algo en el camino —contestó distraído en las hermosas piernas de su mujer.
Isabella no sabía cómo iniciar la conversación, decidió ser honesta y coger el toro por los cuernos, lo que no sabía era que Patrick iba tratar de evitar cualquier enfrentamiento.
—Patrick, tenemos que hablar —Isabella asustada, tragó saliva y lo miró de una manera que Patrick lo único que deseó hacer fue refugiarse en ella. Quería contarle lo que le pasaba, pero no podía, era algo más fuerte que él.
—Bella estoy cansado, no tengo ganas de discutir ahora mismo.
—No quiero discutir, quiero hablar de nosotros, tengo todo el derecho a saber dónde estamos parados tú y yo ahora.
—Por favor, vamos a la cama —dijo en un tono conciliador.
—Para lo que hay en esa cama, prefiero dormir aquí.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Patrick en tono beligerante y mirándola ceñudo.
Por fin, rio Isabella para sus adentros. Quería despertarlo así fuera atacando su hombría.
—Ahora último no hay actividad que valga la pena en esa cama, hace semanas haces como si no estuviera allí.
—He estado cansado, ¿no puedes entender eso? —Patrick no entendía cómo su Bella podía hacerle esos reproches y de pronto entendió que ella no se portaría así con él, si supiera lo que de verdad pasaba.
—Voy a salir esta noche a tomar un trago con Megan, ir a esa cama contigo no me atrae ni un poco —soltó Isabella con aparente indiferencia, por dentro estaba asustada, a Patrick no le gustaban los retos “¡Pues que se vaya a la mierda!,” caviló furiosa.
—¡Qué carajos vas tu salir por ahí! —exploto él enseguida.
Ahora entendía, el vestido negro ceñido al cuerpo, el cabello suelto y el perfume. Nada de eso era para él. Ni de coñas lo iba a permitir y nada más y nada menos que con Megan. Esa mujer lo único que buscaba era divertirse con cuanto hombre se le atravesara. A Patrick le hirvió la sangre, fue como si hubieran puesto un pañuelo rojo delante del toro.
—¡Tengo todo el derecho!
—¡Qué derecho ni que ocho cuartos!
Patrick estaba furioso y excitado a la vez, una mala combinación. Su mujer era tan deseable, que pensar que pudiera salir por ahí a reclamar la atención que él, por cobardía le había negado, le hacía un nudo en las entrañas. Pues sabía que a Isabella compañía no le faltaría ¡Antes muerto!
—Pues ya que no hay diversión en esta casa es justo que la busque por fuera.
Bella no tenía ni idea de lo que acababa de hacer. Patrick se sacó la chaqueta, se aflojó la corbata y acercándose a ella le dijo:
—¿Así que quieres diversión? —la miró beligerante de arriba abajo—. Pues aquí hay de sobra. Ten cuidado Bella, eres mía y nadie toca lo que es mío sin sufrir consecuencias.
—No me siento tuya, siento que no te conozco.
—Pues eso lo vamos a solucionar ahora mismo —saltó sobre ella y la castigó con un beso duro y sensual, le abrió la boca e introdujo su lengua sin ninguna consideración. Bella lo dejo hacer, quería sentirse unida a él así fuera de esa manera y respondió a sus besos con toda su pasión.
La llevó hasta el sofá, miró furioso su vestido y se lo sacó en segundos, no supo si lo había roto en el proceso, no tenía sujetador, sus interiores eran minúsculos, los rasgó enseguida, quedó solo en medias de seda negras con unos coquetos ligueros, pensar que ella hubiera salido así, casi lo volvió loco de celos y acrecentó sus caricias.
—Ni loco te dejaría atravesar esa puerta.
Bella pegada a él, enroscó las piernas a su cintura y se amaron como hacía tiempo no lo hacían. Patrick vagó por sus curvas con tacto ansioso y posesivo. Besos, caricias, gruñidos y el aroma inconfundible a sexo, saturó la estancia. Los susurros eróticos crecían a medida que alcanzaron un clímax tempestuoso y violento.
Segundos después con la respiración agitada Patrick resolló:
—Eres mía, mía, mía. —La agarró por el cabello mirándola con ojos encendidos—. Dilo, repítelo.
—Sí, sí, soy tuya, siempre.
Isabella se levantó de golpe, trató de taparse con el vestido. Patrick no dejaba de mirarla.
—No te equivoques, el hecho de que no esté muy comunicativo en estos momentos, no te da ninguna posibilidad de divertirte por tu cuenta, piénsalo.
—El sexo no soluciona los problemas que tenemos.
—Créeme, si en esta vida solucionáramos todo con sexo, yo no tendría trabajo.
Isabella salió de la sala directo al baño, no creía que hubiera solucionado nada. La brecha estaba ahí y no sabía qué hacer para cruzarla.
*****
Mike miraba el reloj a cada tanto, observaba los diferentes comensales del restaurante al que había citado a Lori, para compartir un almuerzo. No había una razón de peso para esa cita, pero no quería esperar a la noche, solo que deseaba verla. El camarero se acercó y le sirvió agua en una copa. Era un restaurante italiano pequeño y sencillo, pero con una cocina exquisita. Pensó en la llamada de la noche anterior a Althea, algo le pasaba, habló con Lucas que se haría cargo de ella, estaba seguro que la chica estaba a punto de sufrir una recaída e Isabella, la notó más tensa esa mañana que el sábado anterior. Tendría que hablar con Patrick, así su hermana se llevara un disgusto. Desechó los pensamientos, ese momento era suyo y de la hermosa joven que entró al restaurante, caminaba a zancadas, vestía una falda negra, tacones negros, un suéter beige y una pañoleta de colores vivos, estaba hermosa, con su mágica sonrisa y su melena suelta y rizada, así como a él le gustaba.
—Hola, principessa.
—Hola, Mike, perdona la tardanza, no podía salir de la reunión sin aclarar ciertos puntos.
Lori se acercó, le dio un beso en la boca y lo acarició con ternura. Dejó la chaqueta y el bolso en una silla.
—De nada me valió regalarte un reloj.
Ella sacudió la cabeza y ese gesto hizo que los rizos de su cabello danzaran.
—La puntualidad no está en un reloj, Mike.
Lori llamó el mesero, un jugo de frutas frescas. Mike la observó largamente. Los comensales a su alrededor desaparecieron. Con semblante serio, Mike se echó hacía atrás en su silla.
—No he dejado de pensar en ti —lo dijo en tono molesto, como si ella tuviera la culpa.
Levantó la vista sorprendida.
—¡Vaya es toda una sorpresa! —Bajó el tono de voz y añadió—: Yo también te he pensado mucho y no es un problema para mí.
Mike la miró de forma maliciosa. El mesero interrumpió y procedieron a ordenar la comida. Estiró las manos sobre el mantel y Lori le cedió las suyas.
—Estás muy hermosa y esa pañoleta es preciosa, le da calidez a tu tono de piel.
—Gracias, es un regalo que me trajo Jack de su reciente viaje a Nueva York…
El semblante de Mike cambió de pronto. La soltó. El fuego de la ira brilló en sus ojos.
—¿Por qué desprecias mis regalos y los de Jack no? —preguntó con voz dura, mientras aferraba la copa de agua sin levantarla de la mesa.
Lori se percató de su error demasiado tarde. Con la excepción de una charla sobre su amigo, nunca había aclarado la verdadera naturaleza de su relación con Jack.
—Jack es mi amigo.
—¿Yo quién diablos soy? ¿El que te folla?
—No seas vulgar, es innecesario.
—¿Por qué le aceptas los regalos a él y a mí me lanzas tu discurso?
—Porque los regalos de Jack son de amistad, de hermandad.
—Hermandad, una mierda.
—¿Sabes qué? Yo me largo —hizo el amague de levantarse y Mike le aferró la muñeca.
—Ni se te ocurra darme plantón.
Estaba celoso y era una sensación nueva para él. Imaginar el fuego y la sensualidad de Lori en manos de otro hombre sacaba lo peor de sí. Lori era suya y nadie se acercaba a lo que era suyo; lo que más lo enfurecía era saberse dueño de esos sentimientos y el deseo ilimitado de posesión. Él nunca había celado a ninguna mujer, le importaba un bledo lo que hicieran después de salir de su cama, pero con ella no, era distinto y lo que sentía, lo estaba desgarrando por dentro, no quería sentirlo, se suponía que así no serían las cosas.
—Necesito saber —dijo Mike con un tono parecido a la desesperación, pero que transformó enseguida por un semblante de hielo.
El enojo de Mike la alcanzó como si fuera una presencia que ocupara espacio. Estaba celoso y eso solo podía decir una cosa, algo sentía, eran algo más que amigos con derechos y una semilla de esperanza, brotó de su corazón. Debía haberlo adivinado, un hombre tan intenso en sus pasiones y en su temperamento, era un hombre posesivo y celoso.
—Jack y yo nunca hemos sido amantes. Jack es homosexual.
Mike desencajó la mandíbula sorprendido.
—¿Cómo?
—Lo que oyes, es gay y así es muy difícil tener sexo conmigo ¿Satisfecho? —concluyó molesta.
—Me dejas sorprendido, ustedes se ven muy unidos, nunca lo habría pensado. Discúlpame, principessa, por favor —la tomó de las manos y le besó las palmas.
—No entiendo tu reacción, tienes todos los síntomas de estar celoso y eso va en contra de tus convicciones —le miró por encima del borde de la copa, era difícil no hacerse ilusiones respecto a los sentimientos de Mike.
—Cuido lo que es mío —soltó Mike con semblante serio y antes de que se ilusionara sobre un futuro juntos, corazones y esas majaderías, decidió dejar claro su punto de vista—. Por el tiempo que estemos juntos.
Un paso adelante, dos atrás, se dijo Lori. “Sin embargo, sentiste celos y eso es punto a mi favor, así insistas con tus majaderías del señor no vendo futuros”. Comieron en calma. Mike le contó su preocupación por Althea.
—Los comienzos son difíciles, sé por lo que esa chica está pasando y me siento impotente para ayudarla.
—Haces lo que puedes —dijo Lori mientras picoteaba la ensalada—. Pienso que a pesar de toda la ayuda que ustedes brindan, es una batalla personal e intransferible. Tu deber es estar ahí cuando te necesite.
—Tienes razón.
Al momento de los postres, los sorprendió el saludo de Peter.
—Hola, ¿ustedes qué hacen aquí?
Peter llegó como una bocanada de aire, con su rostro risueño y su apostura de sol, varias mujeres alrededor lo observaban embelesadas. Mike se cortó, pero se repuso enseguida.
—Reunión de trabajo —señaló hosco.
Se sintió un cretino al ver como la expresión de Lori se apagó como si de un interruptor de tratara.
—Sí, Peter, solo trabajo —confirmó Lori herida y resignada.
—Me hubieras avisado y te habría acompañado, por lo visto las cosas entre ustedes están mucho mejor y me alegra que hayan fumado la pipa de la paz.
“No tienes idea hermanito.”
—Se me hace tarde para una cita —dijo Lori levantándose, le preguntó a su hermano— ¿Vas para la oficina?
Mike invitó a Peter a tomar asiento, pero él declinó la invitación, señalando que una amiga lo esperaba en una de las mesas.
—Acabo de llegar.
—Deja que te acerque a la oficina —dijo Mike mirándola preocupado. El encuentro con Peter fue una sorpresa y reaccionó de la peor manera, no estaba preparado para lo que Lori quería de él.
—No, gracias —contestó ella sin mirarlo—. Adiós.
Salió del lugar como si la persiguieran. Ya en la calle trató de ordenar sus pensamientos y aquietar los latidos del corazón, era una imbécil, se cubrió la cara con las manos y caminó de prisa para la oficina.
Mike, la alcanzó dos minutos después, la tomó del brazo. Ella se soltó de forma brusca.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué te despediste así? —inquirió preocupado y con tono de culpa.
Ella lo miró con ojos que echaban chispas.
—No quise arruinar la charada, Peter cree que nos detestamos, con tu actitud me diste a entender que no te interesa que mi hermano se entere de lo nuestro.
Mike tuvo la decencia de agachar la mirada, se puso ambas manos en la cintura y respiró profundo.
—Soy un imbécil, lo reconozco.
—No te lo discuto, y eso, de todas formas no arregla como me siento en estos momentos.
Siguió caminando.
—No estaba preparado para responder preguntas sobre lo que tenemos, pero voy a arreglarlo —contestó él con gesto preocupado. No toleraba la forma en que lo miraba, necesitaba esa otra mirada, la que le decía que todo estaba bien y que lo hacía sentir el rey del mundo.
La tomó de la mano y la llevó de nuevo camino al restaurante.
—¿Qué te pasa? ¿A dónde me llevas?
—A hablar con Peter.
—Ni lo sueñes. —Se soltó de forma brusca—. Ahora lo confirmo, eres un imbécil.
—¿No es lo que quieres?
—No es lo que yo quiera, joder. El momento pasó y nunca te obligaría a hacer algo que no quieres. No me conoces.
Le dio la espalda y caminó más rápido, al cambió de luz de un semáforo cruzó la calle. ¿Qué iba a hacer con su amor? Porque lo amaba como una idiota, se le aguaron los ojos, pero antes muerta que derramar una jodida lágrima por él.
—Detente, por favor. —Se meció el cabello con ambas manos—. Esto es nuevo para mí.
Ella levantó la mirada, sus ojos echaban chispas.
—¿De qué hablas? No es la primera vez que estableces una relación con una mujer.
—No de la manera en la que lo estamos haciendo. Eres mi amiga, contigo puedo hablar de lo que sea.
Ella lo miró confusa.
—¿Qué tenemos, Mike? ¿Dime qué tenemos?
La gente los observaba. Lori le hablaba exaltada.
—Tenemos una relación, nos estamos conociendo, nos acostamos.
—¿Qué hay de los sentimientos?
—Te estimo, eres agradable, pasamos buenos ratos juntos —contestó Mike con un nudo en el estómago. Se inclinó a abrazarla, pero el cuerpo de Lori estaba rígido, inflexible.
Lori se dijo que no debía profundizar más o no le iba a gustar lo que encontrara.
—Mike en serio, tengo trabajo, hablamos después.
—Debo viajar esta noche. Me acaban de avisar de una reunión de última hora en Los Ángeles. ¿Por qué no nos vemos el sábado? Ven a mi casa.
—Este fin de semana estoy ocupada —contestó poco dispuesta.
—No hagas eso, no te desquites, tú no eres así.
—Tú no tienes ni idea de cómo soy yo, recuerda, solo follamos y cuando no, tenemos charlas agradables. No más.
Mike se metió las manos a los bolsillos del pantalón y con gesto furioso detuvo la marcha.
—No te molesto más.
Lori cerró los ojos y caminó más despacio. Estaba furiosa consigo misma. Nadie tenía la culpa, ella había aceptado el trato, sexo y amistad, entonces, ¿por qué se ofendía? No quería mostrarse vulnerable ante Mike y más cuando ella había traspasado la barrera hacía días. Él solo hacía lo que sabía hacer. Querer a todo el mundo, su familia, sus amigos y a sus ahijados, a ella la estimaba más que a la media de mujeres con las que entablaba una relación, o eso creía. Amar a una sola persona era mucho más difícil. Mike no deseaba esa clase de amor y tampoco salir de su zona de confort, parecía satisfecho con la vida que llevaba, pero eso no le daba derecho a tapar su relación como si estuvieran haciendo algo malo. Peter ya era grandecito, de malas sino le gustaba que su mejor amigo se estuviera acostando con la hermana. Entonces, ¿por qué diablos la celaba?
Mike le envió un ramo de orquídeas en horas de la tarde y dos mensajes de texto, el primero decía:
“Háblame, por favor ¿por qué no contestas mis llamadas.”
El segundo rezaba:
“Háblame, así sea para repetirme que soy un imbécil.”
“Imbécil.”
“Gracias.”
“Tengo que trabajar.”
“Yo también.”
“¿Nos vemos el sábado?”
“No y me parece que debemos dejarlo aquí.”
“¿Hablas en serio? ¿Me estás soltando esto por WhatsApp?”
No le contestó.
Lori llegó rendida a su casa con el corazón oprimido, otro desengaño en su larga lista. Como le había dicho Jack, este era el desengaño, sus desilusiones anteriores nada tenían que ver con la manera en que se sentía en este momento. Pero por lo menos le alegro haber sido ella la que tomara la decisión. Aunque la idea de no volverlo a ver la aturdía y desconcertaba, en plan romántico claro, porque sabía, por los lazos de amistad que los unían, se lo seguiría encontrando en todas las reuniones familiares y de amigos. Encendió la lámpara y se llevó el susto de su vida.
Mike estaba sentado en el sofá y sus ojos destilaban un tremendo desafío.