Mike no podía seguir aplazando las visitas pendientes. El día de Navidad se levantó temprano y antes de ir a la casa de Isabella para abrir los regalos con sus sobrinas, fue al cementerio donde estaba enterrada su madre. Le llevó gardenias blancas, sus flores favoritas. Hacía frío y el día era opaco.

Llevaba mucho tiempo que no visitaba la tumba, desde que su abuela los traía uno que otro domingo. Él solo se limitaba a pagar la cuenta del arreglo de la tumba y que no faltaran flores en el lugar.

Se bajó del auto y caminó entre tumbas como si los pies le pesaran. Llegó ante la lápida y leyó la inscripción. Anabel Donelly Grazziani, esposa y madre. No renegó del significado de las últimas palabras como siempre le ocurría. Ya no. Se arrodilló, puso las flores en el recipiente decidido a hablar con ella.

—Mamá, necesitaba venir a verte, hablar contigo, tengo muchas cosas que contarte, pero seguro ya las sabes, por unas me felicitarás y por otras sé que merezco una reprimenda. Quiero decirte que todavía trato de entender lo que nos pasó. Sé que no fue tu culpa, siempre lo he sabido, pero mi orgullo y este amor enojado no me dejaban reconocerlo. Te amo mamá —se le quebró la voz— y siempre te amaré. Espero que donde estés puedas ser feliz y vuelvas a reír como el día que bailamos mambo en el mirador ¿Lo recuerdas? Esa mañana entraste como una tromba a nuestros cuartos y, así en pijama, nos sacaste al jardín, tenía nueve años. Recolectamos flores y las pusimos en la mesa del mirador. Empezó a llover, pero no dejaste que entráramos, dijiste que la lluvia era buena, que lavaba los miedos, los pesares y regalaba nueva vida. Solo entraste tú a poner música y terminamos bailando mambo en el mirador con la lluvia cayendo, nos mojamos y luego salió el ama de llaves y no se quien más y nos dañaron la fiesta. Isabella y yo no queríamos que entraras porque todo volvería a ser igual, pero ese día te acercaste a nosotros y no queríamos dejar marchar a nuestra mamá.

Mike lloró como ese niño que extrañaba bailar y coger flores con su madre.

Recuerdo más instantes como esos, madre. Sé que los malos ratos han sido egoístas con los buenos momentos que pasamos juntos, pero madre, déjame decirte que si estaban en mi corazón. Estoy enamorado —se secó las lágrimas—, y es difícil y tengo miedo, pero no quiero luchar contra esto que siento, como en el pasado. Es buena, es inteligente y muy hermosa, la amarías al segundo, tiene la cualidad de encandilar a todos con su sonrisa y su forma de ser, pero he sido un estúpido y no quiere saber nada de mí. Para poder amarla tengo que hacer las paces contigo, eso me hará más fuerte en mi batalla con el alcohol. Por ella y por mí, iniciaré una nueva vida sin resentimientos. Dame tu bendición y deséame suerte.

Mike se levantó. La tierra no se movió, ni tampoco sopló una brizna de aire, pero Mike supo en lo profundo de su alma que su madre lo había escuchado.

 

Llegó a la casa de Isabella. En el ambiente reinaba la alegría, se escuchaban villancicos y olía a galleta y a chocolate.

—Por fin, me tenían loca con la apertura de los regalos.

—Bueno, chicuelas, ya estoy aquí —dijo cuándo ellas saltaron a abrazarlo—. ¿Quién repartirá los regalos?

Saludó con un abrazo a Patrick que salía de la cocina con una bandeja de galletas algunas quemadas.

—Me fue mal en el experimento con las galletas, míralas —tomó una—, tiesas y negras, no sé qué brujería utilizan estás mujeres para que le queden así.

Señaló otras galletas, esponjosas y con el dorado perfecto que había en un plato.

—Ay, papá, yo te enseñaré más tarde —dijo Carole—, vamos a abrir los regalos, si quieres puedes repartirlos.

—No, preciosa, hazlo junto a tu hermana.

En ese momento, entró Pedro su padre a la sala. Mike no se sorprendió, se hubiera sorprendido de no haberlo encontrado. El hombre estaba algo más acabado de la última vez que lo viera. El cabello más blanco y estaba un poco más delgado.

—Hola, hijo.

Mike reciprocó el saludo con un apretón de manos.

Se sentaron todos alrededor del árbol al que no le cabía un paquete más. La casa de su hermana como siempre, lucía con el ambiente propio de la Navidad y ese calor de hogar que hoy envidió Mike. Deseaba lo mismo para él e imaginó a Lori al pie del árbol de navidad repartiendo sonrisas y regalos a un par de chiquillos, la imaginó haciendo galletas, aunque sabía que no era lo suyo, el comería galletas quemadas y duras de por vida, con tal de tenerla revoloteando a su alrededor. Lo invadió la nostalgia de querer una familia, un hogar, sonrió para sí. Era amor y no tendría por qué ser complicado amar a una mujer.

Carole y Melody repartieron los regalos, menos mal que le había comprado algo a su padre. El día anterior había dejado los paquetes.

Carole le tendió un paquete “es un regalo de mi hermana y mío”, dijo, ábrelo.

Mike abrió el paquete y se encontró con un pocillo en cerámica pintado a mano. Los detalles eran muy pulidos para ser un trabajo de las chicas.

—Está hermoso ¿quién lo pintó?

—Lori —dijo Melody, mientras leía la tarjeta de otro paquete, que soltó enseguida y buscó otro, seguro porque su provisión de regalos hasta el momento era escasa.

Mike enseguida miró a Isabella confuso.

—A mí no me mires.

Y entonces su hermana le contó de la clase en el taller de cerámica. Mike recordó la tarde en que había ocurrido todo, Lori iba a llevar a sus sobrinas a una clase de arte. Llevó la mirada al pocillo otra vez, claro que era obra de Lori, solo ella tenía trazos y pinceladas perfectas. Quiso abrazar el pocillo y besarlo, pero haría un ridículo espantoso. Recibió un regalo de su padre y vio que Isabella recibió uno igual. Al abrirlo se sorprendió, era un álbum con fotos de ellos con la familia. Mike iba pasando las hojas, fotos de ellos en campamentos y fiestas, las graduaciones y las fastuosas navidades con la abuela. Bella tenía razón, él lo sabía hacía tiempo, pero no había querido hacer nada al respecto. Allí mirando la foto de su primera comunión con sus padres e Isabella a su lado, se dijo que era fácil extraviar los sentimientos, que era fácil extraviarse en la vida; disfrazar los verdaderos sentimientos con costras y más costras de cinismos y rencor y cuando esas costras caen, vulneran lo que haya cerca, eso lo sabía muy bien, por experiencia. Lo difícil, era encontrar el camino de vuelta, aprender a perdonar el desamor y el abandono. Lucas tenía razón se dijo observando ahora a su padre, en unos años sería como un niño. Al aceptar que retomar la relación llevaría tiempo y que lo perdonaría, se quitó un peso de encima. Se levantó y le dio las gracias a su padre con un apretón en la mano. Era un avance.

Percibió que su hermana respiró tranquila y lo miró con la curiosidad en su semblante.

Mientras la familia disfrutaba de sus regalos, le envió un feliz navidad por WhatsApp a Lori. Se percató que lo había leído y estuvo unos minutos pendiente, sin soltar el móvil, pero ella no le contestó.

Al inicio de la tarde y después de un suculento desayuno tardío, Mike se ofreció a llevar a Pedro a casa.

Hablaron de política y economía durante todo el recorrido hasta Bel Air.

Felipe y Josefa los amables sirvientes de su infancia y que tantos ratos agradables les prodigaron a Bella y a él, lo recibieron como al hijo prodigo, algo más ancianos pero bien conservados, no podían disimular la alegría que los embargaba. Pedro entró en la casa y le dijo que estaría en el estudio, le regaló unos minutos de intimidad con la pareja.

—Ya era hora —señaló Josefa con algo de reproche en la voz, Mike se sintió apenado.

—Perdónenme, estaba algo perdido —y los abrazó con cariño.

—Más vale tarde que nunca, yo sabía que eras un buen hombre.

A Mike le remordía la conciencia, al alejarse de su padre no se dio cuenta que también los alejó a ellos, las personas más buenas que había conocido.

En ese momento un cachorro de labrador color chocolate hizo su aparición, batía la cola con ánimo juguetón.

—¿Y este personaje? —soltó Mike sorprendido.

—Carole y Melody le regalaron el cachorro hace dos meses.

Mike estaba sorprendido. Nunca pudieron convencer a su padre de tener una mascota.

—Pero si a papá nunca le gustaron —soltó él resentido.

—No les puede decir que no a ese par de chiquillas. Carole lo trajo para que acompañara a su abuelo y no se sintiera tan solo —respondió Felipe—. Esas chicas hacen de su abuelo lo que quieren.

Mike sonrió y el hombre continuó:

—Él las adora, nunca lo había visto tan feliz, desde que esas chiquillas llegaron a su vida.

—Me alegro.

—Mike, quiero decirte algo —dijo Josefa preocupada—. Espero que esta reunión sea por un buen motivo. No está para enfrentamientos. Está enfermo.

—No te preocupes —la tomó de las manos y la besó con cariño— ¿Qué tiene?

—Es mejor que él te cuente.

Encontró a su padre en el estudio, veía por televisión un partido de golf de la temporada pasada. El cachorro iba detrás de él.

—¿Estás bien? —preguntó más curioso que preocupado.

—Bien —le hizo un gesto quitándole importancia a lo mal que se sentía—. Nada que un buen tratamiento médico no pueda hacer.

—¿Que te diagnosticaron? —quiso saber Mike. Josefa no le había dicho nada y Bella tampoco.

—Tengo cáncer de próstata —soltó su padre, tranquilo.

Mike se puso pálido, su padre iba a morir. Bella tenía razón en todo. Qué necio había sido.

—¿Cuál es el pronóstico? —lo miró angustiado, algo que sorprendió a su padre. Mike estaba seguro, no se lo esperaba.

—Estoy en tratamiento, lo más importante es que no ha hecho metástasis, podré operarme en algún tiempo.

—¿Son buenas noticias?

—Sí, hijo, sí, son muy buenas noticias —lo notaba cambiado, su hijo siempre había sido un guerrero, duro, cínico, pero lo notaba más asequible, como si el peso del mundo ya no descansara en sus hombros.

Lo que más le dolía a Pedro Donnelly de su vida desperdiciada, era no haber estado cerca de sus hijos cuando estos más lo necesitaron. Así el paso de los años, suavice los malos recuerdos de sus actuaciones, era imposible ocultarse a sí mismo todos sus fracasos. Pedro ya había dejado de intentarlo y con la valentía que le faltó a todos los actos de su vida, reconoció que no había hecho nada digno de mención; solo engendrar dos fabulosos hijos que habían sido criados por otras personas. Le dolía el alma, ya era tarde para arrepentimientos, pero aún no era tarde para intentarlo de nuevo. Amaba a sus nietas con el amor libre que solo brindan los abuelos y se había acercado a Bella, era una buena mujer, disfrutaba los domingos que compartían todos en familia. La admiraba, había formado un hogar muy diferente a lo que él les brindó en su infancia.

—Veo que tienes compañía —señaló Mike al cachorro, que se sentó a los pies de Pedro, mirando a éste con curiosidad.

—Es el mejor regalo que me han hecho en años. Carole y Melody es lo mejor que me ha pasado en la vejez, hijo, las adoro, son hermosas y tan llenas de vida.

—Sí, son chicas especiales.

—Bella tiene un buen matrimonio —dijo Pedro curioso por la vida de su hijo. Las chicas hablaban de una tal Lori, Lori esto, Lori aquello y cuando les preguntó, ellas dijeron que era una amiga de Mike y a él, se le hizo raro que solo siendo amigos le hubiera presentado a la familia, pero no quiso indagar y quedar como un chismoso, pero sabía que era alguien importante por la expresión de su mirada cuando hablaban de ella.

—Papá, ¿aún sigues jugando golf?

—Sí, aún juego dieciocho hoyos dos veces por semana.

—Me gustaría acompañarte en tu próximo juego, aunque mi swing deja mucho que desear.

Pedro casi salta de la silla.

—Claro, hijo, podemos ir cuando quieras, es más, si quieres vamos ya.

—No traje mis palos.

—No importa yo tengo dos bolsas.

Se levantó como un muchacho de veinte años, dispuesto a correr, frenó a medio camino, se volteó y con los ojos aguados le dijo:

—Perdóname, Mike, perdóname por todo, gracias por esta navidad, ha sido la mejor en muchos años y siguió sin esperar una respuesta.

Era un buen comienzo.

A Mike se le aguaron los ojos y por primera vez vio a su papá como de verdad era; un hombre con defectos, con sueños incumplidos, frustraciones y una fuerte necesidad de amor. Se llevó las manos a la cara y se secó las lágrimas a la brava, nunca había llorado tanto en su vida.

 

Pasaron las fiestas, llamó a Lori para desearle un feliz año nuevo pero el aparato saltó a buzón. Llamó a su casa los primeros días de enero y le respondió el contestador, llamó a la oficina y le dijeron que se había tomado una licencia y que no sabían cuando se reintegraría. Llamó a la oficina de Peter, pero le dijeron que se había tomado unos días de vacaciones. De Lori no sabía nada, era como si se la hubiera tragado la tierra, supo que la licencia era larga, cuando no fue Lori la que se presentó para una reunión en la firma días después, sino una menuda mujer, pelirroja y con gafas de abuela. No pudo evitar compararla con Lori que era una delicia para todos sus sentidos. Ésta chica parecía un ratón asustado parado frente a un elefante. La joven lo saludó con un fuerte apretón de manos. Mike la invitó a sentarse. A los quince minutos supo que estaba frente a una mente excepcional. La empresa de Peter se tenía bien escondido ese activo, se dijo, mientras la joven le exponía su punto de vista.

—¿Dónde está Lori? —preguntó Mike a quema ropa.

—Está tomando un curso.

Y antes de que Mike se frotara las manos al descubrir el paradero de Lori, la chica lo desinfló.

—Pero no tengo idea de donde está.

No quiso seguir insistiendo. Era un tío, por Dios, también tenía su orgullo.

El día que llegó Peter de sus vacaciones de invierno, Mike se presentó a primera hora en su oficina.

La secretaria, lo anunció y lo hizo seguir enseguida. No sabía en qué piso estaba la oficina de Lori y tampoco quiso preguntar.

—Siga, señor Donnelly, el señor Stuart lo está esperando.

Mike entró a la oficina y miró con afecto a uno de sus amigos del alma, agachó la cabeza y sonrió, estaba sensible en esos días.

—Bienvenido, hermano —Peter le ofreció la mano, pero Mike dio la vuelta y lo abrazó. Peter le devolvió el gesto sorprendido.

—¿Estás bien? —inquirió preocupado.

—Sí, estoy bien, hasta el momento —dijo Mike avergonzado porque había defraudado la confianza de un amigo.

—Si es algún problema de la campaña, lo solucionaremos. Tal vez Lilian no sea la indicada —respondió Peter preocupado.

—Todo está muy bien, la chica es brillante, no es eso de lo que deseaba hablarte.

—Soy todo oídos —dijo Peter más tranquilo de que no fuera nada del trabajo.

—Es un tema delicado y sé, que lo vas a tomar muy mal —Mike se levantó de la silla, caminó por la oficina de su amigo, se acercó a la ventana, observó la vista, a lo lejos estaba el puente de La Bahía y los edificios de la ciudad, tuvo que reconocer que era una de las ciudades más hermosas que había visitado, a pesar del clima.

—Habla, por favor, me estás preocupando —lo miró ceñudo.

“No tienes ni idea”, pensó Mike abatido.

—Antes que nada, déjame decirte que amo profundamente a tu hermana.

La sorpresa se rebeló en el rostro de Peter.

—¿Ella lo sabe? —preguntó Peter con una horrible sospecha instalada en el alma.

—No, no lo sabe, yo soy la causa de que en este momento esté pasando un mal rato.

—¿Qué pasó? —Peter levantó el tono de voz y se levantó del escritorio para encararlo.

—Tuvimos un amorío, no me di cuenta de lo profundos que eran los sentimientos de tu hermana, todo terminó muy mal. —Mike se dio la vuelta y apoyó las manos en el quicio de la ventana—. Estoy aquí porque no es justo mantenerte en la ignorancia y porque necesito hablar con ella —concluyó en tono desesperado.

—Eres un hijo de puta —exclamó Peter y golpeó la superficie del escritorio con un puño—. Cómo no me di cuenta, que tú fuiste el bastardo que la hizo llorar.

“Pero también muy feliz”, se obligó a meditar Peter ante los hechos.

—Me merezco todo lo que quieras decirme.

—No, en este momento, lo que menos quiero es hablar. ¿Por qué Mike? —se acercó a él y con un vistazo poco amistoso, lo agarró de las solapas—. Habiendo tantas mujeres ¿por qué ella?

—Porque siempre me ha gustado, no había hecho avances por ti, pero esto se nos salió de las manos.

—¡Claro que se te salió de las manos! ¿Cómo has podido hacerlo? ¿Cuándo te canses de ella le darás el collar de despedida? —escupió las palabras en el rostro de Mike.

—No me ofendas, ni la ofendas a ella —bramó Mike—. La amo y lo único que quiero hacer es recuperarla. Necesito buscarla, saber dónde está.

Peter lo soltó al ver la expresión de sus ojos y escuchar el desespero en su voz. No sabía si darle un puñetazo y echarlo de la oficina o sentir pena por él.

—Déjala tranquila, ni en sueños te voy a decir donde está, es tu penitencia, por todos tus desmanes con ella, debes esperar hasta que regrese.

Entendía la reacción de Peter y la culpa lo azotó. No había hecho las cosas bien desde el inicio de la relación. El pedirle que no le comentara a Peter su arreglo, hablaba mal de sus intenciones. Si Peter supiera lo ocurrido años atrás, lo colgaría de las pelotas, estaba seguro.

—No la respetaste, apuesto a que la pusiste al mismo nivel de las demás mujeres. Por eso no me contó nada. Tampoco respetaste nuestra amistad. La trataste como si fuera tu sucio secreto.

—Fue una relación consensuada. Lori es una mujer adulta y ambos quisimos mantener en secreto nuestra relación.

Peter se dirigió al escritorio, por lo menos Mike lucía apenado.

—No voy a decirte donde está. Te lo repito, espera a que vuelva.

—Y un cuerno que voy a esperar —soltó Mike desesperado—. Necesito arreglar las cosas con tu hermana.

—A lo mejor ya te olvidó y no quiere arreglar las cosas contigo. —Casi sintió lástima al ver su expresión y decidió hurgar en la herida—. A lo mejor conoce a alguien que la valora y te manda para la mierda.

—Ni en sueños —respondió Mike furioso—. Tu hermana alberga hacia mí sentimientos profundos.

El último comentario había logrado despertar sus celos.

—No sé qué ocurrió entre ustedes, tampoco me interesa saberlo, pero sí sé, que la desilusionaste, si piensas que va a estar colgada por ti después de la forma en que la trataste, es que no la conociste bien.

Mike se acercó al escritorio de Peter y puso ambas manos sobre la mesa.

—La amo. Nunca he amado a nadie como a tu hermana —dijo desolado y con voz desesperada y al ver el mutismo de Peter, insistió—: Es la primera mujer de la que me enamoro y con o sin tu permiso iré tras ella.

—Veo que vas en serio, pero no te pondré las cosas fáciles. Nunca has tenido que luchar a una mujer y mi hermana se merece a alguien que luche por ella. —Recordó la expresión apagada de Lori cuando le pidió el permiso para el viaje y supo que Mike lo tenía difícil.

—Quiero hacerlo, hermano, si me dices donde está podré solucionarlo.

Peter supo que los sentimientos de Mike eran profundos. Nunca lo había visto suplicar por nada, un hombre tan orgulloso como él no estaba acostumbrado a hacerlo. No le extrañaba que hubiera sido Lori la causante de ese cambio. Peter negó con la cabeza.

La expresión del rostro de Mike era tempestuosa. Apreciaba a Peter, pero no le importaba lo que él pensara, ni mucho menos necesitaba su aprobación, este asunto era de él y Lori, nadie más.

—Vete al diablo —salió furioso de la oficina.

Peter se quedó observando la puerta por la que había salido su amigo o ex amigo. Le deseó buena suerte, la iba a necesitar. Llamó a su secretaria:

—Comunícame con Lori —con suerte la encontraría antes de que saliera para clase.

 

Perdido en tu piel
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