Al llegar a su apartamento, se sorprendió al encontrar la luz de la sala encendida y a Mike dormitando en el sofá, tenía entendido que no se verían ese día, se lo había comentado en un WhatsApp el día anterior, hoy no habían hablado ni escrito en toda la jornada. Se había quitado la corbata y la chaqueta, por entre la camisa observó su pecho, recordó el roce con sus pezones y se le encogió el estómago enseguida. Su rostro se distendía cuando dormía. Se sacó los zapatos sin dejar de mirarlo, no quería despertarlo, fue a la cocina por un vaso de agua y al volver a la sala no se pudo aguantar y le dio un suave beso en los labios. Él esbozó una perezosa sonrisa, con aquel hoyuelo que encantaba a Lori, no se aguantó las ganas y le dio otro beso.
—Hola, principessa —soltó en tono de voz cuya frecuencia la escalofrió de arriba abajo—. Cambié el vuelo, espero que no te moleste.
Mike observó su expresión apagada y se preguntó qué le había ocurrido.
—No me molesta, me alegra que estés aquí —dijo mientras se quitó la chaqueta, la bufanda y se sentó a su lado— ¿Comiste algo?
—Sí, comí algo en el hotel. Tenía ganas de helado, compré helado de fresa en el supermercado de la esquina. ¿Qué te pasa? —soltó Mike sin dejar de mirarla—. Tienes mala cara. ¿Problemas en el trabajo?
Lori lo miró consternada, desde el restaurante y la charla con su madre quería llorar, ahora, al ver el gesto preocupado de Mike unas traicioneras lágrimas, empezaron a resbalar por sus mejillas. No todos los días te enterabas que tu madre vivía resentida contigo.
Las únicas lágrimas que Mike conocía eran las de su hermana, cuando la consoló de sus penas amorosas de adolescente, las de sus sobrinas cuando se caían y alguna ocasional novia que le rogaba llorando que no la dejara. Se consideraba inalterable ante cualquier crisis lacrimógena, pero este llanto atravesó su blindado corazón y le llegó al alma y un sentimiento de protección se alzó sobre sus barreras. Quería partirle la cara a quienquiera que la hubiera hecho llorar.
—Cuéntame, principessasa, ¿qué o quien te hizo llorar así? —¿Y si había algún desengaño amoroso? No le había preguntado sobre su vida. Le había exigido exclusividad sin indagar en su vida amorosa. Se dio cuenta que era un cabrón egoísta. Pero el hecho de que llorara así por otro hombre, sublevó su veta celosa. La aferró de ambos brazos y la miró fijo mientras ella se disponía a hablar.
—Mamá y yo tenemos problemas.
Mike no reconocería ni bajo la más dolorosa tortura, el alivio que sintió de que no fuera un asunto romántico.
—¿Quieres contarme? —preguntó aliviado.
—Nunca cumplo sus expectativas. Siempre pone a Peter en un pedestal, yo soy su constante fuente de críticas. He hecho muchas cosas para complacerla, hoy, al vivir lo mismo, no aguanté y le dije lo que pensaba.
—¿Y que ocurrió?
—Mamá y yo somos muy parecidas y parece que resiente el no haber podido realizar sus sueños.
—No entiendo, yo estaría orgulloso.
—Es complicado, siento que ella me culpa de no haber podido hacer otra cosa con su vida.
—¿Te lo dijo? —soltó Mike sorprendido.
—No, pero las mujeres tenemos un sexto sentido, para esas cosas.
—Debes arreglar las cosas con ella.
Mike pensó que Adele debería sentirse orgullosa de los logros de su hija, pero quién era él para cuestionarla o darle consejos, se había criado sin padres, así vivieran en la misma casa. Era un hipócrita al no solucionar las cosas con su padre y recordó la charla con Isabella de días pasados. Mike habría dado lo que fuera por tener unos padres que estuvieran en casa para ellos, así hubiera sido con conflictos y situaciones por resolver. Adele no era mala persona, es más, tenía a los papás de Lori en alta estima, por eso le extrañaba la situación. Los Stuart habían sido buenos padres, no era tarde para que Adele hiciera algo más con su vida, en vez de estar mirando de forma crítica la vida de su hija, pero eso era algo que tendría que descubrir ella misma.
—Ven acá —dijo abrazándola—. No has hecho nada malo, ella verá la luz, no te preocupes.
Lori percibió un dejo de ternura en las caricias de Mike y en vez de rendirse a ese gesto, se levantó como un resorte y se dirigió a la cocina.
—Vamos a probar el helado que trajiste —señaló y se dirigió a la nevera, sacó el helado, buscó en el mueble un par de cuencos y una cuchara que debía tener en algún lugar para servir ese postre en especial, al no encontrarla, se decantó por una cuchara cualquiera.
Mike la miraba con hambre y no de helado. Se acercó a ella y la arrinconó contra la mesa de centro de su cocina. Le agarró el rostro entre las manos y arrastró sus labios por el cuello y la mandíbula. La respiración se le hizo pesada mientras llegó a su boca. Le mordisqueó el labio superior, su lengua acarició la de ella tentándola. Ante el gemido de Lori, le aferró el cabello en un puño y se sumergió en su boca, caliente y hambriento. Ella le respondió con igual entusiasmo, el beso se desbocó en segundos y lo sintió entre las piernas. La levantó y la acomodó en la mesa. Retiró con la mano un juego de cubiertos y unas servilletas, que fueron a dar al piso. Le delineó los labios con los dedos.
—Eres exquisita. Tus labios son un reclamo sexual, cuando te beso pienso en la textura y el sabor de los otros —dijo y empezó a desabrocharle la blusa al tiempo que acariciaba su piel. Al exponer el sujetador de encaje, la levantó y pegó su frente a la de ella, mientras se deshizo de la blusa y la otra prenda—. Creo que hoy te daré la clase de cocina que tanto necesitas.
Lori soltó una carcajada.
El tono de voz en el que pronunció la frase iba en contravía con su mirada, intensa y voraz.
—Hoy aprenderemos sobre frío y calor, el primer ingrediente de la cocina sexual —señaló en tono ronco y con la respiración agitada. Le abrió la cremallera de la falda y se la bajó al tiempo que se metía un pezón a la boca. A la altura del otro pezón la despojó de las medias veladas. Levantó la mirada y pegó de nuevo la frente a la de ella, la mano se movió dentro de la ropa interior, acariciando su humedad.
—Uy, ¿todo esto es para mi? —sus ojos resplandecieron con picardía.
Le introdujo el dedo en su sexo que enseguida respondió con una caricia prensándolo. La excitación ya estaba haciendo estragos en ella, sus palabras eran el mejor ingrediente, se encendía con solo mirarlo, la piel se le había enrojecido, tenía las pupilas dilatadas y la humedad creciente de su sexo la hizo gemir.
—Es para ti.
A Mike las fosas nasales se le dilataron y la mirada se le hizo más intensa. Cuando Lori trató de tocarlo para despojarlo de la ropa. Él aferró sus manos y las puso encima de la cabeza. Tiró de sus piernas, las dobló y apoyó los pies en el borde de la mesa.
—Ahora sí, te tengo como quería.
Lori hizo el amague de soltar las manos para abrazarlo.
—Ni se te ocurra, principessa. Segundo concepto —dijo mientras tomaba el vaso de helado y sacaba una porción—: Improvisación, imaginación y ensayo.
Mike esparció helado en un pezón. Lori soltó un respingo,
—El alimento y la pasión se cocinan en sus propios jugos. —Trataba de vencer la lujuria que obstruía su garganta.
Mike enseguida bajó los labios al pezón y un corrientazo de placer recorrió a Lori de la cabeza a los pies por ese simple gesto. Repitió la receta en el otro seno.
—Quiero tocarte.
—No, principessa. —Levantó la mirada—. Si me tocas no podré controlarme.
Mike siguió su recorrido con el helado por la línea de su abdomen hasta llegar al ombligo, chupándola a ella y al helado con fruición como si estuviera saboreando el mejor manjar del mundo. Siguió en línea descendente hasta llegar en medio de las piernas.
—Mike, por favor.
Llenó esa zona de helado.
—Y ahora el punto culminante. No uno, dos puntos. —Bajó la cabeza—. El plato se degusta y se devora.
La chupó, la saboreó y la volvió loca de placer. Se bajó la cremallera del pantalón y liberó su miembro que creció al contacto con el aire. Agarró a Lori firmemente por las nalgas y la comió como si fuera a ser su último plato en mucho tiempo. Lori llegó a un orgasmo estremecedor que la hizo salirse de ella misma y ver estrellas o puntos de luz. Mike tomó su miembro de nuevo y lo tocó un par de veces antes de entrar en ella
—Tócame —le pidió a Lori.
Ella se apresuró a complacerlo y aún en las últimas brumas del orgasmo musitó.
—Te vas a estropear la ropa.
—Shhh —jadeó Mike sobre su boca.
La necesitaba de manera fiera y primitiva y le importaba un carajo nada más. Necesitaba su lengua en su apetitosa boca y su miembro bien profundo dentro de ella. Necesitaba hacerla suya con un afán que por un momento lo asustó. Soltó un gemido cuando se enterró en ella de un solo golpe y empezó a balancearse sin contención ya todo rastro de control desatado. Sus manos aferraron las nalgas, con ímpetu, marcando el ritmo. Los sonidos llenaban la cocina. Se iba a correr, no quería, pero la fricción de su sexo le impedía bajar la cadencia. La sintió gritar y todo pensamiento racional huyó de su mente. Empujó de nuevo una y otra vez. El sentimiento oscuro de someter primaba sobre sus demás emociones.
—No te detengas —suplicó ella.
“Como si pudiera”, caviló Mike. El roce de sus pieles húmedas, los gemidos, el calor y la estrechez que lo rodeaba, observar como sus pechos se movían al compás de sus embestidas, lo llevó al punto sin retorno en el mismo momento en que Lori capituló en otro orgasmo contrayendo aún más su sexo y percibiendo los estremecimientos en su piel. Cuando volvió a la realidad, la mirada de Lori lo recibió. Se levantó un poco y lo besó en los labios. Él la alzó de la mesa e hizo que enroscara las piernas en su cintura, se terminó de quitar el pantalón y la llevó a la habitación.
Después de hacer de nuevo el amor, se ducharon juntos y Lori puso la camisa de Mike en la lavadora. Extendió el pantalón en una silla y volvió a la habitación. Mike la esperaba en la cama.
—Creo que saqué sobresaliente en mi primera clase de cocina.
Mike elevó la comisura de los labios.
—Puedes estar segura.
La besó en la boca y no fue un beso de buenas noches. Cuando introdujo la lengua de Mike en su boca, le abrió las piernas y la tomó de nuevo.
—Estás ardiendo —murmuró mientras se mecía de nuevo sobre ella.
Sería muy fácil enamorarse de nuevo de Michael Donelly se dijo mientras trataba de dormirse. Un dolor recóndito y sensual la invadía, su piel estaba muy sensible. Trató de separarse un poco de Mike, pero éste la aferró más. Un temblor exquisito la recorrió. La ternura con que la había tratado Mike cuando llegó a casa, la asustó. Recordó el día que lo conoció, el fin de semana que Peter lo llevó por primera vez a casa. Su aire de chico rebelde y atormentado, la enamoró enseguida. Él apenas le prestaba atención, era antipático con ella y luego lo que había ocurrido en la biblioteca. Tenía la certeza de que si el hombre decente que era, se enteraba de lo sucedido, sufriría. Se durmió minutos después, su sueño estuvo plagado de imágenes eróticas, susurros roncos y miradas candentes.
Mike se levantó temprano, puso la cafetera, mientras que su mente recreaba lo ocurrido la noche anterior. Fuego, pasión, entrega y algo que no sabía definir se había levantado la noche anterior. Había limites que nunca traspasaba, en cuanto al placer no; esos límites los traspasaría las veces que quisiera la mujer con la que compartiera la cama. Eran otras sensaciones las que lo tenían de ánimo sombrío y con ganas de tomar distancia. Se había metido en esta aventura con los ojos abiertos. Era un hombre controlado en el sexo, siempre viéndolo desde la barrera que interponía siempre, pero con Lori las cosas eran muy diferentes, ese afán por someterla, ese deseo de marcarla, con sus besos, su miembro y su olor. Era animal y troglodita. Nunca le había pasado. La culpa la tenía ella, era sexy como un demonio, como si tuviera regado el sexo y su aroma por todo el cuerpo y así era difícil controlarse. Se reprendió, él era el que tenía el control, él era el que llevaba la voz cantante. En la noche viajaría a Los Ángeles, tomaría algo de distancia y el fin de semana sería la reunión con Lucas. Volvió con dos tazas de café al cuarto.
Lori ya se había despertado y levantado de la cama.
—Buenos días —dijo.
—Buenos días ¿hace mucho te levantaste?
—Soy madrugador y deseaba un café.
Le brindó una taza y Lori se sentó en la cama y sonrió al ver la camiseta que se había puesto Mike.
—Te queda bien.
—Era una emergencia.
Tenía puesta una camiseta de Berkeley algo grande que seguro perteneció a alguno de sus novios. Escondió la sonrisa detrás de la taza de café.
Era hermosa hasta recién levantada y tuvo ganas de sexo otra vez y no salir de aquella cama en un buen tiempo, pensó Mike. Tomó su móvil y le hizo un par de fotografías ¿Dónde estaba el puto control? Soltó una risa irónica. Ella le tiró un cojín.
—No, estoy espantosa. —Se jaló la cabellera—. Estos pelos.
—Estás hermosa —dijo Mike mientras revisaba las fotos en el móvil.
No sería ella la que lo hiciera cambiar de opinión, si la consideraba una belleza recién levantada, allá él. Se dirigió al vestier de dónde sacó algunas piezas de ropa y unas botas.
—Tienes una verdadera colección de zapatos —dijo Mike.
—Sí —sorbió su café—. No puedo evitarlo.
—Tomo nota —la imaginó con unos zapatos rojos y nada más, curvó sus labios en una risa sensual al darse cuenta que unos zapatos finos no los rechazaría como rechazó la joya.
Se ducharon juntos, Mike se arregló más rápido y fue a hacer el desayuno. Lori se tomó su tiempo. Se puso las botas de tacón delgado en gamuza de color negro y un vestido gris de tela gruesa, que acompañó con un abrigo rojo, accesorios y cartera a juego.
Cuando llegó a la cocina, Mike ya pasaba a la mesa dos vasos de jugo de naranja, fruta, panqueques, café y queso de untar.
—Se ve delicioso —dijo ella y lo abrazó por detrás.
—Tú sí que estás deliciosa —le dio un suave beso en los labios y enterró la nariz en su cabello.
—Te invito al teatro esta noche —dijo Lori mirándolo entusiasmada—. ¿Qué dices?
—Me temo que esta noche no podremos vernos, surgió un imprevisto en Los Ángeles, salgo en dos horas.
—Oh, no hay problema —dijo Lori algo decepcionada, se obligó a sonreír, se sentó en el comedor y se puso la servilleta en las piernas, no se atrevía a preguntar cuándo se volverían a ver, no quería ahogarlo ni mucho menos.
—El sábado es la reunión con Lucas, me dijo que ya tenías algo preparado. Podemos pasar el fin de semana juntos. Te invito a mi casa —¿Dónde mierda están las distancias, cabrón?, se preguntó molesto consigo mismo y sabiendo que había sucumbido debido a la nube que pasó por sus ojos al decirle que no al teatro de esa noche.
—Vaya —lo miró sorprendida—. ¿Estás seguro?
Frunció el ceño y dejó la taza de café en el plato y tomó la mano de Lori.
—¿Por qué no iba a estarlo? Puedes llegar en la noche, cenaremos tranquilos en casa, mañana en la mañana nos reunimos con Lucas y el resto del fin de semana solo para nosotros dos, te llevaré a navegar.
—Es una invitación en toda regla. Muchas gracias, señor Donelly.
Untó el panqueque con queso crema.
—De nada, eres bienvenida —dijo sin dejar de mirarla.
Bromearon el resto del rato y hablaron de naderías. El desayuno estuvo colmado de risas. Mike se sorprendía porque Lori era una mujer con la que se divertía. Dentro y fuera de la cama le brindaba ratos exquisitos, charlas agradables, él bajaba la guardia sin darse cuenta y exhibía su talante de humor que solo sus cercanos veían.
Arreglaron la cocina y salieron minutos después del departamento. Lori llevaba un paquete grande que Mike ayudó a cargar enseguida.
—¿Qué es? —preguntó Mike con curiosidad.
—Ropa para Tom —bajó las escaleras sin darle más explicación.
—¿Quién es Tom? —inquirió Mike serio y celoso de pronto.
—Ya lo verás —contestó misteriosa.
Al salir a la calle, la esperaba junto al poste un mendigo. Era anciano, con un carrito como los de los supermercados, con todas sus pertenencias contenidas en el interior, al ver a Lori una sonrisa desdentada curvó sus labios.
Se saludaron como si fueran amigos de toda la vida. Lori le entregó el paquete que contenía ropa que había reunido para él.
—Gracias, Lori, eres mi ángel guardián —decía el anciano agradecido y con gesto de adoración.
—De nada. —Abrió su bolso y sacó dinero de la billetera, le entregó un billete de diez dólares—. Te vas donde Greg y desayunas, por favor. Cualquier cosa que necesites me avisas. Yo pasaré en la noche a dejarle el dinero de tus desayunos de la otra semana. No te pierdas, mira que puedo necesitarte para cualquier cosa.
El anciano le regaló una mirada digna y orgullosa.
—Lo que necesites, sabes que puedes contar conmigo.
—Eso espero, muchachote.
El anciano se despidió y siguió calle abajo.
—¿Qué fue eso? —quiso saber Mike.
—Oh no es nada, a veces ayudo a los mendigos que pasan por aquí.
—Parece que te conoce de toda la vida. ¿Y para qué lo necesitas?
—Nada especial, a veces lo ocupo con algunos recados sencillos. Se siente digno y útil y a veces pienso que valora más ese gesto que la ropa o la comida que le doy.
—Guau ¿Te das cuenta por qué no me equivoqué cuando te hablé de mi proyecto?
Ella lo abrazó.
—Me descubriste.
—Aja.
Lori sonrió y Mike quiso comérsela a besos pero ya era un poco tarde y tenía la maldita reunión.
Lori quiso alargar el momento de la despedida, “estas como una tonta sentimental”, se repitió consternada. Se dio cuenta que ya Mike estaba pensando en sus asuntos de negocios y tecleaba cosas en su iPad.
—¿Quieres que te lleve?
—No te preocupes, Charles llegará en cualquier momento —la limusina llegó en ese preciso instante, Mike se despidió dándole un ligero beso en la boca—. Nos vemos, principessa —le sonrió guiñándole un ojo.
—Hasta pronto, Mike.
Horas después de estar en su oficina, recibió otro ramo de orquídeas con una tarjeta que citaba “No sabía si enviarte orquídeas, fresas o helado, lo de anoche fue inolvidable y deseo darle más clases de cocina a una alumna muy aventajada. En serio, Lori, me prodigaste un placer sublime. Tuyo, Mike”.
*****
Patrick Davenport estaba sentado al volante de su auto. Miraba hacia su casa con algo parecido a la desesperación, amaba a su familia, adoraba a Isabella, aún hoy, la deseaba con una necesidad insana que los años no habían conseguido aplacar y sus pequeñas princesas eran su mayor orgullo. No quería entrar a su hogar todavía, lo haría cuando ya estuvieran acostadas. Isabella era poco flexible con los horarios entre semana. Si entraba en casa ahora y las encontraba despiertas no lo soportaría, se echaría a llorar como un niño pequeño y no quería asustarlas. Se soltó la corbata, sintió que se ahogaba. Él en su profesión como abogado litigante, vivía pateando traseros todo el día y cuando vencía se sentía satisfecho, como algún guerrero cuando ganaba una batalla, pero nada como una mirada de su esposa y sus hijas para hacerlo sentir el rey del mundo, ese era su reino, su paz después de la guerra, era su pequeño paraíso privado después de lidiar con el cinismo del mundo y no iba a dejar que la desgracia cayera sobre él, así tuviera que batallar solo esta nueva guerra que se le avecinaba.