Mike llegó al vecindario de Althea. Una mala premonición lo asaltó al bajar del coche y ver dos autos de la policía y una ambulancia. Llegó a la vivienda y subió los escalones de dos en dos, la gente se había arremolinado, unos murmuraban:

—Pobre, estaba muy borracha.

—¿Quién lo diría? —dijo otra mujer que estaba en la calle en bata de estar en casa y la cabeza llena de rulos.

Al ver la cara de Lucas que esperaba tras el precinto amarillo, el corazón de Mike se aceleró y su rostro se puso pálido.

—¿Qué mierda pasó?

—Mike…

El aludido atravesó el precinto.

—No, Mike, espera, por el amor de Dios.

Al llegar a la puerta y observar el desastre que había en la pequeña vivienda, sabía que esa escena lo perseguiría hasta el día de su muerte. Todos contemplaban lo que yacía en la alfombra de regular calidad, que había sido color champaña y que ahora estaba cubierta de sangre. Los forenses tomaban medidas y hablaban entre sí. Ante el rugido de Mike que se abrió paso a empellones, apareció el cadáver de Althea junto a tres botellas vacías de licor, la mujer se había cortado las venas.

Mike se agachó, la cara sin vida de Althea, el olor de la sangre y el desamparo en que queda el cuerpo cuando el alma viaja a otros mundos, le trajeron a la mente y las retinas de Mike, recuerdos de la tragedia de su vida. Otra vez le había fallado a alguien. Otra vez por su maldita culpa había muerto una persona. Observó el lugar, estaba limpio y ordenado, a un lado estaban unos cuadernos y cajas de crayolas ¿Qué había pasado? Apenas la noche anterior habían hablado por teléfono, estaba animada porque al día siguiente visitaría a sus hijos. Los pequeños, caviló, ¿qué sería de ellos ahora? Alguna buena familia los adoptaría, se encargaría de eso. Los forenses no lo dejaron acercar al cuerpo. La mirada de Mike carecía de vida, mientras observaba el cadáver, cuya sangre se había escurrido y había sido recibida por el tapete.

—Lo siento, lo siento, lo siento… —fue lo único que atinó a decir—. Lo siento, lo siento…

—Hermano, por favor —Lucas trataba de levantarlo del suelo. Mike se había arrodillado a pocos pasos del cadáver.

—Déjame solo.

—No.

Lucas lo ayudó a levantarse y ante una orden de la autoridad, abandonaron el recinto. Mike se dirigió veloz al auto, Lucas no le despintaba los pasos.

—No te vas a ir solo.

Al ver que abría la puerta y entraba veloz. Se paró frente al auto. Tendría que atropellarlo si quería pasar. Mike lo miró con furia. Aceleró. Lucas siguió en sus trece. Mike bajó el vidrio.

—Si tengo que pasar por encima de ti para largarme, lo haré.

Había una nota amarga en su voz, la tonalidad ronca le hablaba de un estado de ánimo que no estaba para juegos y Lucas supo que lo haría, si no se quitaba, lo atropellaría y también supo que, antes de terminar el día, su amigo estaría más borracho que una cuba.

—No lo hagas Mike —atinó a decir. Más que una orden era el ruego de un amigo.

—No importa. Ya no importa.

—Mike, hermano, lo solucionaremos.

El gesto irónico de Mike que simulaba una sonrisa y que estremeció a Lucas por lo que significaba, hizo lo que no hizo el resto. Mike estaba más allá de todo y nada podía hacer por él.

—Te vas a arrepentir —Lucas levantó las manos dándose por vencido y se alejó del auto. Mike hizo chirriar las llantas al alejarse del lugar.

Al acelerar y salir a la autopista, profirió un grito dentro del auto y golpeó el volante en más de una ocasión. La rabia y el dolor, le tensaron el cuerpo. La vida era irónica. En su alma brotó de nuevo la sombría necesidad de evadirse de la única manera que conocía. Necesitaba borrar aunque fuera por unas horas la horrible realidad que había dejado atrás. Frenó frente a un supermercado. Como una bala entró al lugar. Ni siquiera vio que licor compró. Salió del lugar, al atardecer lo acompañaba la baja temperatura, pronto anochecería. Entró de nuevo al auto con el frío y tres botellas como compañeros. Ni siquiera encendió la calefacción. Al abrir la primera, se sintió derrotado y miserable. El olor del licor le bailó en las fosas nasales y le convirtió agua la boca. “No lo hagas,” le decía su conciencia guerrera. “Hazlo, sabes que es lo único que te alivia el dolor,” le habló su demonio al oído. Con lágrimas de derrota, envió cuatro años de sobriedad al diablo. Fue como si nunca hubiera dejado de beber, mientras lo hacía, los recuerdos de esa tarde cuando tenía doce años se colaron en sus memorias.

 

—“Michael, tu madre quiere verteel niño frunció los hombros sin contestar y siguió con su juego de Nintendo.

Mike pensaba que si su madre no se preocupaba por él y por su hermana, no tenía por qué correr cuando a ella se le antojara.

¿Dónde está papá?preguntó sin despegar los ojos del juego.

En su habitación ¿Qué le digo a tu madre?

No quiero verla.

El ama de llaves salió con gesto derrotado y volvió en sus pasos para entrar en el cuarto de Isabella y darle las buenas noches.

Pedro Donnelly estaba tarareando una canción mientras se hacía el nudo de la corbata, cuando Michael entró a su santuario. Era una habitación imponente, con amplios muebles caoba, una biblioteca pequeña, y la cama con un edredón de arabescos dorados sobre una base vinotinto, cuadros adornaban las paredes. Un amplio espejo con marco grueso de madera hasta el piso, frente al cual estaba su padre. Era un hombre alto, delgado y atractivo, con abundante cabello negro, ojos oscuros del mismo color que el de sus hijos.

—¿Vas a salir?

—¿Qué haces aquí? —preguntó su padre con el ceño fruncido. Siempre se ponía en guardia cuando sus hijos se acercaban a él—. ¿Por qué no estás durmiendo?

—Quería saber si puedes jugar conmigo Nintendo —le contestó el chico, con semblante algo triste.

—Tengo un compromiso, juega con Isabella —contestó Pedro, alzando la ceja y el tono de voz, mortificado con la interrupción. No le gustaba sentirse culpable y los ojos de Michael eran los únicos que le hacían sentir así. Ni siquiera las escenas de celos de Anabel o los lloriqueos de su hija, tenían el impacto de la mirada de Mike—. Vete mejor a descansar, ya es tarde.

—Mamá no se siente bien hoy —concluyó Mike.

—Como todos los días, eso no es una sorpresa.

Mike sabía lo que pensaba su padre, por los años que llevaba escuchando sus discusiones. Pedro vivía resentido, porque la familia de Anabel le había escondido su estado depresivo durante el noviazgo. Aunque la familia de su madre había pagado el precio con los millones que dio y con los que se incrementó el patrimonio de los Donelly, seguro para acallar su condición, Pedro le echaba la culpa a ella y a la abuela, el hecho de estar amarrado a esa familia que le impedía vivir de manera libre y sin ataduras. Pero Mike pensaba que su padre hacía lo que quería de su vida, mujeres, alcohol, deudas de juego y largas ausencias, como si la mujer encerrada en el cuarto y el par de jóvenes no existieran.

—¿Vas a dormir fuera? —volvió a la carga.

—No sé, de pronto pase la noche con amigos.

Seguro estaba estrenando novia, había escuchado la conversación del jardinero con una de las empleadas de la casa. El hombre decía que su padre estaba estrenando amante, una deliciosa muchachita de veintitrés años, fueron sus palabras, aspirante a actriz y cuando eso ocurría su padre tardaba días en aparecer.

—Miradijo el hombre poniéndose la chaqueta, cuando vuelva, te prometo que iremos al fútbol —le revolvió el cabello y salió sin darle un beso de buenas noches.

 

Michael, se acercó al cuarto de Isabella. Estaba dormida, era la mayor por menos de un año y muy parecidos. La quería como no quería a nadie más en el mundo, quizás por esa convivencia forzosa que ata a los que se enfrentan a la soledad. El cuarto olía a Jazmín, el aroma preferido de ella, un libro descansaba en el piso. Otra vez se había quedado dormida leyendo. Le apagó la luz. Al alejarse por el corredor de la mansión, se detuvo en la puerta de la habitación de su madre. Un rayo de luz se colaba por entre la rendija de la puerta y el piso, escuchó el sonido de la llave del agua del baño. Decidió entrar para comprobar que estuviera bien y no hubiera dejado abierta ninguna llave; ya había pasado en varias ocasiones. A veces le tocaba llevarla casi desnuda hasta la cama. Al acercarse al baño, trató de gritar, pero de su garganta no salió ningún sonido. Su madre estaba en la tina con un camisón transparente por lo húmedo. Tenía las muñecas abiertas y el agua teñida de rojo, ya había tomado camino a la habitación. Su mente cayó en un pozo profundo y oscuro, sus ojos desorbitados tenían en su expresión la magnitud de la tragedia. El olor de la sangre revuelto con el del jabón floral que siempre usaba ella, le produjo náuseas. Empezó a temblar de manera incontrolable, pero era incapaz de moverse, sus pies no le respondían para poder acercarse a ella.

Minutos después, el ama de llaves entró y con sus gritos despertó a toda la casa. Mike siguió en trance y sin derramar una sola lágrima. Si hubiera ido cuando su madre lo necesitaba a lo mejor no habría pasado nada y sería otro día como cualquier otro. Se sintió culpable, muy culpable. Algo se rompió dentro de él esa noche y nunca había podido repararlo.

 

Seguía consciente a pesar del licor ingerido que no parecía mitigar la angustia y la rabia que sentía. Pensó en Lori, su rubia cabellera, caminando hacia él, pensó en fundirse en esos brazos que le brindaban calor y paz. Se reprendió enseguida por estúpido. Él no necesitaba el afecto de nadie, nunca mendigaría el cariño de nadie. Nadie lo había querido, su madre lo abandonó, no tuvo el coraje de luchar por ellos. No los quería, luego ese ridículo amorío cuando era joven y el resto de mujeres que solo buscaban su dinero ¿Qué quería Lori? Pues sencillo, el contrato de publicidad que los haría ricos a su hermano y a ella, en menos de un año. Antes no se preocupó por él. Nunca mostró interés en verlo cuando iba a San Francisco e invitaba a la familia a cenar. Siempre se escabullía y cuando se encontraban, lo miraba como a un vomitivo. Seguro era otra pérfida que saldría corriendo, ninguna se quedaba. La echaría antes de que eso ocurriera. Abrió la tercera botella.

*****

 

El Brentwood Art Center, era el lugar escogido por Lori para pasar la tarde. Tomaron una clase de pintura en cerámica, cada una pintó un pocillo, las chicas escogieron colores vivos y llenaron la taza de dibujos variados, el de Lori fue más elaborado. Después de una hora dejaron el trabajo para que fuera al horno y la pintura durara más. Melody dijo que los recogería con Isabella la próxima semana. Como todavía era temprano, decidieron ir a un salón de belleza muy especial. Spa Divas Grandes y Chicas, era un sitio hermoso con una decoración que cumplía con las expectativas de varias generaciones. Sus muebles de colores alegres, la atención recibida y las actividades allí realizadas, hacían de este sitio un lugar especial para que las madres o demás familiares pasaran un rato diferente con sus hijas, familia o amigas.

Aparte de los servicios de belleza ofrecidos, había buena música, películas y actividades de juego para las más pequeñas. Lori y las chicas, se dedicaron a recorrer encantadas el lugar y luego escogieron los servicios que deseaban.

Les hicieron masajes en los pies al son de los últimos éxitos musicales, de Britney, Beyonce y Avril Lavigne; luego pasaron por manicura y pedicura, las tres escogieron el color Rosa Barbie y también se pusieron de acuerdo para que les decoraran las uñas de pies y manos con flores diminutas, les aplicaron mascarilla facial de fresas y menta para Melody por su acné incipiente, de chocolate para Lori y Carole y luego se hicieron un masaje en las puntas del cabello y por último las peinaron.

Ambas chicas estaban encantadas con Lori, charlaban sin parar, haciéndose confidencias, fue una tarde especial y más después de las tensiones sufridas en su casa y de ver las preocupaciones de su madre. Para Lori era la oportunidad de hacer algo por estas chiquillas que se habían ganado su corazón y que en medio de su viveza, una sombra de inquietud teñía sus facciones por la crisis que estaban atravesando sus padres.

Salieron del Spa como verdaderas divas y ufanas por su aspecto. Fueron a Hard Rock Cafe donde merendaron y luego a Border´s de compras, Melody adquirió tres libros de Jane Austen y Carole un hermoso libro que le permitía crear sus propios diseños y vestir las diferentes modelos que estaban en las páginas. Lori se percató, que el teléfono estaba sin batería.

Llegaron a la casa de Mike al anochecer. La encomienda que esperaba Lori había llegado esa tarde. Emocionada les pidió ayuda a las chicas y a Consuelo para deshacer el paquete.

—Lori, ¿has sabido algo de Mike? —preguntó Consuelo con talante preocupado.

—Tengo el móvil descargado —contestó la aludida—, deja y lo pongo a cargar.

Soltó lo que hacía y sacó el aparato del bolso, el cargador estaba en el estudio de Mike.

—Lucas llamó en la tarde —dijo Consuelo tan pronto Lori volvió del estudio.

—¿Qué dijo?

—Me pidió que le avisara tan pronto llegara Mike. Lo noté preocupado.

Lori volvió al estudio y marco primero al móvil de Mike que estaba apagado y luego al de Lucas que tampoco contestó.

Quería darle la sorpresa, colocar en la pared el collage de fotos que había hecho para él, en la salita de su habitación, para eso tenía que quitar una pintura de arte abstracto que parecía llevaba tiempo en el lugar. Le preguntó a Consuelo si no sería atrevido de su parte, reemplazar la pintura por su trabajo. Consuelo y Melody dijeron que no habría problema, que debería darle la sorpresa. Carole fue más precavida.

—No sé si a mí me gustaría —repuso seria y mirándose las uñas.

—No seas aguafiestas —concluyó Melody.

Momentos después llegó Patrick por las chicas. Saludó a Lori con semblante curioso y extrañado, era la primera mujer que Mike llevaba a casa y lo sabía porque una noche de baloncesto, su cuñado le había manifestado que para sus aventuras utilizaba una suite del hotel. Melody se encargó de las presentaciones.

Carole llegó como una tromba y abrazó a su padre, dándole un sonoro beso en la mejilla.

—Mi preciosa, ¿cómo estás?

—Bien, mira mi peinado y mis uñas, claro que tendremos que quitarnos el esmalte mañana a la noche, porque en la escuela no me permiten llevarlo, pero lo voy a disfrutar cada minuto —sonreía encantada mirándose las uñas y tocándose el cabello.

—Me alegro. —Observó con curiosidad que las tres tenían los mismos dibujos y el color en las uñas de las manos y los pies, sonrió.

Melody en cambio le habló de los libros que Lori le había regalado.

—Te agradezco mucho las atenciones que has tenido con las chicas hoy.

—De nada, fue un placer compartir con ellas, son magníficas.

Siguieron charlando un rato.

—¿Cuánto llevan juntos? —se dirigió a Lori y sin esperar respuesta agregó—: Se te dan muy bien los niños.

—No llevamos saliendo mucho. Mike es un buen amigo.

—Y un buen hombre.

Se despidieron y quedó sola en la casa. Un buen amigo del que estaba locamente enamorada ¿qué iba a hacer?

Mike no aparecía. Preocupada, al cabo de unas horas se comunicó por fin con Lucas que le contó lo sucedido.

—Estalló la bomba, Lori. Tarde o temprano ocurriría. En sus condiciones…

Lori le interrumpió.

—¿Cuáles condiciones? —Era un hombre que llevaba sobrio bastante tiempo — ¿De qué condiciones hablaba?

Lucas no le contestó. Ella preguntó si sabía dónde estaba. Lucas dijo que no tenía idea, lo imaginaba en la casa. Añadió también que podría volver en una hora, un día o una semana y que ella no podría hacer nada por él.

 

*****

 

Bella estaba recostada en la cama, las chicas entraron a darle el beso de las buenas noches.

—Yo las acostaré —manifestó Patrick. Después de arreglar el jardín se había recostado y ni siquiera había bajado a cenar. Patrick la dejó tranquila y salió por las niñas, permitiéndole aplacar su enfado y sí, el enfado estaba aplacado, caviló ella, pero la decepción no. No tenía sentido seguir disgustada con él, debía estar tranquila, la tormenta había pasado, pero la experiencia le dejaba un molesto sinsabor.

Rato después entró Patrick y se acostó a su lado acomodándose detrás de ella y abrazándola por la cintura, enterró la cara en su pelo; empezó a hablarle con dulzura.

—Bella eres lo más importante para mí, te necesito tanto. Tú eres mi faro, eres mi guía, eres el final del camino. —Sintió a Bella estremecerse en sollozos—. No llores, mi amor, sabes que es verdad, nos amamos.

Empezó a acariciarla de forma suave, la volteó y le besó los labios. Sabía que esta vez, tenía que conquistar lo que quería con paciencia y ternura. Saboreó sus lágrimas hasta llegar a sus ojos con pequeños besos, acarició el contorno de sus orejas, y descendió hasta su cuello, fue desabrochándole los botones de su blusa para poder acariciar sus pechos, posó sus labios en los pezones, acariciándolos mientras sentía encender su pasión, la recorrió de la cabeza a los pies, reconociéndola como suya. Unieron sus cuerpos con pasión, con amor. Rato después, yacían saciados uno en brazos del otro. Bella sabía que pasaría algún tiempo para poder recuperar lo que creía refundido y sabía que Patrick lo sabía. Él le daría el tiempo necesario para superarlo, siempre y cuando no se alejara emocionalmente.

—Bella, ¿recuerdas el día que nos conocimos?

—Cómo olvidarlo, llegaste como una tromba, me invitaste a bailar y desde ese momento no nos hemos separado —Bella sonrió ante el recuerdo.

—Exacto, nunca nos hemos separado, eres el amor de mi vida y siempre será así, nadie podrá arrancarme de tu lado, estaremos juntos siempre.

—En la vida pueden ocurrir muchas cosas, no deberías hacer ese tipo de afirmaciones.

—¿Cómo que cosas? —preguntó Patrick.

—Te puedes enamorar de otra o yo de otro.

—¡Nunca! —respondió, colocándose encima de ella y mirándola de forma fiera—. Dentro de cuarenta años, yo amaré cada arruga de tu rostro —dulcificó la mirada—, y cada cana de tu cabello y me sentiré honrado por haberte tenido en mi vida, te agradeceré por haberme dado las mejores hijas, por nuestros amaneceres, por nuestras batallas, por perdonarme mis errores —le acarició las mejillas—. Yo solo he querido hacerte feliz, sé que tengo muchos defectos, pero te amo como no te amará nadie más.

Bella le sonreía entre lágrimas.

—Lo sé.

 

Perdido en tu piel
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