Althea, cumplió su turno en el hotel y después del medio día ya estaba lista para pasar la tarde con sus pequeños. Se había comprado un vestido de flores, les llevaba de regalo un par de cuadernos, crayolas para colorear y unas camisetas con la imagen del tigre de la película: La era de hielo. Le extrañó que la señora Curtis la citara en la oficina un sábado en la tarde. Cuando llegó al lugar, una distinguida pareja la acompañaba y a sus hijos no los veía por ningún lado. La falsa sonrisa de la mujer que apenas la toleraba le disparó todas las alarmas.
La señora Curtis hizo las presentaciones en medio de un ambiente de aparente amabilidad. El matrimonio Morgan, una pareja de abogados de un importante bufete de Los Ángeles, era una pareja joven, vestidos de forma elegante y con la seguridad de los que están acostumbrados a triunfar.
—¿Dónde están mis niños? —fue todo lo que atinó a decir Althea.
—Ellos están muy bien, querida —contestó la señora Curtis.
La invitaron a tomar asiento y tomó la palabra Alicia Morgan. La mujer le explicó en un lenguaje claro, que ella y su esposo llevaban casados diez años y que no podían tener hijos. Conocían a la señora Curtis hacía varios años y habían conocido a Matthew y a Joshua hacía tres meses.
Althea abrió los ojos y miró a la trabajadora social con franco odio, porque ya sabía que esa pareja de piratas, como su apellido atestiguaba, deseaba quedarse con sus hijos.
—Sé las condiciones en las que has sobrevivido, no es fácil sacar dos pequeños adelante, la crianza y la educación son costosas y me imagino que deseas darles muchas cosas a tus hijos. Además, tienes una adicción, debes concentrarte en ti misma para poder…
—Usted no me conoce, señora.
La mujer se levantó y se acuclilló ante ella.
—Lo siento, no debí decirte esto último.
—¿Qué quieren? —preguntó sacudiéndose a la mujer. Se levantó y quedó frente a ellos.
—Queremos que nos acompañes a casa a ver a tus hijos —terció el hombre que hasta ese momento había permanecido en silencio.
—¿Por qué en su casa?
—Porque hemos sido su hogar sustituto en todo este tiempo.
Althea miró confundida hacia la señora Curtis.
—No entiendo…
—La casa donde los visitabas los sábados, era la mía, Althea.
—Quiero ver a mis hijos, ahora.
Un nudo profundo en el pecho apenas la dejaba respirar, nunca necesitó un trago en su vida como en aquel momento. Quiso llorar, quiso llamar a Mike, que estaba segura los pondría en su lugar, pero ¿qué madre sería? Si no podía luchar sola por sus hijos. Con una profunda desilusión los acompañó a la salida. La subieron en una camioneta elegante y la llevaron para uno de los suburbios de la ciudad donde pululaban casas de varios millones de dólares. Esa era la idea de ellos desde el comienzo, ni la trabajadora social ni el sistema pensaban devolverle sus hijos. Como un zombi se bajó del auto. Un hermoso jardín de hortensias le dio la bienvenida. Una empleada abrió la puerta a un interior lujoso y muy bien decorado. El arrugado corazón de Althea cayó al piso para no reponerse más al ver a sus hijos en una enorme sala de juegos, saludables y felices jugaban con una mujer mayor que ella. Intuyó que sería la madre de alguno de los dos abogados. Los pequeños interrumpieron el juego a la llegada de la pareja, y corrieron a sus brazos. Althea se acercó a Joshua, que le regaló una sonrisa, pero no mostró signos de quererse liberar de la abogada para ir hacía ella.
—Hola, pequeño —la mujer en un acto de piedad la dejó cargar al chico. Que resbaló enseguida por su cuerpo y se liberó para continuar el juego con su hermano. Althea en un último intento se acercó a Matthew que le sonrió y siguió con su actividad de armar grandes Legos.
La mirada de la mujer mayor a sus hijos era de reprobación.
—Althea, como verás, los niños están muy bien con nosotros, les podremos dar todo lo que ellos quieran. A Joshua le encanta la lectura y a Matthew armar cosas. El seguro médico cubrió la afección del oído de Matthew, además, necesita cirugía.
Althea se sintió culpable, ella tenía la culpa de lo sucedido en el oído a su pequeño. Llevaba borracha tres días y el chico lloraba día y noche, al cuarto día lo llevó a urgencias y el diagnóstico fue otitis media con el tímpano obstruido. Ese día seguridad social le quitó a los pequeños.
—Son mis hijos —balbuceó ella impotente. Nunca les podría dar lo que tenían en esa casa. Ni porque trabajara cien años. Se echó la culpa de todo, era una inepta, ni siquiera había terminado la escuela.
Se acercó a sus hijos. Les dio un beso en la cabeza a cada uno. No fue capaz de darles los humildes presentes que les había llevado, ya no, después de ver el lujo en que vivían. Salió del lugar, la señora Curtis la llamó, Althea le hizo un gesto grosero con el dedo medio, caminó varias cuadras hasta una estación de bus. Marcó el móvil de Mike. Saltó a contestador “Mike te necesito”, tecleó el mensaje en medio de una nebulosa de llanto. Al llegar a su barrio, sonrió irónica, sería una crueldad que sus hijos se criaran en ese ambiente, pudiendo tener mejores oportunidades. Entró en el supermercado y compro tres botellas de licor. Al llegar a su casa, soltó el llanto desgarrador que llevaba atenazado en la garganta. Se escurrió hasta el piso y sin quitarse el abrigo, se bebió de golpe la primera botella.
*****
Mike colgó el teléfono, preocupado después de su charla con Bella, conocía el carácter explosivo de su hermana. Pensó en el pobre Patrick, no tendría la más mínima posibilidad de salir ileso. En fin, tendrían que arreglar sus problemas, ya era hora.
Miró a Lori apenado.
—Lo siento, principessa, hay crisis familiar en casa de mi hermana, tengo que cuidar a mis sobrinas, lo entenderé si quieres volver a casa.
—¡Pero qué dices! Disfruto con ellas, son encantadoras.
Mike la miró con expresión curiosa.
—No sabía que te gustaban los niños.
—Me gustan los niños. El hecho de que sea una profesional exitosa y no me haya casado todavía, no quiere decir que en un futuro no quiera el sueño de una familia para mí.
—Dices sueño —la miró pensativo—. ¿Es lo que de verdad deseas?
—Sí, Mike, quiero hijos, con gusto renunciaría a mi carrera por quedarme con un bebé en casa, trabajos hay montones, puedes iniciar tu carrera en cualquier momento, pero los primeros años en la vida de tu hijo, es un tiempo que no te devolverá nadie.
—Eres una buena mujer.
Se abalanzó sobre ella en la cama, donde yacían desnudos, y una guerra de cosquillas fue el preludio de una nueva sesión de sexo duro.
La boca de Mike se acercó a la de ella y su lengua no tardó en apropiarse de la de Lori que gimió ante la demanda del beso. Le acarició los pechos y luego las nalgas, se puso de rodillas y la levantó hasta que quedó frente a él con las piernas a lado y lado de sus caderas. Le apartó el cabello, le echó la cabeza hacía atrás y le devoró el cuello de forma ávida haciéndola gemir una vez más. En un momento dado sus miradas quedaron encadenadas y pudieron percibir una conexión más allá de lo físico. Se acariciaron y Mike a un movimiento de vaivén de ella la penetró. Los movimientos certeros y profundos, les brindaban gran placer.
—Estar en tu interior es como morir y volver a nacer —jadeó rato después—. Es una puta locura. No quiero ser adicto a ti, soy un maldito problema con las adicciones.
La penetró de nuevo con fuerza, el sonido de la piel al entrechocar y los dientes de Mike en el hombro de Lori, aceleraron las cosas a un ritmo frenético. Se besaron de manera salvaje, Salió de ella, la acostó y le colocó un almohadón debajo de las nalgas y las piernas de Lori aterrizaron en los hombros de él que volvió a su posición de rodillas. Mike paseó su erección por el sexo de Lori, que excitada se acercaba más a él.
—Fóllame ya…
—Mmmmm, estamos muy exigentes.
Lori se contoneó de nuevo.
—No tienes ni idea.
—Tócate.
Lori se tocó al tiempo que Mike entró en ella, llenándola por completo. Observar las caricias de Lori, sus sexos unidos, el movimiento dentro y fuera, hicieron que Mike cerrara lo ojos, si la miraba en ese momento todo acabaría demasiado pronto. Le acarició el contorno del cuerpo, le chupó los pezones hasta dejarlos más rojos y erguidos, lo hizo con los ojos cerrados, retiró la mano de ella para reemplazarla por la de él. Las sensaciones se multiplicaron. El calor y la humedad de Lori lo hicieron gemir.
—Principessa… —balbuceó Mike tan pronto la sintió llegar al orgasmo, la manera en que lo ciñó como si nunca lo fuera a dejar ir, hizo que Mike en medio de gemidos se corriera dentro de ella. No dejaron de moverse, como queriendo eternizar el momento. Con las pieles muy sensibles, Mike abandonó el cuerpo de Lori con la respiración aún agitada.
—Tenías toda la razón —dijo ella con los ojos cerrados.
—¿En qué?
—Me has dado el mejor sexo del mundo y me has dejado extenuada.
—Te lo dije —sonrió él.
Lori intentó levantarse al baño, Mike no la dejó.
—No, quédate así —le besó el cabello, había traspasado las barreras y Lori se moría por manifestarle sus sentimientos.
—Soy tan feliz que me da miedo —dijo Lori.
—No quiero hacerte daño.
Lori se dio la vuelta y lo miró.
—¿Por qué dices eso?
—Soy un fiasco, principessa, no lo olvides. —La jaló para levantarla—. Vamos por una ducha que las chicas ya deben estar por llegar.
Lori tenía razón, era el mejor sexo, aunque no dejó de sentirse mortificado por su comportamiento salvaje. Ella estaba feliz y ni siquiera se quejó. Le encantaba ser el motivo de su dicha, el dueño de su sonrisa. Perdía el control con cada encuentro y nunca le había pasado, ella le daba sentido a su vida.
*****
Si Carole y Melody, sospechaban que algo iba mal en su hogar, no lo manifestaron en casa de Mike. Contentas de ver a Lori de nuevo, se dirigieron a la piscina mientras su tío contestaba varios correos. Lori y las chicas charlaban en la piscina de las últimas películas de Walt-Disney, y Harry Potter.
Melody le contó a Lori sobre su afición a la literatura.
—¿Qué estás leyendo en este momento? —le preguntó Lori.
—Uf —dijo Carole y miró a Lori como diciendo, no sabes lo que viene a continuación.
—Varios libros, la semana pasada terminé la serie Escalofríos, son libros cortos de historias de terror. Mañana termino Sinsajo. Pero lo que más disfruto en este momento, es la literatura del siglo XIX, estoy descubriendo un género de novela que relata las costumbres de la gente en esa época. Me encanta la descripción de los vestidos, las casas, el comportamiento de los hombres y las mujeres, aunque algo cursi es muy divertido.
La mirada de Melody se transformaba a medida que iba profundizando en su disertación.
—¿Qué libro estás leyendo sobre ese tema? —preguntó Lori admirada de los conocimientos de Melody y el lenguaje utilizado se le notaba la lectura en su manera de expresarse, no era como el de cualquier chica de su edad, presentía que estaba tras una escritora en potencia.
—Mujercitas de Louse May Alcott.
—Es un libro excelente, yo también lo leí de joven, aunque algo triste déjame decirte. ¿Ya descubriste a Jane Austin?
—No, aún no.
—Creo que llenará tus expectativas, es una escritora inglesa que combina en sus novelas todo lo que acabas de describir —Lori miró a Carole no quería dejarla fuera de la conversación— ¿Carole cuál es tu afición?
—Voy a ser diseñadora de modas, como Carolina Herrera, Dona Karan o Anne Klein —soltó la chiquilla animada.
Las tres estaban apoyadas en el orillo de la piscina. Consuelo les había dejado una jarra de limonada.
—¿Te gusta el dibujo?
—Oh sí, dibujo muy bien, estoy tomando algunas clases particulares, diseño los vestidos de mis muñecas, aunque también tengo un buen catálogo en mi computadora, puedo pasar tardes enteras dibujando vestidos y carteras —señaló Carole soñadora.
Los padres de estas niñas habían hecho un gran trabajo y Lori supo que de manera independiente a como se desarrollara la crisis en su casa, las chicas iban a estar bien.
—¿Qué deseas ser cuando seas mayor? —preguntó Lori a Melody.
—Escritora, la mejor del mundo. El otro año papá, va a enviarme a un curso de escritura para jóvenes talentos.
—Las felicito chicas.
—Gracias —contestaron orgullosas.
—Si ambas trabajan duro por sus sueños lo lograran. No lo tendrán fácil, pero lo más importante de todo, es el amor y el tesón con que enfrenten los desafíos para ser las mejores en lo que les apasiona.
Mike escuchaba oculto la conversación, no quiso interrumpir, no por sus sobrinas, él conocía y sabía de sus aficiones. Sino por los comentarios de Lori, a medida que la escuchaba la imaginó rodeada de los hijos de ambos, con su vientre crecido y esa imagen en vez de alegrarlo, le instaló un peso en el corazón. No quería necesitar a nadie, pues tenía la amarga experiencia de que todo desaparecía en segundos. Viendo a Lori en comunión con sus sobrinas, por primera vez en su vida, quiso que las cosas fueran diferentes, cambiar en lo que se había convertido. Pero las viejas costumbres no lo dejaban. No permitiría que alguien lo lastimara de nuevo. Tampoco quería lastimar a Lori, no lo merecía.
—Hola, chicas.
—¡Viene tras nosotras! Lori, nada al otro extremo —exclamó Melody algo tarde, porque Mike brincó en la piscina de tal forma de casi la desocupa y persiguió a Lori hasta darle alcance, la aferró de un pie, la pegó a su cuerpo.
—A ver cuánto duras debajo del agua —y la hundió sin muchos miramientos, Lori estaba tranquila y lo dejo hacer; Mike no sabía que ese juego, era uno de los preferidos de Peter y ella de niños y nadie la superaba.
Siguieron jugando largo rato, ensayaron saltos, Mike bromeaba, las alzaba y las lanzaba más lejos, hasta que salieron a descansar dejando a las chicas en la piscina un rato más.
—¡Diablos! Se me olvidó ponerles bloqueador solar, Bella me matará.
—No te preocupes, yo les apliqué antes de exponernos al sol.
—Gracias.
Consuelo llegó con el móvil de Mike que había dejado en la habitación.
—No ha parado de vibrar, debe ser importante —señaló la mujer.
Lori y las chicas siguieron en la piscina. Mike preocupado tomó el aparato, se había distraído y llevaba más de dos horas sin revisar el móvil, tenía la casilla de mensajes de texto repleta y cantidad de llamadas de Lucas, Althea y Celia.
Marcó a Althea, la mujer no contestó. Habló con Lucas.
—Lo siento chicas —dijo cuándo colgó—. Tengo que salir.
—¿Algún problema? —preguntó Lori al ver el gesto preocupado de Mike.
—No lo sé aún, debo ir a casa de Althea, Lucas fue muy vago —dijo Mike preocupado. Parecía que no podía pasar un fin de semana tranquilo.
—¿Por qué no dejas que las lleve a algún lado? —Lori salió de la piscina, se secó con una toalla y agarró su móvil. Mira —le señaló—, en Beverly Hills hay un taller de arte, lo crearon con la idea de que las madres pasen tiempo con sus hijas. No soy la madre, pero con su autorización no creo que haya problema.
—No hay problema. Haré venir la limusina, las llevará a donde quieras.
Se despidió de ellas y minutos después salía al encuentro de Althea.
Lori y las chicas estuvieron listas cuando la limusina llegó a recogerlas, la charla animada de las tres las distrajo todo el recorrido.
*****
Bella, con las manos frías puestas sobre el mesón de la cocina, no sabía cómo iba a reaccionar cuando lo viera, ¡el muy cabrón! Por un lado estaba aliviada, daba gracias a Dios que no era grave, no alcanzaba a imaginar que sería de su vida donde a Patrick algo le ocurriera. Pero por otro lado, sentía como una espina clavada en su corazón y el sentimiento de traición que no la abandonaba desde aquella dichosa llamada. Escuchó el ruido de las llaves en la cerradura y se preparó para la confrontación.
Patrick entró asustado, conocía el temperamento de su mujer y de su charla con el doctor, dedujo que ella ya estaba enterada, sabía que le había fallado. Le pediría perdón, se humillaría, haría lo que fuera necesario para restaurar la confianza perdida.
—Hola Bella —se acercó para darle un beso en la mejilla, pero ella lo esquivo enseguida.
“Está furiosa,” pensó Patrick, al observar la tensión y la mirada penetrante de su esposa.
Ella no le respondió, se limitó a mirarlo sin pestañear. Lo que lo puso más nervioso de lo que ya estaba.
—Lo siento mi amor, no quería que sufrieras lo que yo estaba sufriendo.
La admisión de Patrick, hizo que Bella se levantara como un resorte y quedó frente a él. Echó atrás la cabeza.
—¡Eres un soberano cabrón, egoísta! Siempre creyéndote el súper héroe, me dejaste en un papel estúpido —lo miraba con furia—. Traicionaste nuestros votos matrimoniales.
—¡No he hecho eso! —exclamó Patrick enseguida, reaccionando con rabia—. Eres tan dramática, ¿de verdad crees que hubieras podido llevar esta situación con tranquilidad sin afectar a las niñas? —se arrepintió al momento de sus palabras—, cariño...
Bella cruzó los brazos como si tuviera frío y se dio la vuelta, se acercó a la ventana y observó su jardín.
—No me ofendas —y como si hubiera tenido una revelación volvió su mirada a él—: Lo que sucede es que me consideras igual a ella.
— ¿De quién diablos hablas? —preguntó Patrick extrañado.
—Sabes muy bien a quien me refiero —señaló con voz rota—. Crees que soy igual de inepta a ella —lo miraba con lágrimas en los ojos—. Pobrecita Bella, no tiene los cojones para aguantar ninguna presión, eso fue lo que pensaste.
—Estás muy equivocada yo…
—¡Mentira! Tú, Mike, y el recién descubierto padre que tengo, piensan que puedo ser igual a ella, todos lo piensan. Cuando será el día en que se me suelte un cable y termine como ella. Caminan a mi lado como si estuvieran pisando huevos, como si me fuera a romper.
—Yo nunca he pensado eso —la agarró por los brazos, trataba de calmarla—. No se dé donde sacas esa historia. Ah sí, ya veo, tu fértil imaginación, deberías escribir una novela, así plasmas tus dramas imaginarios en el papel.
—No seas condescendiente, sabes que es verdad, siempre me has querido tener protegida, apartada de todo lo malo del mundo.
—Lo he hecho porque adoro lo que hemos creado, te adoro a ti y que me condenen si es pecado querer ahorrar penas a mi mujer.
—No entiendes todavía —le sonrió con tristeza—. El matrimonio es en lo bueno y en lo malo, no puedo confiar en ti si me ocultas cosas todo el tiempo, no sería real para mí.
Isabella agachó los hombros apesadumbrada. Patrick la miraba aterrado, pensó que iba a tener problemas, pero esto era más serio. Los ojos de su esposa reflejaban una decepción que no le había visto en tantos años de matrimonio.
—¿Cómo pudiste llegar todas estas noches y mirarme a los ojos, sabiendo lo que te ocurría?
—Por favor, Bella —intentó acercarse.
—¡Suéltame! ¡No me toques!
—Perdóname.
—¿Qué debo perdonarte? ¿El que no me hayas contado lo de tu enfermedad? ¿El que quieras tenerme en una caja de cristal alejada del mundo?
—No me disculpo por querer protegerte, pero desde lo más profundo de mi alma me disculpo por haberte ocultado algo tan importante para los dos —los ojos de Patrick reflejaban el arrepentimiento que sentía—. No lo volveré a hacer, te lo prometo.
—Dios. Piensas que con una simple disculpa todo está arreglado —movió la cabeza de lado a lado—. Me alegra que estés bien.
Salió de la cocina con sus útiles de jardinería a cuidar sus plantas.
Patrick quería arreglar la situación, quería llevársela a la cama, tenía ganas de saborearla. Se veía tan bella con su sombrero de playa, sus guantes y su delantal de jardinería, lo único que quería era hacerla feliz y nunca se había visto en la necesidad de cuestionarse sus métodos, pero ahora lo hacía, se había equivocado y no sabía qué hacer para repararlo.