Lori quedó sentada en la cama ante el estruendo que hizo Mike al entrar a la habitación. Aparte del cambio del cuadro, ella y las chicas, habían reordenado algunos muebles. Miró el reloj digital de la mesa de noche, marcaba las cuatro de la mañana.
—¿Qué diablos hace este mueble aquí? —vociferó.
Lori se levantó, encendió la lámpara de la mesa de noche y se acercó a él.
—No es nada, es que las chicas y yo hicimos algunos cambios.
Mike la apartó de un manotazo. Nunca había visto a Mike así, ni siquiera la noche de años atrás. La ropa arrugada y el gesto descompuesto.
—Mike, lo siento, Lucas me contó…
Lo agarró para llevarlo a la cama, él se soltó de nuevo.
—Suéltame, joder, no te he pedido que me ayudes.
—Mike…
Miró a la pared y vio los cambios en la habitación y una rabia inmensa lo colmó.
—El hecho de que esté follando contigo, no te da ningún derecho a hacer cambios en mi casa, aquí eres una invitada, nada más —la miró furioso—. Yo no necesito nada de esto, ¿cómo te atreves?
Lori palideció y Mike supo, a pesar de la nebulosa de alcohol que lo saturaba, que no debió haber dicho eso. Era el tipo de comportamiento hostil al que siempre recurría para evitar que cruzaran sus defensas. Viejos hábitos.
A Lori su reacción la tomó desprevenida, pero se repuso enseguida y se disculpó por su intromisión. Mike se sentó en una de las sillas.
—Siento lo de Althea.
Al nombrar a la joven, Mike se levantó de nuevo.
—A nadie le importa.
—No digas eso —contestó Lori y se acercó a él de nuevo.
—No te necesito, puedes coger tus maletitas e irte enseguida. Llamaré a Charlie para que te recoja.
—No te voy a dejar en este estado, quiero ayudarte, por favor.
Le dolía en el alma el sufrimiento de Mike, hizo suyo su dolor. Así que esto era el amor, el querer evitar el sufrimiento a la persona amada. Aunque en ese momento deseaba darle una bofetada por su comportamiento, su alma lloraba de tristeza por todo lo ocurrido.
—¿Por qué no duermes? Te ayudaré a quitarte la ropa.
—No quiero desvestirme, tú no sabes lo que yo quiero. ¿Quién eres tú? Eres solo la mujer que me estoy follando, solo eso. ¿Quieres follarme? ¿Es eso? Por eso quieres quitarme la ropa —soltó una risa—. Todas quieren lo mismo, todas son iguales.
—Sé que no eres tú el que habla. Es el alcohol que has ingerido. Déjame ayudarte.
La mirada de Mike era dura.
—¿Es qué tengo un jodido letrero que dice sálvame?
Lori quiso contestarle que sí, que era brillante y en neón, pero no quería más problemas.
Mike prosiguió:
—Dicen por ahí que los borrachos siempre hablan con la verdad. Te lo digo: no eres nadie, no significas nada y te quiero lejos de aquí.
Lori entendía que había pasado algo grave y también que se estaba desquitando con ella, pero tampoco tenía por qué aguantarle sus patanerías. Salió de la habitación y bajó a la cocina, se sentó en el mesón y lloró como una niña. La pregunta de Mike le bailaba en la mente y no se alejaba: ¿Es qué tengo un jodido letrero que dice sálvame? Esa pregunta le había disparado las alarmas, pero no con respecto a él, sino con respecto a ella misma. No quería pensar más en eso. Tendría tiempo de sobra para diseccionar su relación con Mike en los días que vendrían.
Pasó la siguiente hora sentada en una de las sillas de alrededor de la piscina. Había subido y mientras Mike dormía a pierna suelta, ni un cañón lo despertaría, se puso unos jeans, un suéter grueso y sacó su equipaje. Dio un paseo por la playa tratando de ordenar sus pensamientos, el amor, la rabia y la decepción deambulaban por su mente y su corazón. Era una relación reciente, pero intensa, lo vivido esas semanas le había marcado el alma y la piel, debía olvidar las sensaciones, ese querer abrazarlo y besarlo tan pronto lo veía y lo que la hacía sentir en la cama, apenas hacía unas horas habían hecho el amor de una forma sublime, Mike lo llamaría follar, para él fue follar. Ahora, una sensación de vacío la rodeaba, era normal sentirse así después de lo ocurrido, pero más que el vacío, ¿por qué sentía como si quisiera morirse? Mike era un hombre tan complicado que no podía brindar lo que no tenía y ella no podía quejarse, había tomado tanto como pudo conseguir. No podría olvidar los momentos en que bajó sus defensas, por esos sencillos momentos hubiera permanecido a su lado. Lo habría ayudado a superar de nuevo su adicción, pero no tenía derecho, no eran nada, él lo había dejado claro.
El sol asomaba tímido en el horizonte, hacía frío. Los rayos se tendieron rapidísimo y empezaron a bailar sobre las olas y todo relució. Menos su corazón que no se dejaba alcanzar por la luz e insistía en ocultarse en la habitación del dolor. La playa empezó a llenarse de gente que salía a hacer ejercicio. El culto al cuerpo que tanto valoraban en esa ciudad. Volvió a la casa, llamaría un taxi en cuanto se despidiera de Consuelo. Recordó la cita con los chicos en el centro de jóvenes. No podía dejarlos plantados. Se llevaría la maleta, cumpliría su compromiso y volvería a San Francisco a última hora de la tarde.
Consuelo, quedó sorprendida cuando Lori le contó que Mike había llegado borracho. Se frotaba las manos en el delantal en gesto nervioso.
—Pobre Mike, ha sufrido tanto.
Cuando llegó el taxi, una Consuelo llorosa se despidió de Lori, la mujer presentía que entre ellos había pasado algo muy grave.
*****
Mike despertó a media mañana, se sentó en la cama y se apretó la cabeza que le dolía como si alguien estuviera martillando en ella y de paso se divirtiera con la acción, estaba seguro que hacían puré con su cerebro. Después de tantos años de abstinencia, el estómago no estaba acostumbrado y el licor ingerido le había caído como una piedra. En cuanto vomitó, la culpa, el enfado y la decepción hicieron presencia. Era un imbécil y siempre lo había sido. Estaba mortificado y avergonzado como nunca por lo ocurrido con Lori. Durmió otro rato, no quería levantarse de la cama. Cuando abrió los ojos de nuevo, se quedó quieto y caviló, que había vuelto a las andadas. El deseo de beber otra vez estaba ahí más fuerte que nunca. Tenía dos caminos, podría atiborrarse de licor hasta hartarse y con suerte tirarse por la ventana o cortarse las venas como su madre y Althea o podría darse una ducha y volver a empezar.
Se levantó.
Hizo una llamada.
Cuando le abrió la puerta a Lucas ya se había duchado, se había cambiado, pero no había podido probar bocado, su cara mostraba los estragos de la noche anterior. No le pasó desapercibido que Consuelo no le había dirigido la palabra. Solo le dijo que Lori había salido con su maleta a primera hora. La piedra en el estómago se incrementó al escucharla.
—Hermano —saludó Lucas con un abrazo.
—He vuelto a beber —dijo tan pronto cerró la puerta del estudio—. Llegué aquí en una borrachera espantosa, por lo menos me acuerdo de lo ocurrido, hoy he vomitado hasta los intestinos.
Invitó a Lucas a tomar asiento en una de las sillas, se sentó frente a él.
—Entiendo el por qué bebiste, lo ocurrido con Althea prendió la bombilla en algo que no has superado. —Lucas se agachó con los codos en las rodillas con expresión calmada, amable, lejos de toda crítica—. Esto era lo que te decía cuando te aconsejé que debías superar el pasado. Eres un guerrero hermano, pero esa fuerza de voluntad te durará un tiempo, antes de que estalle otra crisis que te hunda en el alcoholismo otra vez.
Mike sonrió molesto, se frotó el rostro y se mesó el pelo entre los dedos por varios segundos.
—He durado cuatro años sobrio.
—Es un logro, ¿pero cuánto llevas ahora?
—No eches por tierra mi labor de cuatro años, Lucas.
Se levantó furioso y caminó por el estudio, mientras le contaba a Lucas todo lo ocurrido en la noche, hasta la discusión con Lori.
—¿Por qué a estas alturas de tu vida, te culpas del suicidio de tu madre? Eras un niño, por Dios. Alguien tenía que cuidarte y ser responsable por ti. Tu madre era una mujer enferma.
—¡No luchó por nosotros! ¡Nos abandonó!
—Porque estaba enferma, era depresiva, no le funcionaba bien el cerebro. No puedes culparla. Aférrate a un buen recuerdo de ella. Que estoy seguro lo tienes. Lo que tú no perdonas no es que ella se haya matado. —Mike abrió los ojos espantado—. No le perdonas a la vida que hayas sido tú, el que la encontrara cuando ya no había nada que hacer. Déjalo ir hermano, no hay otra solución o en un año o dos vendrá otra crisis que dará al traste con todo.
—Como si fuera tan fácil.
—Esta circunstancia llegó a tu vida en el momento justo, es terrible la muerte de esa joven, pero a ti te permite cerrar por fin una herida. En cuanto a Lori, le debes una tremenda disculpa.
—En cuanto vaya a San Francisco…
—Lori está en el centro, hoy iban a empezar el mural. La recibí hace un par de horas, estaba hecha polvo y sin embargo, recibió a los chicos con una enorme sonrisa. Tu mujer es especial.
—No es mi mujer.
Lucas abrió los ojos y movió la cabeza de lado a lado.
—Estás ciego, cabrón.
Mike evadió la mirada e hizo caso omiso al comentario.
—Empezaremos todo de nuevo. En la próxima reunión te daré la nueva moneda y antes de que lo olvide, lo de superar el pasado también va para la no relación que tienes con tu padre. Él no te cuidó cuando eras un niño ¿Tú lo harías con un pequeño tuyo?
—No, como se te ocurre, en el hipotético caso de tener un hijo, tenlo por seguro que no sería tan cabrón.
—Bien, me alegra escucharlo, ahora los papeles se cambiaron, dentro de poco tu padre por sus años será ese niño. ¿Lo vas a abandonar?
Mike hizo los arreglos para el funeral y el entierro de Althea, con Lucas visitaron a la trabajadora social. A Mike le causó curiosidad que la mujer viviera en la misma casa donde Althea visitaba a sus hijos, lo sabía porque la había llevado hasta allí en una ocasión.
—¿Y los niños? —preguntó él—. Pensé que está era la casa de acogida de los pequeños.
La mujer nerviosa y con expresión culpable, les contó que los niños vivían en la casa de los Morgan, un matrimonio joven que deseaba adoptarlos.
—Ella nunca tuvo la oportunidad ¿cierto? Ya entiendo —se pasó la lengua por los labios y emitió un chasquido—. Esa pareja y usted, buitre asqueroso, la amedrantaron.
—Era una adicta, tarde o temprano habría ocurrido.
—Eso, usted, no lo sabe.
—Conozco el paño, señor Donelly.
La voz de la mujer resultó tajante, lo miró altiva.
La expresión de Mike equiparó a la de la mujer y con rictus amargo en los labios le replicó:
—No conoce una mierda. Exijo ver a los niños.
—Usted no es familia.
Mike soltó una risa carente de humor, luego frunció el ceño, las palabras salieron de su pecho con rabia.
—No me provoque o haré un escándalo y le pondré una demanda por tráfico de influencias y se verá de patitas en la calle en un dos por tres, tengo muchos amigos jueces y abogados, con gusto me ayudaran. Fui su padrino en Alcohólicos Anónimos y el señor aquí presente fue su terapeuta.
La mujer, nerviosa, al ver que no estaba ante un par de personas que podría evadir o intimidar, les dio los datos del matrimonio, que se defiendan ellos, pensó, para eso eran abogados.
—¿Hasta qué horas va a estar Lori en el centro? —preguntó Mike tan pronto se montaron en el auto de Lucas.
—La llevaré al aeropuerto a las cinco.
Mike observó la hora en su reloj: doce y cuarto, tendría tiempo de hacerles la visita a los abogados y después ir a hablar con ella. Estaba avergonzado o era un cobarde, le tenía temor a la confrontación. No le temía a nada, pero a verla de nuevo a ella, sí. Lori lo podría mandar al diablo y el aceptaría el castigo como penitencia, porque lo merecía. Hoy al observar el collage que le había regalado supo que ella lo amaba, ninguna persona, por más profesional que fuera, hubiera captado esos momentos tan íntimos entre él y su familia si no existiera un sentimiento profundo de por medio. Sin embargo, Mike no tenía nada que ofrecerle, escenas como la de la noche anterior que ella ni de lejos se merecía. Se recriminó su comportamiento. Lucas tenía razón, mientras no arreglara sus rollos no era sano para nadie.
Los niños de Althea eran preciosos y la verdad, no tuvo nada que reprocharle a la pareja que, en medio de un clima algo incómodo, los recibió. Se veían afectados por la muerte de Althea y a grandes rasgos la mujer les explicó lo sucedido la tarde anterior y aunque la indignación lo invadía a bocanadas, no podía culparlos; los niños se veían sanos y felices, estarían bien, él no era quien para sacarlos de un entorno al que ya estaban habituados, se veía el cariño de parte y parte. Cerraría ese capítulo y seguiría reparando lo que tenía que reparar.
Llegó al centro casi a las dos, ni siquiera había almorzado, había bebido agua en cantidad, el malestar de la noche anterior había menguado algo. La vio con el grupo de jóvenes, el trabajo tenía muy buen aspecto. Las figuras escogidas no eran del agrado de Mike, le pareció algo truculento, pero Lori insistió en que la elección de los jóvenes había sido unánime. Lucas le había comentado que los chicos habían tomado las fotos de un blog que presentó varias fotografías de personas antes de consumir y el deterioro que sufrían al paso del tiempo. Él podría ser una de esas personas, pues a la adicción al alcohol, se le sumaba de forma muy fácil el resto de drogas. Lucas pidió que no fuera ningún famoso. Aunque la mayoría estaban muertos, no quería problemas legales con el tema de los derechos de propiedad. Entonces, los chicos investigaron en un programa de computador, tomaron varias caras anónimas y las sometieron a un proceso de deterioro.
“Caray con los jóvenes de hoy día, tienen el mundo a sus pies,” pensó. Se sintió viejo y anticuado.
El ambiente era de camaradería, en la radio se escuchaba un tema de reggaetón, no supo identificar la canción, solo se hablaba de sexo, drogas y dinero. La nueva filosofía, sonrió irónico. Lori a pesar del esfuerzo de uno de los chicos para hacerla sonreír, estaba sería. En ese instante le daba sombra al rostro de una joven de no más de dieciocho años, que parecía de treinta ¿Por qué no habían escogido un jardín de flores, arcoíris y niños corriendo? No lo entendía. A un lado estaban rodillos, brochas, trapos y pinceles, así como pintura en spray y cantidad de galones de pinturas de todos los colores.
Se acercó a ellos.
—Hola…
Tomó a Lori de la cintura y la sintió tensarse. Cuando se volvió hacía él había un fulgor borrascoso en sus ojos azules y le dolió ser el causante del dolor por el que ella atravesaba.
—Necesito hablar contigo.
—Estoy ocupada —contestó volviendo a lo suyo.
—Lori, por favor.
—No voy a interrumpir mi trabajo ahora, tendrás que esperar —dijo mientras daba un pincelazo al contorno de un labio.
Los chicos que estaban alrededor, echaban vistazos curiosos a Mike. Uno de ellos con una sonrisa de burla, llevó sus pulgares abajo. Mike les dio la espalda y se puso a trabajar con el equipo de obreros.
Lori no deseaba plasmar la rabia que sentía en las figuras que dibujaba. No quería perder la labor realizada, había comenzado con un trabajo de proyección y el equipo de trabajo era muy talentoso. Se obligó a calmarse y a seguir con la pintura y de verdad que le había servido. Había llegado al lugar desecha de pena, los chicos trataban por todos los medios de animarla.
Había entrado en esta relación con los ojos bien abiertos, no supo cuando fue que se le salió de las manos, había percibido cambios que le habían hecho albergar esperanzas. Que tonta había sido, una aventura tiene el noventa y nueve por ciento de terminar como lo que es, una aventura y no la gran historia de amor, no quería caer en la autocompasión, si Mike no la quería en su vida, ella le facilitaría las cosas. En cuanto terminó el trabajo, quedó satisfecha con el resultado, se aseó las manos, les dio unas últimas instrucciones a los chicos y se despidió de ellos, confiaba en que terminaran el proyecto sin tener que volver. Sería incómodo. Había visto de refilón que Mike había ayudado a los obreros, después, no lo había visto más.
Entró en la oficina y lo encontró acomodado detrás del escritorio.
—¿Sabes dónde está Lucas?
Mike se levantó y cerró la puerta.
—Salió, una emergencia.
Lori ocultó su irritación, se arregló el cabello en un gesto nervioso y trató de ignorar las pulsaciones del corazón, tomó la maleta y se dispuso a salir.
—Yo te llevaré al aeropuerto.
La indignación emanó de ella y lo alcanzó.
—No es necesario.
—Lo es. Te debo una disculpa. No debí hablarte de esa forma.
—No debiste —lo miró dolida.
—No estoy acostumbrado a esta cercanía, a la intimidad.
—Ya me di cuenta. —Era un hombre incapaz de comprometerse con una mujer—. Ha sido un tiempo fabuloso, Mike, pero no puedo seguir así.
El tono de voz de Lori firme y seco, hizo que Mike elevara las cejas.
—¿Qué quieres decir? —Allí está, deberías respirar tranquilo, se dijo Mike poco convencido.
Lori rompió el contacto visual y se alejó unos pasos.
—No puedo seguir escondiéndome, mintiéndole a Peter y viendo que tu familia me mira como tu última distracción, soy más que eso Mike, por lo menos para mí misma.
—No te miran como una distracción, mi familia te adora incluyendo a Consuelo, además, no me importa lo que la gente piense.
—A mí sí y eso nos diferencia, no me arrepiento de lo que hemos vivido, pero debo dejarlo ya, pienso que en este momento tienes problemas más graves y debes concentrarte en tu vida.
—¡Por Dios, Lori! Llevaba cuatro años sin probar una gota de alcohol. —No tenía porqué darle explicaciones, pero su mirada y los sentimientos que ella le profesaba le obligaban a ser honesto con ella.
—Pensé en ayudarte, lo juro, me lo hubieras pedido y me habría quedado, pero dejaste muy claro que no me quieres en tu vida.
—Estaba borracho.
—Ahora estás sobrio, ¿quieres que me quede?
Mike se quedó callado, no quiso contestar, ella no merecía lo que vendría, porque él no lo tendría fácil en un buen tiempo, habría que empezar de nuevo todo el proceso. Excusas y más excusas, se dijo, tienes pavor de necesitarla, pavor de no poder superar esto si ella se marcha algún día.
Lori lo entendió, había sido intenso, complicado y no era el momento de complicarse si las cosas subían al siguiente nivel.
—Es una batalla que tienes que librar tú mismo. Tus comentarios fueron muy hirientes y una frase tuya dicha anoche me recordó un refrán: Los niños y los borrachos siempre dicen la verdad. —El corazón de Lori se encogió, no quería acercarse a él, su olor la turbaba, ese aroma al suavizante usado en su ropa, la loción amaderada mezclada con su olor a hombre. Otra vez llegó a ella esa sensación de querer morirse si cortaba lazos con Mike, pero tenía que salir de esto de una forma digna.
—Tú quieres la jodida historia de amor —soltó Mike con sarcasmo y disgustado consigo mismo por cómo se sentía—. Caminar por un jodido paisaje. Ah, y con castillo incluido me imagino. ¡Despierta! Eso no existe.
—¡Si existe! Que tú seas ciego y no quieras verlo, no quiere decir que no exista —explotó furiosa—. Nick y Julia lo tienen, a Isabella no le ha ido mal, tienen una crisis pero la resolverán, se aman. No todos somos víctimas de nuestras propias frustraciones—. Terminó Lori más enfadada de lo que pretendía momentos atrás.
—No estoy frustrado —la miró Mike de forma beligerante.
—Sí que lo estás —insistía Lori—. La muerte de esa chica, revivió la muerte de tu madre.
—¿Qué sabes de la muerte de mi madre?
El tono en el que lo pronunció fue como una bofetada para Lori que se quedó callada. Lo ojos de Mike brillaban furiosos.
—No puedo hablar de ello —dijo y se refregó la cara.
—Hasta que no puedas hacerlo, no lo habrás superado y perderás a la gente que te ama en el proceso.
Mike siguió batallando.
—No puedo darte lo que quieres, pero eso no te da ningún derecho a dar cosas por sentado, no me conoces lo suficiente.
—¡Vete a la mierda! —Lori agarró la maleta y salió dando un portazo.
—Ven acá.
Mike la alcanzó a los pocos pasos, sus voces habían alertado a la que gente que estaba afuera y que los observaban con curiosidad. La aferró del brazo.
—Lo siento, lo siento, principessa… —No quería que se fuera y que desapareciera de su vida sin más. La recordó con sus sobrinas, recordó su baile en el estudio y la preciosa voz que tenía, su rostro y sus gemidos en el momento de la pasión.
—¿Qué es lo que sientes? ¿La manera en que me trataste anoche o lo que pasó hace siete años? —Lori estaba siendo rastrera y lo sabía, pero no le importó.
—¿De qué hablas?
Mike empezó a sudar frío, no sabía si era por la resaca, se limpió la frente y se jaló el cabello.
—Es una noche que no recuerdas, por lo menos lo de ayer lo recordaste.
—No entiendo…
—Hace siete años, estuvimos juntos, fuiste el primero… mi primero…