CAPÍTULO 17
LAS CHISMOSAS DEL OCÉANO

n seguida encontraron un hacha. Y el doctor no tardó en hacer un agujero en la puerta lo suficientemente grande como para entrar a gatas por él.

Al principio no podía ver nada, pues dentro estaba muy oscuro, así que encendió una cerilla.

La habitación, bastante pequeña, no tenía ventana y era baja de techo. No había en ella más muebles que una pequeña banqueta, y alrededor del cuarto, adosados a las paredes, grandes barriles sujetos por abajo para que no saliesen rodando con el movimiento del barco, y sobre los barriles, colgados en unas perchas de madera, jarros de estaño de todos los tamaños. Se advertía un fuerte olor a vino. Y en medio de la habitación estaba un niño de unos ocho años llorando amargamente.

—Estoy seguro de que esto era el bar donde se embriagaban los piratas —susurró Yip.

—Sí, es un lugar muy embriagador…, a mí me basta el olor para marearme —añadió Gub-Gub.

El pequeño se asustó mucho al ver a un hombre y a todos aquellos animales que le miraban fijamente a través del agujero que habían hecho en la puerta. Pero, tan pronto como vio la cara de John Dolittle a la luz de la cerilla, dejó de llorar y se levantó.

—¿Usted no es un pirata, verdad? —preguntó.

Y cuando el doctor echó la cabeza hacia atrás y se rio largo y tendido, el niño también sonrió y le cogió la mano.

—Usted se ríe como un amigo —dijo—, no como un pirata. ¿Puede decirme dónde está mi tío?

—La verdad es que no lo sé —respondió el doctor—. ¿Cuándo le viste por última vez?

—Antes de ayer —dijo el chico—, mi tío y yo estábamos pescando en nuestro barquito, cuando vinieron los piratas y nos capturaron. Hundieron nuestro barco de pesca y nos trajeron a éste. A mi tío le dijeron que querían que se hiciese pirata como ellos, porque es muy buen navegante con cualquier clase de tiempo, pero él les contestó que no quería ser pirata, pues matar gente y robar no es tarea para un buen pescador. Entonces, el jefe, Ben Alí, se puso furioso y rechinó los dientes amenazándole con que le tirarían al mar si no hacía lo que le mandaban. A mí me hicieron bajar y entonces oí que arriba se estaban peleando. Cuando me dejaron subir de nuevo, al día siguiente, no vi a mi tío por ninguna parte. Pregunté a lo piratas dónde estaba, pero no me lo quisieron decir. Tengo mucho miedo de que le tirasen al mar y que se haya ahogado.

Y el niño se puso a llorar nuevamente.

—Veamos, espera un momento —dijo el doctor—. No llores. Vamos a tomar el té en el comedor y hablaremos de ello otra vez. A lo mejor a tu tío no le ha pasado nada. Tú no estás seguro de que se haya ahogado, ¿verdad? Eso ya es algo. Tal vez le podamos encontrar. Primero vamos a tomar el té con mermelada de fresa, y luego veremos lo que podemos hacer.

Todos los animales habían permanecido en torno a ellos escuchando con mucha curiosidad, y cuando ya estaban en el comedor, Dab-Dab se acercó por detrás de la silla al doctor y le dijo muy bajito:

—Pregunte a las marsopas si se ha ahogado el tío del muchacho, ellas lo sabrán.

—Muy bien —dijo el doctor cogiendo un segundo pedazo de pan con mermelada.

—¿Qué son esos chasquidos tan raros que hace con la lengua? —preguntó el niño.

—Ah, es que acabo de decir un par de palabras en el lenguaje de los patos —contestó el doctor—. Ése es Dab-Dab, uno de mis animalitos.

—Ni siquiera sabía que los patos tenían su propio lenguaje —dijo el niño—. ¿Esos otros animales son suyos también? ¿Quién es ese ser tan extraño con dos cabezas?

—¡Ssss! —susurró el doctor—. Ése es el testadoble. Que no vea que estamos hablando de él, es muy tímido. Dime, ¿por qué te encerraron en ese cuartito?

—Los piratas me encerraron porque iban a robar en otro barco. Cuando oí que estaban dando hachazos en la puerta, no sabía quién podía ser. Me alegré mucho al ver que era usted. ¿Cree que encontrará a mi tío?

—Desde luego que lo intentaremos —dijo el doctor—. ¿Cómo es tu tío?

—Es pelirrojo —contestó el niño—. Muy pelirrojo, y lleva un ancla tatuada en el brazo. Es un hombre muy fuerte y una persona muy bondadosa conmigo, y además el mejor marinero de todo el Atlántico Sur. Su barco de pesca se llamaba Sara la Salada, era un balandro del tipo cúter con aparejos.

—¿Qué es eso de un balandro del tipo cúter con aparejos? —murmuró Gub-Gub volviéndose hacia Yip.

—¡Ssss! Era la clase de barco que tenía ese hombre —contestó Yip—. ¿Es que no puedes estarte callado?

—Ah —dijo el cerdo—. ¿No es más que eso? Creí que era algo de beber.

Entonces, el doctor dejó al niño para que jugase con los animales en el comedor y subió para ver si pasaba alguna marsopa.

Muy pronto apareció todo un banco bailando y saltando a través del mar, camino de Brasil.

Al ver al doctor apoyado en la borda del barco, se acercaron para saludarle. Y el doctor les preguntó si habían visto a un hombre pelirrojo con un ancla tatuada en un brazo.

—¿Quiere usted decir el capitán del Sara la Salada? —preguntaron las marsopas.

—Sí. Ése es el hombre que busco, ¿se ha ahogado? —preguntó el doctor.

—Su barco de pesca se hundió —dijeron las marsopas—, le vimos en el fondo del mar. Pero dentro no había nadie.

—Su sobrino está aquí conmigo en el barco —dijo el doctor—, y teme que los piratas le hayan tirado al mar. ¿Seríais tan amables de averiguar con certeza si se ha ahogado o no?

—Oh, no se ha ahogado —contestaron las marsopas—. De haber sucedido, estamos seguras de que lo sabríamos por los crustáceos de alta mar. Nosotras sabemos todo lo que ocurre en las aguas saladas. Los crustáceos nos llaman las «chismosas del océano». Dígale al niño que sentimos mucho no saber dónde está su tío, pero que estamos completamente seguras de que no se ha ahogado en el mar.

El doctor bajó corriendo y le dio la noticia al muchacho, que le alegró mucho. El testadoble cogió entonces al niño, se lo subió a lomos y le dio una vuelta por el comedor y todos los animales les seguían tocando el pandero con las tapas de las cacerolas y las cucharas, como si aquello fuese un desfile.