CAPÍTULO 14
EL AVISO DE LAS RATAS

rrastrar un barco por el mar es un trabajo muy duro. Y al cabo de dos o tres horas, las golondrinas empezaron a sentir que se les cansaban las alas y les faltaba el aliento. Así que enviaron un mensaje al doctor diciéndole que, muy pronto, tendrían que descansar y que arrastrarían el barco hasta una isla que no estaba muy lejos y lo esconderían en una profunda bahía hasta que hubiesen recobrado fuerzas para continuar.
Al poco rato, el doctor divisó la isla. Tenía en el centro una bella montaña verde muy alta.
Cuando el barco hubo entrado sin novedad en la bahía, donde no podía ser visto desde el mar, el doctor dijo que iba a desembarcar en la isla para buscar agua, pues se les había terminado la que llevaban en el barco para beber. A los animales les dijo que saliesen también y que retozasen en la hierba para estirar las piernas.
Ahora bien, mientras bajaban, el doctor observó que, de la parte de abajo, salían numerosas ratas que abandonaban el barco también. Yip empezó a correr detrás de ellas, pues perseguir ratas había sido siempre uno de sus juegos favoritos. Sin embargo, el doctor le mandó estarse quieto.
Y en ese momento, una gran rata negra, que parecía querer decir algo al doctor, se deslizó indecisa por la barandilla, vigilando al perro con el rabillo del ojo, y después de haber tosido tímidamente tres o cuatro veces y de haberse limpiado las patillas y la boca, dijo:
—O…oiga, doctor, supongo que sabe que en todos los barcos hay ratas.
El doctor dijo que sí.
—¿No ha oído usted decir que las ratas son las primeras en abandonar un barco cuando naufraga?

—Sí, lo he oído decir —contestó el doctor.
—La gente lo comenta despreciativamente —dijo la rata—, como si fuese algo deshonroso. Pero no se nos puede criticar por eso. Después de todo, ¿quién se quedaría en un barco que se está hundiendo, si pudiese escapar?
—Es muy natural —dijo el doctor—, muy natural. Lo comprendo muy bien. ¿Quieres decirme algo más?
—Sí —dijo la rata—. He venido a decirle que abandonamos éste. Pero queríamos avisárselo antes de irnos. Este barco está en muy mal estado. No es seguro. Los costados no son lo suficientemente fuertes. La madera está podrida. Mañana, antes de que caiga la noche, se hundirá hasta el fondo del mar.
—Pero ¿cómo lo sabes? —preguntó el doctor.
—Nosotras siempre lo sabemos porque en la punta del rabo sentimos una especie de hormigueo, como cuando se duerme un pie. Esta mañana, a las seis, cuando me estaba preparando el desayuno, noté ese hormigueo en la cola. Al principio pensé que volvía a tener reuma. Entonces fui a preguntar a mi tía cómo se sentía, ¿se acuerda usted de ella?, ¿de la rata larga, de varios colores, bastante delgada, que fue a verle en Puddleby la primavera pasada porque tenía ictericia? Bueno, pues me dijo que a ella le cosquilleaba mucho el rabo. Entonces no nos quedó lugar a dudas de que este barco se iba a hundir en un par de días, y todas decidimos abandonarlo tan pronto como estuviésemos lo suficientemente cerca de tierra. Es un mal barco, doctor. No sigan navegando en él o se ahogarán con toda seguridad… Adiós, ahora vamos a buscar un buen sitio donde vivir en esta isla.
—Adiós —dijo el doctor—. Y muchas gracias por avisarme. Es muy amable de tu parte. Recuerdos a tu tía. Me acuerdo de ella perfectamente… ¡Yip, deja tranquila a esa rata! ¡Ven aquí! ¡Túmbate!
Entonces el doctor y todos sus animales desembarcaron, cargados con cubos y cacerolas para buscar agua en la isla, mientras descansaban las golondrinas.
—¿Cómo se llamará esta isla? —dijo el doctor mientras subía por la ladera de la montaña—. Parece un sitio agradable. ¡Cuántos pájaros hay!
—¡Sí, éstas son las Islas Canarias! —dijo Dab-Dab—. ¿No oye cantar a los canarios?
El doctor se paró y escuchó.
—¡Vaya, pues, claro! —dijo—. ¡Qué tonto soy! A ver si nos dicen dónde podemos encontrar agua.
Entonces los canarios, que habían oído hablar del doctor Dolittle a las aves de paso, vinieron y le condujeron a un bello manantial de agua fresca y clara donde los canarios se bañaban. Y le enseñaron también unas praderas preciosas donde crecía alpiste, y todo lo que había que ver en la isla.
Y el testadoble estaba muy contento de haber venido, porque le gustaba mucho más la hierba verde que las manzanas secas que había comido en el barco. Y Gub-Gub empezó a gritar de alegría cuando encontró todo un valle lleno de caña de azúcar silvestre.
Poco después, cuando todos habían comido y bebido en abundancia y estaban tumbados mientras los canarios cantaban, dos de las golondrinas se acercaron muy preocupadas.
—¡Doctor! —exclamaron— los piratas han entrado en la bahía y todos se han subido a su barco. Están, en la parte de abajo viendo qué hay para robar. Han dejado su propio barco sin nadie a bordo. Si se da prisa puede embarcar en él, es un barco muy rápido, y huir. Pero tendrá que darse mucha prisa.
—¡Es una buena idea! —dijo el doctor—. ¡Estupendo!
Y llamó a sus animales y salieron corriendo hacia la playa.
Cuando llegaron a la orilla, vieron en medio del agua al barco pirata con las tres velas roja, y como habían dicho las golondrinas, no había nadie en él; todos los piratas estaban en el barco del doctor viendo cosas para robar.
Así que el doctor dijo a sus animales que no hiciesen ruido al andar, y todos se embarcaron con mucho sigilo en el barco pirata.