CAPÍTULO 9
LA ASAMBLEA DE LOS MONOS

hi-Chi se quedó ante la puerta del doctor para impedir que se acercase nadie hasta que se despertara, y cuando se despertó, John Dolittle dijo a los monos que había llegado el momento de volver a Puddleby.
Esto les sorprendió mucho, pues habían creído que se iba a quedar con ellos para siempre. Y esa noche todos los monos se reunieron en la selva para comentarlo.
Entonces el jefe de los chimpancés se levantó y dijo:
—¿Por qué razón se va a marchar el hombre bueno? ¿Acaso no está contento aquí con nosotros?
Pero nadie supo que contestarle.
Después se levantó el gran gorila y dijo:
—Opino que deberíamos ir todos a pedirle que se quede con nosotros. A lo mejor, si le construimos una casa nueva, y le fabricamos una cama más grande, y le prometemos que tendrá muchos monos para servirle y para hacerle la vida agradable, quizá no se marche nunca de aquí.
Luego se levantó Chi-Chi y todos los demás susurraron:
—¡Ssss! ¡Sss! ¡Mirad, es Chi-Chi, el gran viajero, quien va a hablar!
Y Chi-Chi dijo a los otros monos:
—Queridos amigos, me parece inútil pedir al doctor que se quede. Debe dinero en Puddleby y dice que no tiene más remedio que volver para pagarlo.
Y los monos le preguntaron:
—¿Qué es eso de dinero?
Entonces Chi-Chi les explicó que en el País de los Hombres Blancos no se podía conseguir nada sin dinero, no se podía hacer nada sin dinero, que era casi imposible vivir sin dinero.
Y algunos preguntaron:
—Pero ¿no se puede ni siquiera comer y beber sin pagar?
Chi-Chi movió la cabeza negativamente y les contó que, cuando estaba con el organillero, incluso a él le habían hecho pedir dinero a los niños.
Y el jefe de los chimpancés se volvió al decano de los orangutanes y dijo:
—Primo, a mí me parece que los hombres son unos seres muy extraños. ¿Quién puede querer vivir en ese país? ¡Qué mezquindad!
Entonces Chi-Chi dijo:
—Cuando íbamos a venir aquí no teníamos barco para cruzar el mar, ni dinero para comprar víveres para el viaje. Pero un hombre nos dio galletas y le dijimos que le pagaríamos cuando volviésemos. Y un marinero nos prestó un barco que se destrozó al chocar contra unas rocas cuando llegamos a las costas de África. Y el doctor dice que tiene que volver para comprarle al marinero otro barco, porque es un hombre pobre que no tenía nada más que su embarcación.
Los monos permanecieron en silencio durante un rato, sentados, muy quietos, en el suelo meditando profundamente.
Finalmente, el gorila mayor se levantó y dijo:
—Me parece que no deberíamos dejar que este hombre bueno se marche de nuestra tierra sin hacerle un buen regalo, que pueda llevarse, en señal de agradecimiento por lo que ha hecho por nosotros.

Y un diminuto monito rojo, que estaba sentado en un árbol, gritó:
—¡Yo pienso lo mismo!
Y todos exclamaron armando un gran griterío:
—Sí, sí. ¡Vamos a hacerle el mejor regalo que un Hombre Blanco jamás haya recibido!
Entonces empezaron a preguntarse unos a otros qué sería lo mejor para regalarle. Uno dijo:
—¡Cincuenta sacos de cocos!
Otro:
—¡Cien racimos de plátanos! Así por lo menos no tendrá que comprar fruta en el país donde hay que pagar para comer.
Pero Chi-Chi les explicó que todas esas cosas pesaban demasiado para llevarlas tan lejos y que, además, se estropearían antes de haberse comido la mitad.
—Si queréis hacerle feliz, regalarle un animal —dijo—, podéis estar seguros de que lo tratará muy bien. Regalarle algún animal raro que no haya en las Casas de fieras.
Y los monos preguntaron:
—¿Qué son Casas de fieras?
Chi-Chi les explicó que las casas de fieras eran unos sitios que había en el País de los Hombres Blancos donde se metía a los animales en jaulas para que la gente fuese a contemplarlos. Los monos se escandalizaron mucho y empezaron a decirse unos a otros:
—Esos hombres son como esos jóvenes alocados y estúpidos que se divierten tontamente. ¡Ah!, eso es una cárcel.
Luego preguntaron a Chi-Chi qué animal raro, que no hubiesen visto nunca los Hombres Blancos, podían regalarle al doctor. Y el jefe de los titís preguntó:
—¿Tienen allí iguanas?
Chi-Chi contestó:
—Sí, hay una en el Jardín Zoológico de Londres.
Otro dijo:
—¿Tienen algún okapi?
Chi-Chi respondió:
—Sí. En Bélgica, donde me llevó mi organillero hace cinco años, tenían un okapi en una gran ciudad que llaman Amberes.
Y otro preguntó:
—¿Tienen algún testadoble?
A lo que Chi-Chi respondió:
—No. Ningún Hombre Blanco ha visto jamás un testadoble. Eso será un buen regalo.