CAPÍTULO 10
EL ANIMAL MÁS RARO QUE EXISTE

os testadobles están extinguidos actualmente. Esto quiere decir que ya no los hay. Pero hace mucho tiempo, cuando vivía el doctor Dolittle, quedaban todavía algunos en lo más profundo de las selvas de África, aunque aun entonces eran muy, muy raros. Carecían de rabo y tenían dos cabezas, una en cada extremo del cuerpo, y unos cuernos muy afilados en ambas cabezas. Eran tímidos y muy difíciles de coger. Los negros atrapan a la mayoría de los animales agazapándose detrás cuando no los ven, pero esto no podía hacerse con el testadoble porque, como tenía dos cabezas, siempre estaba de frente. Además, solamente dormía la mitad cada vez. La otra cabeza estaba siempre despierta vigilando. Ésta es la razón por la que no se les podía capturar y no los había en los jardines zoológicos. Aunque muchos de los mejores cazadores y los directores más listos de los zoos se pasaron muchos años de sus vidas buscando testadobles por la selva, en todas las épocas del año, nunca se había cazado ninguno. Incluso entonces, hace tantos años, éste era el único animal del mundo con dos cabezas.

Pues bien, los monos se lanzaron por el bosque a la caza de este animal. Y después de haber recorrido muchas millas, uno de ellos descubrió unas pisadas muy extrañas junto al borde del río que les hicieron pensar que debía de haber un testadoble cerca.

En vista de esto, siguieron un poco a lo largo de la orilla del río y encontraron un sitio donde la hierba era muy alta y espesa y supusieron que estaba allí.

Entonces se agarraron todos de las manos y formaron un corro alrededor del sitio donde la hierba era más alta. El testadoble les oyó venir y trató por todos los medios de escaparse rompiendo el cerco de los monos. Pero no lo consiguió. Al ver que no le servía de nada tratar de escapar, se sentó y esperó a ver qué querían.

Le preguntaron si estaría dispuesto a irse con el doctor Dolittle para que le exhibiese en el País de los Hombres Blancos.

Pero movió las dos cabezas negativamente con gran energía y dijo:

—¡Por supuesto que no!

Le explicaron que no le encerrarían en una casa de fieras, sino que, sencillamente, le mirarían. Le contaron también que el doctor era un hombre muy bueno, pero que no tenía dinero, y como la gente pagaría por ver un animal con dos cabezas, el doctor se haría rico y podría pagar el barco que le habían prestado para venir a África.

Sin embargo, contestó que no.

—Ya sabéis —dijo— lo tímido que soy. Detesto que me miren. —Y casi se echó a llorar.

Estuvieron tres días tratando de convencerle, y al final del tercer día dijo que se iría con ellos para ver, antes de nada, qué tipo de hombre era el doctor.

Entonces los monos volvieron con el testadoble, y cuando llegaron a la choza de paja del doctor, llamaron a la puerta.

El pato, que estaba haciendo el baúl, exclamó:

—¡Adelante!

Y Chi-Chi, sintiéndose muy orgulloso, hizo entrar al animal y se lo enseñó al doctor.

—¿Qué demonios es esto? —preguntó John Dolittle mirando fijamente aquella extraña criatura.

—¡Santo Dios! —exclamó el pato—. Pero ¿con qué cabeza piensa?

—Me da la impresión de que no piensa con ninguna —dijo Yip, el perro.

—Esto es un testadoble —dijo Chi-Chi—, el animal más raro de la selva africana. ¡El único animal del mundo con dos cabezas! Lléveselo a su país y se hará rico. La gente pagará cualquier precio por verle.

—Si yo no quiero dinero —dijo el doctor.

—Pero lo necesita —añadió Dab-Dab, el pato—. ¿No se acuerda de lo que tuvimos que rebuscar en Puddleby para pagar las cuentas del carnicero? ¿Y cómo va a conseguir un barco nuevo para el marinero, si no tiene dinero para comprarlo?

—Se lo iba a hacer yo mismo —contestó el doctor.

—¡Oh, por favor, tenga sentido común! —gritó Dab-Dab—. ¿De dónde iba a sacar toda la madera y los clavos que se necesitan para hacerlo? Y, además, ¿de qué vamos a vivir? Cuando volvamos, seremos más pobres que nunca, Chi-Chi tiene toda la razón. ¡Llévese, por favor, ese bicho tan extraño!

—Bueno, quizá tengáis razón —murmuró el doctor—. La verdad es que sería una buena adquisición para mi colección de animales. Pero ¿quiere realmente… no sé cómo se llama, irse al extranjero?

—Sí, sí quiero —dijo el testadoble, que al ver la cara del médico, se dio inmediatamente cuenta de que era un hombre en quien se podía confiar.

—Usted ha sido muy bueno con todos los animales de aquí, y los monos me han dicho que yo soy el único que sirvo; pero tiene que prometerme que si no me gusta el País de los Hombres Blancos, me volverá a enviar aquí.

—Bueno, pues claro, naturalmente, naturalmente —respondió el doctor—. Perdone que le pregunte, pero usted debe estar emparentado con la familia de los ciervos, ¿no es así?

—Sí —asintió el testadoble—. Con las gacelas abisinias y con las gamuzas asiáticas por el lado de mi madre. El bisabuelo de mi padre fue el último de los unicornios.

—¡Qué interesante! —murmuró el doctor, y sacó un libro del baúl que estaba haciendo Dab-Dab, y empezó a pasar las páginas. Veamos si Buffon dice algo…

—He advertido —dijo el pato— que solamente hablas con una de las bocas. ¿Es que no puedes hablar con la otra cabeza?

—Uy, sí —dijo el testadoble—. Pero la otra boca me la reservo, generalmente, para comer. De esa forma puedo hablar mientras como sin cometer una falta de educación. Nuestra familia ha sido siempre muy bien educada.

Cuando acabaron de hacer el equipaje y todo estaba preparado para partir, los monos dieron una gran fiesta en honor del doctor, a la que acudieron todos los animales de la selva y en la que había piñas y mangos y miel y toda clase de cosas buenas para comer y beber.

Después de que todos hubieron terminado de comer y beber, el doctor se puso en pie y dijo:

—Mis queridos amigos: yo no tengo facilidad para pronunciar discursos después de un banquete, como les ocurre a los otros hombres, y acabo de comer mucha fruta y miel. Sin embargo, deseo deciros que siento mucho marcharme de vuestro bello país, pero no tengo más remedio que irme porque debo cumplir obligaciones en el País de los Hombres Blancos. Después de que me vaya, debéis recordar que no hay que dejar nunca que las moscas se posen en vuestros alimentos antes de comerlos; y no durmáis en el suelo cuando vengan las lluvias. Y…, y… espero que todos seáis siempre felices.

Cuando el doctor terminó de hablar y se sentó, todos los monos le aplaudieron durante un buen rato y se decían unos a otros:

—Que nuestra gente recuerde siempre que aquí, bajo los árboles, estuvo sentado y comió con nosotros. ¡Pues no cabe duda de que es el más Grande de todos los Hombres!

Y el gran gorila, que en sus peludos brazos tenía la fuerza de siete caballos, empujó una gran roca hasta la cabecera de la mesa, justo al lado del doctor, y dijo:

—Esta piedra marcará el lugar para siempre.

Y actualmente, en nuestros días, esa piedra está todavía allí en el corazón de la selva. Y las monas, cuando pasan por el bosque con sus hijos, la siguen señalando desde las ramas y susurran:

—¡Sss! Es ahí, mirad, donde el Buen Hombre Blanco se sentó y comió con nosotros el Año de la Gran Enfermedad.

Cuando terminó la fiesta, el doctor y sus animales emprendieron la marcha para volver a la costa. Y todos los monos le acompañaron, llevándole el equipaje, hasta la frontera de su país, para despedirse de él.