CAPÍTULO 16
TU-TU LA DEL BUEN OÍDO

espués de dar de nuevo las gracias a los tiburones por su amabilidad, el doctor y sus animales zarparon una vez más camino de casa en el rápido barco de las tres velas rojas.

Al emprender la travesía hacia alta mar, los animales bajaron a la parte inferior para ver cómo era su nuevo barco, mientras el doctor, apoyado en la barandilla, con la pipa en la boca, contemplaba como se iban desvaneciendo las Islas Canarias en el crepúsculo azul de la tarde.

Pensaba en los monos y en cómo encontraría su jardín cuando llegase a Puddleby. Sonriente, Dab-Dab subía las escaleras a trompicones, con muchas noticias para contar.

—¡Doctor! —gritó—. Este barco de los piratas es precioso, ¡precioso! Las camas de abajo son de seda amarilla y tienen cientos de grandes cojines; el suelo está cubierto de alfombras gruesas y suaves; los platos son de plata; y hay toda clase de cosas buenas para comer y beber, cosas exquisitas; la despensa, bueno, es exactamente como una tienda. Yo no he visto nada semejante en mi vida. ¡Fíjese, esos hombres tenían cinco clases diferentes de sardinas! Venga a verlo… Ah, y ahí abajo hemos encontrado un cuartito pequeño con la puerta cerrada, y estamos locos por saber lo que hay dentro. Yip dice que debe de ser donde los piratas guardaban sus tesoros, pero no podemos abrir la puerta. A ver si usted la puede abrir.

Así que el doctor bajó y vio que era efectivamente un barco muy bonito y se encontró a los animales enfrente de una pequeña puerta, hablando todos a la vez tratando de averiguar lo que había dentro. El doctor dio la vuelta al tirador, pero la puerta no se abrió. Entonces todos empezaron a buscar la llave. Miraron debajo del felpudo; miraron debajo de todas las alfombras; miraron en todos los armarios, cajones y alacenas, y en los grandes aparadores del comedor; buscaron por todas partes.

Y a la vez que buscaban encontraban muchas cosas maravillosas que los piratas debían de haber robado de otros barcos: chales de Cachemira, tan finos como telas de araña, bordados con flores de oro; tarros de magnífico tabaco de Jamaica; cajas de marfil labrado, llenas de té ruso; un viejo violín con una cuerda rota y un dibujo en la parte posterior; un juego de fichas de ajedrez, talladas en coral y ámbar; un bastón del que salía una espada al tirar del mango; seis vasos de vino con el borde rematado de una franja de turquesas y plata; y un precioso azucarero todo hecho de nácar.

Volvieron a la puerta y Yip miró por el agujero de la cerradura, pero lo habían tapado por el interior y no se veía nada.

Estaban pensando qué hacer, cuando Tu-Tu dijo repentinamente:

—¡Ssss! ¡Escuchad! ¡Me parece que hay alguien ahí dentro!

Todos se quedaron callados un momento, hasta que el doctor dijo:

—Creo que estás equivocada, Tu-Tu. Yo no oigo nada.

—Estoy segura —dijo la lechuza—. ¡Ssss! Ya está ahí otra vez. ¿No lo oye?

—No, no oigo nada —dijo el doctor—. ¿Qué tipo de ruido es?

—Alguien se está metiendo la mano en el bolsillo —dijo la lechuza.

—Pero ¡eso apenas hace ruido! —comentó el doctor—. No podría oírse aquí fuera.

—Perdone, pero yo sí que puedo oírlo —dijo Tu-Tu—. Le aseguro que hay alguien al otro lado de esa puerta que se está metiendo la mano en el bolsillo. Casi todo hace algún tipo de ruido, si se tiene el oído suficientemente fino para captarlo. Los murciélagos pueden oír a un topo cuando anda por su guarida bajo tierra, por lo que presumen de tener muy buen oído. Pero nosotras, las lechuzas, podemos averiguar, utilizando solamente una oreja, el color de un gato por la manera que pestañea en la oscuridad.

—¡Vaya, vaya! —exclamó el doctor—. Me dejas sorprendido. Eso es muy interesante… Escucha otra vez y dime lo que está haciendo ahora.

—No estoy segura todavía —dijo Tu-Tu— de si es un hombre. Puede ser una mujer. Levánteme para que pueda escuchar desde el agujero de la cerradura y en seguida se lo diré.

Así que el doctor cogió a la lechuza y la acercó a la cerradura de la puerta.

Al cabo de un momento, Tu-Tu dijo:

—Ahora se está restregando la cara con la mano izquierda. La mano es pequeña y la cara también es pequeña. Podría ser una mujer. Pero no. Ahora se está retirando el pelo de la frente. Es realmente un hombre.

—Las mujeres a veces lo hacen —comentó el doctor.

—Es verdad —dijo la lechuza—. Pero cuando lo hacen, su pelo largo hace un ruido muy diferente… ¡Ssss! Que ese cerdo tan intranquilo se esté quieto. Que todos contengan la respiración un momento para que pueda escuchar bien. Lo que estoy haciendo ahora es muy difícil, ¡y esta latosa puerta es tan gruesa! ¡Sss! ¡Todo el mundo quieto, cerrad los ojos y no respiréis!

Tu-Tu se inclinó hacia adelante y escuchó muy atentamente durante un buen rato. Finalmente, miró al doctor a la cara y dijo:

—El hombre que está ahí dentro se siente desgraciado. Está llorando. Ha tenido cuidado de no gimotear para que no sepamos que está sollozando, pero he oído muy claramente el sonido de una lágrima que le caía sobre una manga.

—¿Cómo sabes que no era una gota de agua que caía del techo? —preguntó Gub-Gub.

—¡Vamos! ¡Qué ignorancia! —dijo Tu-Tu despectivamente—. ¡Una gota de agua que cae del techo hubiese hecho diez veces más ruido!

—Bueno —dijo el doctor—, si ese pobre hombre se siente desgraciado, tenemos que entrar y averiguar qué le pasa. Buscadme un hacha y tiraré abajo la puerta.