CAPÍTULO 15
EL DRAGÓN DE BERBERÍA

odo habría ido bien si el cerdo no hubiese cogido un catarro de cabeza mientras comía caña de azúcar húmeda en la isla. Y esto es lo que sucedió.

Después de haber levado el ancla sin hacer ningún ruido, y cuando el barco empezaba a navegar con mucho, mucho cuidado para salir de la bahía, Gub-Gub estornudó de repente tan estrepitosamente que los piratas, que estaban en la bodega del otro barco, subieron a toda prisa para ver qué era aquel ruido.

Tan pronto como vieron que el doctor trataba de escapar, pusieron el barco atravesado en la entrada de la bahía, de manera que el médico no pudiese salir a mar abierto.

Entonces el jefe de estos bandidos (que se llamaba Ben Alí, el Dragón) amenazó con el puño al doctor y le gritó:

—¡Ja, ja! Te hemos atrapado, querido amigo. Pensabas escaparte en mi barco, ¿verdad? Pero no eres tan buen marinero como para batir a Ben Alí, el Dragón de Berbería. Quiero ese pato que tienes, y el cerdo también. Esta noche cenaremos chuletas de cerdo y pato asado. Y antes de que te deje volver a tu tierra, tendrás que conseguir de tus amigos que me envíen un baúl lleno de oro.

El pobre Gub-Gub empezó a llorar y Dab-Dab se dispuso a salir volando para salvar la vida. Pero la lechuza, Tu-Tu, susurró al doctor:

Haga que siga hablando, doctor. Sea simpático con él. Nuestro viejo barco acabará hundiéndose. Las ratas dijeron que estaría en el fondo del mar mañana, antes de que llegue la noche, y las ratas no se equivocan nunca. Esté amable hasta que se le hunda el barco. Siga hablando.

—¿Cómo, hasta mañana por la noche? —dijo el doctor—. Bueno, haré todo lo posible…; vamos a ver, ¿de qué le hablo?

—¡Oh! Déjelos que vengan —dijo Yip—. Podemos con esos pillos asquerosos. No son más que seis. Cuando lleguemos a casa me encantaría contarle al perro pastor que vive al lado cómo le he pegado un mordisco a un pirata de verdad. Podemos con ellos.

—Tienen espadas y pistolas —dijo el doctor—. No, eso no sería posible. Tengo que seguir hablando con él… Oiga, Ben Alí…

Sin embargo, antes de que el doctor pudiese hablar de nuevo, los piratas empezaron a acercar el barco, riéndose y diciéndose unos a otros:

—¿Quién será el primero en cazar al cerdo?

El pobre Gub-Gub estaba terriblemente asustado, y el testadoble empezó a afilar los cuernos para la lucha frotándolos en el mástil del barco, mientras Yip no dejaba de dar saltos en el aire, de ladrar y de insultar a Ben Alí en el lenguaje de los perros.

Pero al poco rato algo empezó a irles mal a los piratas; dejaron de reírse y de hacer chistes; parecían desconcertados; algo les preocupaba.

Entonces Ben Alí, mirándose los pies, rugió repentinamente:

—¡Truenos y centellas! ¡Muchachos, el barco hace agua!

Los otros piratas se asomaron por la borda y vieron que el barco se iba hundiendo poco a poco en el mar. Y uno de ellos dijo a Ben Alí:

—Si este viejo barco se estuviese hundiendo veríamos salir a las ratas.

Y Yip les gritó desde el otro lado:

—So zoquetes, ahí no hay ratas. ¡Se marcharon hace dos horas! ¡«Ja, ja», para vosotros «queridos amigos»!

Como es lógico, los hombres no comprendieron lo que quería decir.

Muy pronto la parte delantera del barco empezó a hundirse rápidamente hasta que el barco se quedó de cabeza, y los piratas se vieron obligados a agarrarse a las barandillas, a los mástiles, a las cuerdas y a todo lo que encontraban para no salir despedidos. Entonces el agua irrumpió ruidosamente por todas las ventanas y puertas y, por fin, la nave se hundió en el mar con un gran estrépito. Los seis hombres quedaron a la deriva, zarandeados de un lado para otro, en las profundas aguas de la bahía.

Algunos empezaron a nadar hacia las orillas de la isla, mientras que otros trataban de subirse al barco en que estaba el doctor. Pero Yip les mordisqueaba las narices, de manera que tenían miedo de trepar a él.

De repente, todos gritaron con verdadero pavor:

—¡Los tiburones! ¡Que vienen los tiburones! ¡Dejadnos subir al barco antes de que nos coman! ¡Socorro, socorro! ¡Los tiburones! ¡Los tiburones!

En aquel momento, el doctor vio por toda la bahía los lomos de unos peces muy grandes que atravesaban las aguas nadando a gran velocidad.

Un gran tiburón se acercó al barco y, sacando la nariz del agua, le dijo al doctor:

—¿Es usted John Dolittle, el famoso médico de animales?

—Sí —contestó el doctor—. Yo soy.

—Bueno —dijo el tiburón—, sabemos que estos piratas son mala gente, especialmente Ben Alí. Si le están molestando, nos los comeremos de su parte con mucho gusto y así no volverán a fastidiarle.

—Gracias —dijo el doctor—. Esto es realmente una atención por tu parte. Pero no creo que sea necesario tanto. Será suficiente con que ninguno llegue a la orilla hasta que yo avise, mantenlos nadando, por favor. Y ten la amabilidad de hacer que Ben Alí venga nadando hasta aquí para que pueda hablar con él.

Así que el tiburón se fue tras de Ben Alí y le hizo presentarse al doctor.

—Escuche, Ben Alí —dijo John Dolittle asomándose por la borda—. Usted es un hombre malo y, según me han dicho, ha matado a mucha gente. Estos buenos tiburones se han ofrecido a comerles de mi parte, y sería ciertamente una buena cosa que los mares se viesen libres de ustedes. Pero si me prometen hacer lo que yo les diga, les dejaré marcharse sanos y salvos.

—¿Qué debo hacer? —preguntó el pirata mirando de reojo al gran tiburón que le estaba oliendo la pierna debajo del agua.

—No volverán ustedes a matar a nadie —dijo el doctor—. Dejarán de robar; no hundirán ningún barco más; tendrán que dejar de ser piratas del todo.

—Pero ¿qué voy a hacer entonces? —preguntó Ben Alí—. ¿De qué voy a vivir?

—Usted y todos sus hombres tendrán que quedarse en esta isla y dedicarse a cultivar alpiste.

El Dragón de Berbería se puso pálido de ira.

—¿Cultivar alpiste? —gruñó con cara de asco—. ¿Es que no voy a poder navegar?

—No, no podrá —dijo el doctor—. Ya ha navegado bastante y ha enviado a muchos barcos grandes y a demasiados hombres buenos al fondo del mar. Durante el resto de su vida tendrá que ser un agricultor pacífico. El tiburón está esperando. No le haga perder más tiempo. Decídase.

—¡Truenos y centellas! —refunfuñó Ben Alí—. ¡Alpiste! Y miraba de nuevo hacia el agua y veía al gran pez oliendo su otra pierna.

—Muy bien —dijo tristemente—. ¡Seremos agricultores!

—Y recuerde —añadió el doctor— que si no cumple su promesa y vuelven a matar y a robar me enteraré de ello porque los canarios vendrán a decírmelo. Y tenga la seguridad de que encontraré la manera de castigarles. Pues aunque yo no sea tan buen marinero como usted, mientras las aves, los peces y todos los animales sean amigos míos, no tengo por qué temerle a un jefe pirata aún cuando se llame el Dragón de Berbería. Ahora váyase, sea un buen agricultor y viva en paz.

El doctor se volvió al gran tiburón y con un gesto de la mano le dijo:

—Muy bien. Déjalos que vayan nadando a tierra.