CAPÍTULO 13
VELAS ROJAS Y ALAS AZULES

n la travesía de vuelta, el barco del doctor tenía que pasar necesariamente frente a la costa de Berbería. Esta costa es el límite del Gran Desierto y un lugar solitario y salvaje, todo de piedras y arena, donde vivían los piratas de Berbería.

Los piratas, que eran unos malvados, tenían por costumbre esperar a los marineros que naufragaban en sus costas. Con frecuencia, si veían pasar una nave, salían en sus rápidos barcos de vela y la seguían. Cuando atrapaban de esta forma alguna embarcación en el mar, robaban todo lo que había en ella y, después de obligar a bajar a los pasajeros, hundían el barco y volvían a Berbería cantando, satisfechos de la fechoría que habían cometido. Luego amenazaban a las personas que habían capturado para que escribiesen a sus casas pidiendo dinero. Y si los parientes o los amigos no enviaban dinero, muchas veces los piratas tiraban a los prisioneros al mar.

Una mañana de sol se paseaban el doctor y Dab-Dab por la cubierta del barco, para hacer un poco de ejercicio. Un viento suave y fresco impulsaba al barco y todos estaban muy contentos. Al cabo de un rato, Dab-Dab vio la vela de otro barco que venía detrás, a bastante distancia, en la línea en que el mar y el cielo se juntan. Era una vela roja.

—No me gusta el aspecto de esa vela —dijo Dab-Dab—. Tengo la sensación de que no es un barco amigo. Me parece que nos acechan nuevas dificultades.

Yip, que estaba tumbado allí cerca durmiendo la siesta al sol, empezó a gruñir y a hablar en sueños.

—Me huele a carne asada —refunfuñó—, carne asada, poco hecha, en su jugo.

—¡Dios mío! —exclamó el doctor—. ¿Qué le pasa a este perro? ¿Acaso huele en sueños, además de hablar?

—Supongo que sí —dijo Dab-Dab—. Todos los perros huelen dormidos.

—Pero ¿qué es lo que huele? —preguntó el doctor—. Aquí en el barco no se está asando carne.

—No —replicó Dab-Dab—. Debe de ser en ese otro barco, allá lejos, donde tienen carne asada.

—Pero está a quince kilómetros de distancia —dijo el doctor—. ¡No podría oler nada a esa distancia!

—Huy, sí, ya lo creo —dijo Dab-Dab—. Pregúntele.

Entonces Yip, que seguía profundamente dormido, empezó a gruñir de nuevo y arqueó el labio airadamente dejando al descubierto sus limpios dientes blancos.

—Me huele a hombres malos —refunfuñó—. Los peores hombres que he olido jamás. Me huele a que va a haber jaleo. Me huele a lucha: la lucha de seis canallas peligrosos contra un solo hombre valiente. Quiero ayudarle. Se puso entonces a ladrar, muy alto, y se despertó con cara de sorpresa.

—¡Mirad! —gritó Dab-Dab—. Ese barco está ahora más cerca. Se ven claramente tres grandes velas, todas de color rojo. Quienquiera que sea, vienen por nosotros… ¿Quién puede ser?

—Son malos navegantes —dijo Yip— pero su barco es muy rápido. Son seguramente los piratas de Berbería.

—Bueno, pues tenemos que izar más velas en nuestro barco —dijo el doctor—, así podremos ir más deprisa y alejarnos de ellos. Baja corriendo, Yip, y tráeme todas las velas que encuentres.

El perro bajó corriendo y subió todas las velas que encontró.

Pero, aunque las desplegaron todas en los mástiles para aprovechar el viento, el barco no avanzaba tan rápidamente como el de los piratas, que cada vez se les acercaba más por detrás.

—Es muy malo este barco que nos dio el príncipe —dijo Gub-Gub, el cerdo—. Me parece que es el más lento que encontró. Creer que vamos a poder escapar en esta vieja barcaza, es como tratar de ganar una regata en una sopera. ¡Mirad lo cerca que están! Se distinguen ya los bigotes de las caras de seis hombres. ¿Qué vamos a hacer?

El doctor le dijo a Dab-Dab que subiese volando y dijese a las golondrinas que les seguían unos piratas en un barco muy rápido.

Cuando las golondrinas oyeron esto, bajaron todas al barco del doctor y le dijeron que desenrollara, lo más deprisa posible, unos cuantos pedazos de cuerda bien largos y que los deshilachase para obtener muchos trozos de cuerda fina. Las puntas de estas cuerdas las ataron a la parte delantera del barco y las golondrinas las agarraron con las patas y echaron a volar tirando así del barco mientras volaban.

A pesar de que las golondrinas no son muy fuertes cuando sólo son una o dos, cuando se juntan muchas es diferente. Y allí, atadas al barco del doctor, había mil cuerdas, de cada una de las cuales tiraban dos mil golondrinas, todas ellas muy rápidas volando.

De esta forma, en un momento, el doctor se encontró con que iban tan deprisa que tuvo que sujetarse el sombrero con las dos manos; tenía verdaderamente la impresión de que el barco volaba cortando las olas que, con la velocidad, echaban mucha espuma, como si estuviesen hirviendo.

Y todos los animales del barco empezaron a reír y a bailar en medio del torbellino de aire, pues cuando miraban hacia el barco de los piratas, veían que se hacía cada vez más pequeño, en vez de más grande, y las velas rojas iban quedando lejos, muy lejos.