CAPÍTULO 3
MÁS DIFICULTADES DE DINERO

uy pronto el doctor empezó a ganar dinero otra vez, y su hermana Sarah, se compró un vestido nuevo y se puso muy contenta.
Algunos de los animales que venían a consultarle estaban tan enfermos, que tenían que quedarse en casa del doctor durante una semana, y cuando empezaban a mejorar, se sentaban en unas hamacas en el césped del jardín.

Con frecuencia, incluso después de ponerse mejor, no se querían marchar, pues les gustaban mucho el doctor y su casa. Y a él le daba pena decirles que se fueran. Por esta razón cada vez tenía más y más animales.
Un día en que estaba sentado al atardecer en la tapia de su jardín, fumándose una pipa, pasó por allí un organillero italiano que llevaba un mono atado con una cuerda. El doctor se dio inmediatamente cuenta de que el mono llevaba la cuerda demasiado apretada al cuello, y que estaba sucio y se sentía desgraciado, así que le quitó el mono al italiano, le dio un duro y le dijo que se fuera. El organillero se puso furioso y dijo que no quería quedarse sin el mono, a lo que el doctor le respondió que si no se iba, le daría un puñetazo en la nariz. John Dolittle era un hombre fuerte, a pesar de no ser muy alto, así que el italiano se fue, aunque soltando toda clase de insultos; y el mono se quedó en casa del doctor, donde encontró un hogar muy agradable. Los demás animales de la casa le llamaban Chi-Chi, que es una palabra corriente en el lenguaje de los monos que quiere decir «pelirrojo».
En otra ocasión fue a Puddleby un circo, y el cocodrilo, al que le dolía mucho una muela, se escapó por la noche y se fue al jardín del doctor. Éste le habló en el lenguaje de los cocodrilos y le invitó a entrar en su casa, donde le arregló la muela. Pero cuando el cocodrilo vio que la casa era tan agradable, con un sitio distinto para cada especie animal, también quiso quedarse a vivir con el doctor y pidió permiso para dormir en el estanque de los peces de colores, que estaba al fondo del jardín, prometiendo no comerse los peces. Cuando los dueños del circo fueron a buscarle, se puso tan feroz y tan salvaje que huyeron asustados. Sin embargo, con los demás habitantes de la casa era siempre tan apacible como un gatito.
Pero, entonces, las ancianas del pueblo empezaron a tener miedo de llevar sus perrillos falderos al doctor Dolittle, a causa del cocodrilo, y los granjeros no se creían que no se fuese a comer las ovejas y los corderos enfermos que llevaban para que los curase, así que el doctor le dijo al cocodrilo que tenía que volver al circo. Pero el pobre animal rompió a llorar derramando unas lágrimas tan grandes, y le pidió tanto que le dejara quedarse, que el doctor no tuvo valor para echarle.
Fue entonces cuando la hermana del doctor le dijo:
—John, tienes que echar a esa bestia. Los granjeros y las señoras tienen miedo de traerte sus animales, justo cuando empezábamos a tener algo de dinero. Ahora nos arruinaremos del todo. Es el colmo, y no aguanto más. No me ocuparé más de tu casa si no echas al caimán.
—No es un caimán —dijo el doctor—, es un cocodrilo.
—Me da igual como se llame —dijo su hermana—. Es un ser repugnante como para encontrárselo una debajo de la cama. Y no estoy dispuesta a tenerlo en casa.
—Pero me ha prometido —dijo el doctor— que no morderá a nadie. No le gusta el circo y no tengo dinero para enviarlo a África, que es su país natal. No se mete en nada y, en general, se porta muy bien. No seas tan protestona.
—Ya te lo he dicho, no estoy dispuesta a tenerlo aquí —dijo Sarah—. Se come el linóleo. ¡Si no lo echas ahora mismo, me marcho, me marcho y me casaré!
—Muy bien —contestó el doctor—. Vete y cásate. No puedo impedírtelo. —Cogió el sombrero y salió al jardín.

Así que Sarah Dolittle recogió sus cosas y se marchó, y el doctor se quedó solo con toda su familia animal.
Muy pronto se encontró con que era más pobre que nunca. Con tantas bocas a las que dar de comer, con tener que ocuparse de las faenas de la casa, sin que hubiera quien cosiese, y sin ingresar dinero para pagar las cuentas del carnicero, las cosas empezaron a ponerse muy negras. Pero el doctor no se preocupaba ni lo más mínimo.
—El dinero es una lata —solía decir—. Todos estaríamos mucho mejor si no se hubiese inventado. ¿Qué importa el dinero con tal de ser feliz?
Pero muy pronto los mismos animales empezaron a preocuparse, y una noche, cuando el doctor se había quedado dormido en su butaca ante la chimenea de la cocina, empezaron a comentarlo entre ellos en voz muy baja. Y la lechuza, Tu-Tu, que sabía mucho de aritmética, calculó que sólo quedaba dinero para una semana, y eso si todos no hacían más que una comida al día.

Entonces dijo el loro:
—Yo creo que deberíamos realizar entre todos las faenas de la casa. Es lo menos que podemos hacer. Al fin y al cabo es por nuestro bien por lo que el amo está solo y es tan pobre.
De esta manera se acordó que el mono, Chi-Chi, guisaría y cosería; el perro barrería los suelos; el pato limpiaría el polvo y haría las camas; la lechuza, Tu-Tu, llevaría las cuentas, y el cerdo se ocuparía del jardín, y por ser el animal de más edad, nombraron a Polynesia, el loro, ama de llaves y lavandera.
Naturalmente, al principio todos, excepto Chi-Chi, que tenía manos y podía trabajar como una persona, encontraron sus respectivas tareas muy difíciles, pero pronto se acostumbraron a ello y les resultaba muy divertido ver a Yip, el perro, barriendo el suelo con un trapo verde atado a la cola a modo de escoba. Y no tardaron mucho en hacer las cosas tan bien, que el doctor dijo que nunca había tenido la casa tan ordenada y tan limpia.
De esta manera todo marchó bien durante algún tiempo, pero la falta de dinero les creaba serias dificultades.
Entonces los animales pusieron un puesto de flores y verduras a la puerta del jardín y vendían rábanos y rosas a las personas que pasaban por la carretera.
A pesar de todo, no conseguían sacar bastante dinero para pagar las cuentas. El doctor, no obstante, seguía sin preocuparse. Cuando el loro le dijo que el pescadero ya no les quería vender pescado, contestó.
—No importa. Mientras las gallinas pongan huevos y la vaca dé leche, podemos comer tortillas y cuajada. Y quedan muchas verduras en la huerta. Aún falta bastante para que llegue el invierno. No os preocupéis. Eso era lo malo de Sarah, que se preocupaba demasiado por todo. ¿Qué tal le irá a Sarah? Es una mujer excelente, en algunas cosas. ¡Vaya, vaya!
Pero la nieve empezó a caer ese año antes de lo acostumbrado, y aunque el viejo caballo cojo traía mucha leña del bosque que había en las afueras de la ciudad, para encender un buen fuego en la cocina, la mayoría de las verduras del jardín habían desaparecido y las que quedaban estaban cubiertas de nieve, así que muchos de los animales estaban verdaderamente hambrientos.