CAPÍTULO 8
EL JEFE DE LOS LEONES

ohn Dolittle se encontró con que había muchísimo que hacer, pues cientos y miles de monos, de todas las especies, estaban enfermos: gorilas, orangutanes, chimpancés, mandriles con cara de perro, titís, micos, monos de pelo gris. Y otros muchos ya habían muerto.
Lo primero que hizo fue aislar a los enfermos de los sanos. Después dijo a Chi-Chi y a su primo que le construyesen una pequeña cabaña de paja. Luego hizo que viniesen todos los monos que todavía estaban sanos para vacunarlos.

Y durante tres días y tres noches estuvieron llegando monos de la selva, los valles y los montes a la cabaña de paja, donde el doctor se pasaba el día y la noche sentado vacunando y vacunando sin cesar.
Luego le hicieron otra cabaña, una casa grande con muchas camas, y alojó en ella a todos los enfermos.
Pero eran tantos los que estaban enfermos, que no había bastantes sanos para cuidarles, así que envió recado a otros animales, como los leones, los leopardos y los antílopes, a fin de que viniesen a ayudar como enfermeros.
El jefe de los leones era un ser muy orgulloso, y cuando llegó a la gran casa, llena de camas, del doctor, se mostró muy irritado y despreciativo.
—¿Se atreve usted a darme órdenes a mí, señor? —dijo mirando ferozmente al doctor—. ¿Se atreve usted a pedirme a mí, a mí, el Rey de los Animales, que haga de criado de unos cuantos monos sucios? ¡Vaya, si ni siquiera me los comería de aperitivo!
El león tenía un aspecto muy feroz, pero el doctor trató por todos los medios de que no notase que le tenía miedo.
—Yo no le he pedido que se los coma —dijo con tranquilidad—. Y además, no están sucios. Todos se han bañado esta mañana. La piel de usted sí que necesita un buen cepillado. Ahora escuche, le voy a decir una cosa: puede llegar un día en que se pongan enfermos los leones. Y si ustedes no ayudan a los otros animales ahora, los leones pueden encontrarse completamente solos cuando estén pasando un momento difícil. Eso les ocurre a veces a los seres demasiado orgullosos.
—Los leones no pasan nunca momentos difíciles, únicamente los crean —dijo el jefe dando un respingo con la nariz, tras de lo cual se internó en la selva con paso majestuoso, con la sensación de que había actuado muy inteligente y astutamente.

Entonces los leopardos se sintieron orgullosos también y dijeron que no ayudarían. Y luego, naturalmente, los antílopes, aunque eran demasiado tímidos y vergonzosos para faltarle el respeto al doctor, como había hecho el león. Se limitaron a piafar y a sonreír bobaliconamente, y dijeron que nunca habían sido enfermeros.
Después de esto, al pobre doctor le invadió una enorme preocupación. ¿De dónde iba a conseguir suficiente ayuda para cuidar a todos los monos que estaban en cama?
Sin embargo, cuando el jefe de los leones volvió a su guarida, vio a su mujer, la leona reina, que salía corriendo a su encuentro con la melena despeinada.
—Uno de los cachorros no quiere comer —dijo—. No sé qué hacer con él. No ha tomado nada desde anoche.
Estaba tan nerviosa que se puso a llorar y a temblar, pues era una buena madre, aunque fuese leona.
Entonces el jefe entró en la guarida y miró a sus hijos: dos cachorritos preciosos que estaban tumbados en el suelo. A uno de ellos se le veía muy pachucho.
Luego el león contó a su mujer, lleno de orgullo, lo que había dicho al doctor. Y ella se puso tan furiosa que casi le echó de la guarida.
—¡Jamás has tenido el más mínimo sentido común! —gritó—. Todos los animales, desde aquí hasta el océano índico, hablan de ese hombre extraordinario, y de que cura cualquier tipo de enfermedad, y de lo bueno que es. Es el único hombre del mundo que sabe hablar el lenguaje de los animales. Y ahora, ahora cuando tenemos a un hijo enfermo en casa, vas y le ofendes. ¡So estúpido! ¡Hay que ser muy estúpido para ofender jamás a un buen médico! ¡So…! —y empezó a tirarle del pelo a su marido—. ¡Vuelve inmediatamente donde está ese hombre blanco! —chilló—, y dile que lo sientes. Y llévate contigo a todos los estúpidos leones y a esos estúpidos leopardos y antílopes. Y luego haced todo lo que el doctor os diga. Y así quizá tenga la bondad de venir a ver al cachorro más tarde. Vete ahora mismo. ¡Deprisa! No mereces ser padre.
Después de esto se fue a la guarida de al lado, donde vivía otra leona que también tenía cachorros, y se lo contó todo.
Así que el jefe de los leones volvió donde estaba el doctor y le dijo:
—Pasaba casualmente por aquí y se me ocurrió hacerle una visita. ¿Ha encontrado ya quien le ayude?
—No —dijo el doctor—. No he encontrado a nadie y estoy muy preocupado.
—Es difícil encontrar servicio actualmente —dijo el león—. Según parece los animales ya no quieren trabajar. Es muy comprensible en cierto sentido… Bueno, pero como veo que está pasando un apuro, no tengo inconveniente en hacer lo que pueda por complacerle, con tal de no tener que lavar a esos bichos. Y he dicho a todos los animales cazadores que vengan a ayudar en algo. Los leopardos estarán aquí de un momento a otro… Ah, de paso le diré que tenemos un cachorro enfermo en casa. Yo, personalmente, no creo que tenga nada, pero mi mujer está muy preocupada. Si va por esa zona esta tarde, ¿le importaría echarle un vistazo?
El doctor se puso muy contento, pues todos los leones y los leopardos y los antílopes y las jirafas y las cebras, es decir, todos los animales del bosque, la montaña y las llanuras, vinieron a ayudarle en su trabajo. Eran tantos que sólo se quedó con los más inteligentes.
Y muy pronto los monos empezaron a mejorar. Al final de la semana, la gran casa llena de camas estaba medio vacía. Y al final de la segunda semana, el último mono estaba sano.
El doctor había terminado su trabajo, pero estaba tan cansado que se acostó y durmió durante tres días seguidos sin ni siquiera moverse.