APÉNDICE

Cada una de estas cartas se componía de fragmentos. Si alguna de ellas —por otra parte, fáciles de reconocer— brotaron de una sola vez, como una llamarada, de corazones oprimidos o felices, otras fueron escritas después de varias interrupciones. Eran entonces el resultado de observaciones efectuadas durante algunos días, o la historia de una semana. El libro, este objeto más o menos literario que debe ponerse ante los ojos del público, ha exigido la fusión de esos elementos. Quizá fue un error. La crítica o la alabanza, indulgentes amistades o enemistades también leales, se lo dirán a quien puso en orden esta sucesión curiosa, que le fue legada por una mano amiga, sin ninguna circunstancia novelesca. Si así lo exigiese el éxito, recurriendo a los originales podrían restablecerse las cartas en su primitiva redacción. Daremos entonces todos los textos que ahora hemos debido seleccionar para evitar una extensión excesiva. La publicación de una correspondencia es cosa bastante inusitada desde hace casi cuarenta años, pero es una de las formas más fieles de expresar el pensamiento humano y fue utilizada por la mayor parte de las ficciones literarias del siglo XVIII; hoy exigía las mayores precauciones. El corazón es demasiado prolijo en sus expansiones.

Todo el mundo aprobará el cambio de los nombres, deferencia debida a personas que pertenecieron a casas históricas de dos países.

Esta correspondencia, en desacuerdo con las vividas y apasionantes obras literarias de nuestra época, tan aficionada a los dramas y que a veces prescinde de las gracias del estilo, requiere cierta indulgencia. La ponemos, naturalmente, bajo la protección de lectores escogidos, que hoy día escasean, y cuyas tendencias intelectuales son en cierto modo contrarias a las de su época.

Si el editor hubiera querido escribir un libro en lugar de relatar uno de los grandes dramas privados de este siglo, hubiera procedido de otra forma. Sin embargo, no reniega de la parte que ha tenido en la corrección, en el arreglo y en la selección de estas cartas. Con todo, su labor no excede de la de un mero compilador.

DE BALZAC.

Jardies, mayo de 1840.