XVI

LA MISMA A LA MISMA

Marzo.

Voy vestida de blanco: llevo camelias blancas en el cabello y una camelia blanca en la mano; mi madre lleva camelias rojas; le cogeré una, si quiero. Hay en mí un inexplicable deseo de venderle a él su camelia roja por un poco de vacilación, y de decidirme sobre el terreno. ¡Qué hermosa soy! Miss Grifith me ha pedido permiso para contemplarme un instante. La solemnidad de esta velada y el drama de este consentimiento secreto han enrojecido mi rostro: tengo en cada mejilla una camelia roja que se abre sobre una camelia blanca.

La una de la madrugada.

Todos me han admirado, uno solo sabía adorarme. Ha bajado la cabeza al verme con una camelia blanca en la mano y he visto que se ponía blanco como la flor cuando le he cogido a mi madre una camelia roja. Venir con las dos flores podía ser obra de la casualidad; pero esta acción constituía una respuesta. Así, pues, he dado mi consentimiento. Representaban Romeo y Julieta, y como tú ignoras lo que es el dúo de los dos amantes, no puedes comprender la felicidad de dos neófitos en el amor al escuchar esa divina expresión de la ternura. Me he acostado al escuchar rumor de pasos por el suelo sonoro de la avenida. ¡Oh, ahora, ángel mío, siento fuego en el corazón y en la cabeza! ¿Qué estará haciendo él? ¿En qué piensa? ¿Hay un pensamiento, uno solo de los suyos que me sea extraño? ¿Es el esclavo siempre dispuesto, según me ha dicho? ¿Cómo cerciorarme de ello? ¿Tiene en el alma la más ligera sospecha de que mi aceptación suponga una censura, una represalia cualquiera o simple gratitud? Me veo entregada a todas esas minuciosas argucias de las mujeres de Ciro y de la Astrea, a las sutilezas de las cortes de amor. ¿Sabe él que en amor las acciones más insignificantes de las mujeres constituyen el final de un mundo de reflexiones, de combates interiores, de victorias perdidas? ¿En qué pensará en este momento? ¿Cómo ordenarle que me escriba con detalle por la noche lo que ha estado haciendo durante el día? Es mi esclavo y tengo que ocuparle. Voy a abrumarlo de trabajo.

Domingo por la mañana.

He dormido muy poco esta mañana. Es ya mediodía. Acabo de hacer escribir la siguiente carta por mano de miss Griffith:

Al Sr. Barón de Macumer:

“La señorita de Chaulieu me encarga, señor barón, que os pida la copia de una carta que le envió una de sus amigas, copiada de su propia mano, y que vos os llevasteis.

Recibid, etc.

Griffith."

Querida, miss Griffith ha salido, ha ido a la calle de Hillerin Bertin, ha visto a mi esclavo y me ha traído en un sobre la susodicha carta empapada en lágrimas. Ha obedecido. Otro habría rehusado escribiendo una carta llena de halagos, pero el sarraceno ha resultado ser lo que había prometido que sería: había obedecido. Siento ganas de llorar, tan emocionada estoy.