IX

LA SEÑORA DE L’ESTORADE A LA SEÑORITA DE CHAULIEU

Diciembre.

Todo está ya dicho y hecho, amiga mía, y es la señora de l’Estorade quien te escribe; pero nada ha cambiado entre nosotras. Únicamente que hay una soltera menos. Tranquilízate, he meditado mi consentimiento y no lo di a tontas ni a locas. Mi vida está ya decidida. La certidumbre de ir por un camino trazado de antemano conviene tanto a mi espíritu como a mi carácter. Una gran fuerza moral ha corregido para siempre lo que llamamos azares de la vida. Tenemos tierras, a las que hemos de sacar su valor, una casa que arreglar y embellecer; tengo la obligación de hacer amable mi hogar y reconciliar a un hombre con la vida. Sin duda tendré una familia que cuidar, hijos que criar. ¡Qué quieres! La vida ordinaria no suele encerrar nada grande ni excesivo. Ciertamente, los inmensos deseos que ensanchan el alma y el pensamiento no entran en estas combinaciones, por lo menos en apariencia. ¿Quién me impide dejar navegar por el infinito las embarcaciones que hacia él lanzábamos? Sin embargo, no creas que las cosas humildes a las cuales me consagro están exentas de pasión. La tarea de devolver la confianza en la felicidad a un pobre hombre que ha sido juguete de las tempestades es una buena obra y puede bastar para modificar la monotonía de mi existencia. En confianza te diré que no amo a Luis de l’Estorade con ese amor que hace palpitar aceleradamente al corazón cuando se oyen unos pasos que nos conmueve profundamente al menor sonido de una voz o cuando nos envuelve una mirada de fuego; pero tampoco me desagrada. ¿Qué haré —me preguntarás— de ese instinto de las cosas sublimes, de esas grandes ideas que nos unen y que están en nosotras? Es esta una cosa que me ha preocupado pero ¿no constituye, por ventura, un gran triunfo esconderlas, emplearlas, sin que nadie lo sepa, en labrar felicidad de la familia, convertirlas en instrumento de la dicha de los seres que nos han sido confiados y a los cuales nos debemos? La época en que estas facultades resplandecen es muy limitada en las mujeres y pronto habrá pasado. Si mi vida no ha sido grande, habrá sido tranquila, unida y sin vicisitudes. Podemos escoger entre el amor y la maternidad. Pues bien, yo ya he elegido: haré que mis hijos sean mis dioses y que este rincón de tierra sea mi Eldorado. He ahí cuanto puedo decirte hoy. Te agradezco todas las cosas que me has enviado. Echa una ojeada a la lista de las que te pido y que hallarás unida a esta carta. Quiero vivir en un ambiente de lujo y elegancia y no tomar de la provincia más que lo que ofrece de delicioso. Si permanece en la soledad, una mujer no puede ser nunca provinciana: sigue siendo ella misma. Confío mucho en tu interés por tenerme al corriente de las modas. En su entusiasmo, mi suegro no me niega nada y está realizando una revolución en la casa. Hacemos venir obreros de París y lo modernizamos todo.